Mem: Meditando en Su Palabra

(Sal. 119:97-104).

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De este texto que hemos leído, quiero que, con la ayuda de nuestro Dios, podamos meditar en tres grandes asuntos:

1.Una permanente meditación (v. 97).
2.Una sabiduría superior (v. 98-100).
3.Un medio de gracia eficaz (v. 101-104).

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1.Una permanente meditación (v. 97).

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“¡Oh cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”. Este es el suspiro de un hombre enamorado de Dios y de Su Palabra. Sólo un hombre completamente enamorado puede decir algo así. Nos recuerda el suspiro del novio que está pronto a casarse: “estoy enamorado de ella, no puedo dejar de pensar en ella, no me la puedo quitar de la cabeza”. ¿No son acaso similares palabras? “Díos mío, cuánto amo tu Palabra, tu Ley. Estoy todo el día pensando en ella. Todo el día la estoy meditando”. Esto es lo que dice también en el versículo 48, del mismo salmo: “Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, Y meditaré en tus estatutos” (Sal. 119:48).

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Esto nos recuerda una regla de la que nos habla la Palabra: nuestra mente pensará en lo que amamos en nuestro corazón. Pensamos en lo que amamos. Esta conexión inseparable se logra ver en este versículo. El salmista ama la Palabra, y por eso medita en ella. La intensidad y frecuencia de nuestros pensamientos, responden a lo intenso de nuestros afectos. Un hombre que en el centro de su corazón está su familia como objeto de adoración, estará permanentemente pensando en el bienestar de su familia. Por cierto que este hombre puede trabajar, estudiar, realizar quehaceres domésticos, entre muchas otras cosas, y en ellas disponer su mente de manera concentrada en lo que está haciendo. Sin embargo, los pensamientos en los que más se recrea, más se interesa y que, por consecuencia, son más duraderos y profundos, son aquellos que tienen que ver con su familia. Así también el hombre que ama su trabajo, pensará siempre en su trabajo; el hombre que ama sus bienes materiales, pensará siempre en su casa, vehículo, saldo de su cuenta bancaria; el hombre que ama su aspecto físico, pensará siempre en cómo mantener o mejorar su apariencia; etc. Porque pensamos en lo que amamos. Como dijo el Señor: “donde esté vuestro tesoro, ahí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). Nuestra mente rondará en torno a aquello que apreciamos.

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El salmista reconoce que piensa todo el día en la Palabra porque ella es el centro de su corazón, ama esa Palabra. Para poder declarar esto es necesario ser un creyente, haber nacido de nuevo, conocer al Señor. Antes, cuando estábamos sin Dios en este mundo, muertos en delitos y pecados, el intento de nuestro corazón era maligno, y por tanto, nuestros pensamientos eran de continuo solamente el mal (Gn. 6:5). Nuestra mente estaba entenebrecida o en tinieblas (Ef. 4:18). Pero solo a través de la preciosa obra de Dios a través de Su Espíritu Santo, sacándonos de la muerte, dando vida a nuestros huesos secos y otorgándonos salvación de todo pecado, es que ahora tenemos la mente de Cristo. A través del profeta Ezequiel, Dios dijo que quitaría el corazón de piedra de sus hijos y pondría un corazón de carne (Ez. 36:26-27), un corazón sensible a la Palabra de Dios. Este trasplante de corazón es el que hace posible que podamos amar al Señor y Su Palabra con nuevos y sinceros afectos.

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Porque es imposible que amemos a Dios y no amemos su Palabra. No se puede amar al Señor de la Palabra, menospreciando la Palabra del Señor. Es más fácil comprobar la existencia del minotauro que el encontrar un solo espécimen de un cristiano verdadero que ame a Dios y no ame Su Ley. Es como si una esposa le dijera a su marido: te amo siempre y cuando no abras tu boca. Jesús dijo "si me aman, guarden mis mandamientos" (Jn. 14:15). Como dice 1 Juan: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Jn. 5:3). Los mandamientos del Señor no son gravosos, pesados, aburridos o insufribles para sus hijos, sino que son un deleite. Esto dice nuestro texto: “¡Cuan dulces son a mi paladar tus palabras! Mas que la miel a mi boca” (v. 103). El salmo 1 señala que en la ley del Señor está la DELICIA del justo, y por tanto, en esa ley MEDITA DE DÍA Y DE NOCHE (todo el día es su meditación).

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¿Qué significa meditar en la Palabra de Dios todo el día (de día y de noche)? ¿Está mandándonos el Señor a pensar únicamente en versículos de la Biblia? ¿Debo renunciar a mi trabajo y abandonar a mi familia para tener todo el tiempo disponible para pensar en la Palabra? Estaremos de acuerdo en que no es el significado, porque la misma Escritura nos manda a tener familia, a ser buenos esposos, padres, trabajadores, haciendo todo para la gloria de Dios. Meditar todo el día en la Palabra es que nuestros pensamientos sean formados en las verdades de la Escritura, de tal forma que todo lo que hagamos sea hecho con entendimiento y para la gloria de Dios. Todo lo que pensamos tiene el propósito de engrandecer al Señor, y para lograr ese objetivo necesitamos llenar nuestra mente de la Palabra (Fil. 4:8). ¿Cómo podemos vencer las tentaciones, aflicciones y ansiedades de cada día si no tomamos una buena porción matutina de las Escrituras? ¿Cómo podemos soportar nuestro día si no estamos continuamente meditando en la Palabra? Necesitamos que todo el día (mañana, tarde y noche) nuestra mente reflexione incesantemente en la Palabra del Señor.

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Donald Whitney, en su libro “Disciplinas espirituales para la vida cristiana”, dice que meditar la Palabra es que “la Biblia se remoje en nuestra mente”. Como si nuestra mente fuera una gran taza de té con agua caliente, y la Biblia fuera esa bolsita de té, que debe reposar largo tiempo para entregar todo su aroma, color y sabor. La Palabra debe reposar largo tiempo en nuestra cabeza, debe estar todo el día siendo reflexionada, para que impregne con sus verdades todas las habitaciones de nuestra mente. Recuerde que siempre meditamos en algo, y pensamos en lo que amamos. Si no estamos meditando en la Palabra, alguna tentación se asomará en tu cabeza. Si no meditas la Palabra en la mañana, la ansiedad bombardeará tu cabeza. Si no meditas en el día las tentaciones te acosarán. Si no meditas en la noche, las fantasías perversas te visitarán. Medita en la Palabra todo el día, para esa Palabra sature todo tu entendimiento.

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Si deseas ser un hombre que medite en la Palabra del Señor, mira a Cristo Jesús y encuentra en Él ese alto ejemplo. Si somos honestos nadie de nosotros, ni ningún santo en toda la Biblia puede decir que ha meditado en la Palabra toda su vida, tenemos un pasado del que nos avergonzamos, luchamos contra una mente que sigue albergando y recreando pensamientos injustos e impíos; pero nuestro Señor Jesucristo es el único hombre verdadero que ha tenido sólo pensamientos justos y apegados a la Palabra, porque Él es la Palabra de Dios hecha carne (Jn. 1:1). No hay hombre que haya pisado la tierra que más ha meditado en la Ley de Dios que Cristo mismo. Míralo a Él, aprende a Él en este deber santo de reflexionar continuamente en la Palabra de Dios.

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2.Una sabiduría superior (v. 98-100).

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Los versículos 98 al 100 nos muestran uno de los resultados que tiene el amor a la Palabra y que esta sea nuestra continua meditación. Se trata de tener un mayor entendimiento o sabiduría. Se espera que sea así: "Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo. Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos". El salmista no tiene problemas en admitir que este amor a la Palabra de Dios y la meditación continua que tiene de esa Palabra, le ha dado un entendimiento o sabiduría sobresaliente en el pueblo.

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De partida podría impactarnos un momento que el salmista hable en estos términos. Pareciera a simple vista que él se está autoexaltando como alguien que ha entendido más la Palabra, en comparación con otros, entre ellos sus maestros (sus enseñadores) y los viejos o ancianos del pueblo, es decir, los hombres con más experiencia y sabiduría de su tiempo. Sin embargo, si leemos con detención podremos darnos cuenta que no es así. El salmista en ningún momento dice "me he hecho más sabio, me he hecho más entendido". Él dice que Dios le ha hecho más sabio que sus enemigos, que sus maestros y que los viejos de su pueblo. Si alguien debe ser exaltado por esta sabiduría sobresaliente es el Señor que le dió esa sabiduría. Tampoco dice que el salmista haya meditado con el propósito de destacarse por sobre el resto, sino que esto ha sido el resultado de meditar la Palabra de manera humilde.

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Lo único que hace el salmista es constatar una realidad: Dios le ha hecho más sabio porque ama, medita y guarda los mandamientos de Dios. Esto vemos en esta porción del texto: él ha sido hecho más sabio porque los mandamientos del Señor siempre están con él (v. 98), porque los testimonios del Señor son su meditación (v. 99), porque ha guardado esos testimonios (v. 100). Aquí notamos una importante triada: asimilar la Palabra, meditar la Palabra y obedecer la Palabra. Esto también nos permite ofrecer una definición de meditación: “Desarrollar pensamientos profundos sobre la Palabra de Dios, en la presencia de Dios y para obedecer a Dios”.

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Primero, el contenido de la meditación es la Palabra de Dios "porque tus testimonios son mi meditación". No meditamos en nuestra vida, en nuestras circunstancias, en nuestra experiencia. Meditamos en la Palabra del Señor. Por cierto que nuestra experiencia personal con el Señor puede aumentar nuestra fe, sin embargo, nuestra meditación debe ser siempre la Palabra del Señor. Para que el contenido de esos pensamientos profundos sea la Palabra es necesario que lea la Palabra continuamente, estudie la Palabra y la memorice. Si alguien cree que escuchando sermones, leyendo un par de versículos de la rápida, o escuchando la radio cristiana, está meditando en la Palabra, está muy equivocado. Quien piensa eso no está desarrollando pensamientos profundos desde la Palabra, está meditando en las meditaciones de otra persona. Por cierto que crecemos con la enseñanza de la Palabra, pero el texto hace alusión a una meditación personal e intransferible. Tus ojos deben posarse sobre la Palabra, tu memoria debe ejercitarse guardando promesas, tu mente debe entrenarse en ese estudio.

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Para meditar correctamente necesitamos que ese estudio sea cotidiano o en el lenguaje del salmista, sea parte de nuestra vida: "Esto se ha hecho parte de mí: guardar tus preceptos". La Palabra es disfrutada por el hijo del Señor cada día y por tanto es parte de su vida. El Señor prometió que en el Nuevo Pacto Él daría su ley en nuestra mente y la escribiría en nuestro corazón (Jer. 31:31-33). Su Ley no sería lejana, sino cercana a nuestros pensamientos y afectos más próximos. La Palabra se asimila, o como dice el salmista en nuestro texto: "tus mandamientos siempre están conmigo" (v. 98).

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En segundo lugar, la meditación se realiza en la presencia de Dios, en oración. Nuestras meditaciones son realmente profundas y bíblicas cuando estamos ante el Trono de la Gracia buscando el rostro de Dios. ¿Quién mejor que el propio Espíritu Santo que inspiró las Escrituras te enseñará lo que estas significan? Nuestras rodillas dobladas son la mejor escuela de la meditación. ¿De qué serviría ser el mayor lector de la Biblia, quien más la estudie, y quien la pueda recitar de memoria, si no la estoy orando? Si usted solo lee, estudia y memoriza las Escrituras, usted no está necesariamente meditando. Sólo está haciendo de su mente una biblioteca polvorienta y sin vida. Porque es en la oración donde llevamos esos pensamientos profundos que obtuvimos cuando leímos, estudiamos y memorizamos las Escrituras. En el salmo 73, Asaf dice que tuvo pensamientos de envidia hacia los impíos que prosperaban, abusaban y se fortalecían, "Hasta que entré en el Santuario de Dios" (Sal. 73:17). Ahí, en ese Santuario, donde estaba la presencia del Señor, Él comprendió el fin de los impíos, su entendimiento fue cambiado. Asimismo, en la presencia del Señor es que nuestra mente es transformada, por aquella Palabra con la que nos alimentamos día y noche.

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En tercer lugar, la meditación tiene el propósito de que obedezcamos los mandamientos del Señor. La promesa que Dios nos hace en este texto es que quien medite correctamente en Su Palabra terminará por obedecerlos. Porque precisamente de esto se trata la obediencia, de obedecer los mandamientos del Señor. El hombre más sabio no es el que más sabe, sino el más fiel al Señor. Sabiduría es proceder de acuerdo a la voluntad del Señor. Pero dicha obediencia no está desligada de tener un entendimiento lleno de la Palabra del Señor. En Josué 1:8 se nos dice: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito…”. La meditación continua tiene el propósito de que guardemos y hagamos los mandamientos del Señor.

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Reflexionemos un momento también en el estado de la iglesia evangélica, que nos jactamos de no ser como la iglesia católica romana, porque nos guiamos solo por la Palabra, pero ¿Realmente somos un pueblo que se destaca por estudiar la Palabra del Señor? Dentro de las iglesias, ¿Se destacan los hermanos por ser meditadores de las Escrituras, hombres y mujeres de constante oración, lectura, estudio, memorización de la Palabra? ¿O se destacan solo por ser excelentes músicos, excelentes cantantes, excelentes constructores de grandes templos, prodigiosos cocineros, excelentes asistentes, excelentes montadores de escenarios, luces, cables, audio, sillas, mesas, sacrificados en estar en todos lados? Pues permítame decirle que, si tuviéramos los recursos, todo cuanto vemos en un culto respecto de sillas, mesas, cables, micrófonos, instrumentos, voces, recursos y organización, podría perfectamente contratarse a una empresa productora que hiciera todo aquello, incluso mucho mejor que nosotros. Pero si algo no puede hacer el mundo es amar a Dios, a Su Palabra y meditar continuamente en ella. Esto es por lo que debemos destacarnos, por tener una sabiduría sobresaliente desde un hábito continuo de meditación en oración.

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Nuevamente quiero que pienses en que tu Salvador, el Señor Jesucristo, destacó por su gran entendimiento de la Palabra. A los 12 años los grandes maestros de la ley estaban sorprendidos por su sabiduría a tan corta edad (Lc. 2:41-47). Cuando era un hombre mayor, Jesús destacaba por cómo enseñaba la Palabra. Los alguaciles del templo decían "jamás un hombre ha hablado así antes" (xx). ¿Acaso no lees con la dulce voz de Jesús estos versículos? Él fue más sabio que sus enemigos, más entendido que sus maestros, más sabio que los viejos de su tiempo. Él es el que destacó por ese entendimiento sobresaliente, porque tenía una vida de oración y meditación continúa en la Palabra. Si tu Salvador meditó la Palabra en la presencia de Su Padre, ¿Podrás ser verdaderamente sabio si no sigues sus mismos pasos?

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3.Un medio de gracia eficaz (v. 101-104).

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Con todo lo visto hasta el momento, creo que tenemos sobradas razones para entregarnos por completo a este deber celestial. Pero el Señor, como un Padre Bueno, que no se cansa de hacer bien a sus hijos, no nos deja sólo ahí, sino que nos estimula aún más a meditar la Palabra, al mostrar los preciosos frutos que disfrutó este salmista, luego de amar y meditar Su Palabra. En estos últimos cuatro versículos vemos la eficacia de este medio de gracia, es decir, la garantía de recibir sus frutos. El Señor no dejará que nadie cuestione la eficacia de sus medios de gracia. Todos ellos proporcionan los resultados esperados. El meditar la Palabra, en la presencia del Señor, no es un medio de gracia del que podríamos, en el mejor de los casos, obtener fidelidad, obediencia y sabiduría. No hay duda alguna de que producirá sus preciosos resultados en nuestra vida. Como tan seguro de que, de haber un mañana, saldrá el sol, así de seguro es que, el hombre que se entrega a meditar la Palabra del Señor, será bendecido con obediencia.

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Dice el texto:

De todo mal camino contuve mis pies,

Para guardar tu Palabra.

No me he apartado de tus juicios,

Porque Tú me enseñaste.

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!

Mas que la miel a mi boca.

De tus mandamientos he adquirido inteligencia,

Por tanto, he aborrecido todo camino de maldad”.

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Aquí vemos que estos frutos son aquellos que se relacionan con la obediencia, fidelidad en el camino y amor por la Palabra. Estos frutos, por cierto, son anhelados por aquellos que en verdad son hijos del Señor. Solo los que han sido salvados de sus pecados, tienen amor a Dios y rechazan aquello que desagrada a su Señor. Ser fiel al Señor, hacer morir el pecado, agradarle en todo, buscar la santidad y andar en pureza, son frutos deseables solo para los hijos de Dios. ¡Y qué precioso es saber que los tenemos asegurados!

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Note conmigo que esto es una respuesta a la oración del salmista. En este mismo salmo él había pedido: “Tú encargaste Que sean muy guardados tus mandamientos. ¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos Para guardar tus estatutos! Entonces no sería yo avergonzado, Cuando atendiese a todos tus mandamientos” (Sal. 119:4-6). Él se sentía angustiado por sus desvíos y sus caminos desordenados, pero en nuestro texto vemos que, al amar y meditar la Palabra, su caminar ha sido enderezado: “De todo mal camino contuve mis pies… No me he apartado de tus juicios”. Ha refrenado sus pasos de andar en el camino del mal, para guardar la Palabra del Señor, y ello ha sido posible gracias a llenar su mente con la Palabra del Señor. Antes Él había pedido ser enseñado (v. 12, 26, 33, 64, 66, 68, 124, 135), y ahora, puede dar cuenta de la respuesta del Señor: “Porque Tú me enseñaste”.

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Dice el v. 101 que este amor y meditación continua de la Palabra de Dios conducirá a una profunda fidelidad: “De todo mal camino contuve mis pies, Para guardar Tu Palabra”. Contuve, retraje, no puse mis pies en caminos perversos. Esto también dice el verso 104: “De tus mandamientos he adquirido inteligencia, Por tanto, he aborrecido todo camino de maldad”. No sólo se contiene los pies de andar en lo malo, sino que se odia esos caminos. Como enuncia el salmo 1: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores” (v. 1). Con el fin de ser obediente, de guardar la Palabra, el salmista dice que ha rehusado de caminar por senderos injustos y los ha odiado.

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Así como en el Progreso del Peregrino, John Bunyan nos ilustra que hay miles de formas de extraviarse y perderse, pero un sólo camino a la Ciudad Celestial. Asimismo todo camino que no sea el camino de salvación es un camino a la perdición. Sólo hay un camino hacia el cielo, y ese es Jesucristo “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14:6). Todo camino diferente de Cristo, es una senda tenebrosa que te llevará al final del día a la perdición. Como dice la Palabra “Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte” (Pr. 14:12). Mi amado hermano, ¿cómo pretenderás caminar seguro por el camino cristiano y no poner tus pies en sendas injustas si no estás meditando la Palabra de Dios? Este mismo salmo nos dice que la Palabra de Dios es “lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino” (119:105). ¿Cómo pretenderás librarte de los caminos del pecado sin la Palabra de Dios?

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Si realmente deseas apartarte del camino del pecado, será mejor que seas enseñado por el mejor Maestro. Cuando se desea que un hijo tenga una buena educación y se prepare para el futuro, muchos padres buscan a los mejores profesores. Si el niño debe dar una prueba importante, averiguan quién es el mejor de los profesores para que pueda prepararlo, puesto que esto aumenta las probabilidades de que el niño pueda triunfar en aquella prueba. Tener un buen profesor nos ayuda a aprender mejor. ¡Y qué mejor Maestro tendrás para enseñarte la Palabra que el Espíritu Santo, enviado para guiarte hacia toda la verdad! ¡Y de qué otra manera podrás ser enseñado si no es remojando la Palabra en tu cabeza, en la presencia de Dios! Amado, irás a la segura, con Dios como tu Maestro. Encuéntralo en la escuela de la oración, sé diligente con tus lecciones. Pide que te enseñe, Él no te defraudará. Él contestará tu oración, ya lo ha hecho antes.

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Amado, ¿deseas contener tus pies del mal camino? ¿Es el pecado un profundo dolor y herida en tu alma? ¿Has caminado este camino con terribles derrotas? ¿te sientes cansado de los muchos pecados con que has manchado tu testimonio? ¿Estás agotado de tener que levantarte una y otra vez del pantano de la inmundicia? ¿Deseas agradar al Señor con todo tu corazón, dejando el pecado, andando en integridad delante del rostro de Dios? Pues será mejor que atiendas este medio de gracia. Quizás digas “es que no puede ser tan simple. Debe haber algo más que yo deba hacer”. Muchas veces escucho:

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-Yo he caído en murmuración y tuve que cortar relaciones con ciertas personas con las que murmuraba, pero aún así en mi mente persiste este pecado.
-He estado envuelto en la pornografía por largo tiempo, y aunque le he puesto filtros a mi celular, aún así logro deshabilitarlo y ver nuevamente imágenes prohibidas.
-He tratado de dejar la ansiedad, los afanes, pero por más que trato, siempre termino angustiado por el porvenir. Fui al psicólogo, al psiquiatra, pero aún así mis temores persisten.
-Tengo un muy mal carácter, y aunque trato de respirar, contar hasta 10 y hacer mil ejercicios para no enojarme, de todas maneras termina triunfando la ira.

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Toda resolución que tomes que no se base en una meditación continua de la Palabra de Dios, será un gran anuncio de fracaso. Tomar esas medidas sin meditar la Palabra en oración, es lo que los Proverbios llaman “apoyarte en tu propia prudencia” (Pr. 3:5). Faltar a la meditación, y poner en lugar de esto cualquier esfuerzo tuyo, es ser sabio en tu propia opinión. ¿Qué dice la Palabra? “Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; Teme a Jehová, y apártate del mal” (Pr. 3:5-7). ¿Cómo confiarás en el Señor con todo tu corazón, cómo lo reconocerás en todos tus caminos, cómo temeras Su Nombre y te apartarás del mal, si este Libro es un desierto para ti? Que quede claro: LO QUE REEMPLACE A LA MEDITACIÓN DE LA PALABRA ES UNA EXPRESIÓN DE TU ORGULLO, TU PROPIA PRUDENCIA Y TU PROPIA SABIDURÍA.

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¿Qué no han sido suficientes derrotas en el pecado como para no darte cuenta que esos pecados se cocinan en tu mente, y por más que pongas barreras físicas al pecado, te asediarán tarde o temprano, ahí donde más te puede ver, en la intimidad más profunda de tu mente? Pues ahí, donde más nadie te puede ver es que Dios desea encontrarse contigo. En esas habitaciones recónditas de tus pensamientos es donde Dios debe estar presente. No seas ingenuo, nunca dejarás de pensar en algo, y si no piensas en Dios, tus pecados vendrán por tu mente y habitarán allí. Jesús dijo que un espíritu inmundo salió de un hombre, y luego de haber vagado, quiso volver, y halló a ese hombre como una casa barrida y ordenada, para entrar a la cual tuvo que pedir la ayuda de siete espíritus más y asediar la casa, y el postrer estado de ese hombre terminó siendo peor que el primero (Mt. 12:45). ¿Qué necesitaba ese hombre para no volver a ser asaltado por dichos demonios? Necesitaba que Cristo habitara en su ser. Si la Palabra del Señor habita en tu mente, tus pecados no tendrán lugar allí. Tus pecados son los peores arrendatarios. Dale una habitación y se ampliará dos, subarrendará en días, y cuando te des cuenta, la mitad de tu casa ya estará invadida con el mal. Si la Palabra de Dios habita por entero en tu mente, no dejará lugar a esos mugrientos estafadores.

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Meditar la Palabra del Señor, en la presencia de Dios, siendo enseñado por Él, y que ello redunde en obediencia es algo que no tiene precio. ¿A qué le compararemos? ¿Hay algún pasatiempo digno de compararse con aquello? Dice el salmista: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Mas que la miel a mi boca” (Sal. 119:103). Cualquier otro pasatiempo resulta comparativamente aburrido al lado de esos momentos de reflexión profunda de la Palabra en oración. El versículo 72 de este mismo Salmo dice: “Mejor me es la ley de tu boca Que millares de oro y plata” (Sal. 119:72). Meditar la Palabra en oración es más dulce que la miel y más precioso que los tesoros de este mundo.

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“Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado;

Y dulces más que miel, y que la que destila del panal”.

(Sal. 19:10).

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Por cierto amados que luego de un día de trabajo, nos encanta quizás sentarnos a ver un poco de televisión en el sillón de casa, o ver nuestro celular, ver una película, salir a pasear con los niños, caminar en algún parque o cualquier otra entretención inocua. Nada de esto de por sí es algo malo, y es correcto que tengamos tiempo para recrearnos, relajarnos y descansar. Sin embargo, si se nos diera a escoger entre el más entretenido pasatiempo y estar en la presencia del Señor meditando Su Palabra, como hijos del Señor sentiremos un profundo deseo de pasar tiempo meditando la Palabra en oración. Dice Proverbios:

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“Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría,

Y que obtiene la inteligencia;

Porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata,

Y sus frutos más que el oro fino.

Más preciosa es que las piedras preciosas;

Y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella”.

(Pr. 3:13-15).

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Finalmente amado hermano, ¿te ha dado el Espíritu Santo ojos para ver a Cristo en este salmo? ¿Puedes ver su excelsa rectitud, su preciosa obediencia, su justicia resplandeciente? ¿No ha sido Él el único que ha retraído su pie de andar en camino de maldad, no se ha apartado en senderos oscuros, ha odiado toda maldad, mientras se deleita en la Palabra como el máximo bien? Pues por la obra de Jesucristo al vivir la justicia que no podíamos vivir, al morir la muerte que merecíamos y al resucitar de manera que nos era imposible, la obediencia de Cristo nos ha sido contada como nuestra por medio de la fe. De tal manera que ese amor a la Palabra, esa permanente meditación, esa sabiduría sobresaliente y esa santa obediencia, podemos experimentarla cada día más, mientras caminamos junto a Él.

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