La bondad y la severidad de Dios (Nah.1:1-7)

Introducción (v.1)

El libro de Nahúm es la secuela del libro de Jonás. Siendo un libro muy breve no es de los que recordamos al momento de mencionar profetas menores y probablemente no está entre nuestros textos favoritos de las Escrituras, pero su mensaje es del todo relevante. Recordemos lo que sucedió en el libro de Jonás. Este profeta no quiso ir a predicar a la ciudad de Nínive: ¿Cuál fue el motivo para huir de su misión? Porque sabía yo que tú eres un Dios clemente y compasivo lento para la ira y rico en misericordia (Jon.4:2). El profeta pródigo sabía que Dios podía perdonar a los enemigos de Israel, quienes habían maltratado y vejado cruelmente a sus compatriotas. Él no quería ser el instrumento de salvación para esa nación. La severidad de Dios no le traía ningún problema al profeta, pero si su gracia. En las afueras de Nínive, Jonás, experimentó su propio Getsemaní porque el perdón de Asiria traería como contrapartida la condenación de un Israel que no quería arrepentirse. Jonás temía por el fin del pacto y las promesas. Éx. 34:7 nos revela algo más sobre el carácter de Dios: “él no tendrá por inocente al culpable”. En el libro del profeta Jonás vimos la bondad de Dios sobre Nínive, pero en el libro de Nahúm veremos Su severidad. Lamentablemente, Asiria no prosperó en su arrepentimiento y volvieron ser una nación cruel y sanguinaria. Dios usó la violencia de los asirios como su báculo de ira contra un Israel que había abandonado el pacto y estaba atestada de idolatría e injusticia (722 a.C). Pero el Señor no deja cuentas pendientes, ni pecados sin castigar. Nahúm significa consuelo y su profecía es un evangelio de consuelo para los judíos de su época porque predice su liberación de la amenaza Asiria (612 a.C).

Esta profecía se desarrolló muy probablemente entre los años 663 a.C y el 612 a.C. En este periodo, el reino del norte ya había sido arrasado y los asirios estaban siendo una amenaza constante contra el reino del Sur, de hecho, hicieron cautivo al rey Manasés llevándolo a Babilonia con garfios y cadenas. Su arrollador y violento imperialismo era una amenaza al pacto. Pues si invadían Judá, el reino del Sur, la promesa de la venida del Mesías estaría en peligro. La profecía de Nahúm coincide con el inicio del reinado de Josías, quien hizo lo recto ante los ojos del Señor volviendo al pacto y quitando la idolatría en medio de Judá. Por esto, es que, bien podemos suponer que la profecía de Nahúm es la fiel respuesta de Dios a Su pueblo que está siendo acosado por sus enemigos.

Poco sabemos sobre Nahúm y su lugar de origen (Elcos), pero si sabemos que es un verdadero profeta porque todo lo que anunció sucedió de forma exacta (Dt.18:22). Su profecía combina magistralmente una serie alucinante de adjetivos expresionistas para transmitirnos con dramática veracidad la caída de Asiria. Este libro comunica un mensaje de esperanza para la Iglesia y de juicio contra los impíos. Nahúm es un evangelio de consuelo para el mundo actual en el que vivimos.

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1.El Señor: Celoso, Vengador e Irascible (vv.2-3a)

Vivimos en una cultura que en teoría glorifica la tolerancia. La idea de que Dios es intolerante al pecado y castiga a los pecadores es un concepto que ofende. Nahúm no nos muestra una visión superficial sobre Dios: él es celoso, vengador e irascible. El Sal.7:11 nos dice que Dios es juez justo y está airado contra el impío todos los días. Él no estuvo airado ayer, o lo estará mañana, su ira contra el pecador no arrepentido se manifiesta cada día, hora y segundo. ¿Por qué un Dios bondadoso y magnánimo se podría enojar? Pues porque él es bueno y no puede permanecer indiferente hacia el pecado. La indiferencia e indolencia hacia la maldad es pecaminosa y Dios carece de pecado. Si alguien ama a los niños no puede permanecer insensible ante las atrocidades del aborto, el tráfico, la prostitución y el maltrato infantil. Debe emerger de nuestros corazones una santa indignación ante esas atrocidades. No se puede amar sin aborrecer aquello que amenaza el objeto de nuestro amor. Dios es amor y el amor no se goza de la injusticia (1 Co.13:6). El Apóstol Pablo lo explica muy bien: Y si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Acaso es injusto el Dios que expresa su ira? ¡De ningún modo! Pues de otra manera, ¿cómo juzgaría Dios al mundo?” (Rom.3:5-6). Su ira manifiesta su justicia. Ahora, debemos distinguir lo siguiente. El Amor de Dios no es producido por nada, él es amor. Dios no nos ama porque vea algo meritorio en nosotros, la razón de Su Amor radica en su naturaleza y su voluntad. En cambio, la ira de Dios es diferente. Porque es su Santa respuesta a la intromisión del pecado en el mundo. Su ira es Su eterno aborrecimiento a toda injusticia, es Su santidad puesta en acción contra el pecado.

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Nahúm describe al Señor como un Dios Celoso que protege Su Honor, al mismo tiempo que protege a Su pueblo. Él es luz, su celo no tiene manchas de envidia pecaminosa y no es que él tenga algún complejo de inseguridad, sino que exige lo que es suyo: Yo, el Señor soy Dios celoso, no te inclinarás a ningún otro dios” (Ex.34.14); Mi gloria no la compartiré con nadie (Is.48:11). Sus celos demandan justa adoración y honor a Su nombre. El Sal.23 describe los beneficios de su celo hacia nosotros: “Nos hace descansar, nos conduce, nos restaura y nos guía por sendas de justicia POR AMOR DE SU NOMBRE. Sus celos por su Gloria es una garantía del cuidado eterno hacia Sus hijos. Ahora, ¿Cómo se relacionan sus celos con Su ira? Como se mencionó en la introducción, Asiria estaba amenazando la supervivencia de Judá de donde vendría el Redentor. Si el exterminio del reino del Sur a manos de los asirios hubiese llegado a ocurrir, el nombre del Señor y su Honor estarían en duda. Israel era Su pueblo: Yo te he forme, mío eres (Is.44:21). Los asirios querían apropiarse y quitar de la tierra al pueblo del pacto, pero el Señor no lo permitiría, porque ellos eran suyos (Jn.10:28).

Los celos y la ira de Dios lo convierten a él en un vengador. Nahúm describe al Señor tres veces como vengador. Pero no es un vengador arbitrario, ni un dios pagano y caprichoso, creado a la imagen de los hombres que un día decreta una cosa y luego otra. Él es Jehová, el inmutable, el “Gran Yo Soy”, quien se manifiesta en todos los momentos, eventualidades, necesidades, aflicciones y tareas de Su pueblo. Nahúm repite constantemente el nombre Jehová, su nombre de pacto, dejando en claro que todas sus promesas siguen vigentes. La promesa dada a Abraham seguía en pie:Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré (Gn.12:3). Su pueblo estaba siendo agobiado, él se levantaría de su trono para vengar a los oprimidos y consolar a los enlutados (Is.61:2).

Debemos comprender que el Señor no tolera la inhumanidad del hombre para con el hombre, y los Asirios fueron un pueblo extremadamente cruel e insoportable para toda aquella región, sus pecados habían llegado a su colmo. Dios no dejará que los crímenes cometidos en nombre del imperio, el estado, el partido, cualquier grupo colectivo o individuo queden impunes. La tiranía siempre es suicida a corto, mediano o largo plazo, y la ley de Dios es válida en todas partes, en todo tiempo y para todo grupo de personas. Y esa verdad sigue vigente. Todas las naciones y actuales superpotencias, junto a sus gobernantes, darán cuenta ante el Señor, sobre todo aquellos que han oprimido a nuestros hermanos. Un día todos los imperios serán barridos por el reino inconmovible de Cristo. Esa es una petición del Padre nuestro. Cuando oramos “Venga Tu Reino” estamos pidiendo que Dios desplace a todas las naciones y Su reino de gracia y paz se complete.

El v.3 dice: El SEÑOR es lento para la ira y grande en poder”. Dios no descarga su castigo hasta que la maldad llega a su colmo (Gn.15:16). El no corta a los hombres sin reprenderlos, no quiere la muerte del impío sino que se arrepientan (Ez.33:11; 2 Pe.3:9). Dios no hiere sin amenazar ni sin previo aviso. Envió nueve plagas de advertencia sobre Egipto antes del golpe devastador a los primogénitos (Éx 11:4-8). No hirió a Nínive sin haber enviado previamente a Jonás, no aplastó a Babilonia hasta que sus profetas anunciaron la gran advertencia de su caída. Dios advierte al hombre de muchas maneras, a través de la predicación de la Palabra, enfermedades, providencias y consecuencias. Hoy te advierte a ti. Su ira solo visita a quienes no se arrepienten (Éx 34:7), pero solo después de tomar el camino lento, pero Su misericordia está siempre lista para correr. Pero comprendamos bien, la lentitud de Su ira no implica que él apruebe el mal o sea débil. Tampoco es un motivo de alivio, sino de terrible expectación, pues Dios atesora ira para el día de la ira (Rom.2:5), él guarda rencor a sus enemigos y ninguno de ellos escapará. Como dice Arthur Pink: “El molino de la ira de Dios va despacio, pero muele muy fino”.

Esta clase de ira es solo jurisdicción de Dios. Los hombres son apasionados y rápidos en la ira. Dan una advertencia y un golpe; a veces primero el golpe y luego la advertencia. No podemos adueñarnos de algo que sólo le pertenece a Dios. Por eso Pablo en Rom.12:19 nos dice: Nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: MIA ES LA VENGANZA, YO PAGARE. Nadie puede aplicar plena justicia contra el pecado, porque nosotros no dimensionamos la profundidad del pecado de los hombres. Convivimos con la desazón de que la espada de la justicia dada a las autoridades no aparece o es deficiente. Pero esto es consolador. Dios es omnisciente y omnipresente, él verá con toda intensidad y en su justa dimensión cada pecado y el pagará. Pablo añade: No seas vencido por el mal, sino vence con el bien el mal” (Rom.12:21). Cuando tú quieres el mal para quien te hizo mal, estas siendo dominado por la falta de perdón y estas siendo vencido por el pecado, tomando el lugar que le corresponde a Dios. Y si Cristo pagó por tus pecados no debes desear que los demás paguen por los suyos, sino que se arrepientan. Cuando tenemos ese resentimiento nos parecemos más a Lamec quien dijo: Si siete veces es vengado Caín, entonces Lamec lo será setenta veces siete” (Gn.4:24), en cambio nuestro Señor nos pregunta: ¿Cuántas veces debes perdonar? Hasta setenta veces siete (Mt.18:22). En el intertanto, en medio de una sociedad que ha olvidado a Dios y que nos aborrece ¿Qué hacemos? Clamar como ruegan los Santos de las Escrituras: ¿Cuánto tiempo pasará antes de que juzgues?” (Ap. 6:10; Sal 94:3). Y en medio de ese clamor debemos seguir predicando el evangelio que salva, teniendo en cuenta estas dos cosas: “Él es clemente y al mismo tiempo, no tendrá por inocente al culpable.

2.El Señor es Grande y Poderoso (vv.3b-6)

Las descripciones de las fuerzas de la naturaleza activas en el torbellino, la tempestad y el terremoto declaran que el Señor controla todo lo que ha hecho y están a su servicio. El suelo que aramos, el mar que navegamos, el aire que respiramos, los alimentos que comemos deben su existencia a la mente y la mano de Dios. Aunque una superpotencia cubra millares de hectáreas, no posee la jurisdicción de esta tierra. Cotidianamente decimos: “está lloviendo” o “la hierba crece”. Pero la Biblia dice: “Él riega los montes… (él) hace brotar la hierba para el ganado”. (Sal.104:13-14). Las personas de la época de Nahúm construían su casa con barro, madera, arcilla y cal. La imagen del torbellino los debía hacer conscientes de su fragilidad y pequeñez, no ante la naturaleza, sino ante el Dios de la naturaleza. Cuando el texto menciona que en el torbellino y la tempestad está su camino” es como si dijera que “Dios se pasea por su casa. Es una declaración de que Él está al mando y que marcha firmemente en su torbellino de ira contra sus enemigos.

La imponente grandeza de Dios se refleja en el v.3: “las nubes son el polvo de sus pies” (v.3b). Los ejércitos de las superpotencias de aquel tiempo como Asiria levantaban el polvo de la tierra cuando marchaban hacia las naciones que buscaban conquistar, pero Nahúm nos enseña que Jehová es un guerrero descomunal que tiene alas nubes son el polvo de sus pies” (1:3c). ¿Lo imaginas? El cine moderno se ha esmerado en mostrarnos películas de titanes con monstruosas criaturas que amenazan la existencia humana, pero todas esas historias de ficción quedan cortas ante la grandeza del Dios verdadero. Nosotros llamamos grandes a las montañas, pero para Dios son polvo en la balanza, llamamos grandes a las naciones, pero para él son como una gota en el balde (Is.40:15). Llamamos grandes a los sistemas solares y las galaxias, pero para Dios son como pequeños átomos. La creación es inmensa porque revela a un Dios infinito, pero nuestra perspectiva de la grandeza es incorrecta. Lo creado nos parece grandioso ante nuestros ojos, y eso es correcto, pero consideramos nuestros propios pecados como pequeños, cuando Dios las considera como ofensas infinitas que pisotean su gran bondad. Si consideráramos realmente la magnitud de nuestros pecados a la luz de la perspectiva divina, entonces miraríamos la gracia y la misericordia como un océano infinito de bondad y lucharíamos con más fuerzas por no pecar.   

Con su voz el Señor es capaz de hacer lo que parece imposible: él reprende al mar y lo hace secar y todos los ríos los agota (v.4). Científicos en la Universidad de Bonn en Alemania calcularon que la masa de todos los océanos es de 3 billones de toneladas. Nuestra voz es incapaz de hacer retroceder un gramo de mar, pero las olas nada pueden hacer ante la voz de su dueño. Su poder es inconcebible, inmenso e incontrolable. Y este poder se puso de manifiesto en el ministerio de Cristo. Él le dijo al leproso: sé limpio y fue limpiado (Mt.8:3). Le dijo a Lázaro que llevaba cuatro días en la tumba: ven fuera y salió (Jn.11:43). El viento tormentoso y las olas del mar amenazaban a sus discípulos, pero él las reprendió y se calmaron (Lc.8:24).

Tratar despectivamente a Aquel que puede aplastarnos como si fuéramos simples saltamontes es una conducta necia y suicida. Desafiar al que está vestido de omnipotencia es el colmo de la locura. Bien dice el Salmista “Besad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino” (Sal. 2:12). ¡Bien hace nuestra alma en adorar a Dios! Sus maravillosos atributos requieren la más ferviente adoración. Si los hombres poderosos reclaman la admiración ¡cuánto más debería llenarnos de asombro y reverencia el poder del Todopoderoso! Entre los pueblos del tiempo de Nahúm había un panteón de falsos dioses que supuestamente controlaban la naturaleza. Asera regía sobre el mar, Baal montaba sobre las nubes, pero únicamente el Dios de Israel ejerce esos derechos. Hoy se alaba a la “madre naturaleza”, pero contemplando este maravilloso cuadro debemos exclamar como Moisés: “¿Quién como tú, Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnifico en santidad, terrible en loores, hacedor de maravillas? (Ex. 15:11)

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En su marcha el Señor hace languidecer al Basán, al Carmelo y las flores del Líbano. Con una sola palabra de Dios estos bellos, fuertes y aparentemente imperecederos lugares se abanten. Por más resistentes que sean las montañas, las colinas y las rocas todo tiembla y se derrite ante Su presencia. Este cuadro nos recuerda las catástrofes que la humanidad experimenta como: inundaciones, terremotos, tsunamis entre otros. Nosotros les llamamos desastres naturales, pero en un sentido no son naturales, porque la tierra no fue diseñada para que estos eventos ocurrieran. Son producto de la caída. Dios creó todo perfecto: el mar se detuvo donde él le ordeno, las placas tectónicas descansaron en sus lugares designados y los vientos acataron Su orden. Todo era bueno.

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Los desastres naturales son consecuencia de la intromisión del pecado en el mundo. La desobediencia del hombre en Edén provocó un cambio cósmico en todas las cosas que Dios creó, demostrando que el pecado fue y sigue siendo un gran mal. La creación sufre las consecuencias de nuestra desobediencia: ¿Hasta cuándo estará de luto la tierra y marchita la vegetación de todo el campo? Por la maldad de los que moran en ella han sido destruidos los animales y las aves, porque han dicho: Dios no verá nuestro fin (Jer.12:4). Los desastres naturales nos recuerdan el desastre del pecado, que la vida es corta, que la muerte llegará en algún momento, que esta vida no es todo lo que hay y que debemos estar a cuentas con el Creador. Dios usó la naturaleza en las plagas sobre Egipto como advertencias para faraón y su pueblo, fueron un llamado al arrepentimiento y a no endurecer más su corazón. Cada vez que la tierra sufre este tipo de acontecimiento es Dios diciéndonos: arrepiéntete, porque la ira venidera se acerca.

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Nahúm nos pregunta: “En presencia de su indignación, ¿quién resistirá? ¿Quién se mantendrá en pie ante el ardor de su ira? (v.6). Si la gloria de la naturaleza se marchita ante él, si la tierra que consideramos firme y duradera se sacude ante la indignación y el poder del Señor, entonces ¿Quién podría mantenerse en pie? Y es que “los malos no se levantarán en el día del juicio” (Sal.1:5) Esto debe hacernos reflexionar profundamente en nuestros caminos. Michael Willcock comenta: “El poder del Señor para destruir es un estímulo cuando somos conscientes del mal existente a nuestro alrededor, y una advertencia cuando recordamos el mal que hay dentro de nosotros”.[1] Nosotros creemos firmemente lo que proclama Rom. 8:31 que “si Dios es por nosotros ¿quién contra nosotros?” Pero si la situación es a la inversa, si Dios está en nuestra contra, entonces ¿en qué o en quién podríamos encontrar amparo? En el día final los hombres anhelaran que los montes y las peñas caigan sobre ellos en lugar de enfrentar la ira del Cordero (Ap. 6:16-17). ¿Qué harás? Dios está en el camino como poderoso gigante ¿Él es tu Padre o tu vengador?

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3.El Señor es Bueno y una Fortaleza (v.7)

¡Cuántas preciosas verdades hay este versículo! En un mundo donde la maldad se ha multiplicado deberíamos agradecer a Dios porque él es bueno. Cuando somos conscientes de estar lejos de ser buenos, deberíamos bendecirle más excelentemente, porque Él si lo es. No debemos permitirnos ni un momento de duda acerca de la bondad de Dios. Las circunstancias pueden variar, pero su naturaleza bondadosa es siempre la misma. Cuando Dios creó todas las cosas él dijo: “Todo es bueno en gran manera” (Gn.1:31). Y no podía ser de otra forma, pues él es bueno, y todo lo que emana de él está lleno de su bondad. A pesar de la intromisión del pecado en el mundo él continúa dando mantenimiento a toda carne (Sal.33:5). Su bondad es notoria en la variedad de placeres legítimos que ha provisto a sus criaturas. Él pudo satisfacer nuestra hambre sin que tuviéramos papilas gustativas o la comida fuese agradable, pero él quiso darnos una gran variedad de manjares y sentidos para disfrutarlas. Él pudo haber hecho del mundo un lugar desértico y hostil, pero él en su bondad nos ha dado tantos parajes llenos de vida y verdor.

Ahora, una cosa es sentarse debajo de la vid y la higuera cuando son fructíferas y decir que El Señor es bueno. Pero otra cosa es abrazar esta verdad cuando la vid y la higuera han sido cortadas y se ha acabado todo consuelo. Una cosa es decir que el Señor es bueno cuando no hay enemigos a nuestra vista, pero otra cosa es decirlo cuando los enemigos de Dios y su pueblo, como los Asirios del tiempo de Nahúm, están en su mejor momento y pareciera que nadie los va a detener. Recuerda lo que dice el Sal.27:13: “Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová”. Su bondad es la esencia de la confianza del creyente. Este atributo apela profundamente a nuestros corazones. Lo que nos libra de desmayar es aquella fe puesta en que el buen Señor regresará y veremos su bondad en acción castigando a los inicuos, desarraigando la maldad e implantando cielos y tierra nueva. Ahí contemplaremos su bondad como nunca antes la hemos visto, pues ya no habrá pecado, enemigos ni muerte que nos acechen. Será un mundo sin huracanes, terremotos ni tsunamis, porque el desastre del pecado no existirá.

¿Contemplas la profecía de Nahúm como un acto de bondad personal hacia tu vida? Él resguar a Judá de la amenaza Asiria para que el linaje del Mesías fuera preservado y él muriera en la Cruz por tus pecados (1 Pe.1:10-12) ¿Acaso ese no fue el acto más bondadoso y personal que hayan hecho en tu favor? ¿Él no te escogió y amó primero cuando en ti no había nada bueno? ¿Cuándo pecaste y caíste él no fue bueno y te restauró? ¿En medio de tus pruebas, aflicciones y enfermedades él no ha sido bueno sosteniéndote? ¿Cuándo aún no existías él no fue bueno entregando a su Hijo por tus pecados pasados, presentes y futuros? Mira lo que Pablo exhorta a Tito: en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, Él nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia” (Tit.3:3-5). Definitivamente él es bueno.

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El profeta Nahúm nos hacía la siguiente pregunta: ¿Quién podrá mantenerse en pie? (v.6) El propio profeta nos da la respuesta: “Bueno es el Señor, fortaleza en el día de la angustia” (v.7). Aún hay hendiduras en la Roca Eterna donde puedes refugiarte. Cada cosa será destruida en este mundo, pero no serán destruidos aquellos que busquen refugio en la Roca indestructible. El Sal. 34:8 dice: “Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia!” Prueba, mira y gusta de la bondad de Dios refugiándote en él. Escapa hacia Cristo, huye de tus pecados y de la ira venidera antes que sea demasiado tarde, no esperes más (1 Tes.1:10). Considera lo siguiente: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él (Jn. 3:36). O confías en Cristo como aquel que recibió la ira de Dios por tus pecados o tú pagaras por los tuyos. Pero todo pecado recibirá justa retribución, sea en Cristo o sobre tus hombros. Dios no toma a la ligera el pecado, es tan serio el problema del pecado que para resolverlo él entregó a Su propio Hijo para que sufriera más de lo que jamás nosotros haríamos sufrir a alguien por lo que nos ha hecho: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en él” (2 Co.5:21).

El Señor se presenta como un refugio no porque merezcamos su cuidado. Todo lo contrario. Necesitamos su protección porque somos débiles, desamparados y necesitados de Su rescate. Nuestra indefensión suplica misericordia y gracia. Buscarle a él como refugio no es una obra meritoria. Sino una acción de inmensa fragilidad e insuficiencia, pero de verdadera fe en que él nos puede guardar. Si él es la fortaleza de nuestra vida: ¿de quién o de qué hemos de atemorizarnos?” (Sal. 27:1).

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El texto dice que el Señor es: fortaleza en el día de la angustia. ¿Cuál es el día de la angustia? Es el inevitable día en que parece que hemos perdido todo consuelo, las penas vuelven una y otra vez, donde la angustia ocupa toda la jornada, desde temprano hasta la última hora de la noche y las aflicciones se transforman en enemigos que nos asedian. En ese día ¿Quién es Dios? Una fortaleza. No importa cuán pesados sean tus problemas o ansiedades échalos sobre la roca (1 Pe.5:7). Sus hombros eternos pueden soportarlos y al mismo tiempo seguir sosteniéndote. Si las nubes son el polvo de sus pies, ¿Qué son nuestras aflicciones para él? Dios no extenderá el tiempo de nuestra tribulación: es un día. No una semana, ni un mes. El v.9 nos dice que no surgirá dos veces la angustia para su pueblo. Dios no permitirá que el diablo y nuestros enemigos añadan una hora más a ese día. En cambio, los que vivan en sus pecados vivirán una angustia eterna.

El texto culmina diciendo que Dios “conoce a los que en Él se refugian (confían) (v.7). Confiar en él significa hacerle nuestro refugio. No puedes decir que tiene una fe verdadera si haces de este mundo y de sus placeres tu refugio. No seas necio, este mundo pasará y será destruido. El texto nos enseña que la bondad y el cuidado de Dios surgen de él mismo, de su conocimiento amoroso e íntimo sobre su pueblo. Am.3:2 declara “Sólo a vosotros he conocido de todas las familias de la tierra” indicando la relación de amor pactual con su pueblo. Israel era un pueblo pequeño en comparación con los egipcios, fenicios, babilónicos y los propios asirios, pero en ellos Dios se engrandeció. La lógica de Dios es contraria a la nuestra. Dios le da importancia a lo que el mundo califica como intrascendente. Escogió a lo débil, a lo vil, a lo menospreciado, con un solo propósito: “que nadie se jacte en su presencia”. Él conoce (ama) a los que no tienen mérito, porque la fe no se cuenta como obra (Rom.4:4). El texto no dice que él conoce a los perfectos, a los que no tienen miedo o a los que tienen un conocimiento acabado de toda la teología, sino a aquellos que, aunque no tengan una fe ni una vida perfecta han tomado la mejor decisión de sus vidas: refugiarse en Cristo. Podrás mantenerte en pie ante el tribunal de Dios porque Cristo te conoce, porque él te ama y está en tu favor. Ya no hay cuentas pendientes por tus pecados, todo fue saldado con la muerte del Hijo, quien se puso en pie ante la justa ira que iba en tu contra para rescatarte. Tu pecador merecías esa ira, pero cayó sobre él, y cayó con toda su furia en el Calvario, en aquel gran depósito de miseria, cayó la ira de Dios sobre el corazón de nuestro precioso Salvador Jesucristo. Ahí el clamo: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has desamparado?” (Mt.27:46). En su hora más profunda de angustia, él no tuvo ningún refugio a cual acudir, para que tú puedas decir: “Bueno es el Señor, una fortaleza en el día de la angustia”. Concluyamos leyendo el Sal.27:5-6: Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; Me ocultará en lo reservado de su morada; Sobre una roca me pondrá en alto. Luego levantará mi cabeza sobre mis enemigos que me rodean, Y yo sacrificaré en su tabernáculo sacrificios de júbilo; Cantaré y entonaré alabanzas a Jehová”

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  1. Gordon Bridger, Abdías, Nahúm y Sofonías: La bondad y la severidad de Dios, trad. Loida Viegas, 1a edición, Comentario Antiguo Testamento Andamio (Barcelona; Grand Rapids, MI: Andamio; Libros Desafío, 2015), 127–128.