La autoridad de Cristo
Texto base: Juan 5:19-29.
El mensaje anterior vimos cómo Cristo sanó a un paralítico, librándolo de su miseria más profunda. Él llevaba 38 años en esa condición: postrado, pobre, sucio, con su cuerpo seco, retorcido, inútil. Se encontraba en medio de una multitud, pero estaba solo, no tenía esperanza alguna de ser sanado y esperaba recibir el milagro de un estanque.
Se encontraba en medio de una muchedumbre de personas en una condición similar: enfermos, ciegos, cojos, y otros paralíticos. Era una masa de miseria, desgracia, dolor y lamentos, que se encontraban alrededor de un estanque esperando ser curados de sus males.
Cristo llegó a este escenario miserable, y vio a este paralítico. En un acto lleno de amor y misericordia, habló con sus palabras llenas de poder, habló con las palabras de Dios mismo, y ordenó a este paralítico levantarse, tomar su lecho y caminar.
Por primera vez en casi 4 décadas, este paralítico pudo caminar, quedó sano de su mal. Pudimos ver la miopía de los legalistas, quienes se preocuparon más de que este paralítico estuviera violando reglamentos humanos, antes que maravillarse por su sanidad sobrenatural.
Pero Jesús no se contentó con sanar su cuerpo. También le hizo ver su verdadero problema: lo confrontó con su pecado, ya que había algo mucho peor que pasar toda una vida como un paralítico miserable, y eso es la muerte eterna. El paralítico debía ser salvo.
Toda esta situación generó la ira de los fariseos, quienes querían matar a Cristo porque se hacía igual a Dios. Y es que con este milagro Cristo estaba haciendo mucho más que simplemente demostrar poder. El centro del milagro no era el paralítico, sino Cristo mismo. Toda esta situación se trataba de la autoridad de Cristo, de su poder, y la pregunta que había como telón de fondo es: ¿Quién es Cristo?
Esa es la pregunta que seguiremos respondiendo hoy, al hablar sobre un pasaje en el que Cristo habla claramente de su autoridad, y nos deja ver su gloria y su soberanía como Señor y Dios.
I. El Padre y el Hijo
Como ya dijimos, en este pasaje Cristo habla principalmente sobre su autoridad. ¿Por qué se dedica a tratar este tema? Porque los judíos estaban cuestionando precisamente eso, su autoridad. Jesús había sanado a un paralítico, lo que transgredía la interpretación que los judíos tenían sobre el día de reposo. Esa interpretación era humana, errónea, ellos estaban imponiendo mandamientos y doctrinas de hombres como si fueran mandamientos de Dios.
Jesús, entonces, había transgredido estas doctrinas de los rabinos judíos, pero que no eran Palabra de Dios. Los judíos, que confiaban en la autoridad de sus rabinos, se preguntaban con qué autoridad hacía esto el tal Jesús. Tanto era así que buscaban matarlo porque quebrantaba la visión que ellos tenían sobre el día de reposo. Lo odiaban, querían eliminarlo.
Pero en lugar de retractarse o de suavizar sus acciones, el Señor Jesús puso el pie a fondo en el acelerador, y afirmó con más claridad y fuerza su autoridad total.
Comienza diciéndoles “De cierto, de cierto os digo”, que era una frase que se usaba cuando una persona iba a decir algo muy solemne, una verdad que debía ser oída y atendida por todos. Los judíos lo odiaban porque Él se hacía igual a Dios, y lo que hará Jesús es confirmar sus sospechas: Él es uno con el Padre.
Dice que el Hijo nada puede hacer por sí mismo. ¿Se refiere a que no tiene la capacidad de hacerlo? No. Se refiere a que Él como Hijo está de tal forma unido a su Padre, que todo lo que hace es aquello que el Padre hace también.
Lo que está diciendo a los judíos es: “¿Les escandaliza que yo haga estas cosas? Bueno, yo no hago más que hacer aquello que también hace el Padre. Todo lo que yo hago, no lo hago por mí mismo, sino que lo hago con mi Padre”. Les está diciendo que criticarlo a Él es criticar a Dios mismo. Les está dejando claro que si lo odian a Él y quieren matarlo, en realidad a quien odian es a Dios, ya que Jesús tiene autoridad y poder para hacer las mismas cosas que el Padre.
El Padre también obra el día de reposo, también hace el bien, sustenta todas las cosas, cuida restaura, da vida, y es lo que hace también Jesús, cosa que se vio demostrada en la sanidad del paralítico, que tanto molestó a los judíos. Así también es como debemos entenderlo nosotros, el día de reposo es un día para hacer el bien, para descansar de asuntos cotidianos como trabajo y quehaceres domésticos, y dedicarnos a la adoración, a la comunión y a servirnos unos a otros en el Señor.
Con esta explicación, entonces, Jesús está lejos de suavizar sus palabras para no enfadar a los judíos. Todo lo contrario, afirma claramente que Él es uno con el Padre. Obran como uno solo, son uno en conocimiento, en corazón, en voluntad; el Padre y el Hijo son dos Personas, pero un solo Ser.
Jesús explica además que el Padre ama al Hijo y le muestra todas las cosas que Él hace. Con esto está diciendo que la comunión entre ellos es íntima, estrecha y directa. Es una comunión perfecta, ellos tienen sólo un propósito. Cristo es la revelación del Padre ante la humanidad. Quien lo vea a Él, ve al Padre (Jn. 14:9). Nadie conoce mejor a Dios que Él mismo, lo que Cristo dice y hace es aquello que ve hacer al Padre, así como nadie lo ha visto nunca.
El Evangelio está directamente relacionado con la relación de amor perfecto que hay entre el Padre y el Hijo, y el Espíritu revelando a ambos. Nuestra salvación fue posible porque el Padre ama al Hijo, y el Hijo ama al Padre con amor perfecto y eterno, y porque Dios nos amó primero con ese mismo amor perfecto y eterno. ¿Puedes creerlo? Por eso nada puede separarnos de su amor, porque su amor no cambia, y Él nos amó primero, nos amó desde la eternidad, y nos amó hasta el fin (Jn. 13:1).
Considerando esto, ¿Podemos imaginar lo ridículo que deben sonar para Cristo los cuestionamientos de los judíos? Pecadores miserables, que se creen justos pero son criminales, que se creen santos pero son inmundos, seres finitos, limitados en extremo, mortales, incapaces de todo bien y de toda verdad, cuestionando el proceder del Creador, Rey y Señor de todas las cosas. Diciéndole al mismo Dios que no está actuando como Dios dice que debemos actuar. Creyendo saber mejor que Dios mismo cómo es su voluntad, qué es lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, la verdad y la mentira. Debemos mirar a Cristo en situaciones como esta y admirar su dominio propio, su humildad, su carácter; porque todo esto es tan ridículo, es una insolencia tan increíble, que sobrepasa de tal manera todos los límites; que uno esperaría que iba a caer fuego del cielo o la tierra se iba a tragar a estos insolentes judíos.
Las sanidades y milagros que los judíos estaban viendo, y la autoridad con que Jesús hablaba y obraba incluso despreciando los mandamientos inventados por los hombres, pero que los judíos consideraban como si fueran mandamientos de Dios; todo esto entonces, es porque Jesús es uno con el Padre, Jesús hace las mismas obras del Padre, tienen el mismo poder, la misma autoridad, son uno en propósito y en voluntad, Jesús es Dios hecho hombre, es la revelación de Dios ante el mundo, es la imagen del Dios invisible, el resplandor de su gloria. Lo que Jesús dice en este pasaje, no son palabras que podría decir un hombre. Son Palabras llenas de autoridad y poder, son Palabras divinas, son Palabras de Dios, y las Palabras de Dios se acatan, no se cuestionan.
Recordemos una vez más el propósito de este libro, el Evangelio de Juan: revelar la gloria de Cristo como Señor y Dios: “éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:31). Y tanta es la misericordia de Dios, que quiso revelar su gloria y su poder en Cristo, y tal como el mismo Cristo anunció aquí, veríamos mayores obras que esta sanidad del paralítico, y nos maravillaríamos en ellas.
II. La vida y el juicio
Y ¿Cómo se manifiesta esta autoridad suprema de Cristo? Es una autoridad que tiene dos grandes brazos: la vida y el juicio, o podríamos decir, el poder definitivo, final, eterno y total sobre la vida y la muerte. El Señor Jesús ahora va a profundizar lo que acaba de explicar.
Tal como el Padre levanta a los muertos y les da vida, el Hijo también “a los que quiere da vida” (v. 21). Y si hay algo claro, es que la potestad de dar vida sólo pertenece a Dios. Y muchas de las cosas que dijeron los rabinos son rescatables. Por ejemplo, el rabino Johanan afirmó que hay tres llaves que se encuentran sólo en la mano de Dios: la de la lluvia, la del vientre y la de la resurrección de los muertos; que son tres aspectos relacionados con la vida.
En el Antiguo Testamento tenemos el caso de Elías, que resucitó al hijo de una viuda (1 R. 17). Sin embargo, queda claro que Elías fue un simple instrumento de Dios en esto, y estaba lejos de tener la misma autoridad de Cristo, quien es Dios mismo, y al igual que el Padre, puede dar vida a quien Él quiera.
Esta es una de las declaraciones más potentes sobre la deidad de Cristo. Está diciendo que tiene en sí mismo la vida, y puede darla según su voluntad. Nadie puede hacer esto sino Dios, el soberano de la Creación. Fijémonos que el énfasis no está en el hombre, no está en una decisión humana, sino en la autoridad total de Cristo. Él es el centro, Él no sólo tiene vida, no sólo puede dar vida, Él ES la vida (Jn. 14:6).
El v. 28 nos dice que el Padre y el Hijo tiene vida en sí mismos. Como hemos dicho, nadie tiene vida en sí mismo sino Dios. La vida es el regalo más grandioso que puede ser concedido. Todas las criaturas, todo ser creado, tiene vida porque otro se la dio: Dios. No tenemos ni un poder para decidir cuándo tendremos vida, tampoco podemos nosotros hacer nacer vida por nuestro poder, y si perdemos la vida, no podemos recuperarla. Pero Jesús tiene vida en sí mismo, y eso sólo puede decirse de Dios.
Una idea constante en el libro de Juan es que Dios vino al mundo a dar vida. Quienes lo oigan, recibirán esta vida, pero quienes lo rechacen serán destruidos. Esta idea se encuentra por todo el Evangelio.
Qué ridículo, entonces, es ese pensamiento de que se puede tener vida sin el Señor. Es cierto, hay dos sentidos en que podemos estar vivos: uno es en el sentido físico, es decir, que nuestro cuerpo tenga vida; pero otro es el sentido espiritual, que nuestra alma tenga vida. Si no tenemos vida espiritual, si nuestro corazón no ha recibido vida, entonces realmente estamos muertos, estamos expuestos a la muerte eterna, que nos puede alcanzar en cualquier momento.
Frecuentemente escuchamos frases como “la vida es una sola y hay que vivirla”, “hay que vivir la vida”, “esto es vida”, dichas por personas sin Cristo. No pueden estar más lejos de la realidad. Quien está sin Cristo realmente está muerto, porque Él es la vida, sólo en Él se puede vivir realmente. Por eso Él dijo también: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. 26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Jn. 11:25-26); y “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).
Pero no sólo eso. El Hijo tiene la autoridad de juzgar. Los seres humanos juzgamos, tenemos algún grado de discernimiento sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo correcto y lo incorrecto. Muchas veces juzgamos en nuestros corazones a otros, podemos hacerlo también junto a otras personas, incluso vemos todos los días casos en que alguien se equivoca, o ve revelado algún secreto íntimo, y recibe el juicio moral de una sociedad. Tenemos también tribunales de justicia, que pueden decidir sobre el destino de una persona y de sus bienes.
Pero los juicios humanos son imperfectos, muchas veces erróneos, apresurados, limitados, sin posibilidad de acceder a la verdad de todo tal como ocurrió, sin todo el conocimiento necesario para tomar una decisión. Además, el juicio humano sólo podría llegar hasta los días en que una persona viva en la tierra. No tienen ningún poder más allá de la muerte. El sepulcro es su límite. Tan imperfecto es, que el condenado puede fugarse.
Pero el juicio del que hablamos aquí no es de este tipo, porque el Juez es como ningún otro, es Dios y Señor de todo. Es un juicio definitivo, con consecuencias eternas, universal, perfecto, completamente justo y sin falla alguna. Y su sentencia no sólo afecta tus bienes, no sólo afecta tu libertad por un tiempo determinado, no sólo afecta tu vida en este mundo. Su sentencia afecta todo tu ser, y por toda la eternidad.
A este juez no lo puedes engañar ni comprar. No acepta coimas, ni se impresiona por tu elocuencia, ni se deja llevar por tus argumentos, no importa qué tan bien puedas construirlos. No puedes dilatar este juicio, ni te puedes escapar o esconder. No puedes despistar a la policía, ni puedes fugarte a otro país. Serás traído ante este tribunal, y no hay nada, absolutamente nada que puedas hacer para evitarlo.
Aquí vemos otra evidencia clara de que Cristo es Señor y Dios. El juicio final, universal, eterno sólo puede hacerlo Dios, y esa acción de juzgar ha sido entregada al Hijo. Por eso el juicio final también se llama en las Escrituras “Tribunal de Cristo” (2 Co. 5:10).
¿Y por qué se ha entregado el juicio al Hijo? Para que reciba la misma honra y gloria que el Padre. En Isaías 42:8 dice: “Yo soy el Señor; ¡ése es mi nombre! No entrego a otros mi gloria, ni mi alabanza a los ídolos”. Sólo Dios puede tener la gloria de Dios. Entonces, quien no honre a Cristo, está deshonrando a Dios. Está negándose a dar a Dios la gloria que merece. Está cometiendo un pecado eterno y universal que lo hace digno de muerte eterna, porque equivale a querer escupir en la cara al Dios eterno.
Se le ha entregado el juicio porque es el Hijo del Hombre, el Mesías, quien ha sido designado para el juicio eterno, para sentarse en el Trono Universal y decidir sobre la vida y la muerte de toda la humanidad. Por eso dice la Escritura: “Pues bien, Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan. 31 Él ha fijado un día en que juzgará al mundo con justicia, por medio del hombre que ha designado. De ello ha dado pruebas a todos al levantarlo de entre los muertos” (Hch. 17:30-31).
Con todo esto queda claro que Jesús no en pordiosero que anda por ahí mendigando amor, golpeando puertas con cara de súplica, preguntando a las personas si tienen tiempo de sobra para darle algo de atención, como se muestra muchas veces. No, Él es el Rey soberano del universo, que vino a imponer sus términos de paz a los rebeldes. El Hijo debe ser honrado como Señor, Rey, Creador y Soberano Universal.
III. El ahora y la eternidad
Habiendo dicho todo esto, Jesús ahora se dirige directamente a quienes lo escuchan, todo esto que el Señor está explicando los afecta directamente a ellos, y tal como los afecta a ellos, nos afecta también a nosotros, a ti y a mí, aquí y ahora. Fijémonos en esto, esto no ocurre con ningún otro ser. Si yo tengo una disposición negativa o positiva hacia cualquier ser humano, eso no define si tengo vida o no, no define mi eternidad. Pero nuestra reacción ante la persona de Cristo, qué hacemos ante su persona, su obra y su Palabra, define todo lo que somos: toda la humanidad puede dividirse entre quienes han creído en Cristo y quienes no; entre quienes tienen vida eterna y quienes están bajo condenación eterna.
Jesús les dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (v. 24).
Queda claro que no es simplemente oír como se oye un ruido cualquiera. Se trata de oír a Cristo, someter nuestros corazones a sus Palabras, sentarnos humildemente a sus pies por fe y aprender de Él (Ryle), oír su voz con oído atento y seguirlo, oírlo con todo nuestro ser, de todo corazón, como se debe oír a Dios mismo.
Quien oiga de esta forma, con oídos espirituales, y crea al testimonio del Padre que fue quien envió a Cristo, es decir, quien crea al Señor, atesore sus Palabras y acepte su testimonio; tiene vida eterna, no vendrá a condenación, ha pasado de muerte a vida.
Aquí vemos una vez más que no se puede separar a Cristo del Padre, ni se puede separar a Cristo de su Palabra.
Vemos que además la conversión no es simplemente una reforma moral, no es simplemente un cambio de conductas. No es sólo que antes alguien era drogadicto y ahora no, que antes alguien era alcohólico y ahora no, que antes alguien decía garabatos y ahora no. Es algo muchísimo más profundo, es un cambio radical que involucra todo el ser, es pasar de muerte a vida, se trata de alguien que estaba condenado a muerte eterna, pero que ahora se ha sentado a la mesa del Padre, como un hijo adoptado en Cristo.
Por otra parte, es un hecho: “tiene vida eterna, no vendrá a condenación, ha pasado de muerte a vida”. Como dice también la Escritura: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Si atendemos a la Palabra de Cristo y creemos en el testimonio del Padre, ya tenemos vida eterna, ya somos libres de condenación, ya pasamos de muerte a vida, ya hemos resucitado en Cristo y fuimos bendecidos con toda bendición espiritual en los cielos.
Esto debe llevarnos a meditar en cuán grandes e innumerables privilegios tenemos en Cristo. Mereciendo la muerte, hemos recibido en Él la vida eterna, mereciendo la condenación se nos ha dado vida en Él, sin tener derecho a más que la ruina y la muerte, hemos sido hecho herederos con Cristo, hemos recibido vida eterna.
Luego dice lo mismo, pero con otras palabras (v. 25). ¿A qué se refiere con esto? ¿Al día final? No, porque dice que viene la hora, pero que ahora es. La hora llegó, el Hijo ha hablado, su voz proclamó el mensaje de salvación. Aquellos que estaban muertos en sus delitos y pecados, han oído la voz de Cristo, pero aquellos que realmente oigan y crean, quienes lo reciban realmente, quienes abracen el testimonio de Dios y lo tengan por verdadero, vivirán.
Aquí se refiere, entonces, a lo que en Apocalipsis se llama “primera resurrección”. La primera resurrección es la que se vive en el alma, al recibir vida de parte de Dios por medio de la fe en el Evangelio. Todo verdadero cristiano ha tenido esta primera resurrección, ha sido hecho una nueva creación, estaba muerto en sus delitos y pecados, pero ha recibido vida espiritual.
Aquí vemos lo fundamental de la Palabra. No hay vida espiritual sin Palabra de Dios. Los que tienen vida serán los que oigan la voz del Hijo de Dios. No hay otra manera de recibir vida que esa, sólo quienes oigan la voz del Hijo de Dios, quienes crean su testimonio, pueden pasar de muerte a vida. Por eso la Escritura es clara, al decir: “el justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17), y la fe viene por el oír la Palabra de Dios (Ro. 10:17). Es decir, el medio que el Señor ha establecido para dar vida, es la predicación de la Palabra.
Pero el Señor no se queda en el aquí y el ahora. Como es común en la Escritura, la Palabra de Dios tiene una aplicación en el presente tiempo, pero también un cumplimiento definitivo cuando se consumen todas las cosas, y de eso es lo que habla en los vv. 28-29.
En estos versículos habla de la segunda resurrección. Mientras la primera resurrección se refiere al momento de la conversión y ocurre en el alma; la segunda resurrección es corporal, es universal, todos resucitaremos en ese día final, unos para vida y otros para condenación.
Como podemos ver, en estos pasajes estamos incluidos todos nosotros. Aquí el Señor habla del día final, el día definitivo en que se establecerá el reino de Dios completamente y se extirpará el mal de la creación. Tenemos entonces el contraste del que hablamos en la serie de Apocalipsis, entre el “ya” y el “todavía no”. Si hemos creído en Cristo, ya tenemos vida eterna, pero todavía esa vida no se manifiesta completamente, y eso ocurrirá cuando resucitemos corporalmente para entrar en la gloria eterna. Quien no ha creído en Cristo, aún está muerto en nuestros delitos y pecados, pero en aquél día resucitará para condenación, y su destino eterno bajo la ira de Dios quedará sellado.
Los milagros no son simplemente para sorprender o llamar la atención: apuntan hacia ese momento final. El Señor Jesús siempre tuvo en vista ese momento definitivo, ese día final, y eso podemos verlo claramente aquí, donde está hablando de cuando todo llegue a su término.
Recordemos que por lo que parecía interpretarse en los profetas, se presentaba la venida del Mesías como un gran evento, y por eso en el pueblo judío había esta esperanza de que el Mesías en su venida establecería su reino de inmediato y los libraría de sus enemigos. Pero ese gran evento que es la venida del reino de Dios, se dividió en dos: una primera venida para proclamar el evangelio y traer la salvación en Cristo, y una segunda venida para establecer este reino de manera definitiva. Y la venida del reino tiene dos grandes efectos: el dar vida (redimir), y el juzgar (extirpar el mal), que es justo a lo que Cristo se refiere aquí. Él tiene autoridad, la misma autoridad del Padre, para dar vida y para hacer juicio.
Conclusión
Hemos visto entonces, cómo la sanidad del paralítico, así como todos los otros milagros de Cristo, tienen como propósito revelar la autoridad del Hijo. El centro de la historia no es el paralítico, sino Cristo. En nuestra propia salvación, no somos el foco, sino Cristo.
Dios ha hablado por medio de su Hijo. Tú que estás aquí presente, ¿Escuchaste su voz? ¿Llegó la voz de Cristo a lo más profundo de tu corazón? ¿Fuiste confrontado directamente por la Palabra de Dios, sabiendo que era Dios mismo el que te estaba llamando a creer en Cristo y seguirlo?
Dios ha hablado por medio de su Hijo. Si no lo has oído, o si dudas de haberlo oído realmente, hoy es el día, no juegues con Dios, no apuestes a que tendrás otro momento más adelante para resolver esto, porque eso no lo sabes. Cristo ha hablado, Él tiene toda autoridad, los que oigan su voz pasarán de muerte a vida, pero quienes rechacen su testimonio enfrentarán la condenación. Oye su voz y acepta su autoridad sobre todo.
Si has oído la voz de Cristo para vida, recuerda que dijimos que la venida del reino de Dios con el Mesías fue dividida en dos eventos. Toda la misión de la iglesia entre la primera y la segunda venida, tiene que ver con eso: dar a conocer la autoridad y el reinado de Cristo sobre todas las cosas. Recordemos aquí la gran comisión:
“Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:18-20).
Tu misión y la mía es esa. Nuestras vidas tienen esa finalidad. No vivimos para nosotros mismos, no vivimos para buscar nuestra propia felicidad, nuestra propia gloria, no vivimos para que nuestros nombres brillen ni para lograr los aplausos de los hombres, no vivimos para buscar nuestra comodidad y nuestro propio reino: vivimos para exaltar a Cristo, para declarar con nuestras palabras y con nuestras acciones que Él es Rey, que Él es Señor, que Él es soberano, que Él tiene toda autoridad en el Cielo y en la tierra.
Esa es la finalidad de tu vida y de la mía. Por eso dice la Escritura: “ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31).
Tomo aquí las palabras de J.C. Ryle: “pensemos que nunca será posible valorar demasiado a Cristo en nuestra religión. Si alguna vez hemos pensado que se le puede valorar demasiado, arrojemos fuera ese pensamiento para siempre. Tanto en su naturaleza de Dios como en su oficio de mediador, Él merece todo el honor. Él es uno con el Padre, el dador de la vida, el Rey de reyes, el Juez que ha de venir, Él nunca puede ser demasiado exaltado”.
Exaltemos a Cristo con alegría, con corazones encendidos de devoción, de adoración, reconozcamos que Él es Rey y su autoridad es sobre todo, reconozcamos que nuestras vidas deben ser rendidas a sus pies como un sacrificio vivo, entreguémonos a declarar su autoridad ante el mundo, a anunciar que Él es Dios, que Él es la vida, y que Él es quien ha de juzgar a los vivos y a los muertos.
Mira tu vida, ella reflejará lo que realmente crees. Tu vida evidenciará a qué rey sirves, a qué dios sirves. Si al verdadero, o a uno falso. ¿Está reflejando tu vida que Cristo es Rey y Señor, que suya es toda la autoridad? ¿Tu trabajo, tu familia, tu forma de hablar, tu forma de ser cuando nadie te ve, tus pensamientos, declaran que Cristo es Rey y Señor? Esta iglesia, ¿Es un testimonio vivo de su autoridad y su reinado? ¿Puede decirse que Cristo reina en nuestras vidas y nuestros hogares, que Él es Rey en nuestras reuniones de adoración? Que así sea, amados, que todo en nosotros refleje y proclame su autoridad. Amén.