Salmo 122 Jerusalén: el lugar, el pueblo y el gobierno de Dios

1. La Alegría de ir a Casa (v.1 - 2)

Durante este periodo de pandemia por COVID19 se ha hecho la siguiente encuesta a lo largo de todo el mundo: ¿Qué harás cuando se acabe la cuarentena? Las respuestas de las personas es prácticamente siempre la misma: “iré con mi familia”, “con mis padres”, “con mis hijos”, “con mis amigos”, “con aquellos que más amo en este mundo”, “mi único deseo es tenerlos cerca, abrazarlos y decirles cuanto los amo”. Estas respuestas son naturales y esperables, las personas correrán hacia donde está su lugar de pertenencia, donde están las personas más importantes, influyentes y prioritarias en sus vidas. Y tú ¿Tienes clara la respuesta a esta pregunta? ¿Puedes identificar con claridad cuál es tu familia en esta tierra? ¿Quiénes son para ti las personas más influyentes y prioritarias en este mundo? Si eres cristiano, tu respuesta debe ser única y clara: “Mi Iglesia Local”. Somos miembros de la familia de la Fe, unidos a través de un vínculo indisoluble, hijos de un mismo Padre, nuestros mayores afectos deben estar localizados donde están los afectos de Cristo, y esto es con su Iglesia, con aquella familia con la cual pasaremos toda la eternidad. Al igual que los peregrinos de este precioso Salmo, el deseo ferviente e indomable de nuestro corazón debe ser estar en la casa de Jehová junto a la familia de Dios.

Ese era el anhelo de los peregrinos descritos en estos Salmos, ellos debían subir a Jerusalén en 3 oportunidades durante el año: en la pascua, en la fiesta de los tabernáculos y la fiesta de las semanas. Como vimos en la exposición del Salmo 120 el anhelo de los peregrinos era dejar atrás las tierras de Mesec y Cedar, tierras en donde abundaba la violencia, la brutalidad y la lengua mentirosa ejercía su poder, para ascender a la ciudad de paz, a Jerusalén: la casa de Dios, en donde habitaba su presencia. Al transitar por los senderos que los llevarían a los atrios del Señor, atravesarían caminos llenos de riesgos y peligros, en ese contexto, no había mayor alegría que encontrarse con otros peregrinos que tenían el mismo deseo: “llegar a casa”, tenían en común la misma dirección, el mismo objetivo, el mismo lenguaje, un mismo sentir, un mismo gozo. Desde ahí en adelante, no existiría una caminata en solitario, sino que todos serían parte de una gran caravana, en donde cada peregrino se convertiría en miembro el uno del otro, a una sola voz entonarían los salmos de ascensión, cuidarían a alguien más y se dejarían cuidar por otros, tendrían alguien con quien comer, compartir y hablar de las grandezas de Dios. Transitar hacia Jerusalén en compañía de los Santos se convertía en un gozo sin comparación, y nosotros, los creyentes del Nuevo Pacto también estamos atravesando el camino hacia la Nueva Jerusalén con otros redimidos, por lo tanto, también somos parte de la alegría descrita en este precioso Salmo.

Pero reflexionemos en poco respecto a ese gozo, ¿Cuántas veces has sido indiferente a esa alegría? ¿Cuántas veces tus hermanos te dijeron: ¡Vamos a la casa del Señor! y lo que reinaba en tu corazón, en lugar de alegría, era afán, preocupación y ansiedad por las cosas de este mundo? ¿Cuántas veces sentiste más alegría al alejarte de la casa de Dios que por acercarte a ella? ¿Cuántas veces la amargura, la apatía, la rutina o la religiosidad fueron los afectos con los que te condujiste a la casa de Dios? Esta imposibilidad pasajera de poder reunirnos como Iglesia debería hacernos reflexionar sobre la importancia que le damos a la casa del Señor, no por el edificio que nos cobija cuando nos reunimos, sino por el valor que le damos al “edificio de Dios”, que son nuestros hermanos, hoy es tiempo de reformar la actitud con la cual nos acercamos a la casa de Dios.

No debemos considerar cada domingo como un día ordinario en nuestra agenda, celebrar cada día del Señor es un privilegio, somos convocados a la actividad más alta a la cual ha sido llamado un ser humano: adorar al Dios vivo y verdadero; celebramos la victoria de Cristo en la Cruz, conmemoramos la creación, festejamos la nueva creación y descansamos de nuestros trabajos. ¿Si estas realidades no son motivo suficiente para alegrarnos cuando nos dirigimos a la casa del Señor, que más lo hará? De hecho, estas mismas cosas son las que celebraban los peregrinos que se dirigían a Jerusalén, iban a adorar a Jehová, presentaban sus ofrendas y sacrificios, celebraban la redención del Señor al ser libertados de Egipto en la pascua, su peregrinaje a Jerusalén se convertía en la fiesta que saciaba su hambre y sed espiritual, por lo tanto, ¿Puede nuestro gozo ser inferior al de los creyentes del Antiguo Pacto si hemos recibido mayor revelación que ellos? De ninguna manera, reconsideremos y reformemos la actitud con la cual valoras la casa del Señor, que es columna y baluarte de la verdad.

Reevalúa el concepto “casa de Dios”, una casa es donde se desarrolla una familia, donde hijos e hijas crecen juntos, donde somos provistos de alimento, cuidados, abrigo, descanso, alegría, justicia, disciplina, enseñanza y amor, es donde somos capacitados para poder vivir, donde se enfatizan las relaciones más profundas que establecemos en esta tierra, sólo en la casa de Dios podemos encontrar estos elementos espirituales, por eso el Salmo 65:4 dice: “seremos saciados del bien de tu casa”, es sólo en la casa de Dios en donde se hace realidad el dicho “no hay mejor lugar que casa”. Es mejor estar un día en la casa de Dios que mil fuera de ellos, la Iglesia del Dios viviente no es un club social, no es una asociación de voluntarios, no es un “plus” en tu vida espiritual, sino es nuestra urgente necesidad, es una embajada, una avanzada del Reino de Dios, donde hombres y mujeres se han comprometido a guardar las ordenanzas de nuestro Rey y han prometido cuidarse mutuamente, es el único lugar en el mundo donde podemos acceder a un relación inigualable e íntima con nuestro Padre Celestial, pues él ha prometido estar con nosotros de forma especial cuando nos congregamos, no es algo que podemos lograr por nosotros mismos, o que podemos equiparar al “conectarnos” por internet, el “wifi” no sustituye la conexión que el E.S nos impulsa a tener por nuestros hermanos, es imposible vivir nuestra vida cristiana sin la comunión y compañía de los santos, pues no podemos amar a Cristo, la cabeza de la Iglesia, sin amar su cuerpo, que es precisamente su pueblo, roguemos, ayunemos e intercedamos para que pronto podamos volver a gozarnos juntos ante la presencia de nuestro Rey.

El verso 2 nos dice: “Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén”. David el autor de este Salmo se identifica con la añoranza por Jerusalén, sus palabras representaban el deseo colectivo de un pueblo por llegar a la ciudad de Paz. Los peregrinos aún no llegaban a Jerusalén, pero durante su trayecto comenzaban a hacer memoria de aquel lugar, ya vislumbraban sus puertas, murallas y pasillos, ya veían sus pies enraizados en el lugar de paz, sus corazones ya estaban allí, sus afectos, su voluntad y todo su ser estaban en aquella ciudad en donde habitaba su tesoro en esta tierra, que era Dios mismo. Domingo a domingo cuando nos congregamos tenemos la misma experiencia, cuando adoramos congregacionalmente a nuestro Rey tenemos un adelanto de lo que experimentaremos en Gloria, disfrutamos de la presencia especial de Dios sobre su pueblo reunido, Cristo mismo se hace presente a través de la presencia del E.S en nuestra alabanza, cantando en medio de la congregación (Sal. 22:22); pero él también está en el cielo, y al estar unidos a él nos unimos a la perfecta adoración que se ofrece en la presencia de Dios, cuando nos reunimos como Iglesia no estamos en la Nueva Jerusalén, pero por la obra de la presencia de Cristo en medio nuestro, nuestros pies experimentan un delante de aquel reposo eterno.

Jerusalén no siempre fue la ciudad la paz, de hecho, antiguamente fue conocida como Jebús, la ciudad de los Jebuseos, en donde se cometieron todo tipo de abominaciones y en donde cientos de paganos sufrieron miserias al confiar en sus fasos dioses, esa ciudad que estuvo al servicio de los ídolos vanos de este mundo se convirtió en el centro de adoración al Dios vivo y verdadero. No importa lo degradado o bajo que haya sido un lugar en tiempos pasados, cuando es santificado por Dios pasa a ser un lugar honorable, nosotros como los Jebuseos éramos enemigos y aborrecedores de Dios, hijos del padre de mentira, miembros de la familia de la serpiente, éramos templos llenos de abominación, vagamos por este mundo sin rumbo entregados a nuestra maldad, nuestros pies corrían hacia el pecado, pero fuimos encontrados por el Príncipe de Paz, miren lo que dice la profecía de Zacarías en Lucas 1:79 sobre la misión del Mesías, el vendría para: “dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz. Cristo salió a nuestro encuentro, cambio el rumbo de nuestras vidas, dirigió nuestros pies hacia las puertas de la ciudad de Paz. Por su gracia ahora caminamos unidos a la nueva Jerusalén y nos ha hecho el templo del E.S para adorarle en Espíritu y en Verdad.

Cuando las cuarentenas se acaben la alegría efímera de los hombres volverá a renacer, habrá gozo en los incrédulos al volver a sus ídolos, llámense fiestas, deportes, juegos de azar, teatro, entretención, consumismo o hedonismo, pero continuarán con el mismo problema en sus corazones, nada llenará el vacío “tamaño Dios” en sus almas, en cambio nuestra alegría, el gozo del pueblo de Dios por estar en su casa excede cualquier gozo que el mundo nos pueda ofrecer, amados, nos volveremos a reunir, eso téngalo por seguro, si no es en esta vida, lo será en la venidera, donde ya no peregrinaremos más, donde ninguna calamidad, catástrofe o enfermedad nos volverá a separar, porque estaremos seguros en la ciudad de Dios donde nuestros pies hallarán reposo y gozo eterno dentro de sus puertas.

2. Jerusalén: El lugar, el pueblo y el gobierno de Dios (v. 3 - 5)

En el versículo 3 observamos una fiel descripción de Jerusalén, la cual “se ha edificado como una ciudad que está bien unida entre sí”. Esta metrópoli fue una ciudad arquitectónicamente diseñada, arreglada y definida, de hecho, ningún barrio podía ser sorprendido o saqueado sin que las otras partes de la ciudad lo supieran, las murallas rodeaban cada parte de la ciudad, por lo que su diseño le daba un carácter singular e indivisible, no había imperfección en sus junturas, lo que se observaba en ella era una perla compacta monumental de perfecta armonía. Así también, la Iglesia del Antiguo y Nuevo Pacto han sido edificadas en un mismo fundamento, somos un solo pueblo compacto (Ef. 2:14), todos bajo una unidad indivisible, por medio de Cristo hemos sido unidos de forma inseparable a todos los creyentes de la historia de la humanidad que han creído en aquel redentor que vencería al pecado, la muerte y Satanás, somos pámpanos perfectamente unidos a la vid, por medio de la sangre de Jesús aquellos que éramos gentiles, ajenos a los pactos de la promesa, hemos sido acercados a la ciudad de Dios, y ahora somos conciudadanos y herederos de las promesas dadas a Abraham, pertenecemos a la familia de la Fe porque nuestra Fe posee la misma naturaleza que la del Padre de la Fe, pues ha sido Dios mismo quien nos la ha dado, al igual que el patriarca Abraham hemos sido justificados por medio de la Fe (Gén. 15:6)

La unidad que caracteriza a nuestro pueblo es una que permanece para siempre, todas las instituciones de este mundo, cada agrupación, cada replica de la torre de babel no podrá trascender a la muerte, pero nuestra unidad prevalecerá más allá del sepulcro, en aquellas moradas celestiales que nuestro Señor ha ido a preparar. Nuestra unidad está fundada sobre un cimiento sólido, la roca eterna de los Siglos que es nuestro Señor Jesucristo, sobre él hemos sido edificados con su eterna gracia y afinados con su infinita sabiduría. Miremos lo que dice Efesios 2:19-22: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.

La ciudad de Dios, la nueva Jerusalén tiene como principal cimiento en su centro a Jesucristo mismo, la cabeza del ángulo, haciendo de la Iglesia una institución única, pues no está fundamentada sobre ningún hombre, sino sobre Dios mismo. El Apóstol Pedro describe a Jesús como la piedra viva desechada por los hombres, más para Dios: escogida y preciosa; la Jerusalén de los tiempos de David era la joya del Oriente, la cual llego a tener su máximo esplendor bajo el reinado de David y su hijo Salomón, pero aquella ciudad terrenal es un tenue reflejo de la Gloria que tendrá la Nueva Jerusalén que es la madre de todos nosotros, la cual ha dado a luz a hijos de Abraham por medio de la Fe,

Cristo la piedra angular, la piedra que no fue cortada por mano de hombres derribará todos los reinos de esta tierra y establece su reino perfecto y eterno.

Siendo él la piedra viva, por su gran bondad nos ha transmitido su naturaleza, siendo vivificados por su Espíritu y nos hemos convertido también en piedras vivas: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pe. 2:5).

Nosotros no somos la piedra del ángulo, Cristo lo es, pero sí somos piedras vivas que por medio Jesús ahora ofrecen un servicio aceptable ante el trono celestial, y como piedras en modelamiento estamos siendo preparados para estar perfectamente cohesionados en la Nueva Jerusalén. Este mundo pasajero es la cantera donde somos labrados por el mejor entallador (oficio y arte de labrar las piedras) que haya existido, nuestro Señor Jesucristo. Leamos 1 Reyes 6:7, en donde se nos muestra el proceso de edificación del templo por parte del Rey Salomón: “Y cuando se edificó la casa, la fabricaron de piedras que traían ya acabadas, de tal manera que cuando la edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro”. Las piedras utilizadas en el primer templo no eran labradas al momento de ponerlas en la edificación, sino que venían listas y preparadas desde la cantera, donde se aplicaba el martillo, el hacha y todo instrumento de hierro necesario para que la piedra encajara perfectamente en la posición que se requería en el templo, de la misma manera en nuestro peregrinaje en este mundo somos tallados y esculpidos a la imagen de la piedra angular que es nuestro Señor Jesucristo, cada uno de nosotros está siendo moldeado a través de cuñas, mazos, picos, martillos, sierras, cinceles, formones y cepillos que el constructor Jesucristo está aplicando sobre nuestras vidas, para que al llegar a la Gloria seamos puestos en el templo de Dios, en donde todos los sonidos de dolor por la pruebas de aflicción de esta vida habrán pasado, las angustias quedarán atrás en la cantera de este mundo, pero en el templo de Dios ya no habrán más sonidos de aflicción, pues la piedra angular, aquella misma que nos moldeo enjugará toda lágrima de nuestros rostros. La pandemia que estamos experimentando no es más que otro proceso de perfeccionamiento en la cantera de este mundo, el Señor está utilizando esta calamidad para desarraigar de nuestros corazones nuestras imperfecciones y pecados, para presentarse a sí mismo una novia perfecta hecha a su imagen y semejanza, no temas, el alfarero está trabajando, estas seguro en sus manos.

Al considerar entonces esta unidad que el mismo Jesucristo está creando en su pueblo no se nos permite construir muros divisorios dentro su pueblo, necesitamos compactar, no dividir, somos distintas personas, de distintas clases sociales, profesiones, orígenes étnicos, pero una sola comunidad, somos muchas ramas, pero un solo árbol, muchos miembros pero un solo cuerpo, muchas piedras, pero un solo edificio, nuestra unidad desafía toda lógica humana, pues somos personas muy diversas pero también muy unidas entre sí, y el propósito de esta unidad en la diversidad es desplegar al mundo la multiforme sabiduría y gracia de Dios. De hecho, Dios ha confiado a la unidad de la Iglesia la misión de transmitir al mundo el testimonio de la Fe en Cristo: “(Padre que) ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21). Por esta razón es apremiante mantenernos reunidos y congregados domingo a domingo, no es un capricho evangélico, para los incrédulos esto no es una prioridad, pues desconocen la labor indispensable que la Iglesia realiza en medio del mundo trayendo vida por medio de la predicación del Evangelio a personas muertas en delitos y pecados, ninguna fundación, ONG o partido político puede cumplir esta misión, sólo nosotros, la Iglesia de Cristo tiene esta facultad, sin duda debemos cuidarnos de la pandemia reinante, pero no podemos permitirnos descuidar los asuntos del Reino, la labor de la Iglesia es única, irreemplazable y prioritaria. Los hombres claman en el Salmo 4:6 ¿Quién nos mostrará el bien? En este periodo de proclamación del Reino es la Iglesia quien tiene la misión de indicar a las naciones que Dios y su Hijo Jesucristo son el sumo bien para la humanidad, como decía Juan Calvino nuestra tarea es “hacer visible el Reino Invisible de Dios”. Entonces roguemos fervientemente para que pronto podamos celebrar juntos un culto racional a nuestro Rey, mostrando al mundo la unidad de la Iglesia y proclamar con nuestras voces y nuestras vidas que Jesucristo es la cura para la pandemia del pecado.

Como se describe en el verso 4 todas las tribus de Jehová debían subir a Jerusalén para adorar a Dios, y debían adorarle conforme al testimonio que él mismo había diseñado, es decir, debían regirse bajo el principio regulador de adoración donde sólo podían adorar a Dios como él lo había demandado. No había otro lugar en donde realizar los sacrificios y ofrendas, el Dios de Israel era muy distinto a los dioses de la época, los cuales tenían altares en los montes, en las ciudades, en los valles, en el campo para así representar que esos lugares les pertenecían, pero de Jehová es la tierra y su plenitud, no era preciso en ese momento en la historia de la redención levantar altares de adoración en todo lugar, Dios quería mostrar a las naciones la unidad entre su pueblo, el lugar de Dios y el gobierno de Dios. Notemos lo que dice el libro de Deuteronomio 4:7- 8: “¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?”.

Nuestro Señor siempre se mostró cercano a su pueblo, durante el desierto acompaño a los Israelitas en una columna de nube y fuego, luego habito entre ellos en el tabernáculo, algo que el autor de este Salmo el Rey David disfrutó, pero notemos nuevamente que al iniciar el Salmo el Rey David hablaba de ir a la casa de Dios, y esa casa fue precisamente el templo que él añoro construir para Dios, pero que finalmente termino construyendo su hijo el rey Salomón. David quería edificar casa para Jehová, pero es Jehová quien le promete edificar una casa a David (según 2 Samuel 7:27); en este pacto el Señor promete preservar su linaje en el trono para siempre, es decir, un reinado eterno y le promete construir una casa, la cual construye Salomón y en donde habitaría su presencia, pero ese templo no era el lugar final, su promesa tiene cumplimiento final en aquel templo en donde Dios sería adorado y obedecido en perfección, nuestro Señor Jesucristo, pues él es Dios, en él habita toda la plenitud de la Deidad, en Juan 2:21 se refiere a sí mismo como el templo, por eso es que sus discípulos no tuvieron que ir al templo para adorar a Dios cuando Jesús calmo la tempestad en la barca, el templo estaba con ellos, Dios mismo estaba entre los hombres y debía ser adorado, Cristo no rechazo esa adoración, Jesús era ese Rey/Pastor del linaje de David que traería verdadera paz a su pueblo y quien reinaría para siempre.

En el Nuevo pacto ya no debemos subir a Jerusalén a adorar, pues el templo es la comunidad de creyentes, y Dios no solo habita en la comunidad corporativa, sino también en cada miembro individual, somos el lugar de Dios 1 Co. 3:16 nos dice que somos templo de Dios y morada del E.S; por lo tanto, en nosotros debe haber una continua actividad semejante a la del templo, la casa de Dios sería llamada casa de oración, por lo tanto debe existir en nosotros un constante fluir de rogativas al Señor , ahora somos un linaje de reyes sacerdotes que continuamente realizan sacrificios espirituales al Dios vivo (Fil. 4:18; Rom.12:1); por medio de regeneración hecha por su Espíritu podemos adorar a Dios en Espíritu y en Verdad (Jn. 4:20-24); ya no dependemos de un lugar como era en el antiguo Pacto, como dice Malaquías 1:11 ahora en el periodo del Reino proclamado “en todo lugar se ofrece incienso y ofrenda limpia” al Señor, la venida del Consolador hace posible esta hermosa realidad, cristianos de todos los rincones del mundo puedan acceder al trono de la Gracia porque Cristo el Rey perfecto ha abierto para siempre las puertas de la Nueva Jerusalén a su pueblo.

Jerusalén no solo era el centro de adoración del Antiguo Pacto también era el lugar del gobierno de Dios donde se ejercía la ley civil, tal como lo dice el verso 5: “Allí están las sillas del juicio, los tronos de la casa de David”. Jerusalén era la ciudad donde los reyes debían aplicar los preceptos del Señor, tal como leímos en Det. 4:8; sus estatutos y justos juicios hacen referencia la ley de Dios que él puso delante de su pueblo, sin la aplicación de sus leyes Jerusalén no sería catalogada como la ciudad de paz, pues sin justicia no hay paz. En Det. 17 leemos que el rey de su puño y letra debía hacer una copia de la ley, leerla todos los días de su vida para aprender a temer a Jehová, para guardar su ley y ponerla por obra. Nosotros ya no estamos bajo un gobierno monárquico, pero en el Nuevo Pacto Cristo Jesús ha creado en sí mismo una nueva generación de reyes/sacerdotes que anhelan poner su palabra en acción en sus vidas, en la Iglesia y en el mundo. Como lo dice nuestra confesión de Fe “Cristo siempre ha tenido y siempre tendrá un Reino en este mundo”, (CFBL. 1689, Cap.26.3); y ese Reino se ha manifestado en este tiempo en la Iglesia, es ahí en donde voluntariamente su pueblo se ofrece a amar su ley y cumplirla, no somos salvados por guardar la ley, pues todos la hemos transgredido, fue Cristo quien guardo perfectamente la ley en favor de su pueblo y nos ha dado su justicia, la evidencia entonces, de que hemos sido salvados será una búsqueda incesante por guardar su ley, porque tenemos nuevos corazones dados por el E.S para cumplir esta tarea (Ez. 36:27) podremos decir como el salmista: “Cuanto amo yo tu ley, todo el día ella es mi meditación ” (Sal. 119:97).

¿Cómo darnos cuenta de que somos gobernados por su Palabra? Porque podemos señalar con claridad un creciente número de acciones y creencias en tu vida que han sido transformadas por el poder de la Palabra, ya no somos los mismos que éramos antes, hay un deseo constante por crecer en las Escrituras, podemos señalar con exactitud aquellos textos y libros específicos de la Biblia y enseñanzas que han venido a transformar toda nuestra manera de vivir, han reformado nuestros matrimonios, trabajo, relaciones y cosmovisión del mundo. En la época del reino proclamado es el E.S quien gobierna nuestras vidas, quien nos conduce a toda verdad y a toda justicia, quien nos señala nuestras faltas y nos lleva a arrepentirnos y crecer en la gracia de Dios. En Cristo, en el Nuevo Pacto hemos llegado ser los reyes/sacerdotes que se sientan en los tronos de David, en la casa de Dios, somos su pueblo, somos el lugar de Dios, su templo y su Espíritu gobierna nuestras vidas.

3. Jerusalén: La ciudad de paz (v. 6 - 8)

Desde los versos 6 al 8 podemos ver una súplica de paz por parte de los peregrinos por Jerusalén, esta ciudad en tiempos de David fue un lugar de conflictos con distintos pueblos como: los amonitas, moabitas y filisteos; y cuando pensamos en este concepto lo que viene a nuestra mente es ausencia de ese tipo de conflicto, pero el concepto de paz, o más bien el concepto shalom para los judíos era mucho más profundo. El concepto shalom tiene relación a algo entero, completo, sin fisuras, como una piedra entera de una sola pieza, de hecho, vemos ese concepto en Josué 8:31, donde se levanta un altar de “piedras shalom”, es decir, piedras enteras donde se ofrecieron ofrendas de paz, el mismo concepto observamos en Job 5:24 pero aplicado en un contexto distinto, sus tiendas estaban en un contexto de shalom dice: “Sabrás que hay paz en tu tienda; visitarás tu morada, y nada te faltará”, en 1 Reyes 9:25 Salomón trae shalom al templo al terminar la casa de Dios y ofrece ofrendas de paz y en Prov. 16:7 se habla de aquellos hombres que hacen todo lo posible por estar en paz aún con sus enemigos, por lo tanto, el shalom descrito en este Salmo está asociado a la idea de restauración, reconciliación y plenitud.

En el huerto del Edén encontramos un mundo lleno de shalom, había completa plenitud en la relación entre Dios y la creación, había paz con Dios, paz entre Adán y Eva, paz entre el hombre y la naturaleza, el mar se detuvo donde se le dijo, las placas tectónicas descansaban en su lugar y los vientos obedecían la voz de su Creador. Pero vino la desobediencia, el pecado, que no es más que una reinterpretación de la realidad impuesta por Dios, la humanidad usurpo la autoridad de Dios y buscaron robar el conocimiento y el poder del Creador. Corrompimos el diseño de Dios, el shalom de Dios, la paz del Edén es como deberían ser las cosas en realidad, pero el pecado vino a quebrantar dicha plenitud, por esto es que las catástrofes que llamamos “desastres naturales” como las tormentas, los terremotos, maremotos, incendios forestales, son calamidades, pero no son naturales, la misma muerte no era parte del diseño de Dios, sino que vino por consecuencia del pecado, la misma pandemia que estamos experimentando es una consecuencia de la fisura abismal en la relación entre Dios con el hombre.

Por lo tanto, cuando los peregrinos pedían por la paz de Jerusalén estaban pidiendo volver al diseño dado por Dios, a una unidad integral, donde todo lo desquebrajado sea restaurado, donde todas las enemistades sean reconciliadas, donde lo perdido volviera a ser recuperado, anhelaban un lugar donde tener un relación viva, completa y plena en Dios, tener paz en los términos de este Salmo es el anhelo ferviente de estar satisfechos en Dios y no por aquello que está afuera de Jerusalén, donde todo es peligro, y un día todo será destrucción, pero dentro de sus puertas todo es seguridad, salvación y gloria.

Cuando un peregrino pedía entonces por la paz, lo que estaba pidiendo en definitiva era la venida del Mesías. Isaías 9:6 describe a nuestro Señor como el Príncipe de Paz, y el traería nuevamente el shalom a su pueblo, alguien debía pagar el precio por nuestro pecado y traernos paz, la reconciliación implica pagar el precio por la transgresión, el perdón implica pagar la deuda: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él” (Is. 53:8). Por medio de la Fe en su obra tenemos paz para con Dios (Rom. 8:5). Cada hombre y mujer ha nacido quebrado y lleno de fisuras por causa del pecado, pero Jesús fue el verdadero hombre pleno y completo, el segundo Adán que venció la iniquidad, la muerte y a Satanás, Dios Padre logro: “por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col.1:20)

El sacrificio de Cristo no solo vino a reconciliar la relación entre Dios y el hombre, sino también vino a reconciliar esta tierra maldita por el pecado con su Creador, por eso es que la creación misma gime por la redención plena de todas las cosas, gime para que su Creador Jesucristo en su segunda venida vuelva a dar plenitud a esta tierra, donde el hará una nueva creación cielos nuevos y tierra nueva, y todo será restaurado volviendo al shalom, a la paz de aquel huerto que se había perdido, donde ya no habrán más terremotos, huracanes ni pandemias que rompan la paz del pueblo de Dios.

¿Qué significa para nosotros pedir por la paz de Jerusalén? ¿Será pedir por la paz de la nación étnica de Israel? Absolutamente no, Israel ya no es más el centro de adoración del pueblo de Dios, sino el creyente individual, ya no se trata de adorar en un lugar específico (Jn. 4), es la Iglesia el lugar de adoración, por lo tanto, pedir por la paz de Jerusalén es pedir por la paz de su Iglesia. ¿Qué implica esto? Sin duda, orar por nuestros hermanos, pero por sobre todo es estar dispuestos “solícitamente (diligentemente) a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef. 4:3), la paz que disfrutamos tuvo un precio infinito, la sangre del Cordero de Dios, por ello se nos manda a proteger dicha paz en medio del pueblo de Dios debido a su valor, pedir por paz para Jerusalén es una súplica por el Reino de Dios en la vida de nuestros hermanos, es un clamor para que Cristo more en su Iglesia y sea inundada de su presencia, es el anhelo genuino de que cada peregrino sea transformado a la imagen del Hijo, esa es la verdadera prosperidad del cristiano. Somos su cuerpo y tal cual lo describe Efesios 1:23 Jesucristo es la plenitud (el shalom) que lo llena todo en su Iglesia, en él volvemos al shalom de Dios, estamos completos, saciados, reconciliados y restaurados, Jesús es nuestro buen Pastor y nada nos falta, estamos plenos en él. Se nos ha delegado una misión: ser embajadores del Evangelio de Paz, tenemos el ministerio de la reconciliación (del shalom de Dios), somos protectores de la herencia de paz que tenemos en Cristo, él nos dejó su paz para que otras piedras (ovejas) perdidas, quebrados e incompletos lleguen a la plenitud del varón perfecto de la piedra angular que es nuestro Señor Jesucristo, mientras peregrinamos hacia la Nueva Jerusalén anunciamos palabras de Paz anunciando al príncipe de Paz: nuestro Señor Jesucristo.

4. Nuestra incansable búsqueda (v. 9)

“Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios buscaré tu bien”

El salmo termina con un imperativo para nosotros: buscar incansablemente el bien de nuestros hermanos. Este pasaje resume el propósito de nuestra vida aquí en la tierra, amar la casa de Dios, implica amar a Dios sobre todas las cosas y a la familia que habita en esa casa (Gál. 6:10). Nosotros no podemos hacerle bien a Dios, pues él es el sumo bien y está completo en sí mismo, pero si podemos contribuir al bienestar y a la edificación de nuestros hermanos, somos medios que Dios utiliza para que hierro con hierro seamos pulidos. ¿Qué implicaba en los tiempos de David buscar el bien de tus hermanos/conciudadanos? Involucraba defender y proteger la ciudad de sus enemigos, orar y trabajar por ella, invertir financieramente para el mantenimiento de sus calles, palacios y el templo, implicaba invertir todo el ser en la ciudad y en el pueblo de Dios. Esa sigue siendo nuestra búsqueda en el Nuevo Pacto, la búsqueda por hacer bien a nuestros hermanos es directamente proporcional al grado de amor que tenemos por la casa de Dios, anhelar su presencia es anhelar estar con nuestros hermanos practicando con ellos los bienes que Cristo nos ha dado: su unidad, su paz y su amor, porque es ahí en la comunidad de los Santos donde Dios ha prometido manifestarse de forma especial e íntima con su pueblo. Nuestro discipulado en Cristo depende del amor que tenemos por el pueblo de Cristo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos (mi Iglesia), si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn13:35); el primer amor se experimenta primariamente puertas adentro de Jerusalén, en medio de nuestros hermanos. He aquí la importancia de volver a reunirnos, es un servicio básico, pero su importancia es fundamental, porque si no estamos juntos como pueblo de Dios no podemos realizar en plenitud la búsqueda del bien en favor de nuestros hermanos: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos” (Heb.10: 24-25)

Amados, el shalom que Dios nos ha otorgado tiene como uno de sus principales objetivos trabajar diligentemente en beneficio de otro, somos piedras vivas con un propósito especifico en comunidad, miremos en Efesios 4:16 en que consiste este propósito: “(estar) bien concertados y unidos entre sí por todas las coyunturas ayudándonos mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibiendo crecimiento para ir edificándonos en amor Este pasaje nos muestra que cada uno de nosotros, cada piedra viva del edificio juega un rol, un servicio, una función dentro del cuerpo de Cristo, y ese don que Dios mismo ha depositado en nosotros hace que naturalmente recibamos crecimiento y seamos edificados en amor, si un cuerpo es alimentado, cada parte crecerá y ejercerá su función de forma natural, no necesitara de estímulos externos para poder crecer, por lo tanto, sirve al pueblo de Dios con tus dones, invierte tus recursos y tu vida en su Reino, vive sacrificialmente por tus hermanos, anhelando que todos esos servicios produzcan fruto y crecimiento en el amor de Cristo. Buscar el bien de tus hermanos significara buscar la llenura del E.S en nuestras vidas, implicara estar llenos de Jesucristo para exhortar, edificar y animar a otros, y si todos marchamos hacia ese mismo objetivo nos daremos cuenta que estamos buscando primeramente el Reino de Dios y su justicia, nos daremos cuenta que mientras nos acercamos a Dios que es el sumo bien (Sal. 73:28), nos acercamos cada vez más y más los unos a los otros, y el edificio que es el templo de Dios es cada vez más hermoso, nos percataremos que estamos en la misma carrera, pisando los mismos pasos de nuestro Redentor Jesucristo quien busco nuestro bien cuando nosotros solo habíamos hecho mal. IBGS, no nos cansemos de hacer el bien, aun en tiempos de pandemia, aún en tiempos de calamidad, la actividad de la Iglesia en busca de la paz sigue presente, nuestra tarea es prioritaria e indispensable, a su tiempo segaremos, venzamos al mal haciendo el bien, buscad a Jehová mientras pueda ser hallado, porque él es sumo bien para nuestras almas.