Domingo 2 de julio de 2023

Texto base: Mt. 6:5-8.

Durante este año, el comediante nigeriano Woli Arole, quien luego afirmó ser profeta, se propuso fijar el record guiness de la oración más larga que se haya realizado, pretendiendo alcanzar las 5000 horas, para lo que convocó a varios a sumarse a la causa.

Aunque noticias como esta puedan parecernos extravagantes o absurdas, lo cierto reflejan la creencia que está arraigada en lo más profundo del corazón humano bajo el pecado. Y es que esta iniciativa va en la misma línea que muchos esfuerzos que se han hecho desde tiempos ancestrales, en cuanto a lograr hazañas en la oración, queriendo a través de eso ser escuchados por Dios.

Pero, ¿Será esta la forma en que lograremos ser oídos por Dios? La enseñanza de Jesús nos muestra un camino completamente distinto, que es la verdadera forma de presentarnos ante el Señor en oración.

En este cap. 6 inició una nueva sección: muestra ahora al discípulo viviendo su religión en este mundo, pero no como el mundo. Se presenta al discípulo como un hijo ante su Padre que está en los Cielos. Primero describe al discípulo en sus obras religiosas y luego en su vida cotidiana. Pero Cristo no describe aquí lo que debemos hacer ‘para’ llegar a ser cristianos, sino cómo viven aquellos que ‘son’ discípulos de Cristo.

En esto, como cristianos debemos ser distintos de los incrédulos, como también de quienes sólo parecen creer. Una frase clave en toda esta sección está en el v. 8: “no se hagan semejantes a ellos”. Jesús llama a sus discípulos a ser un grupo distinto de personas, no por causa de ellos mismos, sino porque son hijos de su Padre que está en los Cielos.

Ahora hablará de la “justicia” de sus discípulos, refiriéndose con eso a sus obras religiosas. En este v. 1 establece el principio general para todas las obras de sus discípulos, y luego usa tres ejemplos: las limosnas, la oración y el ayuno, siguiendo el mismo patrón: se refiere a la manera hipócrita de realizar estas obras, buscando el aplauso humano. Luego habla de la verdadera manera de hacerlo, buscando la gloria de Dios. Esta última es la que obtiene la única recompensa que debemos buscar, que es la bendición del Padre Celestial.

En esta oportunidad, nos enfocaremos en la enseñanza de Jesús sobre la oración, revisando: i) la oración hipócrita, ii) la verdadera oración y iii) la verdadera recompensa.

I.La oración hipócrita

Cuando ustedes oren…” (v. 5). Para Jesús no es una opción el hecho de si sus discípulos oran o no, sino que lo da por sentado. Es algo que sus discípulos harán cotidianamente, y forma parte de su andar espiritual. Para los judíos piadosos la oración era una disciplina esencial, y debía serlo también para los discípulos de Jesús.

En ese sentido, Jesús aclara que hay una forma de orar que es conforme a la justicia del reino de los cielos y otra que es hipócrita y que no es aceptable ante Dios. Antes de entrar en el fondo de esta enseñanza, ya resulta devastador apreciar los terribles efectos del pecado en nuestra alma, ya que éste puede acompañarnos aun cuando vamos ante la presencia de Dios para dedicarnos a la labor más noble a la que podemos entregarnos, que es la oración. Incluso allí, cuando estamos dirigiéndonos voluntariamente a Dios, podemos llevar con nosotros orgullo, incredulidad e hipocresía. Así de incrustado tenemos al pecado en nuestro corazón.

Esta verdad resalta la necesidad de un nuevo nacimiento, un cambio completo de naturaleza en la salvación que sólo Dios pude obrar en nosotros. El hecho de que Jesús dirija esta advertencia contra la hipocresía a sus discípulos, nos dice que se trata de un pecado con el que tendremos que luchar y estar alertas.

En el griego clásico, la palabra hypokrites se usaba primero para alguien que daba discursos, y luego para los actores. Con el tiempo, comenzó a ser usada para referirse a todos los que simulaban o fingían algo de forma no sincera, para quienes escondían su verdadero sentir y forma de ser, para lograr algo que deseaban siendo falsos. Jesús apunta aquí a una persona que vive disfrazada, llevando una máscara.

Si esto lo aplicamos a la oración, son personas que usan los ruegos públicos como un escenario para brillar ellos mismos, mostrando algo que no son, hablando con una doble intención, simulando como actores que se están dirigiendo a Dios, cuando en realidad persiguen la gloria para ellos mismos.

Por ello, Jesús exhortó fuertemente contra este pecado, diciendo a los líderes religiosos: “¿Cómo pueden creer, cuando reciben gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene del Dios único?” (Jn. 5:44). La Escritura dice de ellos que “amaban más el reconocimiento de los hombres que el reconocimiento de Dios” (Jn. 12:43).

Pero como hemos venido diciendo, los escribas y fariseos no caían en este pecado porque fueran especialmente malos, sino simplemente porque eran pecadores, y la olla de inmundicias que hierve en el corazón humano incluye esta hipocresía y vanagloria. Venimos de fábrica con esta inclinación torcida.

Por ello, debemos cuidarnos de este pecado que es parte de nuestra tendencia natural. Nuestro corazón caído busca el reconocimiento y la gloria de los hombres. Hay un impulso potente y sutil en nosotros de transformar todo, en una oportunidad para atraer alabanza hacia nosotros mismos, incluso si se trata de la oración, ese momento sublime en que nos dirigimos a Dios.

Jesús se refiere aquí a los que amaban “ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles” (v. 5). Desde luego, Jesús no estaba condenando la oración misma, ni tampoco la que se hace públicamente, sabiendo que encontramos hermosos ejemplos de estas súplicas congregacionales en la Escritura (Moisés, David, Daniel, Esdras, Nehemías, etc.). Los judíos piadosos oraban al menos tres veces al día, como lo hacía Daniel, y esto no fue condenado por Jesús, en absoluto.

Tampoco se está centrando en el hecho de orar de pie, que era la posición más común entre los judíos. No está apuntando a una determinada postura corporal, sabiendo que también hay oraciones de rodillas (Hch. 21:5) o sentado (2 S. 7:18), de modo que no hay una postura única que sea válida para dirigirse al Señor.

Por ello, Jesús apunta al fondo, que es la intención del corazón: “para ser vistos por los hombres”. El ejemplo, por tanto, presenta a personas que hacen demostraciones públicas de religiosidad, y su finalidad es justamente esa: demostrar, exhibir, lucir. Nota que habla de hombres que oraban en las esquinas de las calles, y es que se hacían llamados a la oración desde el templo, y esto nos da la imagen de quienes querían demostrar tanta devoción, que comenzaban a orar ya en las calles, y para ello se paraban en las esquinas, donde pueden ser vistos desde cuatro direcciones, es decir, donde tienen mayor visibilidad.

Jesús menciona otro ejemplo: los gentiles que usan repeticiones sin sentido (v. 7), la palabra originar indica parlotear (gr. βατταλογέω, battalogeo), alguien que simplemente está disparando palabras, hablando por hablar. Luego dice que usan “palabrería” (gr. πολυλογία, polylogía), y pensaban que por esa gran cantidad de palabras serían oídos por sus dioses.

Nota que el problema de fondo en ambos ejemplos es que la persona que realiza la oración, está centrada en sí misma, no en Dios. En el primer caso, con la oración como exhibición pública, ellos no amaban orar, ni amaban al Dios a quien supuestamente se estaban dirigiendo, sino que disfrutaban la oportunidad que les daba la oración para promoverse a sí mismos y contentarse en su propia justicia. Como el fariseo, que “oraba para sí” (Lc. 18:11). Su deseo primario no era venir ante Dios en temor y reverencia, sino causar un efecto en quienes escuchaban.

En el segundo caso, el de las repeticiones y la palabrería, la persona cree que debido a sus esfuerzos o la manera en que ora, será escuchada por Dios. Esto implica una visión muy reducida del Señor, considerándolo un Dios a quien se puede manipular o impresionar con el número de palabras o repeticiones que se pronuncien. La lógica aquí es: “si yo hago tal o cual cosa, Dios me oirá, me lo he ganado”.

Pero no se trata de cuántas horas logramos pasar en oración, ni de los sacrificios y dolores que somos capaces de soportar al orar. Debemos deshacernos de esa noción “matemática” de la oración. No se trata de lo que haces, ¡no podrías impresionar a Dios! Se trata de quién es Dios y de la relación que Él quiso tener contigo como Padre Celestial.

Quizás alguien aquí pueda preguntarse cómo se concilia esto con la parábola de la viuda y el juez injusto, en que Jesús enseñó a sus discípulos que “debían orar en todo tiempo, y no desfallecer” (Lc. 18:1). Pero no hay ningún conflicto entre los dos pasajes. Jesús no prohíbe las oraciones largas ni la insistencia en las peticiones, sino el hecho de creer que las muchas palabras impresionarán a Dios y conseguirán lo que queremos. Condena el uso de la oración para impresionar a los hombres y para manipular a Dios.

La oracion no debe consistir en unas cuantas frases apiladas, en repeticiones inutiles, en la ridícula idea de que la probabilidad de recibir respuesta esta en funcion del número total de palabras en cada oracion”.[1]

“… el punto importante sobre el gran santo no es que pasa mucho tiempo orando. Él no está pendiente del reloj. Él sabe que está en la presencia de Dios, que entró, por así decirlo, a la eternidad. La oración es su vida, él no puede vivir sin ella. No se preocupa de recordar la extensión de tiempo [que pasó orando]. El momento en que comienza a hacer eso, se transforma en algo mecánico y lo arruina todo”.[2]

En resumen, Jesús reprende la oración hipócrita porque:

a)Implica un doble ánimo: transforma la oración en un show, una plataforma para promoverse a sí mismo.
b)Es egocéntrica: su fin impresionar a los hombres y doblegar a Dios para hacer lo que uno desea.
c)Es orgullosa: sigue lógica carnal del esfuerzo humano, pensando que por la forma en que se ora se logrará obtener algo de Dios.
d)Es incrédula: refleja falta de fe porque se usa el momento sublime de la oración no para centrarse en Dios, sino en quienes escuchan. Además, tiene un concepto rebajado de Dios, pensando que se le puede manipular o impresionar.

Ante esto, ten sumo cuidado, porque hay formas muy sutiles de manifestar la misma presunción e hipocresía de los fariseos. Aunque no se realice de la misma forma, lo decisivo es el principio que está detrás de la falsa oración.

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II.La verdadera oración

Habiendo expuesto el pecado de la oración hipócrita, Jesús contrasta esto con lo que debe observarse en Sus discípulos: “no sean como…” (v. 5), “Pero tú…” (v. 6); “no usen… como los gentiles…” (v. 7), “no se hagan semejantes a ellos” (v. 8). Jesús habla de una necesaria distinción entre sus discípulos y los hipócritas, así como también con los paganos. La motivación y el objetivo deben ser completamente diferentes. Recordemos que esta vanagloria e hipocresía están en la base de toda religión inventada por el hombre. Por tanto, los discípulos de Cristo deben ser distintos a todos los demás, no sólo de los idólatras sino de los que parecen creer, y esta diferencia no para sentirse superiores, sino porque Su Padre que está en los Cielos ha obrado en ellos y los ha hecho distintos.

Ese carácter distinto se expresa en la instrucción que da Jesús a los suyos, que podemos resumir en: una búsqueda, un vínculo y una fe.

a)Una búsqueda: “entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora” (v. 6). Como se aclaró, Jesús no prohíbe la oración pública, sino que enseña que la verdadera espiritualidad se basa en una búsqueda de Dios en lo íntimo, allí donde nadie más puede ver. Sólo tiene sentido la oración pública si primero se ha buscado a Dios en lo secreto, y esa privacidad debe resguardarse con diligencia, así como en el caso de la limosna, porque la tentación a autopromoverse es demasiado fuerte y constante en nuestro corazón. Como señaló McNeile, “el secreto de la religión es la religión en secreto”.

Para orar como debemos es preciso “entrar en nuestra habitación cerrando la puerta”, y esto no se refiere a una realidad física, sino espiritual. Significa que para orar, debemos excluir ciertas cosas: no debemos centrarnos en los demás ni en nosotros mismos, sino enfocarnos completamente en el Señor. No sirve de nada entrar a una habitación solitaria y cerrar la puerta, si estás centrado en ti mismo, por ejemplo, sintiendo orgullo de cuán piadoso eres, o pretendiendo que Dios se someta a tus deseos egoístas.

En consecuencia, en el sentido espiritual debes “cerrar esa puerta”, alejándote del mundo y sus distracciones, de los afanes y todo lo que te impida encontrarte con Dios y concentrarte únicamente en Él. Desde luego, también para apartarte del ojo de los demás y la tentación de exhibir tu espiritualidad ante ellos. Debes buscar estar solo ante Dios, ese momento en que sólo Él puede escucharte, en que puedes derramar tu corazón ante Él.

Esto porque “la esencia de la oración cristiana es buscar a Dios[3]. Como dice el salmista: “Tu rostro, Señor, buscaré” (Sal. 27:8). Así como Moisés, quien hablaba cara a cara con Dios como habla un hombre con su amigo (Éx. 33:18), pero aun así rogaba: “Te ruego que me muestres Tu gloria” (Éx. 33:18)

Esto es completamente lo opuesto de usar la oración como una plataforma para lucirse. Lejos de eso, es buscar a Dios para ser bendecidos con Su presencia incomparable. Es ese corazón que ruega: “en justicia contemplaré Tu rostro; Al despertar, me saciaré cuando contemple Tu semblante” (Sal. 17:15).

b)Un vínculo: “ora a tu Padre que está en secreto”. Es un Padre que no sólo ve en lo secreto, sino que está en lo secreto, y es allí donde se encuentra con nosotros. La instrucción que nos da Jesús está llena de intimidad y de relación. No te acercas a un tirano, ni a un Rey que te mira desde lejos de una forma que te aterroriza, sino “a tu Padre que está en secreto”, a quien debes acercarte como un hijo que sabe que no hay nadie en el mundo que lo ame y quiera el mayor bien para Él, como hace Su Padre.

Te acercas a Aquel de quien dice la Escritura: “Como un padre se compadece de sus hijos, Así se compadece el Señor de los que le temen” (Sal. 103:13). El sólo hecho de que se llame nuestro Padre, debe ser la más preciosa invitación a orar, para encontrarnos con Aquel que nos hizo, que tiene nuestra vida en Sus manos, quien nos muestra Su misericordia y bendición cada día y vela por nosotros sin dormirse.

Por eso nos invita también la Escritura, diciendo: “acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (He. 4:16), ya que en ese Trono desde donde se gobierna toda la creación, está sentado nuestro Padre, quien es el Alto y Sublime, pero que ve en lo secreto y habita con el quebrantado de corazón.

c)Una fe: Debemos acercarnos a nuestro Padre creyendo verdaderamente que nos encontraremos con Él y que nos escuchará allí donde nadie más puede hacerlo, en lo íntimo y secreto. Esto realmente requiere fe. Las acciones religiosas que hacemos delante de los demás podemos hacerlas por muchos motivos hipócritas y egoístas, pero para entrar en lo secreto a encontrarse con Dios y deseando Su presencia, eso es evidencia de un corazón que ha sido impactado por el poder de Dios.

La oración es la actividad más alta del alma humana, por eso es a la vez la prueba suprema de la verdadera condición espiritual de un hombre, (por esta razón) cualquier cosa que hacemos en la vida cristiana es más fácil que orar” (Martin Lloyd-Jones).

Mientras que la inclinación de autopromocionarse contamina completamente la oración, la fe y la conciencia de que la presencia de Dios está con nosotros en lo secreto, enriquece la oración y nos transforma de gloria en gloria. En tu oración debes dimensionar que te estás acercando ante la presencia de Dios, sea que estés solo en tu habitación, que estés clamando mientras andas por la calle, o incluso cuando oras antes de comer. Que no haya ninguna oración que hagamos por simple trámite, por breve que nos parezca, o por trivial que pensemos que es un asunto.

Esta fe es esencial en la oración del discípulo, porque “sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe, y que recompensa a los que lo buscan” (He. 11:6). Tu Padre quiere que vengas ante Su presencia, así como nosotros, los padres pecadores anhelamos estar con nuestros pequeños y ver sus rostros. Pero no debes venir con una mente dudosa, como si tu Padre no fuese sincero en su invitación y su deseo de tener comunión contigo. Acércate sabiendo que incluso tu Padre está mucho más dispuesto a manifestarse a ti de lo que tú estás dispuesto a buscarlo encontrarte con Él.

Él no se fija en la cantidad de dinero que damos, ni en la cantidad de palabras que utilizamos: en lo único que se fija su ojo que todo lo ve es la naturaleza de nuestros motivos y el estado de nuestros corazones”.[4] En ese sentido, “Es el corazón verdadera y humildemente dedicado a Dios el que recibe la aprobación divina[5]

Cuando se ha buscado al Padre en secreto con esta disposición, la oración que se haga en público no será una ostentación, sino que será también una búsqueda sincera de Dios, esta vez rodeado de Su pueblo. Allí, tanto el que ora como quienes escuchan, se olvidan de sí mismos y buscan juntos el rostro del Señor.

En esto, debemos ser muy cuidadosos de no caer en otro extremo, que sería volvernos inquisidores de las oraciones de los demás. El Señor no nos mandó a esto, sino a examinar nuestros propios corazones y ver si nuestra motivación al orar está siendo la correcta.

Si tu corazón está correctamente dispuesto según la Palabra, entonces tu oración puede ser larga o corta, puede ser arrodillado, de pie o sentado, puede ser una flecha al cielo como la de Nehemías, o derramando tu corazón en llanto como la de Ana, o quizás desde el calabozo de una cárcel como la del Apóstol Pablo, o podría ser rodeado de hermanos en la iglesia, y tu Padre te recibirá y te escuchará, te bendecirá con su presencia y comunión, porque no depende de lo que tú haces ni dónde estás, pues el centro no eres tú, sino el Señor ante quien vienes.

Los profetas de Baal rogaron repitiendo y gritando toda la mañana, incluso cortando sus cuerpos, y no fueron escuchados. Elías rogó dos o tres frases, y cayó fuego del Cielo. Y tu interés acá no debe estar en Elías, ni en lo que él hizo, ni dónde estaba, sino en el Dios de Elías. Si lo buscas con fe, Él se encontrará contigo y te bendecirá con Su presencia.

En resumen: Jesus quiere enseñarnos que la oración, para que sea un autentico acto de justicia, debe verse libre de ostentación, debe ir dirigida al Padre y no a los hombres, debe ser principalmente privada, y rehuir el engaño de que a Dios se Ie puede manipular con una farsa vacía”.[6]

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III.La verdadera recompensa

Jesús enseña que, tal como hay una oración hipócrita y una genuina, así también hay una recompensa falsa y una verdadera.

A.Falsa recompensa
a)Exhibición y adulación: La oración hipócrita busca causar impresión en los hombres, y esa es la triste recompensa que les espera. No tendrá más recompensa que el aplauso humano.
b)Autocomplacencia: Quien ora de forma hipócrita, creyendo que es oído por la forma en que hora, tiene la falsa recompensa de estar satisfecho consigo mismo y lo que hace, creyendo que ha sido capaz de ganarse el favor de Dios con lo que ha hecho. Esta satisfacción es el orgullo del fariseo, quien oraba para sí y podía sentirse mejor que los demás, dando gracias porque no es como ellos.

Estas falsas recompensas son temporales. Quienes oran de forma hipócrita ya tienen su recompensa, porque se satisfacen con lo que hicieron con su oración falsa. No hay más recompensa para ellos que esa ilusión que se desvanece. Quien se contenta con la falsa recompensa, pudiendo comer de los manjares que ofrece el Padre en la intimidad de Su mesa, prefiere comer de la basura, fuera de la casa.

Por lo mismo, sabiendo que Jesús habló estas palabras a Sus discípulos, debemos estar alertas y vigilar nuestro corazón, pues el engaño es muy sutil.

Por ejemplo, tengamos cuidado de ser fácilmente impresionables, o de querer impresionar a otros debido a ciertas prácticas prácticas en la oración. Algunos parecen pensar que la única forma de ser piadoso es levantarse a las 4:00 am para orar, y pasar allí dos horas de rodillas. Se suelen citar ejemplos de puritanos y hombres piadosos en la historia, pero no confundamos las resoluciones humanas con lo que Dios ha ordenado en Su Palabra. Si convertimos estas prácticas en leyes, el dulce momento de la oración se volverá simplemente un ritual mecánico o una plataforma para exaltarse a uno mismo.

Si te levantas de madrugada, que sea para buscar el rostro del Señor, y no porque piensas que ese método es el que te permite ser escuchado y bendecido por Dios. Si lo haces, resiste la tentación de que otros se enteren, nadie necesita saberlo sino el Señor.

Otros, piensan que son salvos, o que pueden hacer que otros sean salvos por el hecho de repetir cierta oración con determinadas palabras. Muchos piensan que si no cierran su oración con la fórmula “en el Nombre de Jesús”, entonces no serán escuchados. Otros, piensan que si dicen esa misma fórmula antes de un examen, una entrevista de trabajo o una operación, tendrán éxito. Aún otros, creen que si se reúnen con más creyentes haciendo una “cadena de oración”, entonces Dios tendrá que escucharlos. Otros piensan que las oraciones públicas son momentos para hacer clases de doctrina a los hermanos, citando pasajes de memoria y dando lecciones de los atributos de Dios, y esto pueden hacerlo hasta en las oraciones de gratitud por los alimentos.

En fin, los ejemplos abundan porque nuestro pecado es muy profundo, pero el Señor nos ha entregado esta enseñanza para que no nos quedemos en este punto, sino que busquemos la verdadera recompensa que sólo Él puede darnos.

B.Verdadera recompensa

tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”, “su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes que ustedes lo pidan”.

Jesús dice que este Padre “ve en lo secreto”. Esto es cierto tanto para las acciones buenas como las malas. Un discípulo de Cristo debe vivir siempre en la conciencia de estar ante la presencia de Dios. Para el discípulo, esta no es una idea espantosa, sino un gran consuelo. No debemos buscar la autopromoción y la alabanza de parte de los hombres, pero no nos quedamos ahí detenidos: debemos buscar al Señor en lo secreto, allí donde sólo Él nos ve.

Jesús asegura que hay una verdadera recompensa, y es la que sólo se encuentra en el Padre. Pero esto no se trata de una cosa que Él nos entregará, sino que Él mismo es la mayor recompensa de la verdadera oración. El verdadero discípulo, sabe que no hay mayor bendición que la comunión con Dios, que disfrutar de Su presencia amorosa, de Su misericordia, Su paz, Su gozo, Su consuelo, ¡Su amor! No hay mayor bendición que estar ante la presencia del Padre y saber que Él te ama y te está oyendo, que recibe a Sus hijos lleno de compasión y ternura.

Busqué al Señor, y Él me respondió, Y me libró de todos mis temores. Los que a Él miraron, fueron iluminados; Sus rostros jamás serán avergonzados. Este pobre clamó, y el Señor le oyó, Y lo salvó de todas sus angustias. El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen, Y los rescata. Prueben y vean que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia!” (Sal. 34:4-8).

El mismo Jesús nos invita diciendo: “Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá. 8 Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7:7). ¡El Señor no miente, Su promesa no fallará! Quienes busquen realmente al Señor, lo encontrarán, y esa es una recompensa no sólo verdadera, sino eterna. Es la vida abundante, la gloria eterna que disfrutaremos para siempre con nuestro Padre, es tenerlo a Él mismo como nuestro Dios, y ser contados como Su pueblo, ovejas de Su prado, Hijos recibidos por medio de Cristo.

Pero, ¿Cómo puede el Padre escucharnos, si somos pecadores? Esta enseñanza debe llevarnos a apreciar a Cristo sobre todas las cosas. Esto porque sabemos que los pecadores estamos destituidos de la gloria de Dios (Ro. 3:23), expulsados de su presencia, así que no podemos acercarnos a Él en nuestro propio nombre, incluso aunque nos arrepintamos de nuestros pecados.

Si podemos acercarnos a Dios, es porque estamos ‘en Jesucristo’, porque fuimos unidos a Cristo en Su muerte y resurrección, y porque Él, como nuestro Sumo Sacerdote, abrió un camino nuevo y vivo hacia el lugar santísimo, de modo que no somos considerados como pecadores, sino como justos, pues somos recibidos en Cristo, quien es el único Justo y Santo. Por ello, si podemos orar y ser recibidos por Dios, es únicamente porque Cristo murió y resucitó por nosotros, y así nosotros morimos y resucitamos con Él, y nos llevó junto con Él a la presencia de Dios.

Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, 20 por un camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros por medio del velo, es decir, Su carne, 21 y puesto que tenemos un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, 22 acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura. 23 Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquel que prometió” (He. 10:19-23).

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  1. Carson, Sermón del Monte, 77.

  2. D. Martyn Lloyd-Jones, Studies in the Sermon on the Mount, Second edition (England: Inter-Varsity Press, 1976), 344.

  3. John R. W. Stott y John R. W. Stott, The message of the Sermon on the mount (Matthew 5-7): Christian counter-culture, The Bible Speaks Today (Leicester; Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1985), 133–134.

  4. J. C. Ryle, Meditaciones sobre los Evangelios: Mateo, trad. Pedro Escutia González (Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino, 2001), 67.

  5. William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Mateo (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), 337.

  6. Carson, Sermón del Monte, 79.