Nínive: la ciudad sin refugios (Nah.3:11-19)

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Introducción:

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El 27 de Febrero del 2010 nuestro país sufrió un terremoto 8,8 grados en la escala Richter. El sismo llegó hasta el archipiélago Juan Fernández y en la isla Robinson Crusoe el gran sismo solo se sintió como un leve temblor. Ninguna autoridad dio aviso de las consecuencias que podía traer el terremoto a la isla. La ONEMI, el organismo que debía avisar de un posible maremoto, actuó negligentemente sin dar la alarma del gran peligro que venía sobre la isla. Tampoco lo hizo la armada, el ministerio de defensa ni ninguna autoridad competente, los habitantes estaban a la deriva. Sin embargo, una niña, Martina Maturana, sintió el movimiento y le aviso a su padre, éste llamo al abuelo de su hija que se encontraba en Valparaíso, quien confirmo la catástrofe. Acto seguido, Martina miro por la venta y vio que los botes de la bahía se movían y chocaban entre sí, corrió a la plaza y toco el “gong para dar la alerta del tsunami. Gracias a ella, decenas de vidas se salvaron. En ese día de angustia, esa pequeña niña alerto a las personas a salir de sus casas y buscar refugio. Similar es el cuadro final que se nos presenta sobre la ciudad de Nínive. También se encuentran bajo un desastre, la invasión de los babilonios, los medos y escitas; y al igual que en Robinson Crusoe, no hubo nadie a quien sus habitantes pudieran acudir ni tampoco alguien que tocara el “gong” para escapar del desastre que se avecinaba. Nínive, la gran ciudad, se transformó en la ciudad sin refugios.

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1.Nínive: la ciudad sin defensas (vv.11-15)

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Nahúm profetiza que Nínive será el objeto de la ira de Dios “Tú también quedarás embriagada” (v.11). La encantadora de naciones, Nínive, será castigada de la misma manera en que ella emborracho a la región, beberá el vino de la ira que lleva a la intoxicación destructiva. El efecto embriagador del vino de Nínive sobre las naciones era fuerte, pero no se compara con el vino de la ira de Dios. El vino de Nínive solo tuvo efectos temporales, pero los efectos del vino de la ira de Dios son eternos. Su bebida se mezcla con toda su fuerza, exponiendo abiertamente a Nínive a sus invasores. Así lo describe el profeta Jer.25:15-16 “beberán, tambalearán y enloquecerán a causa de la espada que enviaré”. La imagen de Nínive es la de una mujer borracha, la de “alguien que ha perdido el control de sus facultades; y es incapaz de actuar con calma y determinación”. Las “fortalezas” de la ciudad cayeron como higos maduros que caen cuando se sacude levemente la higuera (v.12). Sus bastiones se hicieron apetecibles y fáciles de tomar, fueron devorados como brevas. Cada fortaleza, castillo y muro cayeron como fruta madura. En medio del ataque los soldados se volvieron débiles y afeminados como mujeres desarmadas (v.13). Esto no quiere decir que las mujeres sean sinónimo de cobardía, de hecho, en las Escrituras tenemos a mujeres valientes como Débora o Ester. El punto es que las mujeres no tenían entrenamiento militar y los varones sí. Nahúm nos está diciendo que los feroces guerreros de Nínive actúan como personas sin preparación, frágiles, dominados por el terror e incapaces de ofrecer resistencia.

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Ante las dificultades de la vida, las angustias, crisis económicas y eventos inesperados ¿Cómo reaccionas? ¿Con desesperación, frustración, con un sentir de abandonar todo? Domingo a domingo, somos capacitados por medio de la Palabra para estar preparados para el día malo (Ef.6:3). Como soldados del Señor recibimos instrucción, aliento y armas para batallar. Tengamos mucho cuidado de reaccionar loca y cobardemente frente a las adversidades porque puede ser prueba de que la semilla de la Palabra no está creciendo en tu corazón, sino que es ahogada frente al afán y las dificultades. Y es que la cobardía es un pecado y se opone firmemente a la fe verdadera, nos impide entregarnos al Señor por completo, nos lleva a querer conservar nuestra vida, nuestros deseos y status; en lugar de rendirnos al Señorío de Cristo. Entonces, ¿en dónde está cimentada la verdadera valentía? Jos.1:20 nos dice: “¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el SEÑOR tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Jos.1:20). La valentía no tiene relación a fuerza o efusividad, sino que es una cualidad que se obtiene por la presencia de Dios en nuestras vidas y que nos hace dependientes de él. El Sal.138:3 nos dice: “me hiciste valiente con fortaleza en mi alma”. No olvides lo que nos dice el Apóstol Pablo: “Dios no nos ha dado espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim.1:7). La verdadera valentía no se relaciona a la fuerza bruta o el autoritarismo, sino con el poder de Dios, Su amor y el dominio propio.

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Ante la cobardía de los soldados las puertas de Nínive se abrieron de par en par. Toda la ciudad fue vulnerable al fuego (v.13). Ante esto, Nahúm insta a sus ciudadanos a prepararse para lo peor: Abastécete de agua, refuerza tus fortalezas, métete en el lodo y pisa el barro, toma el molde de ladrillos” (v.14b). El profeta anuncia que aunque trabajen muy duro para mejorar las defensas la destrucción llegará de todas maneras. Aunque el tamaño del ejército se multipliquecomo el pulgón…o como la langosta” (v.15), seguirían siendo incapaces de derrotar al enemigo. Todos los sistemas de defensa y el ejército se han hecho inútiles. Con esto, vienen a la mente las palabras del Salmista: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia” (Sal.127:1b). Dios no es honrado cuando trabajamos con una actitud autosuficiente, ni tampoco es honrado cuando somos negligentes acerca de lo que Él nos ha llamado a hacer. Cuando el Señor construye, los constructores no abandonan sus herramientas, ni los vigilantes dejan sus puestos, ni se descuida el muro de nuestras almas, hogares, iglesias y ciudades. Pero si alguien trabaja sin Dios, tristemente lo hace en vano. Saber que Dios trabaja por, para y en nosotros, nos debe inspirar a servir con excelencia y en dependencia de él. Pero hay algunos de ustedes, que en lugar de trabajar más deben confiar más. Puedes trabajar muy duro, estar lleno de lodo hasta el cuello, pero estar vacío, sin fe verdadera. Se nos olvida que el Señor es un refugio y no nosotros ni nuestro trabajo. Debemos abandonar el afán sin que eso signifique abrazar la negligencia, confiar y descansar en el Señor de la obra.

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Cuando nos negamos a descansar en Dios, rechazamos Su fortaleza, Su amor y sabiduría. Nos negamos a seguir Su plan, prefiriendo nuestra propuesta. Nos negamos a creer que Él sabe lo que es mejor para nosotros. Los buenos hombres trabajan duro, pero también duermen bien, porque tienen a un Pastor que les cuida. Construyamos nuestras vidas, familia, Iglesia y ciudad en las fuerzas de Dios, y él velará por aquellas cosas que estamos cuidando: esa es Su promesa. Al igual que sucedió con los Ninivitas, nuestros propios esfuerzos siempre serán insuficientes para derrotar a nuestros enemigos: Satanás, el mundo y el pecado. Calvino dijo: el Señor maldice la arrogancia de los hombres que confían en sus propios recursos”. Por esta razón Pablo exhorto a los cristianos de Éfeso a no confiar en sí mismos, sino a fortalecerse “en el Señor y en el poder de su fuerza” y a resistir con toda la armadura de Dios”. (Ef.6:11). Sigamos el ejemplo del rey Ezequías quien ante la amenaza de rey Senaquerib de Asiria dijo: Con él está sólo un brazo de carne, pero con nosotros está el SEÑOR nuestro Dios para ayudarnos y pelear nuestras batallas (2 Cro.32:8). A nuestro favor tenemos a un poderoso gigante que tiene a la nueves como el polvo de sus pies. Entonces, si Dios es por nosotros ¿Quién contra nosotros? (Ro.8:31)

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2.Nínive: la ciudad sin pastores (vv.16-18)

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Nínive siempre fue una ciudad prospera y llena de riqueza. El número de sus mercaderes aumentó hasta multiplicarse “más que las estrellas del cielo” (v. 16b). Nahúm profetiza que los vientos de prosperidad cambiaran. La burbuja se desinflará. Los comerciantes se marcharan de la ciudad, dejaran de confiar en ella y la despojarán de sus activos. Estos mercaderes se mantienen enfocados en sí mismos, en las cosas de este mundo y concentran todas sus energías en su insaciable búsqueda de riqueza material. Se les describe como langostas que arrasan vorazmente y luego vuelan. Están cegados a los intereses de sus compatriotas y son insensibles ante el juicio de Dios. Su frivolidad es muestra de la desintegración de la imagen de Dios en la sociedad Ninivita. No consideraban a sus conciudadanos como personas, hechos a la imagen de Dios, solo como clientes, no les importa la gente, sino el beneficio económico que ellas les podían dar. Para estos mercaderes, las personas tanto tenían, tanto valían.

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Por otra parte, los guardias y oficiales que una vez pululaban como langostas en la ciudad también la abandonaron a su suerte:Son como nubes de langostas posados sobre las tapias en un día de frío; sale el sol, y se van, y no se sabe dónde están (v.17). El frío priva a la langosta de poder de volar; por lo que posan en muros, paredes o algún lugar seguro en tiempos de frío y en la noche, pero cuando sale el sol y las calienta, se van “volando.” Así, los oficiales asirios desaparecieron súbitamente sin dejar huella tras de sí. Los Ninivitas fueron una plaga de langostas que devoraron toda la región del Mediterráneo, pero como las langostas, han desaparecido de un día para otro. En el día de la angustia los “pastores” de Nínive duermen (v.18), es decir, sus líderes políticos y militares han dejado sus funciones. De nada sirve un pastor que duerme, viene el león y devora al rebaño. Los ninivitas están dispersos, sin instrucciones y llenos de confusión. Son presa fácil para sus invasores. Esto contrasta con la actitud del rey de Nínive de la época de Jonás, quien, ante la advertencia del profeta dirigió a su pueblo a un profundo arrepentimiento en polvo y ceniza. Pero ahora, los Ninivitas terminaron a la deriva y no tenían a quien acudir. El caos se “cocinó” bajo una receta perfecta: la autoindulgencia de los ciudadanos, la cobardía de los soldados, la avaricia de los comerciantes y la ociosidad de los líderes.

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El Señor hace grandes advertencias al liderazgo negligente. Así los describe el profeta Isaías: Sus centinelas son ciegos, ninguno sabe nada. Todos son perros mudos que no pueden ladrar, soñadores acostados, amigos del dormir (Is.56:10) y el profeta Ezequiel ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño?(Ez.34:2). Si a Dios le importó mostrar el desinterés de los líderes Ninivitas ¿Cuánto más le importa el liderazgo que está sobre Su pueblo? Los reyes y líderes de este mundo no son dueños de las personas, simplemente han sido asignados para cuidar de ellos. Pero tristemente, muchos consideran a su propio pueblo como una propiedad personal, un mini imperio. Esto ha dado origen a ministerios paternalistas con grandes latifundios, donde se ha usado y abusado del rebaño para conseguir poder, status y un propio nombre. Ante este tipo de actitudes se debe recordar algo vital: el rebaño es del Señor y ante él los pastores han de dar cuenta (Heb.13:17). El liderazgo deficiente de los Ninivitas es una gran advertencia para nosotros. Padres, ustedes son los pastores de su hogar, son los señalados por Dios para que vigilen con suma diligencia el corazón de sus hijos y den advertencias de las señales de peligro que hay en el camino. Varón, ten cuidado de maquillar tu liderazgo y dejar que el caos de Nínive se instale en tu casa y en el corazón de tu familia. Es doloroso decir esto, pero el liderazgo deficiente de Nínive se ha hecho presente en nuestra sociedad. La corrupción ha llegado a los “pastores” que están en la moneda, en las municipalidades, en la cámara alta y baja, en tribunales y en la policía. El apóstol Pablo nos exhorta a: rogar, orar, pedir y dar gracias por todos los que están en autoridad (1 Tim.2:1-2). Debemos suplicar en la gracia especial de Dios que estos hombres se conviertan, pedir en su gracia común que ellos puedan ejercer el poder de la espada y vengar al malo, pero también debemos clamar por la justicia de Dios para que los “pastores” corruptos sean quitados y él ponga líderes idóneos para el cuidado de la nación, la protección de Su iglesia y el progreso del evangelio.

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Por gracia, nosotros tenemos un Dios que es el pastor de su rebaño, que no se cansa ni se duerme (Sal.121:4-5). Que constantemente nos vigila, cuida y provee. Él trabaja en, por y para Su pueblo las 24 horas del día, sin abandonarnos por un segundo. Puedes acudir a él sin papeleo, sin trámites ni burocracia. Cada día él te invita a tener intima comunión en sus pastos de gracia. La mejor expresión de su pastoreo es que él envió al príncipe de los pastores, Jesucristo (1 Pe.5:4) a pastorear a su pueblo. Él no vino a ser servido ni a servirse de sus ovejas, sino a servirlas (Mr.10:45) a juntarlas y a morir por sus pecados en la Cruz del Calvario. Ese Cordero de Gloria ha prometido pastorearnos para siempre en Su ciudad, la Nueva Jerusalén, a guiarnos a fuentes de agua de vida y enjugar toda lágrima (Ap.7:15-17). Pero en el intertanto, Dios, no ha dejado sin guía y liderazgo cercano a sus ovejas, él ha dado pastores a Su Iglesia, dones hombres para que capaciten a los santos y la autoridad que Dios les ha dado es para edificación (2 Co.10:8; 13:10). Y esto implicará advertir el peligro, señalar a las ovejas su pecado y llamarlas al arrepentimiento, como perros ovejeros será preciso ladrar en muchas ocasiones, redarguyendo y reprendiendo por medio del poder del Espíritu y la Palabra, todo cuanto permita una Biblia abierta; orando, amando y guiando a las ovejas del Señor. El cuerpo pastoral de esta congregación, les ruega que oren por nosotros, para que no nos durmamos, para seamos valientes, prediquemos, insistamos con cada oveja a tiempo y fuera de tiempo y exhortemos con mucha paciencia e instrucción (2 Tim.4:2). Para que nosotros también recibamos del príncipe de los pastores la corona de vida y él nos pueda decir: “bien buen siervo fiel, en lo poco fuiste fiel en lo mucho te pondré (Lc.16:10)

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3.Nínive: la ciudad incurable (v.19)

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Nahúm concluye su profecía con una elegía, una canción fúnebre: “No hay remedio para tu quebranto, tu herida es incurable” (v.19). La derrota de Nínive es una herida mortal que no se puede calmar ni sanar. La causa de su incurabilidad es que los ninivitas continuamente ejercieron su maldad, sin límites y sin descanso. Estaban tan ocupados en hacer lo malo que no tenían tiempo ni deseos para recapacitar y hacer lo bueno. Nah.1:10 los describía como “espinos enmarañados” que intensamente querían causar dolor y que no podían librarse de las consecuencias de su propio pecado, el cual ha endurecido sus corazones como Faraón. No hay medicina, ni tratamientos, en el cielo ni en la tierra porque no hay reconocimiento de su necesidad de médico ni de medicina. Jesús dijo:“Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc.5:31-32). Jesús, en su rol de “médico”, llama a los enfermos, en su rol de “pastor” llama a las ovejas descarriadas y heridas para curarlas. Porque su evangelio no es para aquellos que se creen justos ni para aquellos que perseveran en su maldad, sino que es un anuncio de ayuda para todos aquellos hombres y mujeres que se reconocen enfermos por el pecado y necesitados de la medicina de la gracia. Y es que el pecado no es una maldad minúscula, es una enfermedad que nos quita la fuerza y la vida. Si no tratas esta enfermedad te llevará inevitablemente a la muerte (Ro.6:23); al lugar de tormento donde es el lloro y el crujir de dientes (Mt.13:42).

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El pueblo de Judá estuvo en una situación similar a la de Nínive. El Señor les dijo: "Incurable es tu quebranto, y grave tu herida…tus amantes te han olvidado, ya no te buscan” (Jer.30:12-13). Ante el abandono y el mal diagnóstico, el Señor, con suma gracia, prometió: "Yo te devolveré la salud, y te sanaré de tus heridas….Y vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios” (Jer.30:17,19). Al igual que los Ninivitas los judíos se habían vuelto idolatras, se desviaron del pacto y el pecado los hirió de muerte. Pero el factor diferencial de sus destinos es uno solo: la bendita y misericordiosa voluntad de Dios para con su pueblo y el cumplimiento del pacto. Judá, a diferencia de Nínive se arrepintió, pero eso no es lo primero que debemos observar, sino que debemos recordar las palabras del profeta Jonás: La salvación es del Señor. El banquete de la gracia tiene un único y exclusivo anfitrión: el SEÑOR (Neh.9:17; Sal.130:4). Esta maravillosa declaración condensa el evangelio, porque expresa que no podemos salvarnos a nosotros mismos, no podemos restaurarnos ni limpiarnos, no podemos curarnos de las heridas que el pecado ha dejado en nuestras vidas. El evangelio es: “Dios salvándonos de nuestros pecados por medio de Cristo”. Solo al comprender la magnitud de esta buena noticia es que podemos correr a Jesús el médico en busca del medicamento de la gracia, y ahí comprendemos que Su misericordioso remedio solo se puede recibir por medio de la fe y el arrepentimiento. Ninguno que venga con esa disposición a este médico será rechazado. Si estás enfermo y herido por el pecado eres bienvenido a la clínica del alma, donde serás atendido por el médico que todo lo cura: Jesucristo. Ningún condenado, sea ninivita, judío o chileno podrá decir en el día final: Vine a Jesús y fui rechazado, pues el recibe a todos los pacientes que vienen a él en arrepentimiento y fe.

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Increíblemente los libros de Jonás y Nahúm concluyen de una forma similar, con una pregunta: ¿no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, y también muchos animales? (Jon.4:11). Y Nahúm concluye: “¿sobre quién no pasó continuamente tu maldad?” (v.19). Una pregunta muestra la bondad de Dios y la otra Su severidad. Es el mismo Dios, es el mismo Nínive. ¿Qué paso entre medio? Cuando Jonás los visito, su pobre predicación fue escuchada y todo el pueblo se arrepintió, hicieron ayuno y clamaron por misericordia. El Señor tuvo compasión y mostró su bondad hacia este pueblo librándolos del castigo de su pecado. Pero pasaron más de cien años y no perseveraron en ese arrepentimiento, sino que volvieron a sus malos caminos y el Señor mostro Su justa indignación y Severidad al castigarlos. Esta es una gran advertencia para nosotros, porque si bien, el arrepentimiento no es lo que mantiene nuestra salvación, pues la salvación es del Señor y depende del exclusivo y perfecto desempeño de Cristo, si es la continua marca que sí tenemos salvación. Es la genuina respuesta en nuestras vidas que certifica la nueva vida que da el Espíritu Santo. No olvidemos el primer y continuo llamado del evangelio, Jesús dijo: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio(Mr.1:15). Nuestro continuo arrepentimiento y nuestra continua fe en Cristo, implican que estamos recibiendo el evangelio tal cual es.

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El arrepentimiento no es un evento único en nuestras vidas, el arrepentimiento sostiene nuestras vidas en dependencia a Dios. Nuestro Señor Jesucristo dejó muy la clara su importancia, él dijo: “¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc.13:4-5). La torre de Siloé se derrumbó y aplastó a dieciocho personas. La audiencia de Jesús podía pensar que estas personas merecían ese juicio porque eran más pecadores que ellos, pero no era así, todos necesitaban arrepentirse. Quizás durante los sermones del profeta Nahúm has pensado: ¡Qué bueno que se predique del juicio de Dios, hay varios que necesitan arrepentimiento, hay varios malos aquí como los Ninivitas! Esa es una forma necia de razonar, porque quien ha sido abrazado por la gracia y escucha el evangelio siempre pensara en su propia situación, en su propio corazón, en sus propios desiertos y pecados. Siempre recibirá la Palabra de Dios como un mensaje urgente y personal para su propia alma. Se dirá a sí mismo: “¿Habría yo estado preparado si me hubiera ocurrido a mí?”. Cuando oye hablar de un terrible crimen se dirá a sí mismo: “¿Han sido perdonados mis pecados?”. Cuando oye hablar de hombres mundanos que se precipitan a toda clase de excesos dirá: “¿Quién me ha hecho diferente? ¿Quién me ha librado de ese camino sino la gracia gratuita de Dios?”. Es que la bondad de Dios nos debe guiar a un arrepentimiento más profundo y genuino (Ro.2:4). La gloria de Dios en la faz de Jesucristo, sus atributos y majestad nos debe llevar a ver quiénes somos, quien es Dios y cuan necesitados de Su gracia permanentemente estamos.

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Las preguntas de Jonás y Nahúm convergen en tí y en mí, convergen en la Cruz, en el Hijo de Dios. Dios preguntó: ¿No he de apiadarme yo de Nínive? (Jon.4:11). Parafraseando la misma pregunta, el Señor dice: ¿No he de apiadarme yo de tí? Y la pregunta de Nahúm: ¿Sobre quién no pasó continuamente tu maldad? (v.19). Parafraseando la pregunta: ¿Sobré quien pasó (se cargó) tu maldad? Dios se apiado de ti y de mí porque nuestras maldades y la enfermedad del pecado fueron cargadas en el Hijo de Dios en aquel madero: “Ciertamente El llevó nuestras enfermedades (incurables), y cargó con nuestros dolores….. fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados (del pecado)” (Is.53:4-5). Si Cristo no hubiera tomado esa copa de ira hasta la última gota, el cielo se habría quedado vacío y el infierno repleto. La Cruz es la cúspide de la Bondad y la Severidad de Dios en el sacrificio de Cristo. Su bondad, al salvar al más vil pecador, su severidad al castigar justamente en Su Hijo por nuestras iniquidades, porque él no deja pecados sin castigar (Nah.1.3). Inescrutable es este misterio, Dios el inmortal muriendo en la Cruz entregó su ser, ni mente humana ni angelical jamás lo puede comprender: ¡Oh maravilla de Su amor, por mí murió el Salvador! Si crees que tu pecado es incurable, quizás es porque estas yendo al médico y a la medicina equivocada, ven a Cristo en arrepentimiento y fe, él te puede salvar y restaurar. Él es bueno, una fortaleza en el día de la angustia y conoce a todos los que en el confían (Nah.1:7)

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