No cometerás adulterio

Domingo 18 de octubre de 2020

Texto base: Éx. 20:14.

En 1953, comenzó a circular una revista que impactaría el mundo entero. Su fundador, Hugh Hefner, la llamó Playboy. En una sociedad conservadora y considerada cristiana, como era Estados Unidos, esta revista presentó los desnudos y la vida de inmoralidad sexual como algo glamoroso y admirable. Un hombre viviendo descaradamente en una mansión con mujeres a su disposición, era ahora un personaje público y admirado.

En la década siguiente, la de 1960, se desató la que hoy se conoce como revolución sexual. De la mano con cambios políticos a nivel mundial, revoluciones y la invención de los anticonceptivos, surgió entre los jóvenes una explosión de rebelión contra la ley de Dios.

Según un autor de apellido Escoffier (2003), La revolución sexual ha propiciado la generalización de todo tipo de relaciones sexuales y la aceptación general de las relaciones sexuales prematrimoniales, el reconocimiento y normalización de la homosexualidad y otras formas de sexualidad, un aumento de las parejas que conviven sin casarse, el retraso en la edad de contraer matrimonio, la multiplicación de hijos fuera del matrimonio, uniones civiles y matrimonio entre personas del mismo sexo, así como la aparición de nuevos tipos de familias (“monoparentales” y “homoparentales”).

Por otra parte, en los años ‘90, el entonces presidente de EE. UU., Bill Clinton, fue sorprendido en una relación de adulterio con una funcionaria de la Casa Blanca, llamada Monica Lewinsky. Esto fue un gran impacto, porque la sociedad estadounidense prefirió que este presidente siguiera en el cargo, porque la economía marchaba bien. No sólo eso: dejó la presidencia con el mayor índice de aprobación desde la 2ª Guerra Mundial.

Todos estos antecedentes nos dan un contexto sobre los cambios culturales que ha sufrido este lado del mundo respecto de la inmoralidad sexual. Estamos en una época en que el pecado no es el delito, sino la regla. Esto hace necesario que mantengamos los ojos abiertos y el corazón dispuesto, ya que en un contexto así es más fácil ser arrastrados por este río de rebelión contra Dios.

Por ello, nos dedicaremos a analizar qué ordena y qué prohíbe este séptimo mandamiento, deteniéndonos en cómo nos confronta personalmente hoy.

I. Deber positivo: ser puro en cuerpo y alma

A. Naturaleza del mandamiento

El séptimo Mandamiento demanda la Preservación de nuestra propia Castidad y la de nuestro Prójimo, en el Corazón, el Habla y la Conducta” (P. 76, CB1695).

La esencia de este mandamiento es resguardar la pureza en el cuerpo y en el alma del hombre, así como también en sus relaciones, siendo la principal de ellas el matrimonio, pues en ella se da origen a la nueva vida. Este mandamiento es esencial para conservar el orden social. Esto explica que este se encuentra a continuación de “no matarás”, ya que, después de la vida, lo más importante de conservar es la pureza personal y la santidad del hogar.

Asimismo, nos dice que Dios reclama tanto el cuerpo como el alma para que estén consagrados y Santos para él:

Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni lo obedezcan en sus malos deseos. 13 Tampoco presenten sus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y presenten sus miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:12-13, RVC).

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1).

Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co. 6:20).

En el caso de los cristianos, el cuerpo es llamado Templo del Espíritu Santo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Co. 6:19). En consecuencia, si Cristo se indignó cuando fue profanado el templo de Jerusalén, que era una mera sombra de lo que había de venir, ¡Cuanto más se indignará cuando el Templo del Espíritu en el Nuevo Pacto es usado para servir al pecado!

"… este mandamiento concierne más esencialmente al gobierno de los afectos y las pasiones, el guardar nuestras mentes y cuerpos en tal marco de castidad que nada impuro o inmodesto pueda corrompernos" (Arthur Pink).

B. Deberes de este mandamiento

Tanto el soltero como el casado están llamados a andar en pureza y dominio de sus propias pasiones, consagrándose y viviendo en santidad al Señor. Dios es un ser santo y puro y aborrece infinitamente toda impureza. Esto implica que debes:

i. Determinarte a ser puro en tus pensamientos: "Hice un pacto con mis ojos, ¿Cómo podía entonces mirar a una virgen?" (Job 31:1). Esto implica una vigilancia sobre nuestros sentidos, especialmente la vista, siendo el mismo Señor quien enfatiza que el adulterio está relacionado con nuestro deseo al mirar a otra persona.

ii. Ser puro en tus conversaciones, ya que de la abundancia del corazón habla la boca, y el Señor ordena reiteradamente que nuestra conversación sea llena de gracia de modo que edifique a quienes nos oyen.

iii. Demostrar un trato puro y respetuoso, así como el apóstol Pablo ordenó a Timoteo que se condujera con las jóvenes, "con toda pureza" (1 Ti. 5:2).

iv. Cultivar el dominio propio, es decir, control sobre nuestros deseos e impulsos en todo orden de cosas. En esto, no tenemos excusa. Dice la Escritura: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio" (2 Ti. 1:7). El dominio propio implica sobriedad de mente, estar en nuestros cabales, es decir, poder distinguir ante una tentación lo que es correcto e importante, y por otro lado, lo que simplemente causará un placer temporal pero que luego terminará en ruina segura. Quien ejerce dominio propio no es dominado por pasiones ni simplemente por lo que desea en el momento, si no quieres gobernado por las prioridades bíblicas, por la Ley de Dios escrita en su corazón. Es una persona gobernada por el Espíritu Santo, que oye su voz de amonestación frente a la tentación y escoge la salida que el Señor proporciona en ese momento.

v. Escoger bien tus compañías. Si bien es cierto no podemos salir completamente del mundo bajo el pecado, y debemos mantener contacto con los no creyentes para poder predicarles el evangelio y demostrarles amor cristiano, debemos alejarnos de la "mujer extraña" (Pr. 2:16), es decir, de aquella persona que está dispuesta a caer y hacernos caer con ella en la impureza sexual, en cualquiera de sus formas, sea en conversaciones, en momentos que se comparten juntos y que sólo deberían compartirse con quién se tiene un pacto matrimonial, o derechamente en una relación sexual. También implica apartarnos de las malas amistades que nos motivan a apartarnos de Dios para seguir los placeres de este mundo. Como exhortó el Apóstol a Timoteo: "Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro" (2 Ti. 2:22 NBLA).

vi. Vestirte de manera pura y decorosa. Esto no tiene que ver con una prenda de vestir determinada, sino con evitar toda ropa que destaque el cuerpo de manera sensual: "Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia" (1 Ti. 2:9).

vii. Casarte, si no tienes don de continencia, es decir, aquellos que en su corazón tienen el deseo y la necesidad de la compañía y el amor de una persona del sexo opuesto: “pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido… pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando” (1 Co. 7:2,9).

Así, el matrimonio es un medio dispuesto por el Señor para prevenir este pecado. Es un resguardo moral no sólo para el creyente, sino para la sociedad toda. Es una muestra de la misericordia de Dios y parte esencial de su plan para la vida del hombre en la tierra, tanto así que es la primera relación humana que existió en la historia. Al crear al hombre y a la mujer el Señor los unió en matrimonio ante él y estableció una regla perpetua: Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán un solo ser (Gn. 2:24). Toda otra relación humana nace del fundamento establecido por Dios para la vida social del hombre, qué es el matrimonio.

viii. Mantener puro el matrimonio: “Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin deshonra” (He. 13:4 NBLA). Esto implica también observar los deberes y roles que el Señor estableció para marido y mujer. Así, el marido debe liderar piadosa y sacrificialmente a su mujer, amándola como Cristo amó a la Iglesia, y la mujer debe ser ayuda idónea de su marido, sujetándose respetuosamente a él en el Señor.

ix. Notemos que no estamos llamados solamente a estar casados, sino a honrar el matrimonio, como Dios lo ha hecho, dándole un lugar especial y único en la vida del hombre y en su Palabra. Esto implica darle la prioridad y la dedicación que corresponde en nuestras vidas, no dejando de lado nuestro deber por amistades, diversiones ni exceso de trabajo, sino activamente cultivando la relación con nuestro cónyuge.x. Amar a tu cónyuge, porque sin amor lo único que habrá es una unión externa que se mantiene ya sea por orgullo, conveniencia o simple necesidad de satisfacer el placer, y en todo caso hará la vida miserable. El lugar de eso, en el matrimonio hay una promesa mutua de vivir juntos en fidelidad y sujetos a la ordenanza santa de Dios. Así, el amor no es visto como una simple pasión o una emoción que nos gobierna, sino como un querer y un sentir que nosotros debemos gobernar, ya que se nos ordena amar.

Aunque nuestro modelo no es el amor de las películas de Hollywood ni de las canciones así llamadas “románticas”, ciertamente debe haber cariño, afecto y pasión, pero en el marco de la Ley de Dios. Eso es lo que define el amor, ya que no hay amor verdadero fuera de la Ley de Dios.

II. Prohibición de toda inmundicia en cuerpo y alma

A. Esencia de la prohibición

El séptimo Mandamiento prohíbe todos los Pensamientos, Palabras y Acciones que sean contrarios a la Castidad” (P. 77).

"Toda inmundicia e impureza debe estar muy lejos de nosotros, porque Dios ama la pureza y la castidad. Y se resume, en que no nos manchamos con suciedad alguna ni apetito de lujuria" (Juan Calvino). El Señor aborrece toda impureza en cualquiera de sus formas y donde sea que se exprese, ya sea en el cuerpo o en el alma.

La prohibición del adulterio está encaminada a guardar la santidad del hogar. La esencia de la prohibición se dirige contra la inmundicia y la impureza que son completamente opuestas al carácter de Dios.

De todos los pecados de inmoralidad sexual, Dios escogió el adulterio para expresar este mandamiento, pues es un pecado especialmente perverso y grosero, porque:

i. Atenta contra el plan de Dios y su diseño para la vida del hombre en la tierra, que tiene entre sus aspectos fundamentales al matrimonio y la familia que surge a partir de él.

ii. Deforma y distorsiona el matrimonio, como ejemplo visible que Dios estableció de la relación que tiene con la Iglesia.

iii. Es una deshonra y un atentado contra nuestro mismo cuerpo: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Co. 6:18). Pero se queda ahí, sino que destruye también nuestra alma y nuestras relaciones más íntimas y preciadas.

iv. Quien adultera, no sólo peca contra su propio cuerpo, sino que usa el cuerpo de otra persona, y hace que ella también peque contra su cuerpo. Es un pecado que profana la imagen de Dios en el hombre.

v. Insulta a la Trinidad: Desafía el decreto del padre para la vida del hombre, contradice El ejemplo de Cristo y lo deforma, y profana el Templo del Espíritu Santo, que es el cuerpo.

"el pecado de adulterio es escasamente menos enorme que aquél del homicidio. El segundo destruye la existencia temporal del hombre, el primero destruye todo lo que hace de la existencia una bendición. Si fueran todos a tomar la licencia del hombre adúltero, serían a su debido tiempo reducidos a la degradación de bestias salvajes" Robert L. Dabney.

B. Pecados prohibidos

Hay dos tipos de adulterio: i) el que se comete al unirse sexualmente a otra persona fuera del pacto matrimonial entre un hombre y una mujer. De ese no había ninguna duda que se encontraba prohibido, y es el caso más abierto y flagrante en que se peca contra este mandamiento. Pero nuestro Señor Jesús también aclaró que ii) el adulterio se puede cometer en el secreto del corazón: “cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5:28).

Con esto, el Señor Jesús no estaba inventando un pecado nuevo, sino que estaba descubriendo el verdadero estándar de la Ley de Dios, ante la cual quedamos sin defensa alguna: para caer en adulterio no es necesario llegar a un acto sexual, sino que basta con las miradas, las imaginaciones y los deseos. Es un pecado que se puede cometer con los ojos abiertos o cerrados. Aunque alguien mutile su cuerpo o se encierre para siempre en una celda para no adulterar, no podrá deshacerse de este pecado, porque nace se comete ante todo en el corazón.

Por tanto, el mandamiento prohíbe:

i. No sólo el acto de inmundicia, sino que también condena todos los grados y expresiones de este pecado, comenzando por las miradas de deseo, y toda cosa que corrompa el cuerpo con impurezas e inmundicias, toda pasión desordenada e ilícita que deforme la pureza, la modestia, la moderación y la castidad tanto en el pensamiento, como en el habla y en los actos.

ii. Toda unión sexual fuera del matrimonio legal entre un hombre y una mujer: el sexo prematrimonial, que es tan aceptado en nuestros días. Todas estas uniones inmundas anteriores al matrimonio, incluso entre quienes están comprometidos para casarse, lo único que hacen es atentar contra el futuro matrimonio, sembrando el jardín de escorpiones. Asimismo, se condena la prostitución, el consumo de pornografía, la sodomía, el incesto, la violación y todo placer contra natura: “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, 27 y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (Ro. 1:26-27). Es decir, la Biblia reconoce un uso natural y otro contra natura, que refleja un estado especial de endurecimiento del corazón.

Es imposible mencionar todos los vicios prohibidos en este pecado, sean contra el uso natural o como un abuso de este. No es lícito entrar en mayor detalle, porque la Escritura dice: “vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto” (Ef. 5:12).

iii. Toda deshonra del matrimonio, no sólo por el adulterio físico, sino también por el descuido de los deberes que el Señor establece para el marido y la mujer, sea por negligencia, por estar cultivando una relación paralela al matrimonio, o por estar prestando atención a distracciones que el mundo nos ofrece, y que terminan por absorber aquellos deseos, atención y fuerzas que deberíamos destinar a nuestro cónyuge.

iv. La prohibición de casarse lícitamente, así como los matrimonios ilegítimos, tener más de un esposo o esposa legítima al mismo tiempo, el divorcio injusto, el abandono del hogar.

v. Las conversaciones corruptas e inmundas, incluso aunque sólo se escuchen o lean sin intervenir activamente en ellas: “Tampoco haya obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias” (Ef. 5:4). También dice: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Co. 15:33). Esto incluye las bromas en doble sentido o que toman los pecados de impureza como algo liviano que causa risa.

vi. La vestimenta indecente y provocativa, que tiene el propósito de llamar la atención y destacar el cuerpo a la vista: “las hijas de Sión son orgullosas Y caminan con el cuello erguido, y con ojos seductores, Dan pasitos cortos Para hacer tintinear los adornos en sus pies” (Is. 3:16 NBLA).

vii. La ociosidad, así como las comidas y bebidas que exaltan las pasiones y disminuyen las barreras para cometer este pecado, y cualquier cosa que provoque impureza nosotros o en otros.

viii. La impureza sexual entre marido y mujer. Sí, incluso quienes están casados deben cuidarse, porque la cama matrimonial no está libre de este pecado. Marido y mujer se pueden encender en impurezas que los degradan mutuamente, expresando su pasión de la forma inmunda en que lo hacen los no creyentes, el lugar de amarse con pureza y respeto. Ambrosio de Milán llegó a decir qué algunos esposos podían ser adúlteros de sus propias esposas, al tratarlas como prostitutas.

C. Efectos del adulterio

El adulterio degrada a una persona. Muchos hombres se jactan de sus conquistas y se ven a sí mismos como tigres imponentes, cuando en realidad son como gatos sarnosos buscando comida en la basura. El adúltero no es un macho viril ni una mujer empoderada, sino una persona débil de carácter, sin dominio de sus pasiones: “Porque a causa de la mujer ramera el hombre es reducido a un bocado de pan” (Pr. 6:26).

Es un tonto, que no sabe lo que está haciendo, es conducido por sus impulsos como una bestia: “Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; Corrompe su alma el que tal hace. 33 Heridas y vergüenza hallará, Y su afrenta nunca será borrada” (Pr. 6:32-33); “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Os. 4:11), quien lo comete está embriagado por sus propias pasiones y no obra según la razón ni la verdad. Destruye la propia alma, atenta contra el cuerpo, arruina el matrimonio y la familia, y pulveriza la reputación y el buen nombre.

El pecado sexual se presenta atractivo y placentero, pero al pasar deja ruina y destrucción. Cuando viene hacia nosotros, es como una mujer ramera peinada, maquillada y perfumada, pero cuando pasa y la vemos por la espalda, era en realidad una calavera putrefacta y maloliente. No sólo tiene consecuencias en este mundo (como las sanciones o la venganza), sino que también condena el alma al infierno si es que no hay arrepentimiento. El fuego de la pasión termina en el fuego del infierno: "los pechos de la ramera nos privan de entrar al seno de Abraham" (Thomas Watson).

En la ley de Moisés, el adulterio era castigado con la muerte al igual que se castigaba el homicidio. Aunque gran parte de la desobediencia este mandamiento se hace en secreto, y por tanto escapa del juicio de los hombres en muchas ocasiones, ciertamente no escapará del juicio de Dios: "a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios" (He. 13:4), ver también 1 Co. 6:9-10. Lamentablemente, muchos están dispuestos a beber un mar de ira por sólo una gota de placer.

III. El séptimo mandamiento y nosotros

A. Situación actual

Aunque los no creyentes nunca se van a someter plenamente a la Ley de Dios, lo cierto es que este mandamiento en especial despierta gran oposición en nuestra cultura. La sexualidad se ve como algo estrictamente personal, que cada uno ve cómo ejerce. En este plano, la gente de nuestros días levanta su puño contra Dios y le dice: “¡no te metas en mi cama, yo hago lo que quiero!”.

Tanto es así que la gente, en lugar de sonrojarse ante los desnudos, los acepta de buena gana y hasta los aplaude, mientras que se avergüenzan ante palabras como: castidad, pudor, modestia, decoro, virginidad y pureza sexual. Por el contrario, palabras como pecado, tentación e infidelidad son atractivos comerciales. Se cumple así lo que dice el profeta: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is. 5:20).

Por lo mismo, debemos tener mucho cuidado. Como la alegoría de la rana en la olla hirviendo, puede ser que incluso los cristianos nos hayamos estado cocinando en el agua hirviendo de la inmundicia, de tal manera que ya estamos acostumbrados a ella y no sentimos que nos estamos quemando. No sólo no se prohíbe el pecado, sino que se busca legalizar la maldad, y muchos se jactan con orgullo de lo que debería darles vergüenza.

Y una de las distorsiones más graves que encontramos hoy, es que la inmundicia sexual se disfraza de amor. Desde la caída, el amor ha degenerado hacia la lujuria. Se confunde la pasión desordenada con el amor, así como ocurrió en el caso de Amnón, cuando se "enamoró" de su hermana Tamar, y luego de haberla violado, esa misma pasión que lo llevaba a querer poseerla, lo llevó a aborrecerla con todo su ser.

Hoy el concepto más popular de amor se relaciona con una emoción, un sentimiento muy fuerte que nos posee, nos domina y nubla nuestra razón, algo que incluso va más allá del bien y el mal, de lo correcto o de lo incorrecto. Según este concepto del mundo, si tú sientes amor por alguien, lo que hagas está justificado. Si así lo sientes, entonces está bien. Va más allá de la razón y la voluntad, actúa como un espíritu independiente de la persona, y si quiere algo, no hay remedio, la persona que está sintiendo ese “amor” no puede hacer nada para impedirlo, sólo puede obedecer ciegamente esa emoción.

En nombre de este “amor” se han roto familias, se han cometido infidelidades, se han abandonado hijos, se han arruinado vidas. No importa si hablamos de una persona casada, comprometida, o de tu mismo sexo. Lo que importa es si sientes “amor”. Este es el mensaje del mundo.

Pero, en realidad, cuando un hombre y una mujer se unen sin estar autorizados por la Escritura (p. ej. adulterio, fornicación, segundas nupcias ilegítimas, etc) y sostienen que lo hicieron "por amor", ellos están mintiendo. Cuando dos novios afirman que no pueden dejar de tener intimidad sexual "porque se aman", ellos están mintiendo. Cuando dos personas del mismo sexo señalan que quieren unir sus vidas "por amor", ellos también están mintiendo.

El amor genuino nunca va contra la verdad ni contra el carácter de Dios, antes bien, siempre va de la mano con ellos. Lo contrario de amar es pecar. "El amor... no hace nada indebido... no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Co.

En este contexto, no debemos rebajar el estándar. No debemos dejarnos arrastrar por una sociedad en tinieblas, que adora al dios falso del placer sexual. Nuestro estándar no es la opinión de las masas, sino la Ley de Dios.

B. Consejos para evitar este pecado

En esta lucha, estamos llamados a evitar toda ocasión de pecado, huyendo ante la simple tentación que nos invite a caer. No esperes que se acerque a ti, porque su brazo es largo y si le permites acercarse te va a apuñalar. Esto implica encontrarse en tal grado de comunión con el Señor, que seamos sensibles a la advertencia del Espíritu cuando una tentación se está anunciando.

Nadie cae de un momento a otro: El pecado se va cocinando en nuestro interior, y sobre todo cuando nos encontramos apartados de la oración y lectura de la Escritura, nuestros sentidos se van haciendo insensibles al peligro de la inmundicia y nos vamos dejando hervir por el fuego de nuestras pasiones desordenadas, hasta que finalmente caemos en la trampa. Pero este proceso nunca ocurre de manera repentina, sino que más bien demuestra un alejamiento gradual del Señor y de su Ley que en determinado momento explota y produce el daño.

Por ello, cómo consejos para evitar este pecado:

i. No te creas fuerte. No eres un ángel, sino un pecador. “¿Tomará el hombre fuego en su seno Sin que sus vestidos ardan? 28 ¿Andará el hombre sobre brasas Sin que sus pies se quemen?” (Pr. 6:27-28). No te expongas al peligro, ni te quedes negociando con la tentación. La Escritura no te ordena esto, sino ¡huir!, como José escapó de la esposa de Potifar.

ii. Cultiva un sentido cotidiano de la presencia de Dios (Pr. 15:3). El pecado secreto no sobrevive si existe la fe de que Dios todo lo ve.

iii. No busques la compañía de una persona inmoral, ni de amistades que motiven al pecado, ya que el adulterio es contagioso.

iv. Guarda tus ojos, ya que El adulterio comienza con el deseo ilícito de otra persona.

v. Guarda tus labios, ya que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.

vi. Cuida tu corazón con toda diligencia (Pr. 4:23). Cuida tus pensamientos, ya que allí es donde nacen los adulterios.

vii. Cuida la forma en que te vistes (Pr. 7:10), ya que una vestimenta explícita motiva al adulterio. Quién se viste de esta forma es culpable de pecado, ya que está ofreciendo veneno, aunque nadie se lo terminé tomando.

viii. Cuidado con el entretenimiento, porque a menudo baja nuestra guardia y disminuye el estándar de lo puro.

ix. Cuidado con el ocio y los excesos en la comida y la bebida. La glotonería y la borrachera generalmente son seguidas por el adulterio, ya que el exceso engendra impureza e inmoralidad.

x. Cuida lo que pones ante tus ojos, porque así como la Escritura promueve el amor a Dios, leer y ver cosas inmundas enciende la lujuria. Esto hay que tenerlo especialmente en cuenta, en días en que la lujuria y la pornografía son la norma.

xi. Pide al Señor que te permita ver la impureza sexual como Él la ve: como un pecado inmundo y abominable.

xii. Recuerda que el pecado siempre termina en tragedia. Quienes caen en adulterio, enfrentarán también la ira de quién ha sido traicionado.

xiii. Ama a tu esposa (Pr. 5:18). No se trata sólo de evitar desear a otras personas o de caer en adulterio con ellas, sino de amar a la persona con la que Dios nos ha unido en una sola carne. Quien no ama a su esposa, se puede decir con toda probabilidad que ya está cayendo en adulterio.

xiv. Lucha por tener un corazón temeroso de Dios, porque el temor de Dios nos aparta del mal (Pr. 16:6). José, hijo de Jacob, a pesar de que se encontraba en una situación de vulnerabilidad, siendo soltero, joven y habiendo sido abandonado por sus hermanos, y considerando además que se encontraba en un contexto de una nación pagana sin comunión con el pueblo de Dios, aun así rechazó la tentación de la mujer de Potifar, diciendo que adulterar sería cometer un “grande mal” contra Dios (Gn. 39:9).

xv. Deléitate en la Palabra de Dios y la comunión con Él. Las personas caen en adulterio porque no han encontrado su delicia en Dios, y buscan el placer de su alma en la inmundicia de este mundo.

xvi. Ora por la pureza y santidad de nuestra alma: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Un alma pura es aquella que tiene estampado el carácter de Cristo, qué consiste en justicia y verdadera santidad (Ef. 4:24).

Por otra parte, hay un tipo de adulterio que se comete sólo contra Dios: El adulterio espiritual, que es expresión más profunda y definitiva de este pecado, e implica encontrar satisfacción en los bienes e ídolos de este mundo, apartándonos de Dios, en lugar de encontrar en el nuestra delicia y el placer de nuestra alma. Si buscamos nuestra felicidad en las cosas creadas, estamos cometiendo este adulterio espiritual (Stg. 4:4).

En esto debemos recordar que la Iglesia es descrita como la esposa de Cristo, y nuestro Dios es celoso, no de forma carnal y egoísta, sino que es un celo santo y justo: Él demanda ser adorado y amado por sobre todas las cosas, precisamente porque Él nos hizo y está sobre todo lo que existe. Exigir ese amor no es un acto de soberbia de su parte, sino de justicia y de bondad, porque no hay bien ni disfrute fuera de Él, quien es Señor y Creador de todo.

Guardemos nuestro corazón en fidelidad a nuestro Señor, no dedicando nuestro ser a las cosas de este mundo, sino sólo a Su gloria.

C. El ejemplo de Cristo

Por último, consideremos que Cristo es todo lo contrario al adúltero. Mientras el adúltero engaña a su esposa y sacrifica su matrimonio para satisfacer su placer personal, “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, 26 para santificarla…” (Ef. 5:25-26). Nuestra salvación se describe en términos de amor matrimonial. Cristo es el esposo fiel de su Iglesia, que jamás la dejará ni la engañará, sino que es veraz y la ama de manera perfecta.

Él cumplió perfectamente este mandamiento, ya que siempre actuó con toda pureza y jamás hizo nada inmundo. Pero no sólo eso, también murió en la cruz para pagar por el pecado de quienes creen en Él como Salvador y se arrepienten de su maldad. En Él puede encontrar perdón desde aquel que ha mirado con deseo a la mujer o el marido de su prójimo, hasta quien ha caído en una relación sexual ilícita. Quienes vayan a Él quebrantados por su pecado, en arrepentimiento y fe, no serán echados fuera.

A ti, que vives en sexo fuera del matrimonio, o que estás preso de la pornografía, o que estás engañando a tu marido o a tu mujer, o que vives atraído por una persona fuera de tu matrimonio, entreteniendo pensamientos de adulterio en tu mente, o que te has entregado a relaciones con personas de tu mismo sexo, o que estás conviviendo con una persona que no es tu marido o tu mujer, o que tienes la costumbre de conversar inmundicias, te llamo hoy a que te mires ante el espejo de la Ley de Dios y reconozcas que la has violado y eres culpable, pero acto seguido, te llamo a que mires a Cristo, aquel que vivió una vida de obediencia perfecta que tú nunca podrías vivir, y murió la muerte que merecías morir por tu pecado. Míralo y cree que sólo Él puede salvarte, que en Él hay vida eterna, aférrate a sus pies y encontrarás perdón, serás salvo, porque fiel es el que prometió.