Guímel: Un siervo Refugiado en Su Palabra (Sal.119:17-24)

Nuevamente nos acercamos al continente del Salmo 119 bajo la serie: “Refugiados en Su Palabra”. Recordemos que este Salmo está dividido en 22 secciones según el alfabeto hebreo. Cada letra encabeza una sección partiendo con la letra “Alef”, “Bet”, “Guímel” y así sucesivamente. Al mismo tiempo, cada letra da inicio en el original hebreo a los versículos de su respectiva sección, dando vida a un acróstico el cual es un útil método literario para desarrollar la memorización. Hoy nos centraremos la tercera letra del alfabeto, Guímel: “Un siervo refugiado en Su Palabra”. En la sección anterior observamos al Salmista orando como un joven que ha entrado al mundo anhelando limpiar su camino, deseando un corazón puro, pero ahora ruega como un humilde siervo y peregrino que se halla en territorio enemigo, ora a Dios como quien conversa con un amigo, con toda cercanía y confianza.

1.La oración del siervo (vv.17-19)

El Salmista inicia con una petición: “Haz bien a tu siervo” (v.17). Reconoce a Dios no como un amo malvado, sino como la fuente de todo bien. Él nos recuerda que, para ser siervos de Dios, primero, debemos recibir de él para ser transformados. Primariamente es necesario que él nos sirva con sus bendiciones para luego bendecirle. Su propia fuerza es insuficiente, no puede “vivir verdaderamente” sin la bendición de la “vida” dada por Dios. Los siervos de Dios trabajamos por él, porque primeramente él ha trabajado “en” y “por” nosotros, servimos a Dios porque él nos “ha servido” encarnándose en el Rey Siervo Jesucristo, quien no vino a ser servido, sino a servir (Mr.10:45).

El corazón de la oración es obtener vida con un sublime propósito: “guardar la Palabra” (v.1). El Salmista clama por una capacidad genuina, deleitosa y responsable de vivir dedicado completamente a Dios, está persuadido que el gran objetivo de su existencia consiste en servir “a” Dios, no servirse “de” Dios. La verdadera vida no está en las bendiciones que Dios nos da, sino en él, “el bendecidor de nuestras almas”. Dios es el objetivo de su vida. Todos desean que se les otorgue tiempo para desarrollar lo que se ha denominado “proyecto de vida”, que se define como: “aquel plan fundamental para la existencia”. En dicho proyecto se invierte esfuerzo, dinero y años de vida llevando a cabo todas las acciones pertinentes para alcanzar sus objetivos. Por más minucioso que sea el plan, nosotros los arquitectos de nuestros sueños, no poseemos la facultad que solo Dios posee: “ser soberanos de nuestro destino”. No podemos controlar las adversidades, crisis, falta de tiempo o dinero, pero si aún el “proyecto de vida” va con todo a favor, sigue careciendo de lo fundamental: VIDA. Todo proyecto de vida sin Cristo va hacia una bancarrota segura, porque él es la vida verdadera, llámese como se llame el proyecto, vida sustentable o buen vivir, todo plan que no tenga a Cristo en su centro se marchita.

Pocos son los que meditan sobre el verdadero propósito de nuestra existencia, pero nosotros los tenemos claro: “Glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre”. Rom.12:8 dice: “Si vivimos para el Señor vivimos”. La única forma de lograr esa meta es con la Palabra en el corazón. El Salmista no quiere vivir para sí mismo, desea vivir para “guardar su tesoro” (la Palabra), no desea preservar su posición o acumular riquezas temporales, quiere convertirse en un humilde vaso de barro que en su interior conserve el precioso oro de la Palabra de Dios.

El siervo no solo pide vida, sino también la capacidad para vivir abundantemente, suplica para contemplar las maravillas de la ley de Dios (v.18). El Salmista no es ciego, sino que se ha dado cuenta de una realidad: “cada persona tiene dos sistemas visuales”. Tenemos nuestros ojos físicos y los ojos del corazón (según Ef.1:18 son “los ojos” del entendimiento). Nuestro segundo sistema visual es el más importante. Puedes ser ciego físicamente y tener una vida tolerable, pero si los ojos de tu corazón no te son abiertos, nunca experimentaras la luz de la vida. Podemos tener los ojos físicos cerrados, pero los ojos del alma siempre están viendo algo, siempre están fijos y enfocados en alguna esperanza. Tu visión física no es neutral es guiada por los ojos de tu corazón, ellos son el timón de tu vida y donde ellos estén posados ahí estará tu tesoro. El Salmista quiere ojos espirituales para contemplar la realidad dada por Dios sin las alteraciones del pecado.

El diagnóstico del Salmista es certero, el problema no está en la ley de Dios, sino en él, en su vista. Es consiente que la Palabra del Señor es perfecta, clara y sencilla, admite que ella es suficiente para darnos conocimiento absoluto de la verdad. Agudamente observa que nosotros tenemos el problema, somos incompatibles con las Escrituras, porque “no somos como ella”, no somos perfectos, ni claros ni sencillos, aún luchamos con las consecuencias del pecado en nuestra vida y eso dificulta la visión de nuestro entendimiento. No debemos presumir el ser regenerados, pues aun siendolos no tenemos una óptica perfecta. Los destinatarios de la carta a los Efesios ¿eran regenerados? Sí, pero Pablo ora por ellos así: “El Señor ilumine los ojos de vuestro entendimiento” (Ef.1:18). ¡Necesitamos al Espíritu Santo! No dándonos más revelación, sino actuando en donde está el problema: “nuestros corazones”. No pidamos otra ley, oremos para ver claramente la ley que se nos ha dado, ruega por el avivamiento del don que ya posees en Cristo, cuentas con más revelación de la que puedes comprender o disfrutar. Necesitamos ojos de fijos en las Escrituras, para que así permanezcamos vivos, auténticos e intensos en el amor de Dios.

Nosotros no tenemos a Moisés, David, Jeremías, Isaías o al apóstol Pablo para preguntarles por el significado de lo que escribieron, pero podemos pedir a Dios el mismo Espíritu, el Espíritu de Cristo (1 Pe.1:11) que los inspiro para poder comprender lo que escribieron. Durante su travesía por el desierto los Israelitas no entendían, a pesar de experimentar grandes señales y milagros. La razón de su problema no era intelectual, sino espiritual: “Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Dt.29:4). Esto es una gran advertencia para nosotros, cuidado, los milagros y señales no abren los ojos, eso es lo que buscan muchos hombres, sobre todo los del antievangelio de la prosperidad. Aunque contemples las siete maravillas del mundo ellas no tienen la potestad de abrir tus ojos, solo el poder del Espíritu.

Una excelente ilustración de esta verdad la encontramos en 2 Reyes 6. El rey de los sirios envía un ejército para prender al profeta Eliseo sitiando la ciudad y el siervo de Eliseo se llenó de preocupación y le pregunto a su señor: ¿Qué haremos? Y Eliseo respondió: “No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo”(2 Re. 6:16-17). Milagrosamente un ejército espiritual estaba a su favor, fue la oración de Eliseo la que abrió los ojos de su siervo. De la misma forma, cada vez que nos acercamos a la Palabra debemos rogar humildemente a nuestro amo y Señor que limpie nuestros ojos con colirio para ver las realidades espirituales que él ha puesto frente a nosotros para ser fortalecidos con poder.

Nadie puede crecer en el conocimiento de la Palabra de Dios siendo pasivo o negligente en su discernimiento espiritual, debes usar diligentemente los medios de gracia que él ha concedido para ver con claridad. Miremos la exposición del Apóstol Pablo a los Efesios sobre este asunto. En Ef. 1:16-18 Pablo ora así: “Hago memoria en mis oraciones para que…. Dios alumbre los ojos de vuestro entendimiento” (Ef.1:16-18), y en el mismo libro dice lo siguiente: para que leyendo puedan entender el conocimiento del misterio del Cristo (Ef.3:4). ¿Qué debemos hacer? ¿Orar? Sí. ¿Leer? Sí. La apertura de nuestros ojos depende de ambas cosas, de la obra del Espíritu solicitada en oración y de la obra informadora de la Palabra, es una dupla que siempre actúa en conjunto.

¿Qué es lo que miramos la perfecta ley del Señor? La respuesta está en 2 Co.3:18: Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Co.3:18). El punto es este: cuando el Espíritu Santo abre nuestros ojos contemplamos la belleza, la gloria y la suficiencia Cristo, contemplarle implica ser transformados a su imagen, su vida, su carácter se convierte en nuestra. Esa es la oración de los siervos del Señor, llegar a ser semejantes a su amo, eso sólo se puede lograr por medio de una vía: contemplando y amando Su Palabra. Admirar las torres del paine, un amanecer, una escultura, una pintura, a tu hijo recién nacido, a tu cónyuge son cosas hermosas, pero no transforman como lo hace Cristo y su Palabra. Si te sientes más atraído por estas cosas que por la excelencia de las Escrituras probablemente aún estas ciego o necesitas urgentemente colirio para limpiar tu visión.

Nuestras facultades se vuelven verdaderamente humanas cuando miramos a Dios en la faz de su Hijo Jesucristo, el verdadero Hombre, nuestro Adán: él es la maravilla de la ley. Rom. 10:4 dice: “el fin de la ley es Cristo”. No somos salvos por cumplir la ley, sino que somos salvos por Cristo quien cumplió la ley por nosotros y nos ha dado su Espíritu para que “en él” andemos en sus estatutos (Ez.36:27). Viendo la ley me doy cuenta de que no puedo cumplirla, es en nuestra incompetencia que corremos a Cristo buscando refugio haciendo nuestra esta oración: Abre mis ojos oh, Señor, para ver la maravilla de Cristo en tu ley”. No olvides esto, una de las cosas más maravillosas que encontraras en su ley es que Cristo te ama tal cual eres, roto, degradado, quebrantado. Si estas en Cristo, él te ama y te dice: El que me sigue no andará en tinieblas” (Jn.8:12)

En el v.19 el Salmista amplía las razones de su petición. No solo estamos ante un siervo, sino también ante un peregrino que anhela fervorosamente el poder de la Palabra, para él esta tierra era solo una morada temporal. Por más civilizada, sofisticada, cómoda, atractiva y lujosa que puedan ser las ciudades de este mundo los siervos de Dios no encuentran satisfacción en ellas ni en sus leyes. Nuestros ojos espirituales han sido abiertos teniendo total certeza de nuestro destino. Nuestra esperanza está más allá de esta tierra de cardos y espinos. Nuestro peregrinaje es un viaje pasajero, es un entrenamiento establecido por Dios para equiparnos para el reino venidero, sus humildes siervos serán los pioneros que heredarán la nueva creación (Sal.37:11). Los peregrinos del pasado: Abraham, Isaac y Jacob, tenían esta esperanza, “anhelaban la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb.11:10). Jacob, en sus últimos días, luego de subir a Egipto para encontrarse con su hijo José, dijo: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida (Gén.47:9a). Su peregrinaje fue un complejo proceso de dolor, quebrantamiento y transformación, ya no era más Jacob el engañador, sino el príncipe Israel, un padre de la Fe. Al cruzar el “río de la muerte”, sus días nunca más fueron “pocos y malos”, sino todo lo contrario, “muchos y buenos”. Si Jacob el engañador fue transformado en un humilde siervo de Dios, tú también, la gracia de Dios es suficiente.

El humilde siervo descrito en estos versículos es nuestro Señor Jesucristo. Él es el bendito hombre que vivió guardando perfectamente la Palabra, sus ojos espirituales siempre estuvieron abiertos y atentos a la voluntad del Padre, siempre se mantuvo lleno del Espíritu Santo iluminando los ojos de los ciegos. Siempre comprendió en plenitud la Palabra, porque él es la Palabra, él es el forastero de este Salmo quien dejo el cielo para venir a buscarnos, quien nos encontró cubiertos de pecado y nos rescató humillándose hasta la muerte para convertirnos en sus siervos.

2.El deseo del siervo (vv.20-21)

El salmista nos muestra que la humildad y la soberbia están definidos por la relación que tengamos con la Palabra. Los humildes desean y aman los mandamientos del Señor, mientras que los soberbios se desvían de (es decir, pecan).

El Salmista declara que el inicio de todo avivamiento verdadero es el quebrantamiento. Dicho proceso nunca es indoloro, siempre humilla buscando generar una verdadera dependencia de Dios. Generalmente asociamos erróneamente el quebrantamiento con algo triste y sombrío, pero bíblicamente su fruto trae alivio y profundo gozo. No es un sentimiento, emoción o una mala experiencia, es una decisión, es un acto de la voluntad, un estilo de vida que debemos cultivar. Es vivir cada instante en acuerdo con Dios respecto a la verdadera condición de nuestro corazón, es una lápida que pone fin a nuestra propia voluntad, es decirle sí a Dios sin poner resistencia, dejando que él forme un corazón contrito. En el quebrantamiento voluntariamente aceptamos que Dios trabaje en nuestras almas triturando en pequeñas partículas nuestro orgullo, en ese proceso él no destruye tu personalidad, al contrario, construye un nuevo hombre a la imagen de Cristo derribando nuestra vieja voluntad obstinada. Es estar dispuesto a morir para tener vida, despojándonos de la confianza en nosotros mismos y renunciar a nuestra propia autodeterminación. Muchas veces anhelamos un pentecostés indoloro, divertido y liviano, pero en el reino de Dios el camino hacia arriba es paradójicamente el camino hacia abajo. El camino hacia la exaltación es la humillación.

Como dijo Martín Lutero: Dios crea a partir de la nada, por eso es que, a menos que deseemos ser nada, Dios no trabajara en nuestros corazones. Las bendiciones de Dios fluyen a través de los quebrantados, él da gracia a los humildes (Stg. 4:6). Así como el agua busca y llena los lugares más bajos, si Dios nos encuentra humillados, él llenara nuestros corazones de su gloria y poder. Is. 57:15 nos muestra una maravilla de la ley, Dios tiene dos moradas: Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Por lo general, los reyes viven en lugares de eminencia rodeados con gente de poder e influencia, pero nuestro Rey Siervo se identifica con nosotros morando en nuestros corazones para vivificarnos. Eso debería ser una energizante motivación en tu vida, no esperes a ser quebrantado por Dios con alguna experiencia especial o aflicción, escoge el camino del Salmista: “elige ser quebrantado”. El Apóstol Pedro nos invita a ese tipo de vida: “Humíllense bajo la mano poderosa de Dios” (1 Pe.5:6). Solo la Palabra de Dios puede moldear un corazón contrito: ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra? (Jer.23:29). La Palabra es el martillo que golpea nuestro orgullo y que hace trizas todas nuestras torres de Babel, pero al mismo tiempo es el bálsamo que sana nuestros corazones. Como los niños recién nacidos, tengamos un santo deseo por la “leche espiritual de la Palabra” (1 Pe.2:2), ella es la única que tiene “vida”, “da vida” y “nutre la vida” que hemos adquirido en Cristo.

El v.21 muestra el contraste abismal entre los humildes y los soberbios. Mientras que los quebrantados son bendecidos por Dios, los soberbios son reprendidos y maldecidos por decisión propia, su autodeterminación los lleva a la condenación. La soberbia es el más profundo escepticismo, es ateísmo absoluto, es el completo estado de la mente en contra de Dios. Es alejarnos de Dios en busca de autosatisfacción. La fe del siervo y la soberbia del impío se contraponen. La fe verdadera humilla, porque los quebrantados confían en la obra de Cristo y no su propio desempeño, pero la soberbia promueve la autoconfianza y la insurrección. Toda rebelión es hija de la soberbia, es la semilla que da fruto a todo motín contra Dios, es la huella digital de cada crimen del pecado.

¿Qué dice la Palabra sobre los soberbios? Dios los aborrece (Pro.6:16-17; 16:5); los mira de lejos (138:6) los resiste (Stg.4:6). ¿Pero por qué? Así como el codicioso desea los bienes de otros, de la misma forma el soberbio anhela la gloria y el honor de Dios, desea usurpar el sitial del Señor, pero él no comparte su Gloria con nadie (Is.42:8). Prov.15:25 anuncia que el Señor “asolará” la casa de los soberbios derrumbando todas las torres de Babel que el hombre se haya construido.

En la historia de la redención el Señor derroto sistemáticamente a sus soberbios enemigos. Venció a los egipcios, asirios y babilónicos, pero siempre estos cardos y espinos” vuelven a resurgir de la tierra, de hecho Sal.97:2 dice: “los impíos (soberbios) brotan como la hierba”. Pero el Señor en el día final los sacara para siempre de raíz (Is.13:9). Él permite que el trigo y la cizaña, los quebrantados y los soberbios coexistan en este mundo, pero en el día final, el Señor limpiara su era y recogerá el trigo (los humildes) del granero y quemara la paja (los soberbios) en fuego que nunca se apaga (Mt.3:12).

Un nacido de nuevo nunca se caracteriza por la soberbia, pero es necesario examinarnos permanentemente. ¿Aún pecas? Pues sí. Entonces, aún hay soberbia en tu vida que debe ser triturada por el martillo de la Palabra y la gracia de Dios, porque cada pecado es generado por la semilla del orgullo. Recordemos lo que el Ps. Joe nos exhortaba la semana pasada: la distinción no es entre bueno o malos, sino entre orgullosos y quebrantados. Responde internamente a estas preguntas: ¿Te concentras más en las faltas de los demás que en las tuyas? ¿Te crees superior moralmente subestimando a otros? ¿Siempre quieres demostrar que tienes razón protegiéndote a ti mismo? ¿Solo anhelas ser servido y exaltado? ¿Eres rápido en culpar a los demás y lento en confesar tus pecados? Ten cuidado del poder de la soberbia, es un torrente peligroso que puede ahogar nuestra vida de piedad. Escucha esta enfática advertencia: la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella (Nm.15:30-31). La relación que tengas con la Palabra define si eres un quebrantado o un soberbio. Ten cuidado, menospreciar los consejos de la Palabra que domingo a domingo escuchamos, ignorar la consejería bíblica, desestimar las amorosas exhortaciones de nuestros hermanos nos pueden llevar a ser orgullosos ofensores del Señor, pues significa que estamos erigiendo nuestra vida en nuestra propia opinión y prudencia.

No termines como los soberbios, si has levantado tu propia torre de Babel es tiempo que medites cuán lejos te ha llevado tu pecado, cuán lejos de la casa del Padre te ha llevado tu insensatez; arrepiéntete de tu rebelión y vuelve al Señor. Esta es tu esperanza: la Cruz. Jesús, el hombre de corazón quebrantado murió por los soberbios, se “humilló haciéndose obediente hasta la muerte de Cruz” (Fil.2:6-8). Dio su sangre en el madero para transformarnos de soberbios resistidos por Dios, a siervos humildes receptores de su gracia (Stg.4:6). Elige ser un quebrantado y él vendará todas las heridas provocadas por el pecado de la soberbia (Is.61:1).

3.El consuelo del Siervo (vv.22-20)

El v.22 nos muestra que el ataque natural de los soberbios contra los siervos del Señor es pagarles con oprobio y menosprecio. El libro de Nehemías muestra que cuando el pueblo de Dios estaba reconstruyendo el templo y la ciudad los soberbios Sanbalat y Tobías se levantaron contra el pueblo amenazando y desalentando. Nehemías clama al Señor diciendo: “Oye, oh Dios nuestro, que somos objeto de su menosprecio” (Neh.4:4). Ante el agravio lo mejor que podemos hacer es orar, ir al trono celestial, al tribunal supremo y dejar todo en manos del Juez de la tierra, en vez de alimentar el resentimiento. Debemos aprender a dar lugar a la justa ira de Dios (Rom.12:19), nuestro Señor volverá y ejecutará “el día de la venganza de nuestro Dios” (Is.61:2) dando el justo pago a los soberbios que menospreciaron a su pueblo. Los que un día juzgaron injustamente al rebaño de Israel serán juzgados por el Pastor de las ovejas.

Este Salmo nos enseña que caminar en humildad no nos libra de las lenguas afiladas y venenosas de los soberbios. Entendamos esto: “nuestros esfuerzos por guardar la ley no son aplaudidos por el mundo”. Ellos están contra Cristo, contra su Palabra y su pueblo. Sus burlas, enojos y menosprecio son afrentas que tenemos y tendremos que experimentar. El Señor lo dijo: “en el mundo tendréis aflicción” (Jn.16:33). Si el Señor lo dijo no podemos esperemos otra cosa. Miremos con detenimiento lo que dice el Apóstol Pedro sobre el mundo: “A éstos (incrédulos) les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan” (1 Pe.4:4). Nuestra conducta ofende al mundo, porque no seguimos ni su ruta ni su ritmo, nuestro lenguaje y comportamiento son cosas extrañas para ellos, sus ultrajes son el resultado natural de no reconocernos como “nativos” de su tierra. ¿Cómo hemos de reaccionar? Debemos seguir las huellas del Siervo Sufriente: “(quien) cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia” (1 Pe.2:23). La humildad y sumisión de Cristo no fueron una evidencia de debilidad, sino de poder. Él pudo enviar a los ejércitos celestiales para que los rescataran de los romanos y judíos, pero su comportamiento al ir a la Cruz fue prueba de que tenía el control total de la situación. De la misma forma nosotros, al ser perseguidos por causa de la Palabra debemos encomendarnos a quien tiene el control de todas las cosas.

Richard Wrumbrand, el pastor luterano de Rumania, paso 14 años en una cárcel por su fe en Jesús, donde día a día era ultrajado (ofendido). Se le prohibía orar y cuando uno de sus carceleros, le reprocho porque estaba clamando al Señor, le pregunto: ¿por quién oras? Él le respondió: “por tí, estoy orando por tí”. Mt.5:44 dice: “orad por quienes os ultrajan”. No hay mayor muestra de amor que ese, orar por quienes están cegados en su entendimiento, rogar por las almas de aquellos a los cuales aún no les ha resplandecido la luz del Evangelio (2 Co.4:4), porque nosotros alguna vez también fuimos ciegos y caminábamos en la dirección equivocada hasta que salió a nuestro encuentro nuestro Salvador.

El v.23 nos muestra que no solo el pecador de “a pie” está en contra de los siervos de Dios, sino también los príncipes, los gobernadores, los que supuestamente están para administrar justicia, se sentaron para escarnecer (Sal.1:1) al siervo del Señor. Pero en lugar de angustiarse el Salmista meditaba en los estatutos del Señor. Las acusaciones de estos príncipes no valían ni cinco minutos de la santa meditación del siervo del Señor. La comodidad, consuelo y seguridad que la Palabra brinda es más efectiva que cualquier defensa que podamos dar. Sin duda, muchas veces necesitaremos hacer defensa de la fe, contendiendo ardientemente por la Palabra de Dios, pero cuando seamos acusados por nuestra identidad, en lugar de defendernos, que es nuestra tendencia natural, debemos meditar en la Palabra. En lugar de perder la quietud y amargarnos, es necesario oxigenar nuestra alma con el poder de la Palabra. Cuando en los campos hay exceso de agua, los labradores surcan zanjas para que el agua pueda escurrir, de la misma forma, cuando nuestra mente está abrumada por el mar de aflicción, debemos hacer que la Palabra haga surcos en nuestros pensamientos que nos lleven al consuelo de la gracia de Dios. Es en ese momento en que necesitamos la dulzura y el consejo de la Palabra.

La prueba decisiva de nuestro deleite y satisfacción en la Palabra viene cuando la obediencia a ella es probada en la aflicción. Obedecer significa estar cerca de Él, cerca de sus dulces instrucciones. Él prometió en el Sal.23:5 que “prepararía una mesa en presencia de nuestros angustiadores”. La meditación de la Palabra en medio de la aflicción nos capacita para disfrutar del banquete de la gracia de Su Palabra, donde degustamos el necesario potencial del fruto del Espíritu: del amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Las amenazas pueden estar a la puerta del banquete del Señor, pero, aun así, podemos deleitarnos en la carne sólida (1 Co.3:1-4), en el pan (Mt. 4:4), en la miel (Sal.119:103) y leche (1 Pe.2:2) de su Palabra.

Quien encarno fielmente esta actitud fue nuestro Señor Jesucristo. Mt. 27:12-13 dice: “siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió. Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho”. Los principales sacerdotes habían descrito a Jesús ante Pilato como una persona tumultuosa, alborotadora, agresiva, pero descubrió a un individuo totalmente en control de la situación, tranquilo, noble y sereno, pues su vida encarnaba perfectamente el fruto del Espíritu al siempre meditar en los mandamientos de su Padre.

En la Palabra no solo nos encontramos con un banquete deleitoso, sino que también con los consejos (v.24) del Admirable consejero (Is.9:6). Nunca ha habido algo que Jesús no sepa, su consejo es infalible, cada una de sus instrucciones es maravillosa, sus opiniones extraordinarias, sus recomendaciones impresionantes. El consejo de Cristo tiene un sello de garantía para nosotros. Un consejero verdadero es una persona experimentada, capaz de colocarse en el lugar del aconsejado. Cristo es perfecto consejero porque él experimento nuestras mismas luchas, según Heb.4:15 fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado “. Él es totalmente conocedor de la naturaleza humana, conoce tus angustias y pesares, por lo que su consejo plasmado en la Palabra está impregnado de compasión, él se identificó con nosotros y no sólo es capaz de exhortarnos, sino también consolarnos y él lo hace a través de Su Palabra. La reina de Saba viajo kilómetros y kilómetros para escuchar la sabiduría y el consejo de Salomón, de la misma manera muchos hoy leen libros, buscan gurús, navegan en las redes sociales, viajan en travesías místicas para escuchar la sabiduría del mundo, invierten recursos para oír los consejos vanos de los hombres para saber qué hacer con sus vidas, pero nosotros no tenemos necesidad hacer eso, porque en la maravillosa ley de Dios tenemos “Algo más grande que Salomón” (Mt.12:42) a Jesús y a su multitud de consejeros: Moisés, David, Samuel, Pablo, Santiago, Juan, entre otros; en los cuales tenemos acceso a su consejería y a una segura victoria (Prov.24:6). El v.22 dice: “Aparta de mí el oprobio y el menosprecio”. Todo siervo que ha realizado esta oración ha sido apartado del oprobio del infierno y de la muerte. Pero ese oprobio debió ser cargado a la cuenta de alguien más. Is.25:8 dice lo siguiente: “El destruirá la muerte para siempre; el Señor DIOS enjugará las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque el SEÑOR ha hablado. (Is. 25:8 LBLA). Jesús, el Siervo sufriente no tuvo vergüenza de cargar tu vergüenza y morir por tus iniquidades. Como dice Heb.12:2 por el gozo puesto delante de él ¡sufrió la Cruz! menospreciando “el oprobio”. Llevó tu pecado para hacerte feliz en Dios, sembró en oprobio, más resucito en gloria (1 Co.15:43).

Llegará el día en que serás convertido en un perfecto siervo de Dios, vivirás en plenitud guardando la Palabra del Señor porque serás como él, sin pecado. Ya no será necesario pedir que se abran nuestros ojos, porque tendremos la visión del Señor, nunca más seremos forasteros porque habremos llegado a nuestra patria celestial. Nunca más lidiaras con un orgulloso corazón, pues tendrás el humilde corazón del perfecto Siervo, el de nuestro amado Jesucristo. En aquella ciudad no habrá más soberbios que nos acusen, sino que nosotros nos sentaremos junto a nuestro hermano mayor y reinaremos sobre la tierra (Ap.5:10). Estaremos eternamente en un banquete y seremos recompensados con el servicio del Admirable consejero: Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles (Lc.12:37; Is.25:6). El Rey Siervo nos servirá y nosotros sus siervos estaremos capacitados por él para estar delante de su trono sirviéndole en perfección por los siglos de los siglos (Ap.7:15). Nos convertiremos en siervos que eternamente estarán refugiados en Su Palabra.