Por Álex Figueroa
Texto base: Ap. 11:15-19
En el mensaje anterior vimos que el Señor aparta y distingue a su pueblo del mal que domina al mundo, pero lo deja en el mundo, lugar en el que sufre persecución y oposición férrea y hasta la muerte.
Concluimos que estamos en sus manos, Él nos protege y nos preserva, dándonos poder para seguir testificando sobre su mensaje, y Él sabe cuándo permitirá el triunfo aparente del anticristo, solo para después vencer con poder y gloria llevándonos donde Él está.
Hablamos sobre la necesidad de ser fieles y valientes, siendo testigos ante el mundo con el mensaje que el Señor nos ha entregado para predicar, sabiendo que no podemos callar, debiendo estar en nosotros el mismo fervor y disposición que hubo en Pedro y Juan cuando afirmaron con fuerza: “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch. 4:20).
Vimos claramente en la Escritura que la iglesia o testifica de Cristo, o no es iglesia. Invitamos a animarnos unos a otros a cumplir con esta hermosa labor, proclamando a Cristo con valentía, sabiendo que habrá oposición y persecución, pero que venceremos con Él sin duda alguna.
Hoy nos concentraremos en la segunda mitad del cap. 11, donde termina el paréntesis del que hablamos: cuando predicamos del cap. 10 y la primera parte del 11, dijimos que era un interludio entre la sexta y la séptima trompeta. Antes de culminar su juicio, el Señor había entregado su glorioso mensaje a la Iglesia para que ésta lo predicara ante el mundo. Ahora vemos cómo se toca la séptima trompeta, y los efectos que ella conlleva.
Recordemos que en el Apocalipsis se dan ciclos paralelos que nos hablan de eventos que ocurren en el mismo espacio de tiempo, pero relatados desde distintas perspectivas y con distintos énfasis.
Mantengámonos pendientes del contexto: Apocalipsis nos presenta unas series de “sietes”: 7 sellos, 7 trompetas, 7 copas. Aunque vemos que todas ellas nos retratan la destrucción de los enemigos y la victoria final de Cristo, se aprecia una cierta progresión, donde todos estos cuadros van apuntando hacia la consumación cada vez con mayor intensidad.
I. El Reino se establece con Victoria
(v. 15) Nos encontramos entonces en la séptima trompeta. Como vimos, el Señor anunció que esta trompeta se tocaría en el fin de los tiempos: “en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas” (Ap. 10:7).
Nos encontramos ante un acontecimiento universal, que involucra a toda la creación, a toda criatura que existe y que ha existido alguna vez, incluyendo ángeles, principados, dominios, seres caídos, condenados y redimidos, muertos y vivos, grandes y pequeños, de toda lengua, tribu, pueblo, lengua y nación.
Es el momento esperado desde el surgimiento del pecado, nos referimos a ese momento en que el Señor venciera sobre sus enemigos, aquellos que se rebelaron contra su voluntad, triunfando sobre ellos con su poder y estableciendo su Reino eterno, indiscutido, sin oposición alguna, eterno y permanente.
Es un acontecimiento glorioso como no podemos imaginarlo, es la consumación del misterio de Dios, el cumplimiento de nuestra redención total y la restauración de todas las cosas; el momento en que el mal será extirpado de la creación y ésta volverá a ser sujeta por completo a los pies del Señor, donde ya no existirá ni la muerte ni el dolor, donde el Señor secará toda lágrima de nuestros rostros y será alabado para siempre por toda su creación.
¿Podemos imaginar ese momento? ¡Es el desenlace de toda la Biblia! ¡De esto se trata la Escritura! De cómo Dios es glorificado consumando su reino sobre todas las cosas, venciendo sobre sus enemigos y redimiendo la creación en Cristo.
Todos los hombres anhelan la venida de un reino. La diferencia está en que el pecador que no ha sido salvado no espera la venida del reino de Cristo, sino el establecimiento de su propio reino. Su corazón corrompido tuerce este deseo que es natural en nosotros, hacia un fin que es reprobado.
Recordemos que somos seres religiosos por naturaleza. El problema es que por nuestro pecado, este deseo natural de buscar a Dios y de anhelar la comunión con Él, se distorsiona, se contamina, se corrompe; y se termina desviando hacia la idolatría. De la misma manera, por la corrupción de nuestro corazón, este anhelo natural de un reino, se desvía hacia el deseo de un reino humano, de acuerdo a nuestros intereses, a nuestra voluntad, y no según la voluntad de Dios como debería ser.
El ser humano anhela la luz, sabe que está de alguna manera en oscuridad, pero en vez de desear ser el reflejo de la luz de Cristo, busca brillar con luz propia, y como nos enseña hoy en día la nueva era y el humanismo, busca la luz en sí mismo, cuando sólo puede encontrar oscuridad y tinieblas en su corazón. La única luz verdadera es el Señor Jesucristo.
Él dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” Jn. 8:12. Sólo podemos ser luz de alguna manera cuando reflejamos su luz. Por eso la iglesia, el cuerpo de Cristo, también puede ser llamado la luz del mundo (Mt. 5:14), porque refleja la luz de Cristo como la luna refleja la luz del sol.
El hombre sin Cristo, entonces, anhela el establecimiento de su reino propio. Esto es lo que ocurrió precisamente en la torre de babel. Sus constructores dijeron: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso…” (Gn. 11:4). Lo mismo ha ocurrido con todos los imperios de la tierra, todos esos generales que hoy conocemos por los libros de historia, y que quisieron establecer su dominio sobre toda la tierra.
Así ocurrió también en la revolución francesa, donde se quiso imponer un nuevo orden basado en la razón humana brillando con luz propia, pero como dijimos, la razón humana sin Dios sólo puede vagar en las tinieblas. Así fue, y nos encontramos con un regadero de sangre que aterrorizó a Francia.
Este mismo afán del reino que lo abarque todo fue el que inspiró a Hitler y su régimen nazi, pero en vez de llevarnos a un mundo nuevo, condujo a su nación a atrocidades que causan horror hasta el día de hoy. El mismo horror causaron y siguen causando los regímenes socialistas como los de Stalin, Fidel Castro, Pol Pot o Kim Jong Un; que han prometido un paraíso en la tierra, un reino de igualdad material, pero solo acarrearon tiranía y masacres sanguinarias de los opositores, incluyendo allí a la iglesia que fue aplastada con furia en aquellas naciones que adoptaron estos regímenes.
Pero no hay que mirar sólo hacia afuera. Fijémonos también en aquellos que dicen ser cristianos, y que buscan la unidad religiosa con aquellos que han abandonado la verdad, lo que se conoce como movimiento ecuménico. Ellos también quieren establecer un reino aparte de la verdad de Dios, con su propia voluntad como guía. Han anulado la preciosa Palabra de Dios, y en su lugar se dejan guiar por sus propios delirios, teniendo comunión con los predicadores de la falsedad, de los que la Biblia ordena apartarse.
Y nosotros mismos, hermanos amados, debemos cuidarnos, porque para tener este deseo torcido no necesitamos esforzarnos. Por el pecado que habita en nosotros, tendemos naturalmente a este anhelo corrompido. Por lo mismo, debemos analizar constantemente si lo que estamos haciendo es participar del establecimiento del reino de Dios, o construyendo nuestro propio reino. Aunque lo llamemos “Iglesia”, eso no será una verdadera iglesia, sino una congregación de satanás.
La única forma de participar de este glorioso privilegio del establecimiento del Reino de Dios sobre todo es examinándonos constantemente a la luz de las Escrituras, y ajustando todo nuestro ser a la voluntad de Dios que está revelada allí. ¡Que nuestra motivación sea buscar primeramente el Reino de Dios, y no nuestro propio reinado!
Pero volvamos a enfocarnos en nuestro texto: estas voces que declaran el establecimiento total del Reino de Dios claramente son las voces de quienes moran en el Cielo. Ellas simplemente reconocen la consumación de una realidad que se conoce desde muy antiguo: que el Señor reina.
Ya lo decía Moisés en el libro de Éxodo: “El Señor reinará eternamente y para siempre” (Éx. 15:18); y vemos en el salmo 93 una declaración muy repetida en los salmos: “El Señor reina, vestido está de majestad; el Señor se ha vestido y ceñido de poder; ciertamente el mundo está bien afirmado, será inconmovible. Desde la antigüedad está establecido tu trono; tú eres desde la eternidad” (vv. 1-2).
El mismo Cristo ya había afirmado a sus discípulos antes de ascender al Cielo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” Mt. 28:18.
Es decir, el Señor nunca ha dejado de ser Rey soberano sobre todas las cosas. Su reinado nunca ha estado en peligro real. Lo que ocurre es que algunas de sus criaturas se han rebelado contra este reinado, no lo reconocen como Señor y quieren ser sus propios señores. Por culpa del pecado de nuestros padres Adán y Eva, la parte de la creación que estaba bajo su administración fue sujeta a corrupción. Pero de lo que trata este capítulo que estamos examinando es de cómo este Rey indiscutido vence sobre sus enemigos y consuma el establecimiento de su reinado, restaurando todas las cosas.
Ya tuvimos un anticipo del establecimiento de este Reino cuando Cristo vino. El Señor Jesús dijo: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr. 1:15). El reino de Dios venía con Él, porque en Él habita toda plenitud de la deidad, en Él está personificado todo lo que significa el reino de Dios, con toda su gloria y poder. Y así vimos una sinopsis de este reino que vendrá, cuando el Señor hacía prodigios y señales, sujetaba el mar y la tempestad, alimentaba sobrenaturalmente a la multitud, sanaba a los cojos, ciegos, enfermos y endemoniados, y con todas estas cosas nos mostraba que toda la creación sería restaurada y redimida en Él.
Recordemos lo que dice el Apóstol Pablo: “… la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Ro. 8:21). Es decir, junto con la redención de los cristianos, se producirá la restauración de toda la creación.
Consideremos también lo que nos dice el Apóstol cuando nos está hablando sobre nuestra salvación: “Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme al buen propósito que de antemano estableció en Cristo, 10 para llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo: reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra… Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia” (Ef. 1:9-10-22). Es decir, el fin y propósito principal de nuestra salvación no somos nosotros mismos, sino el reinado de Cristo sobre todas las cosas, y cómo este reinado es exaltado en nuestra redención.
Este pasaje dice además que “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo”. Esta es una evidencia más de que Cristo es Dios. Sólo Dios reina, y aquí se atribuye al Padre y al Hijo el reinado sobre todo.
Se cumple aquí la profecía del libro de Daniel. El profeta Daniel, cuando interpretó el sueño del rey Nabucodonosor, dijo: “En los días de estos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos”. Vemos entonces, cómo el Reino de Dios rompe con todas las torres de babel que el hombre construyó en la historia, y triunfa estableciendo su Reino indiscutido y eterno.
Se trata, entonces, de un reino eterno, un reino que no tendrá fin, que durará para siempre. Nunca más se levantará una oposición. No es una victoria parcial, no es algo temporal, un “por mientras” que ojalá alguna vez llegue a ser permanente. No, aquí se ha derrotado completamente a satanás y a todos quienes, como él, se rebelaron contra el Señor. Es la victoria completa del Cristo Rey.
FRASE PARA LOS NIÑOS: CRISTO ES REY SOBRE TODAS LAS COSAS.
II. El Reino esperado
(v. 16) Ya sabemos, por las predicaciones anteriores que hemos hecho sobre este libro, que los 24 ancianos sentados en los 24 tronos representan a los creyentes en el Cielo.
Como dice Simón Kistemaker, “Han recibido el privilegio de rodear el trono de Dios y están más cerca de su trono que los ángeles. La humanidad redimida, sentada en tronos delante de Dios, tiene el privilegio de gobernar con Cristo”.
Estos 24 ancianos, símbolo los creyentes en el Cielo, toman la iniciativa en la adoración y se postran ante el Señor, quien ha consumado ya su victoria final.
Ellos adoraron a Dios con una oración que es también un himno, dándole gracias por la redención que ya está completa y consumada, rindiendo ahora alabanzas al Señor por toda la eternidad.
Hay un detalle importante: salvo la versión Reina Valera, las demás traducciones al español dicen en el v. 17: “Te damos gracias, oh Señor Dios Todopoderoso, el que eres y el que eras”, y ya no agregan “y el que has de venir”, porque para este momento Cristo ya vino. Esto nos confirma que este pasaje habla del fin de los tiempos, cuando ya aconteció la venida del Señor.
Estos creyentes adoran al Señor por la venida de este esperado donde reinará Cristo, es decir, la verdad, la justicia, la paz, la libertad, todo eso en su grado supremo y verdadero; donde ya no habrá ni llanto ni dolor ni problemas de ninguna clase, donde todos estarán alegres en su grado máximo y contentos, satisfechos para siempre con su alimento que es Cristo, alumbrados eternamente con la luz del Señor Jesús.
Por eso nuestro Señor Jesucristo cuando nos enseñó a orar, dijo que pidiéramos “venga tu reino”, que va de la mano con “hágase tu voluntad”.
Y ese es el motivo de que nos ordenara también: “Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mt. 6:33). La búsqueda de este reino debe ser nuestra prioridad y debe determinar todos nuestros pensamientos y acciones, todas nuestras motivaciones deben poder rastrearse hasta esta raíz: buscar el Reino de Dios y su justicia. Todo lo que no provenga de esta búsqueda, es un deseo torcido y corrupto que nos llevará a la ruina y la destrucción.
Como padres, debemos tener especial cuidado. La forma en que nos conducimos en todo orden de cosas enseña a nuestros hijos sobre cuáles deben ser sus prioridades. La forma en que administramos nuestro dinero, en que invertimos nuestro tiempo (incluyendo el tiempo libre y el día del Señor), las actividades que preferimos, los programas de TV que escogemos, las expectativas que tenemos sobre lo que ellos deben hacer y aprender, en fin, todo cuanto hacemos les enseña sobre qué deben buscar como gran objetivo de su vida, sobre cuál debe ser su prioridad. ¿Estamos enseñándoles a buscar primeramente el Reino de Dios? Si ellos se muestran ajenos y hostiles hacia el Señor, ¿Se debe en todo o en parte a nuestra negligencia?
Los creyentes, entonces, son los únicos que esperan este Reino y proclaman su venida, porque junto con la segunda venida de Cristo, que es el Rey, se consumará el establecimiento de su Reino.
¿Estamos esperando este reino glorioso? ¿Lo anhelamos fervientemente? Vemos el Apocalipsis como una serie de eventos terribles que son parte de un fin del mundo que no queremos que ocurra, o anhelamos con nuestro ser que este Reino eterno se establezca completamente?
FRASE PARA LOS NIÑOS: DEBEMOS DESEAR QUE VENGA EL REINO DE DIOS.
III. Los efectos de la Victoria
(vv. 18-19) Se nos habla de la ira de las naciones en contra del Señor, y de la ira del Señor que se impondrá sobre estas naciones. Esto ya se muestra con claridad en el Salmo 2: “Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el y contra su ungido. 3 Y dicen: «¡Hagamos pedazos sus cadenas! ¡Librémonos de su yugo!» 4 El rey de los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos. 5 En su enojo los reprende, en su furor los intimida y dice: 6 «He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo monte.»” (vv. 2-5), y luego agrega que este Rey “Las gobernarás con puño de hierro; las harás pedazos como a vasijas de barro” (v. 9).
Como ya hemos dicho, el pecado que habita en el corazón del hombre lo lleva a ser rebelde contra Dios y enemigo de su voluntad. El hombre sin Cristo no quiere a Dios como rey, no quiere tampoco su ley. Quieren gobernarse a sí mismos, hacerse dioses a su imagen y semejanza; antes que reconocer que ellos mismos están hechos a imagen y semejanza de Dios y deben someterse a su voluntad y soberanía.
El comentarista Simón Kistemaker señala: “el enojo y la ira de Dios difieren del enojo y la ira de los enemigos de Dios. Mientras que éstos dirigen su furia contra Dios para destruir su reino y pisotear todo lo que es santo (Sal. 2:2), Dios dirige su venganza contra las naciones para someterlas a su justicia y al fin al que están destinadas”.
Ya se cumplió el tiempo para juzgar a los muertos, lo que aquí incluye a todos los seres humanos que existieron alguna vez, dando una recompensa a todos los que se arrepintieron y sirvieron al Señor, y destruyendo a todos los que se rebelaron contra su voluntad. Estos últimos se describen como los que destruyeron la tierra.
Cuando habla de los que destruyen la tierra, no debemos pensar en un sentido ecologista. Aunque ciertamente es un pecado relacionarnos de manera irresponsable con el medio ambiente, tratando con crueldad y codicia a la creación; aquí debemos tener en cuenta que nuestro pecado contamina la tierra. Recordemos que el Señor dijo una y otra vez a los israelitas que había expulsado a las naciones de esas tierras porque la habían contaminado con sus abominaciones. En el mismo sentido debemos ver este pasaje.
Por último, vemos en el (v. 19) cómo en el Cielo ya está la presencia gloriosa de Dios en su pueblo, simbolizado con la figura del templo. En Él se ve el arca del pacto, simbolizando la fidelidad de Dios a las promesas hechas a su pueblo, su provisión y su voluntad en medio de ellos. Muchos hoy buscan el arca del pacto perdida, ignorando que la verdadera arca está en el Cielo, y es como dijimos, la fidelidad, provisión y voluntad de Dios hacia su pueblo. No debemos buscar las sombras de lo que había de venir, sino entender las realidades que han sido reveladas en Jesucristo.
Paralelamente, las voces, truenos, relámpagos, terremoto y granizadas ya sabemos que dan cuenta del juicio de Dios que se enuncia aquí, y que también es un momento glorioso, ya que a través de este juicio el Señor extirpa la maldad de la tierra.
FRASE PARA LOS NIÑOS: EL SEÑOR QUITARÁ LA MALDAD DEL MUNDO.
IV. Conclusiones
Lo deseemos o no, pensemos en eso o no, estemos siendo fieles o no, seamos salvos o no; el Reino de Dios se establecerá completamente, y toda la creación será sujeto a sus pies.
Lo desees o no, Cristo es Rey y soberano, y este día glorioso de su venida llegará. Recuerda también lo que dice el Apóstol Pablo: “Porque es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Co. 15:25). O reinarás con Cristo, o quedarás destruido bajo sus pies.
Además, este pasaje nos enseña que Cristo ya está reinando, sólo que todavía no se manifiesta completamente su reinado supremo. Como iglesia tenemos el privilegio de participar en este reinado, anticipando lo que será su consumación. Nos sometemos gozosos al dominio de este Rey de gloria.
Al hacer todas las cosas para gloria de Dios y sujeto a su voluntad, a través de tu trabajo, de tu familia, de la comunión con los hermanos, en todas las áreas de tu vida ya estás participando de este Reino majestuoso, ya estás participando de la restauración de todas las cosas ¿Te das cuenta de este alto llamado? ¿Estás siendo parte de esta redención de todo, o estás siguiendo las mismas lógicas del mundo, que sólo reflejan rebelión y corrupción?
Recuerda que nuestra redención es parte de este acontecimiento, junto con el establecimiento de este reino glorioso se consumará nuestra salvación y seremos glorificados con Cristo. Él se hizo hombre, habitó entre nosotros, vivió una vida perfecta agradando al Padre en todo y obedeciendo todos sus mandamientos, para concedernos esta vida justa a quienes creyéramos en Él, y también murió para pagar el precio de nuestras rebeliones, precio que nosotros debíamos pagar eternamente recibiendo su justa ira. Él resucitó y fue recibido arriba en gloria, este es el glorioso Evangelio, si crees de verdad en esto tienes vida eterna y perdón de tus pecados.
¿Cuál será tu lugar en ese día en que todos los reinos del mundo pasen a ser de nuestro Señor? ¿Serás de aquellos que triunfarán con Cristo o de aquellos que serán destruidos en su justo juicio? ¿Eres de los que desean que se complete este reinado, orando “venga tu reino”, o eres de los que se resisten a su soberanía y su voluntad?
Si hoy no estás buscando primeramente el reino de Dios y su justicia, no pienses que en ese día recibirás ese reino. El Señor nos ayude y nos permita ordenar toda nuestra vida en función de este reino glorioso. Amén.