Domingo 11 de julio de 2021

Texto base: Ap. 2:18-29.

Imagina que conoces una congregación donde hay una fe profunda y notoria, en que los hermanos perseveran a pesar de muchas dificultades, donde se puede observar el amor unos por otros y donde el servicio es parte de la vida cotidiana. Es una iglesia de la que Dios mismo da testimonio que ha crecido y madurado en el tiempo. ¿Qué podría faltar en una iglesia así? ¿Qué se le podría reprochar, si parece una congregación perfecta?

Bueno, todas estas cosas son esenciales y muy loables, pero no son lo único que hace que una iglesia sea tal. Sí, porque la Iglesia es columna y baluarte de la verdad (1 Ti. 3:15). De nada aprovechan todas las virtudes mencionadas, si el fundamento de la verdad es endeble o se confunde con otras doctrinas. No se pueden admitir en el mismo púlpito la verdad y el error. La Iglesia debe predicar el Evangelio con claridad, exponiendo fielmente todo el consejo de Dios, firmemente arraigada en el fundamento de los Apóstoles y profetas. De no ser así, debe arrepentirse, pues no tiene derecho a llamarse Iglesia de Cristo.

En este mensaje, veremos el contexto de los creyentes en Tiatira y el saludo que les extiende Jesucristo. Analizaremos el diagnóstico espiritual que el Señor hace de esta iglesia, así como la exhortación y la promesa que ellos deben atender.

I. Contexto de la ciudad y saludo del Señor

A. Contexto de la ciudad

No tenemos mucha información sobre la ciudad de Tiatira, a diferencia de lo que ocurría con Éfeso y Pérgamo. Sabemos que actualmente corresponde a la ciudad de Akhisar, en Turquía, situada en un valle a unos 65 km al sureste de Pérgamo. En el 190 a.C. los romanos conquistaron la ciudad, que tenía una ubicación estratégica, en la ruta comercial desde Pérgamo a Sardis.

Dado este carácter comercial, contaba con artesanos locales que producían diversas mercaderías: había panaderos, curtidores, pintores, sastres y alfareros, entre otros. Había también traficantes de esclavos, mineros y un centro industrial controlado por gremios o sindicatos. Estos gremios honraban a dioses que eran sus patronos, principalmente Apolo y Artemisa.

Quienes pertenecían a estos gremios, debían asistir a las fiestas paganas que se celebraban en honor a estos dioses, que consistían principalmente en banquetes en sus templos, que luego daban paso a orgías llenas de desenfreno sexual. De no cumplir con estos ritos, no sólo se privaban de trabajar y quedaban en la miseria económica, sino que eran excluidos de la vida social.

Sabemos que Lidia, la vendedora de púrpura a la que Dios abrió su corazón para que creyera el Evangelio mientras escuchaba al Apóstol Pablo en Filipos, era originaria de Tiatira (Hch. 16:14).

En las ciudades de las que ya hemos expuesto: Éfeso, Esmirna y Pérgamo, el peligro para los cristianos estaba en comunidades judías celosas del avance del Evangelio, así como en la persecución de las autoridades porque se negaban a dar culto al emperador. En Tiatira no parece haber sido ese el caso principal, sino el conflicto con los gremios locales y sus dioses patronos, ya que los creyentes se resistían a participar de esa idolatría. Sin embargo, como veremos, algunos en medio de la congregación habían inventado un falso “camino del medio”, y se permitían participar de esas fiestas paganas mientras que decían ser cristianos y ser parte de su iglesia.

B. Saludo de Cristo

Jesucristo se presenta a esta iglesia destacando su calidad de Hijo de Dios. Esto significa que es de la misma naturaleza que el Padre, es decir, que es Dios. Es el Hijo unigénito, único en su clase. Aunque nosotros somos hechos hijos de Dios por medio de la fe en Cristo, sólo Jesús es el Hijo engendrado eternamente, que es igualmente eterno que el Padre, en quien habita corporalmente toda la plenitud de Dios (Col. 2:9), por medio de quien fueron hechas todas las cosas (Jn. 1:3) y en quien serán reunidas todas las cosas (Ef. 1:10), para que en todo sea el primero.

Al mismo tiempo, este título es también un contraste intencional con la deidad local del gremio, que era Apolo Tirimneo y con el divino emperador, a los que se referían como hijos del dios Zeus”.[1] Los creyentes de la iglesia en Tiatira debían confiar sólo en Cristo como Señor, no dejándose arrastrar por la adoración a dioses falsos.

Sus ojos como llama de fuego nos hablan de que Él puede ver todas las cosas, conoce todo y escudriña hasta lo más profundo. Como dice la Escritura: “El Seol y el Abadón están delante de Jehová; ¡Cuánto más los corazones de los hombres!” (Pr. 15:11); y “Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; Sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres” (Sal. 11:4). El Señor usa este conocimiento de todas las cosas para su juicio, en el que Sus redimidos serán salvos sólo por gracia, pero ninguno de los que vivieron en rebelión escapará. “Nada pecaminoso puede entrar a la presencia santa de Jesús ni ocultarse de ella. Con sus ojos de fuego llameante disipa las tinieblas y consume las impurezas”.[2]

Esta imagen del juicio se fortalece con los pies que son como bronce bruñido, que nos habla de la majestad de Dios en el juicio, recordando lo que dijo Jesucristo: “el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, 23 para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn. 5:22-23).

La palabra para “bronce”, es identificada por fuentes antiguas como un producto local único de Tiatira y como un término comercial, probablemente asociada con un gremio local, cuyo significado era familiar en Tiatira.[3] El dios patrono de este gremio era Apolo, así que esta descripción que se da sobre Cristo es otra refutación contra este falso dios.

II. El diagnóstico infalible de Jesucristo

Al dirigirse a esta iglesia, Jesucristo declara con certeza: “Yo conozco”. Es hermoso saber que el Señor conoce perfectamente el contexto y la situación en la que se encontraba esta iglesia, así como ocurría con las otras seis, y con cada iglesia en todo tiempo y lugar. Recordemos que es quien se pasea entre los candelabros, que son las iglesias. Él evalúa en qué estado se encuentran y vigila para que brillen con Su luz para iluminar al mundo en tinieblas. Basado en ese conocimiento perfecto, realiza un elogio y un reproche a esta iglesia:

B. Elogio

En el caso de los creyentes de Tiatira, el Señor destaca:

i. Sus obras: con esta palabra se refiere a todo su andar cristiano, su vida de obediencia a la Palabra. Esto lo vemos en que luego resume la condición espiritual de esta iglesia al decir que sus obras más recientes son mayores que las del principio. Además, en esta carta se refiere a los vencedores como aquellos que guardan las obras de Cristo hasta el fin, mientras que los herejes son aquellos que siguen las obras de Jezabel.

ii. Su amor: esta es una característica esencial que define a la Iglesia y diferencia a los que son discípulos de quienes no lo son: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn. 13:35). Esta era una virtud que el apóstol Pablo constantemente elogiaba en aquellas Iglesias que la tenían. Nuestro Señor dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento. 39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-39). En esto se resume la ley y los profetas. El amor es el distintivo del pueblo de Dios, pues dice: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn. 4:8). Ningún redimido puede decir que no tiene lo necesario para amar, pues este amor no nace de nosotros, sino que dice: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5). Este amor es el reflejo de haber sido salvos y de entender la gracia que recibimos: "andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros" (Ef. 5:2).

iii. Su fe: no se trata simplemente de la expresión de una creencia, sino de una vida caracterizada por andar según las promesas de Dios y confiando en la salvación que habían recibido en Cristo.

iv. Su servicio: esto no debe entenderse separado de su amor ni de su fe, ya que está diaconía es precisamente la consecuencia necesaria de haber recibido el amor de Dios, de andar en él y de perseverar en la fe del Evangelio. Este elogio indica que en esta iglesia existía una cultura virtuosa en la que se servían unos a otros en amor, preocupándose de sus necesidades y carencias.

v. Su perseverancia: también puede traducirse como paciencia y resistencia. El apóstol Juan afirma al principio de este libro (1:9) que él es compañero de las iglesias en esta paciencia. Todos los cristianos compartimos este llamado a perseverar en medio de nuestro propio pecado, de las aflicciones que enfrentamos y de la oposición que encontramos en el camino. El Señor destacó a esta iglesia porque esa paciencia era algo que destacaba en medio de ellos.

Como mencionamos, todas estas virtudes cristianas son fruto de la obra del Espíritu Santo en las vidas de estos creyentes, y se resumen hablando de "sus obras". El Señor los elogia porque esas obras últimas eran mayores que las primeras, es decir, ellos habían crecido y madurado en la fe; demostraban haber creído en el evangelio teniendo vidas transformadas, y esto era notorio a los ojos de quién compró la Iglesia con su sangre.

Es a eso a lo que estamos llamados: crecer y madurar en la fe que hemos recibido. El autor de Hebreos reprendía a sus destinatarios diciendo: “debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido” (He. 5:12). Esto nos dice que se espera que una congregación vaya progresando en madurez, conocimiento y sabiduría. Si no es así, es algo a reprochar, pero en el caso de la iglesia en Tiatira el Señor los elogia, porque sus obras recientes eran mayores que las primeras.

C. Acusación

Sin embargo, esto no impidió que el Señor identificara y reprendiera su pecado. Al igual que los de la iglesia en Pérgamo, los de Tiatira estaban siendo permisivos con una tolerancia perversa hacia aquellos que tenían una doctrina torcida y una vida de pecado sin arrepentimiento.

Así, era el caso inverso de Éfeso. Los efesios tenían un celo doctrinal digno de elogio, pero habían olvidado su primer amor y debían volver a sus primeras obras. Los de Tiatira, en cambio, habían crecido en obras y su amor era notable, pero habían relajado su estándar doctrinal. Pese a estos pecados, ambas eran consideradas iglesias por Jesucristo, pero Él llamó a ambas al arrepentimiento, cada una por su pecado.

El pecado de Tiatira era prácticamente el mismo que el de los creyentes en Pérgamo, aunque la identidad de los falsos maestros variaba. Se trataba de una mujer en la congregación, cuya identidad no se puede precisar, pero que se decía profetisa, mientras engañaba a los hermanos para que actuaran perversamente, traicionando su fe.

A esta falsa profetisa se le denomina Jezabel, de manera simbólica, con lo que trae a la memoria las obras perversas de esa mujer. Es como decir “Judas”, para referirse a un traidor, “Caín”, para hablar de un homicida, o “Balaam”, para significar un falso maestro.

Jezabel fue la esposa impía y pagana del rey Acab (1 R, 16:29ss). Era atrevida, soberbia, blasfema y promovía el culto a Baal y a Astarte, desviando al pueblo de Israel a la idolatría, llegando al punto de matar a los profetas del Señor, mientras que financiaba a los falsos profetas y les daba de comer en su mesa. Se enfrentó a Elías y lo persiguió con la intención de matarlo, aunque no tuvo éxito. También fue quien tramó la conspiración y el falso juicio para matar a Nabot, y así poder quedarse con su viña. “El nombre Jezabel es un sinónimo de seducción a la idolatría e inmoralidad”.[4]

Hay buenas razones para interpretar que los que seguían la doctrina de Jezabel eran un grupo similar al de los de Balaam y los nicolaítas, mencionados en las cartas Éfeso y Pérgamo. Esto porque en todos estos casos, hablamos de falsos maestros que estaban seduciendo a los creyentes de estas iglesias a comer de lo sacrificado a los ídolos y acometer inmoralidades sexuales. “La intención de los seguidores de Balaam (v. 14) de los nicolaítas (vv. 6,15) y de Jezabel es la misma: engañar al pueblo de Dios convenciéndolo de que adopte un estilo de vida que le permitiría ser aceptado en el mundo y seguir siendo miembros de la iglesia”.[5]

Es interesante que el Señor acusa a esta profetisa de enseñar y seducir a ‘sus’ siervos, es decir, este ataque se estaba produciendo sobre aquellos que trabajaban en la obra del Señor, y que Dios reclamaba como suyos.

Recordemos que aquellos que se negaban a participar en estos banquetes paganos y que rechazaban el culto al emperador, quedaban excluidos de la vida social, lo que afectaba sus trabajos, la relación con sus familias y todas sus interacciones en la ciudad, así que la tentación de caer en esta desviación era muy fuerte, ya que les ahorraba todos estos problemas que venían junto con declararse cristianos. Era una justificación que ofrecía aliviar sus consciencias mientras les permitía vivir en rebelión contra Dios.

Jezabel y sus seguidores invitaban a los fieles a que conocieran “las cosas profundas de satanás”. “Esta expresión implica la visión de que era posible que los cristianos participaran hasta cierto grado en contextos idólatras, teniendo así alguna experiencia con el reino satánico y demoniaco, y aun así no ser dañados espiritualmente por esa participación”.[6] Esta era una salida de compromiso, un “camino del medio” para evitar la persecución, y había ocurrido en la iglesia de Corinto (1 Co. 8-10). Eso hace suponer que era un vicio bastante común entre los cristianos, por el mismo hecho de que permitía ahorrarse problemas y aliviaba la conciencia.

Así, algunos parecían pensar que mientras participaran de estos rituales paganos sólo “por cumplir”, sin creer sinceramente en los ídolos, no había problema. Según ellos, lo que importaba era el espíritu y la adoración del corazón, así que asistir “en el cuerpo” a un templo pagano o comer de un banquete dedicado a un ídolo no afectaba su alma. Es probable que otros enseñaran que, para conocer la profundidad de la gracia de Dios, era necesario sumergirse en el pecado y experimentarlo intensamente.

Al parecer esta falsa enseñanza llevaba más tiempo que en Pérgamo y Éfeso, o al menos, contaba con más adherentes y había causado más estragos en la iglesia. Jezabel incluso parece haber tenido un lugar entre los maestros de la iglesia de Tiatira.

Notamos la gran misericordia de Dios en que dio tiempo incluso a una mujer como esta para que se arrepintiera, pero ella no quiso hacerlo. Los falsos maestros no podrán denunciar a Dios como alguien implacable e inmisericorde, que actúa precipitadamente, ya que Él también les concede un tiempo para dejar su error y seguir la senda de la vida.

De hecho, el Apóstol Pablo enseñó a Timoteo que es necesario que el pastor “con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad,26 y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Ti. 2:25-26). En otras palabras, se debe procurar que los divisores e incluso los que han comenzado a enseñar doctrinas torcidas, se arrepientan.

III. Exhortación y promesa

A. Exhortación

Pero en cuanto a esta mujer, ya que rechazó la misericordia y paciencia del Señor, ahora debería sufrir las consecuencias de su rebelión y engaño. Así como ella tentó a los creyentes a la inmoralidad sexual, el Señor la castigaría postrándola en cama, probablemente a través de una enfermedad que la afectaría gravemente.

Los que guardaban las obras de esta mujer, se describen como quienes adulteraron con ella, y también como sus hijos. No son dos grupos distintos de personas, sino que se trata de una forma típica hebrea de enfatizar una idea a través de distintos conceptos. Estos seguidores serían sometidos a una gran tribulación, no como la que sufren los santos por causa de Cristo, sino que se refiere al sufrimiento terrible que viene como consecuencia de sus propios pecados, siendo un anticipo del castigo a los incrédulos en el juicio final, adoradores de la bestia y seguidores del falso profeta.

Acá es fundamental entender que el libro sigue una continuidad, y que lo expresado en estas siete cartas a las iglesias de Asia, luego se refleja a lo largo de todo el libro. De hecho, los seguidores de la enseñanza de Jezabel se sentirían identificados con el sistema mundial idolátrico, que es representado luego como Babilonia, la gran ramera. Los creyentes en Tiatira debían ver este sistema como un eco de Jezabel, y esto debía llevarlos a concluir que los que seguían a esta falsa profetisa en Tiatira, terminarían en juicio y destrucción, como luego se habla de Babilonia.

A su vez, el juicio que vendría sobre esta Jezabel simbólica y sus seguidores es un eco del que recibieron el rey Acab y la Jezabel histórica, cuando Acab murió en una batalla, Jezabel murió al caer desde altura y fue devorada por perros, y los setenta hijos de Acab fueron ejecutados. Este juicio que vendría sobre los falsos en esta congregación iba a demostrar que Cristo escudriña las mentes (lit. “riñones”) y los corazones y que paga a cada uno según sus obras.

Esta exhortación de Cristo era una notificación a esta falsa profetisa: Sería juzgada. Pero a la vez, era un último llamado al arrepentimiento para sus seguidores, ya que anuncia este castigo “si no se arrepienten de las obras de ella” (v. 22). Por tanto, incluso esta exhortación es una muestra de misericordia de Dios, ya que está llamando a quienes siguieron a esta mujer a dejar el error mortal y volver a la senda de la vida. Era también una fuerte advertencia a los cristianos verdaderos, para que ni siquiera pensaran en seguir a esta mujer hacia el precipicio. Esto es serio, y el llamado es el mismo hoy: el error es mortal, debemos mantenernos firmes y resistir en la verdad, aunque eso nos cueste todo.

Hoy no tenemos estos dioses paganos que eran patronos de los gremios. Pero tenemos los pañuelos morados, los pañuelos verdes, las banderas de arcoíris, el famoso lenguaje inclusivo y consignas que pareciera que todos deben repetir, cosas a las que todos deben sumarse, porque de otra manera serán excluidos y pueden perder sus trabajos o ser ridiculizados en sus lugares de estudio. En otros casos, invitan a reuniones después de la oficina con borracheras, drogas o sexo casual, y quienes no participan quedan fuera del grupo de confianza. La tentación es fuerte, quizá dices: “con tal de que no lo haga de corazón y siga pensando que en realidad está mal, no habré traicionado al Señor”. Pero en esas pequeñas concesiones está la caída que termina en destrucción.

Ante esto, debemos recordar que Dios no es un cachorrito amaestrado, sino que es fuego consumidor. Él dará a cada uno según sus obras, y el Señor nos ordena considerar esto con la mayor seriedad. Estos hermanos en el s. I, al recibir esta carta, debían mirar hacia el juicio final y ordenar sus vidas según ese momento en que estarían ante el Señor Soberano. Lo mismo debemos hacer hoy. No hay día más importante en tu futuro que ese: cuando estés ante el Tribunal de Cristo para dar cuenta de tu vida. Hay solo dos opciones: ser encontrado en Cristo, o ser encontrado en tus pecados. Sólo hay dos destinos: la vida eterna o la muerte eterna. Esto no es un juego, y es hoy cuando debes saberlo.

Este juicio a la Jezabel demostraría que ninguna perversión se escapa del que tiene ojos como llama de fuego y pies como bronce al rojo vivo. Él compró a la Iglesia con Su sangre, para purificarla y lavarla con la Palabra (Ef. 5:26), así que no permitirá que sea ensuciada y corrompida por los servidores de satanás. El examen que hace Cristo no se queda en lo de afuera. No le impresiona el activismo ni los que simulan ser muy piadosos. Los falsos maestros pueden engañar incluso a algunos cristianos por un tiempo, pero no al Señor. Él escudriña la mente y el corazón, y sabe quiénes son sus discípulos. Dice la Escritura:

Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Ti. 2:19).

B. Promesa

Precisamente a estos que son fieles al Señor, Él no les impone ninguna carga adicional, es decir, no les reprenderá ni les ordenará hacer algo nuevo. Deben guardar lo mismo que había resuelto el concilio de Jerusalén: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: 29 que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis” (Hch. 15:28-29). Justo en esto es que fallaban Jezabel y sus seguidores en Tiatira, pero los fieles no debían ceder, debían mantenerse firmes hasta que Cristo viniera.

Es interesante el juego de palabras: en el original, Cristo usa el mismo verbo (gr. βάλλω) para referirse a lo que hará con Jezabel y con los fieles, pero con distinto resultado. A Jezabel la “arroja” en cama, pero a los fieles no les “arroja” otra carga, sino retener lo que tienen hasta el final, ser fieles hasta que Cristo venga.

Retenedlo” (v. 25), mismo verbo que “guardar fielmente” (v. 13) en la carta a Pérgamo. Se trata de guardar bajo custodia nuestra fe para que no seamos movidos de ella, mantenerla hasta el fin, porque “nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (He. 10:39).

En esta carta es la primera en la que define quiénes son los vencedores: los que guardan las obras de Cristo hasta el fin (v. 26). Este es el mandato que Jesús da a toda Su Iglesia: perseverar en fe y santidad hasta que Él venga. No nos confundamos: para quienes viven sin Dios, aunque digan ser cristianos, la muerte y el juicio que viene siempre serán una sorpresa, y una espantosa. Siempre los sorprenderá sin estar preparados. Siempre resultarán avergonzados y aterrorizados. Pero para quienes están perseverando en la fe de Cristo, será lo que han estado esperando desde que conocieron a su precioso Salvador. Será el mayor deseo de sus almas por fin realizado.

Así, el final de la carta nos presenta el contraste entre los que guardan las obras de Jezabel, versus los que guardan las obras de Cristo. Este mismo contraste es el que se presentará a lo largo de todo el libro, usando distintos símbolos e imágenes, pero en esencia es ese, y es el que debe quedar claro hoy: o sigues la mentira del mundo sin Dios, que termina en la ruina; o sigues la verdad transformadora de Cristo, que nos hace libres y nos da vida eterna. Jezabel se presenta como el “camino del medio”, pero en realidad es la misma senda de Babilonia que lleva a la destrucción. Sólo el camino de Cristo, de Su verdad que no se mezcla ni se compromete, es el que te lleva a la ciudad santa y eterna, la Nueva Jerusalén.

Lo que Jesús promete aquí es para quedar atónitos. Está diciendo que los creyentes, esos vencedores que no cedieron sino que retuvieron el testimonio, reinarán con Él, quien ejerce su dominio como Mesías Hijo de David. Para eso, hace una referencia al Sal. 2, en que el Padre dice a su Hijo Cristo: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; Como vasija de alfarero los desmenuzarás” (vv. 8-9). Esto da más sentido a la manera en que se presentó a esta iglesia: como Hijo de Dios.

Habiendo sido sus enemigos, Cristo nos hace parte de Su reino. Por eso dice que el Padre “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13). El Cristo Rey gobernará y juzgará sin oposición sobre toda criatura, y si creemos en Él y vencemos, participaremos de este reino. Sus enemigos serán despedazados como vasijas de barro, mientras que Su Iglesia será exaltada como un reino de sacerdotes que gobiernan la creación, como siempre fue el propósito de Dios para la humanidad.

¿Puedes darte cuenta del enorme privilegio que has recibido? ¿Entiendes que esto ha sido por pura gracia? Tu destino era el lago de fuego, junto con todos los que se rebelaron contra Dios. Pero Él quiso rescatarte, simplemente porque te amó primero, y en lugar de ir a ese castigo eterno, te hizo conocer a Jesús, la luz del mundo, para que durante esta vida ya no andes en la oscuridad de la muerte, sino en la luz de los que viven; y cuando todo sea consumado, reinarás con Cristo sobre Sus enemigos.

No tomes esto sólo como una doctrina. Piensa cómo te sentirías en esta situación: imagina que eras el pasajero de un barco, que naufragó y se hundió en medio de una tormenta en alta mar. Las aguas estaban muy agitadas, y pasaste dos días y dos noches aferrándote a los restos del barco mientras implorabas por un rescate. Ya exhausto, en medio de la oscuridad completa de la noche y sin más fuerzas para mantenerte a flote, casi sin esperanzas, ves que una luz aparece a lo lejos y se va acercando. Unas manos firmes te toman con decisión y te suben a una embarcación. Te dan ropa nueva, una manta y un café caliente con algo de comer. No sé ustedes, pero mi cabeza estaría llena de pensamientos sobre ese mar que por poco me tragó, no dejaría de repetir: “¡No puedo creer que me salvaron de esta!”, y estaría lleno de alivio y gratitud al considerar que fui librado.

Bueno, si has creído en Cristo, tu salvación fue infinitamente más grande que esta. Merecías la condenación eterna, pero en lugar de eso, ¡Cristo te promete que reinarás con Él! Pero recuerda, el siervo no es mayor que su Señor. Cristo vino en humillación y sufrió la oposición del mundo rebelde, pero por su obediencia perfecta fue exaltado y hoy reina en gloria. Nosotros como su pueblo, seguimos su mismo camino. Por eso dice: “es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22).

Estos hermanos lo sabían muy bien. ¿Lo sabes tú?

En cada una de las promesas a las iglesias, en el fondo, Cristo promete darse a sí mismo a Su pueblo. No hay mayor premio que este. Es el bien supremo. Aquí dice “le daré el lucero de la mañana”. ¿Quién es ese? Más adelante dice: “Yo [Jesús] soy la raíz y la descendencia de David, el lucero resplandeciente de la mañana” (Ap. 22:16). Esta imagen va en la misma línea de su reinado como Mesías:

Como la estrella de la mañana rige los cielos, así los creyentes regirán con Cristo; tendrán parte en su esplendor real y en su dominio”.[7]El símbolo del cetro condujo al de la estrella, porque ambos son símbolos de realeza que comparte el creyente. Los santos gobiernan con Cristo y resplandecen como estrellas de la mañana”.[8]

En Cristo ha amanecido la mañana de la nueva creación. El poder de la resurrección ha irrumpido en este mundo bajo el pecado y la muerte. No te atrevas a bailar con Jezabel, si ha sido rescatado por Cristo. No andes como muerto, si has sido salvado por Aquel que es la resurrección y la vida. No cedas, sino reten lo que tienes hasta el fin, porque Él es digno:

Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Considerad, pues, a aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis ni os desaniméis en vuestro corazón” (He. 12:1-3 BLA).

IBGS, hermano y hermana: oye lo que el Espíritu dice a las iglesias.

  1. Beale, Revelation, 259.

  2. Kistemaker, Apocalipsis, 157.

  3. Beale, Revelation, 260.

  4. Hendriksen, Más que vencedores, 73.

  5. Kistemaker, Apocalipsis, 159.

  6. Beale, Revelation, 265.

  7. Hendriksen, Más que vencedores, 74.

  8. Kistemaker, Apocalipsis, 164.