Lámed: Sostenido por la Palabra (Salmo 119:89-96)
Serie: Salmo 119 - Refugiados en su Palabra
Domingo 12 de noviembre de 2023
Introducción
El día de hoy continuaremos meditando en torno al Salmo 119, con la serie titulada “Refugiados en su Palabra”. Como ya hemos visto anteriormente, el Salmo 119 posee 22 secciones; una por cada letra del alfabeto hebreo, y hoy estaremos revisando la duodécima sección que corresponde a la letra Lámed.
Hoy nos detendremos en los versículos del 89 al 96 y estaremos revisando cómo es que la eterna Palabra de Dios nos sostiene en medio de la aflicción. Y vamos a recorrer estos versículos a través de 3 enunciados: La Palabra de Dios permanece para siempre, La Palabra de Dios nos sostiene en la aflicción y La Palabra de Dios es el refugio más seguro.
Es una realidad que nos encontramos rodeados de información. Probablemente somos la generación en la historia de la humanidad que tiene la mayor cantidad de información disponible a solo un par de clics de distancia. Y también, con toda esta información, nos encontramos llenos de expertos en diferentes temas: por una parte, hay expertos muy preparados en temas muy importantes, pero por otra parte también estamos rodeados de auto declarados expertos o gurús en cualquier tema que se nos ocurra.
En las redes sociales y la televisión estamos rodeados de personajes que se transforman en referentes de opinión, gente que pareciera que sabe mucho acerca de lo que dice; tan así que pareciera obvio que si queremos tomar buenas decisiones tenemos que seguir al pie de la letra todos sus consejos. Muchos de estos llamados influencers se transforman en ejemplos de cómo debemos empezar a pensar y a vivir nuestras vidas para ser un poco como ellos. Estamos llenos de estos referentes, y estos referentes están rodeados se seguidores que buscan replicar su filosofía de vida y sus costumbres. Su cosmovisión se transforma en una opinión de peso o incluso en una verdad absoluta.
Por otra parte, no solo tendemos a levantar a otros como referentes de la verdad, sino que quizás más frecuentemente nos convertimos nuestra propia opinión en el veredicto definitivo ante cualquier situación: “Si yo sospecho que algo es de una manera, no solo es una sospecha, sino que debe ser exactamente como yo pienso que son las cosas”. Yo mismo soy la vara con la que mido todas las cosas.
Quizás en los últimos siglos, ha surgido un pensamiento que es todavía más peligroso, y es declarar que “la verdad es algo relativo”. La verdad es lo más parecido a la opinión personal: “yo tengo mi verdad y tú tienes tu propia verdad”. En este mundo no existen verdades absolutas, por lo que si tú no estás de acuerdo en cómo yo hago las cosas, el problema eres tú, no yo. Surgen frases como: “quienes son los demás para juzgar”, “si a ti te hace bien, tú sabes mejor que nadie lo que necesitas”. Todo esto suena muy compasivo, humano y presenta cierta apariencia de piedad.
Frente a todos estos planteamientos el salmista declara: “Para siempre, Señor, tu Palabra está firme en los cielos”. Y es que todas estas formas de pensar no son más que un eco de Génesis 3, cuando la serpiente tienda a Adán y Eva, comienza su diabólico argumento diciendo “¿Conque Dios les ha dicho…?” (Génesis 3:1). “¿Será tan así como Dios lo dijo? Es que Dios es muy exagerado… lo que Dios dijo no lo dijo tan así…”.
Todo esto se reduce a definir a quién le creemos. Y pareciera obvio que cualquier cristiano siempre diría que primero le cree a Dios por sobre todas las cosas, pero esto no siempre es así. Cuanto en nuestro día a día llega el momento de definir en base a qué tomo mis decisiones empiezan rápidamente a surgir excusas: “Es que la Biblia no habla sobre esto”, “Es que conozco a alguien que lo hizo de otra forma y le funcionó”, o “¿Y cómo cuando lo hice de esta forma me fue bien?”. El ignorar lo que dice la Palabra de Dios tampoco es un permiso para desobedecer.
Debemos ser conscientes que nos encontramos en un campo de batalla en donde nos vemos cada día tentados a menospreciar el consejo del Señor, pero Dios ha establecido su Palabra sobre los cielos. Poéticamente, el salmista presenta la Palabra de Dios como una especie de lienzo o bandera que flamea sobre los cielos, y que nada de lo que podamos hacer aquí podrá alterar lo que Dios ha establecido, ni tampoco moverá ni un milímetro una promesa de Dios. Ya lo dijo el profeta Isaías: “Sécase la hierba, marchítase la flor, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” (Is. 40:8).
Esta declaración de que la Palabra de Dios permanece para siempre es apoyada por dos testigos.
La palabra “fidelidad” que es empleada acá tiene un significa mucho más amplio al uso que generalmente le damos. Generalmente entendemos la “fidelidad de Dios” como esa misericordia y paciencia que Dios tiene con nosotros, pero a lo que se está refiriendo el salmista apunta a la “confiabilidad de Dios” o “verdad de Dios”, es decir, lo que Dios ha establecido y declarado es totalmente seguro para todas las generaciones.
Lo que Dios ha hablado a través de su Palabra es siempre verdadero y digno de la más absoluta confianza y cualquier decisión que no considera que esto es así va a finalizar en la ruina.
Si al momento tomar decisiones nuestras decisiones no están sujetas a la Palabra de Dios, el propio resultado de nuestra necia decisión terminará dando testimonio de que la verdad que hemos recibido de Dios es la única verdad verdaderamente confiable.
Proverbios 19:3 dice “La gente arruina su vida por su propia necedad, y después se enoja con el SEÑOR”, y el profeta Jeremías escribió “Más engañoso que todo es el corazón, Y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?” (Jeremías 17:9). Y es que no importa si sentimos con nuestro corazón que estamos haciendo lo correcto, sino que lo que importa es que lo que hacemos esté sujeto a la verdad establecida por Dios: Solo la Palabra de Dios permanece inalterable. Tal como lo dijo el apóstol Pablo, si debemos poner en una balanza en una parte el consejo de Dios y en otra parte la más sabia reflexión de cualquier hombre: “Sea hallado Dios veraz, aunque todo hombre sea hallado mentiroso” (Romanos 3:4). Así, en todas las generaciones, para bien o para mal, terminamos siendo testigos de que Dios cumplirá lo que ha dicho y lo que ha prometido, de la forma exacta en como lo ha dicho.
No solo la humanidad es un testigo directo de que la Palabra de Dios ha permanecido hasta ahora, sino que el salmista también presenta a la misma creación como un testimonio de que la Palabra de Dios es confiable porque cada cosa que ha sido establecida por la Palabra todavía permanece tal como Dios lo determinó. En Génesis 1 vemos que “Dios creó los cielos y la tierra”, y ha sido Dios quien estableció cuáles serían las leyes y principios físicos que aplicarían sobre su creación; es Dios quien estableció el movimiento de los astros y de los detalles más pequeños que hay sobre la tierra.
En nuestro mismo lenguaje entendemos a la tierra como algo estable. En nuestro lenguaje hablamos de que es bueno tener un “cable a tierra”, o “poner los pies sobre la tierra” y ser “aterrizado”, porque para nosotros la tierra misma es algo que consideramos estable, y esta tierra permanece ahí porque Dios fue quien lo estableció así. Por esto, el salmista concluye esta declaración de confianza en la verdad que Dios ha establecido diciendo en el versículo 91: “Por Tus ordenanzas permanecen hasta hoy, pues todas las cosas te sirven”. Es decir, toda nuestra realidad y los principios que gobiernan todas nuestras interacciones son como son porque Dios mismo estableció que así fueran. Y esto mismo no da un motivo para descansar y confiar en que la Palabra de Dios es absolutamente confiable, porque Dios al momento de presentarnos su Palabra no está observando la realidad y sacando conclusiones, sino que Dios dice como son las cosas por es Él mismo como determinó que fueran las cosas.
La verdad de Dios es absolutamente confiable, y si no estamos viendo lo que Dios dice que es, el problema no es Dios, sino que somos nosotros los que estamos quedando ciegos.
Notemos como el salmista comienza a auto examinar su vida y reflexiona sobre su propio caminar. Su conclusión del salmista es que no basta solo con tener la doctrina correcta para una vida bienaventurada. Santiago 2:19 dice: “Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen, y tiemblan”. El cristianismo no se trata de saber recitar de memoria todas las preguntas de un catecismo o aprenderse de memoria el nombre y los versículos de cada doctrina.
Si tu caso es que anteriormente participaste de congregaciones llamadas “cristiana” que poco tenían de la fe bíblica y hoy conoces la enseñanza reformada, probablemente algo que te ha sorprendido es la centralidad de la Palabra en todo lo que hacemos como congregación: cada domingo nos acercamos maravillados a hermosas doctrinas, a principios bíblicos certeros, pero hermano, no es suficiente con que solo creas superficialmente estas enseñanzas. Es necesario vivir la doctrina que aprendes.
No quisiera que nadie de aquí malentendiera esto: es fundamental para todo cristiano conocer su Biblia, porque es a través de este estudio que está conociendo más sobre quién es Dios; pero es igual de importante vivir lo que aprendemos, organizando nuestra vida y sujetando nuestras emociones y decisiones al consejo de Dios. El estudiar la Palabra y el vivir la Palabra son dos alas de un mismo avión: en ningún caso podríamos esperar estar seguros con solo un ala.
Jeremías 15:16 dice: “Cuando se presentaban Tus palabras, yo las comía; Tus palabras eran para mí el gozo y la alegría de mi corazón”. Hermanos, podemos experimentar mucha alegría cuando se traza correctamente la Palabra de Dios y aprendemos nuevas enseñanzas; puede ser muy interesante ser exactos con los significados de las palabras en griego y en hebreo, pero es imposible que esto traiga verdadero gozo a nuestro corazón si la Palabra de Dios no es nuestro deleite, si no estamos alimentándonos y “comiendo las Palabras de Dios”.
Quisiera también que notáramos el detalle del lenguaje con el cual se expresa esto: “Si tu Ley no hubiera sido mi deleite” (v.92a). Y aquí el salmista se está dirigiendo a su pasado, recordando situaciones que vinieron a su vida. Leamos Mateo 7:24-27. Nuestro Señor Jesucristo en estos pasajes presenta una comparación entre dos hombres: uno sabio y otro insensato, y hay algo que tienen en común estos dos edificadores: ambos vieron enfrentada su casa a la lluvia, a los torrentes, a los fuertes vientos y especialmente a la amenaza de perderlo todo.
Con esto quisiera llamar especialmente la atención de los niños y jóvenes que están escuchando: yo no sé cuántas y que tan profundas son las dificultades que has enfrentado hasta ahora, pero te aseguro que les aseguro que los años traerán nuevas dificultades, situaciones complejas, decisiones difíciles, en el lenguaje de Mateo 7 vendrán grandes “tormentas”; pero es hoy el momento en el que deben decidir cuál será la base que usarán para construir sus casas, desde ya tendrán que empezar a tomar decisiones sobre qué principios tomarán para edificar sus vidas.
El salmista fue afligido, vinieron estas tormentas a su vida (92b. “habría perecido en mi aflicción”.), pero porque él estaba viviendo una vida centrada en la Palabra, estaba meditando en las Escrituras y encontrando constantemente descanso en ellas el no pereció. Los pilares de su vida tambalearon, pero él encontró descanso y certeza en el cimiento más seguro: el consejo de Dios.
Este “perecer” que describe el salmista es una palabra muy amplia. Por ejemplo, en el Salmo 119:176 el autor dice “Me he descarriado como oveja perdida”, y en 2 Reyes 11:1 nos habla de que “Atalía (…) se levantó y exterminó a toda la descendencia real”. No sabemos con certeza a qué tipo de aflicción se enfrentó el salmista. Ya sea que el salmista estuviera recordando su aflicción como el peligro de ser exterminado, o la posibilidad de extraviarse en su dolor y caer en una profunda depresión sin ninguna esperanza, la respuesta es la misma: el mantener su corazón expuesto a la Palabra de Dios le trajo esperanza y vida. La Palabra de Dios es suficiente para mantener nuestros pies firmes cuando nuestro mundo se remece.
Otra forma de leer este versículo sería “Porque estaba deleitándome en tu Palabra, no resulté extraviado cuando me enfrenté a la aflicción”.
Para él no hay duda que la Palabra de Dios trajo consuelo y fortaleza, y por eso asume el compromiso de mantenerse en constante meditación. Hermano, tú eres tu propio testigo de las tormentas que enfrentaste en el pasado, y de cómo las aflicciones te golpearon, y no tenías ninguna salida y esperanza posible; pero en esa circunstancia clamaste al Señor y esperaste en sus promesas, ahí tus fuerzas fueron renovadas y tu corazón encontró paz.
En el Salmo 5:3, David se compromete diciendo: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”. Es necesario esforzarnos en la gracia que nos ha sido dada, estableciendo disciplinas espirituales que nos permitirán tener herramientas a las cuales echar mano en los días malos.
Así como bebemos agua y comemos diariamente para sustentar nuestro cuerpo, así también no debemos dejar al azar el alimento y la bebida espiritual: la Palabra de Dios. Sino que debemos anhelar esos momentos de intimidad con Dios, porque también ahí es cuando Dios nos enseña de su consejo.
Algo que tienen en común gran parte de las letras o secciones del Salmo 119 es que finalizan presentando la oposición que enfrenta el salmista: “Sálvame”, “Los impíos me esperan para destruirme”. Recapitulando, recordemos que primero, el salmista reconoció que la Palabra de Dios era verdadera y digna de confianza, y segundo, él también reconoció que esa Palabra fue la que lo sostuvo cuando fue afligido. Ahora, el salmista finaliza esta sección haciendo una especie de resumen y conclusión sobre el camino que le espera en este mundo.
Jesús, nuestro Señor, nos advirtió en Juan 16:33: “En el mundo tendréis aflicción” (RV60), 2 Timoteo 3:12 vemos que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución/oposición” (RV60). En nuestra vida, Dios ha permitido soberanamente nuestra aflicción. Como hemos visto en otras predicaciones del Salmo 119, el Dios que gobierna todas las circunstancias ha considerado que la aflicción es la mejor universidad por la que podemos pasar.
Los Salmos son increíblemente valiosos porque no solo nos presentan doctrinas y mandamientos, sino que también son muy útiles para enseñarnos cómo funcionan nuestras emociones y cómo podemos dirigir nuestro corazón al Señor en nuestros montes (cuando sentimos gozo), y también en nuestros valles (cuando la tristeza y la aflicción nos invade).
En el Salmo 103, vemos que David se anima a sí mismo a reconocer la obra de Dios en su vida. Pareciera que David se dice a sí mismo ¿no tienes ganas o ánimo de bendecir el nombre del Señor? “Bendice, alma mía, al Señor, Y bendiga todo mi ser Su santo nombre”. (Salmo 103:1). ¿Qué motivación tengo para bendecir al Señor? Porque “Él es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de bondad y compasión; El que colma de bienes tus años, Para que tu juventud se renueve como el águila.”.
Creo que en el Salmo 119 ocurre esto mismo. Notemos que en el versículo 92 el salmista está recordando cómo la Palabra de Dios le sostuvo en la aflicción, pero en el versículo 95 deja de recordar y está mirando el ahora. Está describiendo una gran ola que está a punto de golpearlo (“Los impíos me esperan para destruirme”). El versículo 92 no está ahí por casualidad, sino que el autor trajo a su corazón ese recuerdo de cómo fue sostenido por el Señor en el pasado porque Él quiere recordarse a sí mismo que la misma Palabra que afirmo su corazón y le consoló en el pasado es la que hoy continúa siendo su deleite. Esta es una lección que debe ser valiosa para nosotros sobre cómo encontrar descanso en la aflicción.
Cuando nos enfrentamos al peligro y las tormentas de este siglo empiezan a ocupar nuestra mente, podemos encontrar tantos motivos por los cuales perder la paz. Nos enfrentamos a la oposición de los no creyentes. Tenemos tantas preocupaciones, tantas cosas que se salen de nuestro control. Hay tanto trabajo que deberíamos estar haciendo, tantas cosas que no hicimos.
Hermano ¿Te has sentido así? Débil, incapaz de llevar todo el peso que se espera que lleves sobre tus hombros. Quizás especialmente para los hombres, tenemos grandes responsabilidades de liderazgo espiritual y económico sobre nuestras familias. Hermanas, quizás tienes tantas cosas que ves que podrías hacer mejor, podrías ser una cristiana más piadosa, podrías ser una mejor esposa, podrías ser una mejor madre, o quizás hay tristeza porque todavía no has podido ser madre.
La aflicción para los cristianos es una realidad, y esa oposición puede tomar tantas formas diferentes: desánimo, persecución, tratos injustos por hacer el bien, soledad, e incluso el rechazo de toda una sociedad, pero junto con el salmista debemos dirigir nuestra mirada a que: “v89. Para siempre, oh SEÑOR, Tu palabra está firme en los cielos” y “v92. Si Tu Palabra no hubiera sido mi deleite, Entonces habría sido consumido en mi aflicción”.
No nos equivoquemos siguiendo el ejemplo de los incrédulos: Cuando enfrentamos el desánimo o cualquier otra forma de aflicción no necesitamos una maratón de nuestra serie favorita, no necesitamos distraer nuestra mente, regalonearnos comprándonos lo que “nos merecemos”, pasar tiempo riendo con los amigos o dedicando tiempo a nuestro hobby favorito, y no lo digo como si estas cosas fueran malas. Pero seamos conscientes que estos son los únicos consejos que nos puede dar este mundo caído para silenciar el dolor. Pero los que hemos creído en el Señor tenemos la verdad verdadera de la Palabra y esta Palabra viva y eficaz es suficiente para sostenernos cuando somos atormentados.
Quizás el lenguaje que utiliza este versículo puede sonar un poco confuso pero algunos eruditos creen que podríamos parafrasearlo como algo así: “He conocido en este mundo muchas perfecciones o cosas que alcanzan una gran altura, pero estas cosas que se ven espectaculares terminan descendiendo de su altura, PERO tu Palabra, tu mandamiento permanece en la altura para siempre”.
Leamos Efesios 2:12-13. Seamos conscientes que nuestros ojos han sido abiertos a la verdad del glorioso Evangelio, que ahora hemos sido acercados a Dios y hechos ciudadanos del reino de los cielos. Como dice 2 Corintios 1:20, las promesas de Dios no les pertenecen a otros, sino que en Cristo todas esas promesas son un ¡Sí! de Dios. Hermanos, no seamos necios cambiando los tesoros de la Palabra de Dios, por el consuelo vacío que busca ofrecer este mundo.
Nuestra salvación viene del Señor. David en el Salmo 62:1-2 declara: “En Dios solamente espera en silencio mi alma; De Él viene mi salvación. Solo Él es mi roca y mi salvación, Mi baluarte, nunca seré sacudido”.
Cuando somos llamados a confiar en la Palabra de Dios y a encontrar consuelo en ella, es un llamado a esperar esa salvación que viene del cielo, y en Juan 1:14 vemos que Cristo es el Verbo (el Logos), Él es la Palabra que no solo permanece en los cielos, sino que descendió del cielo, se hizo carne y habitó entre nosotros.
Cuando vemos que nuestra fe es débil, podemos correr a los pies de Cristo, porque es Él quien nos sostiene. Cuando la tormenta se hace grande, cuando la tentación es poderosa, o cuando el desánimo se apodera de nosotros si tenemos un lugar en donde refugiarnos, no como los incrédulos. Tenemos una esperanza segura en que seremos sostenidos hasta el fin. Es el Espíritu Santo quien nos dice: “Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” (Filipenses 1:6).
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito: «Por causa Tuya somos puestos a muerte todo el día; Somos considerados como ovejas para el matadero». Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”.
Romanos 8:35-39
En la aflicción ¿nos dejará el Señor a nuestra suerte?
“El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas?”.
Romanos 8:32
Amén.