El Discipulado de Josué (Jos.23-24)

Introducción:

¿Cuán importante pueden ser las últimas palabras de una persona antes de su muerte? ¿Has pensado cuáles serán las tuyas? ¿Qué ideas, pensamientos y resoluciones tratarías de transmitir? Karl Marx, el padre del comunismo, dijo neciamente en su agonía final dijo: Las últimas palabras son para los necios que no han dicho lo suficiente”. Pero las Escrituras muestras lo opuesto, las últimas palabras SON IMPORTANTES y pueden marcar a una generación. Durante la guerra de la independencia de EE.UU, el soldado Nathan Hale, en su lecho de muerte dijo: Solo lamento tener una única vida que dar por mi país”. Da Vinci dijo: He ofendido a Dios y a la humanidad, puesto que mi trabajo no ha alcanzado la calidad que debería tener”. Ambos transmiten ideas sumamente profundas y definitivas. Hoy nos acercaremos a las preciosas últimas palabras de Josué, quien junto a Caleb, fue uno de los hombres de la generación rescatada de Egipto que permaneció fiel confiando en las promesas de Dios (Nm.14:30). Este libro que lleva su nombre, nos enseña que Dios SIEMPRE cumple sus promesas y que su pueblo le debe obedecer y adorar de una forma valiente.

En su discurso final, Josué, está proveyendo un estándar para vida en la tierra prometida. Explica cómo deben conquistar y vivir en la tierra que han recibido de parte de Dios. Este estándar es un parámetro real para medir si el pueblo avanza o retrocede en toda la historia que proseguirá, es decir, en el libro de Jueces. Cada avance militar está ligado inseparablemente al desarrollo de una vida humilde y dependiente de Dios. Josué está recapitulando a Israel el mismo mensaje que Dios le dio a él: ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el SEÑOR tu Dios estará contigo dondequiera que vayas (Jos.1:7-9). Israel debía ser fuerte y valiente, no por sus propias capacidades, sino porque la verdadera valentía y fuerza yacen en la presencia de Dios a su favor.

1.Las realidades del discipulado.

El v.1 dice que “han pasado muchos días”, en los cuales Josué estuvo ocupado sirviendo a Dios en la conquista y conservación del territorio. Las manos de Josué están curtidas por la batalla y el trabajo, su voz y cuerpo son más débiles que cuando visito la tierra prometida como un espía. Es “ya muy anciano y avanzado en años” (Jos.23:2) y era tiempo de convocar a todo Israel. Notemos que Jos.24:1 muestra Israel se presentódelante de Dios”. No están viniendo a escuchar a Josué, sino que vienen a escuchar a Dios a través de su líder. Nunca el discipulado inicia de forma aislada, ser discípulo es ser parte de un pueblo. La gran nación que Dios había prometido a Abraham se congrega para encontrarse con él, en el mismo lugar donde él declaró por primera vez que esa tierra sería de ellos; ¡y ya lo es! Esta asamblea en Siquem es una prueba viva de que no ha faltado ni una sola palabra de todas las cosas buenas que él había prometido (Jos.23:14). Nuestro discipulado parte de la misma manera, somos la asamblea del Nuevo Testamento que hoy se reúne a escuchar la voz del buen pastor. Somos la continuación de esta asamblea. Hemos venido delante del Señor a continuar, fortalecer y recordar nuestro discipulado en Cristo.

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Josué sabe que conservar la tierra y la paz dentro del territorio será igual o más duro y desafiante que el periodo de conquista. Pone toda su energía, interés y preocupación en transmitir y perpetuar lo que Dios ha hecho con ellos. Ese era el evangelio predicado para los Israelitas. Josué expresa que Israel no obtuvo nada por sí solo: “porque el Señor vuestro Dios es quien ha peleado por vosotros” (Jos.23:3). Cada victoria no se debió primariamente a la inteligencia militar de Josué ni a la capacidad estratégica del pueblo, se debió únicamente a la presencia del Dios de los ejércitos en su favor (Jos.5:13-15). Josué anuncia que esa promesa seguía vigente, Dios seguiría pelando por ellos: “El Señor vuestro Dios las echará (a las naciones) de delante de vosotros y las expulsará de vuestra presencia; y vosotros poseeréis su tierra, tal como el Señor vuestro Dios os ha prometido” (Jos.23:5). En el Señor no hay falta de compromiso ni carencia de capacidad. Su fiel y constante amor y su poder ilimitado no disminuyen para lograr sus propósitos. ¡Con toda razón el corazón de los cananeos se derretía de temor! Pablo lo describió más tarde, “Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Ro. 8:31). Los enemigos pueden ser innumerables, pero cuando el Señor salta al campo de batalla nadie puede hacerle frente. Por eso Jos.23:10 describe que: “Un solo hombre de vosotros hace huir a mil”. No importaba el número de enemigos que este al frente, Dios es la mayoría y quien en definitiva hace la diferencia en nuestras vidas (*).

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Nuestros enemigos pueden multiplicarse y acecharnos, pero si nuestra fe está arraigada en Dios, siempre podremos salir victoriosos. Piensa en las miles de tentaciones que te acechan día a día, en los pecados que asedian tu corazón y quieren tomar dominio de tu vida, en medio de tus batallas espirituales solo podrás tener victoria sí Dios, Su Palabra y Su Espíritu están en tu favor. Cuan acertadas son las palabras de nuestro Señor: “separados de mí nada podéis hacer (Jn.15:5). Reconocer que somos impotentes es la única vía para recibir la gracia que Dios está dispuesto a dispensar. Sin Dios no hay energía, maniobras ni dinamismo en nuestras batallas. Todos los días enfrentamos contiendas espirituales, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Cómo las enfrentaremos? Nuestra cultura, cada vez más y más, nos insiste en abrazar los ídolos del dinero, el sexo y el poder para tener éxito y satisfacción; pero en ellos solo obtendremos bancarrota y autodestrucción. La pregunta no es solo: ¿Cómo debemos enfrentar nuestras batallas? Sino que primeramente ¿Con quién enfrentaremos nuestras batallas? Jamás cambies la presencia victoriosa de Dios en tu vida por el fraude de los ídolos derrotados de este mundo. Mantente vigoroso y valiente por la presencia de Dios en tu vida, pelea la buena batalla, echa mano a la vida eterna por medio de Su Palabra y Su Espíritu (1 Tim.6:12); solo en ellas tendrás victoria.

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En Jos. 24 Josué hace un llamado a recordar la obra de Dios. Recordar la historia de redención nos alientan a continuar nuestro peregrinaje. Recordar sus obras, es recordarle a Él (Sal.77:11) y mientras lo hagamos le serviremos de manera incondicional, radical y gozosa. Todos nuestros fracasos y derrotas, se pueden describir como fallas en recordar a Dios. La raíz de toda desobediencia es, en esencia, dejar de recordar quién es Él y la obra que ha hecho en nosotros. Por eso, debemos movernos intencionalmente a recordar, como el salmista: Bendice, alma mía, al Señor, Y no olvides ninguno de Sus beneficios” (Sal. 103:2). Notemos el énfasis los versículos: “tomé Abraham, lo guie, multipliqué su descendencia, le di a Isaac, envíe a Moisés y Aarón, los saqué de Egipto, los traje a la tierra prometida, destruí a sus enemigos, los bendije, les di una tierra en la cual no trabajaron y ciudades que no edificaron, comen de viñas y olivares que no plantaron (Jos.24:2-13). Es como si Dios, a través del pacto con Abraham los volviera a introducir desde el exilio del Edén a un nuevo huerto. ¿Cuál es la acción del pueblo? Ninguna. Todo lo que se relata es a Dios en acción. Eso es el evangelio. Dios mismo, sus recursos y acciones puestas en favor de Su pueblo. No se nos describen los defectos de los patriarcas, ni se mencionan las rebeliones de Israel en el desierto, ni a sus virtudes. Porque nada de eso es el evangelio. El evangelio no es lo que nosotros hacemos por y para Dios. El evangelio no es nuestra respuesta a las acciones de Dios. El evangelio es que Dios se acercó a nosotros y nos amó de pura gracia, es el poder de Dios para salvarte (Rom.1

La mirada retrospectiva de Josué no es un ejercicio de nostalgia. Es un llamado a seguir obedeciendo a Dios no para ganar su amor o auspicio, sino para colocar la fe en el Dios de las batallas “ya ganadas. Es un precioso recordatorio que ya han sido aceptados y amados por Dios; y esa debe ser la base de TODA su obediencia.

Debemos recordar constantemente quienes éramos antes y después de Cristo. Aquel momento de inflexión de nuestra propia historia. Debemos dirigirnos a aquellas horas, las mejores, las más brillantes, cuando pasamos del invierno a la primavera, la hora de la salvación, cuando por primera vez vimos al Señor en toda su majestad, vimos su hermosura y santidad, y nos vimos a nosotros mismos llenos de pecado, incapaces, inconsistentes, insuficientes para acércanos al trono de gracia. Pero él nos tomó, regeneró, guío y guardó. Su obra no solo consiste en iniciar nuestra vida de fe, sino que la preserva y la acaba: “el que comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil.1:6). Al igual que el Israel del tiempo de Josué debemos reconocer que ninguna fe puede ser fuerte si no crece, ninguna virtud será segura si no es entusiasta y ninguno de nosotros estaremos a salvo si no dependemos a diario de la gracia de Dios.

Las realidades del discipulado de Josué nos enseñan tres cosas: somos el pueblo de Dios, él está con nosotros y como su pueblo; debemos recordar persistentemente Su obra en nosotros.

2.La respuesta al discipulado

¿Cuál debe ser la respuesta de Israel a las realidades dadas por Josué? Positivamente debían tener: “Un consciente y creciente esfuerzo fiel por guardar todo lo que está escrito en la ley” (Jos.23:6). Y negativamente, no debían: “juntarse con las naciones de Canaán”; “ni mencionar el nombre de los ídolos, ni servirles ni inclinarse ante ellos”. Israel, en la tierra prometida, debía reestablecer la comunión perdida en Edén. En aquel jardín, el mandato fue “no comer del árbol del bien y del mal” (Gn.2:17). Eso definía toda la obediencia y fidelidad a Dios. Y ese árbol estaba “en medio” del huerto. La expansión del huerto giraría en torno a la obediencia a ese mandato. De la misma manera, en Canaán la vida de los Israelitas debía girar en torno a la ley del Señor y el abandono de los ídolos. Ambas cosas van de la mano. Seguir aferrados a la Palabra de Dios, era sinónimo de santidad, limpieza espiritual y victoria militar.

El propósito de echar a fuera a los cananeos no es venganza ni interés económico, no debían saquearlos ni esclavizarlos, independiente si eran débiles u hostiles. El propósito de esta expulsión es espiritual. La influencia de las naciones sobre Israel podía desviarlos. De hecho, en el v.13 Josué les advierte que sí no expulsan a estos pueblos ellos serán lazo, trampa, azotes y espinas en sus ojos. Es decir, estando en la tierra prometida, volverían a ser esclavos y experimentarían muchos dolores. Los ídolos de esas naciones son los mismos de esta época, y aparentan ser más tangibles y accesibles que Dios, pues sus estándares son mucho menos exigentes. Y dicho peligro debía ser extraído de raíz. Las naciones se debían convertir al Dios de Israel, no Israel a los dioses de las naciones.

Tristemente Jos.24:14 describe que los Israelitas conservaban los ídolos egipcios en sus tiendas y en sus alforjas, es decir, Egipto viajo junto con ellos en sus corazones. El deseo impío, en el desierto, de regresar a Egipto o de ser como las demás naciones acabará lamentablemente en el cautiverio en babilonia. Esto abre una pregunta crucial: ¿Para que fueron libertados los Israelitas de Egipto? La libertad no era un propósito en sí mismo, es decir, la libertad era necesaria para la única tarea que debía consumir sus vidas; Moisés dijo a Faraón una y otra vez en nombre de Dios: “Deja ir a mi pueblo .. para que me sirvan” (Éx 4:23; cp. 7:16; 8:1). Lo mismo se describe para nosotros: (fuimos rescatados) de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero (1 Tes.1:9). La libertad en Cristo nos lleva a rechazar nuestro estilo de vida anterior y adoptar una nueva vida sirviéndole sin el lastre del pecado. Implica repudiar una cosa y el abrazo de otra. En este caso es apartarse de los ídolos y que nuestras emociones, intelecto y voluntad vivan rendidas a los deseos de Dios en Su Palabra. Es verdad que no estamos llamados a expulsar naciones como el Israel del Antiguo Pacto, pero debido a la fidelidad a Dios y el precio del discipulado es que tendrás que romper ciertas relaciones sociales y hasta familiares con el fin de promover la santidad e involucrarte en la familia de la fe. Jesús dijo: Si no me amas más que a tu familia, no puedes ser mi discípulo, si no me amas más tu propia vida no puedes ser mi discípulo, si no me amas más tus posesiones no puedes ser mi discípulo (Lc.14:26, 33).

En Jos.23:7-8 Josué define todo con un contraste poderoso: o se unen a las naciones y sus ídolos o se unen a Dios. Y es que siempre estamos unidos a algo. El verbo “allegaréis” a Dios (v.8), es el verbo de unión más fuerte que encontramos en las Escrituras. Se usa por ejemplo en Gn.2:24 hablando de la unión matrimonial. Esta palabra habla de un compromiso pactual, una devoción leal y un profundo afecto personal por Dios. Jesús lo expresa de la siguiente manera: “El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn. 15:5). Él es la cabeza, nosotros el cuerpo unido a él. Él es el esposo, nosotros la novia unida a él. Él es la vida verdadera, nosotros los pámpanos unidos a él. Su vida fluye por nosotros y por causa de esta unión cada promesa es nuestra: “Pues tantas como sean las promesas de Dios, en Él todas son sí (2 Cor.1:20). ¿Estas desconsolado? Él tiene una promesa para : “Nunca te dejaré ni te desamparare” (Heb.13:5); ¿Has pecado? Arrepiéntete y recuerda esta promesa: él es fiel y justo para perdonarte (1 Jn.1:9), ¿Estas triste? Él promete convertirá tu tristeza en gozo (Is.35:10). Sea cual sea tu necesidad, si estás unido a Cristo, hay una promesa de gracia para tu alma.

En Jos.23:11 Josué hace la advertencia que define todas las acciones del discipulado: Tened sumo cuidado, por vuestra vida, de amar al Señor vuestro Dios”. La pregunta que define nuestra unión es: ¿A quién o qué amas? En donde este depositado nuestro amor, a eso, estaremos unidos, porque amar es darnos a nosotros mismos. Amar a Dios es el resumen de toda la obediencia a la ley (Mt.22:37-38). El núcleo de nuestro discipulado, el centro de nuestra vida y fe, es la relación de nuestro corazón con Dios. Por tanto, el mayor objetivo de nuestro discipulado debe ser: amar a Dios más y más. El mejor imperativo que podemos hacer a toda persona es: Ama a Dios. El mejor consejo y la mayor delicia es: amar a Dios.

Nuestros años, vitalidad, servicio y dones un día se extinguirán, pero lo que permanecerá será nuestro amor por Dios, pues nunca deja de ser (1 Co.13:8). Este amor no fue producido por nosotros mismos. Rom.5:5 dice: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado”. Si eres discípulo, no has recibido un “amor” desganado, frío ni hipócrita, sino el ¡amor de Dios! Que está siendo perfeccionado en tu corazón por medio de la Palabra. Y no ha sido depositado de forma escaza o a cuentagotas, ha sido provista de forma libre, abundante y copiosa. Solo aferrándote con todas tus fuerzas a ese don de amor no volverás atrás, solo creciendo en el amor por Cristo, a Su Palabra y Su pueblo nos mantendremos avanzando hacia la gloria. ¿Ha escaseado tu amor por el Señor? Arrepiéntete, porque dejar tu primer amor por Dios es pecado (Ap.2:4). Tu primer amor por Cristo no es un plus, no es un entusiasmo pasajero, o el inicio de la fe, es la marca definitiva de nuestra obediencia, fe y devoción por Dios. Deja de avivar otros amores, vuelve al conocimiento de tu Señor y Dios, porque no se puede amar lo que no se conoce, regresa al ABC del cristianismo, contempla a Dios tal cual es en Su Palabra y no podrás hacer otra cosa más que amarlo.

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Ineludiblemente la demostración externa y definitiva de nuestro amor por Dios se encuentra en la decisión de Josué: “Yo y mi casa serviremos al Señor (Jos.24:15). El corazón de Josué está totalmente comprometido con la obra de su Dios. Lo comentamos hace un momento ¿Cuál fue el propósito de Dios en liberar a su pueblo? Servirle (Ex.4:23). Josué está en plena sintonía con Dios y sus deseos. El lema implica servir, vivir y amar a Dios con integridad. Significa continuar sirviendo a pesar de tu currículum, lo que hayas hecho o alcanzado. Mira a Josué, es el hombre que conquisto Canaán, el hombre que oró a Dios y el sol se paró (Jos.10:3), quien derroto a reyes y expulsó a los enemigos de Dios. Es el hombre que dedico su vida a animar al pueblo de Dios y con más de cien años a cuestas vuelve a decir: “Yo y mi casa serviremos al Señor”. ¿Cuál es nuestra excusa? No tenemos excusas para reducir esfuerzos, no hay argumentos para reducir el número de hermanos a quienes servimos, la negativa de otros no es excusa para tú no sirvas. No has llegado a la tierra prometida para descansar, sino para seguir esforzándote y guardar los tesoros que Dios te ha dado por gracia. Recuerda lo que el mismo Apóstol Pablo dijo: “No he alcanzado aun el ser perfecto, sino que sigo adelante para alcanzar aquello para lo cual fue alcanzado por Cristo Jesús” (Fil.3:12).

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La decisión de Josué es una recapitulación de Dt.6:4-9. Dios manda que se le ame con todo el corazón, alma y fuerza. Manda que Su Palabra este sobre sus corazones, pero la prueba externa de todo ello es la transmisión de la fe: “diligentemente las enseñarás a tus hijos… cuando te sientes en tu casa… por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes (Dt.6:7). Josué está sumamente preocupado que su discipulado sea preservado por la siguiente generación como una expresión de amor a Dios. Cabezas de hogar, ¿han tomado está resolución en tu vida? ¿El culto familiar y la adoración en tu hogar es una parte central en la vida de tu esposa e hijos? Esposas ¿Son la ayuda idónea para su esposo desarrolle esta tarea? Hijos, ¿Han valorado los esfuerzos de sus padres en esta tarea como una demostración del amor de Dios hacia sus vidas? Esta resolución será el estándar que determinara la verdadera espiritualidad en tu vida, hogar, iglesia y nación. ¿Qué harás?

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Es aquí donde se abre el único dialogo en el discurso de Josué. Ante esta magna declaración el pueblo responde: Nosotros, pues, también serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios” (v. Jos.23:18b). La lógica intelectual el pueblo es impecable. Si el Señor es tu Dios, no servirle es una absoluta locura. Agustín de Hipona dijo que si Jesucristo no es Señor de todo (en mi vida), entonces no lo es en absoluto. Si Dios está en el centro de nuestro amor, también lo estará en centro de TODA nuestra vida, en nuestras finanzas, prioridades, fuerzas y tiempos. En este asunto no hay lealtades compartidas ni negociación posible con otros amores más que el merece nuestro Señor.

Podríamos pensar que Josué debería sentirse encantado con la respuesta del pueblo, pero los cuarenta años en el desierto, la dureza de la conquista y la experiencia adquirida en estos años habían formado en este anciano veterano de guerra una perspectiva más realista. Advierte al pueblo: No podréis servir al Señor” (v.19). No es que Josué se un aguafiestas. Con total sobriedad habló proféticamente y sus palabras son una hoja de ruta para los próximos quinientos años de obstinada rebelión de Israel. Josué está tratando todo este asunto con suma seriedad: Si abandonan al Señor él los disciplinará” (Jos.24:20). Dios había prometido darles esa tierra, pero también había prometida dársela a un pueblo obediente. El no quebrantaría su pacto en favor de Israel, pero al mismo tiempo no podía bendecir a un pueblo desobediente. Esa es la tensión teológica que domina a todo el libro de Jueces. Después de escuchar a Josué, la congregación afirma: “No, sino que serviremos al Señor” (v. 21). Después de alentarlos a considerar con toda seriedad y hacerlos conscientes de su propia debilidad e incapacidad, Josué acepta la elección de ellos y les llama a ser testigos contra sí mismos, a jurar sobre esta resolución solemne, quitar los ídolos en medio de ellos e inclinar su corazón al Señor (v.23b). Todo culmina con una declaración pactual por parte de Josué. Levantan una piedra como testigo al lado del santuario del Señor, como recordatorio perpetuo del pacto firmado y sellado. Cada vez que miraran a la piedra, el juramento vendría a su corazón, recordarían que han aceptado “todas las palabras que el Señor habló” (v. 27b) y testificarán contra ellos en cualquier incumplimiento futuro. Resumiendo, las acciones del discipulado de Josué son: unirse a Dios, abandonar los ídolos, amarle y servirle con integridad.

3.Nuestro nuevo y mejor Josué

Dios reconoce y engrandece el servicio de Josué. En el v.29 se le honra con el título desiervo del Señor”. El mismo título de Moisés, su mentor. Después de la muerte de Moisés, muchos debieron pensar que nadie podría llenar ese lugar, pero todos somos reemplazables, el único que no lo es, es el Dios de la Obra. Nuestros pastores y líderes son muy importantes para nuestro discipulado, pero no son imprescindibles. La vida de los líderes de esta iglesia local se extinguirá, pero la obra de Dios continuará.

Josué influenció a toda su generación para bien y mientras vivió “Israel sirvió al Señor” (v.31). Que epitafio más precioso. Su vida estuvo totalmente entregada a la obra de Dios, nada se le reprocho y su vida es un ejemplo de cómo debemos servir al Señor. Vivió 110 años, la misma edad que José (Gn. 50:22). Estas largas vidas, significan que la bendición de Dios estaba sobre ellos. A diferencia de Abraham que tuvo que comprar tierras para su sepultura (Gn.23), Josué, es enterrado en su propia tierra, en la tierra que conquisto por la fe. Jacob por la fe compró ese trozo de tierra (Gn.33:18-19). José vislumbro esta tierra e hizo jurar a los hijos de Israel, diciendo: “Dios ciertamente os cuidará, y llevaréis mis huesos de aquí” (Gn. 50:25). Esa tierra estaba en el más íntimo entramado del pacto de Dios con su pueblo. Y ahora, la promesa dada a los patriarcas está siendo disfrutada por el pueblo que conquisto Canaán. Ese territorio, no era un fin en sí mismo, no era el tesoro más importante en sus vidas, ese lugar era un medio para que Israel sirviera al Señor. También murió Eleazar, quien fue para Josué lo que Aarón fue para Moisés. Es el final de una era, pero la mención de Finees y los ancianos que sobrevivieron a Josué nos recuerdan que la obra siempre continua.

¿Cuál es el propósito final del discipulado de Josué? Apuntar a la superioridad del nuevo pacto, apunta al discipulado de Cristo. Josué llevó a Israel a la tierra de la presencia de Dios, pero no pudo sacarlos de la rebelión. Jesús se levanta como nuestro nuevo y mejor Josué. Ambos nombres significan lo mismo: Dios salva. Pero quien ilustra a la perfección ese nombre es nuestro Señor Jesucristo. Josué fue “un” siervo de Dios, pero Jesús es “el” siervo de Dios profetizado en el antiguo Pacto. Josué lidio con los pecados del pueblo, pero no pudo justificar ningún pecado, pero Jesús es el siervo de Dios que justifica a muchos y perdona sus iniquidades (Is.53:11). Josué conquisto la tierra prometida. Pero Jesús conquisto un territorio inalcanzable para cada uno de nosotros: venció a Satanás, conquisto al pecado y a la muerte. Jesús es el siervo que nos salva mediante un mejor pacto, no uno condicional como con el que tuvo lidiar Josué y los Israelitas, sino uno incondicional y superior. Es un pacto en el cual Jesús nos limpia, dispone y capacita para escuchar Su llamado y servirle: “de todas vuestros ídolos os limpiaré… quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y haré que andéis en mis estatutos y los cumplan (Ez.36:25-27). Josué no pudo quitar los ídolos del corazón de Israel, pero nuestro Josué, por su Espíritu si lo promete y lo cumple. Josué no pudo hacer que los Israelitas anduvieran en los estatutos del Señor, pero nuestro Josué ha cambiado nuestros afectos más profundos para que disfrutemos y andemos en Su Palabra.

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El Señor prometió que no quebrantaría su pacto en favor de Israel, pero al mismo tiempo prometió no bendecir a un pueblo desobediente (Jos.23:15-16; 24: 19-20). Esa tensión solo tiene respuesta en la Cruz. Josué jamás pudo cumplir toda la exigencia de la ley, pero Cristo sí. Él es el Siervo que se sometió a su propia ley para darnos las bendiciones del pacto. Pero él no solamente cumplió las exigencias de la ley, sino que llevo sobre sus hombros la maldición de la ley por cada una de nuestras desobediencias. Él es el Siervo herido por nuestros pecados, molido por nuestras iniquidades, quien recibió la ira de Dios en nuestro lugar (Is.53:5).

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En Josué, Israel experimentó conquista, y cierto reposo. Pero Josué jamás pudo decir: “Venid a mí con lo que estáis cansados y trabajados que yo os haré descansar (Mt.11:28). Pero en Cristo hay infinitas maravillas y verdadero reposo. Miren lo que dice el autor de Hebreos: “Porque si Josué les hubiera dado reposo, Dios no habría hablado de otro día después de ése. Pues el que ha entrado a su reposo, él mismo ha reposado de sus obras, como Dios reposó de las suyas (Heb.4:8,10). Estando en Cristo tenemos un adelanto del reposo de Dios en nuestras almas, pero el reposo definitivo será experimentado cuando estemos con nuestro Josué en Gloria. Por su gracia Su reposo será el nuestro y su herencia la nuestra. ¿Cómo es esto posible? Por nuestra unión con Cristo: “si estamos unidos a Cristo en semejanza de su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de su resurrección” (Ro.6:5). Recuerda, unidos a él todas las promesas son el sí y el amén. Nuestro reposo está asegurado, porque seremos semejantes no al Josué del antiguo pacto, sino al del nuevo pacto. Descansaremos del asedio del pecado, de la aflicción de este mundo, del cansancio propio de este cuerpo mortal y disfrutaremos con él para siempre.

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El gran problema, la gran limitante del discipulado de Josué es que él murió, y no pudo continuar. Y ese será el problema con el cual Israel tendrá que lidiar con cada uno de los jueces que posteriormente los liberará. Su libertad y reposo se extenderá según sea la vida del juez. Pero, ¿cuáles fueron las palabras de nuestro Josué? He aquí, Yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28:20). Nuestro Josué está con nosotros, en cada una de nuestras batallas. ¿Cómo hemos de responder a su gracia? por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos (Heb.7:25). Acérquenos pues a este Salvador que vive para siempre para salvarnos.

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