La luz del mundo

Domingo 16 de octubre de 2016

Texto base: Juan 8:12-20.

En los mensajes anteriores hablamos de la aparición pública de Jesús en la fiesta de los tabernáculos, y vimos que el Señor durante todo su ministerio obedeció de manera perfecta a su Padre, e hizo todo en el momento preciso en que debía hacerlo.

Él no buscaba la aprobación ni el aplauso de las masas, como pensaban sus hermanos. El buscaba ser obediente a su Padre que lo envió, y entregar todo lo que Él le dio para que hablara.

Además, aprovechando que en la fiesta de los tabernáculos se daba gracias al Señor por la provisión de agua, Jesús se levantó en el último y gran día, y dijo que Él es la verdadera agua que el hombre necesita, que puede saciar la sed de nuestra alma y todas nuestras necesidades espirituales.

No sólo eso, sino que también prometió a los que creen en Él, que de lo más profundo de su ser saldrían ríos de agua viva. El Espíritu Santo convertiría el pantano podrido de sus almas en un canal por el que iba a fluir el Espíritu. Habiendo sido antes malditos, ahora serían fuente de bendición, un canal que llevaría la salvación y la gracia de Dios a otros.

Hoy nos enfocaremos en otra conversación de Jesús con los líderes religiosos, en donde se da la misma dinámica que hemos estado viendo: Jesús se revela a ellos como la salvación para la humanidad, pero la dureza de sus corazones les impide ver que tienen delante al mismísimo Hijo de Dios.

  • Jesús la luz del mundo

En el pasaje de Juan cap. 7, Cristo se presenta como el agua verdadera que puede saciar nuestra sed. En este pasaje de forma clara como la luz del mundo, no sólo como quien trae la luz, o quien apunta a la luz, sino que dijo "Yo soy la luz del mundo". Y es que una sola metáfora no es suficiente para revelarnos todo el Ser de Cristo. Él es el pan, el agua, la luz, el Buen Pastor, etc., cada título de Cristo nos revela algo de su Ser.

Lo más probable es que aquí todavía se encontraran en la fiesta de los tabernáculos, y estaban en el patio de las mujeres, donde también se encontraba la tesorería. Allí se hacía una celebración especial con grandes lámparas, y la gente cantaba y danzaba sosteniendo antorchas. En ese contexto es que Cristo nuevamente ocupa lo que estaba viviendo la gente en ese momento para predicarles, y les dice "Yo soy la luz del mundo".

Y esta forma de presentarse, con un "Yo soy…", no es neutral. Es el segundo de los 7 "Yo soy" de Cristo en el Evangelio de Juan, y claramente nos da a entender que Él es Dios, ya que así fue como se presentó el Señor a Moisés en la zarza ardiente.

Y lo que está diciendo aquí es una verdad muy potente. Sólo el mismo Señor y Creador de todo puede decir que Él es la luz. Recordemos además que el Señor fue quien mandó que se hiciera la luz: "Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz" (Gn. 1:3; Is. 45:7). Sólo Dios puede hacer la luz, porque Él es luz que resplandece eternamente. La Escritura describe al Señor como "el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible" (1 Ti. 6:16).

En la presencia de Dios no hay tinieblas ni sombras, todo está lleno de su gloria, que es lo mismo que decir que todo está lleno de su luz. Cuando en las Escrituras se habla de la presencia gloriosa de Dios, se habla también de una luz resplandeciente y sobrenatural que lo llena todo.

Las tinieblas se relacionan con el pecado y con la muerte, mientras que la luz se relaciona con Dios, su gloria, su santidad y su justicia. De hecho, las tinieblas fueron parte de las plagas de Egipto, y son mencionadas también como plagas en el Apocalipsis, por lo que son parte del juicio de Dios contra el pecado y la rebelión. Al hablar del gran día del Señor, aquel día en que se derramará su juicio final para el mundo, lo describe diciendo: "¿No será el día de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor?" (Am. 5:20).

La luz en cambio refleja la presencia favorable de Dios, los salmos y en general la Escritura habla de los hijos de Dios anhelando estar bajo la "luz de su rostro", queriendo decir que quieren ser envueltos por la presencia favorable de Dios y ser alcanzados por su bendición.

Cuando Moisés descendió con las tablas de la ley, la Escritura nos dice que debió ponerse un velo en el rostro, ya que tenía un resplandor que atemorizaba a los israelitas (Ex. 34:29 y ss.). Jesús se transfiguró ante Pedro y Juan (Mt. 17), y la Escritura dice que "una nube de luz los cubrió". Eso nos prueba una vez más que la presencia gloriosa de Dios está llena de luz, ya que la transfiguración fue un momento en que Pedro y Juan pudieron ver por un momento a Cristo en su gloria, como el Hijo de Dios en quien el Padre encuentra complacencia.

La Palabra de Dios también es luz, la Escritura está llena de referencias a esto: "Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino" (Sal. 119:105), "Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones" (2 P. 1:19).

Y esto es así porque la Palabra de Dios es inseparable de Dios mismo. Es parte de su Ser, no es algo realmente distinto a Él. Por eso dice que su Palabra es eterna, que pueden pasar cielo y tierra, pero su Palabra permanecerá. La Palabra de Dios, entonces, es luz porque Dios es luz. Su Palabra resplandece en un mundo de tinieblas, donde abundan las mentiras y las falsedades. Mientras todo hombre es mentiroso, Dios siempre es veraz y ante su Palabra sólo podemos guardar silencio para escucharla con atención, y luego confirmarla con un amén para llevarla a nuestra vida.

Desde pequeños tememos instintivamente a la oscuridad. No queremos estar solos en las tinieblas, y si nos encontramos en esa situación por mucho tiempo, comenzamos a desesperarnos. Buscamos la luz y llegamos a ansiarla con angustia.

Sin embargo, aunque esto nos ocurre con la luz física, no pasa lo mismo con nuestra alma. Nacemos en tinieblas y nuestros ojos están ciegos a la luz verdadera. Podemos pasar toda nuestra vida en las más densas tinieblas, sin darnos cuenta de que caminábamos a tientas en la oscuridad, e incluso engañados, pensando que estábamos llenos de luz y podíamos ver claramente.

Y en el plano espiritual pasa igual que con la luz física: sin luz no podemos ver nada. Nuestra situación natural desde que Adán y Eva pecaron, es la muerte, y la muerte implica encontrarnos en las tinieblas, e incluso más, SER tinieblas.

Pero tal como las tinieblas, la mentira y la muerte están relacionadas, la luz, la verdad y la vida son inseparables, y se unen en la persona de Cristo:

"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios... En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella... Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo" (Jn.1:1-2,4-5,9).

El Señor vino a un mundo condenado bajo los efectos del pecado, un mundo donde reina la muerte en los hijos de Adán, donde el trabajo se hace con fatiga y despropósito, donde hay dolor y enfermedad y los hijos son dados a luz con sufrimiento, un mundo donde los espinos y cardos cubren la tierra, un mundo que necesita desesperadamente redención, que gime angustiosamente por ser liberado de la maldición y la condenación del pecado.

El Señor es luz eterna, y lo es por sí mismo, sin necesidad de ser comparado con nada. Si sólo existiera el Señor, Él sería luz resplandeciente y eterna de la misma forma que lo es ahora. Pero nuestro pecado hace que esa luz nos resulte especialmente necesaria. Cristo se llama a sí mismo la luz del mundo, porque viene a redimir a la humanidad y a la Creación que se encuentran en la más completa oscuridad.

"Para este estado de cosas, el Señor Jesucristo declara ser el único remedio. Él ha resucitado, como el sol, para difundir luz, vida, paz y salvación en medio de un mundo en tinieblas. Él invita a todos quienes quieran ayuda y guía espiritual, a volverse a Él y verlo como su líder. Él ha venido al mundo a ser a los pecadores lo que el sol es para el sistema solar: el centro de luz, calor, vida y fertilidad" (J.C. Ryle).

El Señor ha sido desde siempre la luz de su pueblo. Todos quienes verdaderamente han invocado el nombre del Señor, en todas las edades, han encontrado en Él su luz. Por eso entendemos que los Salmos contengan afirmaciones preciosas y llenas de fe como estas: "Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?" (Sal. 27:1); "Porque contigo está el manantial de la vida; En tu luz veremos la luz" (Sal. 36:9).

En nuestra desesperada condición llena de tinieblas, no podíamos ir por esa luz que necesitábamos para vivir. Por eso el Señor, en su misericordia, fue quien se acercó a nosotros. Esa luz que alumbra a todo hombre, vino al mundo y habitó entre nosotros para traernos salvación.

  • Incredulidad de los líderes religiosos

Sin embargo, una vez más el relato de este Evangelio nos deja claro que los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Los fariseos querían que otro diera testimonio de Jesús, no les bastaba el testimonio que Él daba de sí mismo. Pero en realidad esto demostraba rebeldía y porfía, ya que Jesús había presentado antes claramente a todos sus testigos, pero ellos los rechazaban llenos de orgullo y necedad. Seguían pidiéndole testigos, pero no aceptaban el testimonio potentísimo con que Cristo ya se había presentado entre ellos: el Padre, Juan el Bautista, sus propias obras milagrosas y las Escrituras testificaban claramente de Él, pero los líderes religiosos seguían en su porfía.

Una vez más, vemos que estos líderes creían saber quién era Jesús, pero no tenían ni la más remota idea. Sus corazones estaban cerrados a la verdad, si no aceptaban el claro testimonio que ya existía sobre Cristo, no creerían aunque llovieran las señales. Esto una vez más nos demuestra que se puede saber acerca de Dios, se puede incluso estudiar las Escrituras y conocer su contenido con gran detalle, pero sin tener ni una pizca de luz en el corazón, sin haber recibido gracia, sin conocer realmente a Dios.

Los fariseos juzgaban con criterios humanos, según la carne, juzgaban sin la sabiduría ni el discernimiento que viene del Señor. Ellos evaluaban a Jesús según quiénes eran sus padres terrenales, qué estudios tenía, que posición ocupaba en las sinagogas o en el consejo de ancianos. Pero ninguno de esos criterios les sirvió para ver la realidad tal como es: tenían al Hijo de Dios frente a sus ojos, a la luz eterna y resplandeciente de la que viene toda vida, pero no podían verlo, y esa ceguera es la más terrible de todas, aquella que nos impide ver a Cristo como la única salvación y la única esperanza.

Pero Cristo no juzga según la carne, sino que juzga con el mismo fundamento que lo hace el Padre: juzga con sabiduría perfecta, con un discernimiento incomparable, conociendo todas las cosas en el grado más profundo posible. Su juicio es perfecto, sin mancha, sin posibilidad de corrupción ni equivocación, y por eso el testimonio que puede dar es verdadero.

La ley exigía el testimonio de dos hombres para dar certeza a una situación. Ese testimonio de dos personas podía servir incluso para condenar a muerte a una persona acusada de cometer un delito muy grave. Y esta exigencia de la ley se da porque la palabra humana es débil, sin peso, poco creíble ya que fácilmente nos entregamos a la mentira. Pero Cristo no necesitaba de estos dos testigos para que su Palabra tuviera peso y fuera digna de confianza. Sus Palabras son inmutables, no cambian y son eternas. Una Palabra suya tiene infinitamente más peso y autoridad que todas las mejores palabras dichas por la humanidad alguna vez.

¿Cuál es el, en el fondo, el testimonio de más peso que respalda a Jesús? ¿Quién puede avalarlo de manera que no deje dudas? La respuesta es obvia: no hay nadie mayor que el Señor que pueda avalar a Jesús. Si Él dependiera del testimonio de un ángel o de una persona, entonces su autoridad no sería suprema, habría otro con una palabra más confiable que la suya. Pero quien mejor puede dar testimonio de Jesús, es Él mismo y su Padre, es el Señor. Por eso el testimonio del Padre y el Hijo juntos es completo, y confiable como ningún otro. El testimonio de ambos es irrefutable, y es el Espíritu quien finalmente los da a conocer.

Rechazar a Cristo es rechazar al Padre, quien no reconoce a Cristo como el Hijo de Dios, significa que tampoco conoce al Padre que le envió. La situación de estos líderes, entonces, era la de estarse oponiendo al mismo Dios hecho hombre. Estaban resistiendo con injusticia la verdad, estaban menospreciando el testimonio del mismo Creador y Señor de todo, que les estaba hablando. Con eso, amaron más las tinieblas que la luz, y su necio corazón fue entenebrecido. Se quedaron en la más completa oscuridad, pensando tener la luz. Esta es la mayor de las tragedias.

  • Luz en quienes lo siguen

Pero el panorama para quienes siguen a Cristo es completamente distinto. Volvamos a su declaración inicial: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Quienes sigan a Cristo, quienes vayan a Él con fe, quienes le reciban como la única esperanza y salvación, serán alumbrados con esta luz eterna, las tinieblas de sus corazones serán disipadas por esta luz que todo lo vence. Y tienen la luz en varios sentidos:

  • Reciben luz (2 Co. 4:3-6) "Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo"

"No andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" aquí significa que el creyente no es dejado en su ignorancia, sino que recibe la luz de la Palabra de Dios que alumbra sus ojos, y el Espíritu que le permite comprender esa Palabra y juzgar todas las cosas, de tal manera que puede decirse que el creyente tiene la mente de Cristo; habiendo sido antes tinieblas, ahora está en la luz, está bajo el resplandor favorable del rostro de Dios.

No andará dando tumbos con dudas e incertidumbres, no andará como las moscas chocando contra los vidrios, sino que ahora ve el camino al Cielo, que es Cristo, y sabe adónde va. Sabe que no tiene otro lugar donde ir, sabe que sólo en Cristo está la vida, y aunque todavía ignore muchas cosas y varias cosas no sean claras en su vida, hay algo que ya es definitivo: ha entregado su vida a Cristo y no quiere volver atrás; ha visto al Salvador, Cristo ha sido revelado a su corazón con su majestad y su gloria, y quiere seguir contemplándolo por la eternidad.

  • Andan en luz (1 Jn. 1:5-7) "Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado".

Esto diferencia a los hijos de Dios de aquellos que siguen en las tinieblas de su desobediencia, ya que "todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas" Jn. 3:20.

"No andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida", aquí significa que el creyente no perseverará en la oscuridad podrida de su pecado, sino que caminará en la luz de los que viven, en su vida habrá luz como nunca antes hubo, debido a la obra del Espíritu en su ser.

Hemos sido librados de nuestra muerte espiritual y de la condenación del pecado, en Cristo hemos recibido el perdón que nos permite alcanzar la salvación. Pero ese perdón no lo recibimos para seguir viviendo en nuestra maldad, no es para seguir chapoteando en el barro y el excremento en el que antes nos deleitábamos, ni es para seguir buscando nuestra comida en la basura. Esta gracia que hemos recibido no sólo perdona nuestro pecado, sino que nos lleva a caminar en la luz, a andar en buenas obras, pero no para ganarnos el amor de Dios, sino porque Dios ya nos ha amado con amor eterno. Así dice el salmista: "Porque has librado mi alma de la muerte, Y mis pies de caída, Para que ande delante de Dios En la luz de los que viven" Sal. 56:13.

Quien no conoce a Cristo va por la vida de tropiezo en tropiezo, de oscuridad en oscuridad. Y esto no tiene que ver con el éxito humano que alcancemos. Puedo estar hablando de un rey o un presidente, de un gerente o un prestigioso general del ejército: si no tienen a Cristo, están perdidos en las más densas tinieblas, aun cuando todo el mundo esté a sus pies. Pero quienes han creído en Cristo viven en la luz, sus vidas reflejan ese resplandor que han recibido, por lo que la Escritura dice: "Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento hasta que el día es perfecto" Pr. 4:18.

Es por esto que la Escritura también exhorta: “… andad como hijos de luzY no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” Ef. 5:8,11. Estamos llamados a vivir en esta luz que hemos recibido, no podemos caminar en oscuridad como quienes andan en tinieblas. Caminemos en la luz de los que viven.

  • Son luz (Fil. 2:15-16a): La Escritura dice que los hijos de Dios "resplandecen como luminares en el mundo, sosteniendo firmemente la palabra de vida". El Señor Jesús dijo hablando de sus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt. 5:14), y también dice la Palabra que "en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor " (Ef. 5:8).

"No andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" aquí significa que el creyente no está cubierto por el oscuro manto de las tinieblas, sino que refleja la luz de Cristo ante el mundo que se encuentra en oscuridad. Él no es la fuente de la luz, sino que simplemente la refleja, como la luna refleja la luz del sol. Tal como el rostro de Moisés resplandeció cuando recibió las tablas de la ley, así también el discípulo de Cristo resplandecerá con la luz del Señor, brillará por la obra del Espíritu en su corazón.

Mientras estuvo en este mundo, Cristo alumbró personalmente con su luz, pero una vez que ascendió a la gloria, la luz de Cristo es proyectada por su Iglesia, y así sigue alumbrando al mundo. Fue el plan eterno de Dios salvar a los pecadores usando a otros pecadores para alcanzarlos. Por eso es un tremendo milagro que aquellos que antes aborrecían a Dios y tenían sus corazones en tinieblas, ahora reflejen esa luz eterna de Cristo. De la misma boca que antes sólo manaban blasfemias y palabras sin propósito, ahora fluye el Evangelio y alabanzas a Cristo. La misma persona que antes vivía para sí misma y para sus deleites, ahora vive para Cristo y para servir a otros. La misma persona que antes sólo se preocupaba de sus necesidades y de cumplir sus metas, ahora busca primero el reino de Dios y su justicia. La misma persona que antes era orgullosa y se amaba antes que todo, ahora ama a sus hermanos y podría dar su vida por ellos. Éramos tinieblas, pero ahora somos luz.

No es lo mismo una sociedad sin Iglesia, que una en la que la Iglesia trabaja y se mueve; tal como no es lo mismo un cuarto sin luz que uno que tiene luz. Quizá sea la débil luz de una vela, o la luz de una ampolleta, o a lo mejor será como un foco que resplandece con fuerza, pero allí donde esté la Iglesia, habrá luz, habrá vida espiritual, habrá almas que pasen de la muerte a la vida, habrá un grupo de redimidos que proclamará a Cristo y sus buenas noticias de salvación.

Pero insisto, no somos nosotros la luz, no debemos apuntarnos a nosotros mismos ni buscar destacar para nuestra gloria. Seremos luz solo si somos fieles a la Palabra de Dios, si buscamos SU gloria y si exaltamos el nombre de Cristo. La Iglesia que así obre, es una gracia de Dios para la sociedad en la que vive, porque permite que la luz de Dios alumbre las almas que están en la oscuridad.

 Conclusión

 Y ¿Cómo es tu vida? ¿Has ido a la luz? ¿Has sido alumbrado por la luz de Cristo, está tu vida llena de su luz, o vives en tinieblas? ¿Tu corazón ha recibido esa luz eterna que resplandece con poder infinito, o es como un sótano oscuro lleno de bichos, suciedad y hediondez? Si no has creído en Cristo, si no te has arrepentido de tus pecados yendo a Cristo para salvación, aún estás en las más densas tinieblas de muerte, caminas a tientas en tu propio sepulcro.

Hoy muchos dicen tener la luz pero no tienen a Cristo. Incluso hablan convencidos de la luz interior, de la necesidad de buscar la respuesta en nosotros mismos. Algunos hablan de que somos “seres de luz”. Uno de los psicólogos más influyentes, Carl Jung, dijo: “Tus visiones se harán más claras sólo cuando puedas mirar al interior de tu propio corazón. Quien mira hacia afuera sueña, quien mira hacia adentro, despierta". Por eso hoy son tan populares las religiones orientales, que invitan a buscar a dios en nosotros mismos.

Otros se dejan llevar por las falsas luces que entrega esta vida: los placeres descontrolados, el éxito, la reputación, las riquezas, o incluso cosas que parecen buenas como una familia feliz y una vida de trabajo y esfuerzo, o una carrera profesional ejemplar. Pero están engañados, quienes busquen la luz en otro lugar, quienes quieran encontrar en estas cosas la luz de sus vidas, son como las polillas que creen ir tras la luz de la luna, pero en realidad sólo dieron con un farol o con una ampolleta, y chocan contra esa luz artificial hasta que se consumen o se desintegran. Así ocurrirá con todos aquellos que busquen la luz en otro lugar que en Cristo, sólo encontrarán destrucción.

Insisto en esto, no es necesario ser un borracho tirado en la calle para vivir en tinieblas. Puedes tener una linda casa, con un buen matrimonio, hijos hermosos y mascotas tiernas, pero si no tienes a Cristo, estás en las más densas tinieblas. No te dejes engañar por las luces y colores del mundo, sólo Cristo es la verdadera luz en la que encontramos vida.

Ya que has sido expuesto a la luz, deja que esa luz te alumbre por completo. Ven a ella para que ella muestre claramente lo que debe morir en ti, y para que su resplandor llene cada rincón de tu ser. Recuerda una cosa: así como vivas ahora, será toda tu eternidad. Si hoy escogiste las tinieblas, toda la eternidad estarás rodeado de oscuridad, lamentos y muerte. Si en este tiempo viniste a la luz, toda la eternidad serás alumbrado por ella, y ya no habrá más oscuridad ni lamentos.

Considera que Jesús habló de las “tinieblas de afuera”, donde será “el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 22:13). Ese terrible lugar es el que espera a quienes rechazaron la luz. Pero quienes vinieron a Cristo para ser alumbrados estarán en la ciudad celestial por toda la eternidad, y esa ciudad "no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche" (Ap. 21:23-25).

¿Cuál es tu situación hoy? ¿Cuál será tu situación por toda la eternidad? ¿Dónde irás cuando pases para siempre el umbral de este mundo, cuando des el paso sin retorno hacia la eternidad? No hay mayor pecado que rechazar la luz que ha venido al mundo, acojamos la exhortación que nos hace la Escritura:

La noche está muy avanzada y ya se acerca el día. Por eso, dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz. 13 Vivamos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual y libertinaje, ni en disensiones y envidias. 14 Más bien, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa” (Ro. 13:12-14).

Y también dice: “Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo” Ef. 5:14.

No te vayas a casa hoy sin haber venido a esta luz, sin haber sido alumbrado por Cristo, quien vino al mundo para disipar las tinieblas y resplandecer sobre ellas. No seas parte de las tinieblas que serán destruidas, sino que ven a la luz para ser alumbrado por ella y reflejar a Cristo ante el mundo. Amén.