Por Álex Figueroa F.
Texto base: Ap. 17
Recordemos ante todo que, como ya hemos dicho en las predicaciones anteriores, el libro de Apocalipsis narra la consumación de todas las cosas desde distintas perspectivas, a las que hemos llamado “ciclos”. En este libro, entonces, se presentan varios ciclos en los que se nos narra lo que ha ocurrido y seguirá ocurriendo desde la ascensión de Cristo hasta su segunda venida. Estos ciclos, entonces, nos dan distintas perspectivas de los acontecimientos finales (que se vienen produciendo desde la ascensión de Cristo) que van aumentando en su intensidad, hasta llegar a la consumación de todo.
Hagamos un muy breve recuento:
Hace un tiempo predicamos del 4° ciclo del libro de Apocalipsis, que algunos titulan “La mujer, el dragón y las bestias”. En él vimos cómo satanás tiene terribles planes respecto de Cristo y la Iglesia, pero sólo pudo encontrar frustración una y otra vez al tratar de cumplirlos.
Vimos que fue expulsado del Cielo por la victoria de Cristo, y que ahora, sabiendo que cuenta con poco tiempo, desarrolla su obra de engaño y destrucción en la tierra, dirigiéndose contra la Iglesia. Para ello cuenta con sus ayudantes, la bestia y el falso profeta, y gobierna a los incrédulos a través de ellos, estableciendo su dominio del mal. Decíamos que este misterio de la iniquidad ya está en marcha, y que hoy podemos ver sus distintivos, pero irá creciendo en intensidad hasta una gran apostasía, y un gobierno idólatra y blasfemo que gobernará sobre todas las tribus, naciones, pueblos y lenguas; pero que será destruido por el establecimiento del Reino de Cristo.
El Señor, a través de sus ángeles, hacía un fuerte llamado al arrepentimiento, exponiendo las terribles consecuencias de seguir a la bestia y recibir su marca; y exhortando a los que tienen la fe de Jesús y guardan sus mandamientos a permanecer firmes en la esperanza que han recibido, teniendo en cuenta el horrible fin que espera a los incrédulos, y sabiendo que por la obra de Cristo ya son victoriosos.
Luego veíamos cómo el juicio de Dios finalmente se ejecuta en el cap. 14, lo que se ejemplifica con dos cosechas: primero una cosecha de trigo, que nos habla de la venida de Cristo a buscar a su pueblo, para llevarlo a las moradas que Él ya preparó de antemano. Hablábamos de lo glorioso de este momento, en que el dolor y el pecado ya no serían más, y en que por fin seríamos transformados completamente a su imagen.
La segunda cosecha, que es la vendimia de uvas, se refiere al juicio final sobre los rebeldes a la voluntad del Señor, que rechazaron creer en Cristo y seguirle como discípulos. Esto se describía con la terrible imagen de un lagar, en el que se derramaría la ira de Dios pura, sin diluir, sobre los incrédulos.
Luego hablamos de un 5° ciclo, el de las copas de la ira de Dios. El cap. 15 menciona a los 7 ángeles que desatarán las 7 últimas plagas, mientras que el cap. 16 nos relata cuáles son esas plagas y cómo serán derramadas sobre el mundo. Una vez más, vemos que este ciclo concluye con una clara referencia al juicio de Dios sobre los incrédulos. En el libro de Apocalipsis, como decíamos, estos ciclos han ido creciendo en intensidad, cada vez hasta que todo llega a un punto de consumación.
El Señor volvió a mostrarnos en este 5° ciclo que su pueblo está a salvo, que tiene la paz y la alegría de los vencedores, que entonan un cántico triunfal y que se encuentran delante del Trono del Señor, demostrando con claridad y certeza que la ira de Dios no tocará a sus hijos. Aunque sufran persecución, despojos, menosprecio y muerte, la victoria final ya ha sido asegurada por Cristo.
Pero sobre los incrédulos se derrama la ira pura y sin diluir de Dios, con lo que el Señor nos muestra su carácter justo y santo. Él no puede tolerar el mal, ningún pecado quedará sin castigo. O lo pagó Cristo en favor de su pueblo, o lo pagará el impío personalmente por toda la eternidad. Es el Señor quien preside el juicio sobre el mundo, y es Él quien ha determinado un día que está en su sola potestad, en el que juzgará al mundo con justicia por medio de Jesucristo.
Hoy, entonces, iniciamos el 6° ciclo en el que el Señor nos relata su juicio sobre Babilonia, la gran ciudad, que terminará en su destrucción. Como ha ocurrido con los otros ciclos, vemos que están enlazados unos con otros, ya que este nuevo ciclo comienza con la mención de uno de los 7 ángeles que tenían las 7 copas. Este ciclo es una especie de detalle de lo que ocurrió con la 7ª copa, que tuvo como consecuencia la destrucción de Babilonia (16:17-21). En este capítulo 17 y en el 18, entonces, Apocalipsis hace una especie de zoom o primer plano al juicio y la destrucción de la gran ciudad.
De esta forma, como los ciclos están enlazados y los elementos se van repitiendo pero con otros énfasis y enfoques, debemos tener en cuenta lo que hemos hablado en las anteriores predicaciones: como recordarán quienes han estado atentos, no es primera vez que hablamos de Babilonia la grande, que es lo mismo que decir la gran ciudad. La bestia vuelve a aparecer, y se vuelven a mencionar sus 7 cabezas y 10 cuernos.
Hoy veremos cómo el Señor sentencia a esta gran ciudad, y está en control de todos los acontecimientos que tienen que ver con ella, aunque esta Babilonia sirva a satanás y se identifique con sus propósitos, el Señor la juzgó y la sentenció, y tuerce esos propósitos para que se ajusten a los suyos. Vemos, entonces, cómo el Señor humilla al sistema de maldad humano-satánico, usa su propia lógica para destruirlo y trastorna sus planes, conspiraciones y propósitos perversos para cumplir sus promesas y lo que Él ya ha anunciado desde antiguo.
I. Babilonia, la gran ciudad
Como dijimos, no es primera vez que aparece Babilonia, es decir, la gran ciudad, en el libro de Apocalipsis. La vimos al hablar de los dos testigos de Apocalipsis 11, que dijimos que representaban a la Iglesia. Ese pasaje nos dice que la bestia que sube del abismo hizo guerra contra ellos y los venció, y que los cadáveres de estos 2 testigos estuvieron por 3 días y medio en la plaza de la grande ciudad. La gran ciudad, entonces, es el lugar en el que se dará muerte y se exhibirá el cadáver de la Iglesia, que dijimos que por muy breve tiempo será perseguida a tal punto que desaparecerá de la esfera pública, antes de que venga el fin.
Además, aparece en el cap. 14, cuando el Señor envió a 3 ángeles a hacer un urgente llamado al arrepentimiento, antes de que viniera la cosecha final. Vemos que el segundo de esos ángeles, anunció que había caído la Babilonia, la gran ciudad, porque hizo beber a las naciones el vino del furor de su fornicación. Aquí confirmamos que el Apocalipsis está compuesto de ciclos, ya que en el cap. 14 ya se anunció su caída como un hecho pasado, como algo que ya había ocurrido, pero aquí en este cap. 17 y el 18 se relata cómo ocurre esta caída.
Luego aparece en el cap. 16, como ya dijimos, luego de que se derramara la 7ª copa de la ira de Dios, siendo destruida junto con el mundo que está sujeto bajo corrupción.
Al comenzar este capítulo, el ángel explica a Juan que Babilonia, la gran ciudad, ha sido juzgada, ha sido sentenciada, pero antes de hablar de la ejecución de este castigo, el Señor describe a Babilonia.
¿Qué es entonces Babilonia, esta gran ciudad? Este pasaje nos entrega varios elementos:
Debemos tener en cuenta en primer lugar que Babilonia es un símbolo en el lenguaje profético. En libros como Isaías, Jeremías y Ezequiel se anuncian grandes juicios contra Babilonia, que representa la corrupción moral, espiritual y religiosa, y podríamos decir también política. Representa en gobierno humano corrupto, el poder humano, la perversión y la inmoralidad.
Babilonia es un sistema de maldad, una estructura de corrupción en el sentido moral y espiritual. El comentarista Simón Kistemaker nos dice que es el “símbolo de todo mal dirigido contra Dios”. Tengamos en cuenta que se le define como “LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA”. “Es la madre superiora de todos los que cometen prostitución espiritual al rendir culto a la bestia. Sus seguidores proclaman el evangelio del Anticristo mientras que ella recibe su adulación y loa. Es la fuente de todo lo malo que se dirige contra Dios: difamación, homicidio, inmoralidad, corrupción, vulgaridad, lenguaje obsceno y codicia… los enemigos de Dios pertenecen a la madre de las abominaciones y sufren las consecuencias”.
En otras palabras, es el “símbolo del espíritu de impiedad que en todo tiempo seduce a las personas para que se aparten de la adoración del creador” (Mounce).
Se le describe como la gran ramera, o la gran prostituta. Hay dos grandes pecados que caracterizan a una ramera: la fornicación, es decir, la inmundicia espiritual y moral; y la codicia que la lleva a vender su cuerpo a cambio de dinero, bienes o comodidades. Por supuesto, relacionados a la fornicación y la codicia hay un sinfín de otros pecados relacionados. Esto de entrada nos dice que se trata de una ciudad entregada al pecado, a la inmundicia, a la codicia. Es una ciudad donde reina la maldad.
La ramera es una mujer entregada a las relaciones sexuales ilícitas, a tal punto que es su característica principal. De hecho, al describirla, se dice que ha fornicado con los reyes de la tierra, y no solo eso, los moradores de la tierra (es decir, los incrédulos) se han embriagado con el vino de su fornicación.
Esta es una referencia al libro de Jeremías: “En la mano del Señor Babilonia era una copa de oro que embriagaba a toda la tierra. Las naciones bebieron de su vino y se enloquecieron” (51:7).
Aquí se mencionan dos pecados que pueden desquiciar a una persona, haciendo que se sumerja en ellos y pierda el juicio; que son la embriaguez y la fornicación. Por algo dice la Palabra de Dios: “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Os. 4:11).
Con esto se nos está diciendo que “las naciones del mundo están intoxicadas con su repudio de Dios y de su revelación y se han vuelto hacia el culto del poder que rige todas las esferas de la vida” (Kistemaker).
La rebelión y la soberbia en contra del Señor hacen perder la cabeza, quien vive de esta manera, lejos de Dios y sin oír su Palabra, está viviendo sumergida en necedad y locura espiritual. Por más que se haga asesorar por gente que se considere sabia, por gurúes espirituales, por personas que se hagan llamar guías espirituales, motivadores o cualquier cosa que se le parezca, están sumidos en necedad, en insensatez, en irracionalidad, y encausarán su vida hacia la ruina y la destrucción.
Esta prostituta, además, está llena de símbolos de riqueza y poder económico, ya que está vestida de púrpura y escarlata, que eran vestidos que sólo podían tener los ricos y poderosos, y además tenía joyas y adornos de oro. Este sistema humano rebelde a Dios, entonces, cuenta con poder económico, es rico, está lleno de los bienes de la tierra, pero está corrupto en su seno, está muerto y podrido espiritualmente, tanto que sus riquezas y joyas se envilecen por su inmundicia, como cuando dice que tiene en su mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación.
Este sistema humano-satánico rebelde a Dios, como es lógico y esperable, canaliza su odio a Dios persiguiendo a la Iglesia. Por eso dice este pasaje que está ebria de la sangre de los santos, de aquellos que dan testimonio de Jesús. Se trata entonces de un sistema político, espiritual, moral, religioso, económico e ideológico que surge de la humanidad corrupta y está dirigida por satanás; y que persigue a la Iglesia con furor porque odia al Dios de la Iglesia. Odia a Cristo, por tanto odiará también a su pueblo, y querrá hacerlo desaparecer.
Está sentada sobre muchas aguas, las que simbolizan pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas (v. 15). La gran ciudad, entonces, surge de la humanidad, de la muchedumbre del mundo, de los moradores de la tierra, que en Apocalipsis se refiere a quienes no han creído en Jesucristo, a quienes son rebeldes ante el Señor.
Recordemos que según el cap. 13, la bestia subió del mar (v. 1). Se refiere al mismo grupo de personas. La gran ciudad es el fruto, la obra suprema de esta muchedumbre de incrédulos, y a la vez gobierna sobre ellos, está sentada sobre ellos. Por eso la Palabra dice que gobierna sobre los reyes de la tierra.
Aquí debemos entender algo, porque la idea en nuestro tiempo es distinta a la del tiempo de Juan. En aquel tiempo, la idea principal cuando uno se refería al poder político de un pueblo, no era la idea de país o Estado, como hoy hablaríamos de Chile, Argentina, Francia o Rusia. En ese tiempo la idea equivalente a lo que nosotros pensamos cuando hablamos de país, es “ciudad”. Por eso se hablaba de Jerusalén, Atenas, Esparta, Roma, Cartago. Eran ciudades muy grandes y poderosas que nacían de un pueblo, de un grupo de personas del mismo origen. Además, para ellos era impensada la separación entre la religión y el poder político. Para ellos el pueblo, la ciudad, la religión y el gobierno eran un todo, en sus mentes estaba todo unido, era impensado pensar en estas cosas como categorías separadas.
Por eso el cristianismo fue un problema tan grande para Roma, porque se rompía la unidad pueblo-religión, ya que ellos permitían diversidad de cultos, pero siempre que se respetara el elemento de unidad, que era el culto al emperador. Como los cristianos se negaban a rendir culto a alguien que no fuera a Cristo, ellos rompían esa unidad. Lo mismo pasó cuando Sadrac, Mesac y Abednego se resistieron a rendir culto a la estatua de Nabucodonosor. Para los babilonios era impensado que algo rompiera con esta unidad, el pueblo debía tener un culto común.
Por eso, hermanos, cuando hablamos de Babilonia tenemos que pensar en una ciudadanía, como hoy hablamos de nacionalidad. Aquí el Señor nos está hablando de la ciudadanía, la nacionalidad de los rebeldes a su Palabra, la nacionalidad de quienes no han creído en Cristo. Más allá de que hablemos de ingleses, de mexicanos, de italianos o sudafricanos, todos los que no creen en Cristo pertenecen a Babilonia, son ciudadanos de esta gran ciudad, su nacionalidad es babilonios.
Esta ciudadanía contrasta con la de los cristianos. ¿Cuál es nuestra ciudad? La Nueva Jerusalén. Esa es nuestra nacionalidad, más allá de nuestro país terrenal, pertenecemos a la Nueva Jerusalén. Estas son las dos grandes ciudades que se muestran en Apocalipsis: Babilonia y la Nueva Jerusalén, y sus ciudadanos tienen destinos diametralmente opuestos. Babilonia es la ciudadanía mundana, terrenal, que nace del hombre, la que pertenece a este mundo corrupto y de maldad. La Nueva Jerusalén es la ciudadanía espiritual, que viene del Cielo, que nace de Dios, y a la que sólo se puede pertenecer por los méritos de Cristo. Podríamos decir que la única forma de ser ciudadanos de la Nueva Jerusalén es la nacionalidad por gracia.
Por algo el Apóstol Pablo dice: “la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros” (Gá. 4:26), y también afirma: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).
Este pasaje, entonces, nos confronta, nos lleva a preguntarnos cuál es nuestra ciudadanía, nuestra nacionalidad. ¿Somos de Babilonia o somos de la Nueva Jerusalén? Los babilonios llevan la marca de la bestia, la rebelión de corazón hacia Dios, la desobediencia, se caracterizan por vivir en pecado. Aunque parezcan moralmente decentes por fuera, sus corazones, sus mentes están entregadas a la maldad y la corrupción. Y aquí no hablamos necesariamente de estar pensando en algo relacionado con la lujuria, aunque por supuesto este pecado podría estar. Puede ser egoísmo, consumismo, embriaguez, codicia, mentira, desobediencia contra los padres, idolatría; en fin, se trata de una persona cuyo corazón no ha sido transformado por Dios y que por tanto se encuentra en tinieblas, entregada a su pecado, cualquiera sea éste.
Los de Jerusalén, aunque luchan con su propio pecado, han creído en Cristo y están siendo reformados por el Espíritu Santo y por la Palabra de Verdad que va actuando en ellos, para hacerlos conforme a la imagen de Cristo. Por tanto es clave que te preguntes en esta hora cuál es tu ciudadanía, cuál es tu nacionalidad. ¿Estás bebiendo de la copa de la gran ramera? ¿Te estás emborrachando con el vino de su inmundicia? ¿Estás viviendo en rebelión contra Dios y su Palabra? ¿O amas a Cristo y deseas vivir para Él, siendo hecho conforme a su imagen?
II. La bestia
La explicación del ángel se centra en la bestia, la que para nosotros ya es conocida pues ya hemos hablado de ella en otras ocasiones. Al hablar de Apocalipsis 13, ya vimos que la bestia es propiamente humana, es la expresión máxima de rebelión a Dios y de orgullo perverso. Es el hombre aliándose con satanás, es el producto de la obediencia de Adán y Eva a la serpiente, es el máximo exponente del pecado en el ser humano.
En el cap. 13 se la describe con apariencia muy similar a la del dragón del cap. 12 (12:3), que es satanás, y es que esta bestia, siendo humana, es un instrumento de satanás. Las siete cabezas representan un frente unido de autoridad que arremeten contra el Señor y su pueblo, y los 10 cuernos representan un poder pleno con el que actúa este reinado. Es satanás quien está detrás de esta bestia, ya que usa a los gobiernos humanos para llevar a cabo su plan. Estamos hablando de una fuerza imponente que no se debe menospreciar. El dragón usa a los poderes de este mundo para implementar su plan. Recordemos que satanás le da su poder, su trono y su autoridad.
Esta bestia exige la adoración de todo el mundo, y la recibe. Todos aquellos que no han creído en Cristo, adoran a esta bestia, que es el gobierno del maligno sobre los pueblos, naciones, tribus y lenguas.
¿En qué se diferencia Babilonia de la bestia? Babilonia es el sistema completo que surge del hombre corrupto, es la nacionalidad del impío, la ciudad del pecado, la estructura social, espiritual, política, religiosa y económica de la rebelión contra Dios. La bestia es el gobierno, el poder político y también religioso. En otras palabras, el incrédulo pertenece a la ciudad de Babilonia, y su rey es la bestia.
Una característica distintiva de este gobierno humano satánico es la blasfemia contra el Señor, la oposición a todo lo que tenga que ver con Cristo y su Palabra. Constantemente hablará insolencias contra el Señor y contra su pueblo, a los que odia y pretende destruir. Se le describe como bestia entre otras cosas porque perseguirá a la iglesia de manera violenta y sanguinaria.
Ahora, recordemos que la gran ramera está sentada sobre esta bestia escarlata, que tiene 7 cabezas y 10 cuernos. Las 7 cabezas son 7 montes. Recordemos que los montes simbolizan reinos, lo que nos dice que la bestia domina sobre imperios mundiales para dirigirlos en contra del Señor.
Por lo que vemos en el libro de Daniel, y considerando que aquí dice que 5 han caído, estos 5 imperios caídos son la antigua Babilonia, Asiria, la nueva Babilonia, Persia y Grecia. El 6° es Roma, que estaba en el poder en tiempos del Apóstol Juan. Aún falta por manifestarse el reinado de la bestia en su etapa final, entonces, ya que sabemos que se encuentra en marcha el misterio de la maldad, y que irá incrementando su intensidad hasta llegar al punto en que se manifieste completamente el gobierno humano-satánico de la bestia.
Por otra parte, cuando habla de los 10 reyes que todavía no reciben gobierno, habla una vez más en términos simbólicos como ya sabemos, y se refiere a las fuerzas anticristianas combinadas que en el futuro se dirigirán contra el Cordero. Estos reyes están unidos en una sola idea y propósito: honrar a la bestia y darle autoridad y dominio. El Anticristo controlará todo el mundo a través de todos los gobernantes, quienes se someterán voluntariamente a Él, y también someterán a sus pueblos.
Pero estos mismos reyes llevan la marca de la bestia, la rebelión, la desobediencia, la blasfemia, la insolencia. Su mismo egoísmo y corrupción los hacen desconocer el amor y el respeto. “La revolución se come a sus hijos”, reza el dicho, y en este caso aplica: los que hicieron una revolución contra Dios terminarán devorándose unos a otros, estos mismos reyes destruirán a Babilonia, la quemarán y devorarán sus carnes, dejándola desolada y desnuda. El egoísmo y la vanagloria que los llevó a alzarse contra Dios, los terminará haciendo destruir su propia ciudad que han levantado.
Aquí vale preguntarse: ¿Pones tus esperanzas en un gobierno humano, en lo que el hombre pueda hacer para alcanzar un mundo mejor? ¿Esperas que llegue ese presidente que lo cambiará todo, ese líder que nos llevará a un mejor mañana? ¿Crees que es el hombre el que tiene que tomar las riendas de su destino, ya que Dios no interviene en los asuntos de la tierra? Todos estos anhelos son propios de los adoradores de la bestia. Como dijimos en su oportunidad, ser adoradores de la bestia es mucho más cotidiano de lo que se cree. El adorador de la bestia puede ser estudiante universitario, una dueña de casa que lava los platos y ve telenovelas como cualquier otra. Puede ser un anciano que da de comer a las palomas sentado en una plaza, un kioskero, un Senador, un oficinista, un médico y un profesor. En sus corazones ya está la materia prima para adorar a la bestia: la rebelión contra Dios.
III. La victoria del Cordero
Pero detrás de todo el escenario que nos muestra este capítulo, se encuentra algo que los incrédulos se niegan a ver y reconocer, pero que al mismo tiempo es la esperanza y consuelo de los cristianos. Tras todo esto, está la soberanía y el gobierno de Dios.
Es Él quien desde un principio sentenció a Babilonia y anunció la destrucción de la bestia y sus seguidores. Él sabe desde un comienzo qué nombres están escritos en el libro de la vida, porque Él los conoció y los amó desde antes de la fundación del mundo, y por tanto sabía también quiénes serían aquellos que adorarían a la bestia, y pertenecerían a la ciudad de Babilonia.
Él también es quien puso en los corazones de los reyes el ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplieran las palabras que Él había anunciado desde un comienzo. Él es tan soberano, que los corazones de los malvados y de aquellos rebeldes a su Palabra no se escapan de su control. Si alguno de ellos escapara de su soberanía, podría frustrar sus planes, pero nadie puede detener la mano de Dios ni preguntarle “¿Qué haces?” (Dn. 4:35).
Todos los planes de la bestia, de sus reyes y reinos sometidos, de esta gran ciudad Babilonia, no son más que un mal chiste para el Señor, quien los hace añicos y los tuerce para cumplir sus propios propósitos:
“¿Por qué se sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos? 2 Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el y contra su ungido. 3 Y dicen: «¡Hagamos pedazos sus cadenas! ¡Librémonos de su yugo!» 4 El rey de los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos. 5 En su enojo los reprende, en su furor los intimida y dice: 6 «He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo monte»” Sal. 2:1-6.
Por eso hay un versículo en este pasaje que brilla con luz propia: “Ellos pelearán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque Él es Señor de señores y Rey de reyes, y los que están con El son llamados, escogidos y fieles” (v. 14). Es realmente ridículo que los reyes de la tierra pretendan pelear contra el Creador de todo y vencer, pero eso es lo que intentan. Desde luego, no hay otra posibilidad que una derrota aplastante. El Señor vence sobre ellos sin contemplaciones, y la respuesta también es obvia: porque él es Señor de señores y Rey de reyes.
Y hay un detalle conmovedor: no tendrían por qué estar allí, pero el Señor incluye a los suyos. Incluye a los que están con Él, que son los llamados, elegidos y fieles. Nuestro buen Dios nuevamente nos asegura la victoria, nos da un consuelo inquebrantable: Él vencerá. Cristo, una vez hecho su sacrificio que Él ha realizado una vez y para siempre, resucitó, subió a los cielos y ahora reina sentado a la diestra del Padre, esperando a que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies.
Lo que vemos aquí es una sinopsis de ese momento, que en ningún caso está en duda. El Señor vencerá por completo, y su garantía es esa cruz y esa tumba vacía. ¡Él resucitó, y vive para siempre! Nos ha concedido su victoria, nos regaló su triunfo, por tanto aunque la bestia nos persiga, aunque muramos en Babilonia, aunque seamos insultados, excluidos, difamados, golpeados, humillados o incluso asesinados, nuestra victoria está en Cristo Jesús. ¿Qué tienes que hacer para ser victorioso con Cristo? Creer en Él, depositar tu esperanza, tu confianza en Él, en que sólo Él es Rey de todo y gobierna sobre toda la creación.
Es Cristo quien hace la diferencia entre pertenecer a la mujer santa de Apocalipsis 12, o pertenecer a esta gran prostituta que será destruida. Es Cristo quien hace la diferencia entre ser ciudadano de la Nueva Jerusalén, o ser ciudadano de Babilonia, la ciudad que va camino a la perdición y que está llena de inmundicia. Hoy es el día, ven a tu Creador y haz las paces con Él por medio de Cristo. Que Cristo sea nuestra ciudad, nuestro refugio, nuestra victoria. Amén.