La Ciudad del hombre y la Nuestra (Nah.3:1-10)

Introducción:

Los seres humanos tenemos la disposición a asociarnos, porque las ventajas de vivir en sociedad son mayores que sus inconvenientes. Tendemos a vivir más juntos que solos, somos seres gregarios. Esto es parte de nuestra identidad como seres humanos, parte de la imagen de Dios en nosotros. La idea de ciudad surge de esta necesidad natural de relacionarnos. Según sea nuestra ciudad así será nuestra ciudadanía, de manera que la ciudad determina la ciudadanía, es decir, las costumbres, cultura, tradiciones e identidad de las personas están indivisiblemente ligadas a la ciudad que habitan. La primera vez que aparece la palabra ciudad en la Biblia es en referencia a Caín, cuando funda una, a la que pone el nombre de su hijo: Enoc (Gn.4:17) Es decir, Caín va a dejar su impronta e identidad en esa ciudad, como ocurre siempre entre autor y obra. Una ciudad plasma la cosmovisión de su arquitecto. Esto es justamente lo que hoy veremos en esta sección del libro de Nahúm: el contraste entre la ciudad del hombre y la de Dios, la ciudadanía terrenal y la del cielo.

1.Origen, naturaleza y destino de la ciudad del hombre (vv.1-6)

El origen de una ciudad marca sus características para siempre. Este es el caso de Nínive. Su origen está en los anales de la Biblia: Nimrod… quien llegó a ser poderoso en la tierra…fue un poderoso cazador delante del SEÑOR… Y el comienzo de su reino fue Babel …y edificó Nínive….aquella gran ciudad (Gén.10:8-12). Asiria, con su capital en Nínive era la tierra de Nimrod (Mi.5:6); cuyo nombre significa “nos rebelaremos”. Él fue un “cazador delante del Señor” y el término “cazador” no se refiere a que cazaba animales, sino que era alguien que buscaba dominio y autonomía “delante de Dios”. Era alguien que desafiaba su voluntad. Nimrod expandió su reinocazando” otras tribus, las merodea y las sometía. Ese fue el modelo que dio vida a Nínive. Fueron furibundos “leones cazadores” (Nah.2:11-12) que merodearon toda la región para forjar su sanguinario imperio. En Gn. 6:11, en la época de Noé, se nos dice que la tierra estaba llena de violencia. Nínive es un tipo y un microcosmos de lo que el mundo era en esa época: un lugar lleno de pecado, mentira y robo, donde la rapiña nunca cesa (v.1). Nínive nació, creció y se mantuvo mediante el derramamiento de sangre. Se edificó matando a miles de personas bajo una política de mentiras y violencia constantes. Sus promesas eran papel mojado. Quebrantaban todos sus acuerdos y sus juramentos no tenían valor. Sometió a las naciones mediante la extorsión y vivió de la industria de la guerra. La mentira forjó el alma y la cultura de Nínive. A diferencia de esta ciudad, nuestra identidad y ciudadanía está marcada por la verdad: vístanse del nuevo hombre… el cual ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad. Por tanto, dejando a un lado la falsedad, HABLAD VERDAD (Ef.4:24-25). El apóstol Pablo nos exhorta a vencer al mal con el bien, cimentando nuestras relaciones, vidas y pensamientos en la verdad. En un mundo de mentiras, solo la santidad de la verdad puede preservarnos. La ley del amor exige como único lenguaje la verdad del evangelio.

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Nahúm informa la devastación de Nínive como una especie de titular de noticias: “multitud de heridos, montones de muertos, innumerables cadáveres; tropiezan en los cadáveres” (v.3). A través de la extraordinaria descripción del profeta Nahúm podemos casi escuchar el sonido del látigo, el tronar de las ruedas y el galope de los caballos. En sus palabras se puede percibir el hedor de tanta mortandad. Los asirios se divertían en combate cortando las cabezas de los conquistados y muchos soldados eran premiados por este salvajismo. Pero ahora, sus propias cabezas caen y sus cuerpos se amontonan. Ni siquiera podrán enterrar a sus muertos, algo tan importante para la dignidad humana en el mundo antiguo y aún hoy. Este cuadro, ¿es ajeno a nuestros días? ¿No es una escena similar a los que observamos en Palestina o Ucrania? O más cercano aún ¿No es lo que vemos en nuestra propia ciudad? No olvidemos nuestra propia historia reciente. Lo que paso en nuestro país el 18 de Octubre en 2019. Nuestra ciudad, Santiago, se transformó en una ciudad llena de rebeldía, pillaje y rapiña. Por pocos días, se manifestó lo depravado que podemos llegar a ser. Si no fuera por la presencia del Espíritu Santo en la tierra y la gracia común; todos nuestros días serían iguales o peores. El pecado de los asirios, es el pecado del mundo, y la paga del pecado sigue siendo la misma: MUERTE (Ro.6:23). Eso es lo justamente este cuadro nos muestra: las consecuencias más crueles, denigrantes y nauseabundas que el pecado puede ofrecer. La aniquilación de la imagen de Dios en el hombre y el abandono de nuestra propia dignidad.

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Nínive sedujo a muchos pueblos con sus encantos engañosos y falsas promesas. “Sus enamorados” eran sometidos a una cruel esclavitud. Nínive, la prostituta, los despojaba de sus bienes y dignidad. Como dice Prov.6:26 con su perversa seducción “reducía a los pueblos a un pedazo de pan y los devoraba”. Nínive fue una experta en hechizos, como una araña que atrae a las moscas a su telaraña, atraía a las naciones bajo sus dominios e idolatría. En Is.36:16-17 se nos describe como el rey Senaquerib, con sus sugerentes palabras y ofertas trató de seducir a Israel: "Haced la paz conmigo y salid a mí, y coma cada uno de su vid y cada uno de su higuera, y beba cada cual de las aguas de su cisterna, hasta que yo venga y os lleve a una tierra como vuestra tierra”. Este rey prometió paz inmediata y un futuro atractivo. Invito a comer, beber y ofreció con suma seducción una nueva tierra, una réplica de la tierra prometida. ¿Acaso eso no es lo que ofrecen los sistemas políticos y los reyes de este mundo? ¿Un paraíso terrenal? ¿Acaso no dicen: “paz, paz y no hay paz”? (Jer.8:10). Esa paz y esperanza solo las puede ofrecer nuestro Señor Jesucristo, el rey de paz.

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Prov.7:26-27 describe de forma muy exacta el paralelo entre la ramera y Nínive: “muchas son las víctimas derribadas por ella, y numerosos los que ha matado. Su casa es el camino al Seol, que desciende a las cámaras de la muerte. Si el matrimonio refleja el verdadero amor, entonces, la prostitución es la negación del mismo, pero se vende como un amor real. Como una ramera, Nínive, vende mentiras, encantos y promesas a los pueblos, pero jamás compra. En el lenguaje bíblico, ella jamás redime ni rescata, pues la redención tiene relación a comprar a alguien que es esclavo para hacerlo libre, pero Nínive esclavizaba a todos los pueblos. A causa de sus abominaciones el Señor se vengará: “Levantaré tus faldas sobre tu rostro, y mostraré tu desnudez y a los reinos tu vergüenza” (v.5). El Señor promete mostrar cómo es realmente Nínive, expondrá hasta la más íntima injusticia de la guarida de los leones, desde el más ínfimo al más grande pecado. El Dios vengador no dejará nada a la deriva. Todos los secretos, las cosas veladas, y aún, las cosas encubiertas de nuestra memoria, por la dureza de nuestro corazón, saldrán de su escondite. En el día final la maldad invisible será visibilizada. Por lo tanto, es un ejercicio vano justificarnos ante lo demás si Aquel que conoce todos nuestros secretos nos juzga. El apóstol Pablo nos advierte: “(Cuando) el Señor venga… sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones” (1 Co.4:5). Para todos aquellos que no han hecho de Cristo su refugio, el día final será un día de desnudez y vergüenza total. Dios transformará Nínive en un lugar lleno de inmundicia y desprecio, en un estercolero lleno de suciedad nauseabunda. Resumiendo, el origen de la ciudad del hombre es terrenal, su naturaleza es rapaz y mentirosa; y su destino es la vergüenza, la destrucción y la muerte. Escapa de esta ciudad y de la ira venidera que viene sobre ella.

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2.Altivez y caída de la ciudad del hombre (vv.7-10)

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Nahúm le pregunta a Nínive ¿Eres mejor que Tebas? (v.8). La pregunta es retórica. Claramente Nínive no era mejor que esta ciudad egipcia. Pero, ¿Por qué se hace mención de ella? Tebas y Nínive compartían una historia en común. Ambas fueron las capitales de grandes imperios y fueron edificadas al lado de grandes ríos. Nínive tenía su seguridad en el río Tigris y Tebas tenía su fortaleza en el río Nilo. Ambas tenían territorios vasallos que les servían, ambas tenían monumentos, dioses, poder, riquezas y un poderoso ejército. Pero en el año 663 a.C, Tebas, una ciudad que parecía inexorable, cayó cruelmente bajó el imperio asirio. Sus recursos, su fama y sus dioses no fueron capaces de salvarla. Los niños de Tebas fueron estrellados cruelmente en las esquinas de las calles, sus varones fueron rifados y sus nobles encadenados (v.10). La eliminación de los niños y mujeres era una práctica habitual en estos tiempos, demostraban todo el poder del germen racista y la larva venenosa de las limpiezas étnicas. Tebas, tenía alianzas con pueblos cercanos. Contaba con la ayuda de Etiopía, Fut y Libia, pero a pesar de tener estos ayudadores, de nada le sirvieron en el día de la angustia. Is.20:6 describe las palabras angustiosas de los habitantes de Tebas en su caída ante los asirios: "He aquí, tal ha sido nuestra esperanza, adonde huíamos buscando auxilio para ser librados del rey de Asiria; ¿cómo escaparemos?"

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Lo que el profeta Nahúm quiere hacer con el ejemplo de Tebas es pinchar el “globo de arrogancia” de Nínive recordándole esta lección histórica. Tebas se había elevado hasta los cielos con su altivez, se creían inexpugnables, lo mismo que los Ninivitas. El profeta Sofonías describe la arrogancia de Nínive: “Esta es la ciudad divertida que vivía confiada, que decía en su corazón: Yo soy, y no hay otra más que yo (Sof.2:15). Se adjudicó una reputación divina, solo Dios puede decir: “Yo soy el SEÑOR, y no hay ningún otro; fuera de mí no hay Dios” (Is.45:5). Nínive se creía todopoderosa y autosuficiente, a tal nivel, que a diferencia de Tebas, nunca estableció relaciones con las naciones vecinas. Era una ciudad “de gatillo fácil” sin alianzas cooperativas, sino que se servía de todos, se enseñoreaba y devoraba (Mt.10:42).

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Dios está en contra de la arrogancia y la autosuficiencia, sea de Nínive o Tebas, Berlín, Moscú, Shanghái, Nueva York o Londres, todas las ciudades de los hombres caerán. El Señor: “pondrá fin a la arrogancia de los soberbios y de los despiadados (Is.13:11). La arrogancia solo acumula juicio y amargura. Expresa independencia total de Dios. Es sinónimo de insensatez, maldad, burla y crueldad. La arrogancia nos aleja de Dios: él mira de lejos al altivo (Sal.138:6). La soberbia se opone directamente a la disposición humilde, temerosa de Dios, sumisa, modesta, confiada y llena de fe. ¿Hay algo de Nínive en tu corazón? ¿Has estado actuando con autosuficiencia y soberbia? La arrogancia puede ser muy sutil y estar activa de forma voraz en nuestros corazones. No olvides las grandes advertencias del Señor: Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu (Prov.16:18). El orgullo no es solo un carcelero, también es un vil verdugo. Stg. 4:13-14 nos advierte en cuanto a esta forma de vivir: “Oíd ahora los que decís: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia. Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Solo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Nuestra actitud frente al futuro es un barómetro de nuestro corazón y nos indica donde están depositadas nuestras confianzas. El mañana no es nuestro, nuestros recursos, negocios y ganancias son efímeros. Ante la inmensidad del universo y el tiempo, ante la majestad del Dios que tiene a las nubes como el polvo de sus pies ¿Qué somos? Un vapor que se desvanece. Esta realidad no nos golpea para dejarnos caer en tierra, sino para mostrarnos quiénes somos y quien es Dios: la roca eterna, nuestra fortaleza y el dueño de nuestro futuro. Él es en quien deben estar cimentadas nuestras vidas y cifrados todos nuestros proyectos de vida.

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Ez.16 nos advierte muy gráficamente sobre esto. La ciudad de Jerusalén se presenta como una niña abandonada que fue aborrecida el día en que nació. El v.6 muestra la gracia con la que Dios actuó en su favor: “Yo pasé junto a ti y te vi revolcándote en tu sangre. Mientras estabas en tu sangre, te dije: ¡Vive! Sí, te dije, mientras estabas en tu sangre: ¡Vive!”. Y el v.10 nos muestra como Dios santificó a Jerusalén: Te lavé, te limpié, te ungí con aceite, te vestí. Miremos con detenimiento los vv.14-15: “Tu fama se divulgó entre las naciones por tu hermosura, que era perfecta, gracias al esplendor que yo puse en ti - declara el Señor DIOS. Pero tú confiaste en tu hermosura, te prostituiste a causa de tu fama y derramaste tus prostituciones a todo el que pasaba, fuera quien fuera. Al igual que Nínive, Jerusalén fue una ciudad del hombre, pagana, habitada por cananeos, amorreos y jebuseos. Pero el Señor la rescató de un estado desesperanzador y le dio vida. La purifico para ser una ciudad modelo entre las naciones de la tierra. Jerusalén fue la niña abandonada que se convirtió en reina, pero tristemente confió en sus propios logros. Dio sus vestidos y sus joyas a sus ídolos prostituyéndose irracionalmente. La tentación de poner nuestra confianza en los dones en lugar de confiar en el dador de los dones, es un lazo continuo y una trampa mortal. ¡Cuantos más talentos se tienen, mayor es la tentación! Por lo tanto, ¡cuantos más talentos se tengan, más se debe fomentar una responsable humildad ante un Dios generoso! Tengamos mucho cuidado de jactarnos de la obra de Dios en nosotros y en medio de nosotros: en Su Iglesia. Cada virtud y cada hermoso don deben llevarnos a una humilde adoración. Tengamos sumo cuidado de pensar que nuestra Iglesia es exitosa debido a nuestros dones, organización o estrategia. Solo Cristo es el fundamento de Su Iglesia y Su edificador (Mt.16:18). IBGS, no olvides las palabras del apóstol Pablo: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? (1 Co.4:7). Si has estado viviendo con altivez, confiesa tu orgullo, pide perdón y vive una vida humilde y dependiente de Dios. Nahúm le pregunta a Nínive ¿Quién llorará por ti? Nadie. ¿Dónde te buscaré consoladores? En ningún lugar (v.7). El orgullo termina en la soledad y en el desconsuelo. Pero nosotros que decimos: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán; Tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta (Sal.73:25-27)

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3.La ciudad de Dios: Nuestra ciudad

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Nínive fue un prototipo de la ciudad de los hombres, hecha por los hombres y para los hombres. Estas ciudades, como Babel y Nínive, no tienen fundamentos, sus bases son tan frágiles como sus propios arquitectos y constructores. Nosotros fuimos ciudadanos de la ciudad de los hombres por nacimiento y por obras. Pero, ahora, por pura gracia, somos ciudadanos de la Nueva Jerusalén por la regeneración, por nuestro segundo nacimiento y la fe en Jesucristo. Paradójicamente, la ciudad de los hombres es la ruina de los hombres, pero la ciudad de Dios es la bendición de los hombres. Y como dice Spurgeon: “sería una terrible tragedia si la Iglesia estuviera aquí para siempre (en la ciudad de los hombres)”. Como se ha dicho con anterioridad, la salvación sería incompleta si Dios no destruye a aquellos que amenazan la vida de Su tórtola, por eso Dios no solo destruirá a los impíos, sino también su ciudad y edificará una nueva que jamás será destruida.

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Nahúm proclamó ¡Ay de ti Nínive, ciudad de los hombres!, pero nosotros decimos ¡Oh Jerusalén, la ciudad del gran Rey! Nínive estaba llena de muerte y cadáveres, pero la nueva Jerusalén está llena de vida. Al entrar a ese lugar experimentaras inmediatamente la nueva vida. Serás honrado con la corona de vida (Ap. 2:10); serás guiado a fuentes de agua de vida (Ap.7:17) y comerás para siempre del árbol de la vida (Ap.2:7). A diferencia del huerto del Edén, en la nueva Jerusalén, no habrá un árbol de la ciencia del bien y del mal, porque allá no habrá nada que probar, pues serás transformado a la semejanza de aquel que venció al pecado (1 Jn.3:2). A diferencia de Nínive, allá no habrá muerte, ni cadáveres ni cementerios, porque Cristo matará a la muerte y nuestros nombres estarán para siempre en el libro de la vida (Ap.3:5). Nínive estaba llena de mentiras y rapiña (v.1). Pero la Nueva Jerusalén está llena de verdad y de hombres y mujeres llenos de verdad: redimidos del Cordero, en quienes, no fue hallada mentira en sus bocas, pues son sin mancha delante del trono (Ap.14:5). Nínive estaba atestada de robo, violencia y saqueo, pero en la Nueva Jerusalén “Nunca más se oirá de violencia, destrucción ni quebrantamiento. sino que a sus muros llamarás Salvación, y a sus puertas Alabanza (Is.60:17-18)

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Nínive estuvo llena de derrotados, pero la nueva Jerusalén está llena de vencedores que han triunfado, no por sus fuerzas, sino porque han hecho de Cristo su refugio y han puesto su fe en la virtud de la sangre del Cordero (Ap.12:11). Nínive es una prostituta avergonzada y llena de inmundicia. Pero la Nueva Jerusalén es una esposa fiel, ataviada para su marido, hermosa, santa y llena de honra (Ap.21:2). Esa ciudad no corre el peligro de confiar en su hermosura ni prostituirse porque no tiene un corazón idólatra. Nínive no tuvo consoladores, pero la Nueva Jerusalén es la ciudad del consuelo eterno, donde: “Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos (Ap.7:17; 21:4). Nínive tenía al río Tigris y Tebas el río Nilo, en donde cimentaban su seguridad, pero la Nueva Jerusalén tiene río de agua de vida en donde estaremos seguros para siempre (Ap.22:1). Nahúm le preguntó a Nínive ¿Eres tú acaso mejor que Tebas? (v.8). La respuesta fue un rotundo no. Pero ¿si le hacemos esa pregunta a la Nueva Jerusalén? ¿Eres mejor que Nínive, que Tebas, que Nueva York, que Abu Dabi, que Londres, que Moscú, que Tokio o Santiago de Chile? Absolutamente sí, porque la Nueva Jerusalén es la ciudad sin pecado, cuyo origen y naturaleza no es humano, sino que su arquitecto y constructor es Dios (Heb.11:10). Ella nunca caerá, su destino es glorioso y eterno.

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Al final de todas las cosas, cuando Dios revoque la maldición, cuando Babel y Nínive desaparecerán para siempre, en lugar de que las personas construyan una ciudad para ellas, Dios construirá una ciudad para ellas, uniéndolas para su gloria. Jesús dijo: “Sobre (mi pueblo) grabaré el nombre de mi Dios, y el nombre de la nueva Jerusalén(Ap. 3:12). Dios escoge marcarnos no solo con su persona sino también con su ciudad. Las civilizaciones de este mundo y sus ciudades han traído salud, avances tecnológicos, mayor seguridad, han provisto una inmensa diversidad de trabajos, de placeres legítimos y creativos, pero la Nueva Jerusalén es infinitamente superior, porque es la única que provee todas esas cosas, pero sin pecado. Allí la civilización no será vieja, apenas habrá comenzado en todo su esplendor. Fanny Crosby, la autora de diversos himnos, era ciega, escribió estas palabras llenas de fe sobre la Nueva Jerusalén: “Veremos su gloria”, y “Nuestros ojos contemplarán la ciudad”. Sus pensamientos fueron muy significativos porque sus ojos nunca habían visto nada. Ella le decía a la gente que no le tuvieran lástima, porque el primer rostro que vería sería el del Cordero inmolado que murió por sus pecados. Su vista fue sanada para siempre en el año 1915 cuando murió, dejó este mundo y se encontró con su Salvador. Allá no habrá ceguera, sordera, cáncer, alzhéimer ni sida, ni ninguna enfermedad, tendrás un cuerpo perfecto con el cual adorarás al Señor perfectamente.

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Quizás, hallas muchas excusas para decir que perteneces a la ciudad del hombre y te encuentras sin esperanza a causa de tu pecado. Piensas que eres muy malo para una ciudad tan buena y perfecta. Pero recuerda que en la nueva Jerusalén habrá un ex ladrón que le dijo a Jesús: acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lc.23:43). Allá habrá un ex engañador como Jacob, quien luchó con Dios y venció con ruegos y súplicas, alcanzando las promesas de Dios. Habrá un ex asesino, el apóstol Pablo, quien se consideró el primer y peor pecador (1 Tim.1:15). Habrá un ex adúltero, como el rey David, que pidió misericordia y fue perdonado. La nueva Jerusalén estará llena de una diversidad de ex pecadores redimidos, quienes pertenecieron a la ciudad del hombre, pero fueron trasladados con poder del evangelio del reino de las tinieblas al reino del Hijo. La buena noticia es que Jesús es un refugio para pecadores necesitados de redención y de una ciudad permanente. Tú te puedes unir a la ciudad celestial gratuitamente si crees en el Señor Jesús y te arrepientes de tus pecados abandonando tu ciudadanía terrenal.

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Abraham “esperaba esta ciudad” (Heb. 11:10). Por ende, los descendientes de Abraham por la fe “anhelan esta patria mejor, la celestial” (Heb. 11:16). Nosotros “aquí, no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad venidera” (Heb. 13:14). Esa es la razón por la cual no puedes amar este mundo ni las cosas que hay en él, porque estas cosas no nos satisfacen y son incompatibles con nuestras aspiraciones celestiales (1 Jn.2:14). Nuestra ciudad es real, no es una vana esperanza, no es fruto de la imaginación de los autores bíblicos, es algo autentico, único y verdadero. Por lo tanto, debemos estar dispuestos a cortar nuestras raíces, dejar de aferrarnos a las cosas de este mundo, a buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, sabiendo que mientras estamos en esta peregrinación terrenal Dios es poderoso para suplir todo el maná y agua que necesitamos día en día. Dejemos atrás lo terrenal, pues vamos hacia lo celestial, dejemos lo temporal y busquemos lo eterno. No pongamos nuestra mirada en las cosas de la tierra, sino en las cosas de arriba, donde está Dios donde está nuestra perla de Gran Precio, Cristo (Col. 3:2). Amemos la patria celestial, demos testimonio de ella y busquémosla con todo el corazón.