Por Álex Figueroa

En la predicación anterior vimos cómo el Señor enviaba un mensajero colosal a entregar un mensaje universal. Este mensaje debía ser recibido por Juan, y debía comérselo, con lo que se estaba diciendo que era necesario que Juan se hiciera uno con el mensaje, que pudiera identificarse con él incorporándolo a su propio ser.

Vimos también que el este mensajero de parte del Señor hizo una imponente revelación que resonó como un rugido de león acompañado de siete truenos, pero que Juan no pudo registrar, sino que debió sellar. Con esto el Señor nos enseña que es soberano en cuanto a qué revela y qué no. Él decide qué debe ser comunicado y qué debe ser dejado en secreto.

Dijimos que el Señor con su Palabra creó el universo, y con su misma Palabra salva a los pecadores. Y esa Santa Palabra, ese poder supremo creador y redentor, transformador y renovador de todo, ese precioso rollo pequeño lo ha entregado a la Iglesia, a vasijas de barro, a hombres pecadores para que lo prediquen a otros hombres pecadores.

Llegará un momento en que todo se consume, y ese momento es inminente. Ya no habrá más dilación. Ya no habrá más oportunidades, no habrá más tiempo de gracia y misericordia. Cuando llegue ese momento, todo se habrá consumado y los reinos terrenales sucumbirán ante el Reinado y la victoria eterna de nuestro Señor Jesucristo.

Hoy veremos cómo este mensaje es predicado por la iglesia de Cristo, sus testigos ante el mundo, en medio de oposición férrea y hasta la muerte.

Este cap 11, entonces, debemos entenderlo como continuación del mensaje del rollo que es dulce al paladar pero amargo para digerir. Recordemos que esto era una cita del libro de Ezequiel, donde el profeta comía el rollo y era dulce a su paladar, porque la Palabra de Dios es dulce más que la miel y que la que destila del panal, pero debía predicarla a personas que persistían en su rebeldía y desobediencia al Señor. Con esa idea en mente debemos leer este capítulo.

I. Dios aparta y protege a su pueblo

(vv. 1-2) Hemos dicho que el Apocalipsis está entrelazado con todo el resto de la Escritura. La escena de la medición es frecuente en las visiones de los profetas, no cabe duda que Juan tendría en mente esas visiones del pasado (no nos detendremos en esto aquí, pero en Ez. 40 y Zac. 2 se pueden encontrar ejemplos de estas mediciones).

Cuando habla del Templo no está pensando en los edificios sagrados de los judíos, que habían sido demolidos hacía por lo menos 20 años. Recordemos que los romanos habían invadido y destruido Jerusalén aprox. en el año 70 d.C., mientras que el libro de Apocalipsis se escribió aprox. en el año 90 d.C.

Entonces, para él el Templo es la Iglesia Cristiana, el Pueblo de Dios. Esta figura tiene amplia presencia en el Nuevo Testamento. Se nos dice que los cristianos somos piedras vivas, edificados en una casa espiritual (1 P. 2: S). La Iglesia está fundada sobre los apóstoles y los profetas; Jesús es la piedra angular; toda la Iglesia va creciendo para ser un Templo santo en el Señor (Ef. 2:20).

El Apóstol Pablo es claro cuando dice: “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Co. 3:16).

El comentarista John Gill afirma: “Salomón, un hombre de paz, fue el edificador de uno [de los templos], y Cristo, el Príncipe de Paz, fue el constructor del otro; el templo de Salomón fue construido con piedras labradas, preparadas antes de ser llevadas allí; pero la verdadera iglesia de Cristo está formada por piedras vivas, talladas y encajadas por el Espíritu Santo para este edificio espiritual. El templo en Jerusalén fue edificado en una montaña alta en el Norte de la ciudad, pero la Iglesia está edificada sobre la roca que es Cristo Jesús...”.

Podríamos introducirnos en muchos detalles sobre los simbolismos del templo y todo lo que significa en el antiguo y nuevo testamento, pero lo que importa es que quede claro que la iglesia de Cristo es el templo de Dios, porque allí es donde Dios habita. En la iglesia Dios se une a su pueblo, acepta su alabanza y adoración, escucha sus peticiones y confesiones y reconoce sus expresiones de gratitud.

Ahora, ¿A qué se refiere con medir? ¿Para qué se le ordenaría medir el templo?

Los comentaristas están de acuerdo en que el objetivo de tomar esas medidas es delimitar el área que es santa respecto a la profana. Es una forma de proteger el templo de Dios, el altar y las personas que adoran en él. Kistemaker nos dice que “medir el templo de Dios simboliza el conocimiento y cuidado que Dios tiene de su pueblo”.

Medir el templo, entonces, es lo que el Señor hizo en el cap. 7 al sellar a sus escogidos. Tengamos en cuenta que sólo el pueblo de Dios es medido y contado, no así los impíos que están en el patio exterior y que están condenados.

Al medir y delimitar el templo de Dios se marca entonces una diferencia entre los verdaderos adoradores, aquellos que adoran en espíritu y en verdad, y aquellos que sólo adoran de labios para afuera. El libro de Apocalipsis está lleno de contrastes entre lo santo y lo profano.

El patio que está afuera simboliza a aquellos que están relacionados con la iglesia de alguna forma pero que no son parte de ella. Son imposibles de distinguir de los paganos, de aquellos que no conocen al Dios verdadero.

¿Cuál es la ciudad santa que se menciona en el v. 2? Aquí se aplica lo mismo que decíamos sobre el templo. Las Escrituras ya denominan ciudad santa en el Sal. 48 como el lugar en el que mora el pueblo que adora a Dios. Luego de la resurrección de Cristo no se vuelve a llamar “ciudad santa” a la Jerusalén geográfica, ya que ésta pasó a estar en todos los creyentes que se arrepintieron para seguir a Cristo.

El mismo Señor Jesús dijo a sus discípulos: “el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes” (Jn. 14:17).

¿A qué se refiere con que hollarán (o pisotearán) la ciudad santa?

Se refiere a un período de persecución que los cristianos sufrirán en las más diversas épocas y lugares. Podemos decir que siempre que se predique el Evangelio en un lugar, se levantará oposición, porque como dice el Apóstol Juan, el mundo está bajo el maligno (1 Jn. cap. 5).

Aun así, el Señor fija un límite para esta persecución. La duración del dominio de los paganos es igual a la duración de la actividad de los dos testigos, y luego veremos que esta misma duración se menciona más adelante en el Apocalipsis. Nos referimos a 42 meses, que multiplicado por el número de días, nos da 1260, y que equivale a 3 años y medio.

David Chilton nos dice que, sabiendo que el número 7 simboliza la perfección, el 31/2 es como un “7 roto”, que nos habla de que algo falta para que esté completo y perfecto.

Entonces, estos tiempos que armonizan entre sí nos hablan de un período que va desde la ascensión de Jesucristo hasta su segunda venida, y es un tiempo en que la iglesia deberá dar testimonio del mensaje que recibió, en medio de oposición y persecución, tanto que se describe la acción de los paganos como “pisotear”.

Lo que podemos ver hasta aquí es la maravillosa verdad de que Dios habita en su pueblo. En este pasaje se nos llama “templo” de manera simbólica, pero el que Dios habita en nosotros es una realidad, no hay simbolismo en esto. Dios verdaderamente vive en su pueblo.

Es un pueblo que sufrirá oposición y persecución, pero aun eso está en las manos de Dios, quien ha fijado un término para que esto ocurra.

II. El testimonio sufrido del pueblo de Dios

(vv. 3-6) La pregunta obvia que surge es quiénes son estos dos testigos. Para responder debemos atender a las pistas que el mismo texto nos entrega.

Se nos dice que son los dos olivos y los dos candelabros que están en pie delante del Señor (v. 4). Es una referencia a un pasaje del libro de Zacarías:

Entonces el ángel que hablaba conmigo volvió y me despertó, como a quien se despierta de su sueño. 2 Y me preguntó: «¿Qué es lo que ves?» Yo le respondí: «Veo un candelabro de oro macizo, con un recipiente en la parte superior. Encima del candelabro hay siete lámparas, con siete tubos para las mismas. 3 Hay también junto a él dos olivos, uno a la derecha del recipiente, y el otro a la izquierda.»” (Zac. 4).

Los olivos evocan la figura del aceite que fluye constantemente, simbolizando la obra del Espíritu Santo dando poder y capacitando continuamente a su pueblo.

La figura de los candeleros es más clara aún: en Ap. 1:20 ya vimos que el Señor dijo a Juan: “… los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias”. Recordemos que la iglesia es la luz del mundo, como dijo el Señor: “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; 15 ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. 16 Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:14-16).

Recordemos también lo que dijimos en las clases introductorias de Apocalipsis. El Apóstol Juan usa mucho las reiteraciones, repitiendo ideas pero con figuras distintas. Aquí vemos que se ha referido a la Iglesia como el templo de Dios, la ciudad santa y ahora se refiere a ella como los dos testigos.

Tenemos fuertes razones para decir que los dos testigos son un símbolo de la iglesia:

- Jesús envió a sus discípulos de dos en dos (Mr. 6:7; Lc. 10:1). - Los Apóstoles también salen de dos en dos (Hch. 3:1; 8:14 Pedro y Juan, Pablo y Bernabé, Pablo y Silas). - En Israel, todo veredicto se confirmaba con testimonio de 2 o 3 testigos (Dt. 17:6; 19:15). - La iglesia aplica disciplina sobre la misma base (Mt. 18:16, 1 Ti. cap. 5).

Concentrémonos en la regla que se establece en la ley de Moisés sobre los dos testigos:

Por el testimonio de dos o tres testigos se podrá condenar a muerte a una persona, pero nunca por el testimonio de uno solo. 7 Los primeros en ejecutar el castigo serán los testigos, y luego todo el pueblo. Así extirparás el mal que esté en medio de ti” (Dt. 17:6).

Un solo testigo no bastará para condenar a un hombre acusado de cometer algún crimen o delito. Todo asunto se resolverá mediante el testimonio de dos o tres testigos” (Dt. 19:15)

No olvidemos que el Señor está por ejecutar un juicio sobre la tierra. El pueblo de Dios, su Iglesia, son sus 2 testigos, que predican el mensaje de salvación al mundo y son rechazados por quienes se resisten a someterse al Señorío de Cristo. El Señor nos da el privilegio como iglesia, entonces, de ser testigos que dan fe del justo juicio de Dios sobre el mundo, un mundo rebelde y porfiado que no quiso venir a Cristo para recibir vida eterna y perdón de sus pecados.

Como vemos en los pasajes de Deuteronomio, los testigos participan en el juicio al infractor de la ley. Lo mismo ocurre en este juicio universal. El Apóstol Pablo ya lo decía: “¿Acaso no saben que los creyentes juzgarán al mundo? Y si ustedes han de juzgar al mundo, ¿cómo no van a ser capaces de juzgar casos insignificantes? 3 ¿No saben que aun a los ángeles los juzgaremos? ¡Cuánto más los asuntos de esta vida!” (1 Co. 6:2-3).

Estos 2 testigos, entonces, representan a toda la Iglesia, al pueblo de Dios. Es interesante lo que podemos concluir de aquí. El pueblo de Dios testifica. No es se nos dice que tenemos que testificar para ser pueblo de Dios. No, se nos dice que el pueblo de Dios testifica, SON los testigos de Dios. Por tanto, si como congregación no estamos dando testimonio de Cristo, del mensaje que hemos recibido, debemos arrepentirnos y examinarnos a la luz de las Escrituras: LA IGLESIA VERDADERA TESTIFICA, ES TESTIGO DE PARTE DE DIOS ANTE EL MUNDO.

Es como cuando se habla de la Iglesia como Casa de Oración. La Iglesia verdadera ora, o no es Iglesia. La Iglesia verdadera testifica, o no es Iglesia.

Vemos además que estaban vestidos de cilicio (v. 3). Este era un atuendo frecuentemente usado por los profetas para exhortar por algún pecado en la sociedad, llamar al pueblo al arrepentimiento, o para advertir de juicio y castigo inminente. Era una vestimenta que causaba picazón e incomodidad, no era agradable estar vestido de cilicio. Esto servía para reflejar la incomodidad y molestia ante el pecado, no se podía estar cómodo ante esa situación. La iglesia ha sido llamada a predicar lo contenido en el pequeño rollo al mundo, vestida de cilicio. Es deber de la iglesia llamar a todos al arrepentimiento, aunque el predicar ese mensaje sea incómodo y molesto.

(vv. 5.6) Las palabras del Señor se comparan con fuego en la boca del profeta:

Por eso, así dice el Señor, el Dios Todopoderoso: «Por cuanto el pueblo ha hablado así, mis palabras serán como fuego en tu boca, y este pueblo, como un montón de leña. Ese fuego los consumirá” (Jer. 5:14).

Una vez más, el Señor parece estarse refiriendo a otros pasajes de la Escritura donde sus testigos han proclamado su mensaje acompañado del poder de Dios. Vemos una clara alusión a Elías, quien al testificar del Señor vio cómo caía fuego desde el cielo para incendiar los altares que había preparado, y además cómo por las palabras de su boca se proclamó sequía sobre el pueblo rebelde ante Dios, cerrando los cielos mientras él lo ordenara (1 R. 17:1).

También vemos una alusión clara al testimonio de Aarón y Moisés, quienes vieron cómo las aguas se convertían en sangre, y las plagas de parte del Señor se desataban sobre un Egipto que no quiso obedecer el mensaje proclamado por estos testigos.

La Biblia es clara en cuanto a la intervención del Señor en la naturaleza, y puede hacerlo tanto en favor de su pueblo como en juicio contra los impíos.

La iglesia no tiene poder sobre la naturaleza, pero puede orar al Señor para que intervenga, y Él es quien ha dicho que la venganza es suya, que Él pagará (Ro. 12:19).

Esto nos llama a no menospreciar los medios que el Señor nos ha entregado, sabemos que la oración eficaz del justo puede mucho, es el Señor quien derrama su poder a través del clamor de su pueblo.

III. La aparente derrota del pueblo de Dios

(vv. 7-10) Este pasaje nos sitúa en los instantes más próximos al fin, cuando la iglesia ya haya predicado el mensaje en todo el mundo, como lo anunció el Señor Jesús:

Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mt. 24:14).

Ya dijimos que donde se predique el Evangelio, habrá oposición. Cuando esta labor se encuentra consumada, la bestia se opondrá con todo su vigor al pueblo de Dios. La Iglesia ha experimentado oposición a lo largo de toda su historia, pero en este período se intensificará con toda su fuerza.

Esta es la primera vez que Juan menciona a “la bestia” en el libro de Apocalipsis. Se trata del anticristo, quien se opone al Señor y a su pueblo en todo momento. Es el hombre de maldad descrito por el Apóstol Pablo en 2 Tesalonicenses 2:3-4, quien se opone y levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración, adueñándose del templo de Dios y pretendiendo ser el mismo Dios.

En su guerra contra el pueblo de Dios, tendrá una victoria aparente y temporal. Esto nos indica que inmediatamente antes de la segunda venida del Señor, el anticristo será el soberano.

Richard Bauckham nos dice sobre este pasaje: “No es una predicción literal de que todo cristiano fiel de hecho morirá. Pero sí requiere que todo cristiano fiel esté preparado a morir”.

Esta muerte será en indignidad: sus cadáveres no serán sepultados, lo que es signo de humillación y degradación, y su muerte será notoria a todo el mundo, ya que estarán en la plaza de la “grande ciudad” que se describe como Sodoma por su inmoralidad, y Egipto por su esclavitud; y que es simbólicamente la estructura mundial de incredulidad y rebelión contra Dios (paralelo con ciudad santa).

La Iglesia es perseguida a muerte en todo el mundo y se logra erradicarla notoriamente. Su testimonio se ha completado, Dios retira a su mensaje y a sus testigos, y ahora solo se ve el cadáver de lo que fue el cristianismo, siendo una derrota notoria y celebrada por todo el mundo.

Se nos dice que esta situación durará 3 días y medio, lo que contrasta con el tiempo más largo de los 3 años y medio de su testimonio. Esto nos dice que el período de su derrota será breve, lo que nos recuerda las Palabras de Cristo: “Si no se acortaran esos días, nadie sobreviviría, pero por causa de los elegidos se acortarán” (Mt. 24:22).

El mundo se opone a que se sepulten los cuerpos en una tumba. Aquí, “tumba” se refiere a un lugar con una inscripción en una lápida para recordar a quien murió. Lo que se quiere es borrar toda memoria del cristianismo, lo que se ha intentado ya en otras épocas (p. ej. Voltaire).

Insistimos que esto no quiere decir que ya no haya cristianos sobre la faz de la tierra, pero la Iglesia está tan mermada y derrotada que los cristianos aún vivos ni se mencionan por su insignificancia.

El v. 10 nos muestra la felicidad del mundo por la derrota del pueblo de Dios, ya que eran atormentados por su mensaje. La rebelión del mundo ante Dios los hace odiar a sus mensajeros, a sus testigos. Odian a Dios, odian su mensaje y odian a sus mensajeros. El mensaje los acusa de sus pecados y los exhorta a arrepentirse delante del Señor, lo que implicaría doblegar su corazón al reinado de Cristo, algo que el hombre incrédulo nunca hará por motivación propia. La derrota de la iglesia, entonces, los alegra y es motivo de celebración para ellos.

Esto nos recuerda lo que ocurrió con Herodes y Pilatos, quienes no se llevaban bien, pero se amistaron a propósito del juicio al Señor Jesucristo. La enemistad contra Cristo y su Iglesia incluso puede hacer que enemigos terrenales alcancen la paz (intercambio de regalos es signo de diplomacia).

IV. La victoria de Dios junto a su pueblo

(vv. 11-14) Sobre este pasaje, Simón Kistemaker comenta: “La palabra de Jesús de que “ningún siervo es mayor que su amo” (Jn. 13:16) se aplica a los dos testigos, la iglesia. Así como Jesús murió en manos de personas malvadas, así mueren sus siervos. Así como Jesús resucitó de entre los muertos, así resucitan sus siervos. Así como Jesús ascendió al cielo y una nube lo ocultó a los ojos de los apóstoles (Hch. 1:9), así sus siervos ascienden en una nube a la vista de sus enemigos”.

El hecho de que la victoria temporal y aparente del anticristo esté anunciada con un comienzo y fin, nos dice que el Señor está en pleno control aún de esto, y que en el momento indicado Él interviene dando vida a su iglesia que había sido derrotada.

El mundo rebelde, al ver la resurrección de la Iglesia, se llena de temor sabiendo que su castigo y su fin se acercan.

El Señor llama a su pueblo a subir a su presencia gloriosa, y todo esto ocurre en presencia de sus enemigos. Esto nos recuerda lo dicho antes en las Escrituras: “El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17 Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre” (1 Tes. 4:16-17).

La derrota propinada por la bestia y el mundo fue aplastante y notoria, pero aún más notoria y llena de gloria es la victoria del Señor, y que Él concede a su pueblo para que participe de ella. Todo esto ocurre en presencia de sus enemigos, quienes ven esto llenos de espanto.

Inmediatamente, viene sobre esta estructura mundial rebelde al Señor juicio y mortandad, manifestada en un terremoto terrible que quitó la vida a gran parte de la población, dejando el camino preparado para el toque de la séptima y última trompeta, de lo que hablaremos en el siguiente mensaje si Dios lo permite.

V. Conclusión

Vimos que el Señor aparta y distingue a su pueblo del mal que domina al mundo, pero lo deja en el mundo, lugar en el que sufre persecución y oposición férrea y hasta la muerte.

Estamos en sus manos, Él nos protege y nos preserva, dándonos poder para seguir testificando sobre su mensaje, y Él sabe cuándo permitirá el triunfo aparente del anticristo, solo para después vencer con poder y gloria llevándonos donde Él está.

Lo que podemos concluir es que debe haber en nosotros un fervor que nos encienda y nos avive, y que nos lleve a declarar como Pedro y Juan: “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch. 4:20). ¡NO PODEMOS CALLAR! ¿Cómo podríamos quedarnos en silencio ante el mundo, si el Señor nos ha entregado su mensaje? Hemos recibido la alta misión, el increíble privilegio de ser sus testigos ante un mundo incrédulo.

La única forma de que alguien pueda ser salvo, incluyéndote a ti que estás hoy aquí, es creyendo en el Evangelio de Jesucristo. Ya lo dice la Escritura refiriéndose al Señor Jesús: “en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hch. 4:12).

Si has creído en Jesucristo, eres su testigo ante la humanidad caída. Si alguien oye y cree tu anuncio, pasará a ser testigo también. Tenemos la alta responsabilidad de dar a conocer a Cristo al mundo. Él nos ha entregado ese enorme privilegio: que pecadores digan a otros pecadores cómo ser salvos.

Ya lo dijimos y lo vemos claramente en la Escritura: la iglesia o testifica de Cristo, o no es iglesia. Animémonos unos a otros a cumplir con esta hermosa labor, proclamemos a Cristo con valentía, sabiendo que habrá oposición y persecución, pero que venceremos con Él sin duda alguna. El Señor nos ayude. Amén.