Por Álex Figueroa

«16 A partir de aquel día la mitad de mi gente trabajaba en la obra, mientras la otra mitad permanecía armada con lanzas, escudos, arcos y corazas. Los jefes estaban pendientes de toda la gente de Judá. 17 Tanto los que reconstruían la muralla como los que acarreaban los materiales, no descuidaban ni la obra ni la defensa. 18 Todos los que trabajaban en la reconstrucción llevaban la espada a la cintura. A mi lado estaba el encargado de dar el toque de alarma» Nehemías 4:16-18

Texto base: Nehemías 4, vv. 15 y ss.

El domingo pasado pudimos ver cómo nuevamente los enemigos de Dios intentaron obstaculizar su obra. Se presentaron delante del pueblo de Dios, y se burlaron de su debilidad y su miseria, les hicieron ver que su trabajo era inútil y que el muro que habían levantado no servía para nada.

Vimos en primer lugar que todos nacemos enemigos de Dios, ya que debido al pecado original, el mal habita en nosotros, y somos por naturaleza rebeldes a la voluntad de Dios. Desde que nacemos, entonces, nos encontramos en un estado de muerte espiritual, y sólo Dios puede darnos vida y resucitarnos espiritualmente, haciendo que por primera vez podamos amarle y obedecerle.

Todos quienes no han creído en el Evangelio de Cristo, por tanto, son enemigos de Dios según la Biblia, y aborrecen también al pueblo de Dios, que es la Iglesia. Lo que hemos dicho se resume en lo que afirma el Apóstol Juan: «Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno» (I Jn. 5:19).

Los enemigos del pueblo de Dios, entonces, se oponen a la obra de Dios en el mundo. Para ello usan distintos métodos, como la violencia, la intimidación, las mentiras, los sobornos, el destierro, el aislamiento económico y social, entre muchos otros. Esta vez usaron el desánimo y las amenazas para causar estragos entre los judíos que volvieron del exilio.

El desánimo, como las termitas, va socavando los cimientos de nuestra fe, y si lo dejamos hacer su trabajo, terminará derrumbándose nuestra casa espiritual, afectando a todos a nuestro alrededor. En este sentido, todos luchamos en mayor o menor medida contra el desánimo, pero si no lo combatimos, no debemos considerarnos como víctimas, ya que estamos pecando contra Dios y contra su Iglesia.

Esto porque las Escrituras nos ordenan: «Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. 25 No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca» (He. 10:24-25).

Así, quien se haya dejado vencer por el desánimo y deja de asistir a la iglesia, ha abandonado su deber de estimular a sus hermanos al amor y a las buenas obras, por lo que colabora con el enemigo para que los demás hermanos se desanimen con su inasistencia. El asistir a las reuniones de la iglesia es el servicio más básico que un cristiano rinde a sus hermanos. Quien deja de prestar este servicio, está pecando contra Dios y contra su Iglesia, socavando la obra de sus hermanos.

Cuando nos dejamos vencer por el desánimo, es porque ya hemos creído a sus mentiras. Constantemente recibimos engaños de parte del mundo, del diablo y de nuestro propio corazón. De estos tres frentes se nos dicen mentiras sobre Dios, sobre su Palabra, sobre la iglesia y sobre nosotros mismos, que intentarán hacernos desistir de seguir al Señor.

Una de las mentiras más comunes es hacernos pensar que nuestra obediencia a Dios depende de que tengamos ganas. Se nos dice «si no tienes ganas, no lo hagas. De otra manera serías un hipócrita si lo haces». Pero como cristianos no estamos llamados a vivir de entusiasmos pasajeros, ni de las sensaciones que sintamos en nuestro estómago. Dios es digno de que rindamos todo nuestro ser. Esa es la verdad, Él merece todos nuestros esfuerzos, cada uno de nuestros pensamientos y cada segundo de nuestra vida, tengamos ganas o no. Nunca será mejor dejar de servir a Dios que servirlo. Nunca será mejor estar fuera de la Iglesia que en medio de ella. No vivas por ganas ni por entusiasmos, vive por fe, por la esperanza inquebrantable que tienes en Cristo.

La preparación para la batalla

Ahora, el mensaje de hoy se titula «Enfrentando la oposición – Preparados para la batalla».

Querámoslo o no, sepámoslo o no, recordémoslo o no, cada uno de nosotros individualmente, y la Iglesia como un cuerpo, estamos librando una batalla espiritual. Es una batalla en varios frentes. Uno de esos frentes somos nosotros mismos, ya que debemos enfrentar nuestra propia naturaleza rebelde a la voluntad de Dios. El Apóstol Pablo afirma que «La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. 7 La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo» (Ro. 8:6-7).

La Biblia, entonces, nos habla de una lucha con nuestra naturaleza de pecado, esa que nos lleva a desobedecer al Señor.

También debemos luchar contra los enemigos de Dios. De esto también nos habla el Apóstol Pablo: «Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino [es decir, sí tenemos una lucha] contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales».

En otras palabras, tenemos una lucha contra nuestra propia naturaleza y contra todos los enemigos de Dios, y en ella no hay lugar para vacaciones, ni treguas, ni acuerdos de paz. Es constante, a cada segundo, a cada momento, aunque no siempre notemos que el conflicto sigue vivo, y aunque no siempre debamos soportar agresiones, amenazas o menosprecios por parte de quienes no creen en Cristo.

Pero en este cap. 4 de Nehemías, podemos ver que el pueblo de Dios sí debió enfrentar una oposición clara y manifiesta. Veamos cómo Nehemías enfrentó la oposición:

La oración

La reacción de Nehemías es ejemplar (vv. 4-5):

«4 Por eso oramos: ‘¡Escucha, Dios nuestro, cómo se burlan de nosotros! Haz que sus ofensas recaigan sobre ellos mismos: entrégalos a sus enemigos; ¡que los lleven en cautiverio! 5 No pases por alto su maldad ni olvides sus pecados, porque insultan a los que reconstruyen’».

Nehemías no tomó todo esto como una ofensa personal, y esto es una actitud que debemos imitar, ya que una gran tentación es creer que nosotros somos los principales ofendidos. Cuando los enemigos de Dios se oponen a la obra del pueblo de Dios, no es una ofensa contra nosotros, sino contra Dios. Ellos nos odian a nosotros porque odian a Dios realmente. Esto lo afirma claramente Jesús: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece» (Jn. 15:19).

Entonces, al enfrentar la oposición, debemos llevar el asunto primeramente al Señor, porque es Él quien se encargará de responder a sus enemigos. Podemos rogarle que haga justicia, que responda con firmeza, que les deje en claro que Él gobierna y que sus enemigos deben ser destruidos, pero finalmente Él es quien se encarga. Esto podemos verlo en las Escrituras:

«No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos. 18 Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos. 19 No tomen venganza, hermanos míos, sino dejen el castigo en las manos de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza; yo pagaré», dice el Señor»

 (Ro. 12:17-19)

El comentarista Matthew Henry afirma certeramente:

«Si nuestros enemigos no pueden asustarnos para apartarnos de nuestro deber, ni engañarnos para que pequemos, no nos pueden dañar. Nehemías se puso bajo la protección divina él mismo y su causa. Fue el método de este buen hombre y debiera ser el nuestro. Todas sus preocupaciones, todas sus penas, todos sus temores puso delante de Dios. Antes de usar un medio, él lo presentaba en oración a Dios».

Efectivamente, Nehemías entregó todo el asunto al Señor en oración y confió en su protección. Sus adversarios eran numerosos, de hecho, Jerusalén estaba rodeada de pueblos enemigos, que según nos relata la misma Biblia, se habían burlado del pueblo de Dios cuando la Ciudad Santa fue sitiada y saqueada por los babilonios, y sus habitantes fueron exiliados.

Luego de la oración de Nehemías, el pueblo continuó con la reconstrucción, como nos relata el v. 6. Sin embargo, este entusiasmo en la obra fue respondido con más amenazas de parte de los enemigos, lo que provocó temor entre el pueblo de Dios, y algunos de ellos comenzaron a desanimarse.

Tomar las medidas correctas

La reacción de Nehemías ante esto no fue quedarse en el desánimo, sino volver a la oración: «Oramos entonces a nuestro Dios y decidimos montar guardia día y noche para defendernos de ellos» (v. 9). Esto se llevó a cabo en medio del desánimo del propio pueblo, y algunos daban signos de querer desistir.

De esto aprendemos que la oración no es simplemente el punto inicial de nuestra lucha, sino que es una disposición permanente del espíritu que debe acompañarnos a lo largo de toda la batalla. Por algo Pablo mandó a los Tesalonicenses: «orad sin cesar» (I Tes. 5:17). La mente del cristiano debe estar constantemente orando, rogando a Dios por auxilio, por gracia, por misericordia, para llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo.

Por algo el Apóstol Pablo, luego de describir la armadura de Dios, habla de la oración, que podríamos decir que es lo que solda esta armadura y le da brillo: «Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos» (Ef. 6:18).

Por otro lado, aprendemos que luego de la oración debe seguir la acción. Matthew Henry comenta:

«Habiendo orado, puso una guardia contra el enemigo. Si pensamos asegurarnos por medio de la oración, sin velar y estar alertas, somos perezosos y tentamos a Dios; pero velar alertas sin orar, es ser orgullosos e insolentes con Dios: de cualquier manera abandonamos su protección. El cuidado que Dios tiene de nuestra seguridad debiera comprometernos y estimularnos a seguir adelante con vigor cumpliendo nuestro deber. Tan pronto como termine un peligro, retornemos a nuestra obra y confiemos en Dios nuevamente».

La oración que ha sido elevada correctamente, entonces, es un combustible que debe propulsar la acción, la obediencia a Dios. Es inconsistente rogar a Dios que nos ayude en la obra si no estamos dispuestos a trabajar. Es una falta de respeto al Señor rogar que nos libre de la tentación, si acto seguido corremos felices hacia ella, y luego nos lamentamos y lo culpamos a Él por no habernos librado.

Luego de orar, entonces, debemos tomar las medidas que sean necesarias para obedecer la voluntad de Dios, rogando que en su gracia nos guíe para tomar las decisiones correctas. Nehemías oró al Señor, y luego montó una guardia día y noche para defenderse de sus enemigos. Oró y actuó. Rogó y trabajó.

Muchos caemos en el engaño del Dios «control remoto». Este engaño consiste en que la oración opera como un control remoto que mueve la voluntad de Dios según lo que yo quiero. Al apretar el botón de la oración, nos sentamos a esperar que Dios haga según lo que pedimos. Si no funciona el control remoto, nos desanimamos, nuestra fe en Dios flaquea, y dudamos de que sea realmente tan poderoso como dice ser. Nos apartamos de él y preferimos nuestros propios métodos, que son más rápidos y efectivos.

No es ese el ejemplo que nos dejó el Señor con Nehemías. Él oró no para sentarse a esperar que la solución surgiera por arte de magia, sino que tomó las medidas necesarias para cumplir con su responsabilidad y su deber, sabiendo que dependía de Dios para su obra. En otras palabras, él entendió que su responsabilidad era obedecer al Señor, pero con la certeza de que es Dios quien le daba la fortaleza para realizar ese trabajo, y es Dios quien se encargaría también de los frutos y consecuencias de ese trabajo.

Acá hay que ser cuidadosos, ya que hay ocasiones en las que la Palabra nos llama a esperar en el Señor. Por ejemplo, el Salmo 37:7 dice «Guarda silencio ante Jehová, y espera en él». Es cierto, hay muchos casos en donde deberemos orar para aguardar la respuesta del Señor, y no actuar mientras no sepamos que es su voluntad lo que vamos a hacer. Pero incluso en esos casos hay ciertas decisiones y medidas que debemos adoptar.

Sin embargo, acá nos referimos a aquellos que oran sin estar dispuestos a obedecer, lo que es algo completamente distinto a esperar en Dios.

Aprendemos, entonces, que no se trata de actuar por actuar. Primero debemos orar, y luego actuar, y mientras actuamos, seguir en una actitud permanente de oración en nuestros pensamientos.

(v. 13) Vemos también que las medidas que tomó Nehemías fueron ordenadas y lógicas. Cada uno debía ocupar su lugar, atendiendo especialmente las áreas más desprotegidas y vulnerables. Esto debemos aplicarlo también a nuestra vida, ya que cada uno tiene áreas más vulnerables que otras, y esto varía de persona a persona. Alguno luchará mayormente con el alcohol, mientras que para otro el problema es el ocio, y aun otro tiene dificultades para dominar su codicia. Lo cierto es que luchamos con más de un área, y es en esos puntos débiles donde se debe poner especial atención, tomando medidas concretas y trazando un plan ordenado.

Luchar con fe

Mientras nos preparamos para la batalla y a lo largo del combate, la fe es el escudo que nos librará de los dardos de fuego del enemigo. Podrán incluso matarnos, pero nunca quitarnos la esperanza que se selló eternamente al quedar esa tumba vacía.

La fe es un regalo de Dios, y cuando la ejercemos en comunidad permite que podamos animarnos los unos a los otros. En medio de la oposición, Nehemías exhortó a sus hermanos: «Después miré, y me levanté y dije a los nobles y a los oficiales, y al resto del pueblo: No temáis delante de ellos; acordaos del Señor, grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos y por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas» (v. 14).

Los creyentes en tiempos de Nehemías no alcanzaron a saber de la tumba vacía. Es decir, ellos solo pudieron ver la sombra de las cosas que estaban por venir. Con mayor razón nosotros debemos animarnos, sabiendo ya de la tumba vacía, y de la obra del Espíritu a través de su iglesia, que ha permitido que el Evangelio se expanda por todo el mundo hasta llegar aquí.

A lo largo de toda la lucha, la fe será nuestros ojos. Si el apóstol Pablo nos dice «Vivimos por fe, no por vista» (II Co. 5:7), es porque debemos ver la realidad no por nuestros sentidos, no por lo que observamos, sino por fe. Aunque todas las circunstancias parezcan adversas e intenten hacernos desistir de seguir a Cristo, es la fe en Él y en lo que hizo en nuestro favor lo que nos mantiene perseverando.

Por algo las Escrituras afirman «sin fe es imposible agradar a Dios» (He. 11:6). Sólo podremos salir victoriosos, entonces, si nos mantenemos mirando a Cristo en nuestra batalla cotidiana. Sólo Él puede llevarnos a la victoria, porque en Él somos más que vencedores, y si Él nos ha hecho justos, nada ni nadie puede condenarnos.

Así lo creyó también Nehemías, quien exhortó a sus hermanos en el v. 20: «Por eso, al oír el toque de alarma, cerremos filas. ¡Nuestro Dios peleará por nosotros!».

Trabajar juntos arduamente

Ya vimos que en la construcción del muro cada miembro del pueblo de Dios tenía un trabajo que hacer, y que si alguno dejaba abandonada su parte, no es que esa labor dejara de existir, sino que el trabajo debe ser asumido por los demás. Es responsabilidad de cada creyente, entonces, el cumplir con su labor y no abandonar su responsabilidad, ya que de otra manera sus hermanos deberán soportar su trabajo.

(vv. 13, 16-23). Una vez más vemos que es imposible vivir la fe en solitario. La Biblia siempre habla del creyente como inmerso en un pueblo, en un cuerpo. Aquí desde el siervo hasta el noble tuvo asignado un trabajo y una función. Cada función es importante, y debe ser cumplida por alguien. Cuando unos construían, otros protegían, y luego se intercambiaban las labores. Así servían al Señor, y se servían unos a otros.

Esto nos recuerda lo dicho en I Co. 12:4-5: «Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. 5 Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor».

En ocasiones las circunstancias son tan duras que deberemos redoblar los esfuerzos como en el v. 17, teniendo en una mano la espada y con la otra seguir construyendo. ¿Cuánta gente hay que asiste a la iglesia pero es totalmente indiferente a la obra de Dios? Hay quienes ni siquiera se plantean servir en la iglesia, dejando la tarea completamente a otros. Hay otros que asumen algunas tareas, pero como si fueran fierros al rojo vivo, pretenden deshacerse de ellas cuanto antes. ¡Que Dios nos conceda tener la disposición de estos hombres, con sus dos manos ocupadas plenamente en la obra!

El v. 20 nos enseña además que al venir la dificultad, la reacción no debe ser huir cada uno por su lado, sino el cerrar filas. Las adversidades no se enfrentan en solitario, sino en comunidad. En la compañía de los hermanos, la gracia de Dios obrará y su poder peleará por nosotros para darnos la victoria.

Cada uno portaba siempre su espada en el trabajo, listos para en cualquier momento enfrentar un combate. La batalla no los sorprendería desprevenidos ni los tomaría por sorpresa. Ellos estaban listos, con un plan trazado y las medidas concretas ya adoptadas. Esto nos deja una valiosa enseñanza, ya que cada mañana en oración debemos prepararnos para enfrentar el día, y mientras realizamos nuestras labores cotidianas, perseverar con la espada en nuestra cintura, listos para enfrentar cualquier clase de oposición.

Recordemos en todo esto que según Efesios cap. 6, la espada del Espíritu es la Palabra de Dios. No podremos estar adecuadamente preparados para la batalla si no conocemos las Escrituras. A ninguno de esos hombres se les habría ocurrido ir a la batalla sin su espada. Sin la verdad de las Escrituras no podemos conocer la voluntad de Dios, ni servir como a Él le agrada. Tampoco podremos vencer en la batalla espiritual que debemos librar.

(vv. 22-23). Vemos que la obra es incesante, que constantemente debemos estar ocupados en ella con todas nuestras fuerzas, trabajando codo a codo junto a nuestros hermanos. Además, en ningún momento debemos relajarnos espiritualmente, ni dejar de estar «vestidos», es decir, listos para el trabajo y el combate.

La batalla espiritual del cristiano es constante y como decíamos, sin vacaciones ni treguas. En todo momento exige estar en guardia, lo que implica una constante comunión con el Señor.

Conclusiones

• Todos estamos inmersos en una batalla espiritual, querámoslo o no. • En esa batalla, o somos hijos de Dios o somos sus enemigos. • Cada cristiano debe enfrentar a su propia naturaleza rebelde al Señor, y al mundo, que está bajo el maligno. • No hay preparación adecuada para la batalla sin oración, la que debe acompañar al cristiano en todo momento. • La oración se realiza para actuar, para trabajar en la obra de Dios. • La preparación implica tomar las medidas adecuadas para servir a Dios. • En todo momento la batalla se debe pelear con fe en Cristo, ya que sin ella es imposible agradar a Dios. • Cada uno tiene una función que desempeñar, la que no puede quedar abandonada. • El Señor nos llama a estar permanentemente preparados, listos para servir y pelear cuando la ocasión lo demande. • Nada de lo anterior se puede vivir en solitario. La fe se vive en la comunión de los santos.

Reflexión final

No podemos hablar de la preparación para la batalla espiritual sin hablar referirnos a la segunda venida de Cristo, ya que parte esencial de estar listos para la batalla espiritual es saber que Cristo volverá cuando menos lo esperemos, por lo que debemos velar y estar firmes.

Sabemos que para los verdaderos creyentes, la venida de Cristo es un evento esperado. La oración del Apóstol Juan al terminar el libro de Apocalipsis refleja plenamente el sentir de la Iglesia de Jesús: «sí, ven, Señor Jesús».

La Iglesia no solo espera, sino que anhela la venida de Cristo en gloria, porque será el momento en que estaremos con Él, y en que seremos librados de la presencia del pecado y la maldad en nuestra vida, siendo completamente llenos de Él y plenos en su gloria.

Ahora, la pregunta obligada es: ¿Estás esperando a Cristo? ¿Ansías su venida? ¿Estás preparado para cuando venga en gloria a buscar a sus Hijos y a destruir a sus enemigos?

El mismo Jesús dijo: «Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir» (Mt. 25:13). También dijo: «43 Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. 44 Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis» (Mt. 24:43-44).

Si aún no estás a cuentas con Dios, ven a Cristo, cree en su obra, en que Él es tu único Señor y Salvador, que resucitó de entre los muertos y que vendrá a juzgar a todo ser viviente. Cree en que solo Él puede salvarte y redimirte, y que su sangre te limpia de todo pecado. Únete a quienes ansiamos su regreso y espéralo junto a su iglesia. Cristo viene pronto, sí, ven, Señor Jesús.