Jesús y la Señal de Jonás (Mt.12:38-42)

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Introducción:

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El evangelio de Juan dice que: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn.20:30-31). Nunca las señales de Jesús tuvieron un propósito en sí mismas, ellas estaban estrechamente vinculadas a su mensaje y fueron registradas para confirmar la fe de los discípulos del Señor. Entre milagros, sanidades y resurrecciones se pueden contabilizar decenas de ellas, pero hay una con la cual el Señor se identifica intensamente: La Señal de Jonás.

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1.Una generación perversa pide Señal (vv.38-40)

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Los fariseos y escribas piden una señal a Jesús (1 Co. 1:22). En su petición aparentan un respeto externo hacia Jesús, le llaman Maestro, pero en su corazón lo odiaban y permanentemente buscaron probarlo (Lc. 11:16). En el fondo, lo que están diciendo es que ninguna de las obras de sanidad y milagros que Jesús había hecho era suficiente para demostrar que era el Mesías. Jn. 12:37 dice: “Pero aunque había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en Él”. Los fariseos y escribas, tenían una explicación diferente, la causa era Beelzebú (Mt. 12:24). Las pruebas de que Cristo era el Mesías eran contundentes y evidentes, él estaba cumpliendo las Escrituras. Sus señales no eran trucos de magia, sino pruebas claras de la venida del reino, donde los efectos del pecado eran derrotados por Su obra: “Los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos eran abiertos, el cojo saltaba como el ciervo y la lengua de los mudos gritaba de júbilo” (Is.35:5-6). Los fariseos y escribas no estaban interesados en sus señales, en su sabiduría ni menos en su compasión. Para los judíos “la señal” debía ser emocionante y sensacional, no algo que demostrara compasión. Su demanda era malvada, insultante, hipócrita y descarada, querían que Jesús fuese un milagrero a su disposición. Pensaban que su supuesta cortesía escondía su impía intención, pero el Señor conocía sus corazones. No eran evidencias lo que hacía falta, sino un corazón creyente y arrepentido, un corazón regenerado.

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Jesús los caracteriza como “perversos y adúlteros” (v.39). Esto debió ser una “bomba” para ellos. Jesús utiliza la misma frase que Dios utilizo para dirigirse a aquella generación de Israelitas incrédulos que no entraron a la tierra prometida, les llama: “generación perversa, hijos en los cuales no hay fidelidad” (Dt.32:20). Los Israelitas de esa época no entraron a la tierra de reposo por su incredulidad, a diferencia de Josué y Caleb que se distinguieron por su fe. La incredulidad engendra perversidad y adulterio espiritual. Cuando hablamos de adulterar, nos referimos a la práctica de alterar o falsear la autenticidad de un asunto, es cambiar la pureza de una cosa añadiendo algo impropio. Por ejemplo, una caja de leche adulterada tendrá por fuera el letrero de “leche entera”, será blanca como la buena leche, pero sabe mal y probablemente quien la consuma terminara intoxicado. De la misma forma, estos adúlteros, creían tener una aparente intimidad con Dios, pero su incredulidad alteraba los estándares de calidad y pureza que el Señor exige con sus íntimos. Debían urgentemente atender a las palabras de Jesús.

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El Señor les responde que les daría una única señal: “La de Jonás el profeta. Jesús no habló de Jonás como un siervo malo, en sus palabras notamos estima hacia el profeta, de hecho, lo revindica, porque los fariseos de aquel tiempo no consideraban a Jonás como un profeta. En Jn.7:52 los fariseos le dicen a Nicodemo: “¿Es que tú también eres de Galilea? Investiga, y verás que ningún profeta surge de Galilea”. ¿De donde era Jonás? Según 2 Re.14:25 era de Gat-hefer ubicada en el territorio de Zabulón, en Galilea. Jesús nació en Belén, pero fue criado en Nazaret de Galilea, la cual había sido acusada por desacato por el sanedrín por ser una región de etnias mezcladas donde no se observaba celosamente la ley, la consideraban el distrito de los gentiles. Para ellos era imposible que el profeta descrito en Dt.18:15-18 viniera de esa región, allá no se estudiaba la ley como en Jerusalén. Se suponía que estos hombres eran eruditos en las Escrituras, pero las ignoraban. Su ceguera espiritual eran tan intensa que olvidaron lo que dijo el profeta Isaías, la luz del mundo vendría de esa región: “Dios… la hará gloriosa… Galilea de los gentiles…El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz (Is.9:1). Así como Jonás, el Galileo, fue una pequeña luz para los Ninivitas, Jesús, el Galileo, es el Sol de Justicia que resplandece sobre todas las naciones.

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¿Por qué los fariseos y escribas de la época no reconocen el ministerio de Jonás? Porque él fue a predicar a una nación pagana. Es verdad que los grandes profetas como Isaías, Jeremías y Ezequiel profetizaron acerca de las naciones, pero ninguno tuvo un ministerio similar al de Jonás, el de ir a profetizar a los gentiles arrepentimiento y gracia. Los fariseos y escribas se parecían a Jonás, eran amantes de su etnia, creían que por el hecho de ser hijos físicos de Abraham tendrían las bendiciones de Abraham, pero no tenían la fe de Abraham. Irónicamente, Jonás, el hombre que tuvo su propio Getsemaní por Israel a las afueras de Nínive, era rechazado por su propio pueblo. Pero Jesús, el compasivo, se identificó intensamente con el profeta, tanto así, que compartieron el mismo oficio, la misma región de origen y deshonra en su propio pueblo (Mt. 13:57)

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¿Cuál es la señal de Jonás? “porque como ESTUVO JONAS EN EL VIENTRE DEL MONSTRUO MARINO TRES DIAS Y TRES NOCHES, así estará el Hijo del Hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra” (v.40). Una señal es un recurso simbólico que no usa palabras, como por ejemplo los letreros de la carretera o las señas que hacemos a nuestros hijos de aprobación o desaprobación. La experiencia de Jonás apunta a una realidad más profunda, anticipa la muerte y la resurrección de Cristo. Fue necesario que las fauces de la muerte se abrieran ante Jonás al ser tragado por el pez, y luego fuera devuelto a la vida como una experiencia de resurrección. Tanto el pez, como el periodo dentro de él apuntan a la humillación y exaltación de Cristo, es decir apuntan al evangelio (1 Co.15:4). Si esta señal no les basta, entonces, sobran las demás. Esta señal, para espanto eterno de los fariseos y escribas, triunfaría completamente sobre ellos, porque la resurrección sería la prueba final de quien era él y el sello definitivo que garantizaba su enseñanza. Jesús demuestra la historicidad de la experiencia de Jonás, quien, efectivamente estuvo tres días en el corazón de los mares, de la misma forma, Jesús estaría en el corazón de la tierra. Su muerte y resurrección es un hecho histórico.

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Jesús y Jonás ministraron en medio de generaciones perversas y adúlteras (v.39), que respondían con desprecio y rebeldía a las advertencias de los profetas. Tanto el Israel de Jeroboam II, como los fariseos del tiempo de Jesús, practicaban el culto a Jehová; pero, aunque con sus labios le honraban, su corazón estaba lejos de él (Mt. 15:8). ¿Cuál fue la señal de Dios al Israel de Jeroboam II del tiempo de Jonás? La conversión masiva de los ninivitas. Siendo paganos sin los privilegios de la ley y las promesas, se arrepintieron ante el mensaje de Dios, mientras que Israel solo se endurecía. Lo que Jesús está diciendo es que esa historia se está volviendo a repetir.

2.Dos señales contra la Incredulidad (vv.41-42)

Jesús declara: “Los hombres de Nínive se levantarán con esta generación en el juicio y la condenarán, porque ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás” (v.41). El testimonio de los Ninivitas se alzara como una prueba contra los Israelitas, ellos, sin formación espiritual, se arrepintieron ante la predicación de Jonás; pero Israel se endurecía a la predicación del mismo Hijo de Dios. Jesús interpreta esta historia como un patrón que recibe su cumplimiento en su propio ministerio: la solución divina a la dureza de Israel es avergonzarlos por medio de la conversión de los gentiles y así causarles celos y salvar a algunos de ellos (Rom. 11:14). Gente con menos luz, como los Ninivitas, obedeció a una predicación menos iluminada, pero gente más iluminada se niega a obedecer a la Luz del mundo. En contraste es total:

Predicación en Nínive

Predicación a Israel

Les predico un profeta menor

Les predico el PROFETA de Dios (Mt.4:17; 11:28-30; 23:37)

El profeta era un pecador, necio, enojón y rebelde (Jon.1:3; 4:1-3,9)

El unigénito Hijo de Dios, lleno de sabiduría, compasión y gracia (Mt.12:17-21; Jn.8:46; Mt.11:27-30; 15:32)

El mensaje tuvo énfasis en la destrucción

Su mensaje tuvo énfasis en él, en la salvación por gracia (Mt.9:12; 11:28-30; Lc. 19:10)

Sin milagros ni señales

Su mensaje fue fortalecido con milagros (Jn.13:37)

Sabemos que la predicación de Jonás no concluyo con un pacto nacional, no hubo circuncisión, adoración ni una renuncia definitiva a los ídolos. Como se explicó en el tercer sermón hubo un arrepentimiento genérico, se volvieron de su maldad, pero el v.41 da evidencias claras que el Señor redimió a muchos Ninivitas porque ellos se “levantaran” en el día del juicio contra la generación de judíos que no escucharon al Hijo de Dios. Y un condenado no puede juzgar a otro condenado. Además 1 Co.6:2 nos dice que “los santos” han de juzgar al mundo. Esto corrobora que muchos Ninivitas alcanzaron redención. ¿Por qué los Ninivitas serán levantados? Porque creyeron al mensaje, se humillaron en cilicio y ceniza y en gloria serán exaltados. Ellos también son una señal de la humillación y exaltación de Cristo, quien se humillo hasta la muerte de Cruz y fue exaltado hasta lo sumo (Fil.2:8). De la misma forma, pero a la inversa, los Israelitas incrédulos; y los incrédulos de todas las etnias que se levantan en esta vida contra el señorío de Cristo, serán humillados en el día del juicio.

Los Ninivitas tenían cuarenta días para arrepentirse, pero al primer día respondieron ante el mensaje de cinco palabras de Jonás. Jesús murió en la Cruz y resucito, no pasaron cuarenta días, los Israelitas tuvieron casi cuarenta años de predicación sobre la resurrección de Cristo por medio de sus apóstoles y discípulos, ni aun así respondieron en fe y arrepentimiento, sino que fueron arrasados por los romanos en el año 70 d.C. Jonás se transformó en la señal viva al predicar con su cuerpo deformado por los jugos gástricos del pez y Nínive se arrepintió, pero ¿Cómo reaccionaron los Israelitas ante la señal de la resurrección? Hicieron algo abominable. Escucharon el informe de la guardia que custodiaba el sepulcro de Jesús y el Sanedrín determino tres cosas: sobornaron a los guardias con dinero, les dieron un relato mentiroso que contar e inmunidad (Mt.28:11-14). Los guardias tomaron el dinero e hicieron como se les había instruido. Y este dicho se divulgó extensamente entre los judíos hasta hoy” (Mt.28:15). Hasta los días de Mateo se divulgo este falso rumor. Casi 70 años después, Justino Mártir, escribió en su diálogo con Trifón que ese falso testimonio seguía vigente (Diálogo con Trifón 108). Los fariseos que pedían señal, pero conspiraron contra ella. No solo no creían sino que querían contagiar a todos con su incredulidad. Aun hoy, en el siglo veintiuno, se sigue divulgando este falso rumor. Su conspiración fue diabólica. Atacaron la promesa en la cual creyeron sus padres Abraham, Isaac y Jacob, porque ellos esperaban la resurrección de su pariente redentor.

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Jesús les dice a los fariseos: “miren, algo más grande que Jonás está aquí” (v.41). En este capítulo Jesús ha dicho que él más grande que tres cosas: el templo (v.6); Jonás (v.41) y Salomón (v.42). Él apunta a sus tres oficios. Al referirse al templo está diciendo que es más grande que el sacerdocio levítico. ¿Qué habitaba en el templo? La presencia de Dios. Pero en Jesús habita corporalmente toda la deidad (Col.2:9) ¿Quiénes habitaban en el templo? Los sacerdotes, pero Jesús era superior a todo sacerdocio (Heb.7) ¿Qué hacían en el templo? Sacrificios, pero Jesús fue el sacrificio perfecto que limpia las consciencias (9:14). Jesús es superior a Salomón, el más grande de los reyes de Israel. A diferencia del reino de Salomón, el reino de Cristo es inconmovible, Salomón demostró sabiduría de Dios, pero Cristo es la sabiduría encarnada (1 Co.1:24). Salomón tuvo muchas riquezas, poder militar y mujeres, pero Jesús es dueño de todo el universo y es un fiel esposo, que amó a su novia hasta la muerte de Cruz.

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La palabra que se destaca en estas frases es: “más grande que”, y ¿Cuál es la palabra que más destaca el libro de Jonás? “Grande”. Jesús es más grande que Jonás y toda su experiencia. Él es más grande que la “gran” ciudad (1:2); que la “gran” tempestad (1:4,12); que el “gran” pez (1:17) y que el “gran” abismo (2:5). La palabra “grande” solo se le adjudicó a Jonás en su “gran” enojo (4:1) y en su “gran” alegría por la calabacera (4:6), pero a Dios se le adjudica en su misericordia (4:2). Él es “grande” en clemencia y Jesús encarna perfectamente esa compasión, por eso es más grande que Jonás. En el libro de Jonás, él es nombrado dieciocho veces, pero Dios es nombrado cuarenta veces. Él es el protagonista de esta historia. Los contrastes entre Jonás y Jesús durante cada sermón no son coincidencias, sino providencias preparadas por el mismo Señor para que podamos comprender su obra y grandeza. Él preparó la tormenta, el pez, el gusano, la planta, el viento solano para que Jonás comprendiera que estaba lidiando con un Dios mucho más grande de lo que él pensaba, para que al final de su experiencia pudiera decir como Job: “De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven” (Job.42:5). No solo debemos ser oidores de la gracia, sino testigos de ella en nuestras vidas.

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Jesús utiliza una última ilustración para amonestar a los Israelitas: La Reina del Sur (v.42). La idea es la misma que la de los Ninivitas, mostrar un ejemplo verdadero de fe en contraste a la incredulidad de los fariseos y escribas. La Reina de Sabá escucho de la fama de Salomón “en relación con el nombre del Señor” (1 Re.1:10). Tuvo fe suficiente para hacer un largo viaje a Jerusalén. Al llegar, Salomón respondió satisfactoriamente todas sus preguntas. Cuando ella observo su gran sabiduría y todo su reino “quedó asombrada”. Y dijo a Salomón: “todo lo que se me dijo era verdad, y lo que han visto mis ojos no se asemeja a la mitad de lo que me contaron” (1 Re.10:7). Obsequió a Salomón una gran cantidad de presentes y concluyo lo siguiente: “Bendito sea el SEÑOR tu Dios que se agradó de ti para ponerte sobre el trono de Israel (1 Re.10:9). Su alabanza no es por el monarca, sino con el Dios del monarca. Nuevamente el contraste es poderoso:

Israelitas

Reina del Sur

Tenían muy cerca a la “verdad” encarnada

Realizó un viaje de aproximadamente 2000 km para escuchar a Salomón

Tenían acceso a la “sabiduría de Dios” por medio del rey perfecto

Escucho la sabiduría de Dios por medio un rey imperfecto como Salomón

Nada dieron a Jesús, solo cuestionaron su deidad

Dio a Salomón de sus tesoros (1 Re.10:10)

Disfrutaron de muchas ventajas religiosas

Solo escucho informes

La fe de los Ninivitas y de la reina del Sur son un ejemplo para todos aquellos creyentes que admiten que no entienden del todo el significado del sufrimiento y muerte de Cristo, pero, con todo, saben que son salvos por fe. Y al mismo tiempo son una gran advertencia para aquellos que muestran una supuesta intimidad externa con Jesús, pero por dentro son incrédulos y adúlteros como estos Israelitas.

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3.La Señal que devora la Incredulidad

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Como el grotesco gusano que se comió la calabacera de Jonás, de la misma manera el gusano de la incredulidad puede devorar nuestra vida de piedad. La incredulidad es la raíz de todo pecado, ha destruido más almas que cualquier otra enfermedad. Es peor que el cáncer, que cualquier enfermedad degenerativa, es peor que un terremoto o cataclismo, es la peor de todas las tragedias. Todas estas calamidades pueden producir la primera muerte, pero la incredulidad engendra muerte espiritual, la cual culmina en la segunda muerte: “el lago de fuego” (Ap. 20:14), donde el “gusano” no muere (Mr.9:44). Es decir, el gusano de la incredulidad que devora todo lo bello creado por Dios, también engendra al “gusano” interno del tormento eterno.

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La incredulidad nos imposibilita de hacer el bien: “Todo lo que no proviene de fe es pecado” (Rom.14:23), la fe engendra todas las virtudes de la gracia, pero la incredulidad se devora todas. La incredulidad no es un problema intelectual, sino moral y espiritual, es la manifestación de la rebeldía del hombre que:con injusticia restringe la verdad, porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente” (Rom.1:18-19). La incredulidad es la tragedia del autoengaño. Paradójicamente, hubo dos cosas que maravillaron a Jesús, la incredulidad de los judíos (Mr.6:6) y por otra parte le maravillo la fe de los gentiles (Mt.8:10). Jonás tuvo una profunda tristeza por la fe de los Ninivitas, pero Jesús una profunda tristeza por la incredulidad de Israel (Lc.13:34).

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Quizás por mucho tiempo has escuchado de Jesús y su evangelio y lo consideras un hombre sabio, un maestro y un buen hombre. Pero esa admiración no redime tus pecados. El que le consideres un gran ejemplo no te hace salvo, llevas sobre ti la misma condenación que aquel que lo considera un charlatán, un loco o endemoniado. Cuidado con querer tener una propia versión de Jesús, eso es lo que querían los fariseos, pero su corazón estaba lleno de incredulidad. Si no estás dispuesto a rendirte a Cristo en arrepentimiento y fe, dicen las Escrituras que “ya has sido condenado por no creer en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn.3:18). Con Cristo no hay medias tintas, es todo o nada. Sin fe es imposible agradar a Dios (Heb.11:6). No puedes ofrendar a Dios nada que él no tenga, no hay penitencias ni sacrificio personal que puedas hacer para recibir su aceptación, tus mejores justicias son como trapo de inmundicia (Is.64:6). La fe en Cristo es lo que distingue a los aprobados de los reprobados, la fe elimina toda jactancia farisaica de nuestros corazones. Por medio de ella la gracia empieza a vitalizar nuestro corazón muerto en delitos y pecados, dándonos la justicia de Cristo.

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Quizás tienes dudas en tu corazón, pero jamás Jesús nos invita a venir a él hasta que ya no tengamos dudas, él es un salvador compasivo y se mueve a misericordia a nosotros. Ven a él con tus dudas, pero con la convicción de que él es poderoso para resolverlas por medio de Su Palabra. Mejor es una fe débil que una fe en todas las cosas vanas (calabaceras) de este mundo. Un padre necesitado de la gracia de Cristo exclamó: “Creo, ayúdame en mi incredulidad” (Mr. 9:24). Recuerda que Cristo es el autor y consumador de la fe (Heb12:2). Él es el alfa de la fe y también el omega, él inicia el viaje de la fe, pero también la sustenta. Por eso clama a él, porque el ayuda a todos aquellos creyentes que batallan contra la incredulidad. La realidad es que, en esta vida, siempre nuestra fe estará mezclada con la incredulidad, son como el trigo y la cizaña. La fe crece por efecto de la Palabra en nuestras vidas, pero la incredulidad crece de forma natural en nuestro corazón, como los cardos y espinos de este mundo caído. Llegará el día en que toda raíz de incredulidad ya no exista más, pero por ahora debemos librar una batalla diaria contra la incredulidad. El libro de Hebreos nos advierte: “Tened cuidado, hermanos, no sea que en alguno de vosotros haya un corazón malo de incredulidad, para apartarse del Dios vivo (Heb.3:12). La incredulidad engendra todos los males, es el padre de la ansiedad, orgullo, vergüenza, impaciencia, codicia, rencor, desaliento y lujuria. Y quien olvida a Dios será olvidado, quien rechaza a Dios será rechazado. Nuestra batalla diaria es creer en la promesas de Dios, porque en ellas hay una promesa de fe en la obra de Cristo que vence cada uno de estos pecados. La pelea se traduce en esa dependencia diaria en la lectura, meditación y convicción de la Palabra, en la oración y la obra del Espíritu en nuestras vidas. La incredulidad empapa de lodo nuestra visión en el camino de la fe, pero la Palabra es el parabrisas que limpia nuestra mirada en nuestro viaje.

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¿Cuál es el remedio a nuestra incredulidad? Jesús lo dice: la señal de Jonás. La señal de Jonás vence toda incredulidad, porque ella se dirige al corazón del problema. La señal de Jonás nos dice que todos descendimos a lo profundo del pecado como Jonás en el mar, sin posibilidad de rescate, pero también nos dice que la salvación es del Señor, que su brazo fuerte nos puede sacar del foso de la desesperación. ¿Qué otra señal esperas? La señal de Jonás es suficiente para resucitar un corazón muerto en delitos y pecados por uno vivo amante de la ley del Señor. Un pastor iraní dijo: “cuando veo a un sordo ser sanado milagrosamente, no quedo sorprendido, pero si veo a alguien reconocer y aceptar el señorío de Cristo, me maravillo en la gracia salvadora. El mayor milagro es que la señal de Jonás te resucite.

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La señal de Jonás muestra el núcleo mismo del evangelio: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras (1 Co.15:3-4). La señal de Jonás nos lleva al poder del Cristo crucificado, para los judíos tropezadero, para los gentiles locura, más para nosotros, Cristo es: “poder y sabiduría de Dios” (1 Co.1:22-25). Esta señal nos muestra que solo Cristo es suficientemente grande para ganar perdiendo, solo Cristo es suficientemente eterno para ser engullido por el tiempo y la muerte y resucitar. La locura de la Cruz exalta al rey que se hizo insensato para acabar con el gusano del pecado, derrotar a Satanás la serpiente antigua y para quitarle el aguijón venenoso al escorpión de la muerte. En un solo acto de debilidad Jesús venció por nosotros, por eso él es más grande que Jonás.

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Después de su victoria sobre el sepulcro muchos judíos sí creyeron al evangelio entre ellos sus propios hermanos que en un principio no habían creído en él: Todos éstos estaban unánimes, entregados de continuo a la oración… entre ellos, sus hermanos” (Hch.1:14). La señal de Jonás es poderosa para vencer la incredulidad. Su resurrección es la base de nuestra fe (1 Co.15:14): es la razón de nuestra justificación (Rom. 4:25), nos une con Cristo (Rom.6:3), nos da la esperanza que resucitaremos como él (1 Pe.1:3-4; 1 Co.15:20), nos señala que él juzgara al mundo (Hch.17:30-31) y asegura que tenemos un salvador inmortal (Rom.6:9) que intercede por nosotros (Rom.8:34). ¿Qué te hace falta para creer en esta señal? La evidencia es abrumadora. Los cuatro evangelios lo testifican. Escritores paganos y judíos certifican que los cristianos creían en la resurrección. Muchos murieron por creer en ella. El crecimiento masivo de la Iglesia primitiva fue impulsado por el mensaje de la tumba vacía. Su resurrección demuestra que él es Hijo de Dios (Rom. 1:4), y eso fue lo que Pedro predicó a Israel en el día de Pentecostés (Hechos 2:22ss) y como en Nínive una gran multitud se arrepintió y creyó en la señal de Jonás, en el Cristo que murió y resucito.

¿Cómo has de responder? ¿Cuántas otras señales esperas? Los fariseos tuvieron a Cristo testificándoles, pero tú tienes las Escrituras, el testimonio de Cristo en tu idioma, y ellas son suficientes. Sigue mostrando al Cristo de la Biblia, al Cristo crucificado, porque ese el Dios que salva. Hoy el Señor no se manifiesta con las señales de Moisés, Elías, o los prodigios de los Apóstoles, sino que nos dejó la señal de Jonás para predicar las buenas de salvación. Pero también hay una señal poderosa en el nuevo pacto que demuestra el poder del evangelio al mundo: vidas transformadas. Y nunca en las Escrituras la señal esta disociada del mensaje. Dios le dio éxito a Jonás en su predicación porque en su cuerpo deformado llevaba las marcas de su estadía en el pez, de la misma forma si tus has estado en el “pez” de la salvación también llevaras las marcas de un redimido. Ruega para que tu predicación sea secundada de una vida marcada por una feliz obediencia al Cristo resucitado.

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La señal de Jonás nos dice que el sepulcro que siglo tras siglo se ha tragado y "alimentado" de la humanidad no pudo retener al Redentor. La muerte fue muerta, por la muerte del Salvador. Entonces, ¿Qué es lo peor que nos puede hacer la muerte? “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?… Ni la muerte… podrá separarnos del amor que Dios” (Rom.8:35-38). Para nosotros la muerte solo es un pequeño rio, que nos da paso a la presencia del Dios de Jonás. En la resurrección final Cristo demostrará su omnipotencia destruyendo la muerte para siempre, haciendo vivo eternamente lo que parecía estar enterrado para siempre. Y diremos: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Devorada por Cristo ha sido la muerte en victoria” (1 Co.15:54-55). La señal de Jonás sigue vigente y te dice: “La salvación es del Señor” (Jon.2:9).