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Débora y Barac: Un cántico de Victoria (Jue.5).

La humanidad celebra sus victorias y canta de ellas. En la Antigua Roma cantaban el ntico de los guerreros, en la Grecia antigua se componían odas para honrar a los vencedores de los juegos olímpicos. Los juglares en la Edad Media cantaban poemas de triunfos de grandes héroes manteniendo viva la memoria de sus hazañas. Cuando un deportista olímpico gana la medalla de oro se entona únicamente el himno de su país. los grandes eventos deportivos culminan con la canción “We are the champions. Cantamos y recordamos victorias antiguas, celebramos las nuevas y esperamos con ansias cantar de más victorias. Es que las canciones de alguna forma inmortalizan esos momentos, expresan alegría, cohesionan y estimulan. Pero cuando hablamos de celebrar las victorias de Dios, todo esto se eleva a la enésima potencia; porque nuestro Dios es el Dios de las victorias y Su pueblo canta de él y de sus proezas. Hoy celebraremos junto a Débora y Barac la victoria aplastante del Señor en el monte Tabor, en la tienda de Jael y en la Cruz del Calvario. Unámonos a esta celebración.

1.Un cántico del Corazón (vv.1-3)

En el capítulo cuatro tuvimos una perspectiva histórica de los acontecimientos relacionados a la opresión de los cananeos y la liberación de Israel, pero el capítulo cinco tenemos una perspectiva poética y espiritual de los sucesos acontecidos. En el capítulo cuatro vimos al Señor orquestando todo detrás de escena, es nombrado en pocas ocasiones, pero en este capítulo abundan las referencias al artífice de la victoria. Es como cuando si se descubrieran las cortinas de una gran obra de teatro y apareciera el director para ser ovacionado; y él nos contara, de su propia boca, el “making off” detrás de escena.

El v.1 dice que: “Débora y Barac cantaron en aquel día. Hay un patrón en la Biblia: Dios salva y su pueblo canta. Is.51:11 dice: “Los rescatados del Señor volverán, entrarán en Sion con gritos de júbilo”. Moisés y Miriam cantaron al ser librados de los Egipcios en el Mar Rojo (Éx.15), Ana canto al Señor de cómo los fuertes caen ante los débiles que son fortalecidos por Dios (1 Sam.2), David canto al ser librado de la mano de sus enemigos (2 Sam.22; Sal.18). El Nuevo Testamento está repleto de himnos a Cristo. tenemos repetidas doxologías en Apocalipsis que nos muestra la adoración del cielo; tenemos un libro exclusivo de cantos y oraciones en los Salmos. Es que la historia de la redención es la historia de un Dios que Salva y un pueblo que le canta. Los salvos aman cantar a Su Dios, cantar de Su Salvación.

Este texto define el servicio y la adoración a Dios como un acto voluntario, como un acto del corazón: “Por haberse puesto al frente los jefes en Israel, por haberse ofrecido el pueblo voluntariamente, bendecid al Señor” (v.2). Esta afirmación en el himno es sorprendente. Porque estamos en la época de los Jueces donde Israel no tenía un Rey que convocara a la guerra. Todo dependía del levantamiento espontáneo y voluntario de los Israelitas. Débora alabó la manifestación de esta fuerza y disponibilidad como un don misericordioso del Señor: “Mi corazón está con los jefes de Israel, los voluntarios entre el pueblo. ¡Bendecid al SEÑOR!” (v.9). El servicio a la guerra fue voluntaria, un deseo del corazón, llena de desinterés personal, así como la adoración es voluntaria, es impulsada por un corazón que se deleita en Dios. Adoración es deleitarnos en él, es disfrutar de él (Sal.37:4), porque él es el PRIMER y PRINCIPAL SER.

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El llamado a la guerra era un privilegio, era pelear en nombre de Jehová de los ejércitos, la adoración también lo es. La adoración es una obligación deleitosa, ambos términos conviven no se contradicen. Miremos los que dijo Samuel: ¿Se complace el SEÑOR tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del SEÑOR? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros” (1 Sam.15:22). Debemos tener cuidado de caer en un deleite desobediente, es decir, cantar y hablar de las maravillas del Señor, pero íntimamente vivir en desobediencia, pero por otra parte, debemos tener cuidado de ver todo lo concerniente a la piedad como un “check list” de obediencia. Nuestros propios sacrificios nunca serán opción alternativa a la obediencia. Nuestra asistencia puntual, canto entusiasta, vocabulario teológico o servicio abnegado, son cosas muy buenas, pero dejan de serlo si en la raíz de nuestro quehacer no hay una obediencia deleitosa. La amalgama entre el deleite y la obediencia es la fe: Heb.11:6 dice que: “sin fe es imposible agradar a Dios”. La exteriorización de la fe es la OBEDIENCIA y su carácter es la alegría. ¿De dónde proviene esa inclinación del corazón? Sal.110:3 dice: “Tu pueblo se ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder”. Cuando estudiamos la historia de Otoniel vimos como el Espíritu Santo venía sobre el con poder, pero en las narraciones de Aod, Samgar, Débora, Barac y Jael, no observamos explícitamente la obra del Espíritu. Pero aquí vemos al pueblo ofrecerse a Su Dios por la acción del Espíritu Santo. De hecho, vemos a toda la Trinidad actuando en favor de Israel en esta hazaña: Al Padre dando la victoria, al Hijo en su aparición como el Ángel del Señor y al Espíritu obteniendo esta victoria. Como decía el profesor Alberto Paredes, lo que Dios hace, toda la Trinidad lo hace.

Recordemos ¿Cuál era el propósito principal de Israel en la tierra de Canaán? ¿Pastorear ganado? ¿Comerciar en el puerto? Servirle (Éx.7:16). Tanto en la guerra como en el tabernáculo. La máxima ocupación de sus vidas era Dios mismo: eso es adoración, es bendecir al Señor. Es meditar en Su grandeza y Majestad derramando el alma en expresiones de reverencia. Esa es la actividad más alta a la que podemos aspirar en este siglo y en el venidero. Jesús le dijo a la samaritana que Dios busca ADORADORES (Jn.4:23-24), eso es a lo que debemos aspirar. Dios “bendice” a los hombres, y éstos son asistidos y fortalecidos, pero cuando nosotros bendecimos a Dios él NO ES ayudado, ni fortalecido ni mejorado. Él en sí mismo es inmutablemente bendito. Cuando clamamos: ¡Alma mía bendice al Señor! (Sal.103:1) es una exclamación de gratitud y admiración, porque si él es la fuente de toda bendición lo más natural que debe brotar de nuestros labios es: ¡Eres bendito! Fuimos creados para él, por lo tanto nuestro corazón solo se deleita en él.

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La canción que entonó Barac y Débora a orillas del rio Cisón nosotros la cantaremos un día a orillas del mar de cristal (Ap.15:2). Ellos entonaron la canción cerca del Monte Tabor, pero nosotros la entonaremos en el Monte Sión (Heb.12:22) junto a la asamblea de todos los redimidos, el cielo será la tierra, y la tierra el cielo. No habrá más divisiones, estaremos juntos por siempre. La adoración no estará restringida a un horario, no estará condicionada a nuestro estado anímico ni nuestras circunstancias, no será obstaculizada por el pecado, la muerte o Satanás, porque allá no habrá más maldición, no habrá más enemigos. Cada uno de nuestros actos será genuina adoración, la alabanza estará impregnada en nuestra vida, habrá un corazón que plenamente, sin obstáculos se ofrecerá a Dios. Veremos y entenderemos completamente porque el cielo es el cielo, porque se deleita adorando al Señor. Si el Señor es tu fuerza: ¿Él es tu canción? ¿Es él tu himno personal? Entonces canta sobre el Mar Rojo, sobre el Monte Tabor, sobre la Cruz y la tumba vacía. Nunca dejes de cantar un cantico nuevo, porque: “La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap.7:10)

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2.Un Cántico de bendición y maldición (vv.15-18; vv.23-24)

El llamado a la guerra atrajo a Israelitas de Efraín, Benjamín, Zabulón, Isacar y Neftalí; todos bajo el liderazgo de Barac (vv.12-14,18). Las tribus de Zabulón y Neftalí destacaron por su valentía con sus diez mil en batalla. El v.18 muestra la profunda abnegación de los Zabulonitas: “expusieron su vida a la muerte”. En contraste Rubén, Dan, Aser y Galaad se quedaron pastoreando o comerciando cerca del mar sin acudir a la batalla (vv.15-17). El libro de Jueces nos empieza a mostrar cómo se empiezan a dividir las tribus. El v.15 dice que entre los Rubenitas hubo “grandes resoluciones”, es decir, en aquella tribu hubo una gran simpatía con el levantamiento nacional. Tuvieron reuniones, conversaciones y pensamientos con respecto a ir a la guerra, pero no hubo una decisión del corazón, no marcharon junto a Barac. Según Núm.32:1 la tribu de Rubén y Gad recibieron una gran cantidad de ganado, ocupando la tierra de Galaad para cuidarlas. Y la tierra de los Danitas incluía el puerto de Jope donde comercializaban (Jos.19:46). La bendición que recibieron terminó siendo el principal obstáculo para obedecer el llamado de la guerra, dando muestra del “espíritu de la época”:cada quien hacía lo que bien le parecía” (Jue.21:25). Estos pasajes apelan a tu corazón ¿Eres como los Rubenitas? ¿Con grandes “resoluciones”, pero escasísimas acciones? ¿Acaso eres de esos que dice: “He pensado mucho en esto”, pero nunca tomas una decisión de corazón? No es no simpatices con el Señor, ni con los hermanos, es que tus prioridades y lealtades están en otro lado.

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El v.16 expresa una de las secciones más dramáticas del canto, hay un reproche lírico: “¿Por qué se sentaste entre los rediles escuchando los toques de flauta para los rebaños?” La respuesta está cargada de ironía: “para oír los balidos de los rebaños” (v.16). Es decir, en lugar de escuchar el llamado de las trompetas de la guerra, se quedaron escuchando el cencerro de sus rebaños. Estas tribus amaron más su tranquilidad temporal, sus propios negocios que a Dios y a sus hermanos. Son los “Demas” de aquella época: “amaron el mundo presente” (2 Tim.4:10). Miren lo que Pablo exhorta a Timoteo Ningún soldado en servicio activo se enreda en los negocios de la vida diaria, a fin de poder agradar al que lo reclutó como soldado” (2 Tim.2:4). En el campo de batalla el soldado tiene un solo propósito: satisfacer al oficial que lo contrató. No es que ser agricultor o comerciante sea algo malo, sino que no son nuestra prioridad. Primariamente no eran pastores, ni navegantes, sino soldados de los escuadrones de Jehová de los Ejércitos. El cántico de Débora y Barac nos muestra que debemos hacer nuestras las prioridades de Dios. Los sonidos/balidos de este mundo no pueden sobreponerse al llamado que Dios te hace. ¿Que suena más fuerte en tu vida: el llamado de los balidos del mundo o la del Señor? ¿Quién eres? ¿Un Zabulonita o Rubenita?

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En Jue.1:27-36 aparecen los lugares no conquistados. Manasés, Efraín, Zabulón, Aser, Neftalí y Dan no pudieron expulsar a los cananeos y por su culpa la dinastía de Jabín había permanecido como una amenaza latente (Jos.11:1), pero entre esas tribus “fracasadas” no aparece la tribu de Rubén. Entonces alguien podría preguntarse, ¿por qué los Rubenitas deberían hacerse cargo del desastre de las otras tribus? Primero, porque todo Israel había decidido escoger “nuevos dioses” (v.8). Y esto trajo la retribución de Dios por medio de Jabín y el detrimento de todo el tejido social de la nación. Esto incluía a los Rubenitas. Y segundo, es que ellos son doblemente responsables, porque el hecho que no aparezcan en Jue.1 ni en esta ocasión es evidencia de un total abandono al Señor. Estos hombres estaban dispuestos a ver como otros peleaban sus propias batallas, teniendo la infame desfachatez de disfrutar el botín de tranquilidad por el cual no trabajaron ni lucharon. En ellos se cumple la sentencia del discipulado a medias: el discipulado a medias, generalmente termina en el abandono del discipulado. No tomaron en serio poder esclavizante de Jabín, de la misma manera, podemos terminar siendo como ellos, negándonos a la lucha contra del pecado acomodándonos a los pastos de este siglo y negándonos a sobrellevar las cargas de nuestros hermanos. Debemos negarnos a que la época de los Jueces viva en nuestros corazones, negarnos a la cultura donde cada quien debe salvarse por sí mismo.

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Notemos esto. Los vv.14-18 nos muestran a los Israelitas que se ofrecieron voluntariamente y los que se negaron. Y los vv.23-24 hacen lo mismo, pero con personas gentiles. Con Meroz y Jael. Meroz era una ciudad gentil asentada muy cerca de la batalla. Y muy probablemente frente a ellos paso Sísara huyendo y no hicieron nada. Por eso el Señor los maldice: “Maldecid a Meroz, dijo el ángel del SEÑOR… porque no vinieron en ayuda del Señor (v.23). Estos gentiles tenían un pacto de mutua ayuda con Israel y al no ayudarlos con Sísara quebrantaron dicho pacto, el cual contenía maldiciones por su incumplimiento. Notemos esto, ir en ayuda de Israel, implicaba ir en ayuda del Señor, porque Dios se identifica intensamente con Su pueblo. Siendo Israelita o gentil el asunto era el mismo: Ir a la batalla era un asunto de bendición y no acudir de maldición. Meroz fue maldecido, Jael bendecida (vv.23-24). En Dt.11:27-28 se nos enseña que la bendición se resume en una sola cosa: escuchar la voz de Dios, la maldición a desoírlo. Dios siempre gana, entonces, la bendición se encuentra en pelear por y con él, poniéndonos a su servicio a pesar de los riesgos y los costos que esto implique. A la inversa, hay maldición para los que se quedan en casa, en sus pastos, escuchando los toques de flauta de este siglo.

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Dios no necesito de Rubén, Dan, Aser y Galaad para llegar a la victoria, él lo hizo sin su ayuda, porque tiene infinitos recursos: tiene a las estrellas, truenos y tormentas a su disposición para salvar. De la misma manera él no nos necesita, no te necesita y no me necesita. Nosotros le necesitamos a él, es nuestro AYUDADOR (Heb.13:6). El evangelio es un mensaje de ayuda. El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos (Mr.10:45). Él no vino a colgar un cartel pidiendo ayuda, sino un cartel que dice: gracia infinita disponible. Los propósitos del reino se cumplirán en este mundo con o sin nosotros. Pero Él nos ha dado la oportunidad increíble y maravillosa de unirnos con Él en lo que Él está haciendo en este mundo. Esa es la bendición de Dios: pertenecer a Su Reino. Es la vida que vale la pena vivir, es la vida que vale más que nuestra propia vida. Si has “meditado en grandes resoluciones”, pero sin actuar, debes arrepentirte y hacer tuya la estrofa del himno: “Si por la vida quise andar sin penas, tranquilo y libre y sin luchar por ti. Cuando anhelabas verme en la lucha, perdón te ruego mi Señor y Dios”. Pero de mantener ese discipulado a medias, terminaras abandonando las filas y mostrando que este mundo siempre fue tu hogar.

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3.Un Cántico Glorioso (vv.25-31)

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Llegamos a las últimas estrofas, al “crescendo” culmine del cántico. Y el director de orquesta nos muestra que sucedió con los antagonistas de esta historia. Sísara ha muerto, pero su madre y toda su corte de mujeres esperan su llegada. Y en la espera se nos revela una conversación infame, tan infame como la muerte de Sísara. Las princesas le dicen a la madre de Sísara que no se impaciente porque probablemente él y su ejército se estaban repartiendo el botín. ¿Cuál era el botín? Mujeres (v.30). Los veinte años de esclavitud no eran suficiente para los cananeos, ellos querían todo de Israel. Y como era la costumbre en aquella época tomaban para sí a las mujeres de los pueblos conquistados haciéndolas sus esclavas, violándolas y matándolas. Ahora esto es más chocante aún, porque son justamente mujeres que se alegran y validan esta práctica. El mundo de Barac y Débora era una totalmente degradada. Ahora comprendemos con mayor razón la persecución de Barac sobre Sísara: era absolutamente vil, debía morir. Providencialmente, fue una mujer, Jael, la que vengo a todas aquellas que cayeron en manos de Sísara. Jael no salió a la calle a cantar “el patriarcado es un juez”, ella juzgo a Sísara. Y con esto no estoy diciendo que hagamos lo que hizo Jael. Pero si nos muestra que no podemos quedar inmóviles ante la maldad del mundo ni contemplar con desidia como las sendas de nuestra sociedad se tuercen (v.6). Débora, Barac, Jael y todos estos héroes se ofrecieron voluntariamente a restaurar el tejido social en Israel quebrado por el pecado, y sus proezas fueron cantadas en los senderos, abrevaderos y campos de Israel; exaltando la Gloria de Dios en Su Salvación (vv.10-14)

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Y es que el destino de los pueblos no está en manos de aquellos que están en autoridad, sino en el Señor, quien usa a aquellos que se ofrecen voluntariamente a servir a Su mies: Es Su Iglesia. El mundo de los Jueces no es tan distinto al mundo en el cual vivimos “donde cada quien hace lo que bien le parece (Jue.21:25). Pero somos nosotros: la Iglesia; la que sala, ilumina y bendice a este mundo con las palabras de nuestro Rey (Mt.28:20) No hay otra institución que haga lo que la Iglesia hace, llamar a los que están afuera a las filas de nuestro Rey Jesucristo. Es nuestro deber mantener la bandera del Evangelio en alto y continuar cantando la canción de salvación: Que la Salvación es del Señor (Ap.7:10).

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Debemos hacer esta tarea con la firme convicción de que Dios ha triunfado, triunfa y seguirá triunfando. La maldad no prevalecerá. Esa es la convicción del v.31 “Así perezcan todos tus enemigos”. Como Sísara murió atravesado en sus sienes así morirán todos sus enemigos. Dirás, “pero que cruel forma de morir”. Pero representa muy bien lo que somos: pecadores. Hemos traspasado los mandamientos del Señor (Num.24:13), hemos roto sus preciosos preceptos. Y cada pecado será castigado, porque cada uno de ellos es una ofensa infinita contra un Dios perfectamente Santo y Justo. O mueres traspasado por la culpa de tus pecados o miras a aquel que fue traspasado por los pecados de Su pueblo. Quizás dirás: “No soy como Sísara”. No soy tan cruel como él, pero la pregunta que te debes hacer es ¿Soy como Jesús? Porque el estándar del cielo sigue siendo la perfección. Lo único que te puede salvar es mirar con Fe al que fue traspasado de pies y manos en la Cruz (Zac.12:10). Como un rey misericordioso viene nuevamente ante ti hoy a decirte que te rindas, siendo el enemigo y ofensor, él viene a decirte que hagas las paces. Él no quiere que mueras en tus pecados sino que te arrepientas (2 Pe.3:9) y creas en Su Evangelio. Así como Meroz, tú traspasaste el pacto, pero Ángel del Señor lo cumplió con su vida de obediencia, para su justifica sea la tuya por fe. Ese mismo Ángel que maldijo a Meroz, se hizo maldito en la Cruz al cargar con los pecados de Su pueblo para que ese pueblo sea bendito en él (Ef. 1:3).

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Nuestro texto culmina con una preciosa promesa para todos aquellos que han mirado a este Salvador: “Pero los que te aman sean como la salida del sol en toda su fuerza” (v.31). Los pactos del antiguo mundo exigían que el vasallo “amara” al soberano, es decir que su deber, lealtad y servicio estaban con él; mientras él ofrecía comida, seguridad y trabajo. Pero ningún soberano puede prometer y cumplir lo que este texto propone. La salida del sol en toda su fuerza es una imagen sorprendente y conmovedora sobre nuestro destino. Y lo que lo hace más glorioso es que esta afirmación se presenta en un libro como Jueces, que nos enseña como Israel una y otra vez va en espiral descendente. Es que no importa cuán lúgubre sea el escenario o los actores en escena, Dios siempre como buen director de orquesta dirige todos los actos para ganar y bendecir a Su pueblo. Él cumplirá sus propósitos eternos, y esos propósitos incluyen a su pueblo. Somos la esposa de Cristo y todo lo que él tiene es nuestro porque estamos unidos a él de forma inseparable. Él es el Sol de Justicia y Su Iglesia reflejara esa vida al apropiarse por medio de la fe de la vida de Su Señor: “nuestra senda es como la luz de la aurora que va en aumento hasta que el día es pleno” (Prov.4:18). Las sendas tortuosas han quedado atrás.

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¡Qué hermosa será la congregación de todos los creyentes cuando por fin estemos libres de nuestros enemigos! ¡Qué puro será el trigo en el granero de Dios cuando por fin él haya quitado la cizaña! ¡Qué brillante será el resplandor de la gracia cuando ya no esté oscurecida por hombres como Sísara! Cristo y la Iglesia derrotaran al enemigo como la luz elimina la oscuridad. No podría haber una figura más expresiva para concluir este cántico. Los justos no son reconocidos en este tiempo presente; el mundo no ve ninguna hermosura en la Iglesia, del mismo modo que no la vio en su Señor. “Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Jn 3:1). Pero un día, los justos, los que aman a Dios “resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (Mt.13:43). Nuestra justificación y santificación será hecha perfecta y manifestada públicamente: Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:4). La recompensa de todas tus batallas privadas será revelada, tu rostro se volverá público, porque para Dios no eres una oveja sin nombre. Todas tus batallas forjadas con el corazón roto, en medio de debilidades y peligros habrán valido la pena, serás eternamente recompensado. Y tu reposo no será pasajero, no durara 40 años, sino una eternidad, porque no habrán hombres que vuelvan a hacer lo malo porque no habrá más pecado. Concluyamos con 2 Tim.4:7-8: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida”.