¡Celebra la bondad y la justicia de Dios! (Nah.1:7-15)

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Dos novios están a punto de casarse, todas las cosas están preparadas para la maravillosa celebración. La novia está en casa vestida de blanco esperando partir al encuentro de su futuro esposo. Las mesas están servidas, los invitados ya esperan a la novia, la música y la comida dispuestas para la celebración. Inesperadamente llega una carta a la casa de la novia amenazando su vida, diciendo que pronto atentarán contra ella. Si se llega a casar, la amenaza continuara vigente hasta que la vean sin vida. Con esta noticia ¿Será posible celebrar este matrimonio en plena paz? Y si se llega a concretar el matrimonio ¿Será posible que puedan experimentar la plenitud de su pacto de amor? La respuesta es un rotundo NO. ¿Qué debería hacer el novio? Buscar castigar, condenar y encerrar a esos rufianes. Esto es lo que vemos en nuestro texto. Dios no sería bueno ni una fortaleza si permite que los enemigos de Su pueblo continúen con su asedio. Si Judá debe salvarse es necesario destruir al enemigo que los acecha. Dios no garantiza una verdadera salvación a Su iglesia si no juzga de forma definitiva a sus enemigos. No es posible celebrar las bodas del Cordero si algo o alguien amenaza la vida de la novia. La salvación estaría inconclusa si Dios no nos libra de nuestros enemigos. Nosotros oramos en el Padre Nuestro: “Líbranos del mal” (Mt.6:13). Eso no solo incluye el mal que aún vive dentro nuestro, también el mal exterior que amenaza a Su pueblo. No podemos orar pidiendo nuestra liberación del mal si no anhelamos su destrucción: “El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo” (1 Jn.3:8). Si no existe este anhelo, somos como un paciente enfermo de cáncer que ruega ayuda a su doctor, pero sin que dejar que extraiga el cáncer. La preservación del pueblo de Dios implica que sus enemigos desaparezcan.

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1.Celebra la destrucción de los malos (vv.8,10)

El sermón de la semana pasada concluyo con el profundo y bello contenido del v.7: Bueno es el SEÑOR, una fortaleza en el día de la angustia, y conoce a los que en Él se refugian”. El v.8 nos muestra un giro, una inflexión en la narrativa del texto. Al estudiar las Escrituras nos encontramos con maravillosos peros” (Sal.130:4; Ef.2:4). Sin embargo, el pero” que nos presenta el v.8 es de una terrible expectación: “Pero con inundación desbordante pondrá fin a Nínive”. La inundación que se describe nos recuerda el juicio del mundo a través del diluvio. La causa de esa catástrofe fue que: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra (Gn.6:5). De la misma forma, la maldad de los asirios había llegado a su colmo y al igual que en el diluvio el Señor ha decretado su juicio definitivo. Jesús nos advierte que estos eventos nos deben mantener alertas: “Porque como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mt.24:37). Debemos prestar una diligente atención a esta advertencia, y como lo hizo Noé y su familia hacer de Dios nuestro refugio, nuestra arca. Las advertencias que el Señor nos hace son una señal de Su misericordia: es un llamado constante a estar a cuentas con él. Son un “megáfono de gracia llamándonos a reconciliarnos con Dios”. Por el contrario, la ausencia de ellas se traducen en el peor terror posible: juicio irrevocable.

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Dios ha decretado castigo yperseguirá a sus enemigos en las tinieblas” (v.8). En el Antiguo Testamento, la luz es un símbolo que representa la presencia y bendición de Dios: “El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal.27:1). En contraste, la oscuridad simboliza el juicio del Señor. Por ejemplo, Dios envió la plaga de las tinieblas a Egipto, eran tales, que las tinieblas “podían palparse” (Ex.10:21). Jesús nos enseña que los hombres aman las tinieblas en lugar de la luz (Jn.3:19), que es Cristo y Su evangelio, porque sus obras son malas. Dios persigue a sus enemigos en la oscuridad como consecuencia de su pecado. Ellos se resguardan en ellas pensando que ahí serán inalcanzables para Dios y que pueden maquinar contra él. Como un cazador que debe acechar a su presa en la oscuridad, Dios no tiene obstáculos para vengarse de sus adversarios en su propia madriguera. Estos hombres han escogido las tinieblas, las aman y morirán en ellas. No quisieron la luz, por lo que no disfrutaran más de ella. Dios los separara para siempre de Su presencia arrojándolos en las tinieblas de afuera (Mt.8:12); donde será el lloro y el crujir de dientes.

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Jesús, el Dios encarnado, vino a este mundo, a la madriguera de Sus enemigos y logro Su victoria en debilidad. Derroto a Satanás, al pecado y a la muerte por medio de Su sacrificio en la Cruz y Su resurrección: “despojo a los poderes y autoridades (de las tinieblas), hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos” (Col. 2:15). Ahora, es cierto que los poderes y autoridades de maldad no han sido despojados de poder en el sentido absoluto, aún actúan en este mundo. Entonces ¿En qué sentido Cristo los despojó? Él quito, anulo y clavó en la Cruz el documento de la deuda por nuestros pecados que nos era adverso (Col.2:14) con la cual, los poderes de las tinieblas nos acusaban. Por su obra, el diablo y su reino quedaron sin argumentos. El acusador queda sin pruebas en nuestra contra. Estos poderes aún pueden hacernos daño, pero en última instancia, aquel cuya vida ha hecho de Dios Su refugio, está escondido en Cristo, está fuera del alcance de los poderes de las tinieblas. Dios (Padre) nos libró del reino de las tinieblas y nos trasladó al reino de Su Hijo (Col.1:13). Cristo logró la victoria que ninguno de nosotros podíamos lograr. Y lo que hace más glorioso su triunfo es que nosotros también podemos vencer la oposición de nuestros enemigos: vencieron por medio de la sangre del Cordero (Ap.12:10). El aguijón del pecado ya no tiene más dominio sobre nosotros. Podemos vencer al pecado, al mundo y la muerte, no porque seamos colosales guerreros, todo lo contrario. Somos frágiles, pequeños y necesitados de refugio. Nuestra victoria tiene un fundamento no meritorio: nuestra fe (1 Jn.5:4). Nuestro triunfo se basa justamente en las palabras de Jesús: “Confíen (tengan fe) yo he vencido al mundo” (Jn.16:33).

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Los malos son caracterizados como “espinos enmarañados”. Este símbolo nos muestra el firme e intenso deseo de dañar y causar dolor por parte de estas personas. Los espinos nos recuerdan la maldición de Dios sobre la tierra como consecuencia del pecado de Adán. En otras palabras, los que conspiran contra el Señor caerán bajo la maldición de Dios. La palabra “enmarañado” significa “enredado”, como si estas personas fueran incapaces de liberarse de las consecuencias de su propio pecado. Y es que el pecado, cualquiera este sea: una relación indebida, un vicio o un mal carácter; se transforman en grilletes y cadenas que nos aprisionan. El pecado es una trampa, un engaño que nos ofrece señuelos que aparentemente nos satisfacen, pero nos vacían más y nos complican más. A los enemigos de Dios se les señala como “ebrios con su bebida”. Otra metáfora para describir los efectos del pecado: aturde la mente, enloquece y deshumaniza. Esto muestra la vida soberbia que los pecadores llevan. Los asirios se vanagloriaban de no tener amenazas en su vida, se consideraban a sí mismos como orgullosos guerreros invencibles y vivían llenos de glotonería, jolgorio y borracheras. Este estado de ebriedad señala la abrumadora sed que los enemigos de Dios tienen por la sangre de los santos. La gran ramera de Apocalipsis se describe como: “una mujer ebria sedienta de la sangre de los santos” (Ap.17:6). El efecto embriagador del vino de Asiria o Babilonia busca eliminar todo deseo de resistir su influencia destructiva. Ciega a la gente a la propia inseguridad que este mundo nos ofrece y a Dios como la única fuente real de refugio. Es como si los vacunaran de su necesidad de un Señor y Salvador se vuelven insensibles al temor del juicio venidero. Esa inmoralidad debe acabar. Nahúm promete que: serán consumidos como paja totalmente seca” (v.10) y esto debe ser celebrado.

2.Celebra la destrucción del consejero perverso (vv.9, 11-13)

En el v.9 Nahúm nos enseña que los enemigos de Dios y de su pueblo comenten el loco y necio acto de tramar contra él. ¿Quiénes son estos? El Sal.2 los describe como todos aquellos que con sus vidas exclaman: ¡Rompamos sus cadenas y echemos de nosotros sus cuerdas! (Sal.2:3). Es decir, son hombres y mujeres que consideran el reinado y la autoridad de Dios como lazos que los esclavizan. Cuando es al contrario. Es el pecado el que nos esclaviza y es Dios que nos libera. Pero la cárcel del pecado es tan profunda en sus corazones que ellos quieren autodeterminarse y dirigir sus propias vidas. Para la cerviz sin la gracia, el yugo de Cristo es intolerable, pero para el pecador salvado por gracia es fácil y ligero. Debemos examinarnos a nosotros mismos en esto: ¿Amamos este yugo o procuramos echarlo lejos de nosotros?

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Los que traman contra Dios y Su pueblo no tienen problemas con las demás religiones, con Mahoma o Buda, sino con Jesucristo, porque recibir Su evangelio es reconocer y aceptar Su Señorío. Y esto lo tienen en común el economista antiético, el drogadicto, el biólogo que promueve la evolución, las prostitutas, el activista marxista, los gobiernos y organizaciones que promueven el aborto y la eutanasia; y todos aquellos que han roto relaciones con el Dios verdadero. Estas personas traman contra Dios, sin saber que han planificado su propio fracaso. Dios no puede ser burlado, es Omnisciente y ningún plan subversivo le toma por sorpresa. Dios frustrará sus planes y caerán por sus propias fosas, como fue el caso de Amán (Est.7:10). Notemos el caso del rey David, quien corrió el peligro de perder tanto su corona como su vida cuando Absalón su hijo rebelde quiso hacer un golpe de Estado. Ahitofel, un experto en consejería, traicionó a David y aconsejó bien a Absalón diciéndole que debía atacar rápidamente a David y sus seguidores. Sorprendentemente y soberanamente, Absalón preguntó a Husai, otro consejero de menos confianza, quien propuso un plan distinto: posponer el ataque. Absalón siguió este consejo, fue derrotado y murió. ¿Dónde estaba Dios en todo esto? Decretando todas las cosas, guardando su pacto: el SEÑOR había ordenado que se frustrara el buen consejo de Ahitofel para que el SEÑOR trajera calamidad sobre Absalón (2 Sam.17:14). Esto comprueba que: “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Rom.8:28).

El v.11 nos dice: De ti ha salido el que ha tramado el mal contra el SEÑOR, un consejero perverso”. Desde las filas de los enemigos de Dios vendrán consejeros perversos a desalentarnos y amenazarnos. Trataran de tergiversar el testimonio del Señor y hacernos dudar de Su gracia y sus promesas. Miremos el ejemplo de Senaquerib y Ezequías. El rey Senaquerib mando emisarios a decirle lo siguiente a Ezequías, rey de Judá: "No te engañe tu Dios en quien tú confías, diciendo: Jerusalén no será entregada en mano del rey de Asiria. He aquí, tú has oído lo que los reyes de Asiria han hecho a todas las naciones, destruyéndolas por completo, ¿y serás tú librado? ¿Acaso los libraron los dioses de las naciones que mis padres destruyeron, es decir, Gozán, Harán, Resef y a los hijos de Edén que estaban en Telasar?” (2 Re.19:10-12). Al escuchar tan perverso consejo, el rey Ezequías oró al Señor apelando a Su Honor y la vindicación de Su buen nombre: “Inclina, oh SEÑOR, tu oído y escucha; abre, oh SEÑOR, tus ojos y mira; escucha las palabras que Senaquerib ha enviado para injuriar al Dios vivo. En verdad, oh SEÑOR, los reyes de Asiria han asolado las naciones y sus tierras, y han echado sus dioses al fuego, porque no eran dioses, sino obra de manos de hombre, de madera y piedra; por eso los han destruido. Y ahora, oh SEÑOR, Dios nuestro, líbranos, te ruego, de su mano para que todos los reinos de la tierra sepan que sólo tú, oh SEÑOR, eres Dios. (2 Re.19:16-19). ¿Cuál fue la respuesta del Señor? Y aconteció que aquella misma noche salió el ángel del SEÑOR e hirió a ciento ochenta y cinco mil en el campamento de los asirios; cuando los demás se levantaron por la mañana, he aquí, todos eran cadáveres. Senaquerib, rey de Asiria, partió y regresó a su tierra , y habitó en Nínive. Y sucedió que mientras él adoraba en la casa de su dios Nisroc, Adramelec y Sarezer lo mataron a espada (2 Re.19:35-37).

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Senaquerib confiaba en el poder de su fuerza, en sus caballos, en sus propios dioses. Pero el Dios que tiene a las nubes por el polvo de sus pies salió a su encuentro y Su ángel extermino a su ejército. ¿No es la misma soberbia que vemos en el libro de Nahúm? El imperio asirio está en su mejor momento: “están con todo su vigor y son muchos” (v.12). Sin embargo, el Señor dice: “Aun así serán cortados y desaparecerán” (v.12). Aunque son muchos, en el lenguaje del profeta, para Dios son como un solo hombre, para él no son una amenaza, él es la amenaza y su sepulturero: “Yo prepararé tu tumba, porque eres vil” (v.14). La bestia descrita en Apocalipsis también ser exhibe como inexpugnable: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? (Ap.13:4) Pero será derribada y sepultada. Ese es el destino ineludible para aquellos que tramen contra el Señor y Su pueblo y eso debe ser celebrado. Pero la pregunta para ti es ¿Dios es tu Padre o tu sepulturero?

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3.Celebra la destrucción de la idolatría (v.14)

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Al final de la Segunda Guerra Mundial Alemania estaba destruida y la máquina nazi fue desmantelada. Se condenó a una cultura totalmente atea, deshumanizante e idolatra. Unos pocos grupos minoritarios muy pequeños tratan de mantener vivo el sueño nazi. Pero se puede concluir que esa forma de vida quedo destruida. La cultura se ha definido como “un sistema integrado de creencias, valores, costumbres e instituciones… que vinculan a toda una sociedad, le dan identidad, dignidad, seguridad y continuidad[1]. En algunas naciones llega un momento en que el mal ha crecido tanto que ésta forma parte de su cultura y el juicio es inevitable. Este era el caso de Asiria. Uno de sus reyes Asurbanipal, dejo grabada en piedra su maldad: “Yo construí una columna contra la puerta de su ciudad, y desollé a los jefes de la revuelta, y cubrí la columna con su piel; emparedé a algunos dentro de la columna, empalé a otros con estacas sobre ella, y clavé a otros en maderos alrededor de ella; desollé a muchos dentro de las fronteras de mi propia tierra, y esparcí su piel sobre los muros; y corté las extremidades de los oficiales de alto rango, de los oficiales reales que se habían rebelado”.

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Tales atrocidades no se remiten solamente a los tiempos antiguos. Tenemos el holocausto en la segunda guerra mundial, los campos de trabajo de la URSS estalinista y los campos de exterminio de Camboya. Debemos estar en guardia ante el hecho de que nuestra propia nación y cultura se vuelvan cada vez más idolatras y merecedoras del juicio de Dios. Tristemente, nos estamos enfrentando a una ola brutal de injusticia, crimen y deshumanización. ¿Cómo reaccionar ante esto? ¿Cómo lo hicieron los hijos del trueno, Jacobo y Juan, que querían mandar fuego del cielo y que todos sean consumidos? Pues no. Se nos manda a transformar nuestra cultura con la luz y la verdad del Evangelio. A respetar y orar por nuestros líderes. Y en la medida que tengamos oportunidad de hacerlo recordarles su rol dado por Dios: castigar al malo. Debemos vencer al mal con el bien. Podemos dar a conocer los valores del evangelio por todos los medios posibles, escribir cartas a nuestros gobernantes y buscar oportunidades de exponer la razón de nuestra esperanza. Debemos vivir: “Sin adaptarnos a este mundo, sino ser transformados en nuestra mente por medio de la Palabra de Dios, para conocer su voluntad la cual es: buena, agradable y perfecta” (Rom.12.2)

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Dios promete destruir toda la cultura idolátrica: El SEÑOR ha dado una orden en cuanto a ti: No se perpetuará más tu nombre. De la casa de tus dioses arrancaré los ídolos y las imágenes de fundición” (v.14). La idolatría es algo que irrita a Dios (Dt.32:21), pues pretenden quitarle la gloria debida a Su nombre. Y solo su nombre debe prevalecer. Dios podía eliminar a los asirios, pero también debía quitar del corazón de Su pueblo los ídolos de Asiria. Cada vez que Israel adoraba a los ídolos de una nación, esa nación terminaba oprimiéndolos. La idolatría conduce a la esclavitud y viceversa. Podríamos pensar que cuando una nación esclavizaba a Israel, ellos odiarían a sus dioses, pero no era así. Israel fue oprimido por diferentes pueblos, pero a pesar de su dolor y miseria siguieron adorando los mismos dioses que los defraudaron y los metieron en problemas. Nuestros corazones muchas veces nos aseguran que cuando un ídolo nos lleva a la esclavitud entonces necesitamos más de ese ídolo. Creemos que nuestro problema no es la adoración a un dios falso, sino que no adoramos a ese ídolo lo suficiente y nuestros pecados se vuelven más degradantes. Todas aquellas cosas en las cuales colocamos nuestra fe y esperanza en lugar de Dios se convierten en poderes que nos dominan. Y exigen más dependencia y adoración, pues el juicio por la idolatría es más idolatría, y por ende más esclavitud. El Señor destruyó la idolatría de Asiria por amor a nosotros. Pues si los hijos de Judá se casaban con una hija de un “dios extraño”, como dice Mal.2:11, entonces la venida del Mesías estaría en peligro. Porque los hijos de aquella mezcla serían incapaces de participar de la adoración, de aprender la ley con eficacia y transmitirla a la siguiente generación; por lo tanto, el cumplimiento del pacto estaría en peligro. Eliminar a Asiria, era eliminar sus ídolos, porque eran realidades gemelas.

Si Dios eliminara a nuestros enemigos, pero no a los ídolos seguiríamos siendo esclavos. Dios promete destruir la idolatría de este mundo, pero ese proceso de destrucción ya está sucediendo en nuestra vida. Él destruye nuestra idolatría, pero sin destruirnos a nosotros. No somos objetos de Su ira, sino de su disciplina redentora. Y en Su gracia él nos dijo: Os rociaré con agua limpia y quedaréis limpios; de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos os limpiaré (Ez.36:25). Cristo nos salva, venimos a él tal cual somos, pero sin dejarnos en la misma o en una peor condición. Él se ha comprometido a librarnos de nuestros peores pecados. Él nos limpiará de todos nuestros ídolos sean de oro o piedra, de nuestros amores impuros, de nuestro excesivo amor por aquello que es bueno y puro, pero que amamos más que a Dios. Todo aquello que hallamos convertido en un “dios” será arrancado de nosotros. Dios en su juicio destruirá no solo las malas cosas de este mundo, sino también el mal uso de las cosas buenas. La limpieza es una bendición del nuevo pacto y este debe ser nuestro anhelo: ¡Lávame más y más de mi maldad¡ (Sal.51:2). En el Cielo no tendremos la capacidad de convertir a la gente o a las cosas en ídolos, pues toda nuestra actividad será adoración, pues no habrá más ídolos ni un corazón idolatra. Esto debe ser motivo de toda nuestra celebración.

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4.Celebra tus fiestas (vv.12-13; 15)

El Señor promete a Judá: Aunque te haya afligido, no te afligiré más. Y ahora, quebraré su yugo de sobre ti, y romperé tus coyundas” (vv.12-13). El tiempo de la disciplina del pueblo de Dios había terminado, al menos, desde las manos de los asirios. Éstos fueron el báculo de su ira. El Señor los uso para que Judá nuevamente volviera al pacto y se hiciera dependiente de Su Señor. Dios está en control de las naciones y él las usa para el beneficio de Su pueblo, para que seamos pulidos en la cantera de este mundo y nos presentemos ante Cristo sin mancha. El Señor rompería el yugo de esclavitud de Asiria para siempre.

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La esclavitud universal que este mundo sufre no viene específicamente de un pueblo, sino del pecado, quien tiene el régimen más cruel y sanguinario sobre este mundo. Así como en el Éxodo, esa liberación requirió de un Cordero pascual, pero no un animal, sino de un Siervo sin pecado que quitaría el pecado. Cristo se presentó como el libertador definitivo de Su pueblo: “El Espíritu del Señor está sobre mí..… me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos …. poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año favorable del Señor” (Is. 61:2). Jesús no “puso en libertad” a prisioneros de guerra, sino a aquellos que se encuentran en la esclavitud del pecado y bajo la culpa de Satanás. Jesús pagó el precio de nuestra libertad por medio de Su sacrificio en la Cruz: “él nos liberó del pecado, haciéndonos siervos de la justicia” (Rom.6:18). Muchos consideran que la libertad es vivir en democracia. Pero Cristo no vino primeramente a promover una paz terrenal, sino que vino a servir y a dar Su vida por muchos (Mr.10:45). Su propósito principal fue, es y seguirá siendo liberar a las personas de la esclavitud del pecado y de todas sus terribles consecuencias.

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Esta libertad no es un fin en sí misma. Cuando Dios libero a Israel de Egipto fue con un claro propósito. Dios le dijo a Faraón: “Deja ir a mi pueblo para que me adore” (Ex.19:3).Y ese patrón nuevamente aparece en el libro de Nahúm: “He aquí sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz. Celebra tus fiestas (v.15). Este evangelio de Nahúm trajo la buena noticia de la paz para Judá. Y esta paz, es mucho más que el cese de hostilidades o el exterminio de los enemigos. Es un término que implica plenitud, tiene relación a algo entero, pleno o completo. Este shalom es volver a la plenitud de la relación con Dios en el huerto, donde el hombre caminaba y disfrutaba de Dios y de todo lo creado en total adoración. Esa paz que Dios creó libre de amenazas es en donde Judá debía celebrar sus fiestas. Las obras de Dios, Su paz y Su libertad deben ser celebradas, agradecidas y admiradas.

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Nahúm deja claro a Judá el motivo de la fiesta: “Porque nunca más volverá a pasar por ti el malvado; ha sido exterminado por completo” (v.15). ¿Te imaginas una noticia así para un pueblo que durante décadas fue asediada por un hostil y vil enemigo? Y más aún, el texto promete que NO surgirá dos veces la angustia (v.9). Los asirios eran los espinos de Israel, una y otra vez aparecían acechando al pueblo del pacto. Pero Dios los talaría definitivamente. Eso es el Evangelio. Que Dios envió al mundo a Su Hijo a morir por una novia manchada en pecado, pero él por Su sangre la limpio y la libró de todas sus angustias. Este novio se encargó de aquellos que amenazaban Su boda con aquella que él amo desde el principio de los tiempos. Esto es digno de alabanza: “Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos” (Ap.16:7). Esta fiesta no surge de un espíritu egoísta de venganza, sino de una esperanza cumplida de que Dios ha defendido el honor de Su justo nombre al no dejar el pecado sin castigo; y mostrar que Su pueblo ha estado en lo correcto todo el tiempo al esperar la venida de Su Señor. Los Santos no se regocijan porque hayan “ganado” a expensas de otros, sino porque Dios ha sido vindicado.

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Aquellos que han tenido cáncer cada cierto tiempo deben confirmar que el cáncer está en remisión. Y cuando van al doctor van con temor de que la enfermedad haya rebrotado. El cáncer de los enemigos de Dios, en su día de venganza, estará en completa remisión. Nunca más esparcirá sus síntomas pecaminosos en la nueva tierra: Así será derribada con violencia Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada (Ap.18:21).

El texto dice: “Celebra tus fiestas” (v.15). ¿Esta fiesta es tuya? ¿Eres parte del pueblo que ha vencido? El día del Señor es la festividad continua del nuevo pacto, es nuestra fiesta del alma. Hoy recordamos lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo: tremolamos la bandera de la victoria de Cristo sobre el pecado, Satanás el mundo y la muerte”. Y así como los judíos del tiempo de Nahúm, vislumbramos por medio de la fe nuestra futura redención final, y celebramos, aún si nuestros enemigos son muchos y tengan todo su vigor. Dios los sepultara. Estas promesas se viven por fe y no por vista.

En medio de la fiesta: “cumple tus votos” (v.15). En la fe salvadora, la unión con Cristo y Su pueblo tienen prioridad por sobre todo vínculo y compromiso. Con cada amén que hoy has dado, con tus oraciones, con tu escucha activa de la Palabra, con tu adoración, con la participación en la Cena has venido a mantener, reforzar y renovar tus votos ante el Señor. Y él quiere que Su novia mantenga sus votos frescos. Hoy puedes decirle al Señor: “Te amo, Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, Y seré salvo de mis enemigos” (Sal.18:1-3). El Señor quiere que permanentemente confirmemos nuestro amor por él, no porque lo necesite, sino porque lo merece. Porque esta obediencia practica demuestra la realidad de nuestra adoración. Y donde este nuestra obediencia estará lealtad y nuestro amor.

Concluyamos leyendo 1 Co.5:7-8:Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”

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  1. Gordon Bridger, Abdías, Nahúm y Sofonías: La bondad y la severidad de Dios, trad. Loida Viegas, 1a edición, Comentario Antiguo Testamento Andamio (Barcelona; Grand Rapids, MI: Andamio; Libros Desafío, 2015), 153–154.