Iglesia de Filadelfia: Yo te he amado

Domingo 22 de agosto de 2021

Texto base: Ap. 3:7-13.

Si tuvieras que mudarte de esta ciudad y debieras buscar una iglesia en tu nuevo destino, ¿En qué te fijarías para tomar tu decisión? ¿Qué cosas te parecerían atractivas en una congregación, y te llevarían a permanecer allí? ¿Qué te llevaría a amar a esa iglesia?

En su carta a la iglesia de Filadelfia, Cristo nos dice lo que Él considera relevante en una iglesia. Esta congregación no tenía el buen nombre de la de Sardis, ni tenía los grandes maestros de la iglesia de Éfeso, ni se encontraba en un centro político como la de Pérgamo, ni en un gran centro mercantil como la de Tiatira; pero a Filadelfia le dice “yo te he amado, no le hace ningún reproche, sino que la elogia y la llena de promesas.

Por lo mismo, debemos seguir de cerca lo que el Señor dice a esta congregación. Dejemos de lado las apariencias, la reputación y el activismo superficial. Vamos al corazón de lo que Dios quiere de nosotros, que es precisamente un corazón fiel, que persevera en medio de las tribulaciones y dificultades.

En este mensaje, veremos el contexto de los creyentes en Filadelfia y el saludo que les extiende Jesucristo. Analizaremos el diagnóstico espiritual que el Señor hace de esta iglesia, así como la exhortación y la promesa que ellos deben atender.

 

I. Contexto de la ciudad y saludo de Jesucristo

A. Contexto de la ciudad

La ciudad de Filadelfia se encontraba unos 50 km al sureste de Sardis, y corresponde a la moderna Alasehir, en Turquía. Se discute sobre su origen, que pudo ser en los ss. II o III a.C. ‘Filadelfia’ significa ‘amor fraternal’, y habría sido llamada así por el amor que el gobernante Átalo II tenía hacia su hermano Eumenes.

Filadelfia era conocida por ser una puerta abierta en la región para la difusión de la cultura y la lengua griegas. Esto hace sentido con la afirmación de Jesucristo de que abriría una puerta a los creyentes de esta ciudad.

Esta urbe estaba rodeada por un área volcánica, lo que hacía que su suelo fuera muy fértil y propicio para las viñas, pero también producía frecuentes terremotos. Uno de ellos destruyó la ciudad en el 17 d.C., lo que motivó que el emperador Tiberio la eximiera de impuestos. Debido a esto, los habitantes preferían vivir fuera de la ciudad, en el campo, teniendo que abandonar su lugar. Por lo mismo, la promesa de Jesucristo a los creyentes de esta ciudad, de que no tendrían que salir del templo de Dios resultaría significativa para ellos.

Debido a la ayuda imperial que recibió esta ciudad, fue nombrada en honor de la falsa divinidad imperial, llamada primero Neocaesarea, y luego Flavia, homenajeando a Vespasiano. Considerando esto, la promesa de Jesús de poner el Nombre de Dios y el de la ciudad de Dios sobre los creyentes también resultaría significativa. Notamos, una vez más, que las exhortaciones y promesas del Señor hacia las iglesias están relacionadas con su contexto y circunstancias, demostrando que las conoce y está atento a la situación de ellas.

Sobre la iglesia en esta ciudad, era una congregación al parecer pequeña en número y sin muchas riquezas, que sufría severa persecución, principalmente de los judíos incrédulos, similar a la situación en Esmirna. Los creyentes en Filadelfia permanecieron fieles al Señor incluso en la época en que el islam se tomó por completo la región, siglos más tarde. En el s. XX, todavía se podían encontrar congregaciones cristianas en la ciudad. “De todas las siete iglesias en la provincia de Asia, sólo la de Filadelfia ha permanecido a través de los siglos”.[1]

B. Saludo de Jesucristo

La manera en que Cristo se presenta nos indica claramente que Él es Dios. Se puede decir de una persona que es santa, o que habla según la verdad, pero es muy distinto decir que es 'el Santo' y 'el Verdadero'. Ningún mortal puede describirse de esa forma, ni siquiera un ángel ni el más glorioso de los serafines, sino exclusivamente Dios, quedando clara la deidad de Cristo.

a) El Santo: significa que está exaltado sobre todas las cosas, que está más allá de todo pues su gloria no tiene comparación. Implica que "… en Él se halla la suma de todas las excelencias morales. Es pureza absoluta, sin la más leve sombra de pecado... La santidad es la Excelencia misma de la naturaleza divina..."[2]. Es la perfección que hace hermoso y glorioso a Dios, que da un eterno resplandor a todo Su Ser.

b) El Verdadero: Significa que Jesús no sólo dice la verdad, sino que es la fuente de toda verdad. En el no hay ni siquiera un rastro de mentira. Sus palabras no son equívocas ni inexactas. Él no debe retractarse de nada ni debe corregir nada de lo que dice, pues todo lo que sale de Su boca es la más pura y perfecta verdad. Por eso es que puede decir "Yo soy... la verdad..." (Jn. 14:6).

Esta presentación puede ser una variante de la descripción de Jesucristo como “el testigo fiel” en 1:5, ya que transmite la idea de ser genuino y digno de confianza: “Cristo y su pueblo se alzan como los “verdaderos testigos judíos”, en contraste con aquellos que “dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten” (3:9) al decir que Jesús es un falso Mesías y sus seguidores son falsos israelitas”.[3]

c) El que tiene la llave de David: Esto es un eco de la profecía de Isaías: “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá” (Is. 22:22). Apunta a la autoridad del Mesías en su gobierno sobre el cielo y la tierra. Su Palabra es ley, Su voluntad no puede ser estorbada y sus obras son definitivas.

Dios prometió hizo un pacto con el rey David, que un Hijo suyo reinaría para siempre en justicia sobre su pueblo, y Su reino no tendría fin (2 S. 7:12ss). La llave de David implica que Cristo es soberano sobre la salvación y la condenación. Es quien tiene la autoridad sobre los que entran al reino: abre el Cielo para que los hombres puedan entrar a él, y si Él ha abierto esa puerta, nadie la puede cerrar. Por otro lado, ha cerrado la entrada a quienes rechazan el Evangelio, y si Él ha cerrado esa puerta, nadie podrá abrirla.

Esta presentación debía ayudar a los de Filadelfia a ver su situación en la perspectiva correcta. Estaban siendo perseguidos, pero Aquel que lo saludaba era mayor que cualquier gobernante de este mundo, está por encima de todo y Sus palabras son siempre verdaderas y fieles. Es quien da una vida eterna que nadie puede quitar; y es quien condena a los que se oponen al Evangelio y persiguen a la Iglesia, de manera que nadie puede librarlos del justo castigo que les espera.

 

II. El diagnóstico infalible de Jesucristo

Una vez más, el Señor Jesucristo declara con seguridad que conoce las obras de esta iglesia. Ante Él nada se esconde. Conoce todo pecado, pero también nuestras lágrimas y sufrimientos por causa del Evangelio, nuestra fidelidad y servicio en honor de Su Nombre. Jesucristo no impone ningún reproche a los de Filadelfia, sino que sólo los elogia. Conocía sobre ellos:

a) Tenían un poco de poder: Esta no era una iglesia compuesta por creyentes influyentes ni poderosos. Los hermanos de esta congregación no tenían acceso a las esferas de poder humano. Probablemente eran pocos en número, y sus vecinos judíos y paganos parecían pasarles por encima.

Esta frase de Cristo habría parecido un reproche a la cultura grecorromana, así como a la nuestra. Pero es un elogio. Aprendemos que el cristianismo no es una religión para superhombres. No es la fe de los fuertes, sino de los débiles que reconocen su dependencia del Señor y se fortalecen en Él. El Señor Jesús conocía de esta situación y quiso consolarlos a través de estas palabras. Nota que el Señor no se deja llevar por apariencias, ni le interesa el activismo. No se trata de parecer, ni de hacer, sino primeramente, se trata de ‘ser’. Debemos ser fieles de corazón.

b) Habían sido fieles: A pesar de tener este poco poder, los creyentes en Filadelfia habían guardado la Palabra de Cristo y no habían negado Su Nombre, a diferencia de la iglesia en Sardis. v. 10 El concepto griego usado para ‘perseverancia’ se puede traducir también como ‘paciencia’ o ‘resistencia’. El apóstol Juan había declarado al comienzo del libro que él era compañero de los creyentes en esta perseverancia (1:9). Cristo ocupa este término para hablar a los creyentes que están sufriendo persecución. De esta forma, cuando El evangelio se cree y se proclama en medio de la oposición, se llama también "la palabra de la perseverancia" de Cristo, porque nos muestra a los discípulos siguiendo el ejemplo y el destino de su Señor.

c) Estaban siendo perseguidos: Tal como ocurría con los de Esmirna (2:9), los de Filadelfia estaban sufriendo el azote de los judíos incrédulos. Aunque los cristianos fueron considerados como una secta judía en un comienzo, después de la destrucción del templo de Jerusalén en el 70 d.C., los judíos llevaron más intensamente a los creyentes ante los magistrados romanos. La mayor acusación era que los creyentes no reconocían a Cesar como señor, pero sí a Jesús. Por esto, los creyentes comenzaron a ser perseguidos, humillados, segregados y ejecutados.

Los perseguidores judíos calumniaban y mentían, con lo que se volvían instrumentos e imitadores de satanás, quien desea destruir a la Iglesia de Cristo. Este proceder no es nuevo: lo encontramos en el libro de Hechos, en Antioquía (13:50), Iconio (14:2,5), Listra (14:19), y Tesalónica (17:5). El mismo Jesús enfrentó esta calumnia y acoso. Dios aborrece a todos quienes viven así, porque su falsedad contradice el carácter de Cristo, quien se presenta como el Verdadero.

Los judíos orgullosamente se llamaban “la asamblea o congregación del Señor” (Nm. 16:3; 20:4; 31:16). Sin embargo, por su blasfemia y rechazo de Cristo, se les dice lo que realmente son: “la asamblea o congregación del diablo”. Habían perdido el derecho de llamarse “pueblo de Dios”.

Por tanto, los verdaderos judíos son aquellos que han venido a los pies de Cristo en arrepentimiento y fe. Como dice la Escritura, “no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos” (Ro. 9:6-7); y aún más claramente: “Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; 29 sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu” (Ro. 2:28-29).

Por consiguiente, contrario a la creencia popular hoy entre los evangélicos, los judíos no tienen una posición especial ante Dios debido a su raza. Deben reconocer a Cristo como Mesías para ser judíos, en el sentido verdadero y pleno del término. Por otro lado, los cristianos gentiles en Filadelfia formaban parte del Israel espiritual y verdadero, aunque no fueran judíos de sangre, precisamente porque reconocieron a Cristo como Señor y Dios.

Con estas palabras, el Señor Jesucristo demostraba a la iglesia en Filadelfia que la debilidad humana de ellos no era obstáculo para recibir las bendiciones eternas que Dios nos da en Cristo. Ellos eran fuertes en el verdadero sentido, pues habían guardado la Palabra del Señor y habían perseverado en medio de la persecución, aun en su fragilidad humana. La misma existencia de esta congregación fiel era una muestra de que el poder de Dios estaba obrando en ellos.

De igual forma, hoy no debemos dejarnos amedrentar por aquellas ideologías y movimientos que parecen contar con la adhesión de grandes masas y con enormes recursos a su disposición. Ante ellos, como Iglesia de Cristo nos vemos disminuidos y parecemos sobrepasados en todos los niveles. Podemos llegar a pensar que estamos perdidos y que no tenemos oportunidad ante ellos. Pero si guardamos la Palabra del Señor, creyendo en su Evangelio y sin avergonzarnos de Su Nombre, es Su poder el que está con nosotros y el que nos dará la victoria. Como dice la Escritura:

Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. 10 Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:9-10).

En consecuencia, el poder de la iglesia no está en sus grandes edificios, ni en sus estructuras de organización imponentes, ni en sus alianzas con el poder político y económico, ni en sus discursos elocuentes, ni en los logros humanos que pueden alcanzar sus miembros; sino en reconocer su debilidad y dependencia ante un Señor todopoderoso, permaneciendo fieles a Su Nombre, no importando las circunstancias, y guardando fielmente Su Palabra.

Todos los creyentes fieles de cualquier época y lugar podemos apropiarnos de lo que Jesús dice a estos hermanos del pasado: El Señor pone una puerta abierta que nadie puede cerrar ante aquellos que no niegan Su Nombre, sino que guardan Su Palabra. Eso significa que tienen entrada plena a la salvación y el reino eterno por medio de Jesucristo, quien es el camino, la verdad y la vida (Jn. 14:6).

Si Cristo nos ha dado la vida, nadie nos la puede quitar, ya que Sus misericordias son firmes y seguras, y Su sacrificio perfecto pagó el precio de nuestro pecado. Él mismo lo dijo: "yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano" (Jn. 10:28). Al mismo tiempo, nos vistió de la justicia perfecta de Cristo para que podamos estar ante la presencia de Dios para siempre, como una iglesia gloriosa en la que no hay mancha ni arruga (Ef. 5:27).

 

III. Exhortación y promesa

A. Exhortación

En medio de todas las situaciones que estaban enfrentando, los creyentes en Filadelfia debían recordar una verdad central: Cristo viene pronto. Si era cierto en ese entonces, es mucho más cierto hoy. El Señor se refiere con esto a Su segunda venida, pero también incluye aquí aquellos momentos a lo largo de la historia en los que Él visita con juicio tanto a su Iglesia como al mundo.

El efecto que esto debe tener en los fieles al Señor es urgirnos a perseverar en la fe. En este caso, Jesucristo exhorta a estos hermanos a retener con firmeza lo que tienen para que nadie les quite su corona. Esto nos habla del premio que espera a los creyentes, que no es otra cosa que la vida eterna.

Considera que no puedes descansar en que has sido fiel hasta hoy, sino que debes seguir perseverando en la fe y las obras de Jesucristo hasta que Él venga. “Note que la protección divina, «yo también te guardaré», y el esfuerzo humano, «retén lo que tienes», van juntos”.[4] Nos lleva a pensar en una corona muy valiosa que debemos proteger con nuestra vida. Algo que debemos atesorar, cuidar con toda atención y jamás soltar.

Así también el Señor nos habla hoy: IBGS, retén lo que tienes. Has recibido el evangelio. Cada domingo se te predica la Palabra del Señor. Tienes hermanos que aman a Jesucristo y su Evangelio. Disfrutas de la comunión y tienes el tesoro de la Palabra de Dios para acudir a ella cada día. Todavía puedes invocar el nombre del Señor con libertad, sin ser perseguido hasta la sangre por eso. El Señor está cercano a ti, a la distancia de un clamor. Retén lo que tienes hasta que Cristo venga, o hasta que Él te llame a Su presencia. No te relajes pensando que Él se demora, ni pienses que puedes distraerte por eso. Él viene pronto y debes retener con firmeza el tesoro del Evangelio que has recibido. Tengamos la actitud que vemos en el Apóstol:

una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, 14 prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13-14).

B. Promesa

La iglesia en Filadelfia recibió abundantes promesas de parte del Señor, que es la forma en que Él consuela y anima a los creyentes fieles en la persecución, mostrando que Él los ama grandemente y que las mira con mucha misericordia.

Es así porque estas iglesias reflejan la imagen de Cristo, quien perseveró en la humillación, mirando la gloria que estaba más allá de la cruz. Es a esto a lo que estamos llamados todos los discípulos de Jesucristo.

El Señor les prometió:

a) Juicio a sus perseguidores: el Señor daría el pago a aquellos que los afligían. Dice con seguridad: "yo entregaré... yo haré que vengan y se postren... y sepan...". Él tiene pleno control y soberanía incluso sobre aquellos que se le oponen con gran rebelión.

En el momento en que estos creyentes recibían esta carta eran afligidos por los judíos incrédulos, pero habrá un momento en que el Señor hará justicia, y aquellos que persiguieron a la Iglesia serán humillados ante ella, mientras que la Iglesia será exaltada en gloria ante la presencia del Señor. Los rebeldes e impíos, incluyendo a los que se apropiaron falsamente del nombre de Dios, verán cómo Dios ama a Su pueblo, que son aquellos que confiesan el nombre de Cristo (Cfr. Is. 49:23).

Esto cumple la profecía que dice: “Vendrán a ti humillados los hijos de los que te afligieron, se postrarán a las plantas de tus pies todos los que te despreciaban, y te llamarán Ciudad del Señor, Sión del Santo de Israel” (Is. 60:14). Nos demuestra que la única manera de ser pueblo de Dios es por la fe en Cristo. Las promesas de restauración que se hacen en el Antiguo Testamento a Israel se cumplen en la Iglesia, que es el Israel espiritual.

El Señor promete que “todos aquellos que te han perseguido por la fe serán vencidos. O serán vencidos hoy con la gracia del Señor, o serán vencidos mañana con la ira del Señor, pero todos los enemigos de la cruz quedarán postrados delante de Cristo y de su Iglesia” (David Barceló).

b) Protección en la hora de la prueba: El Señor aquí hace un juego de palabras, con el término guardar. Aquellos que han guardado la Palabra de su perseverancia, serán a su vez guardados de la hora de la prueba que viene sobre el mundo. Se discute si esto se refiere a la persecución que iniciaría el emperador Trajano unos años después, o si se refiere a la tribulación que se intensificará en un futuro lejano. Lo cierto es que esta promesa debía tener sentido para ellos, pero a la vez es algo que el Espíritu dice a todas las iglesias y a lo que todos debemos atender. Es decir, se refiere a la tribulación que enfrenta la iglesia en toda esta era, y que será especialmente intensa y universal en la hora final.

Esta promesa debe quedar clara. No es que Dios nos saque ‘de’ la prueba, sino que nos guardará ‘en’ la prueba. “… la promesa del v. 10 no es que ellos escaparán de la prueba que viene, sino que ellos podrán resistir a través de ella por el poder sustentador [de Cristo]”.[5] Si guardas la palabra de Cristo y no niega su nombre puedes confiar en que la promesa es segura, no por tus méritos, sino por los de Cristo: Él te hará perseverar y te guardará de la ira final, por pura gracia: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. 10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:9-10).

c) Permanencia continua ante la presencia de Dios: El Señor promete a estos fieles que serán columnas en el templo de Dios. Una columna en una edificación está hecha para permanecer allí continuamente. No son un elemento que se pone y se quita cada cierto tiempo, sino que forman parte de la estructura de la construcción, que no debe ser removida.

Si eres fiel a Cristo hasta el fin, el Señor promete que nunca saldrás de la presencia de Dios. Estarás continuamente ante su rostro, alabándole y sirviéndole, disfrutando de Su comunión y viéndole cara a cara: “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Ap. 22:3-4).

Con esto, tendrás lo que el rey David declaró que deseaba por sobre todo: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Sal. 27:4).

d) Serán propiedad de Dios: El Señor escribirá sobre los vencedores: i) el Nombre de Dios, ii) el nombre de la ciudad de Dios y iii) el nombre nuevo de Cristo. Aquí no tenemos tres promesas, sino una. Notemos que las promesas que Cristo hace a las siete iglesias están relacionadas con todo el libro de Apocalipsis y con la gloria eterna que se anuncia.

El Nombre de Dios está escrito sobre todos los que son salvos, que contrastan con los que tienen la marca de la bestia. Comprobamos que se trata de realidades espirituales, y no de marcas físicas. Luego de hablar de los marcados por la bestia, dice este libro: “he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente” (Ap. 14:1).

En la antigüedad, cuando un rey nombraba algo o a alguien, era signo de dominio o propiedad sobre lo nombrado. Al escribir Su Nombre sobre nosotros, Dios declara que somos suyos, y al decir que escribe su nombre nuevo en nosotros, quiere decir que hemos recibido una nueva identidad en Cristo, quien renueva todas las cosas (2 Co. 5:17), así como Dios renombró a personas para enfatizar que ahora eran sus servidores y le pertenecían (ej.: Jacob, Simón); y en muchos casos el Señor ordenó poner un nombre a ciertos hijos, como es el caso de Isaac y del mismo Jesús.

En un sentido más profundo, es una referencia a la profecía de Is. 62:2 y 65:15, en las que el Señor promete la restauración de Israel a través de un nombre nuevo. Quien cumple esta profecía es Cristo, el verdadero israelita, el siervo sufriente del Señor que restaura a su pueblo y es luz a las naciones. Quienes estamos en Él llevamos el nombre de Cristo, nuestro Señor, escrito en la frente, está sellado para siempre en nuestras vidas.

Al escribir el nombre de la nueva Jerusalén sobre nosotros, también nos hace mirar a lo que ocurre al final, luego de la segunda venida de Cristo, cuando esa ciudad descenderá del Cielo, de Dios, para que habitemos en ella para siempre (Ap. 21:2). Nos dice aquí que los vencedores tienen el pasaporte de la ciudad celestial. No tienen la nacionalidad de este mundo bajo el pecado, que es Babilonia, sino que su nacionalidad es la de la nueva creación, la de la ciudad que Dios edificó para Su pueblo.

Por lo mismo, no puedes vivir como si fueras un ciudadano de este mundo, para sus mismos fines torcidos. No puedes tener la misma mentalidad terrenal de los que sólo viven para esta creación bajo el pecado, sino que debes renovar tu entendimiento según la Palabra de Dios.

Cada día debes recordar que, si has creído en Cristo, tienes el Santo Nombre de Dios escrito sobre ti. No tomes ese Nombre en vano ni lo profanes, viviendo para este mundo, sino que vive para Aquel que quiso tomarte como Su propiedad y consagrarte, y por ese Salvador que quiso darte vida eterna y un nombre nuevo.

No vivas como si este mundo fuera tu hogar permanente. Aquí encontrarás muerte, dolor, pecado y corrupción, y aunque eso nos parece normal por ahora, no fuimos creados para estas cosas. Ellas deben desaparecer, y dar paso a la gloria de Dios que lo llenará todo. Esta tierra todavía está llena de los rebeldes a Dios y quienes blasfeman Su Nombre, pero ellos no permanecerán aquí, sino que serán quitados de la faz de la tierra, pues dice Su Palabra:

los malignos serán destruidos, Pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. 10 Pues de aquí a poco no existirá el malo; Observarás su lugar, y no estará allí. 11 Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de paz” (Sal. 37:9-11).

Que en nosotros se encuentre la actitud que hubo en Abraham:

Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios… anhelaban una [patria] mejor [que la terrenal], esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (He. 11:9-10,16).

En el corazón de esta carta a la iglesia de Filadelfia, se encuentra una afirmación clave: “yo te he amado(v. 9). No sólo los de Filadelfia debían saber esto, sino también nosotros, pues el Espíritu nos dice esto a todas las iglesias. Y el Señor quiere que esto quede claro no sólo a los creyentes, sino que también los incrédulos reconocerán que Dios ama a Su pueblo y se postrarán ante Él.

¡Qué hermoso consuelo! El Señor no dice esto a una megaiglesia. No es algo que debemos conseguir reuniendo a grandes multitudes, construyendo grandes templos, manejando una complicada red de ministerios, formando una gran organización ni consiguiendo llegar al poder político, sino que Cristo nos ama porque quiso, Él nos amó primero, y lo demostró entregándose para que seamos salvos por su vida, muerte y resurrección. Iglesia débil, ¡Cristo te ha amado a tal punto que se entregó por ti, te dará Su victoria y reinarás junto con Él para siempre!

No nos ganamos el amor de Cristo por nuestra fidelidad, sino que sabemos que Cristo nos ama porque estamos siendo fieles. Entonces, no te fijes en lo imponente que es una iglesia en términos humanos: sus números, construcciones y programas, sino que considera su fidelidad: allí están los santos amados por Cristo.

En este mundo somos menospreciados y considerados débiles, pero el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad, y sus promesas nos llaman a confiar en que la victoria es segura, a pesar de las dificultades y la oposición, porque fiel es el que prometió. Persevera hasta el final en el poder del Espíritu, porque el Señor es digno.

IBGS, escucha lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

  1. Kistemaker, Apocalipsis, 180.

  2. Arthur Pink, Los Atributos de Dios, 46.

  3. Beale, Revelation, 283.

  4. Hendriksen, Más que vencedores, 76.

  5. Beale, Revelation, 293.