IBGS, escucha lo que el Espíritu dice a las iglesias

Domingo 5 de septiembre de 2021

Texto base: Ap. 3:22.

Según datos de la Encuesta Nacional Bicentenario (UC) de 2019[1], entre 2006 y 2019 ocurrió lo siguiente: los chilenos que se declaran católicos disminuyeron desde un 70% a un 45%. Mientras los evangélicos se han mantenido relativamente estables, subiendo de un 14% a un 18%, los ateos y los que dicen no tener religión, subieron de un 12% a un 32%.

Nuestra sociedad se está descristianizando rápidamente. Los que profesamos una fe evangélica somos minoría, y estamos dispersos en una infinidad de denominaciones y organizaciones. Quienes nos reunimos hoy aquí somos sólo un puñado de hermanos: una pequeña y frágil barca que se mueve entre grandes olas.

Sin embargo, el Señor nos conoce muy bien. Él envió a Su Hijo a entregarse en sacrificio por nosotros y nos llamó a ser salvos. Ese Hijo nos ordena atender a lo que Él dijo a las siete iglesias en Asia Menor, en el s. I. Habiendo ya analizado cada una de las siete cartas, ¿Qué podemos aprender de ellas en conjunto para nuestro hoy y ahora?

Realizaremos un panorama de lo aprendido, y lo aplicaremos a nuestro contexto como IBGS, considerando de cerca lo que dice el Señor: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3).

 

I. Debes escuchar al Señor

La exhortación a escuchar se repite una y otra vez, y no sólo se dirige a las siete iglesias, sino a todos los que reciben esta palabra, lo que nos incluye en este día.

Esto es una constante en la Escritura. El gran mandamiento, se introduce con un llamado a oír: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Dt. 6:4). El Señor Jesús, cuando predicó durante su ministerio terrenal, frecuentemente terminaba sus exhortaciones diciendo: “El que tiene oídos para oír, oiga” (p. ej. Mt. 11:15; 13:9).

El término original (gr. ἀκούω, akouo) envuelve la idea de prestar atención a algo, creer y responder (Mt 18:15); obedecer, oír y hacer conforme a lo que se ha escuchado (Mt 17:5); comprender (Mr 4:33); escuchar con atención (Mt 13:14; Hch 28:26).[2]

Es decir, no se trata de oír como lo haríamos como con un ruido, como cuando sentimos el zumbido de una mosca o el motor de un auto en la calle. Por el contrario, se trata de concentrarnos en las palabras que recibimos.

El Señor Jesucristo refuerza esta idea diciendo: “Por tanto, tened cuidado de cómo oís; porque al que tiene, más le será dado; y al que no tiene, aun lo que cree que tiene se le quitará” (Lc. 8:18 LBLA). El Señor nos pide cuenta por lo que escuchamos, por la manera en que escuchamos, y por lo que hacemos con lo que escuchamos.

Esto es lo que define toda nuestra eternidad. El mismo sol que derrite la cera es el que endurece el barro, y así también la misma Palabra que impacta el corazón de unos para salvación, endurece el corazón de los incrédulos para condenación. Pero lo cierto es que nadie queda indiferente ante la Palabra.

En la parábola del sembrador, el Señor habla de cuatro tipos de oyentes, pero lo que tienen en común es que todos oyeron la Palabra. Lo mismo ocurre en la parábola de los dos cimientos. Pero la gran diferencia es cómo escucharon, y qué hicieron con lo que escucharon. Sólo los que oyen con todo su corazón, recibiendo la Palabra con fe y disponiendo sus vidas para obedecer esa Palabra, son los que alcanzan la vida.

El Señor nos reprende si no escuchamos así: “¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿Y no recordáis?” (Mc. 8:18). Todos quieren una iglesia con buena predicación, pero ¿Cuántos ponen de sí para ser una iglesia que oye de corazón lo que se predica?

Y se nos ordena a escuchar, porque Dios ha hablado. No son solo palabras de hombres, ni siquiera de ángeles, sino la Palabra de Dios. Recordemos el inicio de este libro: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto…” (1:1).

Así, Jesucristo se reveló a las iglesias con distintos títulos o nombres que dan a conocer sus perfecciones. Se mencionan en la visión de Juan en el cap. 1, y se distribuyen en las cartas a las iglesias enfatizando lo que ellas debían creer. Así, saludó a las iglesias:

i. En Éfeso: como El que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que anda entre[a] los siete candelabros de oro(2:1). Con esto, afirma a los pastores y miembros de esta congregación que están seguros en el hueco de Su mano en una época de constante persecución, y que Él no se cansa ni se duerme al cuidar de los suyos, tal cual el sumo sacerdote se movía por el templo resguardando que todo se encontrara en buen estado.

ii. En Esmirna: como “El primero y el último, el que estuvo muerto y ha vuelto a la vida” (2:8). De esta forma, echa fuera el temor de estos hermanos perseguidos, pues Él había vencido al sepulcro. Con esto, declara que es Dios eterno: domina de principio a fin y su reino no tiene término, por lo cual merece toda honra y alabanza. Es quien resucitó al tercer día con poder y fue levantado en gloria, lo que debía llenar de fe y esperanza a estos hermanos.

iii. En Pérgamo: como “El que tiene la espada aguda de dos filos” (2:12). Significa que tiene el poder sobre la vida y la muerte, que tiene la autoridad del juicio universal. Jesucristo ciertamente hará justicia por la muerte de sus santos, pero también contra los falsos creyentes. Así, los hermanos podían seguir siendo fieles, aunque eso trajera más persecución y muerte, porque el Señor hará justicia y vindicará su nombre.

iv. En Tiatira: como “el Hijo de Dios, el que tiene ojos que resplandecen como llamas de fuego y pies que parecen bronce al rojo vivo” (2:18). Esto confrontaba la visión de los habitantes paganos de esta ciudad, y las dudas de algunos en la iglesia. Jesús es el único que puede llamarse Hijo de Dios de esta forma. Él conoce todas las cosas, nada escapa de su conocimiento, y juzgará con justicia a los falsos que pretenden pervertir a sus siervos.

v. En Sardis: como “El que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas…” (3:1). Jesucristo está lleno del Espíritu Santo, y es el único que puede dar vida a una iglesia que está muerta. Además, Cristo es quien sostiene en su mano a los pastores fieles de las iglesias, siendo la única esperanza para la restauración de quienes se han apartado.

vi. En Filadelfia: como “el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David” (3:7). Esto exalta a Cristo como Señor y Dios, siempre fiel y veraz. Era un consuelo a los perseguidos en Filadelfia, pues Cristo da una vida eterna que nadie puede quitar; y es quien condena a los que se oponen al Evangelio y persiguen a la Iglesia, pagándoles con un justo castigo del que nadie los puede librar.

vii. En Laodicea: como “El Amén, el Testigo fiel y verdadero, el Principio de la creación de Dios” (3:14). Realza que Cristo es definido y confiable, en contraste con la tibieza indefinida de esta iglesia. Por medio de Él fueron hechas todas las cosas, y Su resurrección da comienzo a la nueva creación. Es quien está sobre todas las cosas y debe ser honrado con toda nuestra vida, y no sólo con parte de ella.

Todo esto lleva a concluir que la gloria de Cristo en Su Palabra es el punto de partida para mirarnos a nosotros mismos, tanto en lo personal como en lo congregacional. Lo que somos ante la presencia de Cristo es lo que somos en realidad. Y esa perspectiva es la que ilumina también nuestras circunstancias y el contexto en que vivimos. Todo se trata de Él: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos” (Ro. 11:36 RV60).

Es para Cristo que somos fieles. Es ante Cristo que debemos arrepentirnos si hemos sido infieles. Es Cristo el único que puede capacitarnos para vivir en su fe y sus obras, y es su ejemplo perfecto el que debemos seguir.

Por último, aunque es Cristo el que dicta la carta al Apóstol Juan, se dice que es “lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Esto nos dice que la salvación y la revelación son una obra del Dios Trino, así como fue la creación. El Padre entregó la revelación a Cristo, pero el Espíritu es el que la aplica personalmente a nuestras vidas, quien transforma nuestros corazones con Su verdad.

Por tanto, es de primera necesidad atender con todo el corazón a lo que Dios ha dicho a estas siete iglesias, porque en ellas nos ha hablado a todas las congregaciones, en todo tiempo y lugar.

 

II. Debes aprender de lo dicho a las iglesias

En sus cartas, Jesucristo demostró conocer especialmente a cada congregación, no sólo en su condición espiritual particular, sino de la situación de la ciudad en la que vivían. No les habló generalidades, sino como a sus ovejas que conoce por nombre. Es el Gran Sumo Sacerdote examinando con cuidado los candelabros de su templo santo.

Desde este conocimiento perfecto, realiza un diagnóstico infalible de cada iglesia. Así, aprendimos de lo dicho:

i. A Éfeso: que es esencial defender la verdad y saber distinguirla del error. El conocimiento de la verdad no es un lujo intelectual, sino un deber que debemos cumplir con diligencia, y Dios se agrada de esto. Y no sólo es necesario distinguir la doctrina correcta de la equivocada, sino que también a los maestros verdaderos de los falsos.

Sin embargo, la doctrina correcta y aun el servicio abnegado no son suficientes. Puedes hacer todo esto y aun así ser condenado si te falta el amor a Dios sobre todas las cosas, que es la esencia de la vida cristiana. Al Señor no le importa tu activismo ni tu declaración doctrinal ultra pura, si tu corazón está lejos de Él.

Cuando dejas el primer amor, debes reaccionar con urgencia y volverte a Dios en arrepentimiento, abandonando todos los demás amores idólatras. Debes reconocer que la prioridad absoluta de tu amor se debe entregar sólo al Señor.

ii. A Esmirna: que el Señor conoce el sufrimiento de los que son perseguidos por causa del Evangelio, quienes son pobres según este mundo, pero ante Dios están llenos de riquezas espirituales. También conoce a los perseguidores de la iglesia, y sabe que muchos de ellos lo hacen en nombre de Dios, pero en realidad son instrumentos de satanás. Aunque el mismo diablo busca destruirnos, no debemos temer, pues el Señor reina y venció la muerte en nuestro lugar, para que nosotros podamos vivir con Él eternamente.

iii. A Pérgamo: que Cristo tiene muy en cuenta nuestro sufrimiento por causa de Su Nombre y lo recibe como una ofrenda agradable. Sin embargo, las aflicciones no justifican que toleremos el error. No podemos transar la verdad de la Escritura. Si estamos sufriendo por el Evangelio, no debemos buscar un camino que nos permita estar bien con Dios y con el mundo, sino seguir confiando en la Palabra infalible, porque el Señor honra a los que le honran. No hay lugar para la indefinición doctrinal entre los discípulos de Cristo, ni hay espacio en la iglesia para los falsos maestros.

iv. A Tiatira: que, de manera similar a Pérgamo, el Señor considera nuestro crecimiento espiritual y lo elogia, pero esto no justifica la confusión doctrinal ni la tolerancia de lo que es perverso. No se puede admitir en la iglesia a quienes pretenden adorar a Dios mientras siguen participando de la adoración a los ídolos y de la inmoralidad de este mundo. El Señor dará el pago a los falsos maestros que se infiltran en Su iglesia para desviarla de la verdad. Por lo mismo, debemos retener con firmeza el Evangelio y proclamarlo con fidelidad.

v. A Sardis: que no debemos contentarnos con las apariencias, porque ellas no engañan a Dios. Una iglesia puede seguir funcionando con sus actividades, mientras está muerta por dentro. No debemos asumir que estamos bien por el hecho de tener buena reputación, o porque estamos activos y organizados. Debemos preocuparnos de tener vida delante de Dios. Los de Sardis habían renunciado a ser iglesia, olvidando su razón de existir y su misión en la tierra. Pero incluso a una iglesia que ha caído así, el Señor le ofrece una salida: deben volver al Evangelio que recibieron y arrepentirse, y esto es un asunto de vida o muerte.

vi. A Filadelfia: que una iglesia puede ser humanamente débil, sin influencias, poder ni riquezas, pero su verdadera fortaleza está en depender del Señor y ser fieles a Él. Quienes perseveran en la fe, a pesar de ser débiles y sufrir aflicciones, el Señor les abre una puerta de salvación que nadie podrá cerrar. Al igual que en el caso de Esmirna, el Señor es quien promete hacerse cargo de los perseguidores de la iglesia, que recibirán su castigo y tendrán que reconocer que el Señor ama a los suyos.

vii. A Laodicea: que el Señor no tolera la tibieza de los que quieren tener un pie en el mundo y el otro en el reino de Dios. Le resulta vomitiva una iglesia que renuncia a predicar la verdad, y en lugar de eso hace la paz con la idolatría y la inmundicia del mundo. Pero incluso a una iglesia que ha caído tan bajo, le dice que la ama y que por ello la reprende y la disciplina; y la exhorta a volver a la comunión personal e íntima con Él. El Señor Jesucristo les aclara que sólo en Él podrán encontrar el bien, que vanamente están buscando en este mundo bajo el pecado.

Un punto relevante que queda claro en las cartas a Esmirna y Filadelfia, es que el pueblo de Dios está compuesto exclusivamente por quienes han creído en Cristo como Mesías Salvador. Los judíos incrédulos que perseguían a la Iglesia habían perdido el derecho de ser llamados “pueblo de Dios”, y el mismo Señor los denomina “sinagoga de satanás” (2:9; 3:9).

Sobre satanás, vimos tres grandes tácticas para buscar nuestra destrucción: la persecución, la infiltración de la mentira y el adormecimiento. Ante la persecución, debemos ser fieles. Ante la infiltración de la mentira, debemos recordar lo que recibimos y retenerlo con firmeza. Ante el adormecimiento, debemos despertar del autoengaño y volver a Cristo en arrepentimiento y fe.

Por otro lado, queda claro que el Señor no es indiferente ante el mal. No debemos dar por hecho que basta con organizarse como iglesia para estar bien con Dios. El Señor quiere una novia santa y pura:

“… Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, 26 para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, 27 a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Ef. 5:25-27).

Así, como el Gran Sumo Sacerdote que examina los candelabros en su templo santo, el Señor Jesús examina a las iglesias con sus ojos que son como llamas de fuego, y nada se puede esconder de Él. Ningún pecado queda encubierto, ninguna apariencia lo engaña, pero Él también conoce nuestro servicio fiel, nuestro trabajo en Su Nombre y nuestras lágrimas cuando somos perseguidos y sufrimos en un mundo que está bajo el pecado.

El Señor anima a las congregaciones que sufren y permanecen fieles en la fe. Ciertamente, ellas no son perfectas, pero su fidelidad es una ofrenda agradable a Dios, y Él las alienta a perseverar. Sin embargo, también reprende y exhorta severamente a las iglesias que están abrigando pecados, o tolerando la falsedad y la perversión en medio de ellos.

Si no se arrepienten, amenaza con que ya no serán más iglesia. Eso es lo que significa que quitará el candelabro de su lugar (2:5), y que vomitará de su boca a los tibios (3:16). También advirtió que visitaría con juicio a las congregaciones que persisten en su pecado luego de ser reprendidas (2:16), y ellas serían sorprendidas en su maldad (3:3).

Por ello, debemos arrepentirnos de nuestros pecados como iglesia, y siempre estar dispuestos a enmendar el rumbo. No debemos pensar que hemos llegado a ser intocables o infalibles. El arrepentimiento no es un accidente en la vida de la iglesia, sino nuestro modo de vida. Debemos rectificar constantemente nuestro andar, porque tendemos a extraviarnos. El autoexamen no debe ser una piedra en el zapato, sino una sana costumbre.

Ahora, ¿Según qué debemos examinarnos? Esto es importante. No es según los gustos personales, las tradiciones o las expectativas que uno tenga, ni conforme a la escuela que uno haya aprendido en otras denominaciones, sino según la Palabra de Dios. Puede sonar obvio, pero cuando encontramos lo que nos molesta en una iglesia, son esos factores personales los que predominan muchas veces.

Además de este autoexamen y arrepentimiento constante, aprendemos que el sufrimiento no es una rareza para la iglesia. Como dijo el Apóstol, “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22); y “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Ti. 3:12).

No tratemos de hacer un pacto de paz con el mundo bajo el pecado. Si bien no debemos andar por la vida ofreciéndonos como mártires, lo cierto es que hay una tensión constante con nuestro entorno incrédulo, y puede haber un momento en que ser fieles implique perder nuestros bienes, familias, libertad o incluso la vida.

Debemos tener muy claro lo que Jesús dijo a estas iglesias, porque esas exhortaciones y promesas nos sostendrán en medio de la oposición que enfrentaremos.

 

III. Debes aplicarlo a tu contexto

Como hemos reiterado, el Señor quiso hablar a todas las congregaciones, representadas en estas siete iglesias, y remachó la exhortación abierta a escuchar lo que dice el Espíritu en cada una de las siete cartas. Las circunstancias, desafíos y pecados que encontramos en esas iglesias, se encuentran también en todas las congregaciones en mayor o menor medida. Algunas se caracterizan por parecerse más a una o a otra de las siete, pero de alguna forma todo lo que Jesús identifica en ellas nos resulta familiar.

Al igual que los creyentes de Asia Menor que recibieron en esta carta en el s. I, nosotros vivimos en un contexto: la ciudad de Santiago de Chile, en el año 2021. Es imposible dar aquí un detalle de nuestra situación, porque para eso se requeriría una serie de libros. Sin embargo, podemos decir algunas cosas:

Como señalamos antes, nuestra cultura está en proceso de descristianización. En décadas pasadas, las leyes, las instituciones y los gobiernos todavía estaban fuertemente influidos por conceptos cristianos. La población del país aceptaba los diez mandamientos como estándar moral, aunque no los cumplieran en sus vidas privadas.

Esto comenzó a cambiar sobre todo en las últimas tres décadas. A principios de la década de 1990, se hablaba de un creciente libertinaje moral. Con el retorno a la democracia, se vivió un progresivo “destape”, donde el discurso considerado como “conservador” fue crecientemente criticado y ridiculizado. Se hablaba de hipocresía y doble moral, y se invitaba a sincerar la verdadera moral que existía ya en secreto. Esto se fue reflejando cada vez más en la televisión, la música, el cine y la industria del entretenimiento en general; e impactó rápidamente a la población.

Hoy, tenemos ya aprobadas algunas leyes que sólo veinte o treinta años atrás se consideraban escandalosas e inmorales. Mientras el matrimonio homosexual y el aborto eran algo impensado en los ’90, cuando eran promovidos sólo por los más atrevidos libertinos, hoy ya cuentan con gran aprobación entre la población.

El punto es que vivimos en una sociedad que cambia a un ritmo vertiginoso. La llamada “ideología de género” ha logrado tomarse las universidades, luego las instituciones, las empresas y los medios de comunicación en tiempo récord. El ateísmo y el agnosticismo han crecido rápidamente. El catolicismo (que para la población en general, representa al cristianismo) ha ido perdiendo fieles a la misma velocidad, entre otras cosas por los escándalos sexuales. La moral cristiana es vista como algo medieval, y la fe en Cristo se ridiculiza como si fuera el consuelo de los tontos ante los sinsabores de la vida.

Nuestros familiares y vecinos incrédulos están fuertemente centrados en sí mismos, en sus sensaciones y emociones. Buscan desesperadamente lo que les da placer y felicidad, y concluyen que eso es lo correcto, aunque implique abortar, adulterar, mentir, drogarse o robar. Aunque se digan cristianos, creen lo que se les antoja sobre Dios. No consideran Su Palabra ni Sus mandamientos. Ellos mismos definen lo que es bueno y lo que es malo, según lo que les conviene y les agrada.

Esto ha llevado a una abierta inmoralidad. Incluso a plena luz del día, se realizan actos que hace treinta o cuarenta años habrían escandalizado hasta a los ateos. Los jóvenes de hoy realizan abiertamente acciones que a sus abuelos les habría significado ir presos, o al menos, habrían sido tan mal mirados que habrían quedado aislados de la sociedad hasta su muerte.

Por otro lado, a simple vista, pareciera que nuestra sociedad no es idólatra, como lo era la cultura pagana del s. I. Sin embargo, el corazón del hombre sin Cristo sigue siendo idólatra, sólo que la forma en que se expresa esa idolatría ha cambiado. Aunque muchos piensan que sólo existe lo material, y que no existe una dimensión sobrenatural, lo cierto es que el hombre se adora a sí mismo y se pone al centro de todo. Es lo que se llama humanismo.

Así, las personas tienen como meta suprema el realizarse personalmente. Todo lo evalúan a través de ese filtro: su trabajo, su matrimonio, sus hijos, sus pasatiempos, todo lo consideran dependiendo de si “se sienten realizados” con eso o no. Si algo no los hace sentir realizados, simplemente lo botan a la basura, no importando si hablamos de su cónyuge o sus propios hijos. ¿Qué es eso, sino la más espantosa idolatría de uno mismo?

Todo esto ha permeado la iglesia. Hay iglesias para todos los gustos: tradicionalistas y contemporáneas; con instrumentos musicales y sin instrumentos, con ropa formal y ropa casual; iglesias estructuradas y otras espontáneas; unas fundamentalistas y otras liberales; unas enfocadas en profesionales y otras en sectores populares; y hasta hay iglesias especiales para ciertas razas o grupos migratorios; todo esto esparcido en un abanico de denominaciones.

La mayor parte de las iglesias, incluso conservadoras en lo moral, ha optado por un “evangelio” diluido, centrado en el hombre: sus necesidades y preferencias, en lugar de centrarse en el Dios Trino y Su gloria. Han creado toda clase de estrategias para atraer a la gente, y luego para mantenerlas cautivas asistiendo a la iglesia.

Algunas congregaciones han pactado con el poder político, creyendo que los conquistaron para Cristo, cuando en realidad fueron ellos los capturados como peces en la red. Otros han matizado su mensaje para no ofender a los incrédulos, y algunos, en los casos más extremos, hasta han llegado a cambiar sus doctrinas y prácticas a tal punto que van abiertamente contra la Escritura, ordenando obispos declarados homosexuales. Los seminarios están llenos de maestros liberales y masones, que pisotean la Escritura con blasfemias descaradas.

Como reacción a esto, muchas congregaciones se han blindado en exceso, y rechazan cosas que Dios nos dio como bendiciones para disfrutarlas legítimamente, con acción de gracias, como si fueran pecados o peligros para nosotros. Se apartan de sus hermanos del pasado e interpretan la Biblia aislados, creando sus propias tradiciones y formas legalistas.

Abundan también los liderazgos autoritarios, que llegan al punto de exprimir económicamente y abusar sexualmente de personas que asisten a las iglesias.

Otros, aunque reconocen a la Escritura como Palabra de Dios, han caído en un conocimiento muerto, olvidando el primer amor como los de Éfeso. Pareciera que lo único importante es leer a los reformadores y los puritanos, mientras se olvida la piedad, se abraza el pecado en secreto y se deja de lado la única Palabra viva y eficaz.

En medio de todas estas olas agitadas se encuentra IBGS, luchando con todo este contexto y las falsedades que no sólo se encuentran en el mundo sin Cristo, sino que también se han infiltrado en las iglesias.

Y es una lucha en la que estamos llamados a vencer. Por eso, en estas siete cartas se llama “vencedores” a los que perseveran en su fe hasta el fin, a pesar de las dificultades, tribulaciones y engaños. Hermano y hermana: debes vencer, guardando las obras de Cristo. Las obras que llevan a la muerte toman muchas formas: las de los nicolaítas, de Balaam, de Jezabel, etc. Pero las que llevan a la vida son exclusivamente las de Cristo.

La receta para vencer está en las mismas cartas (repasemos por última vez):

- Dar el primer amor sólo a Dios, que es la base para todo lo demás en la vida cristiana.

- No temer la persecución que podamos padecer, sino ser fieles hasta la muerte.

- No tolerar entre nosotros a los que pervierten la verdad. Si lo hemos hecho, debemos arrepentirnos.

- Retener el Evangelio que hemos recibido hasta que Cristo venga.

- No engañarnos por las apariencias ni manchar nuestras ropas mezclándonos con el mundo corrupto, sino permanecer en Cristo y su justicia.

- Aunque seamos humanamente débiles, ser fieles guardando la Palabra de Cristo y sin negar Su Nombre.

- No ser tibios ni buscar el bien en este mundo, sino buscar la comunión con Cristo y buscar todo bien en Él.

Notemos que el mensaje de la primera carta, es que debemos dar a Dios el supremo amor, y el de la última, es que no debemos ser tibios, es decir, que nuestro corazón no debe estar dividido entre Dios y el mundo. Son dos caras de la misma moneda. En la carta del medio, está la exhortación: “lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga” (2:25).

A los vencedores, Cristo promete bendiciones eternas, que pueden resumirse en tres:

i. Vida eterna: eso es lo que significa que Jesús nos dará del árbol de la vida (2:7); que nos dará la corona de la vida y no sufriremos la muerte segunda (2:10-11), que no borrará nuestro nombre del libro de la vida y nos dará vestiduras blancas (3:5); que nos guardará en la hora de la prueba que vendrá sobre el mundo.

ii. Comunión personal: eso es lo que significa que Jesús nos dará el maná escondido y una piedrecita blanca con un nombre nuevo (2:17); que seremos columnas en el templo de Dios y llevaremos su nombre sobre nosotros (3:12); y que cenará con nosotros si le abrimos la puerta en arrepentimiento (3:20).

iii. Reinar en gloria: eso es lo que significa que Jesús nos dará autoridad sobre las naciones para regirlas con vara de hierro (2:26-27); y que nos concederá sentarnos con Él en Su trono (3:21).

Pero en último término, nuestra mayor bendición y que da sentido a todas las demás, es Cristo mismo. Él es nuestro árbol de vida, el lucero de la mañana, por quien tenemos la victoria y el reino. Él debe ser nuestro Amado, a quien esperamos ansiosamente como iglesia y para quien somos y vivimos.

No te adormezcas ni te mezcles con el mundo, ni admitas a los que distorsionan el Evangelio. Persevera hasta el fin en las obras de Cristo, en medio del difícil contexto que vivimos. Que Él sea tu primer amor, tu corona de vida, tu maná escondido, tu gloria en el reino, tus vestiduras blancas, tu puerta abierta a la vida, que nadie podrá cerrar, tu cena más deseada.

IBGS, escucha lo que el Espíritu dice a las iglesias. “Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven… Él que testifica de estas cosas dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús” (Ap. 22:17,20).

  1. https://encuestabicentenario.uc.cl/wp-content//uploads/2019/11/EB_RELIGION.pdf , consultado el 2 de septiembre de 2021.

  2. James Swanson, Diccionario de idiomas bı́blicos: Griego (Nuevo testamento) (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 1997).