.

Domingo 16 de octubre de 2022

.

Texto base: Nehemías 13:23-31.

¿Qué hacer ante el pecado recurrente en la iglesia? ¿Cómo lidiar con la porfía de los que se consideran cristianos, pero insisten en vivir igual que el mundo? Si consideramos la generalidad de las iglesias, abundan los casos de adulterio, los divorcios al interior de las iglesias muestran índices similares a los del mundo, hay murmuraciones y conflictos como en cualquier agrupación humana, quienes se congregan muchas veces viven para las mismas metas que los incrédulos y tristemente sobran los escándalos de liderazgos corruptos, abusivos e inmorales. ¿Cómo es posible que haya tanto pecado en la iglesia? ¿La Biblia tiene algo que decirnos sobre esto?

El cap. 13 de este libro registra las reformas que Nehemías debió adoptar para combatir la porfía del pueblo en su pecado, desobedeciendo los mandatos claros y expresos de su Dios. Por parte del pueblo rebelde, aquí encontramos un manual sobre cómo destruir la iglesia. Pero en el liderazgo piadoso de Nehemías, vemos un ejemplo de cómo reformarla, y la constante necesidad de resguardar su santidad.

Al recorrer este capítulo, i) revisaremos la persistencia del pecado, ii) analizaremos el problema de fondo del pecado, y iii) la necesidad de tomar medidas radicales ante el pecado.

.

I.La persistencia del pecado

Tristemente, el pueblo cayó una vez más en rebeldía delante de Dios. Lo que impacta es que se les expuso la Ley en numerosas ocasiones, y estaban viviendo las nefastas consecuencias del pecado de sus antepasados, y aun así volvieron a caer porfiadamente en las mismas rebeliones.

Por lo mismo, esta vez su rebelión parece todavía más torpe. En el v. 1, pareciera que recién se hubiesen dado cuenta de que existía ese mandato de parte del Señor, siendo que se encontraba claramente establecido en la Ley, y ya habían caído notoriamente al final del libro de Esdras. El tema ya había sido enfrentado decididamente por Nehemías, y el pueblo incluso había hecho un pacto de no caer en este pecado (Neh. 10:28-30).

Entonces, resulta incomprensible, indignante, de una necedad sin precedentes lo que el pueblo ha hecho. Sin embargo, ¿No hacemos también lo mismo? Caemos en las mismas cosas, y no en detalles, sino en las verdades centrales. Tendemos a olvidar los aspectos más básicos y elementales, solemos fallar allí donde es inexplicable que lo hagamos. Es tan así, que frecuentemente podemos pecar un domingo en la tarde contra una verdad que se predicó ese mismo domingo por la mañana.

Y es así que el pueblo volvió a su maldad como un perro vuelve a su vómito. Y todo comienza en el olvido de la Palabra, que no es otra cosa que olvidarse de Dios. Queda claro que cuando se deja de obedecer la Palabra del Señor en un área, no demorará mucho en venir una caída general que involucre los demás ámbitos de nuestra vida.

El v. 11 resume muy bien lo que había ocurrido: el pueblo había abandonado la Casa de Dios. Se habían dejado de interesar por su Señor, para ellos ya no era importante. Ellos simplemente dejaron de escuchar a Dios, dejaron de servirlo, de adorarlo, y de habitar en su casa.

En sus corazones no ardía la misma pasión que inundaba al salmista:

¡Cuán hermosas son tus moradas, Señor Todopoderoso! Anhelo con el alma los atrios del Señor; casi agonizo por estar en ellos. […]

10 Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos.

(Sal. 84:1-2, 10 NVI).

.

Habían dejado de amar al Señor por sobre todas las cosas. Siendo este el principal mandamiento, era solo cosa de tiempo para que todas sus vidas sucumbieran al pecado. Así, el liderazgo se corrompió, dejando incluso que el enemigo habitara en el templo de Dios; abandonaron el sostenimiento de los levitas, lo que afectó la adoración y la predicación de la Palabra. También profanaban habitualmente el día del Señor como parte de su vida cotidiana, y se unieron en matrimonios mixtos con mujeres paganas.

El pueblo de Dios, entonces, se había empeñado dejar de serlo. Se había convertido en un pueblo como todos los demás, sin llevar en sí mismo la marca gloriosa de la santidad al Señor. Dieron vuelta la espalda a su Señor y se determinaron a seguir sus propios caminos.

En resumen, dejaron de reconocer la soberanía de Dios sobre su dinero, sobre su tiempo, sobre sus relaciones personales, en fin, sobre sus vidas. No se sometían al gobierno de Dios, sino que estaban gobernados por su rebelión, por el caos, viviendo para sí mismos.

Nos concentraremos especialmente en la unión de los judíos con los pueblos extranjeros que habitaban Canaán, un pecado recurrente en Israel, y que esa misma generación debió enfrentar varias veces en un corto período. Se trataba de un patrón de rebelión que estaba incrustado en sus vidas.

Cuán fácil es repetir los mismos patrones de pecado, aun cuando ya hemos visto que en el pasado el rebelarnos contra el Señor y el desoír su Palabra nos han traído ruina y pesares. Pablo exhorta a los corintios a hacer la misma reflexión. Al hablar sobre la rebelión de Israel en el desierto, dice luego:

Estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo, como ellos lo codiciaron. No sean, pues, idólatras, como fueron algunos de ellos, según está escrito: «El pueblo se sentó a comer y a beber, y se levantó a jugar». Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y en un día cayeron veintitrés mil. Ni provoquemos al Señor, como algunos de ellos lo provocaron, y fueron destruidos por las serpientes. 10 Ni murmuren, como algunos de ellos murmuraron, y fueron destruidos por el destructor.

11 Estas cosas les sucedieron como ejemplo, y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos. 12 Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga (1 Co. 10:6-12).

Debes reflexionar sobre tu vida, y sacar conclusiones espirituales de todo lo que te ha ocurrido como consecuencia de tu pecado. ¿Qué es lo que te aparta Dios comúnmente? ¿Dónde estás tropezando una y otra vez, que te lleva a decaer en la fe? ¿Cómo puedes evitar seguir cometiendo los mismos pecados? ¿Qué cosas, situaciones o personas son las que te hacen caer, y que por tanto debes dejar? ¿Qué resoluciones debes tomar para volverte al Señor definitivamente? No hay excepción, todos debemos hacernos estas preguntas y otras similares para perseverar en la fe y seguir al Señor hasta el final.

También debes analizar la historia del pueblo de Dios que está registrada en la Biblia, y asimismo considerar lo que ha ocurrido en la historia de la iglesia. ¿Qué hizo que el pueblo de Dios dejara a su Señor? ¿Qué los llevó a abandonar la verdad? ¿Qué hizo que perdieran su foco y se apartaran de la Palabra de Cristo? ¿Qué los hizo extraviarse de la fe?

No te confíes. Tal como los creyentes del Antiguo Testamento fueron infieles y se apartaron de la verdad, así también puede hacerlo la iglesia, y puedes hacerlo tú en particular. Es necesario que veles y estés alerta, porque la misma disciplina que ejerció Dios sobre su pueblo antes, puede ejercerla ahora con nosotros.

El Apóstol está diciendo a los corintios: 'fíjense, eran iguales a uds.'. Como ellos salieron de Egipto, nosotros salimos del mundo queriendo seguir a Dios. Como ellos fueron bautizados por la nube, nosotros lo somos en agua, y comieron de la misma comida y bebieron de la misma bebida, simbolizando todo esto al cuerpo y la sangre de Cristo. Está apuntando a quienes son de alguna manera partícipes de las bendiciones que derrama el Espíritu sobre Su Iglesia y son alimentados con la Palabra, y parecen servir a Dios como todo el resto de los hermanos. Pero está diciendo que podemos caer igual que los israelitas, incluso participando de esas bendiciones. Podemos deslizarnos por barrancos resbalosos, si no atendemos a las señales del camino.

Pero ¿Cuáles son esas señales del camino? Aquello que ya se escribió, que ahora sirve como ejemplo, y están escritas para amonestación de los creyentes de los últimos siglos. Estas señales del camino nos indican que hay muerte y destrucción en la idolatría, fornicación, murmuración y en tentar al Señor. Dios sigue aborreciendo la rebelión tanto como antes lo hizo, aunque ahora no veamos a personas arder por este hecho.

Es preciso estar atentos a estas señales, escudriñando las Escrituras para descubrirlas. Muchos fueron puestos por escarmiento por Dios, para advertir a sus hijos sobre los peligros del pecado. La gran mayoría de quienes fueron destruidos, eran contados dentro del pueblo de Dios, y disfrutaron de las mismas bendiciones que todo el resto del pueblo.

el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga (1 Co. 10:12). 

II.El problema de fondo de este pecado (vv. 23-31)

Nehemías da testimonio de que los judíos se habían casado con mujeres asdoditas (filisteas), amonitas y moabitas. Ellas provenían de pueblos idólatras, que eran enemigos históricos de Israel.

Al entregar Su Ley a los israelitas, el Señor ordenó sobre los pueblos paganos: “No contraerás matrimonio con ellos; no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás sus hijas para tus hijos (Dt. 7:3).

Pero incluso antes de entrar en la tierra prometida, cuando Israel vagaba en el desierto, cayó en el pecado de la unión con las mujeres paganas, especialmente con las moabitas, lo provocó la ira de Dios contra ellos (Nm. 25). Aunque Dios los había librado de la maldición de Balaam, cambiándola en bendición, el pueblo se corrompió por su propia rebelión, desobedeciendo la Ley que el Señor les dio.

Luego, en el tiempo de los jueces, los israelitas se casaron con mujeres paganas, adoptando sus prácticas religiosas: Los israelitas habitaron entre los cananeos, los hititas, los amorreos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. Tomaron para sí a sus hijas por mujeres, y dieron sus propias hijas a los hijos de ellos, y sirvieron a sus dioses.Los israelitas hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y olvidaron al Señor su Dios, y sirvieron a los Baales y a las imágenes de Asera (Jue. 3:5-7).

Como dice el v. 26, aun Salomón, el gran rey de Israel, cayó en este pecado, uniéndose a mujeres de diversos pueblos idólatras y enemigos de Israel:

Porque cuando Salomón ya era viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras otros dioses, y su corazón no estuvo dedicado por completo al Señor su Dios, como había estado el corazón de David su padre. Porque Salomón siguió a Astoret, diosa de los sidonios, y a Milcom, ídolo abominable de los amonitas. Salomón hizo lo malo a los ojos del Señor, y no siguió plenamente al Señor, como lo había seguido su padre David. Entonces Salomón edificó un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab, en el monte que está frente a Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los amonitas. Así hizo también para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses (1 R. 11:4-8).

.

Aparte de la prohibición general impuesta por Dios de unirse con los pueblos de las tierras (Dt. 7:3-4), había una instrucción específica tratándose de los amonitas y moabitas, quienes habían sido especialmente despiadados con Israel cuando vagaba en el desierto, por lo que tenían prohibido entrar en la congregación de Israel (Dt. 23:3-5).

.

Ahora bien, esto no se trata de un tema racial, pues los pueblos involucrados eran todos de origen semita. Era un tema espiritual, pues el pueblo de Israel debía ser santo para Dios, y el mezclarse con los pueblos de la región haría que comenzaran a adoptar su idolatría, sus ritos y costumbres que contradecían las Escrituras y que habían provocado a ira al Señor. 

En los ejemplos bíblicos mencionados, el matrimonio mixto con paganos siempre estuvo ligado a la decadencia espiritual y la idolatría. Quien se casara con alguien idólatra se veía inclinado a adoptar las creencias y prácticas paganas de esa persona. Si los israelitas fueron tan insensibles para desobedecer a Dios en algo tan importante como el matrimonio, no podían ser lo suficientemente fuertes para permanecer firmes ante la idolatría de sus cónyuges.

También hoy, quien llega al punto de unirse en yugo desigual, sellando un vínculo matrimonial con una persona no creyente, demuestra con ello que no está consagrado a Dios y que muy probablemente él mismo está perdido. Es una persona que tiene un corazón dividido, configurando toda su vida fuera de la voluntad de Dios. Se está uniendo en una sola carne con alguien que no ama a Dios. Es una persona que le ha cerrado las puertas de su casa y de su vida a Dios, alguien que ha decidido apartarse permanentemente de su voluntad.

Ese es el problema de fondo aquí. La rebelión profunda, enraizada en lo más hondo del corazón de este pueblo. Es una bofetada a la santidad de Dios, un escupitajo a esa mano bondadosa que los alimentó y los sostuvo en todo momento, un desprecio profundo a Su Palabra, a Su soberanía, a Su reinado universal.

Por lo mismo, los matrimonios en yugo desigual son un ingrediente clásico en la receta para destruir la iglesia. Quienes dan este paso tan espantoso en sus vidas, son como aquellos suicidas que se amarran bombas a su propio cuerpo, destruyéndose no sólo a sí mismos, sino a quienes los rodean. Por lo mismo, ¡No existe algo así como el “noviazgo evangelístico”! No insistas, nadie tiene el llamado de convertir a su novia o novio.

Fíjate: el resultado de su rebelión es que sus hijos no eran instruidos en la ley del Señor, como lo ordena su Palabra. La mitad de los hijos hablaba la lengua de los filisteos, y ¡ni siquiera entendían la lengua israelita!, con lo que no entenderían cuando se expusiera la Ley.

Por lo mismo, en el Nuevo Testamento la instrucción no cambió, sino que se reafirmó. Pablo dice a los creyentes No estén unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Co 6:14). Tales matrimonios no pueden tener unidad en el asunto más importante de la vida: el compromiso y la obediencia a Dios. Debido a que el matrimonio consiste en la unión de dos personas en una sola, y siendo la fe es un asunto crucial, el cónyuge creyente deberá postergar a Dios para que su relación de pareja sobreviva.

Mucha gente no presta atención a este problema, sólo para lamentarse después. Por eso no permitas que la emoción o la pasión te cieguen ante la máxima importancia de esta decisión. No importa qué tanto se entretengan juntos, qué tanta seguridad económica puedan disfrutar, ni cuánto placer sexual puedan tener: no hay punto más importante en la unión matrimonial, que la unión espiritual.

III.La necesidad de medidas radicales ante el pecado

Este pecado recurrente del pueblo, una vez más hacía necesario un arrepentimiento profundo, una reforma radical. Esta necesidad fue entendida por Nehemías, quien recordó el mandato del Señor a su pueblo: Santifíquense, pues, y sean santos, porque Yo soy el Señor su Dios (Lv. 20:7).

(vv. 25-27) Nehemías confrontó a quienes habían desobedecido al Señor. Quizá sus métodos nos parezcan poco convencionales, no imaginamos a alguien ahora arrancando los pelos a sus hermanos por haber desobedecido al Señor. Pero hay algo claro: el Señor nos dejó un ejemplo de carácter, celo y determinación en Nehemías.

Él no se preocupó de lo que fueran a pensar de él, de que lo fueran a excluir o que lo dejaran de considerar como un hombre sensato y amable. Él confrontó todos y cada uno de los pecados que observó en el pueblo, y adoptó medidas para limpiar la Casa de Dios del pecado con que se estaba contaminando y profanando.

Por lo mismo adoptó medidas también contra la corrupción del sacerdocio (vv. 30-31). Entendió que limpiar y ordenar el liderazgo era fundamental para la santidad y el bienestar espiritual del pueblo.

Ante el pecado recurrente en sus congregaciones y en la cristiandad en general, muchos pastores terminan acomodando su predicación y el quehacer de la iglesia para que incluya a esos pecados como parte de su normalidad.

Así, en muchas congregaciones actuales la ofrenda de Ananías y Safira habría sido aceptada con gratitud, porque al fin y al cabo igual ofrendaron bastante. Simón el Mago no habría sido reprendido, sino que habría recibido una respuesta políticamente correcta y quizá estaría sirviendo en un ministerio (a fin de cuentas, él quería participar de las actividades), al hombre que declinó seguir a Jesús porque quería enterrar a su padre se le habría respondido "claro, vuelve cuando te sientas preparado, serás bienvenido". Arquipo seguiría asistiendo tranquilo de vez en cuando, sin cumplir su ministerio. Probablemente Demas seguiría siendo considerado un compañero de milicia, al joven rico se le habría invitado a ser miembro y quizá hasta se le habría felicitado por ser tan intachable. A la mujer con el espíritu de adivinación probablemente se la habría sumado al grupo de evangelismo, y al hombre que fornicó con la mujer de su padre se le habría reubicado en otra congregación (sobre todo si hubiera sido pastor).

¡Cuánta falta nos hace el discernimiento, la fidelidad y la obediencia! Hemos olvidado que la iglesia no es nuestra, sino del Señor. No tenemos permiso para hacer lo que nosotros queremos, sino lo que Él quiere.

Por ello, es preciso imitar esta actitud en Nehemías. Él se determinó a agradar a Dios antes que a los hombres, tal como decía Pablo: « Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo» (. 1:10).

Nota que Nehemías tomó medidas concretas y específicas contra cada pecado. De pasajes como este, aprendemos que las medidas contra el pecado no son sólo individuales, a modo de resoluciones personales contra nuestro propio pecado. También hay medidas que debemos tomar como iglesia sobre el pecado que hay en medio nuestro. Los pastores somos los llamados a presidir estas medidas contra el pecado en la congregación, y somos responsables ante el Señor de no ser pasivos ante estas cosas, sino reprender y exhortar a nuestros hermanos en la fe.

Fíjate en el énfasis que hace este texto en reprender y amonestar (vv. 11, 15, 17, 25), incluso fuertemente. Estamos en una era llena de hipersensibilidad y victimización, pero ante Dios el estándar sigue siendo el mismo. Por ello, amado hermano, es tu deber estar dispuesto a recibir corrección, amonestación y reprensión de parte de tus pastores. Para eso es que Dios nos ha llamado. Esto dice la Escritura:

Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; 13 y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra” (1 Tes. 5:12-13 RVR60).

El Apóstol Pablo describió el ministerio que realizó en Éfeso diciendo: “por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas” (Hch. 20:31). Describe también su labor de predicación sobre Cristo, diciendo: “A Él nosotros proclamamos, amonestando a todos los hombres, y enseñando a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de poder presentar a todo hombre perfecto en Cristo (Col. 1:28).

El Apóstol encarga solemnemente a Timoteo, diciendo: “Predica la palabra. Insiste a tiempo y fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción (2 Ti. 4:2); mientras que a Tito dice: “Esto habla, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te menosprecie” (Tit. 2:15).

Desde luego, los pastores no tenemos un cheque en blanco para hacer lo que queramos en esta reprensión. Damos cuenta ante el Señor, así que debemos hacerla por causa de Su gloria y conforme a la Escritura, no simplemente porque algo no nos gusta en los hermanos. Debemos hacerla para restauración del hermano y para la santidad de la iglesia, y no para ver realizados nuestros caprichos.

Pero queda muy claro desde la Escritura que parte esencial del ministerio de la Palabra entregado a los pastores es también la reprensión, la amonestación y la exhortación personal. Este es un medio que Dios estableció para el bien de tu alma, tu crecimiento en santidad, pero también para el bien general de toda la iglesia, para preservar su pureza y su salud espiritual. Por ello, te animo a que recibas con la mejor disposición estas exhortaciones, y que ante ellas no te victimices ni murmures.

Por otra parte, aunque los pastores somos llamados a impulsar y presidir estas medidas contra el pecado a nivel de iglesia, todos los hermanos son llamados a velar por la santidad de su congregación y por la salud espiritual de los demás hermanos. Por eso dice: Les exhortamos, hermanos, a que amonesten a los indisciplinados, animen a los desalentados, sostengan a los débiles y sean pacientes con todos” (1 Tes. 5:14). Así también el libro de Hebreos está lleno de exhortaciones a que cada uno mire por los demás, procurando que ninguno se aparte de la fe.

Por tanto, resguardar la santidad de la iglesia es, en último término, tarea de todos y cada uno de nosotros. Y esto inicia por el cuidado de tu propio corazón. Inicia mirando la viga en el ojo propio, y no la paja en el ojo ajeno. No puedes pretender que tu iglesia camine en las nubes, si tú te permites chapotear en el barro. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida. Ama a Dios en lo íntimo, desde todo tu ser, y ese será el primer y más directo cuidado que tendrás para que tu iglesia ande en santidad.

Con el mismo celo y la misma determinación que Nehemías, hoy debemos procurar la santidad en la Casa de Dios, porque Dios es Santo. Debemos enmendar las sendas torcidas, y encomendarnos a su gracia para combatir el pecado en medio nuestro. El Señor nos ayude.

Conclusión

El libro de Nehemías termina con la esperanza que deja esta reforma, ya que ante el pecado en el pueblo hubo una reacción que buscó la restitución y un regreso a la Palabra. Sin embargo, resulta frustrante ver el pecado persistente del pueblo, que se resiste a ser erradicado.

El reino de Israel había tenido su época de esplendor, de tal manera que parecía ser el reino de Dios realizado en la tierra. Sin embargo, sus reyes estuvieron lejos de ser perfectos, y hasta David, cuyo corazón agradaba a Dios, estaba lleno de pecado. Tal fue la decadencia espiritual de este pueblo, que el Señor los castigó con la invasión y el exilio. Pero tuvo misericordia de ellos y se acordó de su pacto, por lo que los rescató de adonde habían sido esparcidos, y los hizo volver a su tierra.

Se creyó que esta vez sí se realizaría el reino de Dios en la tierra. Después del terrible exilio, era evidente que el pueblo debía aprender la lección y enmendar su camino definitivamente. Sin embargo, el pecado del pueblo volvió a aflorar, se apartaron del Señor y abandonaron nuevamente su Palabra cuando volvieron a establecerse en Jerusalén.

¿Cuándo llegaría el Rey prometido, que reinaría eternamente en el Trono de David? ¿Cuándo llegaría el esplendor de Israel, que terminaría dominando toda la tierra? ¿Cuándo sería aquel día en que el reino de Dios por fin se manifestaría?

Así, este final del libro de Nehemías apunta hacia adelante con ansiedad y desesperación, anhelando ese reino de Dios ya establecido en el que el pecado ya no reinaría más, y sobre todo a la venida del Rey que traería la restauración de todas las cosas.

Ese Rey prometido vino al mundo, como Dios mismo hecho hombre, y habitó entre nosotros. Su reino vino con Él, de tal manera que ordenó a su pueblo arrepentirse y creer, porque el reino de Dios se había acercado. Con Él venía la restauración de todas las cosas. Los ciegos veían, los sordos oían, los cojos caminaban, y los muertos recibían la vida. La redención había llegado, el Rey vino al mundo, pero los suyos no le recibieron, sino que lo rechazaron y lo mataron.

Por eso el Rey quitó el reino de este pueblo rebelde, y lo entregó a un pueblo que produjera frutos de él (Mt. 21:43). Este pueblo no nacería de un linaje sanguíneo, ni sería de una región determinada, sino que sería un pueblo nacido del Espíritu, de la Palabra, un pueblo del que somos parte por medio de la fe, y cuya ciudadanía está en los Cielos. No es un reino de este mundo, pero destruirá a todos los reinos de la tierra y se establecerá sobre ella dominando sobre todo.

Jesucristo el Rey ascendió a los Cielos, esperando a que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies, pero no ha dejado huérfano a su pueblo, sino que habiendo recibido toda potestad en los Cielos y en la tierra, ha prometido estar con ellos todos los días, hasta el fin del mundo, por medio de Su Espíritu.

La iglesia es un anticipo de este reino, es un “ya” pero “todavía no”, un reino que todavía no se perfecciona, no se manifiesta completamente; pero del que ya participamos y anticipamos su manifestación y consumación final.

En este tiempo en que esperamos la venida de Cristo y la consumación de Su reino, el arrepentimiento no es algo puntual, sino nuestro modo de vida. Rectificar el rumbo no es un accidente que ocurre de vez en cuando, sino que permanentemente debemos rectificar, enmendar, corregir nuestra vida como creyentes individuales y como congregación. Quien renuncia a arrepentirse, renuncia a santificarse.

Por tanto, la actitud ante el pecado persistente no es acomodarse al mal, sino la exhortación y el arrepentimiento. No dejemos que Tobías viva en el templo. No hagamos un pacto de paz con el pecado, sino que limpiemos la Casa de Dios.

Ten en cuenta que Dios sí o sí se acordará de ti: comparar vv. 29 y 31. Dios se acordará para juicio de los que profanaron Su Iglesia, contaminándola con sus pecados e impurezas. Pero se acordará para glorificar a quienes buscaron la pureza de Su pueblo, porque ellos siguieron el ejemplo de Cristo, quien se entregó a sí mismo para que la iglesia fuera santa (Ef. 5:25ss). Entonces, ¿Cómo se acordará Dios de ti: para juicio o para glorificación?

Mientras vivamos en este mundo bajo el pecado, será necesario velar por la santidad de la iglesia y arrepentirnos del pecado que nos asedia, porque este no es el tiempo de nuestra exaltación. Todavía estamos en humillación, pero esperamos la manifestación de Cristo, y es allí cuando seremos exaltados y libres del pecado y del mal.

Esperamos el retorno de nuestro Rey, a Cristo, quien volverá a juzgar a los vivos y a los muertos, y llenará de gloria a Su Iglesia, para que vivamos con Él para siempre. Sus enemigos, por el contrario, serán destruidos, y deberán pagar eternamente el precio de haberse rebelado contra el Rey del Universo.

Y tú, ¿Estás en el Reino? ¿Cuál es tu ciudadanía, dónde está tu patria? ¿Es Cristo tu Rey? Si hoy ves tu pecado, ven a la cruz. Quien cree en Cristo será salvo. Lava tus ropas en la sangre del Cordero, y mantengamos limpia la Casa de Dios obedeciendo Su Palabra.

.