Por Álex Figueroa

Texto base: Apocalipsis cap. 15

Recordemos ante todo que, como ya hemos dicho en las predicaciones anteriores, el libro de Apocalipsis narra la consumación de todas las cosas desde distintas perspectivas, a las que hemos llamado “ciclos”. En este libro, entonces, se presentan varios ciclos en los que se nos narra lo que ha ocurrido y seguirá ocurriendo desde la ascensión de Cristo hasta su segunda venida. Estos ciclos, entonces, nos dan distintas perspectivas de los acontecimientos finales (que se vienen produciendo desde la ascensión de Cristo) que van aumentando en su intensidad, hasta llegar a la consumación de todo.

El domingo pasado terminamos el 4° ciclo del libro de Apocalipsis, que algunos titulan “La mujer, el dragón y las bestias”. En él vimos cómo satanás tiene terribles planes respecto de Cristo y la Iglesia, pero sólo pudo encontrar frustración una y otra vez al tratar de cumplirlos.

Vimos que fue expulsado del Cielo por la victoria de Cristo, y que ahora, sabiendo que cuenta con poco tiempo, desarrolla su obra de engaño y destrucción en la tierra, dirigiéndose contra la Iglesia. Para ello cuenta con sus ayudantes, la bestia y el falso profeta, y gobierna a los incrédulos a través de ellos, estableciendo su dominio del mal. Decíamos que este misterio de la iniquidad ya está en marcha, y que hoy podemos ver sus distintivos, pero irá creciendo en intensidad hasta una gran apostasía, y un gobierno idólatra y blasfemo que gobernará sobre todas las tribus, naciones, pueblos y lenguas; pero que será destruido por el establecimiento del Reino de Cristo.

El Señor, a través de sus ángeles, hacía un fuerte llamado al arrepentimiento, exponiendo las terribles consecuencias de seguir a la bestia y recibir su marca; y exhortando a los que tienen la fe de Jesús y guardan sus mandamientos a permanecer firmes en la esperanza que han recibido, teniendo en cuenta el horrible fin que espera a los incrédulos, y sabiendo que por la obra de Cristo ya son victoriosos.

En el último mensaje vimos cómo el juicio de Dios finalmente se ejecuta, lo que se ejemplifica con dos cosechas: primero una cosecha de trigo, que nos habla de la venida de Cristo a buscar a su pueblo, para llevarlo a las moradas que Él ya preparó de antemano. Hablábamos de lo glorioso de este momento, en que el dolor y el pecado ya no serían más, y en que por fin seríamos transformados completamente a su imagen.

La segunda cosecha, que es la vendimia de uvas, se refiere al juicio final sobre los rebeldes a la voluntad del Señor, que rechazaron creer en Cristo y seguirle como discípulos. Esto se describía con la terrible imagen de un lagar, en el que se derramaría la ira de Dios pura, sin diluir, sobre los incrédulos.

Este 4° ciclo, entonces, terminaba con una descripción del juicio final, tan terrible como gloriosa, no habiendo escapatoria posible de este momento, todos estaremos en él; todos compareceremos ante el Tribunal de Cristo, y no hay Corte de Apelaciones posible, esa sentencia que caerá sobre nosotros marcará nuestros destinos eternos sin retorno, y la única manera de ser hallados justos es por la fe en Jesucristo.

Hoy, entonces, comenzamos un 5° ciclo, que es el de las copas de la ira de Dios. Los capítulos 15 y 16 constituyen una unidad en la que uno introduce al otro. El cap. 15 menciona a los 7 ángeles que desatarán las 7 últimas plagas, mientras que el cap. 16 nos relata cuáles son esas plagas y cómo serán derramadas sobre el mundo.

Una vez más, vemos que esta unidad concluye con una clara referencia al juicio de Dios sobre los incrédulos. En el libro de Apocalipsis, como decíamos, estos ciclos han ido creciendo en intensidad, cada vez hasta que todo llega a un punto de consumación. El ciclo de sellos habla de la destrucción de la frase la cuarta parte de la tierra (6:8); el ciclo de las trompetas utiliza el término un tercio para sugerir una destrucción parcial (8:7). Este último ciclo, sin embargo, acaba en un juicio completo y total. En el caso de las 7 trompetas, cuando el ángel tocó la última de ellas todos los reinos vinieron a ser del Señor y de su Cristo. Ahora, tratándose de las copas, cuando el séptimo ángel ha derramado su copa, una voz poderosa procedente del trono de Dios dice, «Hecho está» (16:17).

Una vez más, el Señor nos muestra que su pueblo está a salvo, que tiene la paz y la alegría de los vencedores, que entonan un cántico triunfal y que se encuentran delante del Trono del Señor. Antes de relatarnos las terribles plagas que afectarán a los no creyentes, el Señor da seguridad a su pueblo, como ha ocurrido en los ciclos anteriores, donde se muestra con claridad y certeza que la ira de Dios no tocará a sus hijos. Aunque sufran persecución, despojos, menosprecio y muerte, la victoria final ya ha sido asegurada por Cristo.

I. El juicio se prepara

(v. 1) Se da paso a una nueva visión, en la que una vez más el furor de Dios se muestra como pronto a ser derramado sobre la tierra. Nuevamente se da la idea de que antes del fin, se colmará la paciencia de Dios por los pecados del hombre, en términos del capítulo anterior, el pecado se encontrará en su estado maduro, lo que deja al mundo listo para la cosecha final.

El mundo tiene sobre su cabeza una espada que está pendiendo de un hilo cada vez más delgado. El pecado de la humanidad va haciendo esa espada más y más pesada, hasta que la maldad alcance su madurez y la paciencia del Señor se colme, momento en que ese hilo se cortará y la pesada espada del juicio de Dios caerá sobre el mundo.

Los ángeles, servidores del Señor, están listos y dispuestos para ejecutar su juicio sobre la tierra, en el que nuestro Dios derramará su furor por la maldad de sus criaturas caídas. No es el hombre el que se destruye a sí mismo, no es el diablo ni sus demonios los que desatarán estos males, sino que es el Señor quien preside este proceso final y traerá el justo juicio para extirpar el mal de la tierra.

Su furor, entonces, se completará, se consumará con estas 7 plagas. Fijémonos que nos aclara que son 7 plagas, y que son “las últimas”. Esto significa que antes de estas plagas hubo otras. Ya vimos una sinopsis de lo que serán estas plagas cuando el Señor derramó su ira contra faraón y Egipto, quienes querían mantener a su pueblo esclavo bajo su opresión, sin reconocer además el Señorío de Dios y la verdad de su Palabra. Lo que hizo Egipto, además, es similar al ministerio maligno de la bestia y el falso profeta, siendo un gobierno blasfemo y rebelde al Señor, lleno de engaño y perseguidor del pueblo de Dios. El fin de Egipto, entonces, anuncia también lo que será el fin del mundo incrédulo. Pero no sólo las plagas de Egipto nos hablan de lo que serán estas 7 plagas finales. Vivimos en un mundo caído, que sufre las consecuencias del pecado. En Romanos cap. 8, el Apóstol Pablo nos dice que la creación gime esperando la redención de los hijos de Dios. De alguna manera, a través de desastres naturales, catástrofes, enfermedades, guerras y toda clase de males, el Señor nos muestra que esta tierra está bajo corrupción, y todos estos males son una especie de sinopsis de lo que será el derramamiento final de su furor, que sucederá con estas 7 plagas.

Para Juan ésta es la señal de totalidad. El número siete describe lo completo, de modo que estas copas de ira representan la manifestación final y completa de la ira de Dios sobre el mundo. Son las últimas plagas, en el sentido de su inevitabilidad y finalidad” Simón Kistemaker.

II. El canto de los vencedores

(vv. 2-4) En los mensajes anteriores vimos cómo satanás ejercía su dominio sobre el mundo incrédulo a través del gobierno maligno de la bestia y el falso profeta. Recordemos que en el cap. 11 y en el cap. 13, se nos dice que el Señor permitió a este reino maligno hacer guerra contra los santos y vencerlos. Es decir, habrá un momento en que la persecución contra la Iglesia será de tal magnitud y fiereza, que la harán desaparecer de la esfera pública y ella parecerá derrotada.

Pero esta situación sólo permanecerá por un breve tiempo, y luego de esto el Señor resucitará a su pueblo, lo que vemos en el cap. 11 al decirse que dará vida a sus dos testigos que habían sido asesinados, y todos sus enemigos verán esta victoria gloriosa, que no la logró la Iglesia, sino que Cristo en ella. Y es lo curioso de esta situación: aunque la Iglesia perseguida “pierda” la batalla contra la bestia, finalmente saldrá vencedora sobre ella por el poder de Dios, mientras que la bestia, aparente vencedora, será destruida y aniquilada por el Señor.

Aquí el Señor nos da esperanza en este pasaje, anunciando esa victoria sobre la bestia como un hecho pasado. Es tan segura, que se puede contar como un hecho que ya ocurrió. Y lo impresionante es que el Señor los llama “victoriosos”, a aquellos que fueron perseguidos y que resistieron pacientemente en la fe de Jesús, y que no pudieron vencer sino que recibieron la victoria enteramente como un regalo de parte de Cristo, a ellos es a quienes llama victoriosos. Esto debe llevarnos una vez más a exaltar la gracia de Dios.

Y notemos que su victoria no es sólo sobre la bestia misma. Es decir, no es que simplemente no se sometieron a su gobierno físico. Vencieron también sobre su imagen y sobre el número de su nombre. Vencieron sobre todos los aspectos de la bestia, sobre todo lo que hace que la bestia sea la bestia. No se sometieron a su culto idolátrico, ni a sus distintivos como la blasfemia, la rebelión y la desobediencia. Sus corazones permanecieron fieles al Señor que los rescató, entendieron que debían vivir no según los estándares de este mundo, no según las metas de este mundo, no según las prioridades de este mundo, sino sometidos al gobierno y al reinado de Cristo, el Rey de Reyes y Señor de Señores.

Otro asunto es que se les llama victoriosos, que es otra forma de decir ganadores o vencedores. Ahora, si yo te digo “fulano es un ganador”, ¿Qué se te viene a la mente? Nuestra cultura nos ha convencido de que ser victorioso o ser ganador se relaciona con un éxito financiero o profesional, con lograr ciertas metas personales y cumplir con lo que nuestra sociedad considera una vida exitosa.

Pero para el Señor y sus discípulos estos términos significan algo muy distinto. Ser realmente victorioso es estar en Cristo, tener fe en Él, haber sido lavado por su sangre y haber recibido redención, que no es otra cosa que su victoria sobre la muerte y cómo esa victoria se aplica a nuestra vida. Ser victorioso en Cristo, entonces, implica andar como Él anduvo, y andar como Él anduvo significa también ser rechazado por el mundo incrédulo, tal como Él fue rechazado, ser perseguidos tal como Él lo fue, ser menospreciados, difamados, excluidos, maltratados, calumniados; e incluso morir como Él murió, ejecutado insolentemente por un mundo perverso.

Pero en todas estas cosas, como dijo el Apóstol Pablo, somos más que vencedores, porque hemos recibido la vida verdadera y abundante de parte del autor de la vida, nuestros pecados han sido perdonados por su sacrificio, tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros, que es la garantía de que seremos renovados y restaurados por completo, redimidos para ser hechos a su imagen.

35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? 36 Tal como está escrito: “Por causa tuya somos puestos a muerte todo el dia; somos considerados como ovejas para el matadero.” 37 Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó. 38 Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” Ro. 8:35-39.

Ya que esto es así, entonces, lo único que vale la pena es ser verdaderamente vencedores, porque toda otra victoria que no sea esta es falsa, de nada sirve, no es útil en absoluto para la eternidad. Que tus vecinos, tus compañeros de colegio, de trabajo o de universidad, tus familiares o conocidos crean que tú deberías preocuparte por ser exitoso en los términos que ellos lo entienden, da igual. No sigas sus consejos, no te preocupes por agradarlos a ellos, sino que guarda la Palabra de Dios y preocúpate por agradarlo a Él.

¿De qué te servirá en aquel día haber impresionado a tus conocidos con tus logros terrenales? ¿De qué te servirá en ese día final haberte preocupado de cumplir todos los estándares del mundo, y haber seguido las modas, haber comprado lo que todos compraban, haberte endeudado para tener cosas que te hacen ver mejor ante los demás, y haber moldeado tu vida según lo que ellos dicen? En ese día nada de eso servirá, todo eso se quemará junto con el mundo, y si tú viviste conforme a todo esto y no de acuerdo a la Palabra, tú te quemarás también junto con todo el resto de la basura.

Lo único relevante, entonces, es asegurarte de agradar al Señor, de haber creído en Cristo y haber sido redimido en su sangre. Eso es lo que te hace un verdadero vencedor.

Estos victoriosos están de pie sobre un mar de cristal mezclado con fuego, ambas cuestiones simbolizan pureza o purificación, el cristal no era como el vidrio en aquel tiempo, ya que el vidrio era más opaco, mientras que a través del cristal se podía ver claramente. El fuego, por otra parte y como nos cuenta el Apóstol Pedro, se usaba para purificar metales como el oro o la plata. Este mar de cristal y fuego mezclados, entonces, nos dan la idea de transparencia y pureza de estos santos victoriosos.

Ellos tienen arpas, que son los instrumentos que suelen usarse para referirse a la adoración celestial, con su sonido dulce y armonioso. Cantaban un himno de victoria, que además es un himno de todo el pueblo de Dios en todas las épocas y lugares, el cántico de Moisés y del Cordero.

El cántico de los redimidos está repleto de referencias a todas las Escrituras. Exalta al Señor sobre todas las cosas, y nos recuerda que Él es único, no hay nadie como Él ni que se le pueda comparar. Sus obras son maravillosas y sin igual, su poder no tiene rival posible, Él hace todo lo que quiere y nadie puede detener su mano ni pedirle cuentas. Sus caminos son justos y verdaderos, todo lo que Él hace es bueno en gran manera, Él es el parámetro para decir lo que es bueno y lo que es malo, lo que es justo y lo que es injusto. Además Él es santo como nadie ni nada lo es, su santidad lo cubre de belleza y lo separa de la creación, nada es santo como el Señor. “Solo tú eres santo”.

Notemos que antes de que su ira final se derrame sobre las naciones en forma de plaga, se nos dice que todas las naciones vendrán y adorarán en su presencia. Él tiene todo bajo control, el gobierno de la bestia es un insecto insignificante que el Señor pulverizará, Él es quien gobierna realmente, Él es quien está en su Trono universal y nada ni nadie puede sacarlo de ahí.

Como dice en el libro de Daniel, “Porque Su dominio es un dominio eterno, Y Su reino permanece de generación en generación. 35 “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, Mas El actúa conforme a Su voluntad en el ejército del cielo Y entre los habitantes de la tierra. Nadie puede detener Su mano, Ni decirle: ‘¿Qué has hecho?’” (Dn. 4:34-35).

Los habitantes de la tierra están en sus manos, y Él hará como le plazca con ellos. Las naciones se rendirán ante Él, y todos los reinos de la tierra cederán ante su reinado universal e indiscutible.

Veamos además que, antes del derramamiento de su ira, se dice que sus caminos son justos y verdaderos, y que sus juicios son justos. El pueblo de Dios que canta este himno, está reconociendo que la ira de Dios es justa, que es buena, que es necesaria, y celebran que ella caiga sobre los incrédulos. Aquí no hay acusaciones a Dios, ni a personas pidiéndole explicaciones por una supuesta crueldad o abuso de poder. Lo escandaloso aquí no es el juicio de Dios, sino el pecado. El pecado es lo terrible, lo vergonzoso, lo abominable, lo despreciable. La ira de Dios es buena, y digna de ser venerada.

Aquí vemos algo así como un pueblo que aplaude a su rey que saldrá a destruir a sus enemigos, celebra lo que es una victoria segura, la destrucción de la maldad y la rebelión. Este pueblo se alegra de que su Rey haga justicia, sus caminos y sus juicios son todos justos y verdaderos.

La pregunta que se hace el himno tiene una respuesta obvia: “¿Quién no temerá y glorificará Tu nombre?”. ¿Quién sería tan necio como para no rendirse ante el Señor de todo? ¿Quién sería tan loco como para no venerar a este Señor y Rey del universo? Hay que ser tonto, hay que estar loco, hay que tener la mente en tinieblas para no hacerlo.

"¿Quién que considere el poder de la ira de Dios, el valor de su favor o la gloria de su santidad, rehusará a temerle y honrarle a Él solo? Su alabanza está por sobre el cielo y la tierra" Matthew Henry.

III. El furor antes del final

(vv. 5-9) Vemos que este juicio que caerá sobre la tierra, esta ira del Señor que se derramará por la rebelión y maldad de sus criaturas, sale de la presencia misma de Dios, simbolizada por el templo del tabernáculo del testimonio en el cielo. El templo en el antiguo pacto era el lugar en el que se encontraba la presencia de Dios, y tenía un lugar santísimo en el que se manifestaba esa presencia, al que solo podían entrar los sumo sacerdotes. Cristo, con su muerte, rasgó el velo que tapaba la entrada a este lugar santísimo, y abrió un camino para que pudiésemos llegar a la presencia de Dios en su nombre.

Por eso, al hablar de ángeles que salen de su templo con las plagas, nos está diciendo que ellas vienen de la presencia misma del Señor. Y estos ángeles no se manchan ni se contaminan con estas plagas. Esto lo vemos por sus vestidos, que nos hablan de máxima pureza y santidad. La ira de Dios es pura y es santa, no es pecaminosa. Es la indignación eterna contra la maldad.

Se nos dice que uno de los 4 seres vivientes, dio a los 7 ángeles 7 copas llenas del furor de Dios. Los seres vivientes ya aparecieron en Ap. 4, y también los vemos en Ezequiel cap. 1. En Ezequiel son llamados “querubines”. Estos seres están en la presencia misma de Dios, alrededor de su Trono, y son los seres celestiales de más rango asignados a proteger y custodiar, por ejemplo, el árbol de vida (Gn. 3:24) y el arca del pacto (Éx. 25:20). Están llenos de vida, son vigilantes e inteligentes. Están recubiertos de ojos delante y detrás (Ez. 1:18), de modo que nada elude su atención. Ellos no cesan en ningún momento de alabar al Señor.

Uno de estos seres a quienes el Señor ha revestido de un muy alto rango, entonces, es quien entrega las copas de ira a los ángeles.

El templo, entonces, se llenó de humo, que se asocia en las Escrituras a una manifestación de poder glorioso del Señor. Por ejemplo, una vez que Moisés hubo terminado el tabernáculo, se nos dice que “la nube cubrió la tienda de reunión y la gloria del Señor llenó el tabernáculo” (Ex. 40:34). También el profeta Isaías, cuando recibió la visión del Señor sentado en su Trono, dijo: “Y se estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo” (Is. 6:4).

Es así como Juan dice en este pasaje entonces, “El templo se llenó del humo de la gloria de Dios y de Su poder”. La gloria y el poder de Dios están directamente involucrados con sus juicios que se derraman sobre la tierra. Su Santo Ser está envuelto completamente en el justo juicio que caerá sobre el mundo rebelde.

Tanto así que nadie puede entrar en el Templo del Señor hasta que todo esto se consume. Él debe erradicar el mal e impartir su justicia perfecta antes que todas las cosas puedan pasar a su estado definitivo. Él no dejará esto pendiente, ya no hay tiempo para dilación y misericordia, ahora hablamos de la imposición definitiva de su justicia, y solo luego de eso todas las cosas llegarán a su estado definitivo y los redimidos podrán entrar a su templo santo.

Conclusión

Lo que hemos visto hoy, una vez más, debe llevarnos a reflexionar sobre cuán Santo, Justo y Bueno es el Señor, y cuán abominable y digno de destrucción es el pecado y quienes viven en él.

Vemos de nuevo cómo el juicio del Señor está pronto a derramarse sobre el mundo rebelde. Como en los días de Noé, se casarán y se darán en casamiento, harán sus negocios, pronunciarán sus blasfemias, vivirán irreflexivamente de manera insolente, ajenos a la vida de Dios y a su Palabra Santa, hasta que vendrá este día cuando la espada caerá sobre ellos, y vendrá como ladrón en la noche.

En medio de todo este juicio, todas estas plagas y las copas de su ira, sus redimidos son guardados en la victoria que Cristo ha logrado por ellos, y cantan vencedores este himno triunfal de exaltación a Dios. La victoria es tan segura, que se cuenta como un hecho pasado.

¿Estás viviendo con este día en mente? ¿Estás consciente del juicio que caerá sobre todos aquellos que no han rendido sus vidas a los pies de Cristo? Si el juicio viniera ahora mismo, ¿Estarías cantando este himno triunfal o serías de aquellos que recibirán las plagas? Si no has entregado tu vida a Cristo, ¿Qué te impide hacerlo? ¿Qué es tan valioso que está ocupando el lugar del Señor? ¿Qué es tan bueno como para que prefieras pasar tu eternidad en el infierno antes que dejarlo? ¿Qué es tan sublime que te impide ir a los pies del Señor del universo?

El momento para obedecer al Señor es ahora, nunca mañana ni más tarde. La obediencia dilatada es desobediencia. Si no has rendido tu vida a los pies de Cristo, ahora es el momento preciso para hacerlo. Ven a aquel que venció resucitando de entre los muertos, ven a aquél que ofrece vida en abundancia. “… ya es hora de despertarse del sueño. Porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando creímos. 12 La noche está muy avanzada, y el día está cerca. Por tanto, desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz” (Ro. 13:11-12). Amén.