Cof: Un Dios que está cerca (Salmo 119:145-152)
Serie: Salmo 119 - Refugiados en su Palabra
Domingo 20 de octubre de 2024
Introducción
Dentro del mundo evangélico es posible escuchar todo tipo de discusiones respecto a doctrinas. Doctrinas fáciles y difíciles de comprender, doctrinas completamente bíblicas y otras enseñanzas llenas de herejía. Pero creo que la oración es, probablemente, una de las doctrinas más difíciles de la fe cristiana, y no me refiero a comprender la doctrina, sino que ha practicarla.
De toda la gente que usted conoce que se identifica como evangélico, será casi seguro que nadie estaría en desacuerdo en que la oración es un ejercicio fundamental para la vida cristiana. Nadie se atrevería a afirmar que la oración es algo secundario. Pero, sin embargo, en la realidad, a pesar de que todos dicen que la oración es tan esencial ¿Qué tan constantes son nuestras oraciones? ¿Creemos sinceramente que orar tiene valor? El teólogo R.C. Sproul dijo: “Si Cristo pudiera quejarse, diría: «Mi novia nunca me habla»”.
El día de hoy revisaremos un pasaje que nos muestra que Dios está cerca del clamor de su pueblo a través de su Palabra. Recorreremos el Salmo 119:145-152 a través de 3 enunciados: Clamor y compromiso con la Palabra, Esperanza que nace de la Palabra y Un Dios cercano a través de su Palabra.
En nuestra primera sección encontramos dos ideas que se repiten: primero, un constante clamor por salvación (v145: “He clamado con todo mi corazón”, v146: “A Ti clamé”, v147: “Me anticipo al alba y clamo”) y como segunda idea, vemos un compromiso con guardar la Palabra de Dios (v145: “Guardaré Tus estatutos”; v146: “guardaré Tus testimonios”; v147: “En Tus palabras espero”; v148: “Mis ojos se anticipan a las vigilias de la noche, Para meditar en Tu palabra.”).
Dios le ha dado a su pueblo medios de gracia. Los medios de gracia son instrumentos que podemos utilizar a través de los cuales Dios dispensa de su gracia de forma especial a través de su Espíritu Santo, de modo nuestro crecimiento en la gracia de Cristo será proporcional a nuestro uso de esos medios que Dios nos ha dado. En estos primeros versículos vemos dos medios de gracia: la oración y la meditación en la Palabra.
Hebreos 4:14-16 nos dice: “Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna”.
En la Biblia no solo encontramos una invitación a acercarnos al trono de la gracia para recibir ayuda oportuna, sino que también un mandato. Esto nos dice dos cosas: en primer lugar, necesitamos ayuda, no podemos solos y por eso Dios ha establecido un medio a través del cual podemos clamar pidiendo ayuda y Dios está comprometido con responder a ese clamor y, en segundo lugar, ese compromiso de Dios con nuestro clamor es seguro porque tenemos un sumo sacerdote que interviene por nosotros: Jesucristo el Justo, nuestro abogado ante el Padre.
De este modo, el clamor constante es un fruto de un corazón regenerado, que ha sido alcanzado por la gracia salvadora de Dios. Es decir, somos salvados por gracia por medio de la fe al creer en la perfecta obra de Cristo en nuestro favor (Efesios 2:8), pero esa fe no es algo que nosotros podamos provocar, no procede de nosotros, sino que es un don, es un regalo de Dios. Pero siendo salvados no somos trasladados al paraíso, sino que continuamos en este mundo (Efesios 2:9), para hacer buenas obras, para crecer en santidad. Pero ese crecimiento no será algo que ocurra de forma espontánea, sino que los medios de gracia están ahí precisamente para hacer realidad ese crecimiento. Un cristiano que no está orando, es un cristiano que no está creciendo.
Los que hemos creído en Cristo podemos clamar como hijos: “¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). Y notemos que este clamor es una evidencia de que somos hijos de Dios, y que la obra de Espíritu está en nosotros. En el Salmo 34:17 vemos la seguridad de este clamor: “Claman los justos, y el Señor los oye y los libra de todas sus angustias”. El clamor del que ha sido justificado por la fe en Cristo, no es un simple grito desesperado, sino que es también una prueba de fe, sabiendo que es Dios quien le escucha y responde. Nuestro clamor a Dios es una respuesta a la salvación que hemos recibido.
De igual modo, el deseo de meditar en las Escrituras es evidencia de un corazón transformado por la gracia de Dios. El hombre natural, aquel que no ha sido regenerado, no busca a Dios ni tiene placer en Su ley (Romanos 3:11: “No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios”). Sin embargo, el creyente regenerado encuentra deleite en la Palabra de Dios y medita en ella de día y de noche. El Salmo 119:97 afirma: “¡Cuánto amo Tu ley! Todo el día es ella mi meditación”.
Ahora, el meditar en la Palabra de Dios jamás se presenta solo como un ejercicio intelectual; sino que es un acto de comunión y rendición delante de Dios. El Salmo 119:11 reconoce: “En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti”. La correcta intención que debemos tener al acercarnos a la Palabra es diciendo: “Señor, enséñame tus caminos. Creo en ti y en tu Palabra”, v147: “En tus palabras espero”. El meditar en la Palabra es la única forma de obedecer a Dios, porque no podemos obedecer lo que no conocemos.
Cuando somos salvados somos puestos en el camino de la fe. Y para andar en este camino necesitamos la oración y la meditación en la Palabra. Dios nos ha llamado a vivir en una relación profunda con Él, y quien no tome estas herramientas en serio nunca podrá decir que tiene una relación fructífera con Dios.
Como hemos estudiado anteriormente, una vez que hemos sido salvados, continuamos viviendo bajo este mundo de pecado, pero hemos recibimos medios de gracia, de modo que estamos equipados con las herramientas necesarias para continuar creciendo hasta llegar a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 4:13).
En Génesis 3:15 vemos que existe en este mundo una guerra entre dos linajes: El linaje de la mujer y el linaje de la serpiente; el pueblo de Dios y aquellos que rechazan el gobierno de Dios.
Salmo 119:150 retrata esto: “Se me acercan los que siguen la maldad; Lejos están de Tu ley”. Esto nos enseña una verdad: Los creyentes enfrentan una oposición que proviene de aquellos que rechazan la Palabra de. Existe una enemistad entre el reino de Dios y el reino de las tinieblas. Los que están en rebelión contra Dios buscan oprimir a quienes están bajo Su pacto, tal como Caín persiguió a Abel, tal como el reino de Israel fue oprimido por las naciones que le rodeaban, tal como los profetas y discípulos de Cristo fueron perseguidos y asesinados, y tal como nuestro Jesucristo, el Rey del reino de los cielos, fue injuriado, menospreciado y clavado injustamente en una cruz.
El hombre natural se encuentra en un estado de depravación total, todas sus obras están manchadas por el pecado y se rebela contra el gobierno de Dios. Romanos 3:10-12 nos recuerda: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, No hay ni siquiera uno”.
Esta oposición a todo el ser de Dios se traslada a aquellos que reflejan su carácter: su pueblo, los que han creído en Cristo. Jesús mismo advirtió en Juan 15:18-19: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a Mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo, sino que Yo los escogí de entre el mundo, por eso el mundo los odia”.
Los incrédulos están en contra de los creyentes porque ya no somos del mundo y representamos una amenaza a su sistema de valores. De esta forma, el rechazo hacia los cristianos que nos presenta las Escrituras siempre es un reflejo del rechazo a Dios y a su Palabra, y nunca tiene que ver con el rechazo que alguien pudiera tener a nosotros por nuestro propio pecado.
Mientras más comprometidos estemos con el reino de Dios, mayor será rechazo del mundo en nuestra contra, y como revisábamos el domingo pasado, difícilmente seremos rechazados por este mundo si estamos poco comprometidos con la verdad de Dios.
Podemos estar seguros no porque no existan enemigos, sino porque Dios ha prometido sostenernos, Él está personalmente comprometido con nuestro cuidado. Mientras los impíos están lejos de Dios y de su Ley, los creyentes nos encontramos cerca de Dios y su Palabra, y su presencia nos sostiene a través de la persecución.
El Salmo 119:50 dice: “Este es mi consuelo en la aflicción: Que Tu palabra me ha vivificado”. Las promesas de la Palabra de Dios son más fuertes que cualquier enemigo, porque descansan en el poder del Todopoderoso. La Palabra de Dios es una fuente de vida y restauración, incluso en medio de la aflicción. Si hemos sido salvados, entonces también hemos sido adoptados como hijos de Dios. Romanos 8:17: “Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él”.
Junto con el salmista, solo nos queda ser conscientes de nuestra debilidad frente a los enemigos y clamar pidiendo ser vivificados. Nuestro Dios es el que "da esfuerzo al cansado, y el que multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas”. Isaías 40:30-31: “Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”.
Esta vivificación que enseña la Palabra es por una parte una promesa de renovación espiritual para cada día, pero también es una promesa de vida eterna. La Palabra de Dios no solo nos sustenta mientras estamos en este mundo, sino que también nos sustentará en el día del juicio delante del gran trono blanco.
En Juan 10:27-28 vemos a Cristo diciendo: “Mis ovejas oyen Mi voz; Yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de Mi mano”. El “oír la voz del Buen Pastor y seguirle” es el “guardar la Ley de Dios” del Salmo 119, y mientras estamos bajo los cuidados del Buen Pastor podemos tener seguridad de que tendremos vida eterna y que ningún enemigo nos arrebatará de su mano, porque Él lo ha prometido. Es Cristo quien te conoce íntimamente, es quien tiene cuidado de tu necesidad, es Él quien te asegura que ningún animal salvaje te despedazará en el camino. Él conoce a cada una de sus ovejas por su nombre.
Salmo 119:152: “Desde hace tiempo he sabido de Tus testimonios, que para siempre los has fundado”. La Palabra de Dios es eterna, ha sido establecida por Dios y permanecerá inamovible. Las Escrituras no son un conjunto de “buenas ideas útiles que todo hombre debería conocer”, la Palabra de Dios no es “una verdad”, la Palabra de Dios es la única verdad.
Esta verdad no necesita estar revisándose y actualizándose para tener relevancia en nuestra vida, la Biblia siempre es relevante. El Salmo 119:89 nos dice nuevamente: “Para siempre, oh SEÑOR, Tu palabra está firme en los cielos”, como una especie de bandera, es la Verdad de Dios que flamea de generación en generación. La revelación de Dios es inmutable y confiable para todas las generaciones, no cambia y podemos confiar en ella.
Vemos como este mundo intenta relativizar y acomodar la verdad, pero Dios ha hablado, y no hay ningún argumento que pueda prevalecer frente a un “así dice el Señor”. Isaías 40:8: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. Todo en la creación puede cambiar, pero la Palabra de Dios nunca cambiará.
En este salmo, el hecho de que la Palabra de Dios permanezca para siempre se presenta como una garantía en contra de nuestros adversarios. Aunque muchas veces puede parecer que los malvados se acercan a toda prisa contra nosotros, Dios está cerca de aquellos que claman a Él, y Dios es cercano a todos aquellos que guardan sus mandamientos.
En el Salmo 145:18 leemos: “El Señor está cerca de todos los que lo invocan, De todos los que lo invocan en verdad”. Esta cercanía de Dios no está limitada a nuestras circunstancias. En el Salmo 3 encontramos una especie de paralelismo de lo que describe nuestra porción del Salmo 119- Salmo 3:1-4: “¡Oh Señor, cómo se han multiplicado mis adversarios! Muchos se levantan contra mí. Muchos dicen de mí: «Para él no hay salvación en Dios». Pero Tú, oh Señor, eres escudo en derredor mío, Mi gloria, y el que levanta mi cabeza. Con mi voz clamé al Señor, Y Él me respondió desde Su santo monte”.
El clamor de los hijos de Dios es poderoso cuando descansa en las promesas que Dios ha hecho a través de su Palabra. Si Él ha prometido ser mi escudo y salvación, puedo clamar con toda confianza pidiendo su protección el día de hoy y sabré que esa será una oración que tendrá respuesta.
Muchas veces nuestras oraciones son egocéntricas, centradas en lo que creemos que necesitamos para vivir mejor, nuestras oraciones no son muy diferentes a las oraciones que describe Santiago 4:3: “Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres”.
Una vez más encontramos en Cristo el ejemplo perfecto de quien vivió en completa dependencia de Dios y la Palabra. Durante su ministerio terrenal, si usted lee los evangelios verá como Jesús clamó constantemente al Padre en oración, y descansó completamente en la voluntad de Dios. En Lucas 5:16, vemos que él “se apartaba a lugares desiertos, y oraba”. En el momento de mayor tormento, en Getsemaní, Jesús clamó con fervor al Padre.
Jesús, en el sermón del monte (Mateo 6), les enseñó a sus discípulos a orar: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”, “no me dejes caer en tentación”. Luego, en Mateo 26:38-39 leemos: “Entonces les dijo: «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quédense aquí y velen junto a Mí». Y adelantándose un poco, cayó sobre Su rostro, orando y diciendo: «Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras»”.
Esta es la oración que Dios no rechaza: “Señor, quiero ser fiel a ti, ayúdame a vivir tu Palabra”, “no permitas que mis pies tropiecen, líbrame del mal”, “ayúdame a amarte más”, “muéstrame más a Cristo”. Y aunque vemos estos ejemplos, en donde se nos enseña y manda a orar, a meditar en la Palabra, muchas veces somos débiles y torpes tratando de ser disciplinados en nuestra vida espiritual. Con frecuencia nos encontramos luchando por ser constantes, y sentimos que Dios está decepcionado de nosotros, que pareciera que solo le estamos haciendo perder el tiempo.
Si usted buscó en su Biblia Mateo 26, lea conmigo Mateo 26:40: “Entonces vino Jesús a los discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: «¿Conque no pudieron velar una hora junto a Mí?”. Este es Jesús hablando con los que luego serían los grandes apóstoles de la Iglesia.
Si tu vida espiritual ha sido mediocre hasta hoy y crees que no tienes esperanza, reconoce como es que Dios está comprometido con tu santificación. Hebreos 13:5-6: “Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé», de manera que decimos confiadamente: «El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Que podrá hacerme el hombre?»”.
Cuando la Escritura dice: “El Señor es el que me ayuda”, significa que Él se ha identificado como nuestro Ayudador, si Él no se avergüenza de llamarse así, no te avergüences tú de pedirle ayuda cada día.
¿Crees que necesitas ser sostenido hoy? Quizás incluso estás dudando de tu salvación, pero ¿Quieres crecer en santidad? Los incrédulos no son los que claman a Dios pidiendo crecer en santidad. Si te has arrepentido de tus pecados y has creído en Cristo, ten la certeza que tienes un Dios cercano, y hay un gran trono de gracia que está a un clamor de distancia para que recibas la ayuda que necesitas para obedecer y agradar al Dios que un día te tomó por soldado.
Romanos 8:31-32: “Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?”.
Amén.