Desde lo profundo: Gracia Abundante (Salmo 130)

El Salmo 130 es uno salmos penitenciales que podemos encontrar en el salterio, Martín Lutero lo describía como un salmo pauliano, ya que en él se despliega la doctrina la Salvación por medio de la Fe de una forma muy clara.  Es un salmo que forma parte de los salmos peregrinos que los Israelitas entonaban al ascender a Israel en sus fiestas. James Vaughan dice lo siguiente con respecto a esta porción de las Escrituras:

“Como el barómetro señala cuando el tiempo se aclara o mejora, así este Salmo, frase tras frase, registra los progresos del alma. Y puedes ponerte a prueba a ti mismo con él, como una regla o medida, y preguntarte en cada línea: ¿He alcanzado esto? ¿He alcanzado aquello?, y así medir tu nivel espiritual”.

Hoy seremos examinados y probados por este Salmo.

  1. Un profundo clamor desde lo profundo (v.1-2)

De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; Estén atentos tus oídos A la voz de mi súplica

Este Salmo realiza una radiografía exhaustiva sobre la condición de aquellos que están en la profundidad más espantosa en la que puede caer el alma del hombre: el pecado; el cual es un descenso que no tiene fondo, es un cieno profundo en donde no damos pie (Sal.69:2). La apnea o buceo libre es una disciplina que consiste en la suspensión voluntaria de la respiración dentro del agua con el propósito de alcanzar grandes profundidades, de la misma manera, la disciplina natural del ser humano es la apnea o buceo libre en el mar de pecado, en esta disciplina somos los especialistas, podemos alcanzar los más grandes abismos de maldad (somos inventores de males), suspendiendo voluntariamente cualquier esfuerzo por agradar a nuestro Creador.

La profundidad más pavorosa NO ES el hambre, el racismo, la contaminación, las guerras, el sida, el cáncer, la pobreza o la escasez de recursos; esas calamidades son simplemente un recordatorio de la caída en el Edén. El principal problema del hombre es su propio pecado. Tus deudas, tus problemas matrimoniales, tu cesantía, tu trabajo alienante, tu estrés, tu cansancio, tus enfermedades no son tu problema más urgente, es tu pecado. Como aquel paralítico que fue introducido por el techo de una casa a los pies de Jesús en busca de sanidad física, hoy has llegado hasta aquí en busca de la solución de aquel problema que ocupa el PRIMER LUGAR EN TU AGENDA, pero como aquella vez, Jesús nos muestra que su misión prioritaria no son nuestros problemas secundarios,  él vino a buscar lo que se había perdido, vino a salvar y perdonar a los hombres de sus pecados, ese es el mayor problema que experimenta la humanidad.

Reconociendo esta realidad, el salmista clama al Señor, recordemos que él es un peregrino que camina hacia Jerusalén, hacia el templo, hacia la presencia de Dios, no es un impío, no es un incrédulo, es un creyente sumido en lo que denominamos “la noche oscura del alma”, se encuentra en una depresión espiritual, ha perdido el gozo de la salvación, y el gozo es la experiencia que mejor se corresponde a la realidad de nuestra salvación, pecamos cuando siendo salvos por gracia no experimentamos el sumo gozo que tenemos en él, más  bien, reemplazamos a Dios que es nuestro tesoro, por placeres vacíos que el tentador utiliza como carnada, sucumbiendo a las profundidades, Dios soberanamente nos deja  por un momento en nuestras  tentaciones para mostrarnos nuestra debilidad, con el propósito final de que la excelencia del poder sea de él y no de nosotros (2 Cor. 4:7-10).

El salmista inicia el clamor más urgente, imprescindible y transcendental de su vida.  Ruega: “Señor oye mi voz, estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica”. El peregrino quiere ser escuchado, quiere atención, necesita que los oídos del Altísimo se inclinen a su súplica, no le ruega por perdón de forma inmediata, y la verdad, es que en nuestra cotidianeidad, ninguno de nosotros al pecar contra su prójimo pide perdón de forma instantánea, humildemente rogamos por atención para que primeramente nos escuchen, porque fallado, pero muchas veces, nosotros, al arrepentirnos de nuestras iniquidades creemos que Dios funciona como un cajero automático, pensamos que diciendo las palabras correctas, él debe otorgarnos mecánicamente lo que deseamos, para satisfacernos a nosotros mismos, acallando nuestra consciencia, creemos que él nos debe complacer con su perdón, pero teniendo una disposición y un corazón incorrecto.

Pero el Salmo nos enseña que un corazón humilde, que clama por perdón, esta direccionado hacia Dios, el peregrino dirige su alma y todo su ser hacia Dios, implora al Señor que direccione sus oídos hacia su persona para escuchar su súplica, él se vuelve a Dios, para que Dios se vuelva a él. Clama sabiendo que no merece respuesta, que no tiene nada que ofrecer, que no puede regatear por el perdón de Dios, que Dios es Santo y él es pecador, sin embargo, en incontables ocasiones clamamos a la inversa, pensamos que merecemos respuesta, que podemos negociar por el perdón de Dios, que él es el privilegiado en escucharnos. Sólo hay una forma de suplicar:

Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie (desde lo alto), oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos (desde lo profundo), no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador (Luc.18:10-13)

Aquí, no se presentan dos oraciones, porque lo que hace el fariseo no es una súplica, es una descripción de un currículum moralista de autojusticia, amados hermanos, el perdón se concibe desde lo profundo, desde la posición del publicano, él se reconocía pecador y descendió a su casa justificado, porque Dios propicio su perdón ¿Alguna vez has clamado así? ¿Cuán profundo has rogado por el perdón de tus pecados? Si este clamor no es tuyo, si no te apropias de este Salmo, entonces no has sido perdonado. Cuando leemos estos relatos creemos que estas lecturas son para otro tipo de personas no para nosotros, pero como dice Jerry Bridges: “El pecado del fariseo puede llegar a ser el pecado del más ortodoxo y cristiano comprometido”; creemos que al no participar de pecados flagrantes y públicos como el asesinato, el robo o la embriaguez, no necesitamos del perdón del Señor, pero en nosotros habitan pecados menos visibles, pero tan dañinos como los anteriores: orgullo, celos o la envidia, constantemente olvidamos lo que es el pecado, es un crimen siempre contra Dios (Sal.51:4), es traspasar su ley (Mat.15:2-3), es un daño al orden establecido por Dios, es no amarle (Rom.1:30) es no glorificarle (1 Cor.10:31), examínate, ¿eres pecador?

No se puede llegar a Jerusalén sin clamar desde lo profundo, porque todos los peregrinos que han viajado a la ciudad celestial han hecho esta oración y han crecido en arrepentimiento haciendo esta súplica. Los lugares profundos son el mejor lugar para ser perdonados, porque engendran un clamor y un fervor, es el sitio que habita el cristiano para que Dios edifique profundos cimientos y hacer de nosotros una casa habitable. Dios hundió en aguas de profunda aflicción a muchos de los suyos, a Daniel en el foso de los leones, a José en la cárcel y a David en el destierro, Jonás en lo profundo del mar, pero a todos ellos los hizo templos magníficos para sí, todos ellos clamaron al Señor y él respondió, el autor de nuestro Salmo sabe de ese maravilloso historial de hombres redimidos.

El Salmo 22:5 nos dice “(Nuestros padres) clamaron a ti y fueron librados”, si clamamos al Señor no existe ningún registro de un pecador arrepentido que haya sido rechazado, no pienses que no debes estar aquí, no digas que no puedes participar de este clamor porque estas manchado, que no sirves, porque la verdad nadie sirve, es Cristo el que nos capacita, ven tal cual estás, porque él te quiere así, tal como eres, sucio, roto, degradado, en bancarrota espiritual, él desea que clames a él, que tengas la firme convicción de que: ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios (Rom. 8:39); que siendo el “Alto y Sublime, quien habita la eternidad, también habita con el quebrantado y humilde de Espíritu”, (Is. 57:15). Si no estas clamando desde las profundidades, entonces estas cavando más profundo en tu propio pozo, y no hay vida en tí, habrás recibido los mejores sermones sobre el quebrantamiento y el verdadero arrepentimiento, pero sigues atesorando ira para el día de la ira, estas en un espiral descendente, debes parar, deja de excavar más hondo en tus tenebrosas tinieblas y clama, suplica al buen Dios porque él ha jurado por sí mismo que nos escuchará desde su Santo Monte.

Amados peregrinos, que caminan hacia mundo de la luz, somos escuchados porque el Hijo en la Cruz del calvario tomó forma de siervo, clamó de día y también de noche (cuando el sol a medio día se oscureció), pero el Padre, lejos de acercarse, se alejó de las palabras de su clamor, fue desamparado (Sal.22:1-2) experimentando la profundidad más insondable que alguien jamás haya sufrido, soportó el peso de la ira de Dios por nuestros pecados. Cada vez que recibes una bendición de lo alto, una dádiva del cielo, cada vez que eres escuchado y atendido por Dios, es porque Jesús fue abandonado en lo profundo de nuestros pecados, y hoy como nuestro sumo sacerdote sigue intercediendo por nosotros: ¡Padre, Sálvalos!

  1. Perdón que produce temor (v.3-4)

JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado

El Salmista ha clamado, pero ahora se encuentra en una encrucijada, la respuesta de este buen Dios es positiva, será misericordioso, atenderá a su suplica, pondrá su mirada sobre él, y eso paradójicamente es lo terrible, Dios es perfectamente Santo y él perfectamente pecador, ¿Qué es lo que mirará en su interior? ¿Qué mirarían los limpios ojos del Señor en ti y en mí? Pues todo aquello por lo cual nos avergonzamos, pensamientos inclinados al mal, un corazón inconstante e indolencia espiritual.

La palabra “mirar” aquí utilizada no solamente denota señalar u observar, sino que es “observar diligentemente” como para retener una memoria perpetua de lo que se ha hecho en medio de un rígido examen judicial, en su Omnisciencia él conoce lo más profundo de nuestro ser, es un atributo que los hombres odian, si dependiera de nosotros despojaríamos a Dios de esta excelencia para poder escapar de su justo juicio, pero Hebreos 4:13 nos dice:

no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”.

 

Todos nuestros yerros conocen la luz de su rostro (Sal.90:8); los árboles del Edén fueron incapaces de esconder el pecado de nuestros padres, ningún ojo humano vio a Caín asesinar a Abel, Sara creyó que nadie observo su risa de incredulidad, David astutamente trato de esconder su iniquidad, pero a todos ellos los alcanzo su maldad. Ante él no podemos escondernos:

“sus párpados nos prueban, nuestros caminos son conocidos por él, nuestra maldad está ante su presencia, ¿Quién no temblaría en sus rodillas delante del Juez de toda la tierra?” (Sal. 11:4)

Debemos reconocer que la mirada del Cordero es examinadora, acuciosa, justa y terrible, nadie puede soportarla, porque si él mirara a nuestros pecados, nadie podría abrir su boca, nadie puede sostenerse en pie:

“(los impíos) decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apc. 6:16 – 17)

Nosotros creemos firmemente lo que proclama Romanos 8:31 que si Dios es por nosotros ¿quién contra nosotros? Pero si la situación es a la inversa, si Dios esta en nuestra contra, entonces ¿En qué o en quién podríamos encontrar amparo? ¿En dónde nos refugiaríamos si la roca de nuestra salvación es nuestro justo Juez? Si el salmo concluyera en el versículo 3, la verdad es que no habría esperanza, si Dios pidiera cuentas a todos los hijos de Adán, desde el primero hasta el último, todos sin excepción estarían perdidos y condenados, nadie podría ponerse en pie ante la majestuosa santidad de Dios, sin embargo, emerge el versículo 4, PERO en tí hay perdón, un maravilloso PERO provoca un punto de inflexión en este Salmo, en la historia del peregrino y en la historia de todos los redimidos.

Bíblicamente, el pecado siempre incurre en una deuda, la parábola de los dos deudores de Mateo 18, caracteriza a dos pecadores como deudores, por lo que el perdón es el resultado de una transacción, implica pagar un precio, es una forma de sufrimiento voluntario. Si mi hijo Facundo, rompe uno de los juguetes de otro niño de la Iglesia, y el papa de aquel niño me dice que no me preocupe, que todo esta perdonado, eso implica, que él absorberá esa deuda, yo no pagare nada.

Entonces, la deuda por el pecado la absorbes tú o un sustituto voluntario que pague el precio de tu iniquidad, pero todo pecado será castigado, y todo pecado perdonado implica derramamiento de sangre de un inocente, en Dios no hay amnistías. Para que nosotros pudiéramos estar erguidos ante la presencia de Dios, nuestro Cordero Pascual, Jesucristo, en quien no hubo engaño, quiso, por amor a nosotros, ser puesto en nuestras profundidades, él se lanzó a nuestro mar de pecado sin ser pecador, cargando nuestras iniquidades, pagando la deuda infinita por nuestras maldades, adjudicándose el perdón de pecados a su haber. El perdón es jurisdicción de Dios, él es el Dios de perdones, clemente y piadoso, tardo para la ira, y de mucha misericordia” (Neh.9:17). Durante nuestro culto cantamos: ¿Qué me puede dar perdón? Solo de Jesús la sangre, ese es el único raudal que permite que podamos estar en pie ante el Padre y nos pueda mirar sin ser aniquilados, con ojos de misericordia, porque somos aceptados en el amado. Richard Baker lo comenta de la siguiente manera:

“No mires nada en mí, oh Dios, de lo que he hecho, sino que mira sólo lo que Tú has hecho en mí. Mírame en tu propia imagen, (en la de tu Hijo)”.

Después de ser justificados en Cristo, podemos decir con toda propiedad lo que dice el Salmo 139:23-24:

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno

La rectitud, la justicia y la santidad que adquirimos en Cristo, permite que seamos aprobados ante el Padre y ser guiados a sus tiernos pastos, el mismo Dios que perdono a este peregrino extiende hoy su brazo a lo profundo de nuestro pozo ofreciendo el mismo perdón, y amado hermano, él conoce tu condición, esa es la otra cara de su Omnisciencia, se acuerda que eres polvo, y como un padre se compadece de los hijos, él se compadece hoy de ti, ofreciendo un manantial de infinito perdón.

La marca característica de nuestra justificación es que ahora vivimos en un reverente temor ante el Señor, la evidencia más clara y profunda de que eres un perdonado por Dios, un creyente, un peregrino que viaja hacia la nueva Jerusalén no es que hayas leído muchas teologías sistemáticas, o que poseas un doctorado en divinidades, o que das de comer a los pobres, o que moralmente posees un comportamiento aceptable, sino que posees un Santo temor de huir de él, has encontrado en Cristo tu sumo bien, temes perderte una obra de su bondad, temes ser alejado del cielo de su presencia, temes adormecerte, temes pecar, temes no complacerle, es un temor y temblor que proviene de todo el bien que él nos ha dado (Jer.33:9); bien podemos unirnos a lo que dice Jonás 1:9 “Soy Hebreo y temo al Señor”.

El perdón que el Señor provee no tiene como primer objetivo nuestra autoexaltación, sino que su principal propósito es que toda reverencia, toda gloria sea dada al Señor de los perdones. Ya no usamos nuestra libertad como excusa para hacer lo malo (1 Ped.2:16), somos esclavos del bien, el perdón que Dios otorga no conduce a una vida de pereza, sino a un piadoso temor de Dios, si has visto a un perdonado, entonces también a un creyente anhelante por obedecer de buena voluntad la Palabra de su buen Señor.  El alma que ha sido perdonada teme ofender al Dios perdonador, su Gracia nos enseña a temer.

  1. Una espera cimentada en la Fe (5-6)

Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; En su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová Más que los centinelas a la mañana, Más que los vigilantes a la mañana

 

La oración del peregrino no termina cuando acaba de hablar, esperar es parte de la oración, y fijémonos que el Salmista usa diferentes tiempos verbales, para mostrarnos que en todo tiempo todo su ser espera en el Señor y su Palabra.  Lo que hagamos después de orar dice mucho sobre la verdadera intención de nuestro corazón, después de clamar sólo hay dos acciones posibles, esperar en Dios o confiar en nosotros. Tu vida después de cada oración, de cada sermón, de cada santa cena ¿es coherente con la intención de cada uno de esos medios de gracia?  Si no es así, estas pidiendo a Dios cosas que verdaderamente no esperas, estas cavando más y más en tus profundidades. Si no aprendes a esperar en Dios y en su Palabra, entonces el Cristianismo no es la religión para ti, considera la evidencia bíblica Abram esperó por el cumplimiento de la promesa (Gén.17); Ana por un hijo (1 Sam. 2); Rut por un esposo (Rut 4), Simeón por el Cristo (Lc.2:25-35); y la Iglesia espera la venida de su esposo.

La vida del peregrino se trata de esperar en el Señor día a día por sus renovadas misericordias hasta llegar a la nueva Jerusalén. Cada una de nuestras aflicciones, enfermedades, infertilidad, dolores, hambre, muerte, pobreza o miseria son herramientas que el Señor usa en su taller para forjarnos a la imagen del Hijo mientras esperamos la transformación final.  Esperar en Cristo forja en nosotros un espíritu humilde, porque el cómo, el dónde y el cuándo de nuestra redención no nos pertenece, eso es competencia de Dios. Martín Lutero decía:

“hay quienes quieren dictar una meta, una forma, un tiempo y una medida acerca de Dios y a la vez sugerirle a él como es que desean que les ayude. Y si no sucede de esa forma, la desesperación les arropa o buscan ayuda por otros medios. Estas personas no tienen esperanza, porque no esperan en el Señor

Cuando no estamos dispuestos a esperar pacientemente, simplemente mostramos cuán desesperadamente necesitamos el castigo de la demora. Nuestra espera no debe estar basada en nuestras expectativas y habilidades, sino que debe estar anclada en los atributos de Dios y en sus promesas. En el Salmo 46 el Señor nos dice “estad quietos, y sabed que yo soy Dios”, es decir, no se muevan ni a izquierda ni derecha, mis caminos son buenos, entonces mis respuestas también lo son, aunque sean difíciles, mi Palabra es el terreno más firme para el alma que aguarda por reposo.  Esperar en Dios es una tarea compleja, pero cobremos ánimo, él nos ha dicho “Nunca te dejare ni te desamparare” (Heb.13:5); él ha prometido en su palabra que “los que esperan en el Señor, renovarán sus fuerzas; levantarán alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán (hacia Jerusalén) y no se fatigarán” (Is. 40:31); la espera en Dios, en vez de angustiarnos nos renueva, nos fortalece y transforma, porque en última instancia, estamos esperando en Dios, el dador de todo bien.

 “El Señor es mi porción, dice mi alma, por tanto, en Él espero. Bueno es el Señor para los que en Él esperan, para el alma que lo busca. Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor” (Lam. 3:24-26).

Sin quejas, sin murmuración, abandonados a su fidelidad, la prosperidad de los malos no nos mueve de nuestras convicciones, porque ningún peregrino que ha esperado en el Señor ha sido defraudado: En ti esperaron nuestros padres; Esperaron, y tú los libraste (Sal. 22:4).

La espera no es un tiempo de ocio, el texto dice que el salmista anhelaba tanto la manifestación de Dios, que su espera era más diligente que la labor de los vigilantes o los centinelas esperando la mañana, quienes eran los encargados de proclamar las buenas noticias al pueblo, como la victoria en una batalla o el nacimiento de un heredero al trono, y advertir al pueblo de toda acechanza nocturna. El salmista esperaba que el Sol de Justicia se levantara para dispersar los horrores de la oscuridad que atemorizaban su alma, porque sabía que un rayo de la luz pura de Dios podía disipar toda tiniebla de pecado.

¿Cómo sabemos que esperamos en Dios? Supongamos que en nuestra ciudad hay un tiempo de sequía muy extenso, y nuestros pastores nos invitan a orar al campo para rogar al Señor por lluvia, la temperatura del día son 38°C, nuestros pastores han llegado al lugar de encuentro y nos empezamos a fijar que todos llegan con ropa veraniega, excepto uno de nosotros, que llega con ropa de agua y un paraguas ¿Quién de todos realmente esperaba en el Señor? Pues quien se preparo para la lluvia, porque su Fe estaba cimentada en el poder de la Palabra de Dios, de la misma manera nuestra espera debe estar confiada en el perfecto historial de fidelidad de nuestro Señor hacia su pueblo, y mientras esperamos, trabajamos y nos preparamos para recibirle.

Si no esperas en Dios, entonces tu confianza esta depositada en ti, y eres semejante al personaje llamado Enjaulado del libro el progreso del peregrino de John Bunyan, quien se encontró con cristiano y tuvieron este diálogo:

“Enjaulado: soy una criatura de desesperación; encerrado en esta jaula de hierro, no puedo salir, ¡ay de mí!, no puedo salir. Cristiano: Pero ¿cómo has llegado a este estado tan miserable? Enjaulado: Dejé de velar y de ser sobrio (dejé de esperar), solté la rienda a mis pasiones, pequé contra lo que clara y expresamente manda la palabra y bondad del Señor; entristecí al Espíritu Santo, y éste se ha retirado”.

Quien abandona la espera en el Señor ha dado un paso definitivo hacia su condenación, la densa oscuridad y honda profundidad lo han apresado. No puedes pretender esperar en Dios y perseverar en tu pecado, no puedes esperar en Dios y seguir confiando más en ti que en su bendita Palabra, no puedes esperar en Dios y vivir necia y displicentemente la vida de piedad:

no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan (esperan) las promesas (Heb.6:12)

Pero para aquellos que esperan en sus promesas, sigan esperando, crezcan en esperanza, porque: Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos (como un centinela, como un vigilante) como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1:19)

Ninguna noche dura para siempre, como decía R.C Sproul: “la noche oscura del alma siempre da paso al brillo de la luz del mediodía de la presencia de Dios”, amados, “por la noche durará el lloro, pero a la mañana vendrá la alegría” (Sal.30:5)

Cuando estemos en la nueva Jerusalén, ya no habrá más espera, toda lágrima será enjugada, no habrá más llanto, dolor ni clamor desde lo profundo, toda espera tendrá su recompensa No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará(Apc.22:5).

  1. Gracia Abundante: (v.7 y 8)

“Espere Israel a Jehová, Porque en Jehová hay misericordia, Y abundante redención con él; Y él redimirá a Israel De todos sus pecados”

Durante la exposición de este Salmo el peregrino clamó desde lo profundo, luego argumentó, después esperó, pero ahora se eleva para proclamar las buenas nuevas hacia su propio pueblo como aquel centinela que proclama la buena noticia de una victoria, él proclama la victoria sobre el pecado, de la cual todo Israel debe hacerse parte, las aguas de la Gracia lo han transformado.

Una de las preferencias predilectas del pecado es que le gusta estar a solas con sus cómplices (nosotros), cuando éramos esclavos del pecado concertábamos citas con nuestra depravación. En el fondo de las profundidades el peregrino vivía en una angustiante soledad, pero al ser perdonado por Dios, la gracia lo hace emerger del hoyo profundo y lo une a una comunidad de redimidos, donde nunca más estará sólo, recordemos que él entonará más adelante  el Salmo 133: “Mirad cuan bueno y cuan delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía”, en Cristo obtenemos la redención de nuestros pecados, pero también hay una reversión de los efectos del pecado, Adán y Eva fueron desterrados del Edén para ser castigados con la soledad y sufrir las consecuencias de las enemistades propias de las relaciones horizontales entre seres humanos, pero Cristo vino a recuperar la comunión vertical con el Padre y también la horizontal, como ya expresamos durante este sermón, todo peregrino que desee llegar a la nueva Jerusalén entonara este cántico, pero ese trayecto no se transita sólo, el peregrino invita a otros peregrinos a unirse a la caravana celestial, porque posee la convicción de que la redención que tenemos en Cristo es tan abundante que siempre hay espacio para uno más en la mesa.

¿En qué se basaba el peregrino para predicar de este ofrecimiento tan abundante? Pensemos por un momento, pongámonos en contexto, el peregrino no posee todo el canon de las Escrituras, él espera a un Mesías, está al otro lado de la Cruz, detrás de la Cruz, la provisión de redención para él e Israel consistía en depositar su Fe en la expiación que los mejores Corderos del peregrinaje podían ofrecer al sacrificarlos en el templo, ese símbolo era suficiente para que el salmista proclamara las buenas nuevas como si estuviera de este lado de la Cruz, del nuestro, él es un creyente y Rom. 10:11 dice: Todo aquel que en él cree, no será avergonzado”. Debemos aprender de este peregrino, porque nosotros tenemos mayor revelación que él, pero sin embargo, hemos cambiado la Fe por nuestros vacilantes sentimientos, muchos luchan entre la fe y el sentimiento en cuanto a la salvación, con frases como “es que no siento el perdón”, no siento arrepentirme”, “no siento venir a la Iglesia”, olvidamos que la Salvación es por Fe, y sin Fe es imposible agradar a Dios, la salvación no sirve a nuestras emociones, ellas deben sintonizarse a la realidad que recibimos por medio de la Fe.  Todo salvo por Gracia, posee la misma Fe que este peregrino, no es una Fe diferente, proviene de la misma fuente: la Palabra de Dios.

Si para el peregrino era suficiente la sinopsis de la salvación a través del sacrificio de animales, cuanto más para nosotros:

“Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?(Heb. 9:13-14)

Según Romanos 5:20 la ley que es buena y perfecta hizo que el pecado abundara, ¿en qué sentido? En que se intensificó la seriedad del pecado, su poder no disminuyó con la introducción de la ley, sino que la ley vino a actualizar y radicalizar nuestra crisis como seres humanos, así, el pecado quedó estipulado como una rebelión contra la voluntad revelada y detallada de Dios, sin embargo, donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia, donde el pecado aumenta, la gracia aumenta, pero no son dos fuerzas iguales, porque la Gracia no sólo perdona, sino que trae vida eterna a través de Cristo, el poder de la Gracia es superior al poder del pecado, porque la vida, obra, muerte y resurrección de Cristo es mayor que el pecado de todos los Adanes de este mundo, la justicia que se imputa a los que están en Cristo es superior al pecado que nos fue imputado en Adán.

El pecado de Adán abundo terriblemente, absorbiendo a generaciones completas en la muerte, el pecado fue un voraz devorador de hombres que enveneno todos los arroyos de la humanidad, a tal nivel que aun nuestras propias justicias son contadas como trapos de inmundicia. Pero como dice Spurgeon: “!Que gran abismo es la Gracia de Dios¡ ¿Quién puede medirla? ¿Quién puede llegar hasta el fondo? Es Infinita”. Si piensas que la Gracia de Dios ha caído escasamente sobre ti, ten la certeza de que la más pequeña gota del Espíritu se asemeja a una fuente que siempre brota y que jamás se seca, es una fuente inagotable de vida eterna capaz de salvar diez mil universos.

Escuchar estas buenas nuevas nos deberían sorprender y anonadar siempre, pero en muchas ocasiones no es así, nos acostumbramos a considerar el evangelio algo trivial, porque estamos eclipsados con las cosas del mundo y terminamos confiando en el marxismo, el humanismo, el liberalismo y cualquier ismo diferente al Cristianismo, los cuales han fracasado, porque no ofrecen solución a la raíz del problema, nuestro pecado, el Salmista concluye una extraordinaria y maravillosa noticia:  “Él redimirá a Israel de todos sus pecados”.

Cristo no sólo se preocupa de la enfermedad, sino también de los síntomas que nos provocan aun problemas y que no son eliminados de inmediato, piensa en aquel pecado que hoy te asedia y asfixia, Cristo agonizó en la Cruz por ese pecado, y si eres uno de los suyos, él esta luchando por medio del Espíritu Santo para erradicar toda raíz de pecado en nuestras vidas, por medio de una constante santificación, nuestra vida espiritual crece como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. Cristo no sólo nos hace libres para disfrutar servirle con el sudor de nuestra frente, sino que restaura el paraíso para nosotros, donde crecen frutos de toda clase, y en el centro del jardín está Cristo, el árbol de la vida, a quien nos podemos acercar confiadamente y comer delicias a su diestra para siempre.

La redención de Cristo elimina todos los efectos del pecado en la raza humana, y en todo el cosmos, él ha reconciliado consigo mismo todas las cosas (Col.1:20); restaurando todas las relaciones torcidas, el verdadero significado del matrimonio es recuperado, las emociones son purificadas, la sexualidad no es reprimida, sino redimida, la política es reformada, el arte proclama a Cristo, todo es hecho nuevo, cada área de nuestra vida entra en sintonía con la voluntad de Dios.

¿Cómo has de perderte algo así? Tan maravilloso, poderoso y extraordinario. Su redención alcanza para todos aquellos que claman de lo profundo, y él sigue extendiendo su brazo Redentor diciéndonos:

No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor (Is.41:14).