Por Álex Figueroa
Texto base: Esdras, cap. 4.
(v. 1) «Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín... »
El texto nos anuncia que antes de siquiera acercarse a los del pueblo de Dios, ellos ya eran sus enemigos. Tenían ese carácter antagonista desde un principio. ¿Cómo se explica esto? No debemos perder de vista que toda la creación se puede dividir en dos reinos: el Reino de Dios y el reino de las tinieblas. En Col. 1:13 dice que Dios «nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo». Esto nos da a entender que o estamos bajo un reino o bajo el otro, pero no podemos estar en ambos. Estos reinos están en pugna, pero no nos confundamos, no es una lucha entre dos fuerzas iguales, sino entre el Dios soberano y Todopoderoso y aquellos que persisten en rebelarse contra su voluntad, y cuya destrucción y condenación son seguras y ciertas.
El Apóstol Juan dice: «Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno» (I Jn. 5:19). Con otras palabras, ha explicado la misma verdad. No hay punto medio, o eres de Dios o estás bajo el maligno, y tu posición en uno u otro reino dice relación con tu reacción ante la verdad. Esto resulta todavía más claro cuando leemos lo que Jesús lo dijo: «Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. 43 ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. 44 Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Jn. 8:42-44).
La Escritura es clara, entonces, en que hay dos reinos o dos potestades. Insistimos, no es que sean dos fuerzas iguales, ya que el Señor es Todopoderoso y su victoria es segura. Pero aquellos que no creen en Cristo, o lo que es lo mismo, quienes no creen en la Verdad, son enemigos de Dios y lo aborrecen.
En relación con esto, debemos aclarar que todos nosotros también fuimos en otro tiempo enemigos de Dios y lo aborrecíamos. Sólo un acto soberano y misericordioso del Señor puede rescatar a uno de sus enemigos y volverlo uno de sus hijos. Esto es lo que dicen las Escrituras (Tit. 3:3-6): «Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. 4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, 5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, 6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador».
Aquí vemos que nadie puede decir que nació cristiano, o que es cristiano desde que tiene uso de razón. Todos nacemos siendo enemigos y aborrecedores de Dios, rebeldes por naturaleza. Eso es lo que se llama el efecto del pecado original. Si tú estás aquí y has creído verdaderamente en el Señor Jesucristo, no es porque hayas sido más sabio que otros que no lo han hecho. Es porque Dios tuvo misericordia y quiso cambiar tu corazón, haciendo que pasara de muerte a vida. Solo el Espíritu Santo puede hacer que un corazón que nació aborrecedor y enemigo de Dios, pase a ser un hijo de Dios, alguien que puede profesar amor genuino a su Padre Celestial.
En otra porción de las Escrituras, el Apóstol Pablo resume lo que acabamos de decir: «En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, 2 en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. 3 En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios. 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, 5 nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!» (Ef. 2:1-4, NVI).
Entonces, concluimos que todo aquél que no haya creído en Cristo, que no haya creído en la Verdad que Dios ha revelado en su Palabra ni haya sometido su vida a ella, es enemigo y aborrecedor de Dios, condición en la que todos nacemos. Por extensión, tal persona es enemiga del pueblo de Dios. Eso no significa que como pueblo de Dios debamos aborrecer, odiar y maltratar a esas personas. Todo lo contrario, debemos mirarlas con compasión, y tener de ellos misericordia como Dios la tuvo con nosotros. Pero significa que esas personas aborrecen al pueblo de Dios tanto como aborrecen al Dios de ese pueblo. Ellos podrían incluso profesarnos alta estima, pero siempre que no les hablemos de la verdad de Dios. Podrían incluso desear nuestra compañía y anhelar que seamos uno de ellos, pero siempre que callemos y nos guardemos el Evangelio y al Dios que amamos. Si quieres saber si alguien es enemigo de Dios, no tienes más que hablar de la verdad de Dios en Jesucristo, y ver si esa persona reacciona con alegría llamándote ‘hermano’, o si se altera, confunde, o perturba con tus palabras, y prefiere no oírte hablar más del asunto.
En todo esto debemos recordar que, como nos explica el Apóstol Pablo, «... nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Ef. 6:12 NVI). Esos poderes y potestades mencionadas gobiernan a las personas que están bajo su dominio, pero estas personas de todas maneras son responsables de lo que hagan contra Dios y su pueblo. En esta lucha podemos tener a personas incluso cercanas que se conviertan en enemigos (Mt. 16:23), por poner los ojos en las cosas de los hombres y no en las de Dios, y por llamarnos a compadecernos de nosotros mismos. Todo lo que nos llame a la autocompasión nos aparta de nuestro llamado, así como todo lo que nos llame a poner la mira en nuestros intereses personales y en las cosas de los hombres antes que en las de Dios.
(v. 1) Pero volviendo al texto, estos enemigos vieron que los de Judá y Benjamín estaban obedeciendo al Señor, levantando su templo. Los enemigos de Dios intentarán obstruir la obediencia de su pueblo, y el avance de su obra en el mundo. Si odian al Señor, odiarán también a los servidores de ese Señor.
(v. 2) «Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios...» Vemos que pueden presentarse como amigos. Algunos enemigos se presentan abiertamente como tales, pero otros pretenden hacernos ver que buscan nuestro bien, o incluso que adoran al mismo Dios, mostrando sus pergaminos.
Pero ¿Quiénes eran estos supuestos 'hermanos'? Como ya vimos en la reunión anterior, el pueblo de Dios se había dividido en el reino del Norte y el reino del Sur. El reino del Norte recibía el nombre de ‘Israel’ y su capital era Samaria. El reino del Sur se llamaba ‘de Judá’, y su capital era Jerusalén. Ambos reinos habían desobedecido al Señor y habían rechazado a sus profetas. Por ello el Señor envió el castigo anunciado, y expulsó de la tierra prometida primero a los del Norte, y más de un siglo después a los del Sur. Cuando los asirios asolaron el reino del norte, deportaron a su población y en su lugar instalaron a colonos de su pueblo, los que se mezclaron con los judíos que quedaron en esa zona. MacArthur, al comentar sobre estos supuestos 'hermanos', dice que «descendían de matrimonios mixtos con emigrantes extranjeros establecidos en Samaria... [El rey Esar-hadón] deportó a una gran población de Israelitas de Palestina. Luego tuvo lugar un correspondiente asentamiento de colonos babilonios, que contrajeron matrimonio con mujeres judías que se habían quedado, y con descendientes de ellas. El resultado fue la raza mestiza conocida como samaritanos. Ellos habían desarrollado una forma supersticiosa de adorar a Dios (cp. 2 R. 17:26-34)».
Estos mestizos eran rechazados por los judíos, ya que Dios les había ordenado no mezclarse con los pueblos que habitaban esa tierra, pues esto los llevaría a la idolatría y la prostitución espiritual. Esto es justamente lo que ocurrió con los samaritanos, quienes habían desarrollado un culto que mezclaba elementos de la Palabra de Dios con aspectos de las religiones paganas. Hablando de los samaritanos, II R. 17:24-36 nos dice:
«24 Para reemplazar a los israelitas en los poblados de Samaria, el rey de Asiria trajo gente de Babilonia, Cuta, Ava, Jamat y Sefarvayin. Éstos tomaron posesión de Samaria y habitaron en sus poblados. 25 Al principio, cuando se establecieron, no adoraban al Señor, de modo que el Señor les envió leones que causaron estragos en la población... 28 Así que uno de los sacerdotes que habían sido deportados de Samaria fue a vivir a Betel y comenzó a enseñarles cómo adorar al Señor. 29 Sin embargo, todos esos pueblos se fabricaron sus propios dioses en las ciudades donde vivían, y los colocaron en los altares paganos que habían construido los samaritanos [incluyó sacrificios de niños]... 32 adoraban también al Señor, pero de entre ellos mismos nombraron sacerdotes a toda clase de gente para que oficiaran en los altares paganos. 33 Aunque adoraban al Señor, servían también a sus propios dioses, según las costumbres de las naciones de donde habían sido deportados. 34 Hasta el día de hoy persisten en sus antiguas costumbres. No adoran al Señor ni actúan según sus decretos y sus normas, ni según la *ley y el mandamiento que el Señor ordenó a los descendientes de Jacob...» (NVI).
Entonces, estos hombres decían seguir al mismo Dios y eso parecían creer, pero en realidad negaban la verdad de Dios revelada en su Palabra, y mezclaban lo verdadero con diversas creencias paganas. Ellos decían «... como vosotros buscamos a vuestro Dios, y a él ofrecemos sacrificios desde los días de Esar-hadón rey de Asiria, que nos hizo venir aquí». Seguramente muchos pastores de la actualidad, al escuchar una declaración así, invitarían con gusto a estos “hermanos” a congregarse y trabajar con ellos, y quizá hasta les darían puestos de importancia en sus iglesias por mostrar tan buena disposición. ¿No es esto lo que nos propone el discurso del ecumenismo? Los que vienen con este discurso dicen “¡Pero si adoramos al mismo Dios!, Solo que lo vemos de forma distinta. ¡Dejemos de lado nuestras diferencias y construyamos juntos!” ¿Pueden ver el parecido?
Pero el pueblo de Dios debe tener discernimiento y marcar distancia de estas personas, levantando el estandarte de la verdad y permaneciendo firmes en ella, sin transar ante estos supuestos 'hermanos'. Contrarios a este espíritu de supuesto amor, tolerancia y misericordia, el v. 3 nos muestra que el pueblo de Dios tuvo discernimiento y no aceptó esta oferta engañosa. Respondieron diciendo: «No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel». Recordemos la advertencia del apóstol Pablo: «14 Y no es de extrañar, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz. 15 Por eso no es de sorprenderse que sus servidores se disfracen de servidores de la justicia. Su fin corresponderá con lo que merecen sus acciones» (I Co. 11:14-15). Por eso es necesario el discernimiento. En nombre de una tolerancia y misericordia malentendidas, podríamos estar recibiendo como servidores de Dios a quienes son realmente ministros de Satanás. ¿Le encargarías la construcción de tu casa a quien te odia a ti y a tu familia? ¿Construirías tus cimientos y tus muros junto a quien te quiere destruir?
Estamos llamados a edificar sobre la verdad, el fundamento de los apóstoles y profetas. Por lo mismo, a veces estamos llamados a romper vínculos existentes o a evitar crear lazos que aún no existen, con aquellos que quieren construir sobre su propia verdad, aunque tomen elementos de la verdad de Dios según su gusto y conveniencia. De hecho, Pablo llama a apartarse de los que ponen tropiezo a la doctrina que hemos aprendido (Ro. 16:17). Muchos nos considerarán groseros o engreídos. Al respecto, Paul Washer señala:
«Seremos llamados cosas que no somos y seremos perseguidos no por ser seguidores de Cristo, sino por ser fundamentalistas radicales que no conocen el verdadero camino de Cristo, el cual es, por supuesto, el amor y la tolerancia».
Si estamos en un período de reconstrucción, entonces, debemos discernir con quiénes podemos construir y con quiénes no. Por mucho que se necesiten obreros, por muy disminuida que esté la obra, no podemos construir con nuestros enemigos, sino que debemos rechazarlos.
(vv. 4-6) Cuando no accedemos al compañerismo con los enemigos, lo más probable es que suframos algún tipo de persecución. Pueden intimidarnos, atemorizarnos, ocupar métodos sucios y bajos, o incurrir en acusaciones en contra nuestra. Por algo las bienaventuranzas contemplan esta posibilidad, cuando dicen: «10 Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.11 Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. 12 Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros» (Mt. 5:10-12).
Eso es precisamente lo que ocurrió con el pueblo de Dios. Primero fueron intimidados y atemorizados (v. 4). ¿No es lo mismo que ocurrió a los apóstoles? El libro de Hechos nos dice que los gobernantes, los ancianos, los escribas y los sumos sacerdotes resolvieron amenazar a Pedro y a Juan para que no se siguiese divulgando la doctrina de Cristo. Dice: «Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús» (Hch. 4:18). Pero ¿Qué respondieron estos discípulos? «19 Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; 20 porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (vv.19-20).
Los discípulos obedecieron a Dios, y todo indica que lo mismo hicieron Jesúa, Zorobabel y los jefes de las casas paternas, ya que sus enemigos tuvieron que pasar a una siguiente etapa de persecución: El v. 5 nos dice que sobornaron a las autoridades del imperio persa, para frustrar los propósitos del pueblo de Dios, y esto consiguieron hacerlo incluso hasta el reinado de Darío. El texto no lo dice, pero lograron retrasar la obra ¡16 años! ¿Qué pasaría con nuestra paciencia con un retraso así? ¿Qué ocurriría con nuestra fe? ¿Perseveraríamos en la obra de Dios, o decaeríamos hasta retroceder y desistir? Como veremos luego, esto desanimó en demasía al pueblo, de manera que cada uno comenzó a preocuparse de sus asuntos personales.
La sucia artimaña del soborno fue utilizada también por los jefes de las sinagogas de Jerusalén, quienes se irritaron contra Esteban. El libro de Hechos nos dice: «Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios» (Hch. 6:11). ¿Cuál fue el resultado? Esteban fue arrestado, y luego lapidado hasta la muerte. Vemos una vez más que las mismas estrategias son utilizadas por los enemigos de Dios y de su pueblo una y otra vez. Quienes sobornaron a los mentirosos que acusaron a Esteban conocían bien las Escrituras. Ellos sabían de sobra lo que dice proverbios cap. 6: «Seis cosas aborrece Jehová, Y aun siete abomina su alma: ... [6] El testigo falso que habla mentiras». Sin embargo, no tuvieron problema alguno en contratar a alguien para que fuera un testigo falso contra Esteban. Así ocurre con los falsos hermanos. Parecen seguir a Dios, pero lo que realmente buscan es poder, posición, gloria personal, y para lograr sus objetivos no dudan en desobedecer abiertamente al Dios a quien dicen servir.
También fue usada contra Jesús: «Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, 60 y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, 61 que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo» (Mt. 26:59-61).
Luego, desde el v. 6 en adelante se nos dice que estos enemigos enviaron acusaciones contra los judíos, primero al rey Asuero y luego al rey Artajerjes. Es necesario aclarar que Esdras incluye aquí este pasaje porque se refiere a la persecución y la oposición a la obra de Dios, pero estos eventos ocurrieron varios años después de lo que se relató anteriormente. En estas cartas, los enemigos de Dios difamaron y acusaron injustamente a los que retornaron del cautiverio, afirmando que ellos querían rebelarse contra el Rey, dando a entender que el pueblo de Dios tramaba una conspiración en su contra. Lo atemorizaban diciendo: «la región de más allá del río no será tuya» Lamentablemente, tuvieron éxito. ¿Cuál fue el resultado? El rey Artajerjes respondió diciendo: «Ahora, pues, dad orden que cesen aquellos hombres, y no sea esa ciudad reedificada hasta que por mí sea dada nueva orden. 22 Y mirad que no seáis negligentes en esto; ¿por qué habrá de crecer el daño en perjuicio de los reyes? 23 Entonces, cuando la copia de la carta del rey Artajerjes fue leída delante de Rehum, y de Simsai secretario y sus compañeros, fueron apresuradamente a Jerusalén a los judíos, y les hicieron cesar con poder y violencia. 24 Entonces cesó la obra de la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y quedó suspendida hasta el año segundo del reinado de Darío rey de Persia» (vv. 21-24).
¿No es lo mismo que hicieron con Jesús?
«Levantándose entonces toda la muchedumbre de ellos, llevaron a Jesús a Pilato. 2 Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohíbe dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey» (Lc. 23:1-2).
«12 Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone... No tenemos más rey que César» (Jn. 19:12, 15)
«12 Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre... 16 Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros;17 y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre»(Lc. 21:12,16-17).
«19 Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. 20 Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra» (Jn. 15:19-20).
Conclusiones:
- Los enemigos de Dios son también, por extensión, enemigos de su pueblo. Son todos aquellos que no creen en la verdad y se rehúsan a vivir conforme a ella.
- Todos nacimos siendo enemigos de Dios. Si ahora somos sus hijos, esto se debió a su misericordia.
- El pueblo de Dios debe tener discernimiento, ya que muchas veces los enemigos de Dios se presentan como hermanos. Esto es muy importante en la reconstrucción.
- El pueblo de Dios padecerá persecución, lo que es consecuencia del privilegio de participar de los padecimientos de Cristo.
- Esta persecución se ha manifestado en formas similares a lo largo de la historia de la iglesia.
- Esta persecución puede venir aun de seres cercanos y queridos.
- En los momentos de persecución debemos recordar el Evangelio, sabiendo que el que está en nosotros es mayor que el que está en el mundo.
- Muchas veces la obra de Dios será obstaculizada y parecerá estar paralizada, pero en ese momento debemos recordar que andamos por fe, no por la vista.