Por Álex Figueroa
«Después de todo lo que nos ha acontecido por causa de nuestras maldades y de nuestra grave culpa, reconocemos que tú, Dios nuestro, no nos has dado el castigo que merecemos, sino que nos has dejado un remanente. ¿Cómo es posible que volvamos a quebrantar tus mandamientos contrayendo matrimonio con las mujeres de estos pueblos que tienen prácticas abominables? ¿Acaso no sería justo que te enojaras con nosotros y nos destruyeras hasta no dejar remanente ni que nadie escape? ¡Señor, Dios de Israel, tú eres justo! Tú has permitido que hasta hoy sobrevivamos como remanente. Culpables como somos, estamos en tu presencia, aunque no lo merecemos» Esdras 9:13-15
Texto base: Esdras cap. 9
El domingo pasado vimos cómo el pueblo de Dios había desobedecido el claro mandato de la ley de Moisés de no unirse con mujeres de las tierras, todo esto a pesar de haber sido perdonados y haber sido bendecidos con la posibilidad de volver a Jerusalén, además de una importante ofrenda y la oportunidad de ser regidos por la ley del Señor.
El pueblo de los judíos, entonces, se había rebelado abiertamente contra su Dios y contra la Palabra de éste, provocándolo a ira una vez más, y respondiendo con desobediencia a la misericordia que Él les había mostrado.
Con esto, el pueblo demostraba la tendencia natural de los seres humanos de caer en los mismos pecados una y otra vez, y resaltaba nuevamente la necesidad de estar alertas y combatir la maldad que mora en nosotros, para no rebelarnos contra Dios.
Hoy nos enfocaremos en esta reacción de Esdras ante el pecado, que nos deja un ejemplo valioso de qué actitud debemos tener cuando caemos, y específicamente, cómo debemos reaccionar juntos ante el pecado en medio nuestro: (i) Lamentándonos y avergonzándonos juntos, (ii) Orando juntos, y (iii) Reconociendo la gracia de Dios y rogando juntos por su misericordia.
I. Lamentándonos y avergonzándonos juntos
v. 3 Lo primero que vemos en el texto es la inmediata reacción de Esdras ante el pecado del pueblo. El rasgar las vestiduras era una forma común de expresar lamento en Oriente, y lo sigue siendo hasta hoy. En algunos casos servía para expresar horror, o profunda indignación, como ocurrió con los fariseos cuando escucharon a Jesús.
Podemos ver ejemplos similares a este en otras partes de las Escrituras:
«Ante esto, Josué se rasgó las vestiduras y se postró rostro en tierra ante el arca del pacto del Señor. Lo acompañaban los jefes de Israel, quienes también mostraban su dolor y estaban consternados» Josué 7:6
«Cuando el rey Ezequías escuchó esto, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto y fue al templo del Señor» II R. 19:1
«Al llegar a este punto, Job se levantó, se rasgó las vestiduras, se rasuró la cabeza, y luego se dejó caer al suelo en actitud de adoración» Job 1:20
Lo mismo ocurría con la acción de rasurarse la cabeza y la barba, lo que era expresión de un luto y lamento todavía más profundos que el solo hecho de rasgarse las vestiduras. Sin embargo, este caso es aun más especial en cuanto a la intensidad con que se expresó el dolor, ya que él no rasuró su cabello, sino que lo arrancó de raíz. De hecho, una práctica así no se menciona en otro lugar de la Escritura. Entonces, podemos concluir de esto que Esdras estaba profundamente horrorizado y conmovido por lo que habían hecho sus compatriotas, y podríamos decir, hermanos.
Esto nos enseña a lamentarnos por los pecados del pueblo de Dios, y se contrasta con la apatía y la indiferencia de muchos, e incluso la tolerancia y simpatía hacia aquellos que ofenden al Señor con sus vidas. Muchos referentes cristianos connotados, y para qué decir de la gran masa de cristianos profesantes, lejos de lamentarse como lo hizo Esdras ante el pecado de la iglesia, sellan alianzas con quienes han abandonado las Escrituras, y estrechan la mano de quienes han decidido abrazar doctrinas del mundo, mezclándolas con las preciosas verdades de la Biblia.
También se nos dice que Esdras se tornó angustiado en extremo. El mismo verbo es usado en los siguientes pasajes:
«Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo turbaban» Daniel 4:19
«… estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía» Daniel 8:27
La palabra hebrea que se utiliza es shamém, y significa aturdir, devastar, dejar estupefacto o atónito. Da la idea de una extrema congoja, que impide hablar. Tanto Esdras como Daniel se quedaron atónitos, en silencio, impactados profundamente por lo que presenciaban. Si Esdras, siendo un pecador como nosotros, se angustió tanto al ver el pecado de su pueblo, ¿Cuál será la impresión de Dios ante el pecado? ¿No estaremos menospreciando la santidad de Dios, y su ira hacia aquello que desobedece su voluntad?
Como mencionábamos algunos domingos atrás, el vivir en una sociedad corrupta y el profundizar a medida que pasan los años en nuestra propia maldad, nos va haciendo insensibles al pecado y a la profunda inmundicia que éste encarna. Mientras en un comienzo sentías terror de cometer ese pecado, y tu corazón latía más fuerte y tus manos sudaban frío; ahora puedes cometerlo sin gran remordimiento, y de pronto te sorprendes haciendo o pensando cosas que nunca imaginaste que llegarías a hacer o pensar.
El pecado, tal como la lepra, degrada progresivamente y el daño que produce es cada vez más profundo, de tal manera que el olor de su putrefacción puede llegar a varios metros a la redonda. Siguiendo el ejemplo de la lepra, a medida que avanza en nosotros nos va volviendo insensibles, y puede ser que hasta un animal devore algunos de nuestros miembros sin que nos demos cuenta.
Pero como vimos en el cap. 7, Esdras había preparado su corazón para inquirir en la ley de Jehová, para cumplirla y para enseñar sus estatutos y decretos. Él sabía lo que Dios dice sobre el pecado, y las consecuencias que esperan a quienes lo cometen. Él quería agradar a Dios en todo, y que su pueblo fuera grato a su Hacedor, pero con este desvío tan mayúsculo, era claro que solo se podía esperar el rechazo del Señor.
En este versículo, entonces, se muestra cuál debe ser nuestra reacción emocional hacia el pecado, lo que desde luego tiene un trasfondo espiritual, ya que para reaccionar de esta manera hay que tener entendimiento espiritual y comprender realmente qué significa, qué implica el pecado, su suciedad, su inmundicia y lo profundamente ofensivo que resulta a los ojos de Dios.
Es cierto que las emociones no deben guiar nuestra espiritualidad. Todo lo contrario, la verdad de las Escrituras debe someter a las emociones. Pero eso no significa que no tengamos emociones en absoluto, ni que debamos dejar de expresarlas. Lo que significa, es que debemos expresarlas adecuadamente.
Este pasaje nos enseña que incluso se pueden expresar las emociones muy intensamente, y aun así hacerlo de manera apropiada. Entonces, no es que mientras menos exprese emociones estaré más cerca de lo correcto. En ocasiones como las que vivió Esdras, es incluso pertinente y apropiado una expresión intensa y profunda de la emoción. Lo que importa es que ellas vayan de acuerdo a la verdad, que se sometan a las Escrituras.
Enfatizamos la idea, para que se comprenda bien: justamente eso es lo que ocurrió aquí. Este pecado público, grosero, descarado del pueblo judío ameritaba una reacción como la que tuvo Esdras.
En nuestros días, el ya fallecido predicador David Wilkerson hizo un "llamado a la angustia", como respuesta al pecado, a la mundanalidad, a la indiferencia y la rebelión de las que se hacen llamar iglesia, y de los que se hacen llamar cristianos. Tal como ocurrió con Esdras, él llamaba a identificarse de tal manera con la Palabra de Dios y con su voluntad, que la violación de ella nos produjera angustia, y que llevara a nuestro corazón a orar. ¿Será que esto nos está haciendo falta? ¿Nos angustiamos lo suficiente ante la terrible realidad de la iglesia que profesa ser cristiana, pero niega a las Escrituras y al Dios de las Escrituras, a pesar de confesar que creen en Él?
Además, vemos la importancia del silencio en la reacción ante el pecado, y podríamos decir en la espiritualidad. Hoy no estamos acostumbrados a esto. Queremos todo rápido, nos impacientamos ante los momentos de meditación y quietud. Queremos luces, colores, sonidos y sensaciones, y que ellas no dejen de transmitir, ya que si lo hacen nos veríamos obligados a pensar, a estar solos con nuestros pensamientos.
Sin embargo, esta no es la actitud que vemos en Esdras y otros hombres de las Escrituras.
«Así se sentaron con él en tierra por siete días y siete noches, y ninguno le hablaba palabra, porque veían que su dolor era muy grande» Job 2:13
«Y vine a los cautivos en Tel-abib, que moraban junto al río Quebar, y me senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete días atónito entre ellos» Ezequiel 3:15
«Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo turbaban» Daniel 4:19
Cuando hay que guardar silencio, es hora de callar, no de hablar. Ante el profundo lamento de Job, sus amigos guardaron silencio por mucho tiempo. Hay ocasiones en las que no necesitamos decir nada, es más, en que no debemos decir nada. Es preciso guardar silencio ante la Palabra de Dios. Es preciso callar de asombro ante nuestro propio pecado, y el pecado que nos rodea. Es necesario incluso guardar silencio cuando el hermano habla. El conocido pastor y teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, afirmó:
«El primer servicio que uno debe a otro dentro de la comunidad es escucharlo. Así como el comienzo de nuestro amor por Dios consiste en escuchar su palabra, así también el comienzo del amor al prójimo consiste en escucharlo. El amor que Dios nos tiene se manifiesta no solamente en que nos da su palabra, sino también en que nos escucha. Escuchar a nuestro hermano es, por tanto, hacer lo que Dios ha hecho con nosotros.
Ciertos cristianos, y en especial los predicadores, creen a menudo que, cada vez que se encuentran con otros hombres, su único servicio consiste en "ofrecerles" algo. Se olvidan que el saber escuchar puede ser más útil que el hablar. Mucha gente busca a alguien que les escuche y no lo encuentran entre los cristianos, porque estos se ponen a hablar incluso cuando deberían escuchar. Ahora bien, aquel que ya no sabe escuchar a sus hermanos, pronto será incapaz de escuchar a Dios, porque ante Dios no hará otra cosa que hablar. Introduce así un germen en su vida espiritual, y todo lo que dice termina por no ser más que verborrea religiosa.
… Se puede escuchar a medias, convencido de que, en el fondo, ya se sabe todo lo que el otro va a decir. Esta es una actitud impaciente y distraída de escuchar que desprecia al prójimo, y en la que no espera otra cosa sino el momento de quitarle la palabra. También aquí nuestra actitud hacia el hermano no hace más que reflejar nuestra relación con Dios» Vida en Comunidad, Ediciones Sígueme, p. 90.
Debemos procurar, e incluso programar momentos de silencio, de quietud. Pensemos ahora en la falta que nos ha hecho tener estos momentos. ¿Cómo ha afectado esto a nuestra vida espiritual? ¿Cuál sería el estado de nuestra vida espiritual si hubiésemos guardado con mayor celo estos instantes de silencio?
v. 4 A Esdras se le juntaron todos aquellos que temían al Señor y a su Palabra, y que estaban conscientes de lo terrible que era transgredir la ley del Señor, no solo porque eso trae consecuencias para el pueblo, sino que también porque el solo hecho de desobedecer a Dios es algo que lamentar.
Con esto vemos que el Señor preserva algún remanente que se mantiene fiel a su Palabra, incluso cuando la mayoría del pueblo pueda estar en rebelión, y aun cuando los mismos líderes participen de este pecado.
Dios también levanta a hombres que no tienen temor de expresar su indignación y su lamento ante el terrible estado de aquellos que dicen seguirlo pero actúan de acuerdo a sus propios deseos engañosos. Él usa a estos hombres para motivar y liderar a otros, y los congrega para que den testimonio de lo que realmente dice su Palabra, y para que reflejen su carácter santo.
El texto nos dice que Esdras estuvo sentado hasta la hora del sacrificio de la tarde, que son aprox. las 3 de la tarde. Lo más probable es que él haya recibido la información antes del mediodía, por lo que podemos ver que estuvo sentado, lamentándose en silencio por más de cuatro horas.
II. Orando juntos
(vv. 5 y ss.) ¿Por qué Esdras simplemente no maldijo al pueblo y se desentendió de la situación? Él no había incurrido en ese pecado, pero oró como si lo hubiese hecho, se apropió del pecado del pueblo. Esta es la característica más notable de la confesión de Esdras: que se identifica completamente con sus hermanos que cayeron en pecado, se avergüenza por sus transgresiones, y también por su desvío. Consideró que todos los pecados de ellos eran los suyos propios, todas sus desobediencias, como sus propias desobediencias; y todos sus peligros como sus propios peligros.
La posición de rodillas y con las manos alzadas, indica una actitud humillada y suplicante, que debe estar presente en una oración de arrepentimiento, de confesión de pecados. En ella, reconocemos ante Dios que Él nos ha declarado su voluntad, que esa voluntad es la verdad indiscutible, y que nosotros la hemos violado.
Otra característica es su sentido de extrema pecaminosidad ante el pecado particular de ese momento (vv. 6, 7, 10). Lo ve como una «gran transgresión», una que «ha crecido hasta el cielo», lo que equivale a abandonar completamente los mandamientos de Dios, lo que hace que él y su pueblo no puedan estar delante del Señor.
Esto porque la misma naturaleza del pecado es lamentable, pero también porque demostró una profunda ingratitud del pueblo al apartarse de Dios tan pronto después de haber sido perdonados por sus pecados pasados contra él, y considerando que les fue permitido volver de al cautividad, reconstruir el templo, y restablecerse como nación.
Los comentarios de la Biblia Plenitud dividen la oración de Esdras en 4 puntos: (1) que el pecado era grave (v. 6), (2) que nadie peca sin afectar a otros (v .7), (3) que él también había pecado, a pesar de que no tenía esposa pagana (v. 10), (4) que el amor de Dios y su misericordia habían salvado a la nación cuando esta no había hecho nada para merecerlo (vv. 8, 9, 15). Es fácil ver el pecado como algo trivial en un mundo que no le da mayor trascendencia; sin embargo, debemos ver al pecado con la misma seriedad con que lo vio Esdras. ¿Cuántas veces has reaccionado así por tu propio pecado o por los de la iglesia?
En suma, la oración de Esdras confesó los pecados de su pueblo, no con rodeos, ni con palabras que lo adornaran, sino tal como el pecado era, con nombre y apellido y con toda su repugnancia. Aunque él no había pecado en la forma que lo había hecho su pueblo, se identificó con sus pecados. Con llanto expresó su vergüenza por el pecado, temor por las consecuencias, y deseo de que el pueblo lo entendiera y se arrepintiera. Su oración conmovió al pueblo hasta las lágrimas (10:1). Esdras demostró la necesidad de una comunidad santa que rodeara al templo reconstruido. También necesitamos en nuestras iglesias locales una comunidad santa. Aun en medio de nuestros peores pecados, podemos volvernos a Dios con oraciones de arrepentimiento.
Como dice Matthew Henry en su comentario a este texto:
«Esdras habla con mucha vergüenza al hablar del pecado. La vergüenza santa es tan necesaria en el arrepentimiento verdadero como la tristeza santa. Esdras habla con asombro. El descubrimiento de la culpa causa estupefacción; mientras más pensamos en el pecado, peor se ve... Esdras habla como quien tiene mucho temor. No hay presagio más seguro o triste de la ruina que devolverse al pecado después de los grandes juicios y grandes liberaciones. Cada uno de la iglesia de Dios tiene que maravillarse de que no haya agotado la paciencia del Señor y no se haya acarreado destrucción a sí mismo. ¿Entonces, cómo será el caso del impío?».
Además, nos deja muchas enseñanzas en cuanto a la forma de la oración pública o congregacional. Aquí tendremos muy en cuenta lo que dice Dietrich Bonhoeffer sobre el orar en comunidad.
(i) En primer lugar, como ya dijimos, Esdras no ora a nombre propio, sino a nombre del pueblo. Esto hace que se identifique con su pecado y su arrepentimiento, aunque personalmente él no haya cometido esa transgresión. La iglesia es un cuerpo, y lo que ocurra a un miembro afecta a todos. Por tanto, al elevar una oración congregacional, ya no lo hacemos a título personal, sino representando a toda la congregación.
(ii) Eso hace que desaparezca el uso del “yo”, del “me” y del “mí”. En la oración congregacional, debemos usar el “nosotros”, el “nos” y el “nuestro”, porque hablamos a nombre de todos. Eso también implica dejar de lado las referencias y las peticiones personales en aquella oración que elevamos congregacionalmente, porque no es mi oración, sino la de la iglesia.
(iii) A su vez, tal como a Esdras se le sumaron más de sus hermanos en el lamento y en la súplica, quienes estén presentes en la reunión de oración pero no estén elevando la súplica, deben sostener conscientemente al hermano que está hablando por ellos ante Dios. Aquí deben acallarse las voces de crítica a la oración imperfecta del hermano, y por supuesto las posibles burlas que surjan ante sus palabras. También implica callar los desagradables cuchicheos de aquellos que elevan su propia oración mientras el hermano está realizando la oración pública. Todos deben concentrarse en sus palabras e interceder con él conscientemente, ya que está hablando delante de Dios en representación de todos.
(iv) Además, para que la oración del hermano pueda ser la oración de todos, aquél que ora debe ser uno que conozca las necesidades, las experiencias y los pecados en medio de su comunidad. Debe ser alguien que literalmente viva en ella, sea parte integral de la misma.
(v) También vemos que no es un desahogo caótico, sino una súplica ordenada. Esdras guardó silencio quizá porque prefirió no decir nada antes que soltar un raudal de palabras sin coherencia ni sentido delante de Dios. Él sabía que cada Palabra que se diga en oración debe ser cuidada y meditada. Por ello, vemos una plegaria coherente, ordenada y bien estructurada. Así debe ser nuestra oración congregacional. Si necesitamos momentos de silencio, debemos tomarlos.
El orar como congregación es el acto más natural de una comunidad cristiana que comparte las mismas alegrías, pesares y culpas, y que por tanto agradece, ruega y se arrepiente como un cuerpo. De ahí que esta enseñanza es de vital importancia para cualquier iglesia local, ya que aquello que una congregación pida en oración nos dice más acerca de ella que cualquier otra cosa.
La oración congregacional nos muestra las prioridades de una iglesia, nos habla de cuáles son los deseos de su corazón, y también de la calidad y la medida de su fe. Nos dice lo que una iglesia valora realmente.
Los paganos también oran, pero la diferencia clave de la oración cristiana, es que se trata de que la voluntad propia, y en este caso, de la congregación, vaya cada vez más conformándose a la Palabra de Dios revelada en Cristo. Por eso debemos analizar nuestras listas de peticiones de oración, y ver si lo que pide podría ser perfectamente lo que rogaría un no creyente, o si refleja una comunidad que quiere conformarse a la imagen de Cristo y ora según las prioridades del Reino de Dios.
III. Reconociendo la gracia de Dios y rogando juntos la misericordia de Dios
Vemos que en la ordenada oración de Esdras, aparte de reconocer y confesar el pecado cometido, hubo un lugar para recordar la gracia del Señor (vv. 8-9). El recuerdo de las bondades y los favores que el Señor nos concede, hace que el pecado sea aún más amargo a nuestro paladar, y luego de confesarlo, hace que resulte indeseable cometerlo nuevamente.
Mientras hacemos elevamos una oración de arrepentimiento, debemos recordar lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo, esa obra maravillosa e incomparable en nuestro favor. Así el pecado que cometimos será puesto en la perspectiva correcta: como aquello que llevó a Cristo a la cruz, y que por tanto debe ser despreciado y combatido a muerte; pero por otro lado, como algo que Dios perdonó en Cristo, y que por tanto no debe atormentarnos como si no hubiésemos sido perdonados o redimidos.
Es decir, debemos lamentar profundamente nuestra desobediencia, pero a la vez glorificar y exaltar el nombre de Dios, porque nos ha concedido el perdón en Cristo. Esto permite que, a pesar de que nos hayamos postrado ante el Señor angustiados y entristecidos por nuestro pecado, podamos levantarnos de la oración gozosos y esperanzados por el perdón, sabiendo que un día seremos redimidos por completo de la presencia del pecado en nuestras vidas.
Por último, solo queda rogar juntos por la misericordia de Dios, ya que el Señor no nos debe el perdón, sino que es algo que debemos rogar y suplicar de parte de Él (v. 15). Sabemos por la Palabra de Dios que el pecado nos hace merecedores de la justa ira de Dios. Esto porque Dios ama infinitamente el bien, pues Él es el bien mismo. La contrapartida de esto, es que Él odia infinita y eternamente el mal. ¡Dios es bueno! Por tanto, nuestra maldad le ofende profunda y eternamente. Cuando le desobedecemos, entonces, debemos rogar por su misericordia en Cristo, que es el único nombre dado a los hombres en el cual podemos ser salvos, y podemos recibir perdón.
Esdras se entregó a la misericordia de Dios, y lo mismo debemos hacer nosotros.
Conclusiones
• Debemos indignarnos, avergonzarnos y entristecernos profundamente por nuestro propio pecado, por el de nuestra iglesia, y por el de todas aquellas congregaciones que profesan ser cristianas. • En la oración congregacional, es preciso que nos identifiquemos con los pecados de la iglesia, aun cuando nosotros no los hayamos cometido personalmente. • No es malo expresar emociones, siempre y cuando ellas no sean las que nos guíen, sino que estén sometidas a la Palabra de Dios. • Es necesario reflexionar profundamente en la inmundicia del pecado, y entristecernos de forma genuina por él, teniendo en cuenta la forma en que Dios lo ve. • Debemos recuperar la valoración del silencio y la quietud como una disposición de nuestra alma, tanto a apenarse por el pecado como a escuchar la Palabra de Dios. • En la oración congregacional, nos dirigimos a Dios representando a toda nuestra congregación, por lo que debemos dar gracias por las misericordias recibidas como cuerpo, y arrepentirnos por los pecados cometidos en medio nuestro.
Reflexión final
Hoy vimos que Esdras se identificó con los pecados y la súplica de su pueblo, luego de que éste desobedeciera clara y abiertamente al Señor. En este sentido, se parece a Cristo, ya que Esdras era sacerdote y estaba representando al pueblo delante de Dios. Él hizo que la confesión del pueblo fuera suya, se incluyó en la transgresión.
Sin embargo, Esdras era un hombre pecador tal como el resto del pueblo, por tanto podemos decir que aunque no tomó para sí una mujer extranjera, de todas formas compartía alguna culpa con ellos. En contraste, Cristo no rogó perdón para sí mismo, sino que dijo «perdónalos», porque Él no tenía pecado, era inocente y nada hizo.
Esdras solo podía rogar misericordia al Señor. Pero Cristo, sin tener culpa alguna, sin haber cometido pecado en absoluto, no se limitó a rogar perdón para el pueblo de Dios, sino que tomó sobre sí mismo las culpas de ese pueblo y lo vistió de las ropas blancas de su justicia intachable.
Esdras dijo al Señor «… no es posible estar en tu presencia a causa de esto», pero de Cristo se dice que «… habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, 13 de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; 14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (He. 10:12-14).
Esdras no podía estar ante la presencia de Dios, pero Cristo está sentado a su diestra, intercediendo cada día y a cada instante por su pueblo, para perdón de sus pecados.
Que esto nos sirva de consuelo, ya que aunque nuestros pecados lleguen hasta los cielos, la misericordia de Dios está en los cielos, y tenemos abogado ante el Señor, a Cristo Jesús nuestro Salvador. Amén.