Por Álex Figueroa

 

Texto base: Jn. 2:13-25.

El mensaje anterior vimos cómo el Señor Jesucristo se iba dando a conocer de manera gradual, y asiste a una boda con su madre y sus discípulos.

En ese contexto cotidiano, manifestó su gloria y su poder convirtiendo el agua en vino, lo que hizo que sus discípulos reafirmaran su fe en Él. Este milagro, el primero del que se tiene registro, fue en respuesta a la fe sencilla de María, su madre, quien confió en Él para enfrentar un problema urgente que surgió en la celebración de la boda.

Lo anterior nos llena de esperanza, ya que nos habla de un Salvador poderoso que se preocupa de nuestras necesidades, que nos cuida y tiene compasión de nuestros problemas, que vino realmente a habitar entre nosotros, a ser uno de nosotros, a vivir el día a día, y desde allí lograr nuestra redención. Él no sólo se preocupa de los asuntos elevados o que puedan considerarse superespirituales, sino que su gracia se manifiesta en la vida cotidiana.

Aprendimos del ejemplo de la fe sencilla de María, sabiendo que nosotros también debemos poder decir: “Señor, que se haga todo lo que tú digas”.

Este pasaje del que hablamos en el mensaje anterior está en un contraste marcado con el que debemos tratar hoy. En la boda, un ámbito no religioso, bastante cotidiano y podríamos decir trivial, Jesús manifiesta su favor a los novios, es compasivo y obra para el bien de ellos. Pero en el contexto religioso y aparentemente espiritual, donde está todo el sistema de adoración, de ceremonias y rituales, Jesús muestra su enojo e indignación porque su culto estaba siendo profano e inmundo, lleno de pecado y de corrupción.

     I.        Adoración corrompida

El templo era un lugar santo, que Dios había designado para tener comunión con su pueblo, en el que manifestaba su presencia gloriosa, y en el que se ofrecían los sacrificios y holocaustos y se presentaban las ofrendas, para el perdón de los pecados del pueblo. Era, por tanto, un lugar que se debía tratar con la mayor reverencia y solemnidad, ya que allí se encontraba la presencia gloriosa del mismo Dios.

Ya en el Antiguo Testamento se hablaba de la gloria del templo, y de cómo debía ser considerado:

los llevaré a mi monte santo; ¡los llenaré de alegría en mi casa de oración! Aceptaré los holocaustos y sacrificios que ofrezcan sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” Is. 56:7.

Durante la fiesta de la Pascua, se ofrecían muchos animales en sacrificio. En el libro de Números encontramos una descripción de lo que debía hacerse: “Presentarás al Señor una ofrenda por fuego, un holocausto que consistirá en dos novillos, un carnero y siete corderos de un año. Asegúrate de que los animales no tengan defecto. 20 Con cada novillo presentarás una ofrenda de seis kilos y medio de flor de harina mezclada con aceite; con el carnero, cuatro kilos y medio; 21 y con cada uno de los siete corderos, dos kilos. 22 También incluirás un macho cabrío como sacrificio expiatorio para hacer propiciación en tu favor” (Nm. 28:19-22).

Entonces, cuando llegaba la Pascua, era claro que se requería de bastantes animales, pensando que era una fiesta nacional. Pero esto había dado lugar a una práctica corrompida en el pueblo.

Imaginemos a Jesús llegando a este patio del templo, llamado “patio de los gentiles”, porque allí podían adorar quienes no eran judíos de sangre. Debe haber estado lleno de animales, con los olores de sus cuerpos y de sus excrementos, lleno de gritos de los vendedores y de los compradores, algo así como lo que para nosotros es una feria, además del balido y el mujido de los animales; lleno de agitación y con un tumulto de gente agolpada, concentrada en la compra y la venta de los animales. Esta parte del templo se había convertido en algo así como un corral de ganado.

Pero detengámonos un momento. ¿Acaso no había una razón para que ellos estuvieran ahí vendiendo los animales? ¿Acaso no era más conveniente eso a que todos los adoradores tuvieran que viajar largas distancias con sus animales, o que perdieran tiempo comprándolos en otros lugares? Claro que era conveniente, y que incluso era muy práctico.

El problema no era ese, sino que esa venta estaba llena de intenciones corrompidas y codiciosas, aumentando la ganancia de sacerdotes y comerciantes, que se obtenían abusando de la gente. Además, habían perdido de vista la finalidad de todo lo que estaban haciendo, que era adorar al Señor, por tanto debían hacer todo para su gloria, y eso estaba lejos de ocurrir.

Así, quienes subían a adorar podían llevar sus animales si querían, pero eso era sólo en teoría, ya que el sistema se había corrompido. Los jueces y los sacerdotes a cargo del sistema de sacrificios seguramente les encontrarían defectos a esos animales, que iban a impedir que fueran ocupados en el sacrificio (ya que los animales debían ser sin defecto). Esto era para obligarlos a comprar a esos vendedores del templo, ya que había corrupción y colusión.

Entonces, para evitarse problemas y rechazos, los asistentes preferían comprar allí, pero se encontraban obviamente con precios exorbitantes, ya que había colusión, lo que les permitía abusar de la gente que venía a adorar.

Además estaban los cambistas, que eran similares a lo que hoy son las casas de cambio. En el templo sólo se aceptaba la moneda judía para la ofrenda, así que si venían judíos desde regiones extranjeras con monedas de esos lugares, debían cambiarlas con ellos, quienes por supuesto cobraban una parte por esa operación de cambio de moneda, lo que también se prestaba para muchos abusos.

Entonces, resumiendo, notemos algo: estos comerciantes se encontraban en el templo, y estaba de alguna manera participando en los ritos y ceremonias, proveyendo los animales que iban a ser sacrificados. Además, tenían conocimiento de cómo se debían hacer los sacrificios, lo mismo que los sacerdotes. Ellos conocían la Palabra de Dios. Pero a pesar de estar físicamente en el templo, y de conocer la Palabra de Dios, su corazón estaba corrompido, todo lo que estaban haciendo estaba contaminado por su codicia y su afán de ganancias deshonestas.

Aquí corroboramos algo que ya sabemos: podemos estar físicamente junto al pueblo de Dios, incluso servir, hacer cosas relacionas con la adoración, incluso tener un alto conocimiento, pero tener un corazón totalmente mundano, dominado por el pecado, lleno de tinieblas.

A pesar de que los fariseos y sacerdotes se jactaban de su aparente piedad, y de su estricto celo legalista, este episodio demuestra que la acusación de Jesús era cierta: ellos colaban el mosquito pero dejaban pasar el camello, o sea, se preocupaban de ser muy rigurosos y minuciosos en aquello que es insignificante, pero a la vez dejaban pasar los aspectos más importantes, más profundos de la adoración, que demuestran finalmente si es genuina o no.

Mientras se preocupaban de cuántas millas podía caminar una persona en día de reposo, o si podía preparar guiso en ese día, o de la forma en que debían diezmar el comino; habían perdido totalmente de vista la gloria de Dios, la solemnidad y la reverencia que le debían en su casa, y la necesidad de santidad en la adoración del pueblo de Dios. Todo este sistema de culto y ceremonias estaba corrompido hasta la médula.

El lugar que había sido construido para adorar al Señor, era el sitio que ellos habían escogido para hacerse ricos a expensas de las personas que iban a rendir culto a Dios. Esto implicaba haber perdido completamente el temor de Dios, ver la adoración simplemente como algo mecánico, sin corazón, sin vida. Simplemente ritos que se repiten uno tras otro, que son vanos, vacíos, sin importancia. Estaban viendo la adoración y los sacrificios simplemente como actos humanos sin trascendencia, que no tenían ninguna consecuencia eterna o espiritual.

Por eso J. C. Ryle, comentando este pasaje, afirmó: “El hombre que trae consigo sus asuntos mundanos mientras profesa estar adorando, está haciendo lo que es evidentemente más ofensivo para Cristo”.

Esto nos debe llevar a meditar: ¿Por qué estamos aquí hoy? ¿Por qué hemos venido las veces que hemos venido? Nuestro corazón debe estar conmovido con el Evangelio de Cristo, maravillado con su gloria, postrado ante su Verdad perfecta, completamente volcado a adorarlo y darle gloria. De otra manera, estamos mal dispuestos. Y esta no es una invitación a irse, o a no volver más, sino a volvernos al Señor con todo nuestro corazón, ya que es muy fácil corromper nuestra adoración al Señor con nuestra maldad, de hecho no tenemos que esforzarnos nada para que esto se produzca.

Entonces, roguemos al Señor a cada momento que nos mantenga completamente enfocados en su gloria, en la majestad de Cristo, y profundamente conmovidos por su Palabra, por la buena noticia de lo que Cristo hizo en nuestro favor.

   II.        La indignación de Cristo

Ahora, ante este escenario, ¿Cuál fue la reacción de Cristo? Fue de profunda indignación (vv. 15-16). Y las razones principales ya fueron expuestas, en resumen, porque el lugar destinado para dar gloria y adorar al Señor, se estaba ocupando como un mercado corrupto que enriquecía a los codiciosos líderes religiosos.

¿Qué opina Dios sobre la adoración que se ha corrompido? Jesús es Dios hecho hombre, es la Palabra de Dios que se hizo uno de nosotros y habitó en medio nuestro. Si alguna vez hemos tenido una manifestación concreta y personal de la opinión de Dios sobre la adoración corrompida, es esta. Jesús, Señor y Dios, Creador de todo, volcando las mesas con ira y profunda indignación, ya que la Casa de su Padre, que también era su Casa, se había convertido en una casa de comercio y cueva de ladrones.

Recordemos que Cristo es “… la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, 16 porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. 17 Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente... 19 Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud” (Col. 1:15-17, 19).

Este Señor de todas las cosas, visita el templo en el que debía rendírsele adoración y gloria, y en lugar de eso se le estaba deshonrando con la inmundicia más inaceptable. Aquellos que debían dirigir el culto, estaban entregados a satisfacer sus deseos perversos, y pensaban que quizá Dios no se daría cuenta, pensaban que en la propia casa de Dios podían engañarlo, esconder sus intenciones. Eran como los impíos que se describen en el Salmo 10, que decían: “Dios se ha olvidado. Se cubre el rostro. Nunca ve nada” (v. 11). ¡PERO IGNORABAN QUE EL SEÑOR DE TODO ESTABA ALLÍ, EN MEDIO DE ELLOS!

Y Cristo no duda en hacer valer su derecho como el Unigénito Hijo de Dios, viene a reivindicar el nombre de su Padre en su Casa, que había sido tomada por ladrones, codiciosos y corruptos; y lo hace de una manera en que no deja ninguna duda: está indignado, lleno de enojo por lo que ve.

El Señor no es neutral, a Él no le da lo mismo lo que hagamos, y está especialmente interesado en cómo lo adoramos. Este es un tema muy delicado, en el que debemos prestar mucha atención y poner todo de nuestra parte para ser fieles en cómo le rendimos culto. Es un asunto de vida o muerte:

… adoremos a Dios como a él le agrada, con temor reverente, 29 porque nuestro «Dios es fuego consumidor»” He. 12:28-29.

La reacción de Cristo fue tal, que sus discípulos vieron en ella el cumplimiento de una profecía. Recordaron que está escrito: “El celo por tu casa me consumirá”. Esto es una cita del Salmo 69, que dice en su v. 9: “El celo por tu casa me consume; sobre mí han recaído los insultos de tus detractores”. El celo de Cristo no era de la boca para afuera, sino que consumía todo su Ser. Toda su Santa Persona estaba indignada, porque el nombre del Señor, su gloria, estaba siendo deshonrada y pisoteada.

Hoy muchos se engañan, y creen en un Jesús relajado y cursi, que probablemente ante esta situación no se habría hecho problemas, o habría tolerado lo que estaba viendo para así no incomodar a las personas. Creen que el Señor es como ellos, sin convicciones, sin amor por la verdad. Pero el Señor no es neutral, Él está personalmente involucrado con la verdad porque Él mismo es la verdad, está completamente interesado en su gloria, en la obediencia y la fidelidad de su pueblo. Ya lo hemos dicho otras veces, muchos ante una situación así pensarían: “para qué ser tan grave”. Pero lo que importa no es tu opinión, no es si a ti o a otra persona le parece grave o no. LO QUE IMPORTA ES SI AL SEÑOR LE PARECE GRAVE, Y ÉL LE DA TODA LA GRAVEDAD AL ASUNTO.

Hasta aquí alguien puede estar de acuerdo y decir: “amén, me parece bien que el Dios hecho hombre haya actuado así, Él debía hacerlo porque era Dios”. Pero recordemos que Jesús también es hombre completo, el hombre perfecto. Es quien nos marca la senda que debemos seguir, es nuestro Maestro, quien nos dice cómo debemos ser y actuar. Cuando nos preguntemos ¿Qué haría Cristo en mi lugar?, consideremos que hacer un azote de cuerdas y volcar las mesas también es una opción, cuando corresponda hacerlo.

Entonces, toda persona en quien habita el Espíritu Santo, toda persona que tenga la mente de Cristo, que haya sido regenerada, hecha una nueva criatura, nacida de nuevo, debe tener la misma indignación que Cristo ante la adoración corrompida, debe tener el mismo celo por la Casa de Dios. No puede soportar que la adoración a Dios se deforme, que la casa de Dios se transforme en algo corrupto, en algo inclinado a satisfacer los intereses de los hombres.

Si el Maestro se indignó, ¿Puede el discípulo mirar hacia otro lado? Si el Señor se airó contra tal corrupción insolente, ¿Puede el siervo hacer como si nada pasara? Si el Señor estimó que lo correcto era alzar la voz con fuerza y denunciar el pecado, ¿Puede el cristiano guardar silencio y pactar la paz, allí donde debería luchar por la verdad? Si Cristo creyó necesario azotar las cuerdas y volcar las mesas, ¿Podemos nosotros arrojar pétalos de flores?

No rebajemos la Verdad eterna de Dios, como si fuera una simple convicción personal. La Verdad de Dios no es una más de tus opiniones, no es una simple creencia interna que puedes ceder o renunciar. Ella va más allá de ti, es Eterna, no la puedes transar ni renunciar porque no es tuya, y si haces tal cosa, lo único que logras es condenarte a ti mismo y ponerte en el lado de los rebeldes. La Verdad es Cristo mismo. Asegurémonos de honrarla, y de actuar conforme a ella.

  III.        El verdadero templo

Tratemos de volver al escenario de lo que ocurrió. Jesús vio toda este paisaje repugnante, y el texto dice que “echó fuera del templo a todos” (v. 15). Pensemos, eran muchos cambistas y vendedores, además estaban los sacerdotes, las autoridades, los guardias del templo, y las personas que venían a adorar. Jesús expulsó a los corruptos y su mercancía, y regó las monedas de los cambistas, pero pareciera que nadie se le opuso, a pesar de que podrían haberlo reducido fácilmente. Nadie parece siquiera haber levantado la voz.

Aquí, entonces, no fue simplemente un humano denunciando y confrontando. Fue el mismo Dios hecho hombre actuando, su autoridad resultó incuestionable, sus Palabras parecieron estar encendidas como flechas ardiendo, nadie pudo oponerse ni quedar en pie, todos debieron salir. Cristo actuó como lo que era: el Señor y dueño de ese templo, y nadie pudo resistir su autoridad.

Tal fue la autoridad que demostró el Señor, tal fue la fuerza de sus Palabras y de sus señales en ese entonces, que muchos en Jerusalén comenzaron a creer en Él, nos dice el texto más adelante (vv. 23-25). Sin embargo, aun así muchos de ellos no eran verdaderos discípulos. Quizá se entusiasmaron al ver que Cristo confrontaba al liderazgo corrupto que abusaba de ellos, y se sintieron identificados con ese discurso viéndolo como algo simplemente político o social. Pero el mismo texto nos dice que el Señor no se fiaba de ellos, porque podía ver su corazón, podía ver lo que ocurría en lo más íntimo de sus pensamientos, y sabía que su fe en Él no era genuina.

Una vez más esto nos debe llevar a examinar nuestras motivaciones. No podemos engañar al Señor, no podemos burlar a ese ojo Santo que todo lo ve y todo lo conoce. J. C. Ryle dijo: "El cristiano falso se esconde del ojo del Salvador que todo lo ve. Pero el cristiano verdadero quiere que el ojo del Señor esté sobre él mañana, tarde y noche. No tiene nada que esconder". Que el Señor nos ayude a depender de su gracia y refugiarnos en su misericordia, para seguir verdaderamente a Cristo el Salvador.

Pero luego de esta reacción tan enérgica y decidida de Cristo, en donde nadie le hizo frente, pareciera que los judíos despertaron como de un sueño, y le hicieron la pregunta obvia: ¿Qué autoridad tenía Él para hacer esto?

No se dieron cuenta que estaban hablando con el mismo Señor del templo, a quien debían adorar. Sus ojos estaban tan ciegos, tan llenos de la oscuridad del pecado, que no pudieron reconocerlo. Ellos eran expertos en la Escritura, pero no pudieron reconocer que se estaba cumpliendo Mal. 3:1-3:

De pronto vendrá a su templo el Señor a quien ustedes buscan; vendrá el mensajero del pacto, en quien ustedes se complacen.» 2 Pero ¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando él aparezca? Porque será como fuego de fundidor o lejía de lavandero. 3 Se sentará como fundidor y purificador de plata; purificará a los levitas y los refinará como se refinan el oro y la plata”.

En una de sus primeras apariciones públicas, y en su primera visita al templo físico, el Señor cumple esta profecía y deja en claro que viene a purificar el templo, a revelar más bien el verdadero templo, a purificar el culto y la adoración, porque Él es el Señor del templo, y Él es el verdadero templo.

Esto es lo que el Señor respondió a los judíos (vv. 19-22). El templo físico, con todas sus ceremonias, ritos y sacrificios, era sólo una sombra de lo que había de venir, era temporal y estaba pronto a ser destruido.

En palabras simples, el templo es aquel lugar donde el Señor habita, donde manifiesta su presencia, donde tiene comunión con su pueblo. Todo esto se cumple de manera suprema en Cristo, Dios hecho hombre que habitó entre nosotros. Recordemos que la Escritura dice: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Entonces, el templo era simplemente una sombra de la realidad que se manifestó en Cristo. No era ni eterno ni definitivo, pero Cristo sí lo es.

Entonces, Él les respondió que ellos destruirían ese templo verdadero, pero Cristo mismo se levantaría en 3 días, anunciando así su resurrección. Increíblemente, nadie comprendió esas palabras, ni siquiera sus discípulos, hasta que todo estuvo cumplido. Pero junto con levantarse de entre los muertos, el establecería un nuevo templo con un nuevo culto, con una adoración en espíritu y en verdad: la Iglesia.

Por eso el Señor decía “les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, se Lo enviaré. 8 Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:7-8). Mientras Él estaba en la tierra, Él fue el verdadero templo, en Él habitaba toda la plenitud de Dios, y Él vivía en medio nuestro. Pero Él debía ascender, volver al Padre, y cuando eso ocurriera, volvería a nosotros pero en el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo. Antes Él estaba con nosotros, pero ahora, una vez que ya descendió el Espíritu Santo, Él vive en nosotros.

Así entendemos que el Señor Jesús, hablando del Espíritu Santo, dijo que el mundo “no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes. 18 No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes. 19 Dentro de poco el mundo ya no me verá más, pero ustedes sí me verán. Y porque yo vivo, también ustedes vivirán” (Jn. 14:17-19).

Esa era, entonces, la autoridad con la que Cristo actuó. Él era el Señor del templo, y era el verdadero templo, y debía ser honrado como tal, pero los judíos a quienes Él vino, no lo recibieron ni le dieron gloria.

Conclusión

Notemos la misericordia de Cristo. No los consumió por su rebelión, como pudo haberlo hecho. Él les reveló la verdad, junto con este azote de cuerdas y esta reacción indignada, estaba revelando lo que Él haría, estaba revelando el Evangelio, la salvación de los hombres a través de su muerte y resurrección.

Por lo tanto, Jesús con esta acción estaba purificando el templo, pero con esto estaba revelando realmente cuál era el verdadero templo, es decir, Él mismo, y el que se construiría sobre Él. Todo el sistema del antiguo pacto, que los judíos habían corrompido, era una sombra que estaba destinada a desaparecer. Ese viejo sistema que simplemente anunciaba lo que había de venir, ya estaba evidenciando que no daba para más, todo eso sería renovado en Cristo.

El mismo Cristo, junto con levantarse de entre los muertos, levantaría adoradores en espíritu y en verdad no solo de los judíos, sino de toda tribu, pueblo, lengua y nación; haría de ellos una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, y viviría en ellos a través del Espíritu Santo. Levantaría, entonces, un templo viviente.

Y aquí es donde debemos pararnos a meditar en esto tan maravilloso. SOMOS EL TEMPLO DE DIOS, SOMOS SU PUEBLO, SOMOS SU CASA, recordemos que el Apóstol Pablo dice que la casa de Dios “es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad” (1 Ti. 3:15). Somos parte de esta realidad gloriosa que había sido anunciada desde el Antiguo Testamento, pero que se cumplió en Cristo. Si hoy confesamos su nombre, si hoy estamos aquí alabándolo y dándole gloria, es porque Cristo, ese templo verdadero, fue destruido, le dieron muerte, pero Él se levantó de los muertos al tercer día y ahora vive hasta que todos sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies. Él nos levantó, Él nos está edificando como su templo santo, Él nos escogió para habitar en nosotros y revelar su gloria al mundo.

Y recordemos que esto se refleja en lo individual y en lo congregacional. En otras palabras, la Iglesia como un todo es el templo de Dios, pero nosotros como creyentes individuales, somos también templo de Dios; como dice el Apóstol Pablo a los Corintios: “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Co. 3:16).

¿Cuánto cuidado debemos tener, entonces? ¿Cuánto empeño debemos poner en reflejar esa gloria y rendir adoración en obediencia, amor y fidelidad a su nombre? Si quienes profanaron el que era el templo temporal y que era una sombra enfrentaron la indignación de Cristo, el Señor del templo, ¿Cuánto más la enfrentaremos nosotros, si con nuestros pensamientos o actos profanamos la verdadera Casa de Dios?

Piensa en estas cosas, considerando que tú eres templo de Dios, y que la congregación también lo es. ¿Qué podemos decir de nuestros días? ¿En qué se ha convertido la Casa de Dios? Muchos han convertido a la Iglesia en una casa de mercado, como los predicadores de la prosperidad. Otros la han convertido en un parque de diversiones, preocupándose de entretener a la gente antes que de adorar al Señor. Otros la han convertido en un centro de terapia y realización personal, preocupados sólo de las necesidades de las personas, de levantar su autoestima y de ayudarlos a superar sus traumas personales. Otros la han convertido en un gran dormitorio, donde todos están durmiendo espiritualmente, donde parecieran estar en estado de coma, donde no hay vida espiritual, sino un letargo, una rutina, y simplemente se marca el paso, nadie parece amar realmente a Dios. Otros la han convertido en una fábrica de producción en serie, donde lo único que se ve son actividades tras actividades, donde todos se desgastan, las familias se destruyen y se olvida que se trata de adorar al Señor. Aún otros la han convertido en una biblioteca, donde lo único que importa es devorar libros y crecer en conocimiento intelectual, sin vida verdadera en sus corazones. Incluso otros la han convertido en un vertedero al que van a lanzar las bolsas de basura de sus culpas, donde simplemente se van a descargar o a cumplir con un impuesto el domingo, y en la semana son personas totalmente distintas, que viven para sí mismas. También hay quienes la han convertido en una especie de cine, donde cada domingo simplemente van a ver una función, van a recibir un servicio, pero ellos no sirven a nadie ni se preocupan de integrarse. Simplemente escuchan y se van.

Lo increíble es que Jesús dice que su Casa “será llamada casa de oración”, ¡Y lo que menos vemos hoy en día es interés en la oración!

Si dependiera de ti, ¿En qué se convertiría la Casa de Dios? El Señor dijo a los cambistas y vendedores, “¡Saquen esto de aquí!”. ¿Qué te diría a ti? ¿Tienes algo que sacar de la Casa de Dios, que no pertenece aquí? ¿Tu comodidad, tu autosatisfacción, tu afán de ser reconocido, tu pereza, tu codicia, tu ego, tu indiferencia, tu negligencia, tu falta de amor, tu mundanalidad?

No te vayas igual que siempre de vuelta a casa. Medita en estas cosas, recuerda que tú personalmente, y que como congregación, somos templo de Dios, somos Casa de Dios, y Cristo es el Señor de esta Casa. DESPERTEMOS DEL SUEÑO, ESTA ES LA CASA DE DIOS. Que podamos servirlo y adorarlo como a Él le agrada, que podamos maravillarnos del Evangelio y ser llenos de ese Espíritu de Cristo, que esta Casa pueda ser llamada Casa de oración, que estemos llenos de la gloria de Dios y de amor a Cristo. Amén.