Domingo 1 de enero de 2023
Texto base: Mt. 5:38-42.
Lutero comentó sobre un hombre que, basándose en este pasaje sobre no resistir el mal, no rechazaba ni a los ratones cuando éstos le daban mordiscos. Por su parte, el autor Donald Carson dijo conocer a un estudiante investigador de Cambridge que, siguiendo una interpretación literal de este pasaje se quedaba hasta sin comer mientras ofrendaba a borrachos que le pedían, y que gastaban las limosnas en más alcohol. Por otro lado, muchos han pensado que esta enseñanza de Cristo se cumple en el “amor y paz” de los hippies, o en el pacifismo de Gandhi.
Sin embargo, todas estas corresponden a malas interpretaciones de esta enseñanza, que tristemente hacen perder de vista su real significado, afectando así la obediencia del pueblo de Dios. Pero ¿Cuál es, entonces, la verdadera enseñanza de Jesús en este pasaje?
En el texto, Jesús sigue describiendo la justicia del reino de Dios, que es mayor que la de los escribas y fariseos. Para exponer esta enseñanza de Jesús, analizaremos primero la enseñanza de la Ley y cómo ésta fue deformada por los escribas y fariseos, para luego presentar la enseñanza de Jesús y cómo ella se aplica a nuestras vidas.
Una vez más, se debe aclarar que Jesús no está haciendo un contraste con la ley de Moisés sino con la enseñanza deformada de los escribas y fariseos. Por lo mismo, conviene en primer lugar conocer directamente los mandatos de la ley que son traídos a colación por Jesús y que habían sido malinterpretados por los rabinos.
“Pero si hubiera algún otro daño, entonces pondrás como castigo, vida por vida, 24 ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, 25 quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (Éx. 21:24-25)
“Si un hombre hiere a su prójimo, según hizo, así se le hará: 20 fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, así se le hará” (Lv. 24:20)
“No tendrás piedad: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (Dt. 19:21).
Cada uno de estos pasajes está en el contexto de leyes civiles que el Señor entregó a Israel, es decir, normas que regulaban la convivencia de este pueblo, estableciendo en este caso la manera en que debían reaccionar ante aspectos como los homicidios y episodios de violencia entre ellos.
“Esta era una ley para los tribunales civiles, puesta con el fin de terminar con la práctica de la venganza privada”[1]. No se trata de promover la venganza personal, sino dejar de lado ese intento y permitir que la justicia sea administrada públicamente por las autoridades.
El “ojo por ojo” es un antiguo principio, expresado en leyes de otros pueblos, como el Código Hamurabi (s. XVIII a.C.) y las XII Tablas (Derecho Romano antiguo), de donde viene el nombre “ley del talión” (relacionado con el lat. tallos o tale, de donde viene el castellano ‘tal’). Es decir, no sólo se encuentra en la Biblia, sino que por gracia común de Dios fue reconocido ampliamente en diversas culturas. Este principio:
“Implicaba justicia equitativa no importa quién fuera la persona. Más allá de cuán grande fuera el ofensor, no podría escapar del justo castigo, y no importa cuán pequeño fuera, nada más se le podría imponer que lo que merecías u ofensa. [Este principio] sacó el castigo del ámbito de la venganza privada”.[2]
Tenía un doble efecto, pues por un lado define lo que es justo y por otro limita la venganza. Lo que hace es establecer un castigo proporcional a la ofensa cometida, impidiendo que el afectado o su círculo iniciaran un proceso de venganza privada interminable. Pensemos en el caso del hijo de una familia que durante una pelea fractura la pierna del hijo de otra familia. La familia del ofendido, para defender su honor, podría ir más allá y simplemente matar al agresor. Ante esto, la familia de aquel que fue muerto podría considerar que para sobreponerse a este ataque a su dignidad debe matar a dos o tres de la familia contraria. Y así seguiría un enfrentamiento basado en la venganza qué podría llegar a ser interminable.
Por tanto, lo que hace el principio del "ojo por ojo" es que pone fin a esta práctica y establece un castigo justo conforme a la ofensa cometida y el daño infligido.
Ahora, es importante notar que estas normas no se dirigían al ciudadano común y corriente, sino a los jueces que estarían encargados de administrar la justicia ante un caso en particular. El entregar la aplicación de estas leyes a los ciudadanos, terminaría en el mismo problema de la venganza privada que ya sé mencionó.
Por otra parte, estas leyes no estaban destinadas a promover la venganza, sino a limitarla. Lo que promueve el Señor transversalmente en el Antiguo Testamento es la misericordia, la compasión y el amor al prójimo:
“No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor” (Lv. 19:18).
“No digas: «Yo pagaré mal por mal»; Espera en el Señor, y Él te salvará” (Pr. 20:22).
“No digas: «Como él me ha hecho, así le haré; Pagaré al hombre según su obra»” (Pr. 24:29).
Por lo mismo, se equivocan las personas que piensan que el Antiguo Testamento nos presenta una religión implacable y sin misericordia. Todo lo contrario, prohíbe un corazón vengativo y rencoroso, y llama a esperar en el Señor mostrando compasión hacia el prójimo. Pero esta Ley también reconoce que vivimos en un mundo bajo el pecado, existen homicidios y agresiones violentas. Por lo mismo, da instrucciones a las autoridades civiles para aplicar un castigo justo y proporcional cuando ocurren estos hechos lamentables.
Sin embargo, escribas y fariseos habían extendido equivocadamente este principio hasta desnaturalizarlo. Lo habían llevado más allá de los tribunales oficiales y lo aplicaban a las relaciones personales y privadas, siendo que no fue entregado para ese ámbito. Lo estaban usando para justificar la venganza personal, que era precisamente lo contrario de lo que pretendía el Señor al entregar esta Ley.
Incluso habían creado regulaciones en las que se reemplazaba la sanción qué establecía la Ley, a cambio de una indemnización económica. Por tanto, así como ocurría con otras materias, los rabinos tomaban estos pasajes y sin cambiar ni una letra, ponían el énfasis opuesto: no limitaban la venganza, sino que promovían la revancha personal como un derecho.
Esto obedece a la triste tendencia natural de nuestro corazón pecaminoso, de ansiar la venganza y la revancha, incluso cuando el daño recibido puede estar solo en nuestra imaginación. Pensamos que somos nosotros los llamados a hacer justicia y ante una ofensa anhelamos la destrucción del ofensor, deseando en lo posible causar más daño que el recibido.
Ante esta Enseñanza deformada de los escribas y fariseos, Jesús responde diciendo: "Pero Yo les digo: no resistan al que es malo". Se debe tener mucho cuidado aquí, pues abundan las interpretaciones erradas sobre lo que Jesús quiso decir. Algunos han llegado a sostener un pacifismo a ultranza más parecido a visiones paganas como el budismo y algunos tipos de ascetismo. Por ejemplo, el famoso escritor ruso León Tolstoi, concluyó a partir de este pasaje que no deben existir ejércitos, ni policías ni tribunales, pues estas instituciones implican “resistir al malo” y Jesús nos enseñó no resistirlos. Aunque nos parezca algo absurdo, esta interpretación de Tolstoi es popular, e influyó en personas como Ghandi y su movimiento de resistencia pacífica.
Pero no es esto lo que Jesús establece aquí: “Jesús está condenando el espíritu de falta de amor, el odio y el deseo de venganza. Está diciendo: “No resistáis al malo con medidas que surgen de una disposición de falta de amor, implacable, despiadada y vengativa””.[3]
Dado que es muy fácil malinterpretar la enseñanza del Señor, se hace necesario que antes de entrar a los casos que Jesús menciona, presentemos principios de interpretación que nos deben guiar al leer este pasaje[4]:
Cuando llama a no resistir al malo, Jesús "no quiere decir que deberíamos permitir que el mal triunfe en nuestras comunidades. Jesús se refiere a la represalia privada, no al orden público, y está instruyendo a sus seguidores no actuar defensivamente cuando alguien les hace el mal. Ser una víctima de algún tipo de malo no nos da el derecho de golpear de vuelta".[5]
El punto de fondo aquí es un corazón pobre en espíritu, manso, misericordioso y pacificador, que ha sido impactado por la gracia de Dios y que por lo mismo no busca una revancha ni una venganza ante la ofensa recibida, ni exige siempre la satisfacción de sus derechos intereses, sino que busca el bien de su prójimo y manifestar a otros la misericordia que él mismo ha recibido de parte de Dios.
Jesús manifiesta este principio a través de cuatro ejemplos: El volver la otra mejilla, el ceder la capa, el caminar la siguiente milla y el dar a quien lo pide. En todos estos casos, debemos entender que hay algún mal, una agresión o molestia que se está sufriendo de parte de otro.
Ante esto, Jesús exhorta a presentar la otra mejilla al agresor. Como dijimos, más que ser un mandato literal, Jesús llama al discípulo a mostrar en actitud, pensamiento, palabra y acción, que no busca la venganza personal, sino que se actúa desde un corazón que ha sido impactado por el amor de Dios.
Esto no significa que Jesús manda al creyente a ser un limpiapiés que se deja pisotear por los malos continuamente. No es un llamado a guardar silencio ante la injusticia ni tampoco para dejarse agredir o matar. El mismo Jesús protestó exigiendo que se cumpla la ley cuando fue agredido ilegalmente en su juicio (Jn. 18:22-23); mientras que el apóstol Pablo reclamó a las autoridades de la ciudad de Filipos porque no lo habían tratado como Ciudadano romano, así que exigió que su honor fuera restablecido. Luego, cuando fue juzgado en judea apeló al César para que su caso fuera llevado a Roma.
Por ello, se debe enfatizar que esta exhortación es para alejarnos del corazón vengativo, no para impedir que se nos haga justicia cuando corresponde.
Lo que Jesús exhorta es que, si alguien incluso quiere quitarnos la capa, siendo por tanto despiadado e injusto, no le resistamos sino que se la entreguemos. El punto de fondo aquí es que no tenemos derecho de actuar vengativamente hacia quien nos quiere hacer mal, sino más bien responder con humildad y compasión reconociendo que nada es nuestro y que Dios es nuestro proveedor y nuestro sustento. El discípulo de Cristo deberá estar dispuesto a renunciar voluntariamente aquello que para las personas en general incluso son derechos inalienables, cosas que nadie les puede desconocer ni quitar.
Así, cuando se nos exige hacer algo, incluso de mala manera o injustamente, Jesús nos llama como sus discípulos a hacer esto no con amargura, enojo ni victimismo, sino con alegría, estando dispuestos incluso a hacer mucho más allá de lo que se nos exigió, y esto por iniciativa propia. Es como la actitud que Pablo esperaba en Filemón, cuando le escribió: “Te escribo confiado en tu obediencia, sabiendo que harás aún más de lo que digo” (Flm. 1:21).
“Si hay un menesteroso contigo, uno de tus hermanos, en cualquiera de tus ciudades en la tierra que el Señor tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, 8 sino que le abrirás libremente tu mano, y con generosidad le prestarás lo que le haga falta para cubrir sus necesidades” (Dt. 15:7-8).
Por eso, es necesario resaltar que Jesús no establece un estándar nuevo, sino que saca a relucir la esencia de la Ley de Dios, que es la justicia y la misericordia.
Ahora bien, esta enseñanza ha sido muy malinterpretada. Algunos piensan que el dar al que se refiere Jesús aquí incluye entregar limosnas a mendigos profesionales, borrachos y drogadictos que usan ese dinero para sus vicios y que rehúsan tener un trabajo para procurar su sustento. Conocí a una persona que se jactaba de seguir esta enseñanza al pie de la letra y de siempre llevar monedas en sus bolsillos para dar a los mendigos borrachos qué se encontraba en la calle.
Sin embargo, esto no tiene nada que ver con lo que Jesús enseña aquí. El mismo apóstol Pablo enseñó luego que la iglesia no debe ofrendar a quienes andan desordenadamente y no quieren trabajar (2 Tes. 3:10-12). Además, instruyó que no se debe ofrendar a todas las viudas, sino a aquellas que se encuentran en una situación de real desamparo y necesidad.
Y ese es justamente el principio: que el discípulo de Cristo debe entender que sus bienes no le pertenecen, sino que son para servir al Señor, y esto implicará en ocasiones dar a quien nos pide desde su necesidad, aunque su petición sea inoportuna o nos resulte molesta.
Estos son los casos que puso Jesús, y los escogió intencionalmente para capturar nuestra atención y mostrar cómo debe ser el corazón de sus discípulos. El mensaje es claro: la justicia del reino de Dios, esa que es mayor que la de los escribas y fariseos, va mucho más allá del estándar ético del hombre común. No se trata simplemente de “no hacer mal a nadie”, tampoco se queda en tratar a cada uno según ellos nos tratan a nosotros, sino que se extiende mucho más allá a hacer el bien a quienes nos hacen el mal, y esto con un corazón humilde y gozoso.
Al considerar este pasaje, no debemos caer en el mismo error que los escribas y fariseos. No se trata de tomar estos ejemplos e intentar cumplirlos al pie de la letra, sino de atender al espíritu de las Palabras de Jesús: se trata de vivir no según la lógica de este mundo caído, sino según el estándar del reino de Dios.
Por lo mismo, resalta la necesidad de un nuevo corazón para poder andar en la Ley de Dios. Esto es lo que promete el Señor sobre el Nuevo Pacto: “Pondré Mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo” (Jer. 31:33). Así, no se trata de obedecer esta enseñanza de Jesús para así poder ser sus discípulos, sino que es al revés: ya que has recibido la vida en Cristo, ahora debes andar en esa vida nueva, y tu corazón deseará guardar los mandamientos del Señor por amor a Él.
Cada uno de los ejemplos mencionados por Jesús, nos hablan de ese corazón transformado por la gracia y el amor de Dios:
“Lo que Jesús demanda aquí de todos sus seguidores es una actitud personal hacia los que hacen el mal, que es motivada por la misericordia, no por [exigir] justicia, y que renuncia a la represalia de una forma tan completa que arriesga luego un sufrimiento costoso”.[7]
Dicho de otra manera, "debemos quitarnos el espíritu de represalia, del deseo de defendernos y vengarnos por cualquier agravio que se nos haga"[8], esa tendencia de querer exigir siempre nuestros derechos. Este corazón bienaventurado lo encontramos en la Escritura, como cuando Abraham rescató a Lot de su secuestro (Gn. 14:14ss), incluso cuando éste no había actuado con lealtad previamente. Lo vemos en José, quien perdonó ampliamente a sus hermanos (Gn. 50:19–21), quienes lo habían traicionado y vendido. También en David, quien perdonó la vida dos veces a Saúl, su fiero perseguidor (1 S. 24 y 26). En el Nuevo Testamento, lo apreciamos en Esteban, rogando por la salvación de quienes lo estaban apedreando (Hch. 7:60); y en el Apóstol Pablo, sirviendo a quienes murmuraban contra él y lo menospreciaban.
Una aplicación muy clara de lo que Jesús enseñó en este pasaje, es lo que dice la Escritura:
“Nunca paguen a nadie mal por mal. Respeten lo bueno delante de todos los hombres. 18 Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres. 19 Amados, nunca tomen venganza ustedes mismos, sino den lugar a la ira de Dios, porque escrito está: «Mía es la venganza, Yo pagaré», dice el Señor. 20 «Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber, porque haciendo esto, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza». 21 No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien” (Ro. 12:17-21).
Una vez más, nota que la exhortación de la Palabra de Dios no se queda en decir: “no hagas mal a nadie”, o simplemente en decir “no respondas nada” cuando alguien te hace mal. Va mucho más allá: si tu enemigo está en necesidad, hazle el bien. Esto porque se trata justamente de no ser vencidos de lo malo, sino vencer el mal con el bien.
Con esto en mente, debes llevar esta enseñanza a tu vida cotidiana:
Como discípulos, estamos llamados a seguir el camino que trazó nuestro Salvador: el camino de la cruz. Cristo no sólo enseñó estas Palabras, sino que las modeló con su ejemplo. Siendo el Rey del universo y el Señor de todo lo que hay, vino en humillación y tomó forma de siervo para salvar a los que éramos sus enemigos. Siendo el Dios del Trono alto y sublime, nació en un pesebre y vivió una vida de humillación. Siendo Todopoderoso, fue insultado, golpeado y escupido por pecadores insignificantes, a los que podría haber consumido en su ira, pero soportó esto por amor a los pecadores. Mientras estaba en la cruz, oró por sus perseguidores, rogando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34).
Ante la cruz, no hay orgullo posible. Toda soberbia, todo victimismo y autojustificación quedan pulverizados. Por eso, necesitamos recordar el Evangelio cada día y meditar cómo fuimos amados en Cristo. ¿Cómo levantar el puño en venganza si nuestro Salvador dejó que sus manos fueran clavadas en la cruz para salvarnos? ¿Cómo entregarnos a insultar y maldecir, si nuestro Salvador rogó por sus perseguidores? ¿Cómo mantener vivo un conflicto con nuestro prójimo, si nuestro Salvador dejó su gloria visible para morir en una cruz, y así reconciliarse con nosotros? ¿Cómo negarnos a perdonar la deuda a nuestro prójimo, si el Señor nos perdonó la deuda eterna de nuestro pecado, y esto costó la preciosa sangre de su Hijo?
“Pues ¿qué mérito hay, si cuando ustedes pecan y son tratados con severidad lo soportan con paciencia? Pero si cuando hacen lo bueno sufren por ello y lo soportan con paciencia, esto halla gracia con Dios. 21 Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan Sus pasos, 22 el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; 23 y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia” (1 P. 2:20-23).