Honra a tu padre y a tu madre

Domingo 6 de septiembre de 2020

Texto base: Éxodo 20.12.

El 14 de julio de 1789, en medio de un descontento creciente ante el rey de Francia, el pueblo de Paris tomó la fortaleza de la Bastilla, símbolo del poder de la monarquía. Este acto de fuerza detonó la revolución francesa, que ya se venía gestando anteriormente y que resultó en un hecho increíble: el rey Luis XVI fue ejecutado públicamente en la guillotina, en 1793.

¿Por qué vendrá esto al caso? Porque los revolucionarios no sólo cortaron la cabeza a su rey, sino que a su sociedad. No sólo se opusieron a la monarquía, sino que fueron mucho más allá: rechazaron la soberanía de Dios sobre su nación, entendiendo que la sociedad no se gobierna en Nombre de Dios, sino que sólo en nombre del pueblo y para el pueblo, y que no se debe apelar a ninguna ley divina, sino a la que el pueblo defina en uso de su propia razón.

Aunque varios reinos intentaron sofocarla, esta revolución francesa fue una verdadera explosión nuclear con una onda expansiva que llega hasta nuestros días. En el siglo siguiente a ella, dio lugar a un fervor revolucionario que estalló en distintos países y se reflejó en muchas legislaciones, como la chilena, que abrazó la visión revolucionaria de la sociedad y el gobierno.

Este descabezamiento de la sociedad, donde Dios ya no es reconocido como autoridad suprema de la nación, obviamente ha tenido consecuencias en todas las esferas, incluyendo la familia y la iglesia. Vivimos en una época que no sólo rechaza el abuso de la autoridad, sino la autoridad misma, y pone en el centro no a Dios y su Ley, sino al hombre y su voluntad.

Por lo mismo, es urgente conocer lo que ordena y lo que prohíbe este quinto mandamiento, y cómo nos confronta personalmente, en una época donde la rebelión y la revolución se consideran virtudes, mientras que la autoridad y la sujeción se miran con abominación.

I. El deber de honrar a toda autoridad impuesta por Dios

A. Esencia del Mandamiento

Los Diez Mandamientos se clasifican en dos grupos: la primera tabla, que contiene los primeros cuatro mandamientos, y que tratan directamente de nuestra adoración a Dios. La segunda tabla, que contiene desde el mandamiento quinto al décimo, contiene nuestros deberes hacia el prójimo. Nuestra obediencia a la segunda tabla dependerá de que obedezcamos antes la primera, porque el amor a Dios es la base para nuestro amor al prójimo. Pero al mismo tiempo, el amor al prójimo demostrará que en nosotros realmente existe amor hacia Dios: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Jn. 4:20).

Así, el quinto mandamiento es una adecuada transición entre primera y segunda tabla, porque, Dios ha puesto a nuestros padres como la representación más visible y directa que tenemos de su autoridad, pero también de su amor, bondad y cuidado hacia nosotros. No es que Dios se llame “Padre” simplemente para aplicarse un ejemplo de relación humana y que así podamos entenderlo mejor, sino que es al revés: son los padres humanos los que toman su nombre del Padre Celestial (Ef. 3:14-15), siendo una figura de Él, porque Él es Padre de Jesucristo desde la eternidad, y a la vez es llamado “Padre de los espíritus” (He. 12:9), es decir, es Padre también en relación con su creación.

Así, el mandamiento no se limita a los padres sanguíneos, sino que se aplica a todos quienes estén en autoridad sobre nosotros, ordenando nuestra relación con ellos: “… el “Honor” pertenece primeramente y principalmente a Dios. Secundariamente, y por derivación, pertenece también a aquellos a quienes Él ha dignificado y ha hecho nobles en Su reino, al elevarlos sobre otros y otorgándoles títulos y dominio sobre ellos[1] (Arthur Pink).

En ese sentido, para entender adecuadamente este mandamiento, se debe distinguir las distintas esferas de la vida en las que la Biblia reconoce que hay autoridades: la familia (padres), la iglesia (pastores), el trabajo (jefes) y la sociedad (autoridades civiles), y todo esto forma parte de un orden establecido por Dios. Este quinto mandamiento nos manda reconocer y respetar ese orden, en cada una de esas esferas de la vida, porque el Señor ha comunicado parte de Su autoridad a quienes puso sobre nosotros.

La suma, pues, de todo ello, será que, aquellos a quienes el Señor nos ha dado por superiores, les tengamos gran respeto, los honremos, les obedezcamos y reconozcamos el bien que de ellos hemos recibido… [Así,] la honra de que se habla en este mandamiento contiene tres partes: reverencia, obediencia y gratitud[2].

El honor que debemos a nuestros padres se extiende al resto de las autoridades que tenemos sobre nuestras cabezas. No con el mismo alcance, pero sí como un ejemplo. Así, la palabra ‘honor’ se aplica también en la Biblia al resto de las autoridades: 1 Ti. 5:17 (“Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor”); 1 P. 2:17 (“Honrad al rey”). El nombre “padre” también es dado a los reyes (“padre mío”, David a Saúl,1 S. 24:11), a los amos (“Padre mío”, siervos a Naamán el sirio, 2 R. 5:13) y ministros del Evangelio (“Padre mío”, Eliseo a Elías, 2 R. 2:12. Cfr. Gá. 4:19).

B. Cómo guardarlo

i. El deber hacia el padre y la madre

El Señor el vínculo con los padres para presentar el mandamiento, al ser nuestra autoridad más directa, en que hay afecto natural y relacionamos con amor y cuidado. El respeto y sujeción que los hijos den a los padres está en directa relación con la que darán a toda otra autoridad en la tierra, y, a fin de cuentas, al mismo Señor.

Este mandamiento se ve complementado por lo dicho en el N.T.: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Col. 3:20). Debes someterte y sujetarte en todo lo que ellos digan y ordenen, pero no a regañadientes sino con humildad, buscando agradarlos y temiendo ofenderlos, usando siempre un lenguaje y una actitud respetuosa y reverente, no solo cuando hables ‘a’ ellos, sino cuando hables ‘sobre’ ellos, escuchando también su enseñanza, correcciones, consejos e instrucciones, respondiendo a lo que dice el padre de Proverbios: “Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, Y no dejes la enseñanza de tu madre” (6:20).

Recuerda que tus padres fueron puestos allí por Dios. Aunque sean incrédulos, y a pesar de que no hayan tenido los mismos estudios que tú, debes escuchar con toda atención sus enseñanzas y consejos sobre todo aspecto de la vida, y con mucha mayor razón si son cristianos y te están enseñando sobre la verdadera religión.

El quinto mandamiento demanda también que te preocupes de las necesidades materiales y los cuidados requeridos por tus padres en la vejez o la invalidez. El hecho de que hoy existan sistemas de previsión no te exime de este mandato, que no se satisface sólo con desembolsar sumas de dinero, sino con un cuidado diligente, amoroso y agradecido.

Esta honra es clara en la Biblia: José, siendo el segundo en Egipto, se inclinó a tierra cuando se presentó ante su padre Jacob (Gn. 48:12). David, incluso después de ser ungido rey, servía a su padre Isaí cuidando las ovejas (1 S. 16:19). Salomón, siendo el rey más lleno de esplendor que tuvo Israel, cuando vio a su madre “se levantó a recibirla, y se inclinó ante ella, y volvió a sentarse en su trono, e hizo traer una silla para su madre, la cual se sentó a su diestra” (1 R. 2:19).

Por este mandamiento debes también honrar a tus abuelos y antepasados, y de manera más general, a los ancianos, a quienes debes mostrar siempre el mayor respeto, y es también lo que debes enseñar a tus hijos: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová” (Lv. 19:32).

ii. El deber hacia los pastores

 

Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (He. 13:17). Nota el lenguaje similar al usado respecto de los padres, aunque en este caso el Señor llama a estarles sujetos debido a la naturaleza de su trabajo, que es velar por las almas.

Así, en obediencia a este mandamiento, debes a los pastores reconocimiento, amor, respeto y especial estima, como ordena la Escritura: “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; 13 y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra” (1 Tes. 5:12-13).

Esta honra y sujeción implica que escuches con atención y te sometas a su predicación, enseñanza, consejo, exhortación y reprensiones, manteniendo una actitud humilde y considerando primero su opinión sobre algún punto de la doctrina, con espíritu enseñable. Si tienes una convicción distinta a la de los pastores, debes darles el beneficio de la duda y permitir que te expongan su doctrina, considerándola con atención, no encerrándote en tu propia opinión.

Este honor se manifiesta también en que debes procurar que tengan un sustento material generoso: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. 18 Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario” (1 Ti. 5:17-18), lo que es llamado por el Apóstol Pablo un derecho de quienes están dedicados a la predicación (1 Co. 9:12), diciendo claramente: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (v. 14). Y el mandato va todavía más allá, apuntando a una actitud de generosidad y bondad constante hacia ellos, fruto de esa estima especial: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” (Gá. 6:6).

La sujeción a los pastores implica que ellos desempeñarán su trabajo con alegría, lo que irá en beneficio de toda la Iglesia, mientras que la rebelión les pone un tropiezo y un obstáculo adicional a la complejidad que ya tiene la obra, y no será provechoso para la hermandad.

iii. El deber hacia los jefes

Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios” (Col. 3:22). Debes honrar a quienes te han contratado o a quienes debes cuentas en tu trabajo, demostrando tu respeto y sujeción a ellos en la esfera de tus labores. Sin duda, la situación de servidumbre y esclavitud no es equivalente a las condiciones de trabajo actuales, pero el principio es el mismo, pues existe una relación que involucra autoridad.

Nota que el lenguaje que usa es similar a cuando habla de los padres: “obedeced en todo”. Pablo instruyó a Tito diciendo: “Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; 10 no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tit. 2:9-10).

Por tanto, debes buscar honrar y agradar a tus superiores en el trabajo, evitando causarles molestia y teniendo una actitud humilde y sujeta, no una respondedora ni cuestionadora. Debes ser íntegro y diligente incluso cuando tu jefe no te está viendo, pues sirves primero al Señor, y Él te ve en todo momento. Debes cumplir con lo que te encomendó, y hacer el trabajo para el cual se te ha contratado y por el cual serás remunerado.

La Escritura agrega: “Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. 19 Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente” (1 P. 2:18-19). Es decir, tu actitud ante los jefes difíciles también dirá mucho sobre tu fe, porque someterse a los buenos jefes es fácil, pero es con los difíciles de soportar que tu obediencia, fe y humildad es puesta a prueba. Incluso ante un mal jefe, debes seguir siendo buen cristiano, obediente primero a tu Dios.

iv. El deber hacia las autoridades civiles

Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro.13:1-2), para luego asegurar que quien está en autoridad “es servidor de Dios para tu bien” (v. 4). El Apóstol Pedro refuerza esta idea, dando el fundamento de esta sujeción: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, 14 ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien” (1 P. 2:13-14).

Dios impuso el gobierno humano para el bien general de la humanidad, ya que de otra forma la vida en la tierra sería aún más caótica, y el pecado no sería controlado ni siquiera a un nivel que permitiera la convivencia social. Algunos no temen a Dios, pero sí temen a la vara o a la cárcel. El Señor ha querido que incluso aquellos que no son salvos, puedan convivir en una sociedad ordenada bajo un gobierno, y esto permitirá que su Iglesia viva allí “quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador” 1 Ti. 2:2-3). Su voluntad es que en la sociedad se recompense a quien hace el bien, y se castigue a quien hace lo malo, incluso cuando eso no tenga efectos en la salvación de ellos (Ro. 13:3-4). Para eso, entregó el poder de la espada no a la Iglesia, sino al gobierno civil, para que castigue a quienes hacen el mal, siendo la sanción máxima la pena de muerte, que es justamente lo simbolizado por la espada.

Esta honra envuelve referirse respetuosamente hacia ellas. El Apóstol Pablo, siendo presentado ante el corrupto Sanedrín, habló mal contra el sumo sacerdote Ananías, pero luego se arrepintió diciendo: “No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (Hch. 23:5), citando la Ley de Dios (Éx. 22:28) para invocar el deber de sujetarse a las autoridades. Además de este respeto, debemos obedecer las leyes y ordenanzas que promuevan lo bueno y prohíban lo malo, y en general cuanto no sea pecado ni implique opresión. Por último, se deben pagar los impuestos legítimos y necesarios para que cumplan la función que el Señor les entregó (Ro. 13:7).

También, de manera muy especial, debemos orar por estas autoridades, lo que el Apóstol encarga con mucho énfasis: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador” (1 Ti. 2:1-3). Estas oraciones agradan a Dios, porque demuestran fe en que Él es el Soberano por sobre todos los gobernantes humanos, y además, porque implican reconocer que sólo Su poder nos puede llevar a vivir en paz. Esta oración es parte central de cumplir el quinto.

En resumen, para guardar este mandamiento se debe reconocer que Dios es la suprema autoridad, y que Él quiso delegar el ejercicio de ciertos aspectos de esa potestad en seres hechos a su imagen, a quienes debemos reconocer, respetar y obedecer según la honra que el Señor ha querido que se les entregue, y esto nunca porque ellos sean dignos en sí mismos, sino por orden y voluntad de Dios.

II. La prohibición de toda rebelión e insubordinación ilegítima

A. La esencia de la prohibición

Se prohíbe deshonrar a quienes Dios ha puesto como autoridad sobre nosotros, de modo “… que no rebajemos su dignidad ni por menosprecio, ni por contumacia o por ingratitud[3]. Así, el Señor prohíbe toda desobediencia, insumisión y rebelión contra aquellos que están sobre nosotros, puestos allí por Él.

 

B. Los límites de la obediencia

Sin embargo, antes de continuar analizando la prohibición que está envuelta en este mandamiento, es necesario que reconozcamos el límite que la misma Escritura impone, pues aunque las autoridades reflejan en su esfera aquella majestad y señorío de Dios, ciertamente no son Dios, y aunque ejercen una autoridad de parte de Él, ella no es absoluta ni ilimitada.

De esta forma, la Escritura dice: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Ef. 6:1). El texto establece el marco en el que debe darse nuestra sujeción y obediencia, y es "en el Señor". Esto implica que si alguna autoridad nos ordena algo pecaminoso o nos impide cumplir un deber que tenemos delante de Dios, simplemente no podemos sujetarnos a ella, por qué debemos ante todo honrar a Dios, obedeciéndolo por sobre toda otra autoridad que tengamos ante nosotros.

Este límite rige también respecto de las autoridades civiles, cómo cuándo Sadrac, Mesac y Abednego se negaron a doblegarse ante la Estatua de oro de Nabucodonosor, Daniel se negó a obedecer el decreto que impedía orar y los apóstoles Pedro y Juan se negaron a dejar de evangelizar, afirmando con convicción: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch. 5:29). Por ejemplo, el Señor no entregó a los gobiernos la regulación del culto a Su Nombre: el mismo Señor es el único legislador del culto y lo entregó por completo a la Iglesia, aunque las autoridades pretendan atribuirse esa facultad.

La tiranía merece una mención especial aquí: cuando un gobierno se pone en el lugar de Dios, demandando adoración en cualquier forma, aunque no lo presente abiertamente como religión; cuando somete arbitrariamente a los ciudadanos en sus cuerpos, sus bienes o sus consciencias, promoviendo la mentira y la idolatría y abandonando la justicia y la verdad, de manera que sumerge a su pueblo al sufrimiento y la servidumbre, y sobre todo cuando persigue y estorba al pueblo de Dios, debemos concordar con las palabras de John Knox: “resistir a la tiranía es obediencia a Dios”. Ahora, incluso en esto, debemos resistir como cristianos y no como zelotes, como veremos.

En el caso de los pastores, no hay ningún deber de sujeción a quienes abandonaron su llamado de predicar la Palabra de Dios, y que guían a las congregaciones que están a su cargo según criterios humanos, o de acuerdo con alguna interpretación torcida de la Escritura, apartándose de las marcas bíblicas de una Iglesia. Dicho eso, debemos tener cuidado de considerar cualquier doctrina en la que podamos estar en desacuerdo con los pastores, como si fuera una razón para dejar de someternos a ellos, pues hablamos aquí de quienes han abandonado la Escritura, no de quienes sostengan alguna convicción distinta en puntos que no descalifican su predicación ni su ministerio. Respecto de aquellos que han dejado la Escritura, dice: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Ro. 16:17).

Ahora bien, cuando debas desobedecer o dejar de someterte a cualquier autoridad, debes hacerlo con humildad, aunque con decisión. No con soberbia, desprecio, violencia ni agresividad, sino con reverencia, pero demostrando aun mayor sujeción y honra al Señor.

C. La desobediencia a este mandamiento

La desobediencia al quinto mandamiento implica:

i. Rebelión contra los padres

- Toda desobediencia, irreverencia, falta de respeto o ingratitud respecto de ellos. Esta deshonra puede ser tanto externa como interna, e incluye desde la rebelión abierta a los padres, hasta aquella obediencia que es sólo aparente, pero que esconde irreverencia e insumisión en el corazón.

 

- Toda forma de referirte, hablar, tratar o incluso mirar a tus padres con irreverencia, irrespeto o desprecio. Dice la Escritura: "Al ojo que se mofa del padre, y escarnece a la madre, lo sacarán los cuervos del valle, y lo comerán los aguiluchos" (Pr. 30:17 BLA). Una nota de cuidado aquí para los padres: No dejes ni siquiera una mirada de rebelión o desprecio en tus hijos sin corregir. Puede ser que ellos te obedezcan con sus cuerpos, pero murmuran con sus bocas y te fulminan con sus ojos. Por amor a tu hijo, corrige todas esas conductas y no las dejes pasar. Si tu hijo va a ser castigado por Dios, que no sea porque tú lo dejaste de corregir o porque fuiste negligente en disciplinarlo. Si tu hijo te lanza siquiera una de estas miradas, según la Escritura ya está en posición de que un cuervo le saque los ojos. ¿Acaso algo así te resultará indiferente? ¿Deseas este mal para tu hijo? Si no quieres esto para él, corrígelo como la Escritura demanda, lo que implica también la disciplina física según ella lo establece.

- Todo desprecio de su autoridad, consejo, enseñanzas y disciplina, cuando te da lo mismo ofenderlos o te resulta indiferente agradarlos, y también si murmuras, los menosprecias o te burlas de ellos ante otras personas, sea que tus padres estén presentes o no. Considera aquí la actitud de Cam, quién en vez de preocuparse por cubrir la honra de su padre Noé, se burló de él ante sus hermanos y descubrió su vergüenza, y por ello resultó maldito él y su descendencia. En contraste, sus hermanos Sem y Jafet honraron a su padre y fueron bendecidos.

- El abandono del deber de sostener materialmente a los padres o aun a familiares en sus necesidades (1 Ti. 5:16), o asumir su cuidado en la debilidad o en la pobreza, pero con desprecio, queja o maltratos.

- Todo resentimiento o rencor contra ellos, y cualquier actitud que involucre menosprecio.

En resumen, desobedeces el quinto mandamiento si tratas a tus padres con cualquier actitud que no sea el mayor respeto, reverencia, obediencia y gratitud, aun cuando ellos sean difíciles de llevar, tengan mal carácter o hayan cometido grandes errores en sus vidas, incluso cuando esas faltas te han afectado personalmente. Si ellos han desobedecido o deshonrado a Dios, darán cuenta por sí mismos, pero tú darás cuenta ante Dios de tu obediencia o desobediencia a este mandamiento.

El Señor considera que aquellos que viven en rebelión contra sus padres son indignos de vivir: “el que maldijere a su padre o a su madre, morirá” (Éx. 21:17; Lv. 20:9); involucrando además una maldición: “Al que maldice a su padre o a su madre, Se le apagará su lámpara en oscuridad tenebrosa” (Pr. 20:20), es decir, será entregado a sus tinieblas, lo abandonará la razón y será atormentado por la locura o por terrores constantes. Así, quien vive deshonrando a sus padres, aunque escape del juicio de los hombres, no escapará del juicio de Dios, y ha llegado a ser más un monstruo que un ser humano.

ii. Rebelión contra los pastores

- La actitud insumisa, cuestionadora y rebelde contra los pastores, entorpeciendo así el desarrollo de su ministerio.

- La negación del amor, respeto y especial estima que ordena la Escritura hacia ellos, la murmuración contra ellos, el menosprecio de su predicación, exhortación, su consejo y sus reprensiones.

 

- La demostración de favoritismo a un pastor por sobre otros (en caso de pluralidad de pastores), lo que en su grado más extremo lleva a las facciones dentro de la iglesia ("Yo soy de Apolos", "yo soy de Pablo"). Una forma muy actual de menospreciar a los propios pastores es preferir la enseñanza de maestros que son celebridades en internet por sobre la predicación en la iglesia local.

- La negación de un sustento adecuado e incluso generoso como ordena la Escritura, porque esto implica ante todo menospreciar la enseñanza de la Palabra de Dios, y demuestra una falta de fe en la obra que Dios está haciendo en la iglesia y en el mundo.

- La enseñanza de diferente doctrina, el intento de apartar a los hermanos de la enseñanza pastoral, poniendo cualquier obstáculo contra ella o incitando a otros a menospreciarla. De hecho, esta es una de las señales de la decadencia de una sociedad, y en especial del pueblo de Dios: “Pero ellos continuamente se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y se mofaban de sus profetas, hasta que subió el furor del Señor contra su pueblo, y ya no hubo remedio” (2 Cr. 36:16 BLA).

iii. Rebelión contra los jefes

La actitud irreverente y respondedora ante los superiores, la murmuración contra ellos con los compañeros de trabajo, y la actitud de trabajar solo en el momento en que los superiores nos están mirando, perdiendo el tiempo cuando ellos no están. Consideremos que los malos jefes no nos eximen de obedecer este mandamiento, ya que debemos honrarlos de igual forma. Sí sufres por este motivo, lo más probable es que lo consideres como un problema personal, pero el Señor cuenta esto como padecer por la causa del Evangelio (1 P. 2:19), lo que debe ayudarte a ser fieles en medio de una situación adversa.

iv. Rebelión contra las autoridades civiles

- La oposición contra la autoridad, que surge al dejar de ver que el Señor es quién está por sobre todo autoridad y es quien las ha impuesto sobre nosotros. Esto implica resistir a Dios mismo, y quien hace tal cosa, trae condenación sobre sí mismo (Ro. 13:2). Esta oposición pecaminosa va desde la irreverencia y falta de respeto a las autoridades civiles, hasta la revolución y sedición, cubriendo todo el espectro intermedio.

 

- La negligencia en orar por ellas rogando por sabiduría, discernimiento y también por salvación para sus vidas, dado que la Escritura nos ordena orar por las autoridades haciendo un especial énfasis en esto.

Incluso si hemos de resistir un mandato o prohibición ilegítima de parte de ellos, o si nos vemos en la necesidad de resistir una tiranía, debemos hacerlo con valentía, pero también con respeto y humildad. Recordemos aquí que los cristianos antiguos se enfrentaron a la bestia del Imperio Romano, y aunque comenzaron como un puñado de creyentes en Jerusalén, terminaron conquistando todo el Imperio para Cristo, pero esto no lo hicieron por la vía de la revolución o la insurrección armada, sino por medio de la oración, la predicación del Evangelio y una vida de obediencia fiel a la Palabra de Dios. Fue así como hasta los césares llegaron a postrarse ante Cristo.

III. El quinto mandamiento y nosotros

Para motivarnos a cumplir este mandamiento, aunque el Señor no nos debe nada, nos entrega una preciosa promesa: "para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da" (Éx. 20:12). Aunque los destinatarios inmediatos de esta promesa eran los judíos que entrarían a poseer Canaán, ciertamente ella se extiende a todos quienes obedecen fielmente este mandamiento, ya que el apóstol Pablo lo aplica también a los creyentes en su carta a Los Efesios (Ef. 6:2).

Esto no significa que invariablemente aquel que obedezca a sus padres vivirá muchos años, pero se aplica como principio que generalmente ocurre, ya que aquellos que vivan de esta forma caminan en la sabiduría que libra de muchos males y peligros, a los que están expuestos quienes viven en rebelión y necedad. No se puede ignorar acá que existe una bendición de Dios para quienes viven en sujeción a Su Ley y por tanto también a sus padres.

Por otro lado, una forma de acortar nuestros días y volverlos miserables es vivir en rebelión contra nuestros padres, lo que definitivamente se traducirá en una vida necia, bajo la maldición de Dios y camino a la destrucción segura. Quién vive siendo un insensato, se expondrá mucho más a peligros y situaciones quién vuelven riesgo de muerte.

Por lo mismo, es fundamental que entiendas la importancia de este mandamiento en el plan de Dios y su diseño no sólo para tu vida, sino para la existencia del hombre en la tierra. No sólo debes obedecerlo como hijo, sino que también como padre, ya que Dios te ha entregado la responsabilidad de instruir a tus hijos en la fe y de enseñarles a obedecerte y respetarte. Tus hijos no te pertenecen, sino que son de Dios, lo que implica que debes educarlos en su ley y que Su Palabra debe estar constantemente en tus labios y tus hechos: "Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes" (Dt. 6:6-7).

Eres el primero y principal evangelizador y pastor de tus hijos. La Biblia establece la figura del pastor de jóvenes: se llaman “padres”. Si no los instruyes ni los disciplinas en la ley de Dios, les estás poniendo un estorbo qué les hará mucho más difícil adorar y someterse a Dios mismo, y a las demás autoridades que el Señor pone sobre ellos en esta tierra. Si tus hijos son rebeldes hacia ti, lo serán también a Dios, a los pastores, en sus trabajos y a sus autoridades civiles.

¿No es esta la causa de la ola de rebelión que enfrentamos? Niños que no fueron instruidos por sus padres en la ley de Dios, que fueron criados por las películas y la televisión, por profesores incrédulos y la psicología humanista que les hace creer que son el centro del mundo, se transformaron luego en los jóvenes rebeldes y revolucionarios que no respetan a nada ni a nadie. La primera molotov de esos jóvenes fue contra la autoridad de sus propios padres, quienes tienen la gran responsabilidad en que esto haya ocurrido esta manera. Y tristemente, debemos decir que esta ola de rebelión se encuentra también en el seno mismo de la cristiandad, con jóvenes que asisten a la iglesia los domingos pero que durante la semana alzan su puño rebelde junto a otros jóvenes revolucionarios, y que en sus corazones están cautivados por ideologías humanistas que promueven la insurrección.

No olvidemos que uno de los pecados mencionados por el apóstol Pablo en Romanos cap. 1, y que caracterizan una mente reprobada y en tinieblas es "desobedientes a los padres" (Ro. 1:30), cuestión que nombra también cuando habla de los tiempos peligrosos de los últimos días, describiendo a los hombres perversos que van a caracterizar esa era de decadencia, diciendo que serán "desobedientes a los padres" (2 Ti. 3:2). Si tus hijos han de ser contados entre estos, que no sea porque fuiste negligente, indiferente o cobarde. Enséñalos y corrígelos mientras hay tiempo.

Pero en Cristo hay esperanza y transformación. El obedeció perfectamente este mandamiento. Hablando de la relación que él tenía en su niñez con sus padres terrenales, la Escritura dice que "estaba sujeto a ellos" (Lc. 2:51). Luego, el primer milagro en su ministerio fue en las bodas de Caná, ante la petición insistente de su propia madre María (Jn. 2:3-5). Por último, incluso estando en la agonía de la cruz, se preocupó de que su madre quedara al cuidado del Apóstol Juan, ya que a esas alturas era viuda y necesitaría que alguien se preocupara de su sustento y seguridad. Por tanto, incluso en la cruz Cristo honró a su madre.

Por otra parte, cuando debió desobedecerla lo hizo, pues María junto con los hermanos de Jesús fueron a buscarlo probablemente para que cesara su predicación, pero Jesús respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen" (Lc. 8:21).

Y ante todas las cosas, Jesús honró a su Padre Celestial, de manera que dijo: "Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada" (Jn. 8:29). Es precisamente a lo mismo que estamos llamados: A honrar a nuestros padres terrenales, pero por sobre todo a nuestro Padre Celestial, y de eso es que trata esencialmente este mandamiento.

Te invito a considerar tu pecado: todas aquellas ocasiones en que has deshonrado a tus padres terrenales o a las otras autoridades que Dios ha puesto sobre ti, y en esto ve cómo has desobedecido a tu Padre en los Cielos. Pero no te quedes allí. Mira a Jesús, quién obedeció perfectamente este mandamiento y quién también murió en la cruz para pagar por tu desobediencia a lo que Dios ordenó aquí. Él es poderoso no sólo para salvarte, si no para transformar tu vida y sanar la rebelión de tu corazón.

 

Es probable incluso que te entristezca el hecho de haber tenido malos padres, o de tener una mala relación con ellos, pero ven a Aquel de quien se dice: "Aunque mi padre y mi madre me dejaran, Con todo, Jehová me recogerá" (Sal. 27:10), y a quien puedes llamar por medio del Espíritu: ¡Abba! (Ro. 8:15), que podría traducirse "papito". Él es fiel para recibirte, pues no he hecho fuera a quienes vienen a su presencia quebrantados, con un corazón contrito y humillado, para encontrar perdón en Cristo.

  1. Pink, Los Diez Mandamientos, 44.

  2. Calvino, Institución, p. 288.

  3. Calvino, Institución, 289.