Domingo 26 de septiembre de 2021

Texto base: Apocalipsis 4.

Un conocido sociólogo nacional, señaló en uno de sus programas que no se imaginaba pasando una eternidad cantando “villancicos” (alabanzas) al Señor. Decía que ese pensamiento le parecía en extremo aburrido. En la misma línea, un compañero de universidad ateo me comentó una vez que había intentado leer los salmos, pero le parecieron terriblemente tediosos.

Tristemente, esa es la visión que tienen los incrédulos sobre la adoración a Dios. No entienden cómo alguien podría dedicar siquiera minutos de su vida a una actividad que ellos consideran absurda y que no entienden. Sin embargo, la Biblia nos presenta la adoración al Señor no sólo como un deber, sino como una necesidad. Para eso fuimos creados, y la única manera en que el hombre cumple realmente su propósito, es justamente adorando a Dios.

Considerando esto, ¿Qué nos enseña este texto sobre Dios, y la forma en que debe ser adorado? ¿De qué manera impacta esto nuestro día a día? Aprenderemos sobre la majestad de Dios en Su Trono, sobre la gloria que le rodea, la adoración que se le rinde y, por último, qué debe ocurrir con nosotros ante esta visión del Todopoderoso en el Trono.

I.La majestad de Dios en Su Trono

El libro comenzó con la visión que tuvo Juan del Cristo glorificado, en el cap. 1. Recordemos que Jesucristo le dictó a Juan las cartas a las siete iglesias en el contexto de esa visión inicial. Ahora se introduce una segunda visión, pero quien guía a Juan es el mismo Jesucristo que se le manifestó al comienzo. Este cap. 4 debe entenderse en unidad con el 5.

Su voz es muy particular, como el sonido de una trompeta. Este instrumento era usado en la antigüedad para reunir a los ejércitos en caso de guerra, o a los ciudadanos en situaciones de invasión o catástrofe. Esta expresión de la “voz como trompeta” se usa en los profetas Isaías (58:1) y Jeremías (4:5). Luego es mencionada en el discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos (Mt. 24:31), y por el Apóstol Pablo (1 Tes. 4:16). Siempre está relacionada con un llamado de alerta, porque Dios va a intervenir derramando juicio o calamidad, y se aplica en último término al juicio final.

Con esa voz, Jesucristo llama a Juan para que suba y entre por esa puerta abierta en el Cielo. Recordemos el propósito del libro, registrado al inicio: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (1:1). Así, el Señor seguirá mostrando a Juan lo que quiere comunicar a sus siervos.

Cuando habla de "las cosas que han de suceder después de estás", no se refiere a un futuro remoto. Está usando una frase común en los profetas, sobre todo en Daniel (Dn. 2:29,45), quien es un referente muy usado por Juan en este libro. La frase se refiere al futuro inmediato que iba a enfrentar la iglesia que estaba recibiendo esta revelación, es decir, la del siglo I, en incluso involucra aspectos de su pasado reciente y su presente.

Sin embargo, recordemos que en las siete iglesias que recibieron este libro se ve representada toda la Iglesia de Cristo en la era presente, lo que incluye desde esos días hasta la consumación de todas las cosas en la segunda venida de Jesucristo.

Juan fue llevado al Cielo en el Espíritu, lo que implica que no estuvo allí físicamente, sino de manera espiritual. Fue así como accedió a estas realidades celestiales.

Lo primero que ve es el Trono y al que está sentado en el Trono. Esto no podía ser de otra manera, ya que en ese escenario es imposible no ver primero al Señor, Rey de reyes y Señor de señores. No hay nada comparable a la gloria y majestad de Dios en Su Trono.

La visión de Juan refleja las que tuvieron profetas como Isaías, y principalmente Daniel y Ezequiel. Dice la conocida visión de Isaías 6: “vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo” (v. 1). En la primera visión de su libro, Ezequiel vio “sobre el firmamento… algo semejante a un trono, de aspecto como de piedra de zafiro; y en lo que se asemejaba a un trono, sobre él, en lo más alto, había una figura con apariencia de hombre” (1:26). El profeta Daniel dice: “Seguí mirando hasta que se establecieron tronos, y el Anciano de Días se sentó” (7:9).

En sus 22 capítulos, Apocalipsis contiene unas 182 menciones del Trono de Dios. Sólo en el cap. 4 se nombra 14 veces. El libro registra varias visiones del Cielo, y en ellas el Trono ocupa el lugar central. Esto es así porque el Trono de Dios es el centro de todas las cosas. Desde allí se decide el curso de la historia y se determina el destino de la humanidad (16:17). En torno a ese Trono gira la adoración (14:3), desde allí habla el Dios Altísimo (21:3,5), ante Él se realizará el juicio final (20:11-12) y desde él fluirá la vida eterna (22:1).

El Trono manifiesta no sólo la presencia de Dios, sino Su poder, señorío y majestad, su reino eterno e inconmovible, Su soberanía sobre todo lo creado. Manifiesta que Él está exaltado y más allá de todo, que es digno de toda adoración y gloria. Ese Trono nunca está vacante, jamás habrá un momento en que Dios no esté ahí reinando, sino que domina eternamente y lleno de poder.

Se describe la gloria de Dios con piedras preciosas. Se dice que es semejante a una piedra de jaspe y sardio. No debemos pensar que Dios tiene la apariencia de esas piedras, sino que estas gemas en conjunto nos dan una visión de la gloria y hermosura imponente de Dios en su Trono, quien habita en luz inaccesible y ejercerá su juicio universal sobre toda la humanidad.

Esta visión nos muestra a un Dios cuya soberanía no tiene límite, del que se habla también en Daniel: “su dominio es un dominio eterno, y su reino permanece de generación en generación. 35 Y todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: «¿Qué has hecho?»” (Dn. 4:34-35).

II.La gloria que rodea al Trono

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Alrededor del Trono la apariencia es de arcoíris con aspecto de esmeralda. Esto nos dirige nuevamente a la visión de Ezequiel: “Como el aspecto del arco iris que aparece en las nubes en un día lluvioso, así era el aspecto del resplandor en derredor [del Trono]. Tal era el aspecto de la semejanza de la gloria del Señor. Cuando lo vi, caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba” (Ez. 1:28). Es otra forma de describir la grandeza y la hermosura de la gloria de Dios en Su Trono, tan incomparable que debe dejar atónito y maravillado al que lo contempla.

No debemos perdernos intentando descubrir significados ocultos en los detalles. Las imágenes en el lenguaje apocalíptico pretenden darnos un mensaje global. Lo que debemos buscar es el significado de la visión como un todo.

Por primera vez en la Biblia, se menciona aquí a los veinticuatro ancianos, que se sientan en igual número de tronos. Se han propuesto diversas interpretaciones, pero la más adecuada es que estos veinticuatro ancianos representan a todo el pueblo de Dios, con doce representantes del antiguo pacto y doce del nuevo. El hecho de que se sienten en tronos implica que reinan con el Señor, y esa es precisamente la promesa de Cristo a Su Iglesia: “Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. 22 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”»” (Ap. 3:21-22).

Así también sus vestiduras blancas y coronas: “el vencedor será vestido de vestiduras blancas” (3:5); y “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (2:10).

Del Trono salían relámpagos, voces y truenos. Estas señales se relacionan en la Biblia con el poder de Dios y con el santo temor que debemos tener delante de Él. Esa misma manifestación se dio en el monte Sinaí cuando Dios entregó su ley a Israel (Éx. 19:16), y debe producir en nosotros asombro y reverencia. El Señor tiene el poder de fulminarnos, pero escogió amarnos y salvarnos en Cristo.

En cuanto a los siete espíritus que están delante del trono de Dios, como siete lámparas de fuego ardiendo, ya habían sido mencionados en el cap. 1. Es una forma especial de referirse al Espíritu Santo, descrito con el número siete para retratarlo como perfecto en excelencia, que lo llena todo (3:1; 5:6). En el cap. 5 se menciona al Cordero ante el Trono, lo que nos habla de la presencia del Dios Trino en esta visión.

Esto nos recuerda las siete lámparas de la visión de Zacarías (4:2), que representan el Espíritu que daría la fuerza para reconstruir el templo que estaba en ruinas (v. 6).

Otro aspecto que se describe delante del Trono es el mar de cristal. Esto nos recuerda el mar de bronce que estaba en el templo de Salomón (2 R. 25:13). Esta asociación con el templo nos habla de la manifestación de la presencia de Dios, y muestra que el templo del Antiguo Pacto estaba hecho según el modelo del templo celestial (Hch. 7:44).

En medio y alrededor del trono hay cuatro seres vivientes. Es difícil saber la identidad específica de estas criaturas celestiales, pero se trata de seres espirituales llamados querubines (Ez. 1, 10). La descripción que hace Juan mezcla elementos de Ezequiel 1 e Isaías 6, dónde se dan las características de estos seres vivientes. No debemos tomarla como si Juan estuviera haciendo un retrato de ellos, sino más bien una descripción a través de símbolos.

El hecho de que están llenos de ojos nos dice que tienen gran sabiduría y conocimiento, mientras que sus alas nos hablan de la inmensa gloria de estos seres, ya que se encuentran en la presencia de Dios que está en su trono, y con ellas cubren su rostro y sus pies, mostrando así su reverencia delante de la gloria de Dios.

Una vez más, debemos atender a la imagen como un todo: el león nos habla de fortaleza, el becerro da la idea de disposición al servicio y al trabajo, el hombre apunta a la inteligencia y el águila se muestra lista para ejecutar los mandatos de Dios. En estos seres se ve representada la creación de Dios, ligada al número cuatro en el lenguaje apocalíptico, mostrando que todo lo creado sirve a Dios y se postra ante Él en adoración.

Todo lo que rodea el Trono, nos da así un mensaje claro: refleja la gloria eterna de Dios en el Cielo. Es un Dios que merece ser temido, admirado y adorado. Mientras más cerca están las criaturas de este trono, más llenas de gloria se encuentran. No por ellas mismas, sino porque reflejan esa gloria de Dios en su plena majestad.

III.La adoración ante el Trono

Pero Juan no describe a estos seres gloriosos para que nos quedemos centrados en ellos. El lugar de eso nos muestra como ellos están centrados en Dios y así devuelve nuestra atención hacia el Señor: los veinticuatro ancianos y los seres vivientes lo adoran de manera conjunta y coordinada.

Es maravilloso comprobar que el canto de los seres vivientes es el mismo que estaban entonando los serafines en Isaías 6. Isaías contempló esa visión ca. 760 d.C., mientras que Juan la tuvo ca. 90 d.C. Aunque habían pasado 850 años entre una y otra visión, el canto ante el Trono de Dios el mismo, y dice que no cesaban día y noche de entonarlo: “Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir" (v. 8).

Esta alabanza resalta la santidad Suprema de Dios, el único de quién se puede decir qué es tres veces Santo. Esto no significa que tiene una cantidad de santidad multiplicada por tres, sino que ese número es usado como un símbolo para describir perfección y plenitud. En otras palabras, el Señor es perfecta y completamente Santo.

De ninguna cosa creada se puede decir lo mismo. Aunque los ángeles son seres santos, ellos han recibido esa virtud de parte de Dios. En la Biblia también se llama 'santos' a los discípulos de Cristo en esta tierra, pero al igual que en el caso de los ángeles y demás seres celestiales, se trata de una santidad que no se origina en ellos mismos. Sólo Dios es Santo en Sí mismo y quien santifica a Sus criaturas.

Además, se le describe como Todopoderoso (heb. Shaddai), un Dios que puede hacer todo lo que esté de acuerdo con Su santa voluntad. Nada fuera de Él puede detener su mano ni impedir que cumpla sus propósitos perfectos. Es un Dios que hace todo lo que le place, y que al mismo tiempo se complace en todo lo que hace.

Se habla también de Dios como “El que es, que era y que ha de venir”. Se refiere así al Padre en 1:4. Es una expresión del “YO SOY” (Éx. 3:14), que refleja la eternidad del Señor, enfatizando que Él ha sido el mismo en el pasado, en el presente y lo será en el futuro. Pero no sólo “es”, sino que también Él ha obrado y salvado tanto ayer, como hoy y mañana. Implica también que siempre está presente con nosotros en el hoy, y a la vez, no habrá punto del futuro en el que no encontremos a Dios.

Así, siendo Todopoderoso y Eterno, Dios gobierna sobre todas las cosas, pero está exaltado más allá de todo.

Al escuchar esta alabanza de los seres vivientes, los veinticuatro ancianos responden postrándose ante el Señor en adoración. Esto nos muestra que reconocen su propia bajeza delante del Señor Altísimo, lanzando sus coronas ante Él, pues fueron rescatados del pecado y saben que no merecen la gloria por las coronas que recibieron, sino que toda honra pertenece únicamente Dios y a Su gracia.

Por eso, el apóstol afirma que Dios reveló Su justicia en Cristo: "a fin de que Él sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús. ¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida" (Ro. 3:26-27). En el cielo, nadie podrá jactarse de que llegó allí por sus méritos ni por su propia sabiduría. Nadie podrá exigir derechos delante del trono de Dios, sino que todos los redimidos tendrán que lanzar también sus coronas ante el trono de aquel Dios que los salvó en Cristo.

Además, como dijimos, la adoración en el Cielo es ordenada y coordinada. Vemos aquí una especie de liturgia celestial, en que los querubines cantan y luego los ancianos responden. En nuestros días, prevalece el pensamiento de que la adoración será más aceptable y sincera mientras sea más espontánea e informal. Sin duda, la adoración siempre debe ser genuina y sincera, pero eso no se contrapone al orden, sino que va de la mano con él. De hecho, es justamente hablando sobre el culto público que el apóstol afirma: "Dios no es Dios de confusión, sino de pazque todo se haga decentemente y con orden" (1 Co. 14:33,40).

Así es como estos veinticuatro ancianos elevan un canto como respuesta: "Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas" (v. 4). La palabra con la que inician su alabanza es clave: 'digno'. Significa que, en sí mismo, Dios merece que le honremos, pues Su gloria sobrepasa todas las cosas. No es una gloria que nosotros le entregamos, sino una que Él posee en Su Ser y que nosotros debemos reconocer y exaltar.

Una vez más, cuando habla de "la gloria y el honor y el poder" no se trata de conceptos que debemos entender cada uno por separado, sino de un todo que debemos reconocer y atribuir solamente a Dios.

En esta alabanza resalta la idea de exaltar a Dios por Su creación, mientras que en el capítulo siguiente se le exalta por su salvación. Estos dos motivos de alabanza comúnmente van juntos en la Escritura, lo que podemos apreciar fácilmente en los salmos.

Que la mentalidad secularista de nuestro tiempo no nos prive de adorar a Dios por Su obra creadora. Pide a Dios que te conceda apreciar las obras de Su creación con un corazón de adorador, y que tus ojos no sean ciegos a las maravillas que Dios ha hecho. Que en las criaturas más diminutas, así como en las inmensas puedas apreciar la sabiduría perfecta y el poder eterno del Creador, y tu corazón así eleve una alabanza continua a Dios.

IV.Nosotros ante el Dios del Trono

Ante este pasaje, debemos recordar que sus destinatarios originales fueron las siete iglesias de Asia Menor. Estos creyentes estaban sufriendo persecución en diversos grados, en varios casos hasta la muerte. Debían luchar con la tentación de ceder en cuanto a su fe, de mezclarla con las creencias paganas o simplemente renunciar a ella para no sufrir la oposición de sus vecinos ni la persecución de las autoridades.

Por ello, las cartas a las siete iglesias están rodeadas de visiones de la gloria de Dios. En el cap. 1, antes de pasar a las siete cartas, se describe una visión de la gloria de Cristo, lo que nos dice que esa gloria es el punto de partida para considerar todas las cosas: nuestro presente y nuestro porvenir.

Inmediatamente después de las cartas a las siete iglesias, el Señor nuevamente dirige nuestra mirada al cielo para que entendamos que la eternidad y soberanía del Dios que gobierna en el Cielo y en la tierra son la base para entender nuestra realidad.

Así, en primer lugar, aprendemos que el enfoque correcto para considerar el presente es la gloria venidera. Por eso también dice la Escritura: "… los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada" (Ro. 8:18).

Si piensas en tus mayores preocupaciones y afanes, en aquellas cosas que te quitan el sueño o que ocupan tus pensamientos durante el día: deudas, enfermedades, conflictos familiares, problemas laborales y los diversos dolores de la vida, además de las vergüenzas, burlas, sufrimiento y oposición que enfrentas por causa del Evangelio. ¿Qué peso tienen todas estas cosas ante el trono glorioso del Dios Todopoderoso? Las angustias y dolores se desvanecen ante la majestad del Dios que gobierna sobre todo.

Piensa: ¿Qué ocurriría si antes de enfrentarte a tus mayores preocupaciones tuvieras por un momento una visión de Dios en Su Trono? ¿Cambiaría eso tu forma de vivir el presente? Bueno, ese Trono es incluso más glorioso de lo que pudo ver Juan, ya que Él vio algo así como un destello de la gloria de Dios. Dios efectivamente está gobernando todas las cosas en Su gloria, aunque tú no lo hayas visto presencialmente todavía. Por eso, hoy debes recibir este testimonio que da la Palabra de Dios y contemplar esta verdad por fe, rogando al Señor que esto transforme tu vida presente:

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18).

Estas no son simples palabras bonitas: es la realidad que el Señor quiere que exista en nuestro día a día. Es la vida en abundancia que Cristo vino a traer por medio de Su muerte y resurrección.

En este sentido, un segundo mensaje claro para los creyentes del s. I y para nosotros, es que el mundo no es gobernado por satanás ni por los impíos, sino por aquel Dios Todopoderoso que está en su Trono.

¿Podrá alguien quitar a Dios de allí? Claro que no. Por tanto, aunque veas con frecuencia que el mal prevalece, que la injusticia parece imponerse, y que la iglesia casi naufraga, recuerda que todo lo que ocurre está bajo el gobierno soberano del Dios perfecto en sabiduría.

Por eso dice también la Escritura: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo? Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono” (Sal. 11:3-4 RV60). Esta es nuestra firme confianza, que no puede ser destruida.

En este sentido, Dios también juzgará aquellos que rechazaron su reinado y que persiguieron a Su pueblo: "y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de salvación; y esto de Dios" (Fil. 1:28).

Desde ese trono ejercerá el juicio universal y ninguno de los que haya perseverado en su rebelión podrá escapar, porque el Juez de toda la tierra ciertamente hará justicia: “nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mia es la venganza, yo pagare, dice el Señor” (Ro. 12:19). Por tanto, esta visión del Trono de Dios te debe llevar a esperar en el Señor, siendo manso y humilde, no vengativo ni rencoroso, sino encomendando toda situación en Sus justas manos.

Por último, debes llevar a una vida de adoración. El Señor es digno de toda gloria, honra y poder. Vemos a estos seres imponentes en el Cielo postrándose en adoración ante Dios. Pero no solo deben adorarlo ellos, sino también tú.

Quienes no lo están adorando en la tierra, ¿Qué pretenden hacer en el Cielo? No tendrán nada que hacer allí, pues ese lugar está centrado por completo en la gloria de Dios. Los redimidos tienen una alegría y un placer sin fin en el Cielo, pero eso es una consecuencia de que están ante la presencia de Dios, y la mayor felicidad que conocen es adorar continuamente al Señor Todopoderoso.

Por eso dice la Escritura: “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. 24 Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad” (Jn. 4:23-24).

Ciertamente, esta visión del trono de Dios debe guiar nuestra adoración congregacional. Es triste que muchas iglesias se han centrado en las preferencias de las personas, queriendo darles en el gusto y entretenerlos para que sigan asistiendo. Sin embargo, la verdadera adoración siempre se centra en la gloria de Dios y se realiza conforme a lo que Él ha ordenado en Su Palabra.

Dios es Dios. Es Él quien determina cómo debemos acercarnos ante Su presencia en adoración. Es un insulto a Su majestad y una insolencia inaceptable pretender que podemos honrarlo como a nosotros se nos antoje. Eso es levantarnos a nosotros mismos como dioses.

Pero no debemos quedarnos en lo congregacional. Esta visión debe transformar nuestra adoración familiar. El Señor es digno de ser adorado en nuestros hogares, en el día a día. Nuestros hijos deben aprender a dar gloria al único digno de ser honrado. Pero no debemos tener adoración familiar sólo para que nuestros hijos aprendan esto, sino precisamente porque el Señor es digno de adoración.

Y también debe impactar tu adoración personal. Tus oraciones no deben ser ligeras ni frías. Tu tiempo devocional no debe ser escaso ni lánguido. Este pasaje te recuerda quién es Dios y con qué disposición debes venir ante Su presencia. Si los veinticuatro ancianos y los seres vivientes mostraron esta reverencia y esta adoración, tú no estás menos obligado que ellos a honrar al Señor Todopoderoso.

¿Cuándo fue la última vez que quedaste en silencio, maravillado al leer la Escritura o ante la palabra exhortada desde el púlpito? ¿Cuándo fue la última vez que debiste estallar en alabanza, porque no aguantabas retener las palabras de adoración en tu pecho ante la grandeza de Dios? ¿Cuándo fue la última vez que viste tu profunda miseria delante de la santidad de Dios, y luego sentiste el gozo de saberte perdonado en Cristo? ¿Lees las Escrituras diariamente, con hambre y sed de Dios, con el deseo vivo de encontrarte con Él? ¿Estás buscando a Dios en oración con diligencia, aun cuando estás cansado, los afanes te ahogan y las ganas no te acompañan, porque Él es digno de tu entrega y porque lo necesitas desesperadamente?

¡Y esto es lo que nos falta hoy! ¡Los creyentes no están entregados a la búsqueda de conocer a Dios, de ver Su gloria por la fe, no tienen hambre y sed de Dios porque están llenos de las cosas de este mundo! Se han llenado los estómagos espirituales de chatarra, cuando podrían ser saciados con los banquetes celestiales. No tienen porque no piden, están raquíticos espiritualmente porque no llaman a la puerta, no están buscando.

Y cuando olvidamos la gloria de Dios, acto seguido levantamos becerros de oro. Claramente, entre los incrédulos no hay devoción a Dios, pero ¡qué triste!, en medio de la iglesia sí encontramos a personas mundanas, con su vista puesta en la tierra, con su esperanza en las cosas de este mundo, adorando con sus bienes, su tiempo y sus fuerzas a dioses falsos como la comodidad, el bienestar económico, su propia reputación y sus propias casas, mientras que la casa del Señor está desierta (ver Hageo).

Necesitamos arrepentirnos, reenfocarnos. Pero en todo esto recuerda: Dios es digno de ser temido, pero no huyas 'de' Él, sino que huye 'hacia' Él. Es Él mismo quien te invita, pero ¿Cómo podríamos acceder ante este Trono glorioso y temible, de un Dios perfecto en santidad, siendo nosotros pecadores?

La Escritura nos dice que Cristo es el único camino (Jn. 14:6), y se trata de un “camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros por medio del velo, es decir, su carne” (He. 10:20). Es decir, es únicamente por medio de Cristo y en virtud de Su obra de salvación, que podemos acercarnos a este Dios de gloria. Nota que este Trono que hemos considerado hoy, es llamado "el Trono de la gracia", únicamente por esta obra de Jesucristo, nuestro Salvador:

Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He. 4:15-16).

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