Dios Habla (Jue.2:1-10)
Cuando enviamos a nuestros hijos a realizar una tarea como guardar sus juguetes, en general, responden positivamente. Sin embargo, cuando vamos a revisar sus avances descubrimos que no han concluido lo mandado. Terminan excusándose diciendo: “no pude, es que al ordenar los juguetes termine jugando, es obvio papá” o “no pude, mi hermano me invito a jugar y no hicimos la tarea”. Sus pequeños “no puedo” son “no quiero”. Lo mismo sucede en las obligaciones que tienen los alumnos al realizar trabajos. No concluyen sus tareas excusándose ridículamente alegando que: “no había electricidad”, “no pude juntarme con mis compañeros” o “usted profesor tiene la culpa porque es malo”. Estos ejemplos cotidianos son muestra de una gran realidad: nuestras excusas, siempre terminan revelando que nuestros “no puedo” esconden nuestros “no quiero”. Es que nuestras excusas no redimen nuestros pecados, más bien, revelan lo pecaminosos que somos. En esta sección de Jueces veremos justamente el mismo principio.
Jueces 1 se puede leer como un comunicado de prensa de Israel acerca de la campaña de conquista. Podrían presentar este documento como una muestra de sus grandes avances y dificultades en la campaña militar, explicando sus excusas, a pesar de que dieron su mejor esfuerzo, escondiendo con su servicio a medias que no quisieron obedecer. Sin embargo, el Ángel del Señor irrumpe en escena de forma inesperada, pero providencial. Sus palabras tienen un carácter legal; hay una firme acusación, cargos explícitos y presentación de pruebas. El v.1 dice que el Ángel subió de Gilgal a Boquim. En el capítulo anterior vimos que Judá subió a conquistar, este es un lenguaje militar para decir que “subieron contra sus enemigos”. De la misma forma, ahora, este Ángel sube contra Israel para reprender, exhortar y castigar. En Jos.23:5 Dios prometió que estaría con Israel en la conquista, pero ahora es al revés. Esto debía despertar en el pueblo un profundo sentido de temor y humillación.
El hecho que el Ángel subiera desde Gilgal no es un dato más en la narración. Gilgal es el lugar donde se levantaron doce piedras del río Jordán, como un recordatorio de que las doce tribus habían cruzado y que la obra del Dios del Éxodo debía ser transmitida a una nueva generación. Sus hijos preguntarían “¿Qué significan estas piedras?" Ellos explicarían que por causa del Señor "Israel cruzó este Jordán en tierra seca” (Jos.4:21-22). La generación que nació en el desierto fue circuncidada en ese lugar y el Señor les dijo: “Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto” (Jos.5:9). Esa es la razón por la cual ese lugar se llamaba Gilgal que significa: “Rodar”, porque Dios había “rodado” el pecado del pueblo. Y luego de esto, Jos.5:10 nos muestra que, luego de la circuncisión, el pueblo por primera vez celebro la pascua en la tierra prometida, comieron los frutos de la tierra prometida y el maná cesó. Gilgal constituía el punto de partida para los Israelitas de la nueva vida en Canaán. Gilgal es un recordatorio que son salvos por gracia, que el Señor que cumple sus promesas y que ellos debían una y otra vez recordar la historia de salvación a sus hijos y a ellos mismos.
El Ángel declara: “Yo os saqué de Egipto y os conduje a esta tierra” (v.1). Surge inmediatamente la pregunta ¿No fue Dios quien hizo todas estas cosas? Entonces, este Ángel, no es un simple mensajero, se adjudica atributos y poder divino. En Jue.6:20-21 él recibe adoración de parte de Gedeón, la cual acepta. Y sabemos que ningún ángel creado recibiría adoración, porque son criaturas (Ap.19:10). En Jue.13, Manoa, padre de Sansón, tiene una experiencia con este Ángel y concluye que ha visto a Dios. Ex.23:21 nos enseña que este Ángel lleva “sobre sí el nombre de Dios”, Zac.1:12 expresa que este Ángel intercede por su pueblo, por lo tanto, es una persona Divina. Pero ¿Quién? No puede ser el Padre, porque nadie le ha visto (Jn.1:18) y su función es enviar no ser enviado. No puede ser el Espíritu porque no tiene forma corporal. Entonces, este Ángel debe ser identificado con la segunda persona de la Trinidad, el Hijo, quien es el enviado a aparecer corporalmente. Además este Ángel no aparece más en la historia de la redención luego que el Hijo de Dios se encarnara. Sus intervenciones comunican dos verdades importantes:
Aquí su aparición es oportunísima. Dios instruyó a Israel de la siguiente manera cuando este Ángel apareciera: “Sé prudente delante de él y obedece su voz; no seas rebelde contra él, pues no perdonará vuestra rebelión, porque en él está mi nombre” (Ex.23:21). Lo que el Ángel hablara debía ser escuchado con una atención temerosa y obedecido con una fe valiente. Cuando el Ángel le dice a Israel: “Yo os saqué de Egipto y os conduje a la tierra que había prometido” (v.1). Declara que él es el benefactor de su pueblo y cumplidor de las promesas. Les recuerda que ha sido y será fiel al pacto: “Jamás quebrantaré mi pacto con vosotros” (v.1b) Y les recuerda la condición que debían cumplir: “ustedes, no harán pacto con los habitantes de esta tierra; sus altares derribaréis” (v.2). El Ángel presenta el carácter legal del pacto y dicta la acusación: “Pero vosotros no me habéis obedecido; ¿qué es esto que habéis hecho?” (v.2) ¿Qué clase de desobediencia ha visto el Señor? ¿Es acaso el fracaso en la expulsión de los Cananeos? Evidentemente sí. Pero el núcleo central es que han establecido pacto con los moradores de Canaán abrazando sus ídolos. Este era el acto principal que quebrantaba el pacto (Ex.34:13; Nm. 33:52; Dt. 7:5). Como se ha dicho, el objetivo de la conquista no era militar o imperialista, no es una limpieza étnica para saquear o esclavizar, era para desarraigar los ídolos de Canaán y vivan fieles al pacto. El texto se podría resumir en el siguiente diálogo:
Israel continúa con su discipulado a medias. No abrazó inmediatamente los ídolos de Canaán, pero tampoco los derribaron, de la misma forma, no habían rechazado completamente a Dios, pero tampoco lo habían aceptado completamente. O le damos a Dios TODA NUESTRA VIDA en obediencia agradecida y amorosa o no le damos nada. Dios quiere el señorío completo sobre nuestras vidas, no solo en algunas áreas. ¿Cuál es la frase que resume el corazón del pacto? “Ustedes serán mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ex.6:7). El Señor los había tomado como pueblo, pero ellos no lo abrazaron como su Dios. Israel fue benevolente, tolerante y leal con los cananeos, pero desleales al Señor. Abandonaron al Dios que no abandona, abandonando al mismo tiempo la sensatez decidiendo vivir en un campo minado de falsos dioses. La traición de Israel en Gilgal es análogo a una infidelidad matrimonial. Ahí habían sido celebrados sus votos de amor, pero Israel es encontrado en el lecho matrimonial adulterando con otros dioses. De la misma forma, hoy puedes celebrar la Cena, pero horas más tarde ser infiel a tu Señor yendo contra las mismas verdades que abrazaste en el culto público. El Señor te pregunta al igual que a Israel, ¿Qué es esto que haces? (v.2).
Israel no obedeció, pero no fue porque no pudieron, sino porque no querían. La evidencia externa de su negativa fue la permanencia de los ídolos. Contaban con la ayuda de Dios en la conquista, uno de ellos podía con mil cananeos en batalla y el Señor había prometido capacitarlos para vencer incluso si los cananeos tenían carros de hierro (Jos.23:5, 10; 17:17-18). Donde digas no puedes, estás diciendo “no quiero”. En tus buenas excusas, Dios solo ve pretextos endebles. La acusación del Ángel nos enseña que Dios en su gracia insiste con nosotros, para quitarnos el engaño que tenemos acerca de nuestros motivos y acciones idólatras. Hay muchos “no quiero” que se camuflan de “no puedo”, pero detrás hay una insolente desobediencia. Por ejemplo, decimos: “no puedo perdonarlo a él o a ella”, pero Dios ordena el perdón. No es algo que sentimos, es algo que decidimos hacer en las fuerzas de la gracia. En lugar de perdonar seguimos firmes en nuestra rabia y amargura. Es incompatible disfrutar del perdón de Dios y no perdonar o pedir perdón. También decimos: “No puedo decirle la verdad”, “me devastaría tratar esto con él o ella”. Pero la Palabra nos dice que debemos seguir y decir la verdad en amor (Ef. 4:15). Muchas veces escondemos nuestra cobardía bajo el “no puedo” o nuestro mal carácter bajo la máscara de una sinceridad hipócrita. A veces decimos: “No puedo resistir pecar aunque sé que está mal”. Es cierto que somos incapaces de vencer al pecado por nosotros mismos, pero podemos pedir ayuda, debemos admitir nuestro pecado, humillarnos y clamar a Dios por misericordia. Tenemos que comprender que un cristiano es una persona capaz de volverse más y más responsable ante su Señor, sabiendo que él nos da siempre una salida: “Fiel es Dios que no permitirá que sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que con la tentación proveerá también la salida, a fin de que puedan resistirla” (1 Co.10:13). ¿Cómo tratar nuestros “no puedo”? Cualquier fracaso en obedecer es un fracaso en recordar a Dios. Esa es la razón por la que el Ángel le recuerda a Israel que él es el Dios que rescata, que el Dios del Éxodo sigue entre ellos redimiéndolos. El evangelio es una noticia que una y otra vez nos recuerda que Dios SIEMPRE quiere capacitarnos para obedecerle. Como el leproso nos acercamos al Señor diciéndole: “Sí quieres puedes limpiarme” (Lc.5:12), pero Jesús siempre de forma amorosa y tierna nos responde: SIEMPRE quiero limpiarte (Lc.5:13), siempre quiero capacitarte para vencer. Dios siempre está más dispuesto a rescatarnos que nosotros a pedirle ayuda.
El Ángel anuncio: “Jamás quebrantaré mi pacto con ustedes” (v.1). Y dicha promesa tenía una doble implicancia: bendición por la obediencia y castigo por la desobediencia. El Ángel del Señor sentencia: “No los echaré de delante de vosotros, sino que serán como espinas en vuestro costado, y sus dioses serán lazo para vosotros” (v.3). Dios cumple de forma exacta lo advertido en Jos.23.13. La tolerancia sobre los cananeos se transformaría en una espina para ellos, es decir, en una maldición. Los dioses cananeos serían un lazo que una y otra vez atraerían a los Israelitas a sus trampas de carnadas de placeres vacíos. Estando en la tierra prometida los Israelitas volvían a ser esclavos. El discipulado a medias, el de la tolerancia hacia el pecado, se transforma en apostasía, y la apostasía en esclavitud. La idolatría convierte un aspecto de la creación en la máxima fuente de seguridad, identidad y poder. Nos hace miserables, produce dolor y esclaviza, porque si fallamos en alcanzar nuestras metas idolatras, eso nos roba el gozo.
¿Cómo reaccionar ante nuestra desobediencia? “el pueblo alzó su voz y lloró. Y llamaron a aquel lugar Boquim (llanto); y allí ofrecieron sacrificio al SEÑOR” (vv. 4-5). Externamente Israel aparenta un cambio de comportamiento, hay gemidos y lágrimas, pero su arrepentimiento es “a medias”. Su tristeza es correcta, pero no es producido por los motivos correctos, sienten dolor y angustia por las consecuencias del pecado, pero no por su pecado. Esta “forma” de arrepentirse se hará costumbre en el libro de Jueces. El arrepentimiento verdadero produce dolor verdadero por el pecado y nuestros motivos idólatras. El arrepentimiento no es solo un cambio de conducta, es un cambio en el centro de nuestras vidas: en el corazón, en nuestros afectos y deseos más profundos. Más que llantos y sacrificios externos, es obediencia y un corazón para Dios. Más que remordimiento, es arrepentimiento según Dios. Samuel dijo: “¿Se complace el SEÑOR tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del SEÑOR? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros” (1 Sam.15:22). Un sacrificio nunca va a ser opción alternativa a la obediencia y, sin obediencia, nuestros sacrificios de alabanza carecen de valor. Nuestra asistencia puntual, canto entusiasta, vocabulario teológico o servicio abnegado, son cosas muy buenas, pero dejan de serlo si en la raíz de nuestro quehacer no hay una obediencia genuina y gozosa. ¿Cuál es la prueba externa de una fe genuina? OBEDIENCIA, es la única respuesta saluda al evangelio recibido. La fe en Jesucristo nos lleva a una obediencia genuina y alegre de sus mandamientos. Complacer a Dios debe ser nuestra meta y proyecto de vida. Recuerda que tus has sido predestinado para obedecer (1 Pe.1:2). La desobediencia expresa que nuestro deleite está en el lugar y persona equivocada, mientras que la obediencia al Señor expresa alabanza, no por la obtención de la salvación por nosotros mismos o para satisfacer una necesidad de Dios, son los valientes esfuerzos de aquellos que han probado el agua de vida y anhelan sus mandamientos (1 Jn.5:3). ¿Qué harás hoy con el mensaje del Ángel del Señor? ¿Qué terrible sería salir de aquí, escuchar la voz del Ángel del pacto y no salir transformado? Ten mucho cuidado de no escuchar su voz y desobedecerle, porque si perseveras en tu pecado, tu Boquim, tu llanto será eterno, en el lugar donde hay lloró y crujir de dientes (Mt.13:42).
El autor de Jueces recapitula la muerte de Josué con el fin de contrastar la fe de dos generaciones (vv.6-10). Josué y su generación sirvieron al Señor y tomaron posesión de Canaán. Los ancianos que sobrevivieron a Josué, persistieron en esa fe y toda esa generación fue reunida con sus padres (v.10). Sin embargo, se levantó una nueva generación “que no conocía al SEÑOR, ni la obra que Él había hecho por Israel” (v.10). No es que ellos no conocieran los eventos del pasado, ellos sabían del Éxodo, del cruce en el Mar Rojo y Jordán, de la caída de Jericó y cómo el Sol se paró por la oración Josué. El punto es que los hechos de la redención ya no eran preciosos para ellos. No habían aprendido a admirar y disfrutar lo que Dios había hecho, tristemente olvidaron el Evangelio. El discipulado a medias da a luz, cría, alimenta y sustenta una generación de pequeños faraones: “Faraón dijo: ¿Quién es el SEÑOR para que yo escuche su voz y deje ir a Israel? No conozco al SEÑOR, y además, no dejaré ir a Israel” (Ex.5:2). El Ángel del Señor, Dios mismo, se ha hecho presente para hablarles, pero al igual que Faraón no escucharon su voz y no le conocieron. Israel se ha endurecido, viven en la tierra prometida como pequeños faraones, terminaran esclavizándose entre ellos y viviendo las consecuencias de sus pecados.
Alguien podría preguntarse: ¿por qué una generación que no estuvo en el Éxodo va ser castigada por nacer a destiempo? La respuesta es que las Escrituras presentan a la redención como un legado infinitamente renovable. El libro de Josué asume que los hijos preguntarían a los padres: ¿Qué significan estas piedras? (Jos.4:21). Los padres no solo debían responder correctamente, debían hablar al corazón de sus hijos mostrándoles lo que el Señor había hecho particularmente en sus corazones. Una y otra vez debían repetir la verdad liberadora del evangelio del Éxodo, y mostrarles que esa noticia era el único poder que podía salvarlos. Lo que nos enseña esta sección de Jueces es que conocer intelectualmente a Dios es insuficiente, “de oídas te había oído” (Job.42:5) no salva, es necesario ser testigos de la gracia. Entonces, conocer a Dios es amarlo y como dijo A.R. Sproul no se puede amar lo que no se conoce. Dios no puede estar en el corazón, si no está en nuestros razonamientos, comportamientos y decisiones más básicas. Si el pueblo de Dios lo conoce personalmente y sabe lo que él ha hecho obedecerá los mandamientos de su pacto: “mas el pueblo que conoce a su Dios se mostrará fuerte y actuará (obedecerá)” (Dn.11:32).
Debemos comprender que Dt. 6 no es una receta exitosa para garantizar que nuestros hijos sean creyentes, sus propias voluntades y preferencias juegan un papel importante. Ellos son responsables ante Dios del evangelio que reciben, sin embargo, cuando toda una generación se aparta tenemos que suponer que los padres han fracasado en modelar una fe auténtica al discipular a sus hijos. No es suficiente ser padres responsables, no es suficiente que nuestros hijos tengan pan, abrigo, educación, recursos y seguridad, si no conocen al Cristo crucificado. El Espíritu Santo no regenerara a tu hijo por el hecho de venir a la Iglesia, debes predicarle el evangelio. No solo debemos hablarles académicamente del Evangelio, debemos aplicar y reflejar el evangelio a nuestros hijos de forma práctica en nuestra cotidianeidad: en nuestros paseos, juegos, comidas, alegrías y aflicciones. Nunca debemos ser impersonales o fríos en las expresiones de nuestra fe, pero sobre todo con ellos. Nuestra casa no solo es una sala de clases, más bien, en un lugar donde las verdades del evangelio quedan grabadas en la mente de nuestros hijos por las vidas dignas del evangelio que se desarrollan en esas cuatro paredes. Es verdad que debemos corregir comportamientos y creencias en nuestros hijos, pero debemos tener cuidado de formar personas moralmente correctas, lo que Cristo hizo en la Cruz traerá salvación a las almas de nuestros hijos no nuestras experiencias ni virtudes, es la obediencia de Cristo la que nos da las promesas de salvación, la voz que traerá salvación a sus almas es la voz del Ángel del Pacto. Debemos hablarles a nuestros hijos de como el Señor nos trajo de la esclavitud del pecado a la libertad de los ídolos, ser sinceros sobre nuestras propias luchas, transparentes sobre cómo el arrepentimiento obra en nuestras vidas y pedirles perdón por nuestras faltas ante ellos. Eso no nos quita autoridad, eso nos da autoridad, pues reconocemos que somos cristianos, porque un cristiano se arrepiente ante el pecado. La vida incoherente de muchos padres con su fe ha impactado directamente en la formación de sus hijos, si bien esta no es la causa principal de su incredulidad, estos padres han construido su casa en la madera del pragmatismo, en la paja de la mediocridad y en el heno de la hipocresía, olvidando los preciosos y sólidos materiales de la Palabra (1 Co.3:12-13). Es verdad que las naciones necesitan conocer a Dios, es verdad que este país necesita conocer a Dios, pero primero debemos conocer a Dios y darle a conocer en nuestros hogares, decir como Josué: “Yo y mi casa serviremos al Señor” (Jos.24:15). Nuestra primera prioridad, nuestra primera Iglesia, trabajo, hospital y escuela es nuestra casa.
Puede que seas un padre/madre que necesita volver a considerar estas cosas, quizás eres un hijo que se reconoce como parte de una generación que no conoce al Señor o un hijo que ha tenido el privilegio de tener padres que han tomado el lema de Josué para su vida, pero has menospreciado el evangelio. Hoy el Ángel del Señor, nuestro Señor Jesucristo, ha hablado, si has oído su voz no endurezcas tu corazón (Heb.3:15), recapacita y considera sus palabras. Pero sobretodo considera Su obra, Su evangelio. Josué profetizo que este pueblo no podría servir a Dios (Jos.24:19), era necesario que un nuevo Israel emergiera, un hijo de Abraham que obedeciera fielmente la voz del Padre y transmitiera fielmente los hechos de la salvación. El Ángel del Pacto se encarnó, el unigénito Hijo se hizo hombre para hablarnos (Heb1:2) y hacer la voluntad del Padre (Jn.6:38), cumpliendo las exigencias del pacto con fiel obediencia. Cristo es el Israel que nunca desobedeció las demandas de la ley, dio a conocer al Padre que nadie había visto para alcanzar con ello el amor y la obediencia de Su pueblo: “he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Jn.17:26).
Su perfecta voluntad obediente le llevó a la Cruz, donde fue crucificado, el Padre cargó sobre él el peso de nuestros pecados siendo castigado con “azotes” y “espinas”. Is.53:10 dice que Jesucristo se “entregó a sí mismo como ofrenda de expiación y él verá su descendencia”. Su sangre bendita asegura miles y miles de salvos por gracia, asegura una descendencia para Dios de cientos de generaciones salvados por la sangre del pacto. Esa es la razón por la que el Nuevo pacto es mejor que el Antiguo. El pacto Mosaico exigía un nuevo corazón, pero no lo profesaba. En el nuevo pacto Dios nos dice: “Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y no tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciendo: "Conoce al SEÑOR", porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande--declara el SEÑOR-- pues perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado” (Jr.31:33-34). En el Antiguo pacto la ley estaba grabada en tablas de piedra, puestas en el lugar Santísimo, pero en el Nuevo Pacto Dios ha puesto Su ley en nuestros corazones por la obra del Espíritu Santo transformándonos en templos vivos para él y dándonos a conocer a la obra de Cristo por medio de Su Palabra. En el Antiguo Pacto gran parte de Israel no conoció al Dios del Éxodo, pero en el nuevo pacto “todos” le conocerán porque el Espíritu Santo se encargará de revelar por medio del Evangelio todo el conocimiento necesario para la salvación. El Antiguo Pacto fue roto una y otra vez por la idolatría de Israel, pero en el Nuevo Pacto Dios ha prometido en la obra del Espíritu Santo “limpiarnos de todos nuestros ídolos” (Ez.36:25). Ante el mensaje del Ángel del Señor ¿Qué harás? Como Jacob, aférrate a él, a sus promesas, por medio de la fe lucha como Jacob luchó con el Ángel para que seas contado dentro de su generación. Es aquella generación que busca a Dios intensamente, que busca Su rostro, que escucha la voz de su Señor, a esos se les ha prometido “bendición” y “justicia” del Dios de Su Salvación (Sal.24:5-6).