Jesús, el pan de vida
Domingo 28 de Agosto de 2016
Texto base: Juan 6:22-40.
En las prédicas anteriores hemos estado hablando sobre la autoridad suprema de Cristo, que lo pone por sobre toda la creación, recibiendo la misma gloria y honra que el Padre, y estando completamente alineado con su voluntad. Ha quedado que Cristo y el Padre son uno solo, que Cristo es la revelación del Padre ante la humanidad, la luz y la verdad que han venido de Dios para nuestra salvación.
En el último mensaje, vimos cómo Cristo dio a conocer su autoridad sobre la creación, demostrando que Él es la provisión del pueblo de Dios, que puede alimentar sobrenaturalmente a miles de personas, habiendo contado sólo con 5 panes y dos pececillos.
Luego vimos cómo está por sobre las leyes de la naturaleza, y puede controlarlas como Él desee, haciendo obras que nadie nunca ha hecho, como caminar sobre el mar, y trasladar una barca llena de hombres instantáneamente desde el mar profundo hasta la orilla. Cristo domina los elementos, las fuerzas de la naturaleza, las distancias y los tiempos. Sólo Dios puede tener este poder.
Aprendimos que todas estas señales no son simples muestras de poder, sino que su objetivo es exaltar a Cristo sobre todas las cosas, demostrar su autoridad suprema y dar a conocer que Él es Dios hecho hombre. Y resulta conmovedor que siendo así, Cristo es un Salvador tierno y compasivo que se ocupa de las necesidades de su pueblo.
Por último, también vimos que Cristo es muy superior a Moisés, es el gran profeta que había de venir. Mientras Moisés fue uno más de los alimentados con el maná, Cristo es la fuente de alimento para su pueblo. Mientras Moisés simplemente recibió instrucciones de orar para que el mar se abriera cuando el Señor lo quisiera, Cristo pudo caminar sobre el mar cuando Él quiso.
Hoy seguiremos viendo cómo Cristo es el cumplimiento de todas las profecías, es la realidad de lo que en el Antiguo Testamento eran sombras, y es el nuevo y definitivo Moisés, el profeta que guiará a su pueblo a su morada definitiva con el Señor.
I. Hambre de qué
Comenzamos a la mañana siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, y de la noche en que Jesús caminó sobre el mar y transportó a sus discípulos a la otra orilla. Como era de esperarse, la gente estaba agitada, expectante, habían visto maravillas e iban ahora por más.
Gente incluso de otros lugares vino al lugar del milagro probablemente esperando que éste se repitiera, buscando ese almuerzo que Jesús podía darles. Sin embargo, se dieron cuenta de que algo raro había pasado, los discípulos se habían ido en la única barca que había allí, y Jesús no había entrado con ellos. Sin embargo, ni Jesús ni sus discípulos se encontraban ya en el lugar.
Viendo esto, la gente entró rápidamente en las barcas que habían llegado, para lanzarse a la búsqueda de Jesús y sus discípulos. Sólo imaginemos esto: las masas habían encontrado a alguien que no sólo podía curar a los enfermos de los más diversos males, sino que también podía darles comida gratis, de manera sobrenatural. Jesús era una fuente de milagros, era el rey que todo el mundo querría, debían encontrarlo como fuera.
Y esta búsqueda frenética dio resultados: dieron con Jesús. Pero su respuesta seguramente no fue lo que esta multitud esperaba. Jesús no buscaba popularidad, no buscaba simplemente la aprobación y el aplauso de las masas. Este fervor repentino de la gente no lo engañaba, porque Él podía ver sus corazones. Ellos no estaban ahí por Él, por su persona, ni tampoco buscaban su gloria; sino que lo buscaban porque Él les había dado de comer.
La palabra que usa Jesús para decir que lo buscaron porque se habían saciado, es la que se usaba para hablar de la manera en que comen los animales. Es como si les hubiese dicho: me buscan porque se llenaron el estómago. Querían sus milagros, su poder, sus beneficios; querían el bienestar, buscaban que sus estómagos fueran llenados nuevamente. Pero les dejó claro que no servía de nada que lo buscaran para estas cosas.
(v. 27) No estaba mal que ellos buscaran y se esforzaran, pero estaban buscando lo incorrecto, la comida que perece. Les reprochó que trabajaran para las cosas terrenales, descuidando las cosas eternas. Les hizo ver que sólo estaban buscando aquello que podían palpar, una comida que podían echar a sus bocas y alimentar sus estómagos por un rato, pero que no tenía ningún efecto en sus almas ni en su destino.
Hay otra comida, una que no perece, que no se pudre, que no se echa a perder, que no sacia sólo por un rato; una comida que permanece para vida eterna. Esa es la que ellos no estaban buscando, la que estaban dejando pasar. Esta comida que permanece para vida eterna, sólo se las podía entregar Cristo, Él fue designado por el Padre para alimentar a su pueblo, y como ya vimos en mensajes anteriores, tiene varios testigos que dan fe de que es el enviado del Padre.
No debemos buscar a Jesús por las bendiciones que encontramos en Él. Sabemos que Él, como Salvador tierno y compasivo, se ocupa de nuestras necesidades materiales y las satisface. Pero debemos buscarlo a Él, por quien Él es, y para su gloria.
El buscarlo simplemente por lo que nos da, en nada nos diferencia de los paganos. Ellos están llenos de ídolos, llenos de dioses de la cosecha, de la fertilidad, dioses relacionados con los alimentos y con la provisión. Los alaban por lo que ellos les dan, e incluso algunos adoran a la misma naturaleza, a la tierra, al sol, la luna, las montañas, etc. Entonces, si buscamos al Señor por estas cosas en nada nos diferenciamos del hombre que está muerto espiritualmente.
Esto porque se ve a Jesús simplemente como una herramienta para alcanzar lo que quiero o necesito. El centro soy yo y mis necesidades, cuando debe ser Cristo y su gloria. Se ve a Cristo simplemente como una bandeja en la que vienen bendiciones, y la atención se pone en ellas, en vez de ponerse en Cristo.
Ahora, no pasemos apresuradamente por este asunto. Podemos calmar rápidamente nuestra consciencia y decir: “bueno, es obvio, tenemos que buscar primero al Señor”. Pero, si miras tu vida, ¿Qué es aquello que estás buscando? ¿Para qué estás trabajando? Porque el Señor dice que no trabajemos por la comida que perece, sino por la que a vida eterna permanece, es decir, por ambas comidas debemos trabajar, la pregunta es ¿Por cuál estás trabajando?
¿Por qué te esfuerzas día a día, qué buscas con lo que haces, a qué destinas tu tiempo, cuáles son tus prioridades, en qué piensas, qué es aquello que deseas, que llena tu mente y cautiva tu corazón? ¿Será que estás trabajando por tu propio bienestar, para estar mejor económicamente, para llenar los estómagos de tu familia, para dar comodidades a los tuyos, para comprarte esas cosas que tanto deseas?
Sin duda tenemos necesidades terrenales que satisfacer, pero si ellas son las que cautivan tu corazón y llenan tu mente, perecerás junto con esas cosas que buscas. ¿Qué lugar ocupa el Señor en tus pensamientos? ¿Qué lugar tiene el Señor en tus prioridades, en tus metas, en tus objetivos? ¿Aquello que tienes pensado hacer mañana, el martes, esta semana, este mes y este año; está planificado para reflejar el reino de Dios en todas las cosas?
En este sentido, ¿Cuál debe ser nuestra prioridad como pueblo de Dios? ¿Qué debemos buscar primero? La respuesta la tiene Jesús y es clara: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mt. 6:33). Esta frase está dicha justamente en un contexto en el que Jesús está hablando de lo que los gentiles buscan y aquello por lo que se afanan: la comida, la bebida, la vestimenta. Estas cosas no deben ser la prioridad ni motivo de preocupación para el pueblo de Dios. Cristo nos llama a asumir que somos parte de un Reino con prioridades distintas, y que por tanto debemos pensar a la altura de ese Reino, y comportarnos a la altura de ese Reino.
El comentarista William Hendriksen nos dice que el verbo ‘buscar’ en este pasaje «implica el ser absorbido en la búsqueda, un esfuerzo perseverante y agotador por obtener». El pasaje nos dice también que debemos buscar primeramente el Reino de Dios, lo que implica dar a Dios la prioridad debida.
Si bien es cierto que recibimos este Reino por gracia, eso no significa que una vez recibido permanezcamos inactivos. Cristo nos exhorta a buscarlo, a perseguirlo, a añorarlo sobre todas las cosas y en todas las esferas de nuestra vida: en nuestras relaciones, en el trabajo, en la familia, en la iglesia, en nuestra vida en sociedad, etc. Mientras nos preocupamos de buscar y perseguir este Reino, Él promete que añadirá todas las cosas que necesitamos, y que para quienes no conocen a Dios son la prioridad y el centro de sus vidas.
¿Pero qué implica buscar el Reino de Dios? Es perseguir incesantemente y reconocer su soberanía sobre todas las cosas y todas las áreas de nuestra vida, de la iglesia y de la sociedad; su gobierno sobre los corazones redimidos, es decir, sobre su pueblo, y la restauración final de todas las cosas. ¿Habrá un fin más alto para el alma humana que el buscar estas cosas?
El Señor nos llama entonces a trabajar por esta comida que permanece para vida eterna, el Apóstol Pablo nos llama a esforzarnos en la gracia (2 Ti. 2:1). No podemos descansar hasta haber comido este pan de vida, no podemos contentarnos con una espera ociosa, con una actitud negligente de quien es indiferente a las cosas espirituales y no entiende que aquí se encuentra en juego su eternidad. Tú que estás aquí presente, no tendrás vida, no tendrás paz, no estarás saciado hasta que hayas comido de este pan que desciende del cielo.
II. El pan de vida
¿Qué es, entonces, lo que debemos hacer? Es lo que preguntaron naturalmente los judíos que escuchaban a Jesús, en el v. 28. Esta es una pregunta clave, ellos habían entendido que Jesús los estaba confrontando para que buscaran verdaderamente al Señor. Pero todo lo que ellos pensaban era carnal y era terrenal. Sólo podían pensar en agradar a Dios haciendo, haciendo y haciendo. Lo único que existía para ellos era lo que podían ver y tocar. Eran sensuales, se interesaban sólo por lo que podían percibir por sus sentidos.
Por eso la respuesta de Jesús nuevamente debe haberlos dejado desconcertados: la obra de Dios, aquello que le agrada, lo que Él demanda de nosotros, lo que le complace, es que creamos en quien Él ha enviado (v. 29). Jesús es el Apóstol (enviado) del Padre al mundo, es quien ha descendido del Cielo en nombre del Padre, y que ha salido de su seno, es Dios mismo hecho hombre y habitando entre nosotros. Es el testimonio de Dios al mundo, la Palabra de Dios encarnada.
A Él debemos recibir con esa fe, en Él debemos creer sabiendo que es el enviado del Padre. Rechazar al enviado de cualquier rey es un insulto que puede dar origen a una guerra. Rechazar al enviado de Dios, que es Dios mismo, hace merecedor de la justa ira de Dios: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:36). No importa qué tan buena parezca una persona, no hay vida en el hombre hasta que cree en Cristo.
(v. 30) Pero los judíos siguieron demostrando su incredulidad. Siguieron pidiendo a Jesús que mostrara sus credenciales, que diera señales de su autoridad. ¡Esto a pesar de que el día anterior, Jesús había hecho un milagro nunca antes visto en la historia de la humanidad! Jesús ya había explicado y revelado claramente su poder, pero ellos seguían sin creer, demandando señal.
No contentos con eso, le enrostraron a Jesús la autoridad de Moisés, quien les había dado pan del cielo, cuando los israelitas comieron maná en el desierto. Pero ese pan no lo dio Moisés, sino el Señor. Moisés fue uno más de los alimentados. Además, es increíble la hipocresía del pueblo de Israel, porque mientras ahora enrostran a Jesús esta alimentación sobrenatural del maná, en su tiempo la menospreciaron y se quejaron, llegando a llorar cuando dijeron: «¡Quién nos diera carne! ¡Cómo echamos de menos el pescado que comíamos gratis en Egipto! ¡También comíamos pepinos y melones, y puerros, cebollas y ajos! Pero ahora, tenemos reseca la garganta; ¡y no vemos nada que no sea este maná!» (Núm. 11:4-6).
Pero este maná que ahora enrostraban a Jesús, para decir que Moisés verdaderamente había hecho señales de peso; era sólo una sombra ante la realidad que era manifestada en Cristo. Jesús pulverizó su razonamiento, diciéndoles que el maná no era el verdadero pan del cielo, sino que el Padre es quien da ese verdadero pan del Cielo, ese que descendió desde ahí para dar vida al mundo, el Pan de Dios que da vida al mundo.
Ahora ya tenía la atención y la curiosidad de estos judíos que lo escuchaban. Obviamente, si hay un pan mejor que el maná, si hay uno que es el verdadero pan de Dios y que da vida al mundo, ellos querían probarlo, querían siempre ser alimentados con él. Pero todavía estaban pensando en un pan físico, uno que pudieran tomar en sus manos, llevar a sus bocas y llenar sus estómagos.
Todavía no entendían, pasaba algo parecido con la samaritana cuando no podía entender a qué se refería Jesús con esa agua que salta para vida eterna, pero Jesús ya se los deja muy claro: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (v. 35). Esta es una declaración impresionante: ningún simple mortal, ninguna criatura, ni siquiera un ángel o un querubín, ningún maestro por más sabio que fuera, podrá hacer jamás una declaración como esta.
En Cristo están cubiertas todas las necesidades del alma humana. En Cristo y sólo en Él puede ser saciada nuestra alma. Quien viene a Cristo, tendrá una satisfacción espiritual completa y permanente, y una paz que no podrá encontrar nunca fuera de Él.
Cristo ha descendido del Cielo para hacer la voluntad del Padre, y su voluntad es que Él de vida al mundo, que sea alimento de los hombres, que los hombres al venir a Él, tengan vida y sean saciados. Por favor detengámonos en esto: la función de Cristo, su trabajo, el propósito por el que fue enviado, es que Él se encargue de darnos vida, de nutrirnos, de salvarnos, de alimentar nuestras almas hambrientas. De eso se encarga Cristo, y Él no dejará que alguno de los suyos sufra hambre en su alma.
Ninguno de quienes vengan a Él será rechazado. Ninguno de quienes vengan a alimentarse de este pan del Cielo, quedará insatisfecho, descontento o con el alma hambrienta. Ninguno de los que se acerquen a Cristo obedeciendo al Padre, se perderá en el camino, ninguno morirá eternamente.
Jesús es el pan de vida, el maná era sólo una sombra de este pan que desciende del Cielo. Mientras el maná sólo podía satisfacer el cuerpo, el Hijo del hombre ha venido para alimentar el alma. El maná sólo benefició al pueblo de Israel, pero el Hijo del hombre ha venido para ofrecer vida eterna al mundo. Quienes comieron el maná murieron y fueron enterrados, y muchos de ellos se perdieron para siempre. Pero quienes comieron el pan que proveyó el Hijo del hombre, serán salvos eternamente (J.C. Ryle).
Ningún pan puede hacer lo que hace el pan de vida: ningún alimento puede nutrir el alma y el cuerpo, ningún alimento que comamos puede darnos vida eterna, ningún alimento que comamos puede hacer que resucitemos en el día postrero, ningún pan puede salvar todo nuestro ser. Sólo el pan de vida puede hacer que quien coma de Él tenga vida eterna.
Además, ningún alimento es como este pan de vida, que no sufre ningún menoscabo si es comido. Todo alimento al ser comido va disminuyendo, y es desintegrado por la persona que lo come. Pero este pan de vida permanece íntegro al ser comido, millones pueden venir y comer, millones de almas pueden quedar satisfechas, pero el pan de vida seguirá íntegro, y podrá seguir satisfaciendo eternamente a multitudes incontables sin sufrir ningún menoscabo.
Pero Jesús va más allá, y dice algo que definitivamente desconcierta a los judíos, que estaban ciegos espiritualmente (v. 51). El Señor ha dado un pan a la humanidad, y ese pan es el cuerpo de Cristo, que Él dio para que el mundo pudiera tener vida a través de Él. Cristo, entonces, es una necesidad vital de la humanidad: (v. 55). Tanto como es necesario comer y beber, de tal forma que morimos una muerte terrible si no comemos o bebemos, así también es necesario alimentarnos de Cristo, saciar nuestra hambre y nuestra sed en Él. Es una necesidad vital, no podemos vivir sin Él. Es nuestro Creador, quien sustenta todas las cosas, Él no sólo da vida, sino que es la vida misma, no podemos vivir sin Cristo.
Es verdadera comida y verdadera bebida: Él nutre, alimenta, sustenta y da vida. Es el pan de vida, enviado por Dios para que tengamos vida por Él.
III. La fe y el comer
Y no es casualidad que el Señor haya enviado a Cristo como el Pan de Vida: es porque existe un hambre que debe ser saciada. Como seres humanos, naturalmente ansiamos cosas. Tenemos necesidades físicas que, si no satisfacemos adecuadamente, podemos enfermarnos gravemente o morir. Pero nuestra alma también tiene hambre, desea fervientemente que sus deseos sean satisfechos.
Lamentablemente, el pecado que hay en nosotros contamina nuestros deseos, y se ven teñidos de maldad. No deseamos sanamente, ni buscamos la verdadera comida, sino que codiciamos, no estamos contentos con lo que tenemos y ardemos de hambre por cosas materiales, por personas o por placeres buscando que calmen nuestra voracidad. Tenemos hambre de muchas cosas: hambre de gloria personal, de ser exitosos, de ser prósperos, de bienestar material, de placeres, de aprobación social; en fin, hambre de muchas cosas que si son buscadas como el objetivo máximo, sólo esconden vanidad y destrucción.
Y que el Señor ejemplifique nuestra necesidad de Él con el hambre no es casualidad. El hambre es una necesidad apremiante, urge por ser satisfecha, comienza a molestarnos hasta que no podemos hacer otra cosa sino darle atención, si permanece por mucho tiempo comienza a estorbar nuestros pensamientos y en lo único que podemos pensar es en comer
Pensemos en esto: ¿Puede una persona llegar al final del día y dormirse sin haber comido nada, simplemente porque se le olvidó, porque no sintió hambre? Si viéramos un caso así pensaríamos que no es para nada normal, que algo anda muy mal con tal persona. ¿Qué pasaría si no fuera un día, sino 3, 4 o 10 en los que simplemente no comió porque no sintió hambre? Bueno, tal persona tendría algo en común con los muertos, ya que los muertos no sienten hambre.
Pero no basta con tener hambre. Debemos tener hambre de este pan. Es el alimento que el Señor ha provisto para nuestras almas, hemos nacido con esa hambre espiritual y nada, absolutamente nada podrá calmarla sino este pan de vida que desciende del Cielo. Si hoy estás aquí y no tienes hambre de Cristo, si no sientes esa necesidad, entonces necesitas despertar, necesitas darte cuenta de que estás intentando saciarte con otras cosas que sólo te llevarán a la ruina y la muerte. Sólo Cristo es el pan de vida que puede alimentar y nutrir tu alma.
¿Qué debemos hacer entonces, cuál debe ser nuestra reacción ante el pan de vida que desciende del Cielo? Está bastante claro, la misma figura sugiere la respuesta: debemos comerlo. La ceguera espiritual de los judíos los llevó a interpretar esto de manera literal, pensando que Jesús estaba predicando el canibalismo. Entenderlo así es grosero y ridículo.
En el pasaje queda claro que Jesús está hablando en términos espirituales, y está diciendo que comer es tener fe, y el pan es Él mismo. Quien come del pan de vida, tiene vida eterna, y quien cree en Cristo tiene vida eterna. Está diciendo lo mismo con distintas palabras. Pero ellos no podían entender, y no querían creer.
Ya lo dijimos, no hay vida en el hombre hasta que haya comido de este pan de vida. Y atención aquí. Nadie puede decir que está comiendo sólo porque está hablando de los alimentos. Nadie pensaría que por decir “mmm, las papas fritas son deliciosas”, está comiendo. Nadie pensaría tampoco que el decir “comeré más rato”, equivale a comer. Tampoco está comiendo quien guarda el pan en un estante. Cuidado, no es lo mismo hablar de Cristo y simpatizar con Él, que haber creído para vida eterna. No es lo mismo decir “sé que debo creer en Cristo, más adelante resolveré este asunto”, a creer en Cristo y ser salvo.
Debemos, entonces, comer. Y comer implica apropiarnos de Cristo. Cuando comemos no lo observamos simplemente, eso sería mirarlo. Comer algo es tomarlo y llevarlo a nuestro interior, donde se vuelve parte de nosotros; y así también es con Cristo, debemos apropiarnos de Él, llevarlo a nuestro interior por fe, atesorarlo en nuestros corazones y que se vuelva parte de nosotros, que viva en nosotros, y allí, como el pan de vida que es, nos alimentará, nos nutrirá, saciará nuestra hambre y nos dará vida.
Comer este pan de vida es asimilarlo por la fe, aceptarlo, que comience a vivir en nosotros y nosotros en Él. Comer su carne y beber su sangre es creer, tener la certeza y la convicción que su sacrificio es vital para nosotros, en otras palabras, es creer que sólo podemos tener vida por su muerte, por el sacrificio que Cristo hizo para salvación del mundo. Comer su carne y beber su sangre es afirmar que ese sacrificio me ha salvado, que me ha dado vida, y que sólo por Él puedo ser librado de la muerte.
Predicando sobre este pasaje, Spurgeon dice: “la bendición de la vida eterna no es prometida al hecho de seguir el ejemplo de Cristo, sino a comer y beber Su carne y Su sangre, o, en otras palabras, a incorporar a Cristo en nosotros: y la promesa no es para cuando se recibe Su ejemplo o Su doctrina, sino Su persona, Su carne, Su sangre; Su carne y sangre de manera separada, y por tanto a Él mismo como muerto por nosotros y hecho un sacrificio por nosotros”.
Cristo lo dice claramente: vv. 53-56. No te engañes, si no te has apropiado personalmente del sacrificio de Cristo, si no has venido a Él, si no has creído en el Hijo de Dios, no tienes vida en ti, estás muerto, vendrás a condenación y sufrirás la justa ira de Dios eternamente.
El Señor ha puesto la mesa, a pesar de que eres el rebelde y el ofensor, y que estás muerto espiritualmente en tus pecados, Él ha provisto el pan para alimentarte y darte vida, Él ha extendido su mano al mundo y ha ofrecido al pan de Dios que descendió del Cielo. ¿Hay un acto más insolente que rechazar la mano con que Dios te ofrece el pan de vida? Rechazar a Cristo es escupir la mano misericordiosa de Dios, es despreciar y pisotear el bendito cuerpo del Hijo de Dios que fue molido para dar vida, y su preciosa sangre que fue derramada para librar de la muerte; es un crimen eterno que hace que el incrédulo sea reo de las tinieblas para siempre. No te atrevas a cometer esta blasfemia criminal.
Por eso, tú que estás aquí presente, no te puedes ir sin dejar esto pendiente. DEBES COMER EL PAN DE VIDA. ¿No es maravilloso el medio que ha provisto el Señor? Comer es algo que todos pueden hacer. Desde los niños hasta los ancianos, los ricos y los pobres, los esclavos y los libres, los hombres y las mujeres; todos comen por igual, es algo que todos pueden hacer.
Además, comer es un acto personal. Nadie puede comer en lugar de otro. Nadie puede decir: “bueno, mi esposa está comiendo, así que yo estoy siendo alimentado y nutrido”. Quien no coma, morirá, así de simple. Nadie podrá comer por ti. La fe de otros no te salvará. Por eso debes venir a este pan de vida y comer, cree en Cristo, cree en que su sacrificio es la única forma de ser salvo, creer que el Padre lo envió para ser sacrificado por tus pecados, creer al testimonio del Padre al haber enviado al Hijo. Recibe a este Salvador como recibes el pan en tu interior, porque su cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida, aprópiate de la carne y la sangre de Cristo para que sea tu esperanza eterna.
Termino con palabras de Spurgeon: “La fe es un acto que el pecador más pobre, el más vil pecador, el más perverso pecador, el pecador más condenado puede realizar, porque no es un acto que requiera poder de su parte, ni que salga nada de él, sino simplemente que reciba internamente. Una vasija vacía puede recibir, y recibe mejor en la medida que esté vacía.
Oh alma, ¿estás dispuesta a recibir a Jesucristo como el don inmerecido de la misericordia divina? … Si has recibido al Dios encarnado como sufriendo en tu lugar por todo lo que te correspondía, de tal manera que ahora confías en Él y sólo en Él, entonces tú has comido Su carne y bebido Su sangre”.
Cuando comes el pan de vida, entras en unión vital con Cristo, Él será tu vida. Es la única forma de tener verdadera vida. No te vayas sin comer…