Salmo 132: El Rey de los peregrinos

 

Continuamos con la serie de los salmos peregrinos. Hoy nos encontramos con el antepenúltimo peldaño de nuestra ascensión hacia Jerusalén, con el más extenso y pactual de todos los salmos peregrinos.

 

1. Nuestra incansable búsqueda (v.1-5)

En el año 1912 de hundió en el mar el barco más popular que probablemente haya sido construido: el poderoso Titanic. Luego de su debacle pasaron 73 años para que el oceanógrafo Bob Ballard encontrara el trasatlántico en el fondo del mar. A principios de los 80 este hombre acudió a la armada estadounidense con el fin de conseguir fondos para la búsqueda de toda su vida: hallar los restos de esa magnifica construcción. Invirtió sus energías, intelecto y recursos con tal de desarrollar la tecnología necesaria para encontrar “su tesoro” y lo logro, y producto de su trabajo tenemos imágenes sorprendentes de esta embarcación. Al igual que Bob, todos los hombres están en una “búsqueda”, la búsqueda de la felicidad y la autorrealización, la cual es una búsqueda que moldea toda nuestra manera de vivir.

Este Salmo nos recuerda esta realidad, los peregrinos que subían a Jerusalén a sus tres fiestas anuales también experimentaban una intensa búsqueda: “encontrar un lugar para el reposo de Jehová”. Y para representar sus intensos anhelos, oran, cantan, meditan y experimentan la oración del más notable rey del antiguo pacto: David. Los peregrinos claman al Señor para que él se acuerde de la incansable búsqueda que David realizo por dar “reposo al Señor”, es decir, darle morada. Suplican para que Dios considere las aflicciones, desvelos y esfuerzos que David empeño en su tenaz búsqueda por la presencia de Dios. Este rey era el modelo que todos los peregrinos querían seguir porque era el líder que “hizo de todo para encontrarse con el Señor y estar con él” [1] .

¿Cuál era su apremiante anhelo? Edificar una casa al nombre del Señor (1 Re. 8:17). Pero había un problema que debía ser resuelto, el arca, donde habitaba la presencia de Dios no estaba en el lugar de Dios (Jerusalén). ¿En dónde estaba el arca? Los hijos de Elí habían mal utilizado el arca como un arma militar mágica, esperaban que Dios les diera la victoria en contra de los filisteos como sucedió en el periodo de la conquista, sin embargo, su plan fallo y el Señor dejó que los filisteos tomaran el arca, y él los ataco desde dentro desatando una plaga sobre ellos venciendo a su ídolo Dagón en su propio templo, por lo que terminaron devolviendo el arca a los Israelitas (1 Sam.4-7:2) quedando en el abandono por veinte años hasta que David la traslado a Jerusalén (2 Sa. 6).

¿Por qué era tan importante el arca? Simboliza el trono de Yahvé en la tierra[2]. Según Núm. 10:25-26 durante la travesía en el desierto el arca era el punto de reunión del pueblo de Dios, cuando el arca se movía el pueblo lo hacía, cuando el arca descansaba el pueblo acampaba, el arca congregaba, cohesionaba y daba legitimidad a Israel como la nación escogida (1 Cr. 22:19). Dentro de ella se encontraban objetos muy significativos para la fe del pueblo: una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, dos tablas de piedra con los diez mandamientos (1 Re.8:9; Heb.9:4) y en su cubierta dorada estaba el propiciatorio donde el sumo sacerdote ofrecía sacrificios por el perdón de pecados (Lev.16:11-16).

En definitiva, lo que anhelaba David era que su reinado se estableciera alrededor de la presencia de Dios, que la Palabra gobernara la vida de su pueblo y pudieran acudir al trono de Dios en busca de perdón de pecados. No es que quería un artefacto más para decorar su basto imperio, él anhelaba el rostro del Señor, su persona, su voluntad, sus deseos, su guía, su control y su aprobación. Y el precio a pagar era invertir todos sus recursos en ese objetivo: “gastarse a sí mismo por el reino de Dios”. No es que literalmente David se negara a dormir hasta ver el templo construido (v.3-4), cosa que de hecho no alcanzo a contemplar, pues el templo fue construido por su hijo Salomón, sino que todas sus fuerzas y recursos estaban empeñados en este gran propósito.

David sabía de un principio esencial, no hay reposo verdadero a menos que Dios repose con nosotros, a menos que el arca de su poder permanezca en nosotros, nosotros seguimos sin fortaleza, él sabía que la desdicha más grande que existe es que el Espíritu de Gracia este lejos de nosotros (Sal.51.11). El corazón de David no hallaba descanso en el esplendor de los territorios conquistados, en su poder militar o en sus riquezas, él sabía que había sido creado para Dios y que “gastar” la vida en las cosas pasajeras de este mundo no tiene sentido, por eso San Agustín decía tan claramente: “Nos creaste para ti, oh, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti”. Podrás tener la mejor cama, la mejor casa, visitar los mejores resorts, pero si no estás reconciliado con Dios en la persona de Cristo no tendrás paz verdadera.

En David hay un verdadero ejemplo de devoción y abnegación por el reino de Dios. Nuestro mundo actual, en donde las emociones son las que gobiernan, te dirá que este tipo de sacrificio es nocivo. Te cuestionaran todas tus decisiones concernientes a la fe y te preguntaran: ¡¿Cómo no te das cuenta de que esto daña tu personalidad, tu patrimonio y a tu familia?¡ David dijo en 2 Sam. 24:24 “No ofreceré a Jehová mi Dios sacrificios que no me cuesten nada”. No existen algo así como sacrificios que no supongan “verdaderos sacrificios”, no existe algo así como “esfuerzo indoloro”. Jamás los sacrificios hechos de corazón al Señor dañaran tu vida, todo lo contrario, lo único que hacen es contribuir a tu personalidad, pues te haces más semejante a Cristo quien es el ejemplo supremo de sacrificio.

Ojalá muchos de nosotros sufrieran este santo insomnio por la casa del Señor por verla plena, resplandeciente, pura y más santa. Si te cuestionas si Dios desea tus esfuerzos, mira cómo él califica el deseo de David: bien has hecho en tener tal deseo (1 Re.8:18b). Dios se agrada de nuestros imperfectos esfuerzos por su causa, cuentas con su aprobación para gastarte por su reino, pero al mismo tiempo cuentas con su desaprobación para que malgastes tu vida en los placeres de este mundo.

Te preguntaras: “pero si hago esto, ¿no estaré buscando una salvación por obras?” La gracia se opone a nuestros méritos, pero no se opone a nuestros santos esfuerzos, por eso es que en las escrituras encontramos imperativos como: “Buscad primeramente el reino de Dios” (Mt.6:33); “No se cansen de hacer el bien” (Gá.6:9); “Esfuérzate en la gracia” (2 Tim.2:1). El asunto es que los esfuerzos de David son una pálida sombra de las aflicciones de Cristo por traer reposo a tu inquieto corazón. Hace unos momentos cantábamos el himno “Mi vida di por ti” y recordábamos los sacrificios de Cristo por nosotros, su inmolación, sufrimientos, su agonía al beber la copa amarga de la ira de Dios para brindar alivio a los pecadores y él hoy te pregunta: ¿Qué has hecho, qué dejas, qué sufres, qué ofreces tú por mí? IBGS tu Salvador merece todo de ti porque él dio todo por ti, él es digno de que cada bocanada de aire que inhalas sea hecha para su Gloria y tu recompensa en el día final será totalmente desproporcional a tus esfuerzos, el Señor te dirá: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor (Mat. 25:21). Es en la nueva Jerusalén donde terminan todos los esfuerzos bajo la tensión del pecado, donde serviremos sin dolor ni cansancio, pero mientras caminamos por este mundo somos la Iglesia que milita y se esfuerza por su rey en el poder del Espíritu.

 

2. El arca: la fuente de gozo y santidad (v. 6-9)

David tiene éxito y encuentra el arca abandonada en casa de Abinadab en Quiriat jearim, el Salmista no hace referencia a ese lugar sino a Efrata, en los campos del bosque o Jaar (v.6). Lo que probablemente está haciendo es conectar ambos lugares con personas, Sobal el fue fundador de Quiriat jearim quien fue hijo de Efrata esposa de Caleb (1 Crón. 2:19,50). En términos del Antiguo Testamento hablar de Efrata es hablar de Belén (Gén.35:19), una provincia insignificante, de hecho, Efrata era tan pequeña que ni siquiera aparece mencionada entre los 115 lugares de Judá cuando Josué repartió la tierra (Jos.15). En ese intrascendente lugar estaba lo más significativo y trascendente para el pueblo de Dios: su presencia.

¿Cuáles fueron las emociones y actitudes de David y el pueblo al encontrarse nuevamente con el arca? Adoración, rendición, alegría, reverencia, fueron poseídos por la necesidad imperiosa de postrarse ante la presencia de Dios, clamaron: “! ¡Levántate oh, Jehová!” (v.8). Esto era una expresión de guerra, era un clamor por la intervención divina del Señor en su favor. Era la primera vez que esta generación contemplaba la belleza de la santidad de Dios en el arca, por lo que la adoración y el gozo eran indescriptibles, así lo describe el v.9 “tus sacerdotes se vistan de justicia y se regocijen tus santos”. En presencia de Dios los santos siempre darán voces de júbilo, en Sión, en la ciudad de Dios no existe algo así como “santos mudos”. Ellos manifiestan que pertenecen al reino de Dios, pues su reino “es la esfera donde su voluntad se acepta gozosamente”. Quizás, en más de alguna ocasión has escuchado que Dios “nos llama a la santidad, no a la felicidad”, pues este texto refuta totalmente esa idea. La santidad y el gozo no son conceptos opuestos, el trono de Dios es el lugar donde convergen la santidad y la felicidad de su pueblo. Por eso el Salmo 16:11 dice que en su presencia hay “plenitud de gozo”, la santidad no es un “matagozo”, sino que el pecado es el verdadero “matagozo”.

El pecado es gozo envenenado, mientras que la santidad, como decía Spurgeon: “es el camino real hacia la felicidad”. La santidad no significa abstenerse del placer, sino que es reconocer a Jesús como la fuente suprema de alegría. Dios es acérrimamente antipecado, pero en ningún sentido es antifelicidad, es más, la santidad es lo que asegura nuestra felicidad. Pues que gozo será cuando seamos glorificados y no pequemos más, cuando no ofendamos más a nuestro Rey porque seremos perfectos como él lo es.

Es aquí donde se presenta el problema para algunas personas, piensan que, para acercarse al arca, a la presencia de Dios, es decir, en el Nuevo Pacto a su Iglesia, deben venir con un gozo perfecto, con vestiduras de autojusticia, que primero deben cultivar una santidad fuera de la familia de la fe para acercarse a la familia de la fe. En lugar de salir en busca del arca, salen en busca de las emociones correctas para presentarse “dignamente ante el Señor”. Eso es colocar el carro delante del caballo. David y los peregrinos del Antiguo pacto salen en busca del arca de su presencia diligentemente, independiente de las circunstancias que les rodeaban, eso es ser diligente, es hacer lo correcto, en el momento correcto a través de los medios correctos. En el arca estaban los mandamientos, ir en busca del arca es ir en pos de la Palabra del Señor, son sus promesas las que le dan contenido a nuestro gozo. Así lo describe el Sal.119:111: “Por heredad he tomado tus testimonios para siempre, porque son el gozo de mi corazón. Son las promesas de Dios las que nos visten de justicia, santidad y llenan nuestra copa de alegría. Sal al encuentro del arca de Dios, tu sabes donde esta, su dirección es: “la Iglesia de Cristo”. Como en el antiguo pacto ella nunca está perdida, pero si muchas veces es abandonada por días, semanas, años, y en muchos casos para siempre. Sé diligente a pesar de las circunstancias y anhela la Iglesia del Señor, el arca de Dios, donde su Palabra es amada en santidad y gozo.

Dios ha escogido lugares pequeños e insignificantes para colocar su presencia (su trono) aquí en la tierra, Efrata es un ejemplo, pero esta Iglesia local también lo es, de hecho, y creo que no es coincidencia que justamente para la exposición de este sermón Dios quiso que nos encontráramos aquí, en un parque, medios abandonas en la comuna de la Florida, como justamente sucedía con el arca en aquel tiempo, para mostrarnos un ejemplo claro que la presencia de Dios no necesariamente se manifiesta en grandes edificios, o en un lugar con miles de personas, sino en donde su Palabra es amada y su reino es aceptado con alegría. IBGS es un fiel reflejo de que Dios escogió a lo débil de este mundo para avergonzar a lo fuerte para que nadie se jacte “en su presencia” (1 Co.1:28-29). Aquí, en su Iglesia nadie está por encima del otro, nos sometemos los unos a los otros en el temor del Señor (Ef.5:21), aquí somos capacitados por su Palabra para vestirnos de santidad y justicia, aquí el Señor envía bendición y vida eterna (Sal.133). Si te sientes insignificante o incapacitado en las cosas espirituales, este es el lugar a donde debes acudir, el lugar al cual el Señor te llama para crecer junto a otros imperfectos.

Efrata no es nombrado en el Salmo para señalarnos a nosotros, sino para anunciar el lugar en donde el arca de Dios se haría hombre, señala el lugar donde aparecería Emanuel (Dios con nosotros): “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel (Mi.5:2). Al igual que David y los peregrinos, unos magos del oriente fueron en busca del arca y al encontrarse con él: “postrándose lo adoraron (Mt.2:11). Es Cristo quien asume cada uno de los principios representados en el arca. Él es nuestro maná, nuestro alimento espiritual, el pan de vida que descendió del cielo para saciar nuestras almas (Jn.6:51). Él es nuestro sumo sacerdote, quien murió y resucito, al igual que la vara de Aarón él “reverdeció” (volvió a tener vida), es nuestro perfecto sumo sacerdote que hoy intercede por nosotros. Es quien, en lugar de darnos las tablas de la ley derrama sobre nosotros su Espíritu para que a través de su poder podamos vivir en santidad obedeciendo su ley. Él es la propiciación definitiva por nuestros pecados, quien derramo su sangre en el altar de la cruz para redimirnos de la maldición de la ley, haciéndose maldición para que nosotros tengamos la bendición de su presencia. Cristo es el arca de Dios nuestra fuente de santidad y gozo.

 

3. El Rey de los peregrinos (v.10-12)

Estos versos corresponden al clímax del Salmo, de hecho, Moody señala que todo este salmo es el clímax de los Salmos de ascensión. En él, el salmista enfatiza que todas las esperanzas futuras de Israel (incluyendo las de los peregrinos) dependen del cumplimiento del pacto Davídico”.

Este pacto es parte de la progresión de la promesa de la simiente de la mujer de Gn.3:15, en donde Dios promete un redentor que vencerá el pecado y al reino de Satanás. Avanzando en la historia de la redención se nos revela que ese hijo sería de la simiente de Abraham, y que de hecho de entre sus descendientes saldrían reyes (Gn. 17:6). Más adelante se nos muestra que en Judá, el bisnieto de Abraham, se mantendría el cetro y que de él vendría un rey que congregaría a todos los pueblos (Gn.49.10). Según Dt. 17:14-20 este rey debía ser piadoso, no a la manera de los reyes de las otras naciones, sino un rey siervo que debía guiar al pueblo hacia los estatutos del Señor. Es así como llegamos a David, el rey descendiente de la tribu de Judá con el cual el Señor hace un pacto. Según 2 Sam.7, el deseo de David era construir una casa para Dios, pero el Señor le dice que él le edificaría una casa a David, es decir, una dinastía, de sus entrañas saldría un rey que edificaría una casa a su nombre y sería establecido en el trono para siempre. Ese pacto esta condensado en los v.10-12, el Señor ratifica que no se ha retractado de su promesa: “de tu descendencia pondré sobre tu trono” (v.11). Les recuerda a los peregrinos que su pacto seguía en pie, a pesar de que por siglos no han tenido rey el haría retoñar (resurgir) uno de la casa de David.

En el v.12 observamos el elemento condicional del pacto: “si tus hijos guardan mi pacto, y mi testimonio que les enseñare, sus hijos también ocuparan tu trono para siempre”. El asunto no era simplemente cumplir con un “conjunto de reglas”, el asunto de fondo era que este rey debía amar a Dios con todo su corazón, debía servir a su pueblo amándolos como a sí mismo (Mt.12:30-31), esa es la implicancia de amar a Dios: guardar sus estatutos (Jn.14:21). ¿Quién de los hijos de David o de sus descendientes cumplió este pacto?

A David no se le permitió edificar casa al Señor porque derramo mucha sangre delante de Jehová (1 Cr.22.8). Su hijo Salomón construyo el templo, pero se desvió en pos de muchas mujeres y sus ídolos (1 Re.11:1-4). Roboam, el nieto de David se negó a servir al pueblo como un rey siervo y por su insensatez dividió el reino (1 Re.11:9-13). Descendientes posteriores como Manasés y Acaz, sacrificaron a sus hijos a dioses paganos, mostrando la máxima decadencia a la cual sucumbió el trono y el reino.

En esta época los reyes eran la cabeza federal del pueblo, es decir, como andaba el rey andaba el pueblo, eran los pastores del rebaño, y si no cumplían fielmente su función las ovejas se descarriaban y dispersaban, así, la desobediencia continua de los reyes de la línea sanguínea de David y los pecados del pueblo resultaron en el exilio a Babilonia y el fin del periodo de la monarquía. Estos ejemplos nos muestran una gran verdad, que ni la piedad ni la gracia se transmiten a nivel sanguíneo, es necesario y urgente instruir a nuestros hijos en la piedad, pero también es apremiante rogar al Señor para que él salga a su encuentro, la fe no se transmite por osmosis, la gracia redentora es el más precioso don del cielo que debemos anhelar para nuestros hijos, más que cualquier otra cosa. Que nuestra oración sea ¡Que te amen Señor, que te amen!

¿Quién cumplió este pacto? Nuevamente debemos ir a Efrata, a Belén, miremos lo que el Señor le dice a María: “darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:31-33).

Cristo es el hijo de David que cumple la condición de guardar el pacto, él es quien cumple fielmente los estatutos del Señor: yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn.15:10), él es el rey que amó al Señor perfectamente y sirvió a su pueblo dando su vida en favor de ellos. El v.10 dice “por amor a David tu siervo no vuelvas de tu ungido el rostro”. El contemplar el rostro o esconderlo era señal de aceptación o rechazo, continuamente los reyes de Judá afrentaron el rostro del Señor con sus pecados, pero Jesús es el Hijo de David en quien el Padre se complace (Is.42:1; Mt.3:17). Los reyes de Israel fueron ungidos con aceite, pero Cristo es el Hijo de David ungido con el Espíritu Santo (Hch.10:38) “enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos….” (Is.61:1-3). A él clamaban los ciegos reconociendo su señorío diciendo: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí” (Lc.18:39).

David fue el rey justo y piadoso que reino sobre el pueblo de Dios en el Antiguo Pacto, pero su Hijo, que también es su Señor (Sal.110:1), es el rey justo y perfecto que reina sobre el pueblo de Dios del Nuevo Pacto. El libro de Ezequiel dice algo maravilloso sobre este Rey y nosotros: “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra (Ez. 37:24). Cristo es la cabeza y rey de la Iglesia, su pueblo no está dispersado, descuidado o abandonado, somos guiados por la voz del buen pastor y le seguimos. Siempre miramos a la realeza como algo lejano, a los políticos como garantes de su propio bienestar, pero nosotros tenemos un rey pastor que vela por nosotros y nos ama con amor perfecto. Por la obra del Espíritu en nuestras vidas es que “andamos” en sus preceptos, y si nos desviamos el buen pastor sale en busca de sus amados, atrayéndonos con cuerdas de amor. Él nos cuida de forma especial, ha depositado el “arca” de su presencia en nosotros (su Espíritu), arca que en el antiguo pacto batalló por el pueblo de Dios en medio de arduas guerras, pero hoy es el Espíritu de gracia el que “batalla” en nuestros miembros contra nuestra carne, contra nuestros ídolos y nuestros malos deseos (Gá.5:17), lucha para traer “verdadero reposo” a nuestras almas venciendo al pecado que habita en nosotros (Rom.6:12-13).

La devoción de David no pudo hacer que sus hijos se sentaran en el trono para siempre, pero el perfecto desempeño de Cristo y su sacrificio ha formado en nosotros, la Iglesia del Nuevo pacto, una generación de reyes y sacerdotes que reinaran por siempre en los cielos nuevos y en la tierra nueva (Ap. 5:10). Sí es verdad, en el fin de todas las cosas te vestirás de realeza y reinaras junto al Rey Siervo.

Si pudiéramos preguntarle a David que era lo que esperaba del cumplimiento de este pacto de seguro estaría asombrado por lo que Dios alcanzo a través de su linaje, porque siempre las promesas de Dios superan nuestras expectativas y nunca hace menos de lo prometido. Los descendientes de David fallaron y se olvidaron de la promesa que él le hizo al Señor, y Dios tuvo que luchar con una descendencia llena de ramas torcidas, pero que tiene su raíz y su tronco derecho: Cristo. Él vino de los pecadores para que los pecadores pudieran venir a Él, Dios no olvido su promesa y le dio a David y a todo su pueblo a su propio Hijo, “acordándose de su pacto”, por eso es que el Salmo inicia con una petición: “Acuérdate, oh, Jehová” (v.1), la aparición del Mesías es la respuesta a esta oración. En los días oscuros, en la tempestad, en medio de la prueba, en el cansancio o en el desánimo, recuerda estas palabras que Pablo le dice a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio” (2. Ti. 2:8). Pablo le quiere transmitir a Timoteo lo siguiente: “Amado Timoteo, (amada IBGS) recuerda constantemente que, como Señor que vive y reina, Jesucristo es poderoso y desea cuidarte. No es Nerón, sino Jesucristo, exaltado a la diestra del Padre, quien tiene las riendas del universo en sus manos y seguirá gobernando todas las cosas para el bien de la iglesia (tuyo y mío) y para la gloria de Dios. Por eso, no pierdas el valor, suceda lo que suceda.”[3]

Los peregrinos detrás de la cruz clamaban “Acuérdate, oh, Jehová” del Hijo de David, pero nosotros, los peregrinos del nuevo pacto somos llamados a acordarnos permanente de ese Hijo de David, de su resurrección, de su Evangelio, es el único rey que ha ganado la batalla donde ninguno más triunfo, venció a la muerte, al pecado, a Satanás y todo su reino, solo en él tenemos vida.

 

4. Las misericordias firmes a David (v.13-18)

Los versículos finales son las respuestas de Dios a la oración de los peregrinos punto por punto. En los v.7-8 los peregrinos claman por entrar al tabernáculo y adorar. Dios responde en el v.13-14. Él establece a Sión como su habitación, que en definitiva apunta a Jerusalén como el lugar del eterno reposo del Señor, lugar a donde se dirigían los peregrinos a adorar, ahí donde se desarrollaba la adoración en el Antiguo Pacto. Esto nos demuestra que el pueblo del Señor ha tenido una prioridad a lo largo de los siglos, adorar al Rey, esa es la actividad más alta a la cual hemos sido llamados, es la actividad eterna del pueblo de Dios. David quiso edificar un templo a Dios para adorarle, pero Cristo hizo algo superior, él dijo: “(yo) edificare mi Iglesia (Mt.16:18), con su obra él dio vida a una generación de adoradores. Los peregrinos del nuevo pacto no precisamos de un templo o en una ciudad específica para adorar, lo podemos hacer en todo lugar porque somos su templo (Ef.2:18-22). El Señor le dijo a la mujer Samaritana: la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn.4:21). Por lo tanto, Sión, ya no es un barrio de Jerusalén, sino una realidad espiritual”[4]. Nosotros somos el lugar que él ha amado, donde se adora en Espíritu y en verdad, este es su trono, el lugar que se une a la perfecta adoración que se ofrece en el trono del cielo donde está el arca del pacto (Jn.4:21-24; Ef.2:18-22; Ap.11:19). Pero un día ya no habrá un trono en el cielo y otro en la tierra, un día estos dos lugares se unirán y todo lo hagamos será un acto perfecto de adoración.

En el v.9 los peregrinos ruegan por bendición sobre el pueblo traducido en vestir a los sacerdotes de justicia y proporcionar alegría a los santos. Esto se cumple en los v.15-16 de forma superabundante. El v.15 dice que el Señor saciara con pan a los pobres de Israel. Cuando David introdujo el arca a Jerusalén “repartió a todo Israel pan, carne y una torta de pasas” (2 Sa.6:19). Los Israelitas comieron esos alimentos, pero volvieron a tener hambre. Cristo es el rey que envía maná del cielo día a día a través de su Palabra y sus promesas son tan satisfactorias que ya no nos vemos dominados por los bocados que el pecado pueda ofrecer (Rom.6:14). La fe en el Hijo de David nos viste de salvación como sus sacerdotes, y si el Rey del Universo viste a la hierba del campo de forma superior a Salomón en toda su gloria, entonces ¿Cómo serán nuestros vestidos? Gál.3:27 nos dice que: “estamos revestidos de Cristo”. La perfecta justicia de Cristo nos cubre, haciéndonos sacerdotes legítimos para que por medio de él ofrezcamos sacrificios de alabanza (Heb.13:15). Sin esta vestidura no podríamos adorarle, nuestro Rey no solo se preocupa del lugar de adoración, sino que también de capacitarnos para adorar. En el día final nos vestiremos con vestiduras eternas, lo corruptible se vestirá de incorrupción y lo mortal de inmortalidad: “la muerte será sorbida en victoria” (1 Co.15:54). Nunca más seremos tocados por el pecado y la felicidad será completa.

Los versos finales (v.17-18) son la respuesta al clamor por el Hijo de David: “Allí (desde Sión) haré retoñar el poder de David. He dispuesto lámpara a mi ungido” (v.17). Cristo es el retoño de poder que vino desde la casa de David. Los peregrinos clamaban: “Levántate, oh, Señor… tú y el arca de tu poder (v.8) anhelaban la manifestación del poder de Dios entre ellos y el Señor respondió levantando: a un poderoso salvador desde la casa de David” (Lc.1:69). Y ahora ese poder está a nuestro favor para pelear por nosotros y protegernos: “él es el poderoso guardarnos sin caída, para presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Jud.1:14). Dios dispuso en su Hijo su lámpara, su palabra y nos hizo herederos de ella: “(Yo) les he dado tu palabra” (Jn.17:14). Su palabra, su evangelio, es la luz que nos rodea, la que jamás nos dejará en la oscuridad de nuestras tinieblas, esa es la fuente de nuestra victoria sobre el pecado. Y en la Nueva Jerusalén ya no habrá más noches oscuras, nunca más esperaremos el amanecer, porque allí: “No habrá más noche, no tendremos necesidad de luz de lámpara, ni luz del sol, porque Dios el Señor nos iluminará y reinaremos con él por los siglos de los siglos” (Ap.22:5).

Finalmente, el v.18 nos dice: “A sus enemigos vestiré de confusión, más sobre él florecerá su corona”. Un rey que verdaderamente anhela la paz de su pueblo se encarga de hacer justicia sobre enemigos de su pueblo. A diferencia de sus sacerdotes los enemigos de Cristo serán vestidos de confusión, serán vestidos como en “Babel”, recordemos que el significado de Babel es “confusión”, y en aquella torre solo hubo juicio por parte de Dios. Según Is.61:1-3 la misión del mesías era libertar, consolar y traer alegría a los habitantes de Sión, pero también ejecutar el “día de la venganza de nuestro Dios”. Cuando Jesucristo aplica esta profecía sobre sí mismo en Lucas 4:18-19 no leyó esta parte de su misión, por lo que entendemos que la primera parte de la profecía se ha cumplido, pero la segunda está por cumplirse, él da un tiempo de gracia entre la unción y la consumación para que sus enemigos se sometan a su reino, pero el día en que vuelva el Hijo de David destruirá para siempre a Babilonia y todo su sistema corrupto dando perfecta paz a su pueblo. Toma nota de esto: “Aunque la confusión de los idiomas en Babel fue originalmente una maldición, las reuniones en el Cielo de personas de toda nación, pueblo y lengua muestran que Dios unirá para siempre a la gente dividida de Babel, no eliminando sus diferencias, sino eliminando el pecado, la desconfianza y la hostilidad”[5] Cristo vencerá sobre la gran ramera y llevará la corona de la victoria, su reino no caerá jamás, sus glorias son inmarcesibles, sobre él solo florece honor y gloria.

En el día final toda la humanidad tendrá una vestidura, será de salvación o de confusión, todos tendrán una ciudadanía, la de la Nueva Jerusalén o la de Babilonia. Si estas en Cristo, estas vestido de justicia y eres un directo beneficiado de las misericordias hechas a David. Por la fe has recibido un “reino inconmovible” (Heb.12:28) vive entonces por ese reino, pues todo lo fundado en él permanece para siempre, no como las cosas de este mundo que son transitorias, en donde los reyes envejecen y las riquezas se estropean. Busca intensamente ese reino en donde hay un rey que vive para siempre, que te cuida hoy con amor y que pronto vendrá a instalar plenamente su inminente e imparable reino.

  1. Mervin Breneman et al., “Salmos”, en Comentario Bíblico Contemporáneo: Estudio de toda la Biblia desde América Latina, ed. C. René Padilla, Milton Acosta Benítez, y Rosalee Velloso Ewell, Primera edición (La Paz, Bolivia; Barcelona, España; Buenos Aires; Lima: Certeza Unida; Andamio; Ediciones Puma; Ediciones Kairos; Certeza Argentina; Editorial Lampara, 2019), 776.

  2. John Swann, “El Arca del Pacto”, ed. John D. Barry y Lazarus Wentz, Diccionario Bíblico Lexham (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).

  3. William Hendriksen, “Comentario al Nuevo Testamento: 1 y 2 Timoteo y Tito (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 283.

  4. David F. Burt, “En Busca de la Ciudad Eterna, Hebreos 12:1–13:25”, vol. 136, Comentario Ampliado del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1992), 123.

  5. Randy Alcorn, “El Cielo” trad. Raquel Monsalve (Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, Inc., 2006), 267.