Por Álex Figueroa F.
Texto base: Apocalipsis 18
Como vimos el domingo pasado, Babilonia, que es “la gran ciudad”, ya aparecía en el pasaje de los dos testigos de Apocalipsis 11, que dijimos que representaban a la Iglesia. También aparece en el cap. 14, cuando los 3 ángeles hicieron un llamado al arrepentimiento al mundo, y anunciaron que Babilonia había caído. Luego, en el cap. 16 se nos dice que al derramarse la 7ª copa de la ira de Dios, Babilonia fue destruida.
El mensaje anterior vimos quién era esta Babilonia, esta gran ramera, esta gran ciudad, madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra, y pudimos apreciar que en la Biblia está claro que Cristo la derrotará y compartirá su victoria con los suyos.
¿Qué es entonces Babilonia, esta gran ciudad?
Babilonia es un símbolo en el lenguaje profético. En libros como Isaías, Jeremías y Ezequiel se anuncian grandes juicios contra Babilonia, que representa la corrupción moral, espiritual y religiosa, y podríamos decir también política. Representa en gobierno humano corrupto, el poder humano, la perversión y la inmoralidad.
Babilonia es un sistema de maldad, una estructura de corrupción en el sentido moral y espiritual. El comentarista Simón Kistemaker nos dice que es el “símbolo de todo mal dirigido contra Dios”. Tengamos en cuenta que se le define como “LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA”. “Es la madre superiora de todos los que cometen prostitución espiritual al rendir culto a la bestia… Es la fuente de todo lo malo que se dirige contra Dios: difamación, homicidio, inmoralidad, corrupción, vulgaridad, lenguaje obsceno y codicia… los enemigos de Dios pertenecen a la madre de las abominaciones y sufren las consecuencias”.
En otras palabras, es el “símbolo del espíritu de impiedad que en todo tiempo seduce a las personas para que se aparten de la adoración del creador” (Mounce).
Esta gran ramera ha hecho que las naciones beban el vino de su fornicación, que se intoxiquen con su pecado, su rebelión y su blasfemia, con su insolencia delante de Dios y su profunda maldad.
Esta prostituta, además, está llena de símbolos de riqueza y poder económico, ya que está vestida de púrpura y escarlata, que eran vestidos que sólo podían tener los ricos y poderosos, y además tenía joyas y adornos de oro. Este sistema humano rebelde a Dios, entonces, cuenta con poder económico, es rico, está lleno de los bienes de la tierra, pero está corrupto en su seno, está muerto y podrido espiritualmente, tanto que sus riquezas y joyas se envilecen por su inmundicia, como cuando dice que tiene en su mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación.
Este sistema humano-satánico rebelde a Dios, como es lógico y esperable, canaliza su odio a Dios persiguiendo a la Iglesia. Está ebria de la sangre de los santos, de aquellos que dan testimonio de Jesús. Se trata entonces de un sistema político, espiritual, moral, religioso, económico e ideológico que surge de la humanidad corrupta y está dirigida por satanás; y que persigue a la Iglesia con furor porque odia al Dios de la Iglesia. Odia a Cristo, por tanto odiará también a su pueblo, y querrá hacerlo desaparecer.
Aquí debemos entender algo, porque la idea en nuestro tiempo es distinta a la del tiempo de Juan. En aquel tiempo, la idea principal cuando uno se refería al poder político de un pueblo, no era la idea de país o Estado, como hoy hablaríamos de Chile, Argentina, Francia o Rusia. En ese tiempo la idea equivalente a lo que nosotros pensamos cuando hablamos de país, es “ciudad”. Por eso se hablaba de Jerusalén, Atenas, Esparta, Roma, Cartago. Eran ciudades muy grandes y poderosas que nacían de un pueblo, de un grupo de personas del mismo origen. Además, para ellos era impensada la separación entre la religión y el poder político. Para ellos el pueblo, la ciudad, la religión y el gobierno eran un todo, en sus mentes estaba todo unido, era impensado pensar en estas cosas como categorías separadas.
Entonces, cuando hablamos de Babilonia tenemos que pensar en una ciudadanía, como hoy hablamos de nacionalidad. Aquí el Señor nos está hablando de la ciudadanía, la nacionalidad de los rebeldes a su Palabra, la nacionalidad de quienes no han creído en Cristo. Más allá de que hablemos de ingleses, de mexicanos, de italianos o sudafricanos, todos los que no creen en Cristo pertenecen a Babilonia, son ciudadanos de esta gran ciudad, su nacionalidad es babilonios.
Esta ciudadanía contrasta con la de los cristianos. ¿Cuál es nuestra ciudad? La Nueva Jerusalén. Esa es nuestra nacionalidad, más allá de nuestro país terrenal, pertenecemos a la Nueva Jerusalén. Estas son las dos grandes ciudades que se muestran en Apocalipsis: Babilonia y la Nueva Jerusalén, y sus ciudadanos tienen destinos diametralmente opuestos. Babilonia es la ciudadanía mundana, terrenal, que nace del hombre, la que pertenece a este mundo corrupto y de maldad. La Nueva Jerusalén es la ciudadanía espiritual, que viene del Cielo, que nace de Dios, y a la que sólo se puede pertenecer por los méritos de Cristo. Podríamos decir que la única forma de ser ciudadanos de la Nueva Jerusalén es la nacionalidad por gracia.
Por algo el Apóstol Pablo dice: “la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros” (Gá. 4:26), y también afirma: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).
Causas de la caída
Debemos notar una vez más que se dice que “cayó” Babilonia, es decir, su caída se cuenta como si fuera un hecho pasado, pero todavía no ha ocurrido. Esto nos habla de que es absolutamente seguro que el mundo rebelde al Señor, la ciudad de pecado, caerá y será destruida, y este texto una vez nos deja muy claro que su destrucción viene de parte del Señor.
Esta caída y esta destrucción, entonces, la lidera nuestro buen Dios. Y Babilonia cae por el peso de sus propios pecados. Ha hecho que las naciones beban del vino de su fornicación. Ha intoxicado al mundo con su maldad, con su rebelión contra el Señor, con su adoración a sí misma, con su violencia, con sus homicidios, con su codicia y sus riquezas.
Los reyes de la tierra fornicaron con esta gran ramera, se involucraron íntimamente y encontraron satisfacción a su deseo en una relación ilegítima, promiscua, sucia. El poder es promiscuo. El poder embriaga, hace perder el sentido y la noción de la realidad. Por eso se dice que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Quienes tienen poder harán lo necesario para mantenerlo. Formarán alianzas con quien deban formarlas, pero estarán dispuestos a romperlas y traicionar a sus aliados para formar nuevas alianzas que les traigan más poder, o cuando vean que simplemente pueden someter o eliminar a sus competidores. El poder es egoísta, nada es más egoísta que el ser humano cuando tiene un deseo ardiente por algo. No deja que nada se interponga, que nada obstaculice su camino hacia el objetivo, que es satisfacer el deseo.
Babilonia es la suma del poder humano, concentra toda manifestación de poder terrenal y corrupto. Ejerce su poder de manera completa, pareciera que nada la puede destruir o poner en riesgo, pero el Señor la desmenuzará, la destruirá por completo hasta dejarla en ruinas.
Además, los mercaderes de la tierra se enriquecieron con el poder y la riqueza de su lujo. Babilonia despilfarra sus riquezas, cree ser rica y no sabe que está podrida, corrupta y que tiene sus días contados. La riqueza de Babilonia atrae a los codiciosos, a los que buscan acumular bienes hasta llenar la tierra.
Riqueza y poder suelen ir juntos, aunque se distinguen. Con la riqueza puedes comprar bienes, pero con el poder puedes comprar almas. Babilonia es el lugar en el que los reyes pueden llegar a ser poderosos, y los mercaderes pueden multiplicar sus riquezas, todo esto viviendo vidas lejos del Señor y de su voluntad.
Pero sus pecados se han acumulado, se han amontonado hasta el cielo, y Dios se acordó de sus maldades. Esto nos da la idea de que sus pecados se fueron acumulando como la basura en un vertedero, cada vez más hasta llegar al cielo, hasta poner toda esa basura a Dios en su rostro, toda esa podredumbre, esa putrefacción, esa rebelión en su contra, por lo que Dios ordena pagarle según sus obras, devolverle todo ese río de maldades que ha hecho. Recibirá todo ese veneno intoxicante que ella dio a beber a las naciones, todo ese vino de fornicación se trasformará en la copa del vino puro de la ira de Dios derramado en su contra.
Entonces, Dios hará justicia contra esta ciudad del pecado, y la destruirá por sus obras y su maldad.
Además, Babilonia se glorificó a sí misma, tal como los constructores de la torre de Babel que querían hacerse un nombre famoso. Estos rebeldes vivieron para sí mismos, en vez de vivir para el Señor. No reconocieron a Dios en sus caminos, por tanto el los destruirá. Se pusieron en el lugar de Dios queriendo usurpar su gloria, y al vivir sensualmente y lujosamente, demostraron que su vida estaba enfocada en ellos mismos, los ciudadanos de Babilonia se dedicaron a agradarse a sí mismos, a honrarse a sí mismos, en vez de a Dios.
Babilonia se creyó eterna, creyó que nunca vendría mal sobre ella, decía “‘Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda y nunca veré duelo (llanto)’” (v. 7). Pero su destrucción será repentina y definitiva, esta ciudad ramera no podrá levantarse nunca más de los escombros.
Entonces, Babilonia ha caído por fornicar con los reyes, por codiciar y adorar las riquezas, por su sensualidad y mundanalidad, por su rebelión contra Dios, porque sus pecados han llegado hasta el cielo y no han tenido vergüenza ni se han arrepentido de pecar frente al Señor, porque se glorificó a sí misma y no dio gloria al Señor, por haber creído que su poder nacía de ella y era para su propia exaltación.
Sumado a todo esto, está su violencia y persecución contra los santos. Recordemos que en las Escrituras, los santos no son aquellos cristianos que han sido canonizados por el Papa, sino que “santo” es sinónimo de cristiano. Dice el v. 24 que “Y en ella fue hallada la sangre de los profetas, de los santos y de todos los que habían sido muertos sobre la tierra”. Los ciudadanos de Babilonia odian a Dios, por tanto odian también a su pueblo. Aborrecen a Cristo en sus corazones, por tanto también aborrecen al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, los creyentes. Busca destruir a la Iglesia, es un instrumento de satanás que persigue al pueblo de Dios de muchas maneras: puede ser con violencia, con masacres, con maltratos, con insultos, menosprecios, pero también puede ser con engaños, con seducción, con distracción, entreteniendo a los creyentes con la copa que tiene en su mano, ese vino de inmundicia y fornicación.
Aquí vale la pena recordar que estamos hablando de ciudadanías. No hay lugar para la neutralidad, espiritualmente no hay algo así como Suiza, una nación neutral. Espiritualmente o somos ciudadanos de la Nueva Jerusalén, o somos ciudadanos de Babilonia, esta gran ramera madre de todas las abominaciones.
¿A quién o a qué estás dedicando tu vida? Si vives para ti mismo, si crees que la vida consiste en los bienes que posees, o en tener poder, si lo más importante para ti es sentirte bien, tu felicidad, tu bienestar, si esto caracteriza tu vida, eres un ciudadano de Babilonia. Ojo, no es necesario que seas rico para que seas codicioso. Puedes ser pobre y tener un corazón lleno de codicia de los bienes terrenales. Tampoco es necesario que seas un Ministro o un Senador para anhelar poder. Basta que ansíes reconocimiento, que ansíes ser considerado, ser visto, tener un nombre famoso. Con todo esto tu corazón está evidenciando que ansía poder.
Como hemos dicho antes, puedes tener tu cuerpo sentado en una banca de la iglesia mientras tu corazón está en Babilonia. Puedes mencionar a Cristo en tus labios, y al mismo tiempo ser un ciudadano de la gran ramera. Una ciudad, más que por sus edificios, sus parques y sus calles, está hecha por sus ciudadanos. Lo que le da la identidad a Babilonia es el corazón corrupto y lleno de tinieblas de sus ciudadanos. La caída de Babilonia es la consecuencia de la condena a sus ciudadanos, quienes colmaron la paciencia del Señor con su rebelión.
Efectos de la caída
¿Qué podemos decir de esta caída?
Es una caída inesperada, sorpresiva. La misma Babilonia nunca pensó que iba a caer, decía que estaba sentada como reina, que nunca vería duelo, pero su caída vino sobre ella y nada pudo hacer para defenderse ni impedirlo. El mundo incrédulo y rebelde a Dios piensa que será eterno, que su poder no se desvanecerá, que habrá un mañana en el que la humanidad pueda vivir en paz, pero tal como dice John Lennon en la canción “Imagine”, en esa paz no está Dios, no está Cristo, es sólo el ser humano para el ser humano, es la construcción del reino del hombre, que no es otra cosa que el reino de la bestia.
Sus seguidores, los reyes, los mercaderes, los ciudadanos de esta gran ramera no se esperaban esta caída. Para ellos es algo que trae desolación a sus corazones, no pueden creer que este mundo, esta sociedad humana tan grande y tan poderosa haya caído.
También es una caída repentina. La Palabra dice que en un día, y también dice que en una hora ha caído esta gran ciudad. Esto nos indica que vendrá de forma súbita, será de un momento a otro. Dice el v. 8: “en un solo día, vendrán sus plagas: muerte, duelo (llanto), y hambre, y será quemada con fuego; porque el Señor Dios que la juzga es poderoso”. Por eso dice el Apóstol Pablo: “cuando estén diciendo: “Paz y seguridad,” entonces la destrucción vendrá sobre ellos repentinamente, como dolores de parto a una mujer que está encinta, y no escaparán” (1 Tes. 5:3). Cuando los ciudadanos de Babilonia estén confiando en su poder y su grandiosidad, cuando crean que están seguros y viento en popa, el juicio se manifestará sobre ellos.
Pero además, es una caída definitiva. El v. 21 dice “será derribada con violencia Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada”. Tal como la Babilonia real, ese imperio que dominó el mundo conocido y que fue grande y poderoso, nunca más volvió a levantarse, esta ciudad de pecado tampoco volverá a ser edificada. De sus ruinas y sus escombros nunca más se alzará.
¿No es esto una buena noticia? Debemos entender que para la Iglesia, esto significa el fin de la guerra. Ya no habrá más persecución, ni más enemigos que nos quieran destruir por nuestra fe en Cristo. Además, significa que el Señor ha hecho justicia, que ha establecido su Reino Eterno, que ha vencido sobre sus enemigos y ha extirpado el mal de la tierra. ¡Es una excelente noticia!
Esta ramera que creía ser una reina, que estaba vestida de lino fino, de púrpura y escarlata, adornada con oro, piedras preciosas y perlas (v. 16), ahora es una guarida de todo espíritu inmundo y en guarida de toda ave inmunda y aborrecible (v. 2). Todos esos adornos, perlas y piedras preciosas no eran más que un engaño, una ilusión, un espejismo. Ahora que viene el juicio por parte de Dios, se revela lo que realmente era esta ramera: ruina, desolación, muerte, podredumbre, soledad.
Parecía ser una ciudad en la que todos habitaban juntos, una sociedad poderosa, próspera, estable, segura… pero en realidad estaba llena de egoísmo, cada uno buscaba su propia satisfacción, y aunque estaban todos juntos, en el fondo cada uno estaba solo, en el sentido más profundo de la soledad.
Donde antes se veían estos adornos y joyas preciosas, estos vestidos costosos de púrpura y escarlata, ahora se ve muerte, duelo, llanto, hambre y destrucción por el fuego. Es un espectáculo horrible y desolador, es la caída del sistema mundial humano, de la más grande torre de babel jamás construida, que trató de hacerse un nombre famoso y llegar hasta el cielo, pero lo único de Babilonia que logró llegar hasta el cielo fueron sus pecados acumulados y amontonados uno sobre otro.
La caída de Babilonia se ejemplifica con una gran piedra de molino que es arrojada al mar. Las piedras de molino eran grandes y macizas, y por supuesto muy pesadas. Podían tener 1,5 mts. de diámetro, y si era una gran piedra de molino como dice aquí, podemos imaginar que podía ser más grande. Entonces, si esta piedra es arrojada al mar, caerá pesadamente y viajará rápidamente hacia el fondo. Absolutamente nadie esperaría que una piedra de molino así arrojada al mar, salga a flote en algún momento. Por eso dice el v. 21: “Así será derribada con violencia Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada”.
Babilonia es una ciudad que perderá toda su vida. Ya no habrá música en ella, ya no habrá nadie que ejerza su oficio, ni habrá quien produzca alimento, ni alguien siquiera que encienda una luz. Nadie se casará, lo que implica que tampoco habrá familias. Todo lo que hace que una ciudad sea una ciudad, se irá de Babilonia. Esta ciudad quedará en la ruina y la más completa desolación, siendo sólo habitación de aves y espíritus inmundos.
Reacción ante la caída
Imaginemos por un momento que nos levantamos una mañana, abrimos la puerta de nuestra casa y ya no vemos la escena de siempre. Todo está en ruinas, todo fue arrasado como por un bombardeo o un gran terremoto. El barrio en el que vivimos, y toda la ciudad ya no es más que un puñado de piedras y palos, con ratones andando por ahí, con muñecas tiradas en el piso, con restos de muebles esparcidos. ¿Cómo reaccionaríamos ante eso?
Imaginemos por un momento el espanto que debe producir el ver toda una ciudad en ruinas. Seguramente sería muy impactante, pero no se compara con ver todo el sistema humano, toda la sociedad humana, la estructura cívica, económica, financiera, ideológica, incluso artística del hombre sin Dios, toda su torre de Babel que ha construido, ahora en el suelo, y ha desaparecido como desaparece una piedra de molino que se hunde rápidamente en el inmenso mar. Después del sonido hondo que produce al chocar con el agua, viene un silencio que no se romperá más.
Pensemos qué ocurriría hoy si vemos quebrarse la sociedad en un día, si cae el gobierno, el congreso, los tribunales ya no sirven para nada, ya no hay transporte, ni comunicaciones, ni alimentos, no hay sociedad, no hay ciudad, no hay instituciones… si sabemos que han caído todos los países poderosos, que ya no hay nadie que pueda empezar a construir de nuevo esta sociedad humana sin Dios. Si vemos que cae la ONU, la OTAN, la OCDE, todas las sociedades mundiales que hoy han tomado el lugar de Dios dictando lo que es bueno y lo que es malo, desterrando al cristianismo e imponiendo una educación unificada donde el hombre es el centro, donde lo único que importa es vivir para nosotros mismos y agradarnos a nosotros mismos. Todas esas gloriosas asambleas internacionales, toda esa diplomacia, toda esa búsqueda de paz sin Cristo, sin reconciliación con Dios.
Si traducimos de alguna manera lo que dice este pasaje a nuestros días, podríamos decir que los corredores de bolsa, los empresarios grandes y pequeños, los dueños de industrias y los dueños de negocios y almacenes se lamentarán y llorarán, ya nadie les comprará, ya nadie podrá adquirir sus productos: el pan, aceite, la carne, las frutas y verduras, los televisores, los computadores, los celulares, los automóviles, la ropa, los locales de comida, los cines, los teatros, los conciertos, los estadios, los deportes, los grandes espectáculos masivos… ya nada de esto ocurrirá, todos estos bienes que nos resultan agradables y cotidianos se disolverán y nunca más se encontrarán.
Todos quienes se hicieron ricos, o quienes vivían cómodamente, quienes se enfocaron en vivir para estas cosas, para tener sus cosas, los que vivieron enfocados en las modas, en la última tecnología, en lo que había que comprar para poder conversar y relacionarse con su círculo, se lamentarán porque todo eso no les servirá para nada, todo lo que acumularon ahora será un montón de basura inútil. Imagina que de un momento a otro todo lo que tienes, todos tus bienes se transforman en cartón y hojas de diario, ya no te sirven de nada, ya no valen nada, ya no son nada.
Por eso quienes vivieron para lo material, quienes se enfocaron en tener, en acumular, en juntar, en comprar, en consumir, en su bienestar, sus intereses y sus placeres, en ese día llorarán amargamente, porque descubrirán algo que el Señor Jesús dijo hace muchísimo tiempo: “¡Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no consiste de la abundancia de sus bienes” (Lc. 12:15).
Los hombres incrédulos ven cómo su gran construcción, su gran ciudad, su gran mundo ya no existe, y nunca existirá. Los presidentes, los diplomáticos, los reyes, todos los gobernantes que adulteraron con ella, se darán cuenta que su poder ya no existe, que ya no son más poderosos que el último de los mendigos que vive bajo el puente más insignificante de la ciudad.
Si vemos la historia, podemos encontrar sinopsis de esto. La misma Babilonia, con toda su gloria, con sus jardines colgantes y sus poderosos reyes, fue derrotada por los medos y los persas. El grandioso imperio romano, después de siglos de dominio y poder, cayó a manos de un rey bárbaro y no pudo volver a levantarse. La civilización occidental siempre ha tratado de volver a ese gran imperio, a esa idea de imperio que fue vista en Roma, y nunca ha podido revivirla. Su caída generó anarquía, caos y un gran lamento. Lo mismo con los imperios que siguieron, el imperio español que llegó a ser inmenso pero pasajero, Napoleón Bonaparte, Mussolini, Hitler, las repúblicas socialistas de Rusia y China que prometían un nuevo mundo con un hombre nuevo que traería justicia e igualdad, en fin, todos los imperios y gobiernos humanos han fracasado miserablemente, y su caída ha sido estrepitosa y ha generado un gran lamento y caos.
Pero ¿Cuál debe ser nuestra reacción como cristianos?
Lo primero que destaca es el mandato claro del Señor: “Salgan de ella, pueblo mío, para que no participen de sus pecados y para que no reciban de sus plagas” (v. 4). Esto no significa que tenemos que ir a fundar una comunidad sectaria en un lugar escondido del campo o a las montañas. Se refiere a no tener parte con ellos, a no participar de las obras de las tinieblas, a no pensar como ellos, a no actuar como ellos, a no hablar como ellos, a no tener sus prioridades, ni sus criterios, ni sus lógicas, ni sus ideologías, ni su estilo de vida. ¿Por qué? Porque ellos viven para sí mismos, mientras que nosotros vivimos para Cristo, para la gloria de Dios. Somos de otra ciudad, tenemos otra nacionalidad, somos de la Nueva Jerusalén.
La Iglesia tiene el sello del Espíritu Santo, mientras que los babilonios tienen la marca de la bestia. Es la misma diferencia que existe entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas. Por eso el Señor dice a su pueblo: “Regocíjate sobre ella, cielo, y también ustedes, santos, apóstoles y profetas, porque Dios ha pronunciado juicio contra ella por ustedes” (v. 20).
¿Te das cuenta? Los babilonios llorarán, mientras que la Iglesia y todo el cielo celebrarán esta caída tremenda. No se puede ser neutral, es imposible estar en un terreno indefinido. ¿Qué harás en ese día? ¿Llorarás o celebrarás? Recuerda que Babilonia es una ramera, es la madre de las rameras y las abominaciones de la tierra, odia a Cristo y está ebria de la sangre de los cristianos, ha sido violenta y sanguinaria con nuestros hermanos.
Babilonia no solo es una ramera, sino también una usurpadora. Construyó su torre de Babel y quiso llegar hasta el Cielo, pero ese era el lugar que le correspondía al reino de Dios, a la ciudad de Dios, no a esta ramera inmunda, mentirosa y promiscua. Lo que vimos en este capítulo es a Cristo destruyendo el reino humano, y estableciendo su Reino Eterno, que es el único que puede existir, porque sólo Cristo es Rey y Señor. Aquí vemos lo que se anunció en el sueño de Nabucodonosor, con esta estatua gigante que representaba a todos los reinos de la tierra, pero luego aparecía una piedra que era arrojada contra esta estatua y la desmenuzaba. El profeta Daniel dijo en esa oportunidad: “el Dios del cielo levantará un reino que jamás será destruido, y este reino no será entregado a otro pueblo. Desmenuzará y pondrá fin a todos aquellos reinos, y él permanecerá para siempre” (Dn. 2:44).
Para quienes amamos al Señor, entonces, la destrucción de Babilonia es una excelente noticia, porque significa que Dios nos ha hecho justicia, que el Señor ha establecido su Reino Eterno. Por lo mismo, vuelvo a preguntar: ¿Qué harás ese día? Lo que hagas ese día tiene que ver con tu ciudadanía hoy. Es necesario que te definas, y que te definas por Cristo, por su gloria. Cualquier otro camino que tomes, es camino a Babilonia, y terminarás como la ciudad que preferiste amar.
Fíjate que no puedes celebrar la caída de Babilonia si amas al mundo. En otras palabras, no puedes celebrar esta victoria de Cristo si amas lo que Dios aborrece. Si tú amas el pecado, si amas el mundo, sufrirás el mismo destino que él, lamentarás su caída y serás destruido junto con él. Por eso la Escritura dice claramente: “¡Oh almas adúlteras (infieles)! ¿No saben ustedes que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). También dice: “No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. 16 Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre sino del mundo” (1 Jn. 2:15-16).
¿Te sientes más cómodo entre los no creyentes que en la iglesia? Si miras tus amistades, ¿Están dentro o fuera de la iglesia? Si pusiéramos en un papel tu forma de pensar, tu estilo de vida, los temas que te gusta conversar, los programas de TV que escoges ver, las películas que te agradan, los pasatiempos que escoges, la forma en que inviertes tu tiempo, la forma en que usas incluso las redes sociales, en fin, tus gustos, tus intereses, tus proyectos, tus deseos, ¿Qué encontraríamos en todo esto, a la Nueva Jerusalén o a Babilonia? Si dudaste, si no estás seguro, o si crees que eres de Babilonia, es tiempo de que te definas por Cristo, todo lo demás es ruina, desolación y destrucción, es oscuridad, es engaño, es mentira, es muerte. Sólo en Cristo está la verdadera vida, sólo Cristo puede ser nuestra ciudad, nuestra casa, nuestro refugio.
¡No te engañes! No pienses que estoy siendo “muy grave”, o “muy cuático” (chilenismo). No digas “bueno, después pensaré en esto, después lo resolveré”, no inventes excusas, no te justifiques. Esto es de vida o muerte. Cada día que tú pasas en Babilonia estás tomando veneno, el vino de su fornicación, estás caminando en la ruta de la muerte que termina en un abismo oscuro y sin fondo. ¡Sal de Babilonia! Sal ahora, que se está incendiando y se va a hundir, es como un gran barco que se está quemando y se hundirá en lo profundo del mar. Sólo Cristo es la vida, sólo en Él hay salvación, sólo en Él hay redención y restauración, defínete por Él hoy, determínate a seguir a Cristo y no soltarte más de su mano. Escupe el vino que la ramera te da a beber, apártala de ti mientras trata de seducirte, huye de ella, que te llevará a la tumba. Ven a Cristo, el Rey verdadero, el vencedor, el Señor victorioso, el Cordero que fue inmolado por nuestros pecados. Que Él nos guarde hasta el día final.