Jonás: La Salvación es del Señor (Jon.1:17-2:9)
Introducción (v.17)
¿Cuál crees que es el mejor lugar para aprender teología? Piénsalo por un momento. ¿En un casa? ¿Será un discipulado? ¿Un seminario? ¿Una masterclass? ¿Una Universidad? Sin duda, todos estos ejemplos son excelentes lugares para aprender teología, pero el segundo capítulo del libro de Jonás, nos enseña que aprender buena teología puede darse en los lugares y circunstancias más extrañas, incluso en el vientre de un pez.
¿Dónde dejamos a nuestro protagonista? Descendiendo al fondo del mar. Recordemos que fue lanzado por los marineros. Apenas el cuerpo de Jonás toco el mar, la tormenta cesó, pero el descenso no ha terminado para el profeta. Para preservar su vida Dios ha enviado un gran pez. El monstruo marino no un castigo: ¡es el “submarino” de Dios para ir a Nínive! Recordemos que, Jonás, en su viaje de desobediencia, pago un viaje carísimo en su huida a Tarsis, pero ahora, gratuitamente por gracia, el pez lo lleva de nuevo a la misión. Debemos dar gracias a Dios por aquellos “peces” que él envía para detener nuestro loco descenso y nos hacen reflexionar, aquellas benditas exhortaciones de los santos que caminan a nuestro lado, que nos hacen rectificar y avanzar hacia los propósitos del Señor. El pez es la demostración del pacto de gracia: “no me apartaré de ellos, para hacerles bien” (Jr.32:40). En aquel pez, Jonás, descubrirá que hay gracia para los que huyen.
El evento de Jonás y el pez ¿Es posible? Rainer Schimpf es un buceador alemán que en 2019 fue engullido por una ballena. Como el esófago de estos cetáceos es muy estrecho la ballena lo libero. Él cuenta que la experiencia duros apenas dos segundos, pero fueron dos segundos muy largos. Se han enumerado a lo largo de la historia varias narrativas de hombres que fueron engullidos por animales marinos, como el de James Bartley que, al parecer, en 1891 fue tragado por un cachalote y estuvo en su vientre por quince horas. La verdad, es que no hay pruebas fehacientes sobre ese evento, y tampoco son necesarios, porque la prueba de que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez se basa en la autoridad e inerrancia de las Escrituras. El asunto no es un problema científico, sino que es moral, porque aceptar la narración de Jonás es aceptar la autoridad moral de la Biblia sobre nuestras vidas y la existencia de un Dios soberano que gobierna sobre todo. Jesús mismo dijo que esta historia es verdad: “porque como ESTUVO JONAS EN EL VIENTRE DEL MONSTRUO MARINO TRES DIAS Y TRES NOCHES, así estará el Hijo del Hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra” (Lc.12:20). Si la historia de Jonás no es verdad, podemos dudar de cada una de las verdades de las Escrituras y vana sería nuestra fe. Este Dios que puede calmar las tempestades, también es poderoso y creativo para “preparar” (v.17) un monstruo marino capaz de tragar a un hombre completamente, preservarle en su interior por tres días y tres noches para dejarle en el destino que Dios designo.
El autor del texto no es un escritor de ficción, no agrega elementos sobrenaturales para crear suspenso y captar la atención del lector, el evento del pez no se expone de esa manera. No hay detalles descriptivos, el pez es nombrado solo dos veces en el texto, se reporta como algo que simplemente sucedió, así que no debemos distraernos por los peces. El que Jonás fuese tragado por un pez y sobreviva es algo increíble, pero lo que sucede en el corazón de Jonás es un milagro mayor.
¿Por qué Dios usa un pez? Él pudo usar un trozo de madera u otra embarcación, pero ninguna de esas soluciones hubiese sido una señal eficaz para mostrarnos el verdadero propósito de la experiencia del profeta. Era necesario que las fauces de la muerte se abrieran ante Jonás y lo tragaran por medio de un pez, y que luego fuera devuelto a la vida como una experiencia de resurrección. ¿Por qué tres días y tres noches? Dios pudo obrar en el corazón de Jonás en un día o dos, pero lo que simbolizan estos tres días y tres noches es la idea de resurrección. Recordemos que Abraham va de camino de tres días para sacrificar a Isaac (Gén.24:4), Moisés pidió a Faraón que liberara a Israel para que adoraran a Dios camino de tres días (Ex.5:3; 8:27), ambas situaciones apuntan a una vuelta a la vida. Tanto el pez, como el tiempo de estadía, apuntan a la muerte y resurrección de Cristo, era necesario que el Mesías cumpliera plenamente las Escrituras. Este maravilloso Dios quiso de entre todos los profetas identificarse intensamente con Jonás.
“Entonces oró Jonás al SEÑOR su Dios desde el vientre del pez” (v.1). Recordemos que durante todo el capítulo uno Jonás no oró al Señor, en la tormenta solo los marineros clamaron a Jehová, pero al fin comienza su oración. Tristemente, el último recurso del profeta es la oración, en nuestras escapadas a nuestra “Tarsis” nuestro orgullo nos lleva a relegar la oración a la última opción, cuando debería ser al revés. El Señor, en su gracia, lleva a sus hijos a lugares inesperados e incomodos para que clamemos, por amor, él quita todas nuestras “muletas” en las cuales nos sostenemos para reconocer que sin él nada podemos hacer.
Abrigado como un feto envuelto en la matriz, Jonás tuvo un amplio tiempo para meditar en su entumecimiento espiritual. Él no se encuentra en un resort ni hotel, ha pasado por el sistema digestivo del pez hasta su vientre, se encuentra en un lugar sumamente incomodo, oscuro, desagradable, maloliente, incomunicado con el mundo exterior, desde ahí, eleva su oración y el Señor escucho. Algunos piensan, equivocadamente, que nuestro status espiritual determina la atención del Señor, eso no es verdad, él siempre escucha a sus hijos. Heb.4:16 nos invita a: “acercarnos al trono de gracia para recibir misericordia”, ¿Por qué tenemos ese acceso? Porque tenemos un sumo sacerdote que se compadece de nosotros, Jesucristo. No es por nuestros méritos que somos escuchados por el Padre, sino por la vida perfecta de obediencia del Hijo. No pienses que él es como nosotros y pierde su atención cuando clamas a él porque debe atender a muchas oraciones, no es así, él te atiende cada día como si fueras el único creyente en toda la faz, porque él te escucha a través de Cristo.
Jonás inicia su oración y el género literario cambia drásticamente, pasamos de un texto histórico profético a un salmo, de hecho podemos identificar entre 15 a 20 Salmos en este Salmo de Salmos. El profeta conduce sus emociones a la Palabra, Jesús, siglos más tarde, haría lo mismo, pero colgado en una Cruz (Sal.22). De la misma manera, nuestras emociones deben desembocar en el consuelo de las Escrituras, y los Salmos son una gran herramienta para dicha tarea. Jonás demuestra una vez más que es un profeta verdadero pues tiene la Palabra en su memoria. En tiempos de necesidad, sin una Biblia cerca, la Palabra grabada en nuestro corazón será crucial en tiempos de necesidad para dirigir nuestros afectos y sentidos al Dios de la gracia. Jonás está encarnando Dt.6:6 “estas palabras…estarán sobre tu corazón”. En lugares oscuros la Palabra del Señor se transforma en aquellos pasillos que nos llevan al lugar de Su presencia.
Jonás “dijo: En mi angustia clamé al SEÑOR, y El me respondió. Desde el seno del Seol pedí auxilio, y tú escuchaste mi voz” (v.2). Se describen angustia y confianza. La oración: “En mi angustia clame al Señor y Él me respondió”, corresponde al Sal.120:1, no olvidemos que el Sal. 120 es el primero de los Salmos peregrinos, es como si dentro del pez, Jonás, iniciara su propio peregrinaje a la presencia de Dios en el templo, a pesar de estar a cientos de kilómetros de Jerusalén. El mundo menosprecia la angustia, las personas, permanentemente quieren alejarse de todo aquello que sea sinónimo de dolor, pero la angustia experimentada por el profeta es el medio que Dios utiliza para dar vida a una de las oraciones más hermosas de la Biblia. Nuestras mejores oraciones han sido hechas “desde lo profundo” (Lc.18:13). Esto no implica que “romanticemos” la angustia, pero, esta “angustia”, la de Jonás, nos hace volver al ABC del cristianismo, es la añoranza por estar lejos de casa.
Jonás experimenta las consecuencias de su loca huida. Se da cuenta que cada vez está más lejos de aquella plenitud de gozo que solo puede dar la presencia de Dios (Sal.16:11). Clama desde el Seol, el lugar de los muertos, no está diciendo que literalmente está muerto, porque los muertos no oran, lo que está diciendo, es que la angustia de estar lejos del Señor es experimentar la muerte teniendo aun aire en los pulmones, es una muerte en vida. David en el Sal.32:3 dice: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos”, la perdida de comunión con Dios es sinónimo de debilitamiento, envejecimiento y muerte prematura. Jonás se “siente morir” lejos de Dios. ¿Cuánto tiempo pasaras acariciando la cara de la muerte? ¿Sin confesar tu pecado? ¿Cuánto tiempo perderás perdiendo la comunión del primer amor? Debemos tener sumo cuidado de callar y relegar la oración como el último recurso en nuestra vida, eso es como ir a la guerra con armas de juguete. El Señor siempre está dispuesto a responder nuestra oración, SIEMPRE, lo que pasa es que muchas veces su respuesta es NO, y debes aprender a tener contentamiento en Cristo a pesar de su negativa a tus oraciones, porque como el perfecto alfarero él está haciendo Su obra en ti.
El v.3 nos dice que Jonás desciende a lo profundo. Como dijimos la semana anterior, todo pecado es un descenso, y en esta oportunidad el autor utiliza uno de los elementos predilectos de las Escrituras para describir el pecado: “el mar”. El pecado es un torrente, el Sal.69:2 describe el pecado como un cieno profundo en donde no damos pie. Las olas del pecado nos arrastran y ahogan; y siempre nos llevan más allá de lo que pensamos. Nos aleja de la comunión con Dios por días, meses y años. Como “orgullosos” marineros creemos que estamos en control del mar de pecado, que podemos lidiar con él y domarlo, pero en realidad es el pecado el que siempre termina controlando nuestras vidas, direcciona el timón de nuestro corazón haciendo que vivamos a la deriva de la gracia. El v.3 declara una verdad misericordiosa y consoladora: “Tú Señor, me echaste a lo profundo”. Jonás, en su descenso de pecado, declara que la soberanía de Dios está en control. ¿Quién echo al mar a Jonás? Los marineros, y ¿Por qué lo echaron? Por su pecado. Todo eso es cierto, pero detrás de todo ello, el Señor estaba encaminando misteriosamente a Jonás a una profundidad más honda, lo está colocando en el lugar correcto para que abra sus ojos a la realidad. Como dice J.C Ryle: “Nunca comenzamos a ser buenos hasta que somos conscientes de que somos malos y lo reconocemos”[1]. El Señor está concientizando al profeta de su maldad, y esto, increíblemente está sucediendo en el “corazón de los mares”, para que el corazón de Jonás sea sensibilizado por la disciplina redentora.
La lógica de Dios es opuesta a la nuestra, el camino hacia arriba es el camino hacia abajo, el camino de la exaltación es el camino de la humillación, en el lugar de desesperanza, muchas veces, hay más bendición que en nuestras mejores cumbres. Jonás ha sido echado a lo profundo para ser más santo (Rom.5:3; 8:28) y ser educado por Dios aprendiendo Sus estatutos (Sal.119:71). Jonás exclama: “las olas encrespadas de Dios pasan sobre mi”. Hay una gran diferencia entre la ola de Dios y la corriente de nuestro pecado. Porque el pecado es un hoyo sin fondo que nos quiere ver en permanente descenso, pero las olas de Dios nos llevan a tierra firme. El Señor no nos salva de las aguas, nos salva “en” las aguas. Como dice Charles Spurgeon: “He aprendido a besar la ola que me lanza contra la Roca Eterna”. Aprendamos a apreciar aquellas benditas olas del Señor que permanentemente nos llevan a Cristo, la roca de nuestra salvación.
Jonás continúa describiendo su muerte en vida, declara su peor pesadilla: "He sido expulsado de delante de tus ojos” (v.4). Las olas de “su” pecado han llevado muy lejos a Jonás, el pretendía huir de la comisión, pero no de la comunión. Se encuentra aterrado por el aparente abandono de Dios, se encuentra en la hora oscura del alma. En el original hebreo la palabra para expulsado es “repudiado”, él cree que Jehová le ha dado carta de divorcio. En este momento, Jonás, cree que el precio que tendrá que pagar por su desobediencia es: “ser cortado para siempre”. Ser “desarraigado” era la degradación máxima para un Israelita, significaba excomunión e incomunicación total con Dios y Su pueblo. ¿Te has sentido alguna vez así? ¿Extraviado? ¿A la deriva? ¿Pensando que tu pecado es imperdonable?
Esta desesperanzadora afirmación no está sola, Jonás vislumbra esperanza: “sin embargo volveré a mirar hacia tu santo templo” (v.4). En el pez el profeta no puede mirar al cielo, pero puede recordar “el templo”. El Señor prometió hablar con su pueblo en el templo, específicamente en el propiciatorio el lugar del perdón de los pecados: “Allí me encontraré contigo” (Ex.25:22). Después de negarse a hablar con Dios en el barco, Jonás quiere dialogar con Dios, quiere platicar, reconciliación y perdón. Estar cerca de una estructura física llamada “templo” no significa que estemos cerca de él, Israel estaba cerca del templo pero su corazón estaba lejos del Señor (Is.29:13). En el nuevo pacto nuestro encuentro con Dios no se trata de estar cerca de un monte ni de Jerusalén (Jn.4:21), sino que comprender que por medio del sacrificio de Cristo, tenemos un camino nuevo y vivo para entrar al lugar santísimo (Heb.10:20). El Señor anhela tanto la comunión con su pueblo que envió a Su Hijo como propiciación por nuestro pecados (Rom.3:25) para reconciliarnos con él, para que hables con él y seas consolado, exhortado, disciplinado y amado.
En los vv.5 - 6, Jonás, vuelve a profundizar el lenguaje de descenso: “Me rodearon las aguas hasta el alma, el gran abismo me envolvió, las algas se enredaron a mi cabeza. Descendí hasta las raíces de los montes, la tierra con sus cerrojos me ponía cerco para siempre”. Ha cruzado el umbral de la muerte, el v.7 dice que “su alma desfallecía”. Experimenta sensación de ahogo, falta de oxígeno, se siente abrumado por la omnipresencia del agua, el alga alrededor de su cabeza es una corona que le aprisiona, es una ligadura de muerte (Sal.18:4). Ha llegado a las “raíces” de los montes, se encuentra perdido, condenado y aprisionado, es como si la tierra de los vivientes le ha cerrado la puerta e impide su regreso, es un muerto en vida. Pero, desde lo profundo, emerge el “GRAN PERO” de Dios. El descenso de Jonás parece imparable, pero justo en el último momento, “in extremis”, Dios interviene: “pero tú sacaste de la fosa mi vida, oh SEÑOR, Dios mío” (v.6).
Este pero es el punto de inflexión en la oración del profeta. Jonás tuvo que llegar a estar arruinado, roto, sucio, degradado y en bancarrota espiritual para darse cuenta de su profunda necesidad de la gracia. Cada creyente ha de pasar por esta experiencia. No solo debemos conocer la gracia por la instrucción de la Palabra, sino que debemos ser testigos de ella en nuestra vida. Nunca te das cuenta de que Jesús es todo lo que necesitas hasta que Jesús es todo lo que tienes. Debes perder tu vida para encontrarla (Mat. 10:39), debes renunciar a todos tus demás amores para encontrarte con el supremo amor de Cristo. El profeta amaba demasiado a su etnia y eso debía cambiar, de la misma manera, hay algo que tú amas demasiado, algo diferente a Jesús que debe ser destruido en tu corazón. Es ahí, como Jonás, que podemos declarar: “oh SEÑOR, Dios mío”. Los salvos siempre han sido del Señor, pero debemos aprender que él también es nuestro, un Dios cercano dispuesto a perdonarnos y amarnos, solo así aprendemos que: “ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada (tormenta, pez, alga) nos podrá separar del amor de Dios” (Rom. 8:39). Jonás como el hijo pródigo ha vuelto en sí, está experimentando resurrección, ha pasado de muerte a vida (Lc.15:17,32)
Como Jonás, es necesario que nuestra autosuficiencia sea destruida persistentemente en nuestras vidas, que la oración y la Palabra, no sean nuestro último recurso, sino el primero. El v.7 debe ser nuestra carta de navegación diaria: “del SEÑOR me acordé; y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo” (v.7). La distancia entre el Seol y el templo era abismal, pero la gracia de Dios cubre cualquier distancia. El más grande milagro que sucede diariamente en nuestras vidas, es que por medio de la suficiencia de Cristo tengamos comunión con la Trinidad. Sé persistente en la destrucción de tu autosuficiencia, no basta con un poco de Cristo en tu vida y mucho de ti, la fe no puede crecer donde se siembra autoconfianza, autosuficiencia y autonomía, esas cosas son los cardos y espinos de la fe, evitan su progreso.
Mira como Pablo ilustra esta gran verdad: “Dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte (como Jonás), a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, el cual nos libró de tan gran peligro de muerte, y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza de que él aún nos ha de librar” (2 Corintios 1:9–10). Algo maravilloso ha pasado en la vida de Jonás, como en la parábola del fariseo y el publicano el pregonaba: “Dios, te doy gracias porque no soy como esos crueles Ninivitas”, pero ahora ruega al Señor: “Sé propicio a mi pecador”. Y esa es la oración que Dios escucha, es la oración de resurrección.
3. Las conclusiones de la salvación (vv.8-9)
Jonás termina su oración con tres conclusiones: sobre los idolatras, sobre sí mismo y sobre Dios. Sobre los incrédulos proclama: “Los que confían en vanos ídolos su propia misericordia abandonan” (v.8). Dado el contexto de libro de Jonás, no creo que se esté refiriendo a gentiles incrédulos, porque en esta frase está haciendo referencia a personas que conocen de la misericordia de Dios y la abandonan. Creo que Jonás está haciendo una profunda crítica a sus propios compatriotas, a esos judíos del norte que habían abrazado la fe de Baal y Astarot. Se refiere a todos aquellos que tenían como ídolos a sus propios negocios y placeres olvidando a Jehová. En aquel pez, los ojos de Jonás se han abierto de tal forma que ha visto su pecado y el de su pueblo. Dios está destruyendo los ídolos del corazón de Jonás. La idolatría impide a las personas recibir la gracia, es una resistencia a la misericordia de Dios. Debemos tener mucho cuidado de la idolatría, no solo consiste en adorar imágenes, sino que es confiar en aquellas cosas creadas creyendo que dan felicidad y significado a nuestras vidas, en lugar del Creador. Idolatría es amar a algo o a alguien más que a Cristo, y eso era exactamente lo que sucedía también con Jonás, había un ídolo que debía ser derribado, y ese era su amor por su propia etnia, que en sí no es algo malo, pero que era una obstáculo para su amor para con Dios. Debemos comprender que el pecado no solo es hacer cosas malas, sino que el pecado de idolatría es convertir, incluso, las cosas buenas en nuestra prioridad, y eso arruina nuestra comunión con Dios y nos hacemos infértiles a la gracia. Medita en esto, ¿Cuántos ídolos hay en tu vida que te frenan a ir la gracia del Señor? Escucha esto, si estás dispuesto a pecar para obtener lo que deseas es un ídolo, y si pecas cuando no obtienes lo que deseas, también es un ídolo. Si anhelas una mejor posición en tu trabajo y estás dispuesto a crear un falso testimonio de otra persona, esa mejor posición laboral que es algo bueno, es un ídolo, si deseas un hijo, pero tu reacción hacia Dios cuando no te lo da es pecaminosa ese buen deseo también es un ídolo. La idolatría siempre nos lleva a una versión empobrecida de nosotros mismos, nos deforma, devaluando la misericordia divina. Hagamos caso del Apóstol Juan: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Jn.5:21)
La segunda conclusión que es para el propio Jonás es: “mas yo con voz de acción de gracias te ofreceré sacrificios. Lo que prometí, pagaré” (v.9). Su resolución es la misma que la de los marineros ante la liberación de la tempestad, ofrece sacrificios y votos de obediencia, al fin hay gratitud en el corazón del profeta. No basta con responder a la salvación de Dios con alivio o serenidad, la gracia irresistible de Dios exige acción de gracias. Jonás al fin coloca a Dios en el lugar debido: en el centro de su vida. La gracia salvadora ha triunfado sobre aquella resistencia que había en su corazón y ahora estalla en adoración. En el vientre del pez Jonás es precioso, es un gigante de la fe. Él es un gran estímulo para nosotros, porque dentro del monstruo marino se convierte en una hermosa ilustración de Heb.13:15: “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él sacrificio de alabanza es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. No hay lugar donde no podamos alabar la grandeza de nuestro rey soberano, aún en medio de la incomodidad del vientre de un pez Jonás alabo a su Señor. ¡No tenemos excusas! Jesucristo, el sacrificio de Dios por nuestros pecados ya ha sido ofrecido, nos corresponde ofrecer la alabanza merecida a Su nombre. El profeta hace votos al Señor, no sabemos cuáles, pero seguramente son promesas de obediencia a su Dios, fruto de su arrepentimiento. Había un solo lugar donde él podía pagar lo que prometió: El templo. Jonás sabe que la restauración de Dios le permitirá nuevamente volver al templo, volverá a disfrutar de la comunión con los santos, volverá a experimentar el Sal.22:25: “De ti será mi alabanza en la gran congregación, mis votos pagaré delante de los que le temen”. La gracia irresistible nos lleva a experimentar la perseverancia de los santos, la preciosa vida en comunidad.
Finalmente, Jonás realiza una de las más grandes conclusiones teológicas que podemos encontrar en las Escrituras: “La salvación es del Señor” (v.9). El profeta declara que el banquete de la gracia tiene un único y exclusivo anfitrión: el SEÑOR (Neh.9:17; Sal.130:4). El llamamiento, la regeneración, la conversión, la justificación, la adopción, la santificación, la perseverancia y la glorificación le pertenecen al Señor. Esta declaración condensa el evangelio, porque declara que no podemos salvarnos a nosotros mismos, no podemos restaurarnos ni limpiarnos, necesitamos un Salvador, eso es el evangelio: “Dios salvándonos de nuestros pecados”*.
Esto en lugar de inquietarnos debe llenarnos de profunda paz, porque si la salvación dependiera de nuestro desempeño todos ya la habríamos perdido. La salvación no depende de tus obras, no depende de tu status social ni económico, sino que depende del impecable desempeño de Cristo quien hizo lo que tú no podías hacer, sorprender al Padre con su perfecta vida de obediencia. Él compró la gracia para dárnosla gratuitamente, para que por medio de la fe seamos salvos. Como dice Charles Spurgeon: “La salvación no depende de este pobre brazo, pues de lo contrario perdería la esperanza, sino del brazo del Omnipotente, ese brazo sostiene los pilares de los cielos. ¿De quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? (Sal.27:1)”. Que la salvación sea del Señor es total seguridad. Nada puede revertirla. Un cristiano no puede ser “descreado” como nueva criatura. La redención no puede ser deshecha, porque el sello de su cumplimiento está cimentado en las preciosas palabras de Jesús en la Cruz: “Consumado es” (Jn.19:30). La salvación es del Señor, porque él es un mejor Jonás, es “EL PROFETA DE DIOS”:
Jonás tuvo un GRAN PERO en su oración, también hay un GRAN PERO disponible para ti, un PERO, que puede ser el punto de inflexión en tu vida: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús” (Ef.2:4-6).
Un día ya no clamaremos más por auxilio, nunca más seremos arrastrados por el oleaje del pecado, nunca más experimentaremos descenso, nunca más gritaremos como Pedro en medio del mar: ¡Señor Sálvame! (Mt.14:30) Nunca más dudaremos, porque la salvación es del Señor y cuando él regrese seremos glorificados siendo semejantes a él sin pecado. En la nueva Jerusalén nunca más te hundirás, porque allá hay un mar de cristal, sólido, como las promesas del Señor (Ap.4:6). Y allá te unirás al coro celestial, quizás nos encontraremos con los marineros, con algunos Ninivitas, sin duda, con Jonás, y cantaras la canción de salvación: “Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos. Y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap.7:9-10).
Nuestra canción eterna será: La salvación es el del Señor. Amén.
Jonás |
Jesús |
Oró y fue escuchado (v.2) |
Oró, pero el Padre se mantuvo lejos de las palabras de clamor (Sal.22:1-2) |
Se sintió expulsado de la presencia de Dios, pidió auxilio y fue ayudado (v.2-4) |
En la Cruz fue totalmente desamparado (Sal.22:1; Mt.27:46) |
Estuvo en el corazón de los mares por tres días y tres noches, pero su descenso al Seol fue simbólico |
Realmente descendió al Seol, murió por nosotros, y estuvo en el corazón de la tierra por tres días y tres noches. |
Fue coronado con un alga en su cabeza |
Fue coronado con espinas por la maldición del pecado (Gén.3:18; Jn.19:5) |
Ascendió de lo profundo del mar y fue vomitado por el pez en tierra |
Ascendió de la muerte, resucitó, dando vida eterna a Su pueblo |
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J. C. Ryle, Meditaciones sobre los Evangelios: Lucas, trad. Elena Flores Sanz, vol. 2 (Moral de Calatrava, España: Editorial Peregrino, 2002–2004), 297. ↑