Por Álex Figueroa
«Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien. 19 Pero cuando lo oyeron Sanbalat horonita, Tobías el siervo amonita, y Gesem el árabe, hicieron escarnio de nosotros, y nos despreciaron, diciendo: ¿Qué es esto que hacéis vosotros? ¿Os rebeláis contra el rey? 20 Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén». Neh. 2:18-20.
Texto base: Nehemías cap. 2
El domingo pasado hicimos una introducción al libro de Nehemías, en la que vimos que él llegó a Jerusalén 13 años después de Esdras, y 93 años después de la primera oleada de judíos que regresaron del exilio.
Destacamos la devoción de Nehemías, y su profunda preocupación por su pueblo, lo que se manifestó en un hondo dolor cuando supo del estado de la santa ciudad de Jerusalén. Apenas su hermano Hanani le contó que esta ciudad estaba en ruinas, el lamento de Nehemías no se hizo esperar. Él hizo luto por su pueblo, ayunó y oró.
Vimos también que en su oración se identificó con los pecados de su pueblo, y también rogó por la misericordia de Dios a nombre de sus hermanos.
En resumen, analizamos cómo Nehemías constituye un ejemplo para nosotros, tanto de piedad y devoción, como de preocupación y empatía con el pueblo de Dios. También nos enseña sobre la importancia de amar y conocer las Escrituras, así como de orar correctamente, conforme a ellas.
Aprendimos que debemos orar según la Palabra de Dios, con las prioridades que ella nos impone, con la motivación correcta que es honrar el nombre de Dios, de una forma devota, perseverante, reverente, ordenada, confesando nuestros pecados y llenos de fe en el Dios a quien elevamos nuestras súplicas.
Hoy nos enfocaremos en lo que ocurrió luego de esta oración, extrayendo valiosas enseñanzas de la forma en que Nehemías actuó por fe.
(vv. 1-8) Luego de su ejemplar oración, Nehemías se ve en una complicada situación. Recordemos que él era copero del rey. Según Jenofonte, el copero de los Persas y los Medos solía servir el vino de los recipientes en las copas, y derramar un poco de este en su mano izquierda, y sorberlo para que, de estar envenenado, el rey no fuera dañado. En otras palabras, el copero era un funcionario de la absoluta confianza del rey, tanto así que en muchos casos se transformaba en su consejero. Era alguien dispuesto a morir por el rey.
El problema fue que el rey notó que Nehemías estaba triste. Esto asustó mucho a Nehemías. Pero, ¿Por qué habría de ser esto un problema? Él tuvo miedo pues era peligroso mostrar pesar ante el rey, quien podía ejecutar a cualquiera que lo desagradara. Cualquiera que llevara ropas de cilicio (ropa de luto) no podía ni siquiera entrar en el palacio: «Pero como a nadie se le permitía entrar a palacio vestido de luto, sólo pudo llegar hasta la puerta del rey» (Est. 4:2, NVI). En otras palabras, los coperos debían esconder sus emociones para agradar al rey. Los funcionarios debían estar siempre felices, porque al estar tristes o descontentos insinuaban que el rey no lo estaba haciendo bien. Violar esto se castigaba con la muerte.
Lo que hizo a continuación Nehemías, entonces, fue exponerse a morir por la causa de Dios y de su pueblo. Él decidió no esconder su tristeza, sino que demostrarla, dar razones para ella. Esto podía tomarse como una insolencia, o un desacato abierto a los protocolos del palacio. Esto no importó a Nehemías, quien no solo tuvo fe en lo que había pedido a Dios en oración, sino que actuó conforme a esa fe, aun cuando eso significó arriesgar su vida.
Matthew Henry dijo: «Nuestras oraciones deben ser secundadas con esfuerzos serios, de otro modo nos burlamos de Dios». Pero ¿Qué podemos aprender de este actuar de Nehemías?
i. Nehemías oró primeramente
Antes de que este episodio ocurriese, Nehemías había orado fervientemente día y noche (1:6). Es decir, él se había preparado espiritualmente. En palabras de Cristo, había velado y orado. Esto le permitió estar listo para cuando la ocasión de actuar se presentase.
¿Cuántas veces no podemos sacar provecho espiritual de lo que nos ocurre por no haber estado preparados en oración? ¿Cuántas veces se nos ha pedido ayuda, o se ha requerido de nuestro servicio, y no hemos velado y orado antes, por lo que no somos de toda la utilidad que podríamos haber sido? Lo anterior revela falta de fe en nosotros, y también manifiesta que no somos conscientes de que estamos en una batalla permanente, y que es una necesidad imperiosa el estar firmes y velar en oración.
Esto no ocurrió a Nehemías. Él tenía fe en Dios, y Él sabía que Dios escucharía las oraciones de su pueblo hechas conforme a la verdad. Él había orado según la Palabra de Dios, de acuerdo a sus mandamientos y promesas, por lo que confiaba en que Dios en algún momento contestaría esa oración.
Cuando llegó ese momento, es decir, cuando el rey le preguntó por qué estaba triste, él ya estaba listo, y supo identificar que se trataba de una puerta que Dios estaba abriendo. ¿Podrías identificar en tu vida las puertas que Dios está abriendo para el servicio? ¿Sabes darte cuenta de cuándo Dios está respondiendo a una de tus oraciones?
ii. Nehemías venció su temor
Vemos que cuando el rey le preguntó por la razón de su tristeza, Nehemías testifica que temió en gran manera (v. 2). Esto porque, como ya explicamos, el evidenciar su tristeza delante del monarca significaba una muerte prácticamente segura. Sólo un milagro podía salvarlo, y justo eso es lo que ocurrió. El Señor estaba obrando en ese momento, y Nehemías lo sabía.
De esto aprendemos que muchas veces la puerta que Dios abra contestando nuestra oración nos puede causar temor. Puede implicar que nuestra vida, o que aquello que amamos peligre. Quizá Nehemías sabía que había una posibilidad de que él muriera, y no por eso Dios dejaría de ser veraz y misericordioso. Tal como ocurrió con Sadrac, Mesac y Abednego, quienes serían echados al horno de fuego por no adorar la estatua de oro de Nabucodonosor. Ellos dijeron a ese rey: «Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad.18 Pero aun si nuestro Dios no lo hace así, sepa usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua» (Dn. 3:17-18, NVI).
Entonces, si Dios concedía el favor del rey a Nehemías y lo salvaba de morir por expresar su tristeza, sería por pura misericordia. En contraste, si Nehemías moría, no por eso la Palabra de Dios dejaría de ser verdad. Nehemías confiaba en Dios en uno u otro caso. Él simplemente murió a sí mismo y decidió hacer lo correcto, poniendo su vida por la causa de Dios y de su pueblo. Como decíamos, esto lo hizo aunque tuvo temor.
Con esto nos enseña que el temor no es una razón para no obedecer. El que tengamos miedo, no debe ser un obstáculo para seguir la verdad. No estamos llamados a hacer algo porque sintamos ganas de hacerlo, ni porque nos creamos valientes, ni porque tengamos ánimo. Debemos hacer algo porque es lo correcto, porque Dios es digno de ser obedecido. Lo que importa no es si tengo miedo, ni si tengo ganas, ni si estoy de ánimo. Lo que importa es que es la verdad. Como dice el pastor Jerry Slate, hay dos ocasiones en las que debes obedecer a Dios, cuando tienes ganas y cuando no.
En todo esto, recordemos lo que dice Pablo a Timoteo: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (II Ti. 2:7).
iii. Nehemías fue sabio y sagaz al actuar
Bastó que el rey Artajerjes preguntara por la razón de la tristeza de Nehemías, y éste supo qué decir y cómo decirlo. Esto fue desde luego por obra y gracia de Dios. Fue porque Él actuó a través de Nehemías.
Sin embargo, a la vez fue porque Nehemías había preparado su corazón y su mente en oración, y en la lectura de la Palabra de Dios. Aquí vemos un caso perfecto en el que se conjuga la soberanía de Dios y la responsabilidad humana. Nehemías no fue perezoso usando la soberanía de Dios como una excusa. Él no dijo: «Dios actuará de todas maneras como Él quiera, así que no es necesario que me prepare». Él sabía que cuando Dios actúa, también pone a su pueblo a orar y a trabajar.
Esta preparación, entonces, llevó a Nehemías a plantear el tema de forma correcta. La razón que dio era irrefutable, nadie podría cuestionarla ni despreciarla. Él dijo: «¡Que viva Su Majestad para siempre! ¿Cómo no he de estar triste, si la ciudad donde están los sepulcros de mis padres se halla en ruinas, con sus *puertas consumidas por el fuego?» (v. 3).
Como dice John Gill, «El país nativo de alguien y el lugar donde sus ancestros se encuentran enterrados es un lugar que se tiene en alta estima. Ni el rey ni sus nobles podían objetar que Nehemías estuviese triste por esto».
Esto además considerando lo que sostiene John MacArthur: «La profunda preocupación y tristeza de Nehemías por la condición de Jerusalén y de su pueblo se expresa en su referencia a sepulcros y puertas. Un sepulcro era un lugar donde se mostraba el respeto a los miembros muertos de la comunidad que habían dado nacimiento a la generación viviente y que habían transmitido sus valores espirituales. Los sepulcros eran también el lugar donde la presente generación tenía la esperanza de ser honrada con una sepultura al morir. Las puertas eran emblema de la vida de la ciudad, por cuanto las personas se reunían para los procesos judiciales o para una interacción social básica cerca de las puertas. Las puertas quemadas representaban la muerte de la vida social, es decir, el fin de una comunidad de personas».
Debemos recordar, además, que el que los sepulcros estuvieran abandonados o ruinosos era considerado una humillación muy grande. El tener un sepulcro era considerado un aspecto de dignidad mínima. Si alguien quedaba expuesto a los elementos o a las fieras, o incluso a la profanación y el saqueo, era considerado una maldición. Consideremos los siguientes textos:
«Hoy mismo echaré los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras del campo, y todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel» I Sam. 17:46.
«Y serán los cuerpos muertos de este pueblo para comida de las aves del cielo y de las bestias de la tierra; y no habrá quien las espante» Jer. 7:33.
«los entregaré en mano de sus enemigos y en mano de los que buscan su vida; y sus cuerpos muertos serán comida de las aves del cielo, y de las bestias de la tierra» Jer. 34:20.
Nehemías, entonces, escogió actuar. Pero no lo hizo a tontas y a locas. Como dijimos, él estaba preparado de antemano. Cuando llegó el momento, él planteó el asunto de una manera irrefutable, indiscutible, indesmentible. Ni el rey ni los nobles podrían cuestionar la razón de su tristeza.
Así, cuando nosotros debamos actuar, además de estar preparados de antemano, debemos ser sabios y sagaces en cuanto a lo que haremos, y la forma en que lo haremos. Esto honra a Dios y refleja su carácter ordenado, así como su sabiduría.
iv. Nehemías fue audaz y reverente
Vemos que para plantear su petición, Nehemías fue muy reverente. En el v. 3 el respeta la formalidad y el protocolo para dirigirse al rey.
Además, hace depender todo del parecer del rey, ya que en dos ocasiones se dirige a él diciendo: «Si le place al rey…» (vv. 5, 7), y dice también: «[si] tu siervo ha hallado gracia delante de ti» (v. 5). Es decir, Nehemías mantuvo el respeto debido a las autoridades impuestas por Dios, aun cuando estas tenían a su pueblo bajo conquista, y el mismo Artajerjes había ordenado la paralización de la obra como relata Esdras cap. 4.
Por otro lado, esta correcta reverencia no le impidió ser audaz. Cuando el rey le preguntó cuál era su petición (v. 4), él se encomendó al Señor, y pidió todo lo necesario para llevar a cabo la reconstrucción de los muros de Jerusalén.
Él no sólo pidió volver, sino que dijo al rey «envíame». Esto significaba que él tendría atribuciones imperiales, y que regresaría como un comisionado del emperador. Quien se opusiera a Nehemías, se estaría oponiendo a Artajerjes. Además, implicaba dejar su importante función de copero, el hombre de confianza del rey. Significaba también irse por mucho tiempo, cuestión que podía no parecer al rey, y además implicaba reedificar una ciudad que políticamente era considerada rebelde y siempre sospechosa.
No contento con eso, pidió cartas (salvoconductos) para que los gobernadores lo dejaran pasar, y además solicitó acceso al bosque del imperio, cuestión que en ese tiempo era considerada un recurso valiosísimo, tanto así que hay registros de enjuiciamientos a guardabosques por cortar un solo árbol.
En otras palabras, Nehemías fue muchos pasos más allá de simplemente vencer su temor. Él se encomendó al Señor y confió plenamente en su soberanía, requiriendo de Artajerjes con respeto, pero con mucha audacia, todo lo necesario para llevar a cabo su labor.
Esto nos recuerda la actitud de la viuda en la parábola de la viuda y el juez injusto. Ella no fue irrespetuosa ni irreverente, pero fue audaz, y perseveró en su petición hasta que ésta fue concedida. Esto es importante, porque Dios nos llama a orar de esta manera, ocupando precisamente ese ejemplo. La actitud de Nehemías, entonces, nos enseña no solo sobre la relación con las autoridades, sino también sobre una actitud de reverencia audaz que a Dios le agrada en nuestros ruegos.
El rey concedió a Nehemías todo lo que solicitó, e incluso le confirió protección armada, ordenando que lo acompañaran capitanes del ejército y jinetes.
v. Nehemías reconoció la soberanía de Dios
En todo esto, Nehemías afirmó: «Y me lo concedió el rey, según la benéfica mano de mi Dios sobre mí» (v. 8). Nehemías sabía que esta respuesta del rey favorable al pueblo de Dios solo podía ser por la obra del Señor. El mismo Señor que había despertado el corazón del rey Ciro y de los jefes de familia de Israel, el mismo que había despertado el corazón de su pueblo para retomar la obra, el mismo que había concedido a Esdras volver a Jerusalén y disponer de los recursos imperiales para el correcto funcionamiento del templo; el mismo que siempre se había acordado de su pueblo y les había extendido su misericordia a pesar de su constante rebelión, era quien ahora obraba en el corazón de Artajerjes para que accediese a la petición de Nehemías.
No era mérito de él, sino como afirmó el salmista: «La gloria, Señor, no es para nosotros; no es para nosotros sino para tu *nombre, por causa de tu amor y tu verdad» (Sal. 115:1).
vi. Nehemías calculó el costo: Con toda esta buena racha, a Nehemías podría habérsele nublado la razón por el entusiasmo. Sin embargo, su vida de devoción lo llevó a mantener la cordura, a estar firme no solo en el día malo, sino también cuando las cosas resultaron más favorables de lo que esperaba.
Él se dedicó a recorrer la ciudad y calcular el costo que implicaría la obra. Hizo un diagnóstico necesario. Es lo mismo que nos llama a hacer Cristo: «Supongamos que alguno de ustedes quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? 29 Si echa los cimientos y no puede terminarla, todos los que la vean comenzarán a burlarse de él, 30 y dirán: “Este hombre ya no pudo terminar lo que comenzó a construir.”31 O supongamos que un rey está a punto de ir a la guerra contra otro rey. ¿Acaso no se sienta primero a calcular si con diez mil hombres puede enfrentarse al que viene contra él con veinte mil?32 Si no puede, enviará una delegación mientras el otro está todavía lejos, para pedir condiciones de paz» (Lc. 14:28-32, NVI).
Es un asunto de sabiduría básica y elemental el calcular y planificar antes de realizar una obra, sobre todo si se trata de reedificar una ciudad, como lo haría Nehemías. Él además fue prudente, ya que no dijo a nadie sobre su intención de reedificar los muros, hasta que pudo diagnosticar la situación en terreno. Así, se libró de entusiasmos repentinos, y también de objeciones pesimistas de quienes quisieran excusarse de obrar simplemente porque todo resultaría muy difícil.
Ahora, si aplicamos esto a nuestra vida espiritual, ¿Qué tal están tus muros? ¿Has calculado el costo de seguir a Cristo? En la cita que acabamos de leer, Jesús vincula el ejemplo del constructor y del rey al hecho de seguirlo a Él. Así, dice en el v. 27 de ese pasaje: «Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo».
¿Te has dado cuenta que seguir a Cristo significa morir? Morir a gobernar tu vida, a seguir tus propios sueños, a imponer tus propias prioridades, a vivir de acuerdo a tus deseos personales. Morir a ser el rey de tu vida y de tu destino (cosa que en realidad es una ilusión), en resumen, morir a ti mismo, crucificarte, morir con Cristo. ¿Has calculado el costo de lo que eso significa? ¿Sabes lo que tienes que dejar, o de lo que debes abstenerte? ¿Sabes lo que debes emprender y lo que debes hacer para seguir a Cristo? Es hora de revisar tus muros y calcular.
vii. Nehemías enfrentó la oposición
(vv. 10, 19) Ligado con lo anterior, debemos tener muy claro que «… todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución» (II Ti. 3:12).
Como ya vimos en una predicación que trató especialmente de esto, los enemigos del pueblo de Dios son aquellos que aborrecen a Dios primeramente. Son enemigos de Dios en sus mentes, y tal como aborrecen al amo, aborrecen también a los siervos. En esa oportunidad vimos que todos nosotros estuvimos alguna vez en esa condición, siendo dominados por nuestros deseos pecaminosos, y siendo enemigos de Dios en nuestra mente, teniendo el entendimiento entenebrecido y la consciencia cauterizada. Sólo Dios en su misericordia nos rescató por gracia, y nos hizo sus hijos. Él se compadeció de nosotros aun siendo nosotros sus enemigos. Él nos amó primero, y eso hace que ahora nosotros lo amemos a Él.
Pero debemos esperar que se nos opongan quienes son enemigos de Dios. Esta oposición siempre ha existido, y existirá en tanto convivamos en este mundo con quienes no conocen a Cristo.
En especial estos enemigos, Sambalat, Tobías y Gesem, eran personas que por años se habían contentado en la humillación de Israel (v. 10). Ellos veían la vergüenza de esta nación, con sus murallas derribadas, sus casas en ruinas y sus puertas quemadas, y querían que todo continuara así. Inmediatamente intentaron difamar la obra de los judíos, acusándolos de rebelarse contra el rey, táctica que no era para nada nueva (ver Esd. 4).
Sin embargo, Nehemías no les respondió de acuerdo a su necedad, ni se rebajó a pelear personalmente con ellos. Él apeló al Señor, e invocó su autoridad (v. 20), cosa a la que también estamos llamados nosotros: «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Ro. 12:19).
viii. Nehemías animó a sus hermanos y puso manos a la obra
Como un dato a tener en cuenta, para la fecha en que ocurrió esto Jerusalén llevaba 140 años con sus murallas derribadas, en la invasión dirigida por Nabucodonosor. Es como si a nosotros nos dijeran este año, que las murallas fueron derribadas en 1874. Era de esperarse que los judíos estuviesen completamente animados y desesperanzados.
Sin embargo, para Nehemías ya había sido suficiente de humillación para el pueblo de Dios. Él decidió poner manos a la obra, y animar a sus hermanos a hacer lo mismo (vv. 17, 18, 20).
Recordemos que parte fundamental de los viajes misioneros de Pablo era confirmar y animar a los hermanos de las congregaciones nacientes. El animarnos unos a otros es un deber cristiano: «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; 25 no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (He. 10:24-25). También vemos esto en I Tes. 5:14 «También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos».
Parte de actuar por fe, entonces, es animar a nuestros hermanos en la esperanza que tenemos en común, sabiendo que el que comenzó en nosotros tan buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6).
Conclusiones
• La oración nos alista para que cuando llegue el momento de servir o el día malo, sepamos enfrentarlo de acuerdo a la Palabra de Dios. • La soberanía de Dios no nos excusa de actuar, sino todo lo contrario. Nos da confianza para obedecer. • El temor no es un obstáculo para obedecer. Debemos vencer el temor con el Espíritu de valentía que hemos recibido. • Debemos ser sabios y sagaces a la hora de actuar para sacar el mayor provecho para el pueblo de Dios. • Debemos ser audaces sin perder la reverencia, a la hora de relacionarnos con autoridades humanas y de acudir a Dios en oración. • Debemos calcular el costo de seguir a Cristo, y revisar los muros de nuestra vida espiritual. • La oposición a la obra de Dios es esperable, y debemos saber enfrentarla bíblicamente. • El animarnos los unos a los otros es un deber cristiano.
Reflexión Final
Hoy hemos visto un caso ejemplar de obediencia al Señor, en donde podemos ver una hermosa conjugación entre la fe y la acción. Como nos comenta Ro. cap. 15, estas cosas se escribieron para nuestra enseñanza, por lo que debemos sacar lecciones espirituales de ella.
Con todo, la obediencia de Nehemías no fue perfecta. Aunque es un ejemplo para nosotros de devoción y piedad, es un pecador tan necesitado de perdón y redención como nosotros.
Pero hay alguien que sí obedeció de manera perfecta. Jesucristo, el Dios y hombre, el nuevo Adán, aquel que reúne todas las virtudes y excelencias, el varón perfecto que es la gloria y la esperanza de la Iglesia, Aquél que quiso entregar su vida para darnos vida a nosotros que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados; Él es nuestro sumo ejemplo a seguir, y el único que ha obedecido perfectamente, hasta la muerte.
Quien crea merecer el Cielo, demuestra con ello que va camino al infierno, y que no ha conocido el verdadero Evangelio. Si aún no te has rendido entregando tu vida a Jesucristo, te exhorto en esta mañana a calcular el costo de morir a ti mismo, correr a los pies del único que puede redimir tu alma y darte vida: Dios hecho hombre, la vida que vino al mundo, la luz de los hombres y el único nombre en quien podemos ser salvos: Jesucristo. Amén.