Lecciones de Gracia en la Parábola del hijo pródigo (Lc.15:11-32)

La parábola del hijo pródigo debe ser una de las parábolas más conocidas. El famoso pintor y grabador de países bajos, Rembrandt, realizo varias obras religiosas durante el siglo XVII, entre ellas se destaca una sobre la parábola que acabamos de leer, titulada: “El regreso del hijo pródigo”. Confeccionó esta pintura estando viejo, solo, arruinado y próximo a su muerte. De ahí, que su pintura transmita una sensación de tragedia elevada a un símbolo de significado universal, donde buscaba representar la misericordia de Dios sobre la humanidad. En la pintura se ve al padre abrazando al hijo y a la derecha está el hijo mayor vistiendo de manera lujosa. Una de las cosas que Rembrandt hace con este cuadro es preguntarse a sí mismo: ¿Quién soy? ¿El hijo menor o el mayor? Y esa es la pregunta que hoy el texto te hace ¿Quién eres tú en esta parábola?

Cristo presenta esta narración en presencia de publicanos y pecadores (v.1). Los primeros eran odiados por el pueblo, cobraban el impuesto romano y colocaban cargas económicas esclavizantes sobre sus compatriotas. Había pecadores como prostitutas y vividores. Lo peor de la ciudad estaba ahí. Pero también estaban los fariseos, quienes murmuran contra el Señor “porque él recibía y comía con los pecadores” (v.2). En medio Oriente esto era una señal de apoyo, de familiaridad. A Cristo le importaban este tipo de personas y eso era un escándalo para los fariseos. Bajo esta diversa audiencia el Señor narra tres parábolas. En cada parábola observamos que algo se pierde, en la primera una oveja, en la segunda una moneda, pero en la tercera un hijo decide perderse”.

1.Viaje a un país lejano (vv.11-17)

En el v.11 leemos que un hombre tenía dos hijos. Este padre, como en muchas parábolas representa a Dios, los hijos simbolizan a dos tipos de pecadores, los que viven perdidos en pecados públicamente condenables y aquellos que viven perdidamente en el pecado de la autojusticia. El menor de ellos pide el tercio de su herencia (Dt.21:17) y el padreles repartió sus bienes” (v.12). A ambos les dio su parte. ¿Cuándo se entrega una herencia? Cuando el dueño de los bienes fallece. Esta petición es un golpe al corazón del padre, nos muestra lo que el hijo piensa sobre él: “No te necesito, dame lo que me pertenece y muérete”. Su grosera exigencia muestra todo su menosprecio a la bondad, misericordia y paciencia con que el padre le ha favorecido durante toda su vida. Quiere verle muerto; sin saber, que está pavimentando su propia autodestrucción. Sorprendentemente, el padre, accede a esta petición. A los oídos de la audiencia estas primeras frases de la parábola son un escándalo vergonzoso, pues en oriente el honor es un alto concepto. El deseo del hijo es un acto de vergüenza y deshonra total para la familia.

No muchos días después, el hijo mejor, junto todo y partió a un país lejano” (v.13). El anhelo del hijo menor no era “independizarse” viviendo cerca de la casa del padre, quería divorciarse de su padre, de su familia y de su nación. No realiza despedidas, ni ceremonias de agradecimiento. Rápidamente abandona la casa que le cobijo durante tantos años. Quiere ejercer lo más pronto posible su “supuesta” nueva libertad sin la supervisión y autoridad del padre. El texto dice que “junto todo” ¿Qué quiere decir esto? En aquella época las herencias no consistían en dinero, sino en posesiones y tierra. El hijo durante esos días puso en venta la tierra que durante años su familia cultivó. Esto contradecía toda la instrucción dada por Moisés en la ley. La tierra no se vendería (Lev.25:23-25) a menos que hubiese necesidad, pero este no era el caso. La tierra representaba la herencia que Jehová había dado a su pueblo. Al ver sus terrenos ellos debían recordar el pacto y recordar que su porción era Dios (Sal.16:5-6). Dada la prontitud con que el hijo requería el dinero, es muy probable que haya devaluado el valor de la tierra para salir pronto de casa: “partió a un país lejano, y allí malgasto su hacienda viviendo perdidamente” (v.13). Cabe preguntarse, ¿Por qué el padre no retuvo al hijo? Pero la pregunta es al revés, ¿Por qué el hijo decide abandonar al padre? Is.53:6 dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino”. La carga de la culpa está sobre nosotros, no sobre el Dios Creador. Nosotros buscamos nuestra propia bancarrota. El padre dejó caer a su hijo en sus propios deseos, en las concupiscencias de su engañoso y entenebrecido corazón (Rom.1:18-25). No hay peor juicio que vivir en nuestros propios términos. No es preciso ir a un país lejano y vivir disolutamente para perderse. Si vives fuera de la voluntad de Dios, ya vives en el país de la condenación.

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En una provincia lejana, el hijo menor disipa los bienes que se le habían dado. ¿Cómo se desperdicia una fortuna? Despilfarrando, haciendo que el costo de los bienes no sea el original, sino un valor mucho menor. En el v.30 el hijo mayor revela que este hijo gasto la herencia del padre en rameras y “el que frecuenta rameras perderá los bienes” (Pro.29:3). Cada céntimo fue derrochado, no hay ahorros y para colmo de males sobrevino una gran hambre y comenzó a faltarle, como dice Prov. 13:25 “el vientre de los impíos tendrá necesidad”. El hijo sufre las consecuencias de su pecado: “por no servir a su padre con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas… recibió hambre, sed y desnudez” (Dt. 28:47-48). Devaluó los bienes de su padre, pero el pecado lo devaluó a él. El pecado es empobrecedor. Todo el placer que ofrece es temporal, nos deforma y denigra.

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Para sobrevivir el hijo menor se arrima a uno de los ciudadanos. En el original dice que se “apego” a él como un molusco se pega a una piedra. Cuando nos desapegamos de Dios siempre terminamos en los comederos de cerdos en esta vida o en la otra. El hijo menor nuevamente está en una hacienda, pero ahora no es el hijo del dueño, ni siquiera es un criado. Se le asigna la humillante labor de apacentar cerdos. En aquel tiempo existía un proverbio dicho por los rabinos: “Maldito aquel que apacienta cerdos”. Era una labor que no existía en el pueblo de Israel, porque los cerdos eran considerados animales inmundos (Lv.11:7-12). Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que los cerdos consumían, un alimento que ni siquiera era nutritivo para el ganado, sólo las personas de extrema pobreza lo consumían, pero él no podía acceder a ellas. Estaba a cargo de cuidar de los cerdos, pero no se le permitía alimentarlos. No contaba con la confianza de sus empleadores. Había nulas posibilidades de ascenso, no manejaba bienes de ningún tipo, estaba en el último escalafón de los trabajadores. Su posición como ser humano se redujo a ser considerado de menor valor que los propios cerdos. El pecado nos esclaviza y deshumaniza. Había un dicho en esta época: “Cuando los Israelitas necesiten de las algarrobas volverán (a Dios)”. Y eso es justamente lo que sucede. Al ver su deplorable condición vuelve en sí, sus ojos son abiertos, su conciencia es removida y vuelve a ver la realidad (v.17).

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2.De regreso a casa (vv.18-24)

El hijo hundido en el lodo pecaminoso, se dice a sí mismo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! En un país lejano, apacentando cerdos el hijo menor al fin aprecia la bondad de su padre (aún lo considera su padre). Aún, los trabajadores que estaban en el último escalafón tenían abundancia. Esa bondad y misericordia empiezan a guiar al hijo menor a un verdadero y profundo arrepentimiento (Rom.2:4). El hambre fue la bendita desgracia que lo llevó a reconocer su condición. ¡Qué terrible hubiera sido que el hijo menor hubiera triunfado en este país lejano! No es que la gracia no tenga el poder de convertir a un pecador exitoso, pero sin duda, el éxito según este mundo, es una resistencia a la gracia.

Su vuelta a casa inicia y dice: Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (v.18). En este “ensayo” de arrepentimiento el hijo hace una lectura correcta de su condición. Reconoce que ha pecado contra Dios y contra su padre, admite que todo pecado principalmente es una ofensa infinita contra un Dios Santo. Había salido rápidamente de la casa del Padre, pero ahora la decisión de volver es instantánea, no espero a que las cosas fueran mejor, y es que fuera de la casa del padre nada puede mejorar. Como dice Spurgeon: “nosotros no necesitamos ni permiso ni licencia para renunciar al servicio del pecado”. El verdadero arrepentimiento no espera una tregua con el pecado, sino que rompe toda alianza con el y la muerte, escapando hacia Jesús, el único refugio.

El hijo menor añade esto a su ensayo de confesión: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (v.19). El hijo menor planea volver, pero no en calidad de hijo sino de jornalero. Piensa que trabajando duro podrá restituir una cantidad inmensa de dinero, la cual provenía de décadas de esfuerzo, pero un jornalero ganaba diariamente un denario, ese pago equivalía a la comida de un día. Quería restituir lo perdido, en alguna medida quería ganarse el perdón del padre, pero era imposible que por medio de ese trabajo pudiera pagar magna deuda. No podemos salpicar el perfume de las buenas obras sobre la pocilga de nuestro pecado. El verdadero arrepentimiento jamás negocia con Dios, sino que anhela el perdón enfrentando, incluso, las trágicas consecuencias del pecado, porque el amor de Dios vale más que nuestro sufrimiento. Esta parábola nos muestra lo paradójica que es nuestra relación con Dios, pues él es a quien más hemos ofendido, pero es el único a quien podemos acudir en busca de perdón.

El hijo fue a su padre y el v.20 dice: Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre (vigilante), y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. No habría sido extraño que el hijo a su llegada, fuera lapidado por rebelde, glotón y borracho o fuese puesto a prueba (Dt.21:18). En esa cultura y aún en la nuestra, el padre abandonado sería el último en ver al hijo, pero en este caso él es quien corre para ser el primero en ver a su hijo (1 Jn.4:19). La imagen de un padre envejecido corriendo hacia su hijo rebelde es del todo escandalosa para la audiencia. Eso no lo hacen los ancianos, el padre estuvo dispuesto a descubrir sus tobillos, levantar su túnica, señal de honor en oriente, para encontrarse con el hijo que le quería muerto. Su hijo le deshonró y le avergonzó, pero él está dispuesto a poner la vergüenza del pecado de su hijo sobre sí con tal que sea restaurado. El carácter emocional de este padre es el que Cristo desarrollo durante su ministerio: fue movido a misericordia(Mt. 20:34; Mr.1:41; Jn.11:38). Él siempre está más dispuesto a perdonar que nosotros a pedir perdón. Nosotros nos acercamos trazando miserables pulgadas hacia el buen pastor, sin embargo, sus zancadas son mucho mayor que las nuestras, fuertes, firmes y rápidas. Nuestros pecados nos alejan de él, pero Su preciosa gracia cubre cualquier distancia.

Lo que hizo este padre misericordioso fue lo que Cristo hizo por nosotros: por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando la vergüenza (Heb.12:2). Se despojó a sí mismo dejando aquella Gloria que tenía junto al Padre (Fil.2:7), vino a este mundo de cerdos y algarrobas para sufrir la Cruz, no se enfocó en la vergüenza de la maldición del Calvario, sino en el gozo de ser nuestro Salvador y de hacernos felices en él. Murió la muerte que debíamos padecer, satisfaciendo la ofrenda por nuestros pecados, resucitó, y volvió a aquella Gloria junto al Padre, pero ahora llevando a esa Gloria a muchos hermanos (Heb.2:10).

Al llegar al hijo el padre se echa sobre su cuello, y en el original dice que le besa efusivamente, no le importa el olor o los andrajosos vestidos, su hijo ha regresado. Éste inicia el discurso ensayado: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre…”. (vv. 21-22). El hijo no puede terminar su discurso porque es interrumpido por el padre, lo podemos ver en la inflexión del texto, surge un bendito pero (v.22). No era preciso que el hijo se transforme en jornalero, el padre le restaura por gracia, cubre la deuda. El hijo es completamente aceptado y amado nuevamente. Eso es mero cristianismo,

El padre manda a sacar los regalos de gracia, el mejor vestido, no cualquiera, él de más honor, usualmente era una túnica larga. Recibe el anillo de autoridad, que servía para certificar documentos y se le da calzado, porque sólo los siervos estaban descalzos en las haciendas y él es hijo. El padre hace fiesta, hace matar el becerro gordo, un becerro alimentado específicamente para celebraciones especiales, invita a todos a comer y hacer fiesta porque su hijo estaba muerto y ha revivido, el hijo que había decidido perderse ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse (v.24).

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3.El otro hijo perdido (vv.25-32)

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La escena cambia de foco. El hijo mayor, después de su día laboral se acerca a casa y escucha la música, los gritos de júbilo y las danzas. Pregunta a un criado que está sucediendo y éste le responde: “Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Ante esto el hijo mayor se enojó y no quería entrar (vv.27 - 28). Notemos que no recibe toda la información sobre el reencuentro, la reconciliación, la maratónica carrera del padre, ni del beso, el abrazo, la túnica, el anillo ni el calzado, basto que le hablaran del becerro gordo para que se enojara. No le interesaba saber cómo estaba su hermano o cómo estaba su padre, la ira tomó el dominio de su corazón. Si el carácter emocional de Cristo fue ser “movido a misericordia”, el carácter emocional de los fariseos fue del hermano mayor. Cada vez que Cristo hizo un acto de misericordia, sanando enfermos, salvando pecadores y predicando las buenas nuevas los fariseos reaccionaban con enojo y cuestionamientos. Ellos son los hijos “superobedientes” de esta parábola, pero su “supuesta obediencia” era una resistencia a la gracia del evangelio.

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Ante la petición del padre el hijo mayor no quiso entrar (v.28). Todos los invitados notaron como el dueño de casa salió a buscar al hijo mayor para que entrara, pero este lo avergüenza con su orgullosa negativa. Al igual que con el hijo menor, el padre tiene misericordia de este hijo y le ruega entrar, extiende su mano a su hijo rebelde (Is. 65:2). Pero éste a diferencia del menor no avanzo ni un solo milímetro hacia el padre, sino que le da la espalda. Aquí no hay una corrida de reconciliación, porque no hay arrepentimiento. Insolentemente el hijo le responde: Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos; pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro engordado (vv.29-30). Este hijo sólo está interesado en manifestar efusivamente su protesta ante la supuesta mala administración que su padre tiene sobre los bienes, sus ojos están puestos en cómo malgastan el becerro gordo en una fiesta sin sentido ni motivo. Para él su padre es un despilfarrador, como su hermano menor y lo acusa de favoritismo. Se concibe a sí mismo como un siervo poco reconocido no como hijo, de hecho en sus propias palabras se percibe el divorcio que manifiesta en su corazón con respecto a su padre y hermano cuando le dice “este hijo tuyo”.

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Trata de controlar a su padre a través de su supuesta irrestricta obediencia y le reclama unhumilde cabrito, no el becerro gordo. Esta frase esconde una horrible intención, porque el becerro gordo alcanzaba para toda la familia y comunidad, pero el “humilde” cabrito ocultaba su egoísmo. Solo lo quería para él y sus amigos, su familia no le importa, él tiene el mismo deseo perverso que tenía su hermano menor, pero envuelto en su propio evangelio de autojusticia. Notemos eso en sus repetidos y dañinosnuncas”: “Nunca te he desobedecido… nunca me has dado un cabrito”. Pero acababa de desobedecerlo y el v.12 nos mostró que él recibió la parte de la herencia. Acusa al padre de que esta situación es su culpa, justifica su enojo y califica al padre como un deudor. Todo su resentimiento no es más que la demostración de su profundo amor así mismo.

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Toda su actitud se opone al papel que él debía desempeñar en la familia, el hijo mayor cargaba con la responsabilidad de mantener al grupo familiar unido y reconciliarla si era preciso. Los fariseos, los maestros de la ley, no fueron un verdadero hermano mayor, no encontraban, ni curaban ni guiaban a las ovejas perdidas de Israel, más bien eran piedras de tropiezo. Finalmente, el padre le dice: Hijo (no siervo ni esclavo), tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”(v. 31-32). El hijo mayor vivía en la casa del padre, sin embargo, no lo conocía, él no fue a un país lejano, pero como “la moneda perdida” él se perdió estando en casa. El padre afirma que todas sus cosas le pertenecen al hijo mayor, porque era parte de su herencia, por eso esta tan enojado. Las cosas que su hermano menor recibió, incluyendo el becerro gordo, le pertenecían. Pero como dice el padre era necesario e imperativo celebrar la resurrección de su hermano. La historia termina abruptamente sin saber si el hijo mayor finalmente entra o no a la fiesta. El final abierto se usa como un recurso literario para señalar a la audiencia, tanto de aquella época como la nuestra. ¿Qué hijo eres? El punto es que ninguno de estos hijos tenía el corazón que debía tener. Porque esta parábola no se trata de dos hijos, sino de tres. El tercer hijo en quien cuenta esta parábola: El hijo de Dios.

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Es en Cristo en donde el pecador moral e inmoral pueden refugiarse, él llama a todos aquellos que se reconocen como pecadores arrepentidos (Mt.9:13). Él es nuestro amado hermano mayor, quien se ofreció a sí mismo para reconciliarnos con el Padre. Rom. 5:11 dice: en él hemos recibido reconciliación. El precio de esta reconciliación no fue barata, costó su vida. El murió desnudo en la Cruz para que tú recibas su túnica de colores, llena de justicia, él fue atravesado de manos y pies, para que tengas anillo y calzado. Puedes comer alegremente en la mesa del Padre porque él bebió la copa de la ira de Dios por tus pecados. A diferencia del hermano mayor él si puede decir que nunca desobedeció al Padre, él dijo: “Yo siempre hago lo que le agrada (Jn.8:20). Es por causa de esa justa obediencia él gano una herencia (Ef.1:11), y quiso de pura gracia compartirla con sus hermanos menores. Esa es la buena noticia del Evangelio.

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4.Lecciones sobre la Gracia

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Esta parábola nos enseña que los hombres pueden perderse en el lodazal de los vicios o detrás de un púlpito. Algunos deben dejar atrás la suciedad de la pocilga de pecado, pero otros su aparente rectitud. Ambas formas de vivir nos dejan fuera de la casa del padre. ¿Qué te está dejando fuera de la casa del Padre Celestial? Quizás estás amando más las cosas de este mundo, o el afán y la ansiedad están apagando el poder de la Palabra en tu vida y te estas marchitando; o estás enojado y amargado con Dios, porque no tienes la vida que supuestamente mereces; o has estado viviendo la vida cristiana como un profesional, como un jornalero fiel, has dejado tu primer amor y escondes una profunda amargura. Sea lo que sea, el remedio que necesitas es el evangelio. El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos (Mr.10:45). Él no vino a colgar un cartel pidiendo ayuda, sino un cartel de gracia disponible en Su evangelio. Él no vino a buscar ayudantes, porque no los hay. Él es la ayuda (Sal.146:5) nosotros los necesitados. Jesús come con pecadores porque es un médico que tiene una cura. Quizás llevas años en la Iglesia y lo único que quieres es salir. Cuando escuchas las palabras del padre decir: “Tú siempre estás conmigo” (v.31), no significan nada para tí. Él ya no es su tesoro. Él es un medio para tu tesoro. Y si pudieras hacer tu propia fiesta con tus amigos, tomarías tu cabra y te irías. El Señor te dice hoy: No endurezcas más tu corazón (Heb.4:7). Él hoy extiende su mano, tómala, arrepiéntete de tu pecado y reconcíliate con Dios.

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Un tema central en esta parábola es la reconciliación. Para que esta se produzca debe existir un “acercamiento”, al menos por una de las partes. El padre es quien juega este rol, siendo el ofendido se acerca a ambos hijos. Rom.5:10 nos dice que cuando éramos sus enemigos “fuimos reconciliados por Dios por la muerte de su Hijo”, luego el apóstol Pablo añade, “habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida”. Cristo nos reconcilio con el Padre cuando éramos sus enemigos, cuanto más ahora, que hemos conocido más de su profundo amor. Él no ha levantado ni levantará nuevamente una declaración de guerra contra su manada. Por medio de su sangre declaró una paz perpetua entre Dios y su pueblo. Si estás en Cristo eres nueva criatura, luchas y anhelas obedecer a tu padre celestial más excelentemente, pero también comprende que sí confiesas tu pecado él es fiel y justo en perdonarte: “eres salvo por su vida” (Rom.5:10)

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Esta reconciliación tiene consecuencias horizontales: en Cristo se nos ha dado el ministerio de la reconciliación (2 Co.5:18). Este ministerio restaurador solo se desarrolla por el poder de la predicación y aplicación del evangelio. Y sin duda, que aquí podríamos hablar de la importante misión evangelizadora con los incrédulos, pero la parábola tiene una connotación especial en el seno familiar. ¿Cómo están tus relaciones más cercanas? ¿Cuál es el estado de tu matrimonio? ¿Cómo está tu relación con tus hijos? ¿Podrías decir que eres un embajador de la reconciliación en tu casa? ¿O guardas excusas? “Es que yo soy el ofendido”, “Es que nunca me comprenden”, “Ya estoy cansado de estas situaciones”. Si es así, nuevamente vuelve a mirar lo que Cristo hizo por ti (2 Co.5:14). Él se acercó, él salió a tu encuentro, él extendió su mano y dio su vida en tu favor. Querido hermano, reconcíliate: con tu esposa, con tus hijos, con tus padres, con quien quiera que sea, independientemente de quien haya sido el ofensor, pero en cuanto dependa de ti, en nombre de Cristo busca la paz y sé un embajador de la reconciliación.

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Por último, ¿Cuál es el final repetido en cada una de las tres parábolas de Lucas 15? Gozo, fiesta y júbilo. La reconciliación en Cristo no es un fin en sí mismo, sino que tiene como propósito último glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre. Miremos lo que dice Ef.1:5-6: “(el Padre) nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia”. El Dios al cual servimos nos dice a través de esta parábola que: “es necesario hacer fiesta y regocijarnos por la salvación que tenemos en él” (v.32). Esta historia ilustra muy bien nuestras vidas, hay momentos para el silencio, el asombro y el arrepentimiento, pero las acciones de Dios en nuestro favor son tan extraordinarias que son dignas de toda adoración. El gozo es el canto del amor, y las dimensiones del amor de Dios su anchura, longitud, altura y profundidad son infinitas. Nuestro gozo y admiración por la gloria de Dios en su salvación debería elevarnos más y más en adoración. El verdadero gozo no es esclavo de las circunstancias, por eso Pablo nos exhorta a “Regocijarnos en el Señor siempre” (Fil. 4:4), porque la salvación trasciende a cualquier sufrimiento y circunstancia en esta vida. Disfruta la vida que Dios te ha dado, deja de vivir en la amargura o la apatía, has sido reconciliado con Dios, vive en coherencia a esa realidad. Todos los días son renovadas sus misericordias, entonces, dile todos los días a tu alma: “Bendice alma mía al Señor y bendiga todo mi ser su santo nombre” (Sal.103:1). Este singular gozo, no es como el gozo pasajero que ofrecen los placeres de este mundo, sino que es un gozo superior, un gozo que guarda nuestros corazones, que proviene de estar satisfechos en Cristo y solo en él. Este gozo es nuestra fortaleza (Neh.8:10) y nos guarda de los deleites vacíos que el tentador usa para engañarnos. Nuestro gozo y celebración deben ser como la de Dios: “El SEÑOR tu Dios está en medio de ti, guerrero victorioso; se gozará en ti con alegría, en su amor guardará silencio, se regocijará por ti con cantos de júbilo” (Sof.3:17). Es difícil imaginarnos a Dios de esta manera, pero su Palabra nos describe como verdaderamente él es. Si Dios mismo, los ángeles y todo el cielo celebran la obra de salvación ¿Cómo no hemos de hacerlo nosotros?