Domingo 28 de julio de 2024

Texto base: Mt. 7:13-14.

Si te ganaras un premio de un vuelo en primera clase a Miami, en los mejores asientos y en el avión más lujoso de la aerolínea, ¿Esperarías que fueran asientos estrechos e incómodos? Tendemos a asociar lo amplio, espacioso y cómodo con lo deseable y mejor. También solemos seguir a las mayorías en lo que se conoce como “efecto manada”, pues pensamos que si la mayor parte de las personas hace algo o prefiere una opción, debe ser la mejor.

Contrario a esto que es nuestra forma natural de razonar, en este pasaje Jesús hace una exhortación completamente contraintuitiva: nos llama a entrar por la puerta estrecha y a andar por el camino angosto, porque es la única forma de tener “la vida”. Sin duda, esto requiere no dejarse engañar por las apariencias ni buscar la opción más cómoda y masiva, sino ver con los ojos de la fe aquello que el mismo Señor nos dice que es la única forma de ser salvos.

Aquí podemos decir con seguridad que nuestro Señor realmente ha terminado el Sermón como tal, y que de ahora en adelante lo está completando, aplicándolo e instando a sus oyentes a la importancia y necesidad de practicarlo e implementarlo en sus vidas diarias”.[1]

Así, este pasaje es parte de la exhortación y aplicación del mensaje que ya expuso previamente, y manifiesta que este sermón no se predicó solo para ser admirado, sino para ser vivido. “El mensaje cristiano no es una idea teórica; es algo que realmente ha de convertirse en una característica de nuestra vida diaria y de nuestro modo de vivir”.[2] En este sentido,

"Jesús cierra el Sermón del Monte con varios pares de alternativas. Habla de dos caminos (7:13-14), de dos árboles (7:15-20), de dos profesiones (7:21-23), de dos casas (7:24-27). Por medio de estos pares, insiste en que hay dos caminos, y solo dos. Estos versículos finales del Sermón del Monte exigen una decisión…” (Carson).

Adentrándonos en este pasaje, veremos i) la puerta ancha y el camino amplio, ii) la puerta estrecha y el camino angosto; y por último, iii) una decisión de vida o muerte.

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I.La puerta ancha y el camino amplio

Jesús comienza desarrollando la figura de la puerta ancha y la senda amplia. “Ancha” se corresponde con “amplia”, la puerta se corresponde con la senda.

¿Qué es primero, la puerta o el camino? ¿La puerta lleva al camino o viceversa? El orden “puerta” seguido por “camino” es lo más natural a partir del texto y tiene buen sentido, especialmente si se tiene en cuenta lo que es el significado que se le quiso dar: “La “puerta” indica la elección que una persona hace en esta vida, sea buena o mala”; y el camino indica la vida que se vive en consecuencia, y que termina en un destino eterno definido para cada opción.[3]

La figura no es difícil de entender. “La “puerta ancha” permite pasar con la bolsa y todo el equipaje. La vieja naturaleza pecaminosa—todo lo que contiene y todos sus accesorios—puede pasar fácilmente a través de ella. Es la puerta de la autoindulgencia”.[4]

Es una puerta que no exige dejar nada fuera. Es como la gran entrada a un parque, un pórtico ancho que nos permite pasar cargados con el amor a este mundo y a las cosas que hay en él, y en ella cabemos junto con todos nuestros ídolos, nuestras metas torcidas y nuestros deseos opuestos a la voluntad de Dios.

A través de esta puerta ancha caben todas las visiones de mundo, y aunque siempre ha existido esta entrada amplia, es probablemente en esta época en que esto se aprecia como en ninguna otra. Esto lo observamos en lo cotidiano: en una misma persona pueden convivir visiones incluso opuestas entre sí (por ej., puede ser feminista radical y pro-islam). Hoy incluso se considera una virtud ser “de mente abierta”, tomando un poco de esta religión, un puñado de esta otra, unos cuantos postulados de esta filosofía o de esta otra, no importando si hay coherencia en toda esa ensalada de creencias, porque se cree que cada uno construye su propia verdad.

Es una puerta ancha porque caben todas las visiones existentes en este mundo, habidas y por haber, a excepción de una: el Evangelio de Cristo. Es interesante que puede haber incrédulos que incluso tienen conflictos personales entre sí, pero cuando se trata de unirse contra Cristo, el acuerdo es unánime. Esto se dice de Pilato y Herodes, quienes no se tenían aprecio, pero se amistaron el día en que juzgaron a Jesús: “Aquel mismo día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes habían estado enemistados el uno con el otro” (Lc. 23:12).

Es una puerta ancha porque para entrar por ella simplemente debemos complacernos, hacer lo que nuestra naturaleza de pecado desea hacer. No hay nada que hacer morir, ni hay nada que negar, sino que más bien entregarnos a la manera en que queremos vivir. Eso es como ir pendiente abajo, no requiere ningún empuje, solo ser uno mismo y abrazar el discurso de este mundo.

Consecuentemente, “el “camino” al que da acceso la puerta ancha es espacioso y ancho. Uno podría llamarlo Broadway (famosa calle de vida nocturna en Nueva York cuyo significado es Camino ancho). Los letreros a lo largo de esta ancha avenida dicen: “Bienvenido cada uno de vosotros y todos vuestros amigos, mientras más, más alegres. Viajad como queráis y tan ‘rápido’ como queráis. No hay restricciones”.[5]

En él hay mucho espacio para la diversidad de opiniones y la laxitud moral. Es el camino de la tolerancia y la permisividad. No tiene frenos ni fronteras ni de pensamiento ni de conducta. Los viajeros de este camino siguen sus propias inclinaciones, es decir, los deseos del corazón humano en su caída”.[6]

Es importante aclarar que esto no significa que la vida de los incrédulos es fácil. Obviamente ellos sufren profundos dolores y pasan tremendas dificultades y problemas. Al hablar de camino amplio, se refiere a que por él andan las grandes masas que viven haciendo su propia voluntad, satisfaciendo su naturaleza de pecado y siguiendo las metas y deseos de este mundo, que son opuestas a Dios.

Por eso, Jesús dice que “muchos son los que entran por ella”. Hay incontables muchedumbres que van por este amplio camino buscando cada uno lo suyo. Están ahí los que viven para sus propios placeres y dan rienda suelta a sus más bajos deseos, pero también están los que buscan su felicidad en su familia y en tener una vida tranquila con los suyos. También están los monjes que se privan de todo pero que están llenos de orgullo, queriendo ganarse el cielo con sus obras. Están los hombres de negocios ambiciosos y poderosos, pero también los flojos e irresponsables que viven en su miseria. Están los reyes y los vagabundos, hombres y mujeres, grandes y chicos, todos unidos por su rebelión contra Dios y su amor por sí mismos, no importa qué tan distintos parezcan entre sí.

Esa es la puerta ancha, con su amplio camino y sus impresionantes masas de gente andando por ellos, como en una interminable feria de la vanidad.

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II.La puerta estrecha y el camino angosto

“Pero”, marca contraste entre ambas puertas y sendas. No se complementan, sino que es la una o la otra. La palabra griega traducida como ‘angosta’ significa también atribulada, afligida, oprimida. Es como un paso entre dos despeñaderos.

La otra puerta es llamada ‘estrecha’. Hay varias razones por las que se describe así:

-Se le ha comparado a un torniquete que deja pasar una persona a la vez. No podemos llevar a nadie junto con nosotros, cada uno debe entrar por esta puerta por sí solo. En este sentido, cada uno debe dar cuenta ante Dios de su propia persona, al entrar por esta puerta estás ante Su presencia solo por ti mismo, a tu propio nombre y por tu propia alma.
-Para entrar por la puerta estrecha uno debe deshacerse de muchas cosas:
 Debemos negarnos a amar a este mundo. Debemos entender bien a qué se refiere esto. No se refiere a ser apático con las personas, o a ser indiferente a lo que ocurre en nuestra sociedad. Cuando hablamos de “mundo” en sentido espiritual, significa este orden de cosas bajo el pecado, es el sistema de maldad que ha construido el hombre en rebelión contra Dios. Al Apóstol dijo: “el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo” (Gá. 6:14). Nadie puede entrar por la puerta estrecha abrazando las cosas de este mundo. El amor a Dios es incompatible con el amor a este mundo, ya que el que desea amar al mundo se convierte en enemigo de Dios (Stg. 4:4). La puerta es lo suficientemente estrecha como para que sólo pases tú, sin nada más que la fe en Cristo.
 Debemos negarnos a los caminos de este mundo. No es suficiente proponerse no amar a este mundo, sino que debemos asegurarnos de no llevar las formas y metas de este mundo en nuestro corazón. Abraham había salido de Ur de los caldeos, pero algunas formas paganas continuaban en su corazón. Lot y sus hijas salieron de Sodoma, pero los caminos de Sodoma seguían en sus corazones. Israel salió de Egipto, pero muchos israelitas añoraban los caminos de Egipto en su corazón y deseaban volver a la esclavitud. Puede que hayas sido salvo, pero es posible que estés aferrándote a formas de este mundo, que no caben por la puerta estrecha y necesariamente deben quedar fuera. Esto inevitablemente envuelve un quiebre con el mundo, y con aquellos que deseen seguir sus formas y metas torcidas.
 Debemos negarnos a nosotros mismos. Esta es la negación definitiva, pero debes renunciar a ser tu propio señor y dueño y a tu pretensión de ser el soberano de tu vida, reconociendo que hay un solo Señor y Dios, sometiéndote completamente a Él. Es la renuncia a tu propia justicia, a tu esfuerzo por ser tu propio salvador. Es la negación a mantener tu propia forma de pensar y de ser tu propia ley: “Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. 24 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de Mí, ese la salvará. 25 Pues, ¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde?” (Lc. 9:23-25).

Esta es, entonces, “la puerta de la negación de sí mismo y la obediencia”.[7]

Desde el comienzo la vida cristiana es descrita por el mismo Jesús como “angosta”. Esto impacta el evangelismo. Cuando se introducen métodos carnales para atraer a las masas, la puerta ya no es angosta. Se debe presentar verdaderamente el mensaje, tal como Cristo lo hizo.

Así también aun en el caso de la persona que ya ha entrado espiritualmente por la puerta estrecha, lo que todavía queda de la vieja naturaleza se rebela contra la idea de dejar de lado las malas inclinaciones y los hábitos de antaño. Esta vieja naturaleza no es del todo derrotada hasta el momento de la muerte. Así que se desarrolla una lucha amarga[8]

Pero una vez que entramos por la puerta estrecha no llegamos inmediatamente a la gloria eterna. A esta puerta estrecha le sigue un camino que consecuentemente es angosto, como el paso ajustado que se produce entre dos barrancos. Es un camino angosto porque:

-Envuelve una lucha con el pecado que todavía habita en nosotros. Aunque hemos sido redimidos, en nosotros todavía hay maldad, y no queremos ni constante ni perfectamente lo que es bueno: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen” (Gá. 5:17). Así, nos veremos enfrentados a tentaciones cada día, y tendremos que lidiar con las debilidades de nuestra naturaleza corrompida, haciendo morir las obras de la carne por medio del Espíritu (Ro. 8:13). Tendremos que hacernos cargo de las consecuencias de nuestros pecados pasados y velar sobre nuestro corazón para no rebelarnos contra Dios.
-Significa un cambio completo de enfoque, teniendo hambre y sed de la verdadera justicia, la del reino de Dios, una que es del corazón y no de las apariencias. Ese cambio no es natural para nosotros, sino que implica una búsqueda intensa, un esfuerzo que se extiende hacia adelante y una obra sobrenatural que sólo Dios puede hacer.
-Implica una separación de los no creyentes, con quienes muchas veces tenemos relaciones familiares o de amistad. No significa que una vez que estamos en Cristo los abandonaremos o seremos indiferentes a ellos, pero sí se producirá un conflicto inevitable porque entramos por puertas y vamos por caminos opuestos.
-Envuelve sufrimiento y persecución: el mismo Jesús describió a sus discípulos en las bienaventuranzas como aquellos que padecen persecución por causa de la justicia (5:10). Las multitudes que van por el camino amplio se oponen a los discípulos de Cristo de distintas formas, que van desde las burlas y el rechazo hasta la violencia homicida.

Todo esto hace que Jesús describa el camino como angosto, difícil, apretado, oprimido. Sin embargo, de esto “… no se puede sacar la conclusión errónea de que las tremendas multitudes que cruzan la puerta ancha y caminan por el camino ancho son libres y felices, mientras, por otra parte, los que han encontrado la puerta estrecha y ahora andan por el camino angosto son dignos de conmiseración. Realmente esta “libertad” y “felicidad” de la mayoría son de una naturaleza muy superficial”.[9] Debemos ir más allá de las apariencias y reconocer la verdad escritural:

todo el que comete pecado es esclavo del pecado” (Jn. 8:34)

«No hay paz para los malvados», dice el Señor” (Is. 48:22).

En contraste, sobre aquellos que siguen a Jesús se dice que están “Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos” (2 Co. 4:8-9). Más allá de las pruebas y adversidades, saben que en Cristo son más que vencedores y que nada puede separarlos del amor de Cristo (Ro. 8:37-39). Su tranquilidad no está en la falsa seguridad que ofrece este mundo, sino en que han recibido la paz de Cristo (Jn. 14:27).

Por último, Jesús dice que los que entran por la puerta estrecha son ‘pocos’. “Advierte de antemano que las multitudes no se interesarán por la verdadera vida tras la puerta estrecha. No se nos dice que esta puerta estrecha y la senda angosta serán populares, ni que contaremos con la compañía de las masas. Basados en las palabras de Jesús, lo que debemos esperar es justamente lo contrario: la compañía de “los pocos”, de una manada pequeña que viene a Cristo para encontrar en Él la verdadera vida”.

Esto es trágico, porque revela el terrible efecto del pecado en el entendimiento del hombre: lo deformó a tal punto que rechaza aquello que debería ansiar sobre todas las cosas, y prefiere lo que debería aborrecer con todo su ser. No menosprecies el efecto engañador del pecado. Necesitas enderezar tu entendimiento, tus afectos y tu voluntad con la Santa Palabra de Dios, por la obra de Su Espíritu.

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III.Una decisión de vida o muerte

Volvemos a las palabras iniciales de Jesús: Entra por la puerta estrecha. Ya ha explicado en qué consiste cada puerta y cada camino; y sabemos que sólo hay dos. También debes recordar que esta es la exhortación final del Sermón del Monte. Luego de explicar en qué consiste la justicia del reino de los cielos y cómo son sus discípulos, que andan en esa justicia, ahora exhorta: Entren por la puerta estrecha.

Es una invitación, pero también una advertencia: debes entrar, pero Jesús no endulza su discurso para hacerlo más atractivo. Él nos advierte: la entrada es estrecha, el camino es apretado, lleno de aflicciones. Nota algo que puede parecer obvio, pero que muchas veces olvidamos: esta puerta y su camino no son sólo para mirarlos, sino para transitarlos. Es un llamado a la acción, no sólo a la contemplación.

¿Cuántos se quedan sólo en el umbral, mirando hacia adentro, sabiendo que deben entrar, pero nunca dando el paso definitivo? Muchos admiran el camino de los discípulos, reconociendo nobleza y justicia en él, pero sólo quienes han entrado por esa puerta podrán llegar al destino que hay tras ella. Quienes se quedan mirando desde afuera, en realidad van por el camino amplio y recibirán también el destino de ellos, por más que hayan contemplado y admirado la puerta estrecha.

Y hemos mencionado los dos destinos, pero no nos hemos detenido en ellos. Jesús dice que la puerta ancha y el camino amplio llevan a la ‘perdición’, gr. ἀπώλεια (apóleia) significa destrucción (de ahí viene ‘Apolión’). No es simplemente que serán borrados del mapa, sino que serán destruidos eternamente. Hermanos, el infierno es real y es una realidad que nos debe hacer temblar. La Escritura dice sobre los perdidos eternamente: “El humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos. No tienen reposo, ni de día ni de noche” (Ap. 14:11).

Quien los destruye en ese lugar no es satanás, ya que él es uno más de los que están siendo destruidos. ¡Es el mismo Dios! Por eso Jesús dijo: “No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien teman a Aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Y es debido a eso que afirma también la Escritura: “¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!” (He. 10:31). Quienes están en ese lugar están sufriendo la justa ira de Dios por sus pecados, y es una ira eterna porque el pecado es un crimen con un disvalor eterno. Lo que importa no es lo escandaloso o visible de la conducta, sino el Dios contra quien nos hemos rebelado.

Como resolvió Jonathan Edwards, debemos meditar en la realidad del infierno y eso debe hacer que aborrezcamos el pecado, ya que ese es su fin: la muerte eterna, pero además esto hará que veamos la gran misericordia de Dios, ya que era el infierno lo que merecíamos. Sí, debido a nuestro pecado, todos merecíamos ir a parar a esa destrucción eterna. El infierno es sólo dolor y destrucción en el grado más alto, sin reposo de día ni de noche. Todo lo que recibas que no sea esa perdición, es bondad de Dios.

Por otro lado, Jesús asegura que la puerta estrecha y el camino angosto llevan a la vida. ¡Qué maravillosa noticia! Mereciendo la destrucción, Jesús afirma que podemos tener vida, la vida verdadera, eterna y en abundancia. Esta vida, aunque la tendremos a plenitud solo en la gloria que ha de manifestarse, ya puede comenzar a experimentarse de manera muy real aquí. Es lo que el Apóstol llama “el poder de la resurrección” (Fil. 3:10). Es esa obra de Dios trayendo luz a nuestro corazón que antes estaba en tinieblas, vivificando nuestra alma que estaba muerta en delitos y pecados, y que nos llena ahora de esperanza y una fe que son indestructibles para andar en la luz de los que viven.

Podemos ver, así, que ¡nos encontramos ante una decisión de vida o muerte!

Ahora, ¿Qué es lo que hace la diferencia entre los que llegan a la vida y los que son destruidos? Ciertamente no es la mayor sabiduría o fortaleza en los que se salvan, sino únicamente el precioso Salvador Jesucristo. Él dijo “Yo soy la puerta; si alguno entra por Mí, será salvo” (Jn. 10:9). Él también afirmó: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí” (Jn. 14:6).

¡Sólo estando EN Cristo puedes tener vida! Sólo Él es la puerta y el camino para que seas salvo. Jesús dice: ¡ENTRA por la puerta estrecha! ¿Has entrado? Quizás vienes a la iglesia de forma más o menos regular, tienes ciertas rutinas como leer la Biblia, orar de vez en cuando, pero ninguna de esas rutinas significan necesariamente que has entrado. Sólo habiendo confiado plenamente en Cristo como tu único Salvador, el único que puede darte vida verdadera y en abundancia, puedes entrar en esta puerta estrecha.

¡No te quedes mirando desde fuera! Contemplar el camino angosto desde el umbral no es haber entrado. Si tú sabes que sólo has llegado hasta mirar desde el umbral, ¿Qué es lo que te detiene? ¿Qué es tan valioso como para que no quieras soltarlo y prefieras quedarte afuera, junto con los que van a la destrucción? ¿Hay algo más valioso que Cristo o más importante que tener la vida que sólo está en Él? ¿Qué persona o qué cosa en este mundo valen la pena que seas destruido eternamente?

Vigila tu corazón, porque lo natural es seguir a las masas y preferir lo cómodo. Lo que se nos da fácil es dejarnos arrastrar por las apariencias y lo que se siente mejor en el momento, por eso Jesús es claro: ¡Entra por la puerta estrecha!

Pero también es bueno dar algunas palabras de consuelo para quienes han entrado por la puerta estrecha y ahora se encuentran en el camino angosto. Es cierto, este camino tiene estaciones muy duras, por momentos parecemos arrastrarnos más que caminar, a veces tropezamos, resbalamos y caemos y nos sobreviene el desánimo y el llanto. Sin embargo, no estás abandonado a tu suerte, sino que estás en las manos de tu Padre que está en los Cielos.

Jesús ha enfatizado una y otra vez esta hermosa verdad durante el Sermón del Monte. Esto no es algo así como “los juegos del hambre”, donde somos lanzados a este camino peligroso y difícil a ver cuántos sobreviven. Mientras transitamos por este camino, somos sostenidos por nuestro Padre, y Jesús acaba de decir que está a la distancia de una oración: si pedimos, nos dará; si buscamos, lo encontraremos, y si llamamos, nos abrirá. También enseñó que el Padre se encuentra con nosotros en lo secreto, cuando clamamos a Él diciendo “Padre nuestro”.

Lejos de estar abandonados, el Señor está con nosotros y nos ha provisto de todo lo que necesitamos para transitar este camino (2 P. 1:3). Además, aunque los que entran por esta puerta son pocos, contamos con su compañía y nos apoyamos unos a otros en este camino, sabiendo que “las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en sus hermanos en todo el mundo” (1 P. 5:9), y que además podemos llevar las cargas los unos de los otros (Gá. 6:2).

Y tu mayor esperanza ha de ser que el mismo Señor que hace esta exhortación, es quien te asegura que Él te llevará hasta el final. Nadie quedará tendido en el camino:

Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil. 1:6).

  1. Lloyd-Jones, Sermon on the Mount, 533.

  2. Lloyd-Jones, Sermon on the Mount, 535.

  3. Hendriksen, Comentario a Mateo, 386.

  4. Hendriksen, Comentario a Mateo, 386.

  5. Hendriksen, Comentario a Mateo, 386–387.

  6. Stott, Sermon on the mount, 194.

  7. Hendriksen, Comentario a Mateo, 386.

  8. Hendriksen, Comentario a Mateo, 386.

  9. Hendriksen, Comentario a Mateo, 387.