Domingo 13 de agosto de 2023
Texto base: Mt. 6:9-13 (11).
George Müller fue un evangelista cristiano y director del orfanato Ashley Down en Bristol, Inglaterra, durante el siglo XIX. Es conocido por su fe profunda y su práctica de confiar únicamente en el Señor a través de la oración para satisfacer las necesidades del orfanato y los niños bajo su cuidado, sin solicitar donaciones de individuos u organizaciones.
Una de las anécdotas más conocidas sobre George Müller y sus oraciones respondidas involucra la provisión de leche para los niños del orfanato. En una ocasión, no tenían comida ni leche para el desayuno de los niños y no había dinero disponible para comprar más. Müller reunió a los niños para orar y dar gracias por la comida que aún no tenían.
Mientras oraban, llamaron a la puerta. Era un repartidor de leche que tenía problemas mecánicos en su carreta y necesitaba descargar la leche para poder hacer las reparaciones. Le ofreció la leche a Müller y, como resultado de esta respuesta inmediata a la oración, los niños pudieron tener su desayuno.
Esta historia y otras similares ilustran la profunda confianza de George Müller en la provisión divina a través de la oración. Ahora, ¿Debe ser sólo una fe extraordinaria de algún creyente demasiado piadoso, o será más bien la fe que debe existir en todo cristiano en cuanto a la provisión que da nuestro Padre Celestial? La oración que enseñó Jesús nos lleva claramente a esto último.
Al exponer sobre la cuarta petición de esta oración modelo que Jesús enseñó, analizaremos primero nuestra tendencia natural que es contraria a esta petición, para luego explicar el significado de “danos hoy nuestro pan diario”, y, por último, desarrollaremos cómo debe ser nuestra vida a la luz de esta petición.Principio del formulario
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Como ya hemos explicado en los mensajes anteriores, la tendencia de nuestros corazones bajo el pecado, es opuesta a lo que nos enseña Jesús en su oración modelo. Así, podemos encontrar varias inclinaciones torcidas relacionadas con nuestro sustento material, pero todas se relacionan con la incredulidad, la idolatría, el orgullo, y finalmente, las tristes consecuencias de no haber puesto nuestra confianza en Dios.
Orgullo y autosuficiencia
Nuestro corazón bajo el pecado es engañoso, y nos convence de que, si tenemos algo, se debe a que nosotros nos lo ganamos por nuestras fuerzas, nuestro mérito o alguna otra razón que se deba a lo que somos o a lo que hacemos.
Esto podemos verlo claramente en la Escritura. El Señor consideró necesario advertir al pueblo de Israel, ya que, cuando dejaran de vagar por el desierto y entraran a la tierra prometida, y comenzaran a disfrutar de los bienes que allí podían encontrar, sus corazones podían desviarse por el engaño del pecado y era posible que llegaran a pensar que por sus fuerzas se habían ganado todas esas bendiciones:
“Cuídate de no olvidar al Señor tu Dios dejando de guardar Sus mandamientos, Sus ordenanzas y Sus estatutos que yo te ordeno hoy; 12 no sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas, 13 y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, 14 entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de servidumbre... 17 No sea que digas en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza” (Dt. 8:11-14,17).
Tan peligroso es el engaño del pecado, que el Señor habló estas palabras a un pueblo que había visto numerosas manifestaciones del poder de Dios, sustentándolos en el desierto con milagros, dándoles victoria sobre sus enemigos y guardándolos de grandes peligros, pero era muy probable que olvidaran todo eso cuando pasaran las dificultades del desierto y comenzaron a disfrutar de la calma y la abundancia.
Este mismo orgullo se expresó en Nabucondonosor, rey de Babilonia, cuando contempló su imperio y dijo: “¿No es esta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?” (Dn. 4:30).
Nabucodonosor había conducido a su ejército a grandes victorias militares, y había expandido los territorios de su nación, pero había olvidado una verdad esencial: toda autoridad viene de Dios y nadie la tiene sino de parte de Él (Ro. 13:1), y es el Señor quien gobierna todas las cosas, por eso dice: “Se prepara al caballo para el día de la batalla, Pero la victoria es del Señor” (Pr. 21:31).
Desde luego, esta actitud se verá mucho más en quienes disfrutan de mayores comodidades u ocupan alguna posición de poder. Aunque en el caso de Nabucodonosor se trataba de un imperio, puede tenerse esta misma actitud aun siendo pobre y teniendo pocos bienes, ya que lo decisivo es el corazón orgulloso que cree haber conseguido todas esas cosas por sí mismo.
Idolatría
El corazón bajo el pecado rechaza la mano misericordiosa que Dios se extiende y busca otra fuente donde encontrar la provisión y la esperanza para satisfacer sus necesidades.
Por eso, una de las acusaciones constantes del Señor contra Israel fue su infidelidad espiritual, ya que en lugar de dar gracias al Dios verdadero y de depender de Él para su sustento, buscaban a dioses falsos y los honraban como si fueran ellos quienes los sostenían.
Por medio del profeta Oseas, el Señor confrontó a Su pueblo, diciendo: “Pues ella no sabía que era Yo el que le daba el trigo, el vino nuevo y el aceite, Y le prodigaba la plata y el oro, Que ellos usaban para Baal” (Os. 2:8).
Esta es una de las grandes miserias de la idolatría, ya que siempre implica la tremenda ingratitud de usar la vida y los bienes que Dios nos da para servir a otros dioses, cuando deberíamos honrarlo únicamente a Él.
Una forma especial de idolatría es la avaricia, es decir, el amor a los bienes de este mundo. Por eso, dice el apóstol Pablo: “Por tanto, consideren los miembros de su cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría. 6 Pues la ira de Dios vendrá sobre los hijos de desobediencia por causa de estas cosas” (Col. 3:5-6).
Por eso, el materialismo y consumismo de nuestros días son manifestaciones de este pecado que ha ensombrecido la vida del hombre en este mundo durante toda la historia. Aquellos que compran compulsivamente o que necesitan consumir para pasar sus penas u olvidar sus miserias, manifiestan que son idólatras y viven para este mundo.
Claramente, no toda deuda o problema financiero es una consecuencia del pecado, pero si estás pasando por un momento de crisis en la economía de tu hogar, bien vale la pena preguntarse si habrá algo de esta avaricia que haya causado esos amargos frutos que hoy estás sufriendo. El pecado tiene consecuencias, y la idolatría esclaviza.
Confianza en medios terrenales
Otra de las razones por las que el Señor exhortó constantemente a Israel, fue porque ponía su confianza y esperanza en las naciones, en lugar de clamar a Él cuando se encontraban en necesidad:
“«¡Ay de los hijos rebeldes», declara el Señor, «Que ejecutan planes, pero no los Míos, Y hacen alianza, pero no según Mi Espíritu, Para añadir pecado sobre pecado! 2 Los que descienden a Egipto Sin consultarme, Para refugiarse al amparo de Faraón, Y buscar abrigo a la sombra de Egipto…» (Is. 30:1-2).
Hablando del rey de Judá llamado Asa, la Escritura relata: “Asa se enfermó de los pies. Su enfermedad era grave, pero aun en su enfermedad no buscó al Señor, sino a los médicos” (2 Cr. 16:12). El problema no es que Asa se hubiese atendido con médicos, sino que dejó de clamar al Señor y confió primeramente en los medios terrenales.
Hoy muchos, incluso dentro de la Iglesia, confían en que el Estado sea su proveedor y sustentador. Ponen sus esperanzas en que, si el Estado se hace cargo de distintas áreas, entonces la sociedad será más justa y cada uno tendrá la parte que se merece. Sin embargo, esta confianza en el Estado siempre ha sido y será defraudada, porque es un becerro de oro. Otros esperan que la lotería pueda sacarlos de sus angustias, creyendo que su sustento se encuentra en bolsas con millones que llegarán a su vida por suerte.
Así también, si pones tu confianza en cualquier cosa que no sea el Señor, estarás cayendo en este pecado.
Tanto el orgullo y la autosuficiencia, como la idolatría y la confianza en los medios terrenales, llevan al afán y la ansiedad, ya que todas estas falsas esperanzas carecen de fundamento, son castillos de naipes que constantemente se tambalean. Los que viven para este mundo, se afanarán y angustiarán por las cosas de este mundo.
La pereza y el comer pan de balde
Hay aun otra inclinación torcida en el corazón bajo el pecado, que es pretender ser sostenido sin haber trabajado por ello. Hablamos de quienes fueron negligentes cuando correspondía trabajar, y luego pretenden que otros suplan sus necesidades. Es lo que se conoce simplemente como flojera, para lo cual siempre habrá las más variadas excusas, pero todas comparten el principio de tener una visión distorsionada del sustento.
Tanta es la influencia engañosa de este pecado, que incluso se encontraba en la iglesia y el Apóstol debió advertir en contra de esto: “Porque aun cuando estábamos con ustedes les ordenábamos esto: Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes. 3:10).
Estas son las principales inclinaciones que se encuentran naturalmente en nuestro corazón bajo el pecado, y que se oponen a la petición enseñada por Jesús.
Como en cada petición de esta oración enseñada por Jesús, debes percatarte de que, si tu corazón bajo el pecado va totalmente en contra de lo que significa esta oración, entonces si puedes orar sincera y correctamente “Danos hoy el pan nuestro de cada día”, es porque el Señor hizo una obra sobrenatural en tu vida.
Orden de esta petición
Por un lado, la forma en que está dispuesta esta oración, desde su invocación: “Padre nuestro” y sus primeras tres peticiones: “Santificado sea tu Nombre, venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el Cielo, así también en la tierra”; nos dicen que el enfoque principal en la oración debe estar en la gloria de Dios, en exaltar Su Nombre y desear que Su Palabra y Su gobierno se impongan sobre todo.
Esto es muy relevante, ya que muchas veces en la oración el impulso es simplemente saltar a la parte en que demandamos y exigimos cosas de Dios, pero el Señor nos ordena tomar una pausa y recordar centrarnos en Él ante todas las cosas. Jesús nos enseña que, en la oración, como en todas las otras actividades de la vida, las preocupaciones temporales deben estar subordinadas a las espirituales.
Después de esas tres peticiones iniciales, la oración se centra en rogar por nuestra vida en la tierra. Llama la atención que, en este punto, lo primero que hace es pedir por el sustento material: “Nuestro Señor ahora está considerando nuestras necesidades, y claramente la primera necesidad es que seamos capacitados para continuar nuestra existencia en este mundo. Estamos vivos, y debemos ser preservados con vida”.[1]
El Señor primero formó nuestro cuerpo del polvo de la tierra y luego nos dio aliento de vida, así primero aborda las necesidades físicas para nuestra subsistencia, sin la cual no podemos desarrollar nuestros deberes espirituales.
Pan
Aunque muchos han espiritualizado el significado de esta petición, lo cierto es que “… se refiere principalmente a la provisión de nuestras necesidades temporales. Para los hebreos, pan era un término genérico, que significaba las necesidades y conveniencias de esta vida”.[2] Incluye todo lo necesario y vital, aquello que sea adecuado para nuestra condición. Podemos, desde luego, pensar en nuestra alimentación de cada día, pero también en nuestra vestimenta, nuestra vivienda, la salud de nuestro cuerpo, y todo aquello que nos resulte necesario para la vida en esta tierra.
Nótese que la petición no es “danos hoy el caviar de cada día”. No dice, “dame el Ferrari que me corresponde”. La petición no se dirige a lujos ni caprichos, no es para pedir cosas frívolas ni superfluas, porque si fuera así, Dios sería como esos genios en la botella que simplemente conceden nuestros deseos, pero ya oramos previo a esto “hágase tu voluntad”.
Con esto, el Señor nos llama a la mesura, como dice la Escritura: “No me des pobreza ni riqueza; Dame a comer mi porción de pan, No sea que me sacie y te niegue, y diga: «¿Quién es el Señor?». O que sea menesteroso y robe, Y profane el nombre de mi Dios” (Pr. 30:8-9). Si Dios nos concede cosas que van mucho más allá de nuestro sustento diario, debemos ser agradecidos y dedicarlas para Su gloria; pero no debemos pedir por esos lujos.
Nuestro
Se refiere a que nuestro sustento debe venir de una fuente justa, y no debe haber sido obtenido con robo o con engaño. No debe tratarse de algo que realmente pertenece a otro, sino que debe ser fruto del esfuerzo y el trabajo propio. Es decir, trascendental aclarar que se refiere a un pan que tendremos por medios legítimos, y no de una manera que Dios reprueba.
En esto, no sólo debemos pensar estrictamente en lo que se refiere a la alimentación. Nada en nuestra casa debe venir de alguna fuente ilegítima. Si sabemos que hay algo en nuestro hogar que probablemente otra persona olvidó allí, o que pedimos prestado y nunca devolvimos, no debemos apropiarnos de eso por el sólo hecho de que esa persona no lo ha reclamado por descuido o por un olvido.
A su vez, muchos se llevan a sus hogares cosas de sus trabajos, y se justifican diciendo que son explotados por sus jefes, o que ellos han trabajado más de la cuenta, así que lo merecen. Sin embargo, si no es parte de la remuneración que fue acordada, no debes tomarlo, aunque tú creas merecerlo o que existen razones justificadas que te permiten apropiarte de eso.
Tristemente, hay hogares en que este robo es una cultura, y la familia se justifica de diversas formas. Lejos de eso, debes poder decir “danos el pan nuestro de cada día”.
Hoy
Debemos recordar nuestra dependencia de Dios cada día. Aunque debemos ser previsores y planificar, hay un sentido muy profundo en que el Señor nos llama a centrarnos en el HOY. Más adelante en este Sermón del Monte, el Señor exhorta a Sus discípulos diciendo: “Por tanto, no se preocupen por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Bástenle a cada día sus propios problemas” (Mt. 6:34). Dice también: “Que las misericordias del Señor jamás terminan, Pues nunca fallan Sus bondades; 23 Son nuevas cada mañana; ¡Grande es Tu fidelidad!” (Lam. 3:22-23).
Así también, el maná se repartía cada día y no se podía guardar para el siguiente. De esta forma, el Señor recordaba a Su pueblo que Él sería su sustento cada día, que Él atendería sus necesidades y ellos debían depender de Él cada nueva mañana.
Aprendemos de la Palabra de Dios, que nuestra alma sólo puede soportar el afán de un solo día a la vez, y ese afán debemos llevarlo a los pies del Señor. Incluso muchos problemas de salud, se deben a que estamos intentando llevar muchos más días, semanas o meses a cuesta, y estamos afanándonos por anticipado por días que todavía no hemos vivido.
Por un lado, no debemos angustiarnos por el mañana, pero tampoco jactarnos del día que aún no llega, es decir, no debemos pensar que tenemos el futuro asegurado y que todo saldrá según nuestra voluntad. La Escritura también nos llama a esto:
“Oigan ahora, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia». 14 Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece.15 Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg. 4:13-15).
Hay un sentido en que debemos considerar nuestra vida delante de Dios con este período en mente: cada día, siempre un “hoy”. Nos recuerda nuestra fragilidad, se nos llama a no ser orgullosos ni autosuficientes, sino dependientes.
Aunque tengamos el pan asegurado en nuestra despensa para hoy, mañana y muchos días, debemos seguir rogando esta petición para cada día, pues no tenemos el día de mañana en el bolsillo.
Danos
Al pedir de esta forma, reconocemos que nuestro sustento viene sólo de Dios. Esto es así porque:
Es con esta fe que debemos dirigirnos a Dios para pedirle humildemente: “Danos…”. Con esto, estamos reconociendo que sólo Él es quien sostiene nuestra vida, nuestro Creador y Sustentador, que estamos en Sus manos y nadie más puede ser realmente nuestra ayuda, sino Él.
Al exponerte a esta petición, debes admirarte de que Dios se preocupa por tus necesidades: no sólo espirituales, sino también físicas. En esto, es maravilloso que Él se describe como nuestro Padre que está en los cielos.
El mismo Dios que habita en las alturas, en luz inaccesible, a quien los cielos de los cielos no pueden contener, el Todopoderoso, el Eterno y que vive y reina por siempre, ¡Se preocupa por tu pan de cada día! El que riega los valles, quien hace nevar sobre las montañas, quien hace fluir los ríos y da crecimiento a la semilla, quien sostiene a todas las criaturas en la tierra, el mar y los cielos, es quien te invita a pedirle en oración, porque Él se preocupará de que tu plato no esté vacío el día de hoy.
Esto debe llevarte a la dependencia, reconociendo que eres una criatura que necesita del cuidado del Creador y Sustentador, que eres un hijo que necesita del cuidado de Su Padre que está en los cielos. Debes reconocer que si tienes algo, aunque sea una miga de pan, es porque el Señor te lo ha dado en su amor y misericordia a tu vida.
Sé consciente de tu fragilidad e impotencia. Aunque veas tu despensa llena, ¿Acaso no podría ocurrir una tragedia o incluso una catástrofe natural? ¿Qué ocurriría si te robaran, o si se produjese un incendio, o incluso una guerra inesperada? Recuerda el caso de Job, quien era un hombre tremendamente rico, y perdió todos sus bienes e incluso sus hijos en un solo día. Esta petición te debe ayudar a recordar que sin Dios no eres nada, que tu vida está en sus manos, y que ni siquiera sabes lo que ocurrirá en el siguiente segundo, así que debes depender de Él en todo momento.
Si disfrutas de un período de bonanza y abundancia, tu corazón no debe enorgullecerse como si tú mismo lo hubieses ganado por tus méritos, sino que siempre se tratará de la misericordia de Dios. Por otro lado, si estás pasando por escasez y te cuesta siquiera sostener la comida y el techo para cada día, el mismo Jesús te invita a rogar a tu Padre, y Él será fiel en tener cuidado de tu vida.
Toda esta conciencia te debe llevar al contentamiento, porque la porción que tienes hoy es la que tu Padre que está en los cielos ha querido darte. Por eso el Apóstol podía decir: “Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. 13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:12-13). También se nos manda diciendo: “Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé»”.
Así también, ha de motivar gratitud: “Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18). Cuando demos gracias por cada comida, que no sea un simple trámite, sino que sea una alabanza sincera y sentida a Dios, porque ha movido toda la rueda de la creación para sostenernos (Sal. 104:10-15).
Por otro lado, es un fundamento sólido para nuestra confianza: “Yo fui joven, y ya soy viejo, Y no he visto al justo desamparado, Ni a su descendencia mendigando pan” (Sal. 37:25). El Señor es quien está preocupado de sostenernos, de modo que podemos estar seguros de que Él no fallará en hacerlo.
De otra parte, esta petición nos lleva a una correcta disposición a trabajar: “Si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes. 3:10). Debe haber una relación entre nuestro trabajo y el fruto de éste, que es el sustento. Esto recordando que “no es “hacer provisión para el futuro” (Gn. 41:33–36; Pr. 6:6–8) lo que se condena, sino la “ansiedad por el futuro”, como si no hubiera Padre celestial”.[3] Por otro lado, nuestro sustento no es el lugar de trabajo, sino que siempre será el Señor. Pero el trabajo es el medio por el cual Dios nos sostiene.
Por último, aunque sin duda la petición se dirige a nuestro sustento físico, también nos recuerda que: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Necesitamos el pan que viene del Cielo. El pan físico es necesario, pero nos debe impulsar a ir más allá, a nuestro verdadero pan: Cristo.
“Porque el pan de Dios es el que baja del cielo, y da vida al mundo». 34 «Señor, danos siempre este pan», le dijeron. 35 Jesús les dijo: «Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed” (Jn. 6:33-35).
Quien nos instruye a pedir nuestro pan físico, Él mismo quiso ser nuestro pan y bebida espiritual, para que ya no tengamos más hambre ni sed, sino que tengamos vida eterna.
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D. Martyn Lloyd-Jones, Studies in the Sermon on the Mount, Second edition (England: Inter-Varsity Press, 1976), 384. ↑
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Arthur W. Pink, La oración del Señor: Padrenuestro, ed. Juan Terranova y Guillermo Powell, trad. Cynthia Canales (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2015). ↑
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William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Mateo (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), 348. ↑