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Domingo 3 de septiembre de 2023

Texto base: Mt. 6:9-13 (v. 13).

La oración es parte esencial de la espiritualidad del ser humano, y se encuentra en todas las religiones de alguna u otra forma. Si bien existen muchos tipos de oraciones y una gran variedad de religiones, Jesús las agrupó todas en dos clases: las oraciones hipócritas, hechas para impresionar a la gente y mostrar cuán piadoso es el que hora, y las oraciones que intentan manipular a Dios, sea por las repeticiones de fórmulas, o por la postura corporal, o alguna otra cosa que se haga intentando conseguir algo de Dios de esta forma.

Tanto en la oración pagana como en la judía, el corazón no estaba enfocado ni rendido en Dios, sino que estaba centrado en la persona que ora. Jesús se opuso a estos vicios y enseñó sobre la verdadera oración, donde la mirada está puesta en el Padre que está en los cielos, y así dio un modelo de oración conocido como “Padrenuestro”, que es la oración por excelencia de la cristiandad, común a todas las denominaciones y fundamental a lo largo de toda la historia.

En esta ocasión, nos encontramos ya en la conclusión de esta oración. Para entender esta última sección, i) realizaremos un panorama del Padrenuestro, ii) explicaremos el significado de la conclusión, y iii) meditaremos en cómo debemos vivir a la luz de ella.

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I.Panorama del Padrenuestro

Es en contraste con las oraciones que desagradan a Dios, que Jesús dice: “Ustedes, pues, oren de esta manera” (v. 9). Por tanto, esta es la oración modelo, son las palabras de Jesús: “Así como la ley moral fue escrita con el dedo de Dios, así esta oración salió de los labios del Hijo de Dios” (Thomas Watson). Esto es muy significativo, porque “Aquel que nos dio la vida, con la misma benignidad también nos enseñó como orar… Que el Padre reconozca las palabras de Su Hijo cuando oramos, y que Aquel que mora en nuestra alma more también en nuestra voz”.[1]

Por un lado, en Mateo se resalta esta oración como un patrón o modelo, pues dice: “oren de esta manera”. Es decir, Jesús no está diciendo que siempre debemos repetir cada palabra así como Él la enseñó, pero sí debemos tener en cuenta el patrón que estableció. Por otro lado, en Lucas se resalta que Jesús enseñó también esta oración como las palabras que debemos decir ante Dios, ya que allí Jesús señaló: “Cuando oren, digan” (Lc. 11:2).

Ante esto, concluimos que “Toda la Palabra de Dios es útil para dirigir nos en el deber de la oración; pero la regla especial para dirigirnos, es aquella forma de oración que Cristo nuestro Salvador enseñó a sus discípulos… ”, y no sólo sirve como un patrón a tener en cuenta, sino que “puede también usarse como una oración si se hace con entendimiento, fe, reverencia y otras gracias necesarias para el cumplimiento recto del deber de la oración” (Catecismo Mayor de Westminster, PP. 186-187).

De manera similar a lo que ocurre con los Diez Mandamientos, lo que encontramos en esta oración modelo son algo así como encabezados o categorías generales, un bosquejo que engloba todos los beneficios tanto espirituales como físicos.[2] Una verdadera oración puede incluir toda clase de gratitudes y peticiones más específicas, pero toda oración verdadera se encontrará en armonía con esta oración dada por Jesús.

Al adoptar de corazón esta oración que vino de la misma boca del Señor, nos aseguramos de evitar el error, y de pedir conforme a Su voluntad: “Esta es la confianza que tenemos delante de Él, que si pedimos cualquier cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye” (1 Jn. 5:14).

En cuanto a su contenido, tiene una invocación, seis peticiones y una conclusión:

i.Invocación: Jesús nos enseña a orar diciendo “Padre nuestro”, y aquí nos dirigimos al Dios uno y trino como ‘Padre’, y no sólo a la Primera Persona, pues reconocemos al Señor como nuestro Creador y Sustentador, y de manera especial le llamamos ‘Padre’ porque nos ha recibido como sus hijos por su gracia y misericordia, habiendo sido antes huérfanos sin Dios en el mundo.

Esto nos anima a ir con confianza ante Su presencia, debido a que somos sus hijos y disfrutamos de Su amor y cuidado paternal. Además, al agregar “que estás en los cielos”, nos motiva a venir con reverencia ante el Señor, sabiendo que Él está exaltado sobre todas las cosas.

ii.Peticiones: La oración modelo contiene seis peticiones particulares. Las primeras tres están centradas en el Nombre, la majestad y la voluntad de Dios, mientras que las tres siguientes se centran en las necesidades de nuestra vida en la tierra.
a.Santificado sea Tu Nombre: mientras la tendencia natural del corazón bajo el pecado es la irreverencia ante el Señor y la búsqueda de la propia gloria, Jesús nos manda pedir en primer lugar para que el Nombre de Dios sea exaltado y considerado como lo más alto en nuestra propia vida, en la familia, la iglesia y toda la creación. Esta petición es la primera, porque da sentido a todas las demás. Es la única petición que se mantendrá por la eternidad.
b.Venga tu reino: contrario a nuestro deseo natural de construir nuestro propio reino en este mundo, el Señor nos ordena pedir que venga Su reino, que traerá la restauración de esta creación bajo los efectos del pecado, le exaltará a Él como Rey sobre todo y derrotará a sus enemigos. Debemos desear de corazón que ese reino se establezca sobre todas las cosas.
c.Hágase Tu voluntad: mientras nuestros corazones bajo el pecado desean hacer su propia voluntad y ser ley para sí mismos, Jesús nos manda pedir que se haga la voluntad de Dios en todo, así como es hecha por los ángeles y criaturas celestiales en el Cielo, es decir con gozo, prontitud y de todo corazón.
d.Danos hoy nuestro pan diario: contrario a la tendencia pecaminosa de buscar el sustento en los ídolos o en fuentes terrenales, el Señor nos manda pedir de Dios que nos de la vida y la provisión cada día, confiando sólo en Él como nuestro Creador, Sustentador y Padre bueno.
e.Perdónanos nuestras deudas: el corazón bajo el pecado se inclina al orgullo, resiste pedir perdón a Dios y al prójimo, mientras que rehúsa perdonar ante las ofensas recibidas, pero Jesús nos ordena pedir a Dios que nos perdone por nuestros pecados, desde un corazón humilde, que reconoce que Dios no está obligado a perdonarnos, y que si lo hace es por pura misericordia. Por lo mismo, el pecador que ha sido perdonado por Dios de una deuda eterna, vivirá demostrando gracia y perdonando a quienes lo ofenden.
f.No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal: mientras el corazón caído es imprudente ante la tentación y siente deseo y curiosidad por el mal, el Señor nos llama a pedir Su protección, buscando ser libres incluso de la posibilidad de caer, y rogando que nos guarde de toda clase de mal, ya sea del acoso de satanás y sus ejércitos, de la seducción del mundo o de la pasión de nuestro propio corazón.
iii.Conclusión: corona la oración volviendo los ojos al Señor y alabándole por su grandeza. Será analizada en el siguiente punto.

Podemos reconocer una esencia trinitaria en la oración. En las tres primeras peticiones, “santificado sea Tu Nombre” resalta al Padre, en quien se ve representada la Trinidad, mientras que “venga tu reino” es una petición que se cumple visiblemente por medio del Hijo, y “hágase tu voluntad” sólo es posible por la obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo.

Por otro lado, las siguientes tres peticiones siguen el mismo patrón: en “danos hoy nuestro pan diario” destaca el Padre como Creador y Sustentador, en “perdónanos nuestras deudas” destaca la obra de expiación del Hijo que hace posible que recibamos la misericordia de Dios, y “no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal” se explica por la obra preservadora y santificadora del Espíritu.[3]

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II.Significado de la conclusión

Antes de analizar la conclusión y su significado, es necesario referirse a una discusión que existe respecto a este texto. Varios sostienen que esta conclusión no es auténtica, ya que no aparece en varios de los manuscritos antiguos, lo que para algunos sugiere que se trata de un agregado posterior. Sin embargo, no sólo se ha de considerar la antigüedad de los manuscritos, sino otras evidencias que pueden dar una idea de la autenticidad del texto. Así,

de una u otra manera, la doxología se encuentra en algunas versiones bastante antiguas. Además, la Didaché o Enseñanza de los doce apóstoles (VIII.2), que muchos consideran un producto de la primera mitad del segundo siglo, contiene la conclusión en una forma abreviada: “porque tuyo es el poder y la gloria por siempre”... desde tiempos remotos en el culto de la iglesia se separaba la conclusión del resto de la oración. El cuerpo de oración lo repetía la gente, y el sacerdote pronunciaba la conclusión sin el “amén”, después de lo cual el pueblo respondía: “Amén”. Debido a esta separación litúrgica, argumenta él, esta conclusión “empezó a ser considerada por algunos cristianos como una respuesta de confección humana y no parte de la oración original en la forma que salió de los labios de Jesús”.[4]

Esta conclusión, además, se encuentra en consonancia con el mensaje de la Escritura. Por ejemplo, es casi idéntica a la oración que elevó el rey David cuando reunió las ofrendas para la construcción del templo de Jerusalén: “Tuya es, oh Señor, la grandeza y el poder y la gloria y la victoria y la majestad, en verdad, todo lo que hay en los cielos y en la tierra; Tuyo es el dominio, oh Señor, y te exaltas como soberano sobre todo” (1 Cr. 29:11).

También es muy similar a alabanzas en el Nuevo Testamento:

a Él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos” (Ap. 1:6).

Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:11).

Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos” (Ap. 5:13).

Por tanto, esta conclusión armoniza con todo el mensaje de la Escritura, y constituye un cierre apropiado para esta oración modelo, que haremos muy bien en adoptar para nuestros ruegos personales.

Al decir, “tuyo es el reino”, reconocemos la majestad y autoridad de Dios, que son universales y sobre todas las cosas, y que ejerce según Su sola voluntad. El Señor es soberano en todas las esferas, sobre lo inmenso y sobre lo ínfimo. “Él reina sobre el cielo y la tierra, y todas las criaturas y las cosas están bajo su absoluto control[5].

Al orar, “tuyo es el poder”, confesamos que Dios tiene el dominio y la fuerza suficientes e infinitos para cumplir todos sus propósitos en el cielo y en la tierra. Él hace lo que le place. No se cansa ni se duerme (Salmos 121:3, 4); no hay nada imposible para Él (Mateo 19:26); nadie puede limitarlo ni detener Su mano (Daniel 4:35); y vencerá sobre todos sus enemigos (1 Co. 15:26).

Al pronunciar, “tuya es la gloria”, nos rendimos ante su perfección y excelencia supremas, reconociendo que sólo Él es digno de alabanza y honor por quien Él es y por Sus obras. El Señor hace todas las cosas para Su gloria, y es celoso en afirmar Su derecho exclusivo a recibir toda adoración y alabanza (Isaías 48:11-12). Nuestras oraciones deben reflejar esto, rindiéndonos sólo ante Él.

Ahora, cada frase esta conclusión tiene una gran profundidad. Al comenzar diciendo “porque”, nos dice que la conclusión refuerza cada una de las peticiones de la oración:

i.En ese sentido, pedimos “santificado sea Tu Nombre”, porque suyo es el reino: el Nombre de Dios debe ser engrandecido porque Él es el Rey de reyes y Señor de señores. Suyo es también el poder eterno que lo hace incomparable, y por lo mismo, suya debe ser toda la gloria, porque no hay nada por encima de Él y todas las cosas son de Él, por Él y para Él.
ii.Rogamos “venga Tu reino”, porque suyo es el reino: únicamente a Él es a quien pertenece, sólo Él debe ser reconocido como Rey. Sólo suyo es el poder para traer ese reino, restaurar todas las cosas y vencer sobre sus enemigos, y suya debe ser la gloria por la venida de este reino, ya que es Su obra, hecha para Su alabanza.
iii.Decimos “hágase Tu voluntad”, porque suyo es el reino: Su voluntad debe hacerse en todo lugar y en todo tiempo, porque Él es el Rey soberano que domina sobre todas las cosas. Suyo es también el poder para hacer que su voluntad y propósito se cumpla, y suya es la gloria porque sólo Él debe ser exaltado, por Su dominio supremo y sin igual.
iv.Pedimos “danos hoy nuestro pan diario” porque suyo es el reino: nuestro Señor es el Rey del cielo y de la tierra, el que hizo todas las cosas y las sostiene con Su gobierno, y por ello, de Él viene nuestro sustento verdaderamente. Suyo es el poder para proveernos y hacer que todas las cosas subsistan, y suya es la gloria porque sólo Dios merece ser alabado como Creador y Sustentador.
v.Rogamos “perdónanos nuestras deudas”, porque suyo es el reino: Dios es el Rey a quien hemos deshonrado con nuestro pecado, y el único que puede remitirnos la deuda eterna que tenemos contra Él. Suyo es el poder para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad, y suya es la gloria, porque sólo Él merece ser alabado por Su misericordia y gracia que ha derramado sobre nuestras vidas.
vi.Y decimos “no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal”, porque suyo es el reino, es decir, ya que el Señor es el Rey sobre todo, Él es soberano y gobierna todos los acontecimientos y las creación, y así ciertamente puede librarnos del acoso del enemigo y de todo mal. Suyo es el poder para cambiar nuestro corazón, guardarnos de caer y hacer una obra de santificación en nuestra vida, y suya es la gloria por todo esto, ya que si podemos ser preservados no es por nuestra fuerza, sino por la suya.

De esta forma, esta conclusión es:

i.Una alabanza final, que termina dando toda honra a Dios y expresando Su grandeza, motivando a que nuestro corazón se llene de admiración y asombro ante el Señor.
ii.Una súplica y argumento para insistir en las peticiones. La Escritura nos enseña a reforzar nuestros ruegos con fundamentos en los atributos de Dios y Sus promesas, ya que esto nos ayuda a pedir según la voluntad de Dios, y a enfocar correctamente nuestro corazón, no en motivaciones egoístas, sino en la gloria de Dios. Allí donde veamos perfecciones y promesas de Dios, tenemos un terreno sólido para ir a Él en oración. Debemos aprender a envolver nuestras peticiones en verdades bíblicas, y así presentarlas al Señor . Así, por ejemplo, oró Jeremías: “No nos desprecies, por amor a Tu nombre, No deshonres el trono de Tu gloria; Acuérdate, no anules Tu pacto con nosotros” (Jer. 14:21). Así también oró Moisés rogando que Dios se apiadara de Israel y no lo destruyera por su rebelión (Éx. 32:11-14).
iii.Una confirmación y declaración de confianza por la cual debemos vivir, ya que afirma nuestro corazón en la majestad y la gloria de Dios, sabiendo que Él es poderoso y fiel para cumplir Sus propósitos y promesas. Él puede y quiere ayudarnos, porque es nuestro Padre bueno que tiene el reino, el poder y la gloria por todos los siglos, y por lo mismo, nunca fallará.

De esta forma, la oración comienza y termina centrándose en Dios, Su majestad y gloria. “Comienza cuando nos dirigimos a él como nuestro Padre que está en los cielos, y termina cuando lo alabamos como el glorioso Rey del universo”.[6]

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III.Viviendo a la luz de esta conclusión

Ante todo, esta conclusión del Padrenuestro nos llena de ánimo y esperanza, ya que ¡nos estamos encomendando a Aquel que tiene el reino, el poder y la gloria! Él mismo nos enseña a venir ante Él en oración, y se presenta de esta forma tan impresionante. Él es nuestro Padre que está en los Cielos, y a la vez es el Rey de reyes, Señor de señores, el soberano por la eternidad. Él es quien reina por los siglos y está obrando poderosamente para traer Su reino a este mundo bajo el pecado, pero igualmente es quien se preocupa de poner el pan en nuestra mesa cada día. Su voluntad debe ser hecha porque Su autoridad está por sobre todo, pero a la vez, nos invita a pedir su misericordia cuando hemos caído ante Él. Es Aquel cuyo Nombre es Santo, pero no por eso se queda en un grado inalcanzable para nosotros, sino que nos invita a pedirle auxilio ante la tentación y protección ante el mal.

Lejos de las mentiras del enemigo, que nos intentan presentar a un Dios lejano y apático, o a uno que está jugando con los pétalos de una flor, diciendo “te quiero mucho, poquito, nada”, el mismo Dios hecho hombre nos muestra que quiere escuchar nuestra oración, nos invita a ir a Su presencia en la confianza familiar de un hijo ante su Padre, y a la vez, nos asegura que tenemos un Dios poderoso para respondernos y ayudarnos.

Conocemos la doctrina de la adopción, por la cual Dios nos recibe como hijos por medio de Su Hijo eterno y amado, Jesucristo. Pero al enseñarnos esta oración y presentarse como nuestro Padre que está en los cielos, es como si cada día se asegurara de recordarnos, a través de nuestros propios labios que pronuncian esta oración, que Él es nuestro Padre y estamos en Su familia. Así, esta oración es una garantía de Su amor y bondad hacia nosotros, de su cuidado y trato paternal hacia nuestra vida.

A la vez, al presentarse como nuestro Rey sabemos que somos sus súbditos, y que Él gobernará con poder y justicia, llevándonos a nosotros, Su pueblo, a la victoria contra Sus enemigos. Podemos encomendarnos en Sus manos, ya que Él no es un tirano que se aprovecha de Su pueblo, sino un Pastor lleno de amor que se entregó a sí mismo por Sus ovejas.

Como Padre, provee para sus hijos; como Rey, defiende a sus súbditos. “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmos 103:13). “Tú, oh Dios, eres mi rey; manda salvación a Jacob” (Salmos 44:4)”.[7]

Por otro lado, el Señor nos enseña a pedir por nuestras necesidades, pero reconociendo quién es Dios y cuál es Su derecho absoluto sobre nosotros y sobre todas las cosas. Por lo mismo, la acción de gracias y la alabanza a Dios son parte esencial de la oración. Debe ser parte del lenguaje con el que nos relacionamos con Dios. Muchas personas no tienen problema en pedir cosas a Dios, principalmente salud, dinero y amor, pero la diferencia de los discípulos de Cristo es que ante todo, alaban a Dios en Sus corazones, se rinden ante la voluntad de Dios y le dan gracias por todas Sus bendiciones. Así, “la medida de nuestra espiritualidad es la cantidad de alabanza y acción de gracias en nuestras oraciones”.[8]

Además, habiendo enfatizado la familiaridad, esta oración también nos lleva a una suma reverencia y solemnidad ante Dios. Al orar, nos disponemos ante la presencia de Aquel que es llamado “el Alto y Sublime” (Is. 57:15). Incluso aunque no mencionemos las palabras “santificado sea Tu Nombre, venga tu reino, hágase Tu voluntad”, esa disposición debe estar en nosotros al acercarnos al Señor y postrarnos ante Él en oración. No venimos ante un ídolo doméstico ni ante un genio en la botella que está allí para satisfacer nuestros deseos, sino a un Dios ante quien debemos postrarnos y a cuya voluntad debemos someternos.

En ese sentido, una característica esencial de la oración que enseña Jesús es que no debe hacerse de manera hipócrita, sino con un corazón unificado, completamente dispuesto para Dios. Eso implica que, si oramos desde la invocación hasta la conclusión, diciendo “porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre. Amén”, entonces nuestra vida debe disponerse en la misma dirección que nuestra oración, de otra forma nos burlamos de Dios y sólo estamos repitiendo fórmulas, palabras sin corazón. Es lo que denunció el Señor cuando dijo: “Este pueblo con los labios me honra, Pero su corazón está muy lejos de Mí” (Mt. 15:8). ¡El Señor nos libre de algo así! Que le honremos con nuestros labios, pero ante todo con el corazón.

Por otra parte, al comenzar y terminar la oración reconociendo la santidad, el reino, el poder y la gloria de Dios, el Señor nos manda a que esta sea la meta que guíe nuestra vida y enfoque nuestro corazón. Ninguna de nuestras peticiones puede nacer de un corazón que busca una satisfacción egoísta, lo que Santiago llama pedir para nuestros placeres, sino que toda petición debe ir en línea con este fin supremo de buscar el reino y la gloria de Dios. Este mismo principio es el que aplica Jesús a la vida cotidiana, cuando dice: “busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mt. 6:33).

Esta conclusión nos invita a terminar con nuestra mirada en la eternidad, a elevarnos de nuestra vida personal y las circunstancias puntuales que estamos viviendo, y extender nuestra vista hacia esa herencia eterna: “Porque Tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre. Amén”. El reino, el poder y la gloria de Dios no tienen límite ni fecha de vencimiento, se extienden por las edades de las edades, por los mundos de los mundos, para siempre y eternamente. Ya sea que hoy estemos sobrepasados por la angustia, o que estemos satisfechos con el momento que vivimos, debemos sobreponernos a lo que vivimos en este mundo pasajero y saber que hay un Dios que vive y reina para siempre, aunque pasen los reinos de este mundo y los montes caigan al mar, Su reino y su gloria no tienen final.

Ante esto, el ‘amén con el que termina la oración no debe ser una palabra que se diga como simple trámite y de manera inconsciente. Más bien, debe ser una confirmación sincera, un deseo de corazón de que Dios responda y cumpla todo lo que hemos orado para Su gloria y según Su voluntad. Nuestro corazón debe anhelar que Él reciba toda honra y alabanza, y que más allá de lo que presentamos ante Él, se haga sólo Su perfecta voluntad.

Ese ‘amén’ no se debe quedar en una palabra, sino en una vida que confirma lo que oramos, a medida que confiamos en que nuestro Padre y Rey está con nosotros en todo, ayudándonos y fortaleciéndonos.

Por último, es necesario recordar que sólo podemos ser recibidos y escuchados como hijos por el Señor, debido a que fuimos adoptados por medio de Jesucristo, el Hijo amado y eterno del Padre. Es por la fe que estamos en Él, y somos considerados como vestidos de Su justicia perfecta, además de haber sido lavados de la mancha de nuestro pecado. Además, es el Espíritu el que clama en nosotros diciendo “Abba, Padre” (Ro. 8:15), el que transforma nuestro corazón para que oremos con la disposición correcta y deseemos la voluntad de Dios.

Así, cada oración es posible únicamente por la obra del Dios Trino, que nos escogió desde la eternidad para ser adoptados como Hijos, compró nuestra redención por medio del sacrificio de Cristo, y nos hizo nuevas criaturas por la obra del Espíritu. Es en esa confianza que debemos dirigirnos a Dios, sabiendo que no venimos en nuestros méritos ni en nuestra fuerza, sino por los méritos del Hijo y en el poder del Espíritu.

Y todo lo que pidan en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn. 14:13).

  1. Cyprian, The Lord’s Prayer, 448.

  2. Hercules Collins, Un Catecismo Ortodoxo, Pr. 142.

  3. Stott, Sermon on the mount, 151.

  4. Hendriksen, Comentario a Mateo, 353–354.

  5. Pink, Padrenuestro.

  6. Pink, Padrenuestro.

  7. Pink, Padrenuestro.

  8. Lloyd-Jones, Sermon on the Mount, 393.