Por Álex Figueroa F.
Texto base: Ap. 14:6-13
En el mensaje anterior, vimos la radical diferencia que existe entre el reino de las tinieblas y el reino de Cristo. Ambos reinos demandan completa obediencia y sumisión, pero son completamente distintos. El reino de las tinieblas será ciertamente derrotado, y es incomparable al Reino de Cristo, porque nada puede compararse al Señor ni puede frustrar sus propósitos.
Pero vimos que no sólo hay un contraste entre satanás y Cristo, sino también entre sus seguidores. Los marcados por la bestia fueron engañados, están muertos espiritualmente, son rebeldes al Señor y a su Palabra y odian a la Iglesia. Son esclavos del engaño y su adoración a la bestia simplemente refleja la podredumbre de sus corazones.
Los redimidos por Cristo, por el contrario, han sido regenerados por el Espíritu Santo, sus corazones han recibido vida de parte de Dios, y el Espíritu les da poder para andar en obediencia y una vida nueva delante del Señor. Vimos que exhibían características claras, que son las virtudes del reino de Dios, y reflejan el carácter de Cristo impreso en sus corazones.
Concluimos que lo que hace la diferencia entre estar o no estar en la multitud de los redimidos no es que seas mejor o peor persona, que te portes mejor o peor. Es Cristo, su obra, su obediencia y sacrificio perfecto. Sólo Él puede redimirnos, sólo Él puede salvarnos, sólo Él puede hacernos uno de los suyos. Seamos o no redimidos, sólo tenemos una alternativa: venir a Cristo.
En esta oportunidad veremos cómo el contraste entre los seguidores de la bestia y los seguidores del Cordero se sigue desarrollando en este capítulo. Debemos verlo, entonces, como una continuidad con lo enseñado anteriormente.
I. 1er Ángel: El Evangelio Eterno de Dios
(vv. 6-7) Nos habla de “otro ángel”. El último ángel al que se refirió fue el que tocó la 7ma trompeta. Las visiones, entonces, están relacionadas, el Apóstol Juan está recibiendo un continuo de revelaciones.
Este ángel vuela por el cielo como un águila, así como cuando las aves revoloteaban en el cielo antes de comenzar una batalla. Este volar del ángel, entonces, nos da la idea de un juicio que se aproxima.
El Evangelio eterno, se predica a los moradores de la tierra. En Apocalipsis se usa esta expresión para referirse a todos los habitantes de la tierra. Todos los habitantes de la tierra deben escuchar el Evangelio eterno de Dios, es una noticia que debe ser conocida por todo ser humano. Por eso el mandato es predicarlo a toda criatura:
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” Mr. 16:15.
“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” Mt. 24:14.
El mandato para la Iglesia es dar a conocer este mensaje, esta noticia de la obra de Cristo a toda criatura. Si nos llamamos Iglesia de Cristo, somos parte de este grupo que ha recibido este mandato. Como vimos a propósito de los 2 testigos del cap. 11, la congregación que no da testimonio del mensaje que ha recibido, no puede llamarse Iglesia.
Pero en este caso, no se presenta como buenas nuevas de salvación, sino como anuncio de juicio, llamando urgentemente a temer a Dios, adorarle, darle gloria. Tal como ha dicho Paul Washer, el Evangelio es una buena noticia para aquellos que creen, pero para quienes no creen es una sentencia de muerte. Es en este sentido que debemos entender este pasaje.
Este, entonces, mensaje ya no está en la clave de la gracia, sino en la del juicio. Ya no hablamos del Cordero entrando en un burrito en Jerusalén, rodeado de palmas y aclamaciones porque venía a traer salvación. Aquí hablamos del Cordero glorificado, con rostro del León de Judá, quien vendrá rodeado de sus ángeles para destruir a sus enemigos con la espada de su boca.
Se dice que este ángel hablo con “gran voz”. Se trata de una voz potente, poderosa, de modo que nadie puede decir que no escuchó este mensaje. Desde luego, no importa sólo oír el mensaje, sino la reacción que tenemos ante el mismo. Quienes oyeron la exhortación de Esteban, aquel mártir de la Iglesia primitiva, hicieron rechinar sus dientes en su contra y lo apedrearon. Lidia, la vendedora de púrpura de Tiatira, al escuchar el mensaje de Pablo que no era otra cosa que el Evangelio, estuvo atenta a sus palabras y creyó.
Este Evangelio eterno, entonces, no deja indiferente a nadie. Nadie queda impávido, sin ninguna reacción. O se le rechaza con furor, aunque sea disimulado, o se le acepta con arrepentimiento y fe, pero nadie queda indiferente ante esta “gran voz”.
El llamado se extiende a todos los habitantes de la tierra. Por el contexto del pasaje, vemos que se refiere a personas que todavía no han escuchado el llamado a adorar a Dios, a temerle, a guardarle reverencia, que hasta ahora han sido indiferentes al Dios que creó y sustenta todas las cosas, del cual todo ser viviente recibe la vida. Hasta ahora estas personas han vivido indiferentes al verdadero Dios, aunque hayan adorado a otro ser como un ídolo, aunque hayan puesto sus esperanzas en algo que llamaban “dios” pero que no era el Dios verdadero, que vino al mundo, se hizo hombre y habitó entre nosotros, el Cristo en quien habita toda la plenitud de la deidad.
Este llamado, entonces es a temer a Dios, darle gloria, adorarlo; y la razón urgente para hacer todas estas cosas es porque su juicio se aproxima. Deben creer en quien hizo todas las cosas, el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. Si vemos, aquí se refiere a los elementos, a los componentes de los que el hombre toma su alimento y puede tener lo necesario para vivir.
El hombre, como nos cuenta Romanos cap. 1, ha cambiado la gloria del Dios inmortal por cosas corruptibles, confundiendo la creación con el Creador. Por nuestro pecado, naturalmente tendemos a adorar las cosas que Dios ha hecho, en vez de adorar al Dios que ha hecho todas las cosas. Pero este ángel pone las cosas en orden. Llama a adorar, a temer, a dar gloria al Creador, a quien ha hecho todas las cosas y las sostiene en existencia.
Esto nuevamente nos lleva a Cristo. De Él se dice: “Porque en El fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para El. 17 Y Él es antes de todas las cosas, y en El todas las cosas permanecen” (Col. 1:16-17).
Los seres humanos de la tierra, todos aquellos que la habitan, entonces, deben dar gloria al Creador, a Cristo, en quien fueron hechas todas las cosas.
Qué distinto es este llamado al llamado que hace gran parte de la iglesia hoy. El llamado de hoy se centra en el hombre y sus intereses. Se dice a los no creyentes: “Dios es más grande que tu problema”, “Ven a Cristo y tus problemas terminarán”, “Ven a Cristo y sé sano de tus dolencias”, “Ven a Cristo y disfruta de la restauración en tu vida”. Se vende a Cristo como si fuera un producto o un servicio, como cualquier otro que la gente podría comprar en el supermercado o contratar por internet.
Este llamado de gran parte de la iglesia actual, este enfoque, no es más que blasfemia, una degradación del Cristo de la Palabra, un insulto al Creador de todas las cosas. El llamado verdadero es a temer a este gran Dios, a darle gloria, a adorarlo. El centro del llamado es Él, no nosotros. El enfoque del llamado es la gloria de Dios, no nuestras necesidades.
¡Claro que aquel que viene a Cristo es bendecido con su gracia y misericordia! ¡Claro que quien viene a Cristo ve cómo su vida se va transformando de gloria en gloria! Pero todo esto ocurre cuando hacemos el énfasis correcto, que es el Señor y su gloria, y no nuestros intereses y necesidades; y viene cuando entendemos los conceptos de “bendición”, “bienestar”, “salvación” y “restauración” según la Palabra de Dios, y no según nuestras propias ideas y opiniones de lo que estas palabras significan.
La esencia del mensaje del ángel, entonces, es realzar la diferencia entre adorar al Creador de todas las cosas, y adorar a la bestia, quien es sierva de satanás, el destructor y engañador.
II. 2do Ángel: La insensatez de la rebelión
(v. 8) El segundo ángel anuncia la caída de Babilonia, la gran ciudad, porque ha dado de beber a todas las naciones el vino del furor de su fornicación.
La reiteración al decir “ha caído”, nos habla del énfasis que el Señor quiere dar a este acontecimiento. Recordemos que los judíos, cuando querían destacar algo, lo repetían, como al decir que el Señor es Santo, Santo, Santo. Este acontecimiento de la caída de Babilonia, entonces, es muy importante.
Es un hecho que ya había profetizado Isaías: “Cayó, cayó Babilonia; y todos los ídolos de sus dioses quebrantó en tierra” (Is. 21:9).
Históricamente, Babilonia es el imperio que destruyó Jerusalén y el templo de Dios construido en esa ciudad. Como imperio había caído varios siglos antes de que el Apóstol Juan escribiera estas líneas anunciadas por el ángel. ¿A qué se refiere, entonces, cuando habla de Babilonia?
Mounce llama a Babilonia “símbolo del espíritu de impiedad que en todo tiempo seduce a las personas para que se aparten de la adoración del creador”. Se trata, entonces de una corrupción moral y espiritual, una confusión de la verdad con la mentira que lleva a las personas a no dar la gloria que corresponde sólo al Señor, y la desvía hacia otra cosa. Kistemaker sostiene que “Babilonia es enemiga de Dios que, como potencia mundial, oprime a los santos. De ahí que el nombre simbolice el gobierno del Anticristo que persiste hasta el fin del tiempo…”.
Entonces, como sistema de maldad, Babilonia no ha caído; pero su derrumbe es tan seguro, que el ángel lo anuncia como un hecho, y Juan lo escribe como si fuera parte del pasado. Todo esa esa torre de Babel que se alza arrogante y rebelde contra Dios, caerá sin contemplaciones, será destruida y desmenuzada.
Nosotros vemos hoy su soberbia, oímos sus blasfemias, pero por la Palabra de Dios sabemos que tiene sus días contados y que ya no será más. Podemos anunciar su caída con tanta seguridad como anunciamos un hecho que ya pasó.
Ahora, se nos dice que Babilonia hizo que todas las naciones bebieran del vino del furor de su fornicación. Esta es una referencia al libro de Jeremías: “En la mano del Señor Babilonia era una copa de oro que embriagaba a toda la tierra. Las naciones bebieron de su vino y se enloquecieron” (51:7).
Aquí se mencionan dos pecados que pueden desquiciar a una persona, haciendo que se sumerja en ellos y pierda el juicio; que son la embriaguez y la fornicación. Por algo dice la Palabra de Dios: “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Os. 4:11).
Con esto se nos está diciendo que “las naciones del mundo están intoxicadas con su repudio de Dios y de su revelación y se han vuelto hacia el culto del poder que rige todas las esferas de la vida” (Kistemaker).
La rebelión y la soberbia en contra del Señor hacen perder la cabeza, quien vive de esta manera, lejos de Dios y sin oír su Palabra, está viviendo sumergida en necedad y locura espiritual. Por más que se haga asesorar por gente que se considere sabia, por gurúes espirituales, por personas que se hagan llamar guías espirituales, motivadores o cualquier cosa que se le parezca, están sumidos en necedad, en insensatez, en irracionalidad, y encausarán su vida hacia la ruina y la destrucción.
Pero si nos fijamos en la referencia de Jeremías, Babilonia no deja de ser una copa en las manos del Señor, dando a beber al mundo el vino de su propia insensatez. Es la imagen del Señor entregando al mundo a su propia rebelión, abandonando a los rebeldes a la locura de su desobediencia, entregándolos a la mentira que ellos quisieron creer, en vez de volverse a la verdad y adorar a Dios. Es un instrumento por el cual el Señor entrega a los rebeldes a seguir su camino hacia las tinieblas más profundas.
Sólo la Palabra de Dios nos reforma hasta lo más profundo y renueva nuestra mente, permitiéndonos estar sobrios ante la embriaguez de este vino, y mantenernos puros ante la inmundicia de esta fornicación de Babilonia.
III. 3er Ángel: La consecuencia de la rebelión
(vv. 9-11) El tercer ángel advierte de las consecuencias de adorar a la bestia y a su imagen. Se dirige a los que ya están rendidos a sus pies, a los que ya se dejaron marcar por ella y están envueltos por tanto en el culto de idolatría a su imagen y su gobierno. La esencia de su mensaje es que la ira de Dios espera a los adoradores de la bestia.
Los adoradores de la bestia y de su imagen, es decir, aquellos que se rindan ante el sistema humano y terrenal, rebelde al Señor y a su Palabra, ante esa estructura de maldad mundial compuesta por todos los que no creen en Cristo y que rehúsan rendirse a Él como Señor; todos ellos entonces, recibirán el vino puro de la ira de Dios, deberán beber el vino no diluido en la copa de la ira de Dios, y esto no hay forma de evitarlo, no hay manera de huir de este momento.
Y justamente eso significa cuando dice que este vino de la ira ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira. Significa que este vino no será diluido. La ira de Dios se derramará completa sobre ellos, ni una gota de su furor se perderá, no se echará nada a este vino que pueda suavizar su efecto, su poder será completo, pleno; el enojo de Dios por el pecado y la desobediencia de los incrédulos se manifestará en su máxima expresión, se desplegará con toda su fuerza y sin nada que pueda detenerlo.
Puede que los adoradores de la bestia tengan los aplausos y la aprobación del mundo mientras su gobierno dure en la tierra, pero las consecuencias de haberse postrado ante su imagen son terribles: estas personas recibirán el vino de la ira de Dios, que será derramado puro en la copa de su ira. Serán atormentados eternamente, su castigo no tendrá fin. Es tan terrible la descripción, que dice que no tendrán reposo de día ni de noche, ninguno de los que adoró a la bestia o a su imagen.
La Escritura dice que serán atormentados con fuego y azufre. El fuego produce un dolor indescriptible, y el azufre emite un hedor a podrido insoportable. Los rebeldes a Dios pagarán por toda la eternidad con un sufrimiento imposible de describir.
Se nos dice que serán atormentados en la presencia de los santos ángeles y del Cordero. Esto nos indica que, contrario a lo que se cree, el infierno no es un lugar donde gobierna satanás. Satanás es uno más de los castigados. La verdad es que el infierno es gobernado por el mismo Dios, y Dios está presente allí, pero no en su forma amorosa y llena de gracia, sino derramando su ira contra la maldad.
Pero alguien puede preguntarse, ¿Cómo un Dios de amor puede derramar su ira de esta forma? Como muchos aquí han escuchado, si Dios es amor, Él debe odiar. Él ama infinitamente el bien, que es Él mismo, y por tanto odia infinitamente el mal, que es la rebelión a su voluntad. Tanto como Él ama con todo su Santo Ser, aquello que es conforme a su carácter, Él aborrece eternamente todo aquello que signifique rebelión en su contra. Es por eso que un solo pecado, por pequeño que parezca ante nuestros ojos, tiene como castigo la muerte eterna. Un solo pecado, por más minúsculo que nos parezca, merece la condenación por los siglos de los siglos. Entonces, porque Dios es infinitamente bueno y justo, el pecado es una ofensa eterna, que merece un castigo eterno, porque atenta contra un Dios eterno.
Y es por esto también que el eterno Hijo de Dios debió pagar el precio por nuestros pecados, para que aquellos que creen puedan ser salvos. Sólo el Hijo de Dios podía pagar esa condena de muerte eterna, sufriéndola en nuestro lugar. Lo que Cristo sufrió en la cruz no fue un simple castigo físico, sino la condena del infierno, la ira de Dios derramada sobre Él en lugar de los pecadores. Por eso Él puede salvar a todos los que creen en Él de esa muerte segura que espera a los pecadores.
Se nos dice que este tormento es por los siglos de los siglos, y que los adoradores de la bestia no tienen reposo ni de día ni de noche. ¿Podemos imaginar lo que es esto? Algunos dicen que el infierno es aquí en la tierra, pero esa afirmación no tiene sentido. Aun el más malvado de los que han pisado esta tierra, tenía momentos de tranquilidad, reposo, risas, placeres, satisfacciones, descanso. Disfrutaba del sol, de la lluvia, de las delicias de la comida, de los placeres del cuerpo, del reposo inigualable del sueño. Pero aquí en este lugar de tormento no hay reposo. No hay descanso. Cuando estás expuesto al frío, piensas en aquel momento en que serás confortado con calor, y finalmente te abrigas y te regocijas. En ese lugar no habrá alivio, no existe esa palabra. Cuando te encuentras bajo el sol abrasador, piensas en un vaso de agua y un lugar fresco, hasta que lo encuentras y te regocijas. Aquí no habrá vasos de agua ni lugares de refresco, sólo sed eterna, sed angustiante e interminable que nunca será saciada, un calor insoportable y envolvente que oprime el ser hasta destruirlo, pero que nunca terminará. Los adoradores de la bestia desearán la muerte y no la encontrarán, la muerte huirá de ellos. No hay reposo, no hay descanso.
Ellos rehusaron encontrar su reposo en Cristo durante su vida, y ahora en este lugar tienen lo que querían: estar sin Cristo para siempre. Lo que no quisieron aceptar es que sólo en Cristo hay verdadero reposo y verdadera paz. Pagarán el precio de su rebelión por los siglos de los siglos.
Alguien trató de definir la eternidad, dando el siguiente ejemplo: Imaginemos que existe una montaña de arena, del tamaño del monte Everest. Cada mil años, un gorrión vuela hacia esa montaña, y transporta solo un granito de arena, y lo lleva a otro lugar. A los siguientes mil años, vuelve a repetir la misma operación. Así vuelve a hacerlo por miles y miles de años. Cuando haya terminado su trabajo, ¡No habrá pasado ni un segundo en la eternidad!
IV. Conclusión - Vida y muerte de los santos
(vv. 12-13) La situación de los adoradores de la bestia contrasta con aquellos que son llamados santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
Se nos llama a tener paciencia en medio de las pruebas que vienen de vivir en un mundo rebelde al Señor y que adora a la bestia y a su imagen. Debemos tener en cuenta el terrible final que espera a quienes no quisieron someterse al Señor y a su Palabra, a quienes se entregaron al sistema rebelde de este mundo que se resistió a Cristo y que no quiso unirse a su Iglesia.
Sostenemos con fuerza y nunca transaremos en que la salvación es por la fe en Cristo, por creer en su Santo Evangelio. Pero con la misma fuerza diremos que la obra del Espíritu produce frutos de santificación en la vida del creyente, porque el Espíritu va forjando el carácter de Cristo en quien ha sido regenerado y renovado.
De un cristiano no sólo se dirá que cree, sino también que guarda los mandamientos de Dios. Una fe que puede perseverar constantemente en un camino distinto al de los mandamientos del Señor, es una fe falsa, engañosa e impostora. La verdadera fe nos lleva a amar la ley de nuestro Dios.
Quizá esta fe decaiga al ver la prosperidad de los malvados, al ver que a los desobedientes a Dios les va bien y que aumentan en poder y en influencia. Debemos concluir como el salmista cuando dice:
“En verdad, ¿de qué me sirve mantener mi corazón limpio y mis manos lavadas en la inocencia, 14 si todo el día me golpean y de mañana me castigan? 15 Si hubiera dicho: «Voy a hablar como ellos», habría traicionado a tu linaje. 16 Cuando traté de comprender todo esto, me resultó una carga insoportable, 17 hasta que entré en el santuario de Dios; allí comprendí cuál será el destino de los malvados: 18 En verdad, los has puesto en terreno resbaladizo, y los empujas a su propia destrucción. 19 ¡En un instante serán destruidos, totalmente consumidos por el terror!” (Sal. 73:15-19).
Debemos mantenernos de pie en fe, como viendo al invisible, sabiendo que Él destruirá a sus enemigos. Es su causa, no la nuestra. Es su creación, no la nuestra. Él es el Señor, nosotros simplemente sus siervos, que tenemos el enorme privilegio de trabajar para Él y haber sido rescatados de nuestros pecados y nuestra maldad por la obra de su amado Hijo Jesucristo.
La situación de los que adoran al Señor, de esos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, es diametralmente opuesta a la de los adoradores de la bestia. Mientras estos últimos son castigados eternamente y nunca tendrán reposo, los que mueren en el Señor descansarán de sus trabajos, porque sus obras siguen con ellos. Mientras los adoradores de la bestia beben el vino de la ira de Dios, los santos son llamados bienaventurados. Es tan gloriosa su situación, que aun en la muerte pueden ser llamados bienaventurados, felices, dichosos.
Sólo el cristiano puede ver la muerte como un descanso lleno de gozo. Quien no está en Cristo sólo puede esperar un tormento sin reposo, sin descanso alguno, por toda la eternidad.
Lo que vimos hoy es que la forma en que morimos, la forma en que damos ese paso a la eternidad sin retorno; es simplemente un reflejo de la forma en que vivimos. La forma en que vivamos, será la forma en que muramos. No hay opción: o adoramos a la bestia o adoramos a Cristo, o nos postramos ante la imagen de la bestia, o nos postramos ante Cristo reconociéndolo como Creador y Señor de todo. NO HAY OTRA OPCIÓN.
Por favor, te ruego que medites hoy en tus caminos: ¿Has creído en Cristo? ¿Te has rendido a Él, has entregado tu ser a sus pies? ¡Ve esa tumba vacía, Cristo resucitó y está reinando hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo sus pies! Si no has creído en Él, ahora es el momento para venir a los pies de la cruz y arrepentirte de tus pecados, y confesar que Él es el único que puede salvarte. Aún es tiempo, busca a Cristo mientras puede ser encontrado, llámalo mientras todavía está cercano y presto a salvarte. Habrá tiempo cuando llamarás y ya no se abrirá la puerta, cuando gritarás su nombre y Él no te escuchará. Cree en Cristo y sé salvo. Teme a Dios, dale gloria, adora a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas, porque la hora de su juicio ha llegado. Amén.