Texto base: Juan 2:1-12.
Los domingos anteriores estuvimos hablando sobre el primer capítulo del Evangelio según Juan. Allí se nos deja claro de entrada que Cristo es Dios y Señor de todo, que es la Palabra de Dios hecha hombre, la luz de los hombres y la fuente de la vida, quien se hizo humano sin dejar de ser Dios, y vivió entre nosotros.
Vimos el testimonio de Juan el Bautista, quien fue llamado por el Señor para preparar el camino para la venida del Mesías. Él cumplió esta función fielmente, predicando en el desierto el arrepentimiento y la necesidad de recibir a este Cristo, este Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y dio testimonio de Él cuando apareció entre la gente.
Este testimonio perseverante y fiel de Juan el Bautista hizo que Andrés quisiera seguir a Jesús. Aquí vemos los inicios de la Iglesia Cristiana, los primeros discípulos de Cristo. A Andrés luego se sumarían Pedro, Felipe y Natanael, y entre ellos se contaba también al mismo Apóstol Juan, autor del Evangelio.
Vimos cómo la comunión con Cristo, el conocerlo personalmente, hacía que los discípulos quisieran hablar, compartir, predicar de este Salvador a quien habían conocido personalmente. La predicación y su testimonio eran tales que contagiaban, llamaban poderosamente a seguir a este Cordero de Dios, a esta Palabra de Dios hecha hombre que vivió entre nosotros.
Hoy seguiremos viendo los primeros días del ministerio público de Cristo, esta vez su aparición y su primer milagro en un evento muy particular: una boda.
I. Jesús asiste a las bodas
Como decíamos, el texto nos habla de la celebración de una boda en un pueblo llamado Caná de Galilea. ¿Por qué sería importante para nosotros algo tan trivial como una boda, en un pueblo tan insignificante como este? Porque allí estaba Cristo, junto a su madre María y sus discípulos.
Como es evidente, los novios deben haber sido familiares o amigos de Jesús y de su madre María, quien para ese entonces se cree que ya era viuda. Y aquí hay un detalle que es muy relevante y que no podemos pasar por alto: que Jesús haya sido invitado significa que tenía vida social, que conocía a personas no creyentes, que compartía con su familia, con sus vecinos, con conocidos.
Hay personas que cuando se convierten al cristianismo, se alejan de sus familias y dejan de interesarse por ellas. Bueno, cuando venimos a Cristo y nos comprometemos con su iglesia, comenzamos a servir y a participar de las reuniones, obviamente tenemos menos tiempo que antes, y ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Cristo. Pero otra cosa es esa actitud de indiferencia o de menosprecio hacia la familia, de verlos como simplemente incrédulos con quienes ya no debemos conversar y que no merecen nuestra atención.
Pero la Escritura dice: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres” (Fil. 4:5). Por supuesto, si alguien practicó esto de manera perfecta, fue Cristo, y claramente esto se demostrará de manera especial con los familiares, aquellos que nos son más cercanos. Entonces, que Cristo haya sido invitado demuestra que Él estaba en relación con sus familiares y amigos, que podía participar de sus reuniones sociales, que podía compartir con ellos estos momentos, y más aún, que era considerado por ellos para estar allí, lo que nos debe enseñar mucho sobre la manera en que debemos relacionarnos con familiares, amigos, vecinos y conocidos.
Entonces, es cierto, hay ciertas cosas que ya no podremos hacer y en las que ya no podremos participar, porque significan deshonrar al Señor. Pero tengamos discernimiento, que nuestra fe en Cristo y nuestra participación en la iglesia no signifiquen abandonar ni menospreciar a familiares, amigos y conocidos. Aunque tengamos menos tiempo, no dejemos de participar de instancias importantes en sus vidas, no dejemos de compartir por completo, ya que mantener esos momentos de convivencia es la única forma de poder hablarles de Cristo, de poder hacerles bien (como lo hizo Cristo en esta boda), y también de que ellos vean la obra del Señor en nuestras propias vidas.
Y otro detalle que no podemos perder de vista es que esta es una de las primeras apariciones públicas de Cristo desarrollando su ministerio, y fue en una boda. No fue en el templo, ni fue en la casa de los líderes espirituales, ni fue en un contexto que pudiéramos considerar religioso. Fue en una boda, en un contexto muy cotidiano, y allí Jesús demostró su poder y su gloria.
Por eso J. C. Ryle, comentando este pasaje, dijo: “Aquellos que miran en menos al matrimonio, no tienen la mente de Cristo”. Cristo embelleció y adornó el matrimonio con su presencia y primer milagro en Caná de Galilea. En este mismo Espíritu, el autor de Hebreos afirmó: “Tengan todos en alta estima el matrimonio y la fidelidad conyugal” He. 13:4.
Pero la presencia de Cristo en esta boda no sólo destaca la importancia del matrimonio y la gloria de ese momento en que un hombre y una mujer unen sus vidas y pasan a ser un solo ser. Él también con esto estaba demostrando que la santidad se da hasta en lo más cotidiano, y que esto incluye los momentos de entretenimiento y esparcimiento.
El Señor no vino a ser un monje, no se vino a enclaustrar lejos de todo, acusando a todos de ser profanos y mundanos, no se vino a aislar, sino a estar en medio de la vida social, y allí alumbrar con la luz de la gloria de Dios.
Consideremos que la boda era uno de los aspectos más cotidianos en una ciudad. En la Escritura se usa para referirse al día a día del mundo, algo que nos demuestra que hay vida cotidiana en una ciudad. Por ejemplo, el Señor Jesús justamente cuando quiso decir que en los últimos días la gente estaría viviendo sus vidas regularmente y que el juicio llegaría de forma repentina e inesperada tal como llegó el diluvio en los días de Noé, dijo: “en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento” (Mt. 24:38).
De hecho, si no hay bodas, se toma como una maldición, ruina y muerte de una civilización o sociedad. Cuando en Apocalipsis cap. 18 se habla de la caída de Babilonia, se dice: “Luz de lámpara no alumbrará más en ti, ni voz de esposo y de esposa se oirá más en ti” (Ap. 18:23).
El Señor Jesucristo, entonces, vino al mundo como la Palabra de Dios hecha hombre, y al comienzo de este Evangelio se dice que “habitó entre nosotros”. Este pasaje de las bodas de Caná lo demuestra en un aspecto muy práctico. Él realmente vino a habitar entre nosotros, a vivir el día a día con la humanidad, a ser uno de nosotros y desde esa vida cotidiana desarrollar su ministerio y lograr la redención por nuestros pecados.
Cristo no anduvo flotando en las nubes, ni cubierto por velos para no tocar a nadie o para que nadie lo viera, ni anduvo en lugares apartados para no mezclarse con la gente. Todo lo contrario, Él estuvo en medio de las personas, participó en eventos sociales, comió y bebió con ellos, compartió, convivió, conversó, fue parte, habitó entre nosotros.
Y no pensemos que Jesús vino a este banquete de bodas vestido de luto, o que andaba haciendo ayuno, o que se sentó solo para no conversar con nadie, que se fue para no escuchar la música que se tocaba allí, o se marchó para que ni siquiera lo relacionaran con el vino.
Eclesiastés 10:19 dice “Por el placer se hace el banquete, y el vino alegra a los vivos”; y el Salmo 104:15 nos dice que el Señor es quien hace producir “el vino que alegra el corazón del hombre, El aceite que hace brillar el rostro, Y el pan que sustenta la vida del hombre”. Vemos en este pasaje que el Señor aprueba y participa tanto en el banquete como en el vino, y esto no nos debe perturbar por ningún instante: son bendiciones y favores del Señor para nuestra vida. Los únicos que se alteraron por esto fueron los fariseos. El Señor Jesús, refiriéndose a ellos, dijo: “Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores” Lc. 7:34.
Cuando algunos creyentes ven que otros se divierten o tienen tiempos de sano esparcimiento, piensan en sus corazones: “yo en su lugar estaría orando, o leyendo la Escritura”. O peor aún, creen que su hermano es profano o frívolo por reírse o tener momentos de diversión. Desde luego hay momentos y momentos, pero ¿Qué habrías pensado de Cristo?
Es cierto, hay que aplicar mucho discernimiento aquí, sobre todo en medio de nuestra sociedad que es adicta al entretenimiento, a la diversión, que lo único que busca son luces, colores y música, y que no está dispuesta a hacer nada que no sea entretenido.
Debemos cuidarnos de dos extremos: ser un carnal y un mundano, que lo único que busca es lo sensual y persigue los placeres de este mundo como meta principal. Aquí no estamos promoviendo esto, ni es lo que Cristo hizo. Si abusas de tu libertad, estás bajo tu responsabilidad y deberás rendir cuenta ante el Señor por ese libertinaje en el que has incurrido.
Pero otro extremo es el creyente asceta, ese que se abstiene de todo, para quien todo es pecado, todo es inmundo, todo es sospechoso, todo es profano y corrupto. Él no va a nada, no participa de nada, analiza las motivaciones de todos y sólo él y quienes actúan como él, están a salvo de tanta maldad. Este tipo de creyente se habría escandalizado de la actitud de Cristo, y probablemente se incomoda con este pasaje y se pregunta si debería estar en la Biblia.
Pero aquí debemos recordar las palabras de J.C. Ryle: “La verdadera religión nunca fue para hacer que los hombres fueran melancólicos. Todo lo contrario, fue establecida para hacer crecer la alegría y la felicidad entre los hombres… el cristiano que se retira por completo de la sociedad de sus semejantes y deambula con una cara triste como de funeral, hace daño a la causa del Evangelio… Es un gran infortunio para el cristianismo cuando el cristiano no puede sonreír” J. C. Ryle.
Entonces, cuidémonos de estos dos extremos, vayamos a la Escritura constantemente para pedir sabiduría y discernimiento, recordando que el equilibrio es justamente la actitud de Cristo. Porque también puede haber entre quienes escuchan quienes creen que este mensaje les da una excusa para su mundanalidad y su adicción por la diversión y el entretenimiento. Pero tal persona debe recordar que no puede usar a Cristo ni a la Escritura para escudar sus pecados. Cuando participes de instancias como estas, debes hacerlo con la actitud de Cristo, con el mismo espíritu que hubo en Él.
II. El problema y la fe de María
Las bodas en aquella época eran eventos sociales muy importantes, como lo son también hoy. Y tal como ocurre en nuestros días, las bodas debían celebrarse de acuerdo a las normas sociales, y a las expectativas de familiares y amigos sobre lo que debe hacerse y aquello que sencillamente es inaceptable que ocurra.
La diferencia es que podían durar hasta una semana, lo que implicaba un gran costo, y la necesidad de alimentar a los invitados y proveerles de todo lo necesario para satisfacer sus necesidades, lo que implicaba entonces la comida y la bebida, que por tradición se estilaba que fuera vino. Y cuando decimos “vino”, claramente nos estamos refiriendo a vino fermentado, con alcohol.
Era el novio quien debía correr con los gastos de la boda, probablemente ayudado económicamente por su familia, ya que en aquel tiempo las bodas eran también acuerdos familiares.
Pero por alguna razón, ya sea porque hubo una negligencia en la organización, o algo que no se previó y que debía preverse, o incluso porque faltó dinero, se produjo una urgencia terrible: se había acabado el vino. Quizá podríamos compararlo hoy a que se acaben la comida y aún queden invitados sin que se les haya servido su plato, o que se acabe la bebida a la mitad de la cena.
Ciertamente que faltara el vino iba a llevar a esa boda a un rotundo fracaso, un escándalo público, una vergüenza terrible para los novios y sus familias, e incluso más, podía hacer que la familia de la novia llevara a juicio al novio, por no haber organizado bien la boda pagando la comida y la bebida suficiente para que se pudiera desarrollar sin problemas.
Por lo que dice el texto, todo indica que María no sólo estaba de invitada, sino que estaba ayudando a servir, y probablemente tenía alguna responsabilidad en la fiesta, estaba encargada de atender a los invitados, porque como vemos, ella podía disponer de los sirvientes. Esto nos indica que lo más probable es que los novios fueran parientes de María.
Entonces, este problema de la falta de vino la tocaba directamente, la afectaba de manera inmediata. Como dijimos, lo más probable es que a estas alturas María fuera viuda, pero estaba su hijo Jesús en la boda, y ella claramente sabía que su hijo tenía un llamado sobrenatural, que era Hijo de Dios, que tenía poder y que quizá la ayudaría a solucionar este problema, podía librar a sus familiares de esta vergüenza.
Pero fijémonos que ella fue donde Jesús y no le dijo lo que tenía que hacer, simplemente se limitó a señalarle el problema, le dijo “No tienen vino”, y esperó de Él un milagro con fe, sabiendo que lo que Jesús dispusiera, lo que Él dijera que había que hacer, eso es precisamente lo que tenía que ser hecho. Respetó la autoridad de Cristo aunque era su mamá, y confió plenamente en lo que Él podía hacer.
María tenía la convicción de que Jesús tenía la solución para este problema. Era un asunto cotidiano, era un asunto trivial, pero Él es Señor no sólo de los asuntos híper espirituales o elevados, sino que es Señor de todo, y mientras más veamos a Cristo en nuestro día a día, en los aspectos que nos parecen más simples e insignificantes, más nos daremos cuenta que dependemos de Él para todo, y en todas las cosas, y que también su gloria y su poder se manifiestan en estas cosas cotidianas y que a nuestros ojos son simples.
Se cuenta la anécdota de una conversación con un cristiano llamado Henry Clay Trumbull, en la que se estaba hablando de la oración. Allí se le preguntó: “bueno, pero ud. no me está hablando en serio cuando me dice que si se le pierde un lápiz oraría al Señor para que le ayude a encontrarlo, no es cierto?”. La respuesta instantánea y entusiasta de este hombre fue: “por supuesto que lo haría, ¡Por supuesto!”.
De esto se trata, de imitar la fe sencilla de este hombre y que también vemos en María, que reconoce que Cristo es Señor de todo, no sólo de lo que nosotros vemos como espiritual, sino de todo, y que su poder se manifiesta en todas las cosas. Mientras más reconozcamos nuestra dependencia de Él hasta en las cosas que nos parecen más pequeñas, más su poder se perfeccionará en nosotros, porque su poder se perfecciona en la debilidad, no en la autosuficiencia.
Y aunque como veremos, María pareció recibir una respuesta negativa de Jesús, ella se encomendó totalmente a Él, y además ordenó a los sirvientes seguir las órdenes de Jesús. Ella se limitó a decir: “Hagan todo lo que Él les diga”. Ella no sabía cuál era la solución, no sabía cómo lo haría Cristo, había una dificultad que parecía absolutamente imposible de salvar, ¿De dónde sacarían tanto vino, todo ese vino que falta? No sabía, pero seguramente Jesús sí, y eso era lo único que importaba.
Cuántas veces vemos en todos esas personas que andan decretando y declarando, la actitud totalmente contraria a la de María. En vez de decir como ella dijo, “Hagan todo lo que Él les diga”, ellos dicen: “Jesús, haz todo lo que yo digo”. Y así también nosotros, muchas veces tenemos esta actitud. En los problemas que nos parecen pequeños, nosotros tomamos las riendas y decimos “yo sé hacer esto, yo lo resuelvo”. Cuando los problemas comienzan a crecer, llegando a ser bien grandes, nos comenzamos a inquietar y decimos “me acuerdo de este plan A, y también tengo este plan B”. Seguimos, entonces, confiando en nuestras soluciones. Pero tenemos al Señor como una especie de paracaídas, por si todo lo demás falla. Ya cuando no encontramos ninguna solución y estamos desesperados, recurrimos al Señor, pero rogando que ojalá nuestra solución igual sea la que resulte.
Que el Señor nos ayude, para que en vez de eso tengamos esta fe sencilla de María, y recordemos que separados de Cristo nada podemos hacer, que dependemos de Él para todo, para absolutamente todo; y que además confiemos que es SU solución la que debe prevalecer y ejecutarse, y que podamos ponernos a su disposición diciendo: “Señor, haré todo lo que tú me digas”.
III. La respuesta de Jesús
La respuesta de Jesús nos puede parecer un poco áspera (v. 4). Pero en realidad no hay ninguna falta de respeto ni menosprecio de parte de Jesús hacia su madre María. Otras versiones pueden ayudarnos: “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? —respondió Jesús-” (NVI), “Mujer, ¿qué nos interesa esto a ti y a Mí?” (NBLH).
Lo que está haciendo Jesús aquí es marcar una distancia. Él está comenzando su ministerio público en el mundo, y María parece no comprenderlo. Él, en vez de decirle “madre”, le dice “mujer”, o “señora” (en un tono muy respetuoso). Con eso le está diciendo que no acuda a Él como hijo, que no lo vea como su niño que la va a ayudar, sino que es Cristo, es Dios hecho hombre, es el Mesías, por tanto debe verlo no en relación madre-hijo, sino en relación pecadora-Salvador.
Ahora, aunque Cristo pareció haber respondido de manera negativa, Él accedió a la petición que María hizo con fe. Esto no sólo porque debía honrar a su madre, sino que también podemos ver este tipo de respuestas de Jesús en otros lugares en la Escritura, donde el Señor parece negarse a la petición, pero lo que está haciendo es dar espacio para que la fe se manifieste, para que se muestre. Esto es lo que vemos, por ej., en el episodio de la mujer sirofenicia (Mr. 7:24-30), y en la parábola de la viuda y el juez injusto (Lc. 18:1-8).
Esto en las Bodas de Caná no es porque Él no supiera lo que iba a ocurrir. Este fue su primer milagro, según el mismo texto lo dice. El Señor sabe todas las cosas, y desde luego sabía cuándo y cómo iba a ocurrir este primer milagro, un hito tan importante en su ministerio. Con esta forma de responder simplemente nos está demostrando que Él se agrada de una fe que persevera, una fe que se manifiesta y una fe que lucha, como la de Jacob. Una fe que demuestra la convicción de que Él es poderoso, que puede responder sin problemas, que Él además está en control. Él se agrada de esta fe, y a la vez nos enseña a nosotros a confiar más decididamente, a perseverar en nuestros ruegos.
Por eso dice la Escritura: “sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (He. 11:6).
Y María tuvo esta fe que agrada al Señor, esta fe que persevera, y que se entrega total y confiadamente, por lo que Jesús accedió a su ruego, transformó el agua en vino por su simple voluntad.
Para hacer esto, simplemente María ordenó a los sirvientes que hicieran todo lo que Jesús les diría. Imaginemos por un momento lo que deben haber pensado los sirvientes. Jesús les dijo que llenaran con agua esas 6 tinajas de piedra, que hacían alrededor de 500 lts de agua. Ahora, si lo que necesitaban con urgencia era vino, ¿Por qué llenar las tinajas con 500 lts de agua?
Ellos tienen que haber ido varias veces a buscar agua para poder llenar esas tinajas, y lo más probable es que se preguntaran qué cosa rara estaría tramando Jesús. Pero no hay registro de que hayan resistido o cuestionado su orden, o de que lo hayan hecho de mala gana. Así también nosotros, debemos seguir las instrucciones de Jesús aunque nos parezca que no tienen sentido, y aunque no sepamos bien hacia dónde va lo que estamos haciendo. Nuestro deber es servirlo, su voluntad perfecta y lo conoce todo, y aunque nosotros no lo veamos, está obrando según su sabiduría absoluta, y nos está dando el enorme privilegio de participar en su obra.
Cristo se compadeció de la necesidad de los novios, de este problema que pudiera parecer sin importancia, y que para algunos pudiera ser profano o incluso pecaminoso. Lejos de eso, Cristo se compadeció, tuvo misericordia, vio la necesidad de los novios y quiso satisfacerla, vio la fe de su madre y quiso responder a ella.
Esto nos da una gran esperanza, porque si nuestro Señor tuvo misericordia de esta necesidad cotidiana mientras estuvo aquí, en su estado de humillación, cuánto más se acordará de las necesidades de su pueblo, estando Él en la gloria.
El agua se convirtió en vino, la boda pudo seguir desarrollándose, el novio fue librado de un gran problema y una tremenda vergüenza, pero Jesús no se contentó simplemente con esto, sino que el vino fue de tal calidad, que el novio fue honrado, él quedó bien ante el maestresala y sus invitados.
Es el primer milagro de Cristo de que se tiene registro. Si vemos en las Escrituras, otro caso en que se transformó el agua como una señal poderosa fue cuando el Señor estaba derramando las plagas sobre Egipto a través de Moisés, pero en esa oportunidad se transformó el agua en sangre. En cambio, Cristo transformó el agua en vino, con lo que de alguna manera sus discípulos podían ver que Él era un nuevo Moisés, pero mientras que el ministerio de Moisés era de condenación, de la ley que nos mostraba nuestra justo merecimiento de la ira; el ministerio de Cristo era de gracia, de gozo, Él venía a traer vida, y vida en abundancia.
Jesús comienza demostrando su favor a la humanidad en una boda, y esto no es casualidad. Sabemos por el libro de Efesios cap. 5 que el matrimonio simboliza unión de Cristo y su Iglesia. Tiene un alto valor para el Señor, y Jesús lo dejó claro, adornando esta ceremonia de bodas con su presencia, en la que mostró su misericordia, y nos dejó claro que es legítimo regocijarse, y que hay momentos especiales para esto, que podemos disfrutar como bendiciones de Dios.
Su ministerio terrenal inicia con este principio de señales en una boda, y por este milagro se dice que manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él. Pero la relación entre Cristo y su Iglesia, sus discípulos, también se consumará y llegará a su gloria definitiva en un banquete de bodas: las bodas del Cordero.
En las bodas de Caná, Cristo proveyó del vino, que alegró la fiesta y salvó a los novios y a su madre de una vergüenza. Pero para que las bodas del Cordero pudieran realizarse, Él se dio a sí mismo por completo, dio su vida, fue el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y todo esto para preparar y adornar a su novia, para purificarla y hacerla digna de ser su esposa. Él llevó sobre sí las vergüenzas, los pecados de su novia, y dio su vida para que ella fuera santa y sin mancha.
“Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! 7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente” Ap. 19:6-8.
En las bodas de Caná, Jesús tiene un puñado de discípulos, que con este milagro reafirmaron su fe en Él. Pero sólo ellos, su madre y los sirvientes se enteraron de su conversión del agua en vino. Él estaba recién comenzando su ministerio, y revelándose de forma gradual. Pero en las bodas del Cordero, su gloria ya será completamente manifiesta, habrá una multitud cuya voz será como grandes truenos, y que lo alabará y le dará gloria.
En las bodas de Caná Cristo estaba en su estado de humillación, y dio honra al novio; pero aquí Él estará completamente glorificado, y será Él quien reciba toda alabanza y honra.
No consideremos que este milagro es casi anecdótico o una cosa de menor valor. La Escritura lo destaca como el primero de sus milagros, y dice que “Así reveló su gloria, y sus discípulos creyeron en él”. Quizá el Señor nos está demostrando con esto, que su presencia en lo cotidiano es mucho más manifiesta de lo que creemos. Esto echa por tierra esa idea de que el Señor sólo está en algunas cosas relacionadas con la devoción individual. Él está en todos los aspectos de la vida, incluyendo los tiempos de diversión y esparcimiento. Esos momentos también son santos, y debemos disfrutarlos como bendiciones y favores que recibimos de su mano.
Llenémonos de esperanza y de fe con esta obra de Cristo, el Salvador que vino realmente a habitar entre nosotros, a ser uno de nosotros, a vivir el día a día, y desde allí lograr nuestra redención. Miremos a este Salvador compasivo, que tiene misericordia y que está atento a los detalles incluso más triviales de nuestra vida, y que es también pronto para derramar su gracia y obrar en nuestro favor. Tengamos esa fe sencilla de María, y que podamos decir: “Señor, que se haga todo lo que tú digas”.