Por Álex Figueroa
«Y les dije: Vosotros estáis consagrados a Jehová, y son santos los utensilios, y la plata y el oro, ofrenda voluntaria a Jehová Dios de nuestros padres». Esdras 8:28
Texto base: Esdras cap. 8.
En la prédica pasada, vimos cómo el Señor soberanamente dispuso el corazón de Artajerjes para que hiciera bien al pueblo judío, decretando protección y provisión para Esdras y aquellos que decidieron volver con él.
Pudimos apreciar que el Señor está sobre toda autoridad y sobre todo país o nación, gobernando completamente y sin ningún contrapeso el transcurso de la historia, cumpliendo su voluntad y desarrollando su propósito.
Así, inclinó la mente del poderoso rey Artajerjes para que escogiera a la ley de Dios como la ley que se debía aplicar al pueblo judío, lo que hizo que este pueblo contara con la bendición de que la Palabra de Dios fuera reconocida plenamente por la nación que los había conquistado.
No contento con eso, hizo llegar una cuantiosa ofrenda para el templo y para la ciudad, y ordenó la voluntad del Señor fuera cumplida sin demora ni contratiempo.
Todo esto hizo que Esdras reconociera la mano de Dios obrando en esta situación, y su soberanía sobre todas las cosas, lo que lo llevó a alabar su nombre y a darle gracias por su bondad, a pesar de los pecados y la rebelión reiterada del pueblo.
Esto nos motivó a orar por las autoridades, sabiendo que esto agrada a Dios porque demuestra fe en que Él gobierna todas las cosas, y es soberano sobre toda autoridad humana. También es un complemento necesario de la prédica del Evangelio, tomando el ejemplo de los apóstoles, quienes no solo hablaban de las buenas nuevas en público y en privado, sino que también oraban para que Dios les abriera puerta para predicar de la salvación en Cristo, encomendando las autoridades al Señor para que hubiera paz social.
Así, animado por estas cosas, Esdras afirma en la última frase del cap. 7: «Y yo, fortalecido por la mano de mi Dios sobre mí, reuní a los principales de Israel para que subiesen conmigo» (v. 28). Una vez más, vemos que el favor de Dios se manifiesta en beneficio de Esdras y el pueblo que está bajo su liderazgo.
Ahora, en lo que respecta al cap. 8 –que nos ocupa en esta ocasión-, podemos ver que el Señor nos provee de 4 principios para el servicio cristiano. Por supuesto no son todos los principios que uno podría relacionar con el servicio, sino que son los que encontramos en este capítulo 8.
Estos principios son: i) Debemos hacer solo aquello que Dios nos ha autorizado a hacer, ii) Debemos servir con devoción y un corazón quebrantado, iii) Debemos servir consagrados al Señor, y iv) Debemos servir reconociendo nuestra necesidad de la gracia de Dios.
i. Debemos hacer solo aquello que Dios nos ha autorizado a hacer
Este principio lo encontramos en los vv. 15-20. Allí vemos que en primer lugar, Esdras dice: «… habiendo buscado entre el pueblo y entre los sacerdotes, no hallé allí de los hijos de Leví» (v. 15). Sabemos que los sacerdotes debían ser también de la tribu de Leví, específicamente descendientes de Aarón. Sin embargo, aquí se refiere al resto de los hijos de Leví, que eran aquellos que se dedicaban al servicio del templo, y que habían sido designados por Dios para esta labor.
«27 De acuerdo con las últimas disposiciones de David, fueron censados los levitas mayores de veinte años, 28 y su función consistía en ayudar a los descendientes de Aarón en el servicio del templo del Señor. Eran los responsables de los atrios, de los cuartos y de la *purificación de todas las cosas *santas; en fin, de todo lo relacionado con el servicio del templo de Dios.29 También estaban encargados del *pan de la Presencia, de la harina para las ofrendas de cereales, de las hojuelas sin levadura, de las ofrendas fritas en sartén o cocidas, y de todas las medidas de capacidad y de longitud. 30 Cada mañana y cada tarde debían estar presentes para agradecer y alabar al Señor. 31 Así mismo, debían ofrecer todos los *holocaustos que se presentaban al Señor los *sábados y los días de luna nueva, y durante las otras fiestas. Así que siempre servían al Señor, según el número y la función que se les asignaba. 32 De modo que tenían a su cargo el cuidado de la *Tienda de reunión y del santuario. El servicio que realizaban en el templo del Señor quedaba bajo las órdenes de sus hermanos, los descendientes de Aarón» I Cr. 23:27-32, NVI.
Eran ellos quienes debían realizar esta labor, que era esencial para el correcto funcionamiento del templo. Esto no podía llevarlo a cabo, por ejemplo, alguien de la tribu de Judá, o de la tribu de Rubén. Tenía que ser alguien de la tribu de Leví.
Esto lo sabía Esdras, quien no quiso ser desobediente al Señor, y ordenó buscar y reclutar levitas para que retornaran también a Jerusalén. Él no fue “pragmático”, algo que nos gusta tanto por estos días. Al pragmático solo le interesa lo práctico, lo que funciona, lo que es más eficiente. En la iglesia el pragmatismo se traduce en hacer lo que funciona, lo que atrae a más personas, lo que mantiene a todo el mundo entretenido, sin importar si Dios lo ha ordenado o no, o si es el medio y la forma en que Él determinó que las cosas debían ser hechas. Si Esdras hubiera sido pragmático, él habría dicho: «no importa que no hayan levitas. Necesitamos que el templo funcione, así que reclutemos gente de las otras tribus para que cumpla la función de los levitas. Lo esencial es comenzar a funcionar cuanto antes».
En contraste con la disposición anterior, Esdras dio una orden distinta: «Entonces mandé llamar a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulán, que eran jefes del pueblo, y también a Joyarib y Elnatán, que eran maestros, 17 y los envié a Idó, que era el jefe de Casifia. Les encargué que les pidieran a Idó y a sus compañeros, quienes estaban al frente de Casifiá, que nos proveyeran servidores para el templo de nuestro Dios» (vv. 16-17). Esto, por supuesto, retrasó algo el viaje, pero era más importante hacer lo correcto que hacer algo rápido. Era más importante obedecer a Dios que hacer simplemente que las cosas funcionaran.
Desde luego, el Señor nos deja un ejemplo muy claro con esta opción adoptada por Esdras. Digo “opción” porque podría haber escogido otro camino. Ante nosotros, también se presenta la opción de hacer las cosas según la sabiduría humana, la oportunidad de tomar un camino con resultados más rápidos a corto plazo y que haga las cosas funcionar de una manera que a simple vista nos parece más eficiente. Podemos llenarnos de actividades todos los días, tener toda una maquinaria eclesiástica andando, tener números promisorios y alentadores; tener a cada uno haciendo “algo”, y sin embargo estar secos y muertos por dentro. Si lo que hacemos no es “en” y “según” la verdad, no vale la pena, es solo paja que será consumida por el fuego que probará toda obra. Si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican.
La misma opción de Esdras fue la que adoptó Pablo en su ministerio.
«Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. 2 Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado. 3 Es más, me presenté ante ustedes con tanta debilidad que temblaba de miedo. 4 No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes sino con demostración del poder del Espíritu, 5 para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios». I Co. 2:1-5, NVI
De esta manera, siguiendo el ejemplo de Esdras, debemos procurar hacer solo lo que Dios nos ordenó hacer, y de la forma en la que Él dispuso para que lo hiciéramos. No debemos inventar nuevas formas de adorar, ni debemos agregar palabras al mensaje que debemos predicar, ni ingeniar nuevas estrategias para alcanzar a quienes están en tinieblas.
En otro sentido, cada uno debe servir en aquello para lo cual fue llamado por Dios. Desde luego hay muchas labores de servicio que podemos y debemos realizar, pero si Dios no me ha llamado a servir en algo y la iglesia tampoco reconoce ese llamado, no debo yo procurar ocupar ese lugar. Muchos se ven atraídos por las funciones más visibles como la enseñanza y la predicación, pero en numerosas ocasiones esa atracción es solo una ilusión producto del orgullo y las ansias de reconocimiento y poder.
Lo cierto es que el Señor nos ordena reconocer a quienes predican y enseñan, pero también enaltece las labores de servicio que no son tan notorias o prestigiosas a ojos de los hombres: «Bien saben que los de la familia de Estéfanas fueron los primeros convertidos de Acaya, y que se han dedicado a servir a los *creyentes. Les recomiendo, hermanos, 16 que se pongan a disposición de aquéllos y de todo el que colabore en este arduo trabajo. 17 Me alegré cuando llegaron Estéfanas, Fortunato y Acaico, porque ellos han suplido lo que ustedes no podían darme, 18 ya que han tranquilizado mi espíritu y también el de ustedes. Tales personas merecen que se les exprese reconocimiento» (I Co. 16:15-18, NVI).
No podemos negar que esto es particularmente relevante cuando se trata del liderazgo, y ya hemos visto muchas consecuencias nefastas de poner en posiciones de gobierno a quienes no están calificados para desempeñar dicha función. El hacer esto solo dañará a quien realiza esa función, y a la iglesia toda. Esto no significa que el hermano no sirva para nada, sino que no debe ejercer esa función para la que Dios no lo ha llamado. Un engranaje puede ser muy útil e importante, pero si lo pongo en el lugar equivocado, se destruirá el engranaje junto con el resto de las piezas que lo rodean, y finalmente se arruinará el funcionamiento de toda la máquina. Eso ocurre cuando alguien no calificado para una función, es puesto allí para realizarla.
ii. Debemos servir con devoción y corazón quebrantado
Esto lo vemos en los vv. 21-23. Aquí vemos una práctica que por estos días nos parece bastante ajena y desconocida: el ayuno.
Lamentablemente no tenemos tiempo hoy para hacer un estudio detallado sobre el ayuno, pero ante todo debemos aclarar que el ayuno no es una huelga de hambre, como muchos lo utilizan, para forzar a Dios a acceder a mi voluntad y a mis deseos, como premio por haber sufrido el hambre.
También aclaramos que, tal como ocurre con la oración, el ayuno está presente en otras religiones. De hecho, el Islam es famoso por tener un mes especial en el que se recomienda el ayuno. Sin embargo, el ayuno cristiano es completamente distinto, ya que es el verdadero ayuno. Como decíamos, es similar a lo que ocurre con la oración, ya que en otras religiones también se ora, pero solo en el cristianismo la oración es genuina y se dirige al Dios verdadero.
El ayuno en la Biblia siempre estuvo relacionado con afligir y humillar el cuerpo y el alma, ya sea por un pecado personal o del pueblo, o por un dolor muy grande provocado por una tragedia individual o nacional. También se realizaba como una disciplina espiritual que ayudaba a mantener el alma saludable y enfocada en Dios, y que acompañaba a la oración, muchas veces para pedir dirección o tomar una decisión importante.
Esto porque el ayuno, al restringir los apetitos del cuerpo, ayuda a enfocarse en nuestra necesidad de Dios, sabiendo que «… no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre» (Dt. 8:3). Así, quien ayuna apropiadamente está reconociendo con ello que no depende de las cosas materiales y de la comida que perece para vivir, sino que su verdadero alimento es el Señor y su Palabra.
Un ejemplo de esto lo encontramos en el mismo Esdras, quien publicó este ayuno «… para afligirnos delante de nuestro Dios, para solicitar de él camino derecho para nosotros, y para nuestros niños, y para todos nuestros bienes» (v. 21). Es decir, lo hizo con el propósito de humillar el alma y el cuerpo, demostrando con esto sumisión a Dios y a su Palabra.
Además, este ayuno tuvo otra particularidad: la de ser público. Esto con el fin de incentivar el fervor del pueblo, de promover el quebrantamiento delante del Señor y el temor de Dios. También este ayuno público, es decir, compartido, tendría el efecto de promover la unidad y la unanimidad en el pueblo, en el propósito de seguir la voluntad del Señor.
Ahora, ¿Cómo cambia Cristo el ayuno?
«14 Un día se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: —¿Cómo es que nosotros y los fariseos ayunamos, pero no así tus discípulos? Jesús les contestó: 15 —¿Acaso pueden estar de luto los invitados del novio mientras él está con ellos? Llegará el día en que se les quitará el novio; entonces sí ayunarán». Mt. 9:14-15, NVI.
Centrándonos en el punto del texto, vemos que Cristo nos revela más bien el verdadero sentido del ayuno, el que tal como todas las cosas en la vida cristiana, tiene que ver con Él mismo. El verdadero sentido del ayuno es lamentarnos porque Cristo ha partido, demostrando así que estamos incompletos en tanto Él no venga, y que no dependemos ni necesitamos nada en esta tierra, sino que Él regrese por nosotros y por su novia, la Iglesia.
En el ayuno, entonces, nos negamos a nosotros mismos, y confesamos con el salmista: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra» (Sal. 73:25). Es un recordatorio de que las cosas terrenales no pueden satisfacernos, y es fundamental para la salud del alma, ya que nos mantiene enfocados en nuestra dependencia y necesidad de Cristo, y nuestra esperanza y anhelo ferviente de su retorno.
Vemos que para Cristo no fue opcional el que los cristianos ayunaran. Él dijo: «… Llegará el día en que se les quitará el novio; entonces sí ayunarán» (Mt. 9:15). Es decir, a pesar de que actualmente se trate de una práctica algo olvidada, vemos que para Cristo fue seguro que su iglesia ayunaría luego de su partida. Los santos del Antiguo Testamento ayunaron, Cristo ayunó, los apóstoles y la iglesia primitiva ayunaron. Y nosotros, ¿Ayunamos? Si no lo hacemos, es tiempo de incorporarlo a las disciplinas espirituales, ya que es tan distintivo del cristiano como la oración, aunque no deba practicarse con tanta frecuencia como ésta.
Otro asunto que desprendemos de Esdras respecto del ayuno es que realizar un ayuno público es perfectamente bíblico. Respecto de este texto, Matthew Henry afirma: «Si se trata de rogar misericordias públicas, se deben realizar oraciones públicas, para que todos quienes compartirán los beneficios [de esas misericordias] puedan unirse en la súplica por ellas». Desde luego, Matthew Henry incluyó aquí el ayuno público, como acompañante de la oración. Entonces, si como iglesia local debemos pedir dirección, o estamos rogando a Dios que nos conceda su favor, es perfectamente bíblico publicar un ayuno del cual todos debemos participar, para estar unánimes, en un mismo sentir, siendo compañeros en la aflicción y en la consolación.
De esta manera, el ayuno verdadero refleja devoción personal en el servicio, así como un corazón quebrantado.
iii. Debemos servir consagrados al Señor
Esto lo vemos en el v. 28. Esdras deja claro a los sacerdotes que ellos estaban consagrados al Señor, es decir, apartados para su servicio, tal como lo estaban los utensilios del templo. Es decir, tal como esos utensilios del templo eran santos y no debían ocuparse en usos comunes o triviales, ni como utensilios ordinarios y corrientes, así ellos como sacerdotes estaban consagrados a Dios, por tanto no podían servir como si fueran hombres comunes y corrientes, ni ocupar sus pensamientos, sus fuerzas ni su propia vida como lo hacen todos los hombres, puesto que ellos estaban santificados para Dios.
Pero, ¿Qué relación tiene esto con nosotros? Es importante para nosotros porque fuimos hechos un reino de sacerdotes. Esto es lo que nos dice Apocalipsis: «9 Y entonaban este nuevo cántico: «Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. 10 De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra»» (Ap. 5:9-10).
La iglesia, entonces, es un reino en donde cada creyente es un sacerdote, lo que se denomina la doctrina del sacerdocio universal, y esto es porque podemos presentarnos delante de Dios en los méritos de Cristo y de su sacrificio en nuestro lugar, siendo rociados y purificados por su sangre.
En consecuencia, debemos recibir este mensaje de Esdras como sacerdotes que somos, sabiendo que estamos «consagrados a Jehová», santificados para el Señor, y que por tanto no podemos vivir de una manera común, como lo hacen quienes no conocen a Dios. Eso es justamente lo que ordena Dios por boca del Apóstol Pablo: «17 Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente 18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón» (Ef. 4:17-18).
Esto no para creernos mejores que otros, sino porque hemos recibido la verdad de Dios, y se nos ha revelado a Cristo, en quien habita la plenitud de Dios. Luego de esto no podemos ni debemos vivir como quienes no han visto esta luz admirable, incomparable y eterna. Si hemos recibido la antorcha de eterno fulgor, no podemos caminar a tientas como si estuviésemos en completa oscuridad. Si hemos recibido la verdadera vida, no podemos todavía oler a muerte y pudrición.
Debemos, por tanto, servir consagrados al Señor, separados para su servicio.
iv. Debemos servir reconociendo nuestra necesidad de la gracia de Dios
Esto lo vemos en el v. 35. Los holocaustos no son otra cosa que el reconocimiento del propio pecado, y no solo eso, sino que también de la paga del pecado, que es la muerte (Ro. 6:23). Al realizar el holocausto, reconozco que yo he desobedecido la ley de Dios, y que por tal desobediencia debo morir, mi sangre debe ser derramada, porque sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecado. Pero ofrezco un sustituto en mi lugar, que en el caso del texto de Esdras, es un animal.
Sin embargo, sabemos por lo que se nos revela en el Nuevo Testamento que la sangre de los animales no podía limpiar real ni permanentemente el pecado, por lo que era totalmente inútil para salvar a quien practicaba esos sacrificios en su nombre.
Por eso apareció el Hijo de Dios, para tomar nuestro lugar como hombre, y para que ese sacrificio fuera suficiente y definitivo. Es lo que nos dice el libro de Hebreos «12 pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, 13 de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; 14 porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados» (vv. 12-14).
Por eso, en el servicio cristiano debemos reconocer a cada instante que dependemos total y absolutamente de la gracia de Dios, y que sin este sacrificio de Cristo en nuestro lugar, no tendríamos perdón alguno, ni posibilidad de contar con el favor de Dios, pero que gracias a esta ofrenda que hizo Cristo de su propia vida, hemos sido hechos perfectos delante de Dios, y podemos andar delante de Él confiados en su obra y agradecidos por su misericordia.
Conclusiones
• Debemos hacer solamente aquello que Dios ordena y establece en su Palabra, y no tratar de complementar lo que Él ha revelado, ya que su Palabra es suficiente. • Debemos servir en aquello para lo cual Dios nos ha llamado, sabiendo que cada uno de nosotros ha recibido un don. Como iglesia, no debemos llamar a servir a quien no está calificado para hacerlo. • Como cristianos debemos ayunar, sabiendo que Jesús mismo lo hizo, y declaró que sus discípulos lo harían. • Al ayunar declaramos que estamos incompletos sin Cristo, y que realmente no necesitamos nada sino a Él. • Ayunar nos ayuda a humillar y quebrantar nuestro corazón delante de Dios, lo que es importante a la hora de tomar decisiones trascendentales. • Como creyentes, somos sacerdotes consagrados al servicio del Señor, por lo cual debemos vivir vidas apartadas para Él. • Como cristianos, dependemos de la gracia de Dios, y sin el sacrificio de Cristo no podríamos contar con el favor del Señor.
Reflexión final
Los principios del servicio cristiano que revisamos hoy se oponen a todo lo que el mundo nos enseña como valores en el trabajo. Por ejemplo, el mundo nos llama a ser pragmáticos. Es decir, si algo funciona es bueno, y si no funciona, es malo. Sin embargo, la Biblia nos llama a actuar según la verdad, independientemente de si “funciona” o trae los resultados que como humanos esperamos o valoramos.
Por otra parte, el ayuno no cuadra en una iglesia moderna que ha adoptado una filosofía "exitista", de la eterna felicidad. En algunas congregaciones incluso es mal visto decir que uno está triste, o se siente angustiado, pese a que son sentimientos que vemos recurrentemente en los salmos, y que incluso el mismo Cristo expresó. En ese contexto del sueño americano, la prosperidad y el éxito, el afligir el cuerpo y el alma mediante el ayuno se ve como una práctica medieval de fanáticos religiosos que han entendido mal el cristianismo. Sin embargo, es todo lo contrario: un distintivo de los verdaderos creyentes, y una disciplina espiritual deseable para la salud del alma.
Así, vemos que las directrices para servir a nuestro Señor no deben basarse en criterios mundanos, que vienen de una mente caída y muerta por el pecado. Los principios para nuestro servicio cristiano deben basarse en la Palabra de Dios, y ante todo, en el ejemplo supremo de servicio: Cristo. Nuestro Salvador, siendo el más alto y sublime, se humilló a sí mismo tomando forma de hombre, y haciéndose obediente hasta la cruz. En Él encontramos al Siervo de Dios por excelencia, aquel que dio su vida en obediencia a su Padre, que menospreció la cruz porque tuvo por algo mucho más sublime y deseable la gloria que le esperaba. Sigamos, entonces, el ejemplo de nuestro Maestro, tomemos nuestra cruz con gratitud, y vayamos en pos de Él junto a nuestros hermanos.