Domingo 11 de agosto de 2024
Texto base: Mt. 7:21-23.
Vivimos en una cultura tristemente dada a las estafas y las defraudaciones en muchas formas: algunas para no pagar la cuenta del restorán, otras llamadas “estafas telefónicas”, el famoso “cuento del tío”, otras relacionadas con un pedido que se pagó y nunca llegó; en fin, la variedad de este flagelo parece no tener fin.
Es un delito que produce gran frustración en la víctima, pues voluntariamente entrega de lo suyo debido a un engaño. Por eso, la estafa se denomina un delito de autolesión porque el delincuente hace una puesta en escena que induce a engaño, y el afectado voluntariamente entrega su dinero, para luego preguntarse: “¿Cómo fue posible que cayera en el engaño?”. Eso explica que haya muchas advertencias del tipo: “cuidado con tales llamadas telefónicas”, o “no abrir este link que llega por correo electrónico”.
Pero hay una estafa que es particularmente dramática y tiene consecuencias eternas, y es la “auto estafa”, el autoengaño Y es de lo que habla Jesús acá: el peligro del autoengaño, de defraudarse uno mismo, pensando que uno es una cosa que no es realmente. Las consecuencias de este autoengaño son irreversibles, por lo que debemos poner gran atención a la alarma que nos da el Señor.
Veremos i) una radiografía del falso creyente, luego ii) el peligro del autoengaño, y, por último, iii) la condena a los falsos creyentes.
En cuanto al contexto de este pasaje, se encuentra en la última sección del sermón del Monte, en que Jesús está exhortando a sus oyentes y aplicando todo lo enseñado anteriormente. Esta porción final comenzó en el v. 13, con el pasaje de la puerta estrecha, y nos presenta una serie de paralelos: la puerta estrecha y la puerta ancha, el camino angosto y el amplio, el árbol bueno que da fruto bueno y el árbol malo que da mal fruto, los que son consecuentes al llamar a Jesús “Señor, Señor” y los que no; los que construyen su casa sobre la roca y los que construyen sobre la arena. Todos estos contrastes remarcan la idea de que un día compareceremos ante Dios en su juicio, y que hay sólo una manera de vivir que lleva a la vida eterna.
Jesús está ampliando y aclarando lo que significa entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto, advirtiendo de los peligros y obstáculos que enfrentamos como discípulos, llamando la atención sobre maneras falsas o aparentes de haber entrado por la puerta estrecha, con las que podemos ser engañados.
En la porción anterior, habló sobre los falsos profetas que intentan engañar a los discípulos pero que pueden ser reconocidos por su mal fruto, que los hace merecedores de ser cortados y echados al fuego. En este pasaje, se centra más bien en los falsos creyentes, es decir, no tanto en los maestros sino más bien en los oyentes.
En este marco, Jesús aclara que, de todo el grupo de personas que lo llama “señor, señor” no todos entrarán en el reino de los cielos. Esta es una de las advertencias más solemnes y estremecedoras en la Escritura, que no nos puede dejar indiferentes, sabiendo que está hablando aquí a los discípulos, no a la muchedumbre de los que se declaran incrédulos.
Es importante aclarar que Cristo no está rebajando la importancia de confesarle como Señor. Esta es una declaración que une a todos los cristianos y que debe ser profesada por todo aquel que es salvo (Ro. 10:8-10). Es más, nadie puede llamar a Cristo “Señor” si no es por el Espíritu Santo (1Co. 12:3). Por tanto, no debemos malinterpretar este texto ni tomarlo aisladamente como si se estuviera menospreciando el confesar nuestra fe en Cristo.
Por otro lado, tampoco se está enfatizando la práctica por sobre la doctrina. Esto porque, algunos, sostienen un discurso más o menos así: “la doctrina divide y la letra mata, yo más bien soy práctico, lo que importa es vivir la Palabra”. No es esto lo que está enseñando Jesús en este pasaje. De hecho, nadie puede ejecutar lo que no conoce, de manera que si alguien rebaja la importancia de conocer la Palabra y la doctrina y al mismo tiempo declara ser “práctico”, en realidad está ejecutando su propia voluntad o lo que ha aprendido en su cultura, y no la Palabra de Dios.
¿Qué es lo que está enseñando entonces?
De lo que está enseñando aquí Jesucristo es del peligro de estar auto engañados con una falsa seguridad de salvación, que tiene que ver con poner nuestra confianza y paz espiritual en el lugar incorrecto.
Debemos notar, en primer lugar, que Jesús aquí no habla de quienes profesan una doctrina falsa. Se trata de personas con una fe ortodoxa, pues le llaman “Señor”, algo que, como señalamos, debe confesar un verdadero creyente. Son personas que, según lo que describe Jesús, dicen lo que deben decir.
Estas personas tienen también un respeto en su trato a Jesús, llamándole de esa forma. Incluso, podemos notar fervor en sus palabras, pues le llaman “Señor, Señor”, lo es una forma hebrea de enfatizar un llamado al repetir el nombre, como cuando Jesús reprende a Pedro diciéndole: “Simón, Simón”. Así, estas personas pretenden una familiaridad y demuestran cierta devoción en su forma de dirigirse a Cristo.
Se trata, a su vez, de profesantes que han vivido una vida de activismo religioso, resaltando que hicieron diversas obras en el nombre de Jesús, frase que se menciona tres veces en este pasaje. Cristo quiere ser muy enfático en su advertencia: las personas que componen este grupo no son de cualquier clase, sino que demuestran compromiso y gran entrega de sus propias vidas en el contexto de los discípulos. Nota el tipo de obras que realizaron:
Sin duda, todas estas acciones se pueden simular o falsificar, pero el énfasis de Jesús es que incluso profetizar, expulsar demonios y hacer muchos milagros, y todo esto en Nombre de Cristo, no es garantía de entrar en el reino de los Cielos.
Tenemos, así, que la fe de los falsos creyentes que se presentan aquí, era una profesión: ortodoxa, fervorosa, pública y espectacular, ¡Pero aun así NO era suficiente para asegurar la entrada al reino de los cielos! ¿Cómo podría ser posible algo así? La razón es simple y categórica: a pesar de todos los fuegos artificiales, se trataba de una profesión vacía, sin realidad. Estaba sólo en sus labios y en momentos especiales, pero no en sus corazones.
Si esto se dice de quienes realizaron obras tan espectaculares, ¿Cuánto más podría decirse de personas que dicen ser creyentes, pero son apáticas, perezosas espiritualmente, negligentes en buscar a Dios en oración y en leer Su Palabra, inconstantes en congregarse, descuidados en el servicio al Señor y con escasa consagración en sus vidas, siendo más bien llenos de amor a este mundo? Por eso, las Palabras de Jesús deben estremecernos hasta lo más íntimo.
Situémonos por un momento en la aterradora escena descrita por Jesús. Tenemos a esta multitud de personas diciéndole en el día final: “Señor, Señor, no profetizamos…”. A ellos les parece obvio que deberían ser admitidos por lo que dijeron y lo que hicieron. Ellos se consideran evidentemente partícipes del reino de los cielos. Esto significa que estaban completamente autoengañados en el asunto más importante que cada uno debe enfrentar.
Por tanto, está Claro que la posibilidad de auto engañarnos es cierta y dramática. Es posible pensar que vamos camino a la vida cuando en realidad vamos camino a la destrucción, y esto es realmente escalofriante, tanto que un verdadero discípulo no puede quedar indiferente ante esta terrible advertencia.
De hecho, hay alguien que calza perfectamente con el perfil de falso creyente que Jesús describe aquí, y se trata de Judas. Judas formó parte del grupo de los 12 estuvo entre los que fueron comisionados por Jesús para predicar el evangelio del reino a la casa de Israel. Como de esta compañía, el profetizó, predicó en el nombre de Jesús, echó fuera demonios e hizo milagros. No sólo eso: él estuvo en las enseñanzas más íntimas de Jesús a sus discípulos y presenció eventos que los ángeles anhelaban mirar. Sin embargo, fue Llamado “hijo de perdición“, cometiendo la traición más perversa jamás realizada, pues, como sabemos, entregó a Cristo a la muerte.
Otro ejemplo lo encontramos en Demas, quien no sólo fue contado entre los creyentes en las iglesias plantadas por el apóstol Pablo, sino que también fue llamado “colaborador” por el apóstol.
Nota que, tanto en el caso de Judas como en el de Demas, el engaño no fue solo de los propios involucrados, sino que también los verdaderos discípulos fueron engañados por su apariencia de ser creyentes. Cuando Jesús anunció que uno de los 12 lo iba a traicionar, ellos se preguntaban perplejos quien sería el traidor, lo que implica que Judas no había dado suficientes pistas como para dudar especialmente de él. En el caso de Demas, ya mencionamos que el apóstol lo consideraba de gran ayuda en el ministerio. Esto realza la gravedad del peligro del auto engaño.
Como ya adelantamos, este autoengaño se debe a haber puesto la confianza en el lugar equivocado. Nota que estos falsos creyentes estaban muy seguros de cosas que ellos hacían y de sus resultados, pero ninguno mencionó su comunión con Cristo, el vínculo que los une personalmente a él. En lugar de eso, se concentraron en lo que ellos dijeron hicieron.
La advertencia de Jesús va en la misma línea que toda su enseñanza en este sermón del monte. El exhorto contra una religiosidad hipócrita, que es la de los escribas y fariseos, y que se concentra en conductas, pero deja de lado el corazón.
También fue claro en cuanto a que las obras de justicia como la limosna, la oración y el ayuno pueden hacerse con una motivación completamente incorrecta, para ser vistos por los demás y no realmente para agradar a Dios y conocerle más. Ahora está mostrando cómo termina toda esa falsa religiosidad, que aparenta hacer todo para Dios, pero en realidad se hace buscando la propia gloria. Por tanto, cuando Jesús habló de la verdadera limosna, oración y ayuno no estaba hablando simplemente de un asunto de formas, sino que de la diferencia entre la vida y la muerte. La religiosidad hipócrita, por más activa y fervorosa que parezca no puede agradar a Dios ni nos concede entrada al reino de los cielos.
Por tanto, te llamo a evaluar tu corazón y preguntarte si tu confianza está en lo que tú haces para Dios, en tu récord u hoja de vida de actividades religiosas o en lo precisa que es tu confesión de fe doctrinalmente hablando, o si tu confianza está en Cristo como único señor y Salvador
En esto, la vigilancia sobre tu propio corazón debe ser constante, porque la línea es muy delgada. Podemos pensar en varios factores que pueden fomentar el autoengaño:
Sólo hemos expuesto algunos factores que facilitan que caigamos y perseveremos en el autoengaño, pero sin duda puede pensarse en muchos más. Esto porque el autoengaño es uno de los peligros más grandes y cotidianos que enfrentamos. Esto resalta la necesidad de estar vigilantes y dependiendo del Señor, para no abrigar una falsa paz, puesta en el fundamento equivocado.
Dijimos que todo este capítulo 7 resalta la idea del juicio de Dios, y especialmente esta última sección. Al decir "en aquel día" (v. 22) se refiere al día del juicio, vivos y los muertos darán cuenta de sus obras ante Jesucristo, que es el Juez que el padre ha dispuesto para decidir nuestro destino eterno (Jn. 5). Se trata del día del Señor grande y terrible descrito por los profetas.
Es necesario que en este momento hagas el ejercicio de pensar en aquel día. ¿Cuál será la base de tu confianza ante gran Trono blanco, ese supremo tribunal en el que se decidirá toda tu eternidad?
El pasaje pasa ahora de lo que estos falsos creyentes dirán a Jesús, a lo que Jesús tiene para decirles (v. 23). La expresión “les declararé” tiene una connotación solemne, como una sentencia. Para quienes han vivido en este autoengaño, Jesús tiene terribles palabras: “Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad”.
Aquí queda en evidencia lo que realmente eran estas personas. En primer lugar, Jesús aclara que nunca los conoció. Por supuesto, esto no significa que él no sabía de la existencia de ellos, pues Jesús es Dios y conoce todas las cosas. Aquí la palabra "conocer" está en el sentido hebreo, que significa una relación personal e íntima. Por tanto, más allá de lo que estos falsos creyentes decían y hacían, no importando los fuegos artificiales, las luces y el espectáculo, la verdad es que nunca fueron conocidos por Cristo. Estaban entre la familia de Dios, pero no eran parte de ella.
Dijimos previamente que ninguna de estas personas destacó su Comunión con Cristo, sino más bien, cosas que ellos mismos decían o hacían. Pero Jesús nos está diciendo claramente que el criterio definitivo es nuestra unión con Él. No hay nada que pueda sustituir este vínculo espiritual. Para los falsos creyentes será obvio que deben entrar al reino por lo que han hecho, pero Jesús les recordará dramáticamente que pasaron por alto Lo esencial: "jamás los conocí".
La condena para estos falsos creyentes es "apártense de mí". Esto no es simplemente que los hace a un lado por un rato y luego podrá reconsiderar su situación. Aquí estamos ante el tribunal supremo y final, no hay apelación posible. Esa sentencia significa la destrucción eterna, ser separados eternamente de Dios y bajo su maldición, sin ni una pizca de gracia, sin siquiera un instante de reposo y alivio, sólo ruina y destrucción en el más alto grado y sin fin. Es el mismo final que ya fue establecido para los que van por la puerta ancha y el camino amplio, y para los falsos profetas que han dado mal fruto en el pasaje anterior.
Esto nuevamente debe hacernos estremecer. Jesús no está hablando por hablar aquí, sino que está advirtiéndote de este terrible peligro para que tomes medidas serias y te vuelvas a Él de corazón. Deben ser como esas huellas de neumáticos que se salen del camino y van en dirección hacia un barranco, indicando que hubo un accidente ahí recientemente. Al ver esas huellas debemos pensar: "hay que tener sumo cuidado aquí para no caer igual que lo hizo ese vehículo antes". Así también, al ver este pasaje y considerar la destrucción preparada para los falsos creyentes, debes hacer una prioridad el examinar tu corazón y ponerte a cuentas con Dios.
Esta condenación a la que se hace referencia no es un capricho de Jesús, sino una sentencia justa, pues aunque estos falsos creyentes pudieran considerarse a sí mismos como profetas, exorcistas o milagreros en nombre de Cristo, él tiene otro nombre para ellos: Hacedores de maldad. La versión NBLA lo traduce diciendo "los que practican la iniquidad". Esto da el sentido de habitualidad, de algo que se hace usualmente. También podría traducirse "obreros de maldad", como lo hacen otras versiones. El sentido es claro: Estas personas pretendían ser obreros del reino, pero en lugar de eso son obreros de iniquidad.
El panorama se aclara aún más cuando consideramos que la palabra para "iniquidad" en el original es "anomia", es decir, "sin ley". Se trata de personas que viven como si Dios no hubiera dado una ley, como si no existieran sus mandamientos, entregándose a los pecados de su propio corazón mientras pretenden ser religiosos y justos. Por eso, Jesús estaba hablando muy en serio cuando dijo un poco antes en este Sermón del Monte: "les digo a ustedes que si su justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos" (Mt. 5:20). Justamente lo que decían estos falsos creyentes se identifica con esa justicia hipócrita de los escribas y fariseos, en las apariencias, esa forma de vivir no lleva a la vida sino que nos aparta del Señor eternamente.
Todo esto será lo que ocurrirá “en aquel día”. Te pregunto hoy: ¿Qué sería de ti si ese día fuese hoy mismo? Estás en peligro mortal si consideras tu vida y piensas: "sí el Señor viniera mañana, tendría que arrepentirme de esto y de aquello, y tendría que prepararme rápido para irme con Él". Quien viva así, tendrá su parte con los incrédulos, porque se ha entregado al autoengaño y no están preparándose para la venida del Señor.
Este es el punto de la parábola de las diez vírgenes: cinco de ellas eran prudentes y las otras cinco eran insensatas. La diferencia fue que las prudentes se prepararon para la llegada del novio, llevando aceite para sus lámparas, mientras que las insensatas no se prepararon. Luego de haberse tardado el novio, finalmente llegó, y las insensatas se dieron cuenta de que sus lámparas ya se apagaban por falta de aceite, y por eso salieron a comprar, pero en ese intertanto se cerró la puerta del banquete de bodas. Ahí las vírgenes insensatas clamaron: ““Señor, señor, ábrenos”. 12 Pero él respondió: “En verdad les digo que no las conozco”. 13 Velen , pues no saben ni el día ni la hora” (Mt. 25:11-13).
Estas diez vírgenes son iguales en varios aspectos: en la intención de encontrar al esposo y acompañarlo al lugar donde se celebrarán las festividades, en que todas tienen lámparas, todas esperan que el esposo llegue antes de la venida del nuevo día, pero ninguna de ellas sabe la hora en que él llegará. Todas esperan participar en la fiesta de boda. Pero aunque las diez se parecen tanto entre sí en tantos detalles externos, su diferencia es básica y fundamental: cinco eran necias, cinco prudentes. La diferencia entre la prudencia y la necedad es una: la preparación. Unas se prepararon, las otras no.
¿Cómo te puedes preparar para la venida del novio? ¿Cuál es ese aceite que debes llevar contigo? La respuesta es reaccionando a la Palabra con fe y obediencia, siempre en el hoy. El discípulo se distingue porque es el que reacciona ante la Palabra de corazón, no simplemente con actos externos, sino recibiéndola con todo su ser.
Algo interesante y revelador es que nadie puede “prestarnos de su aceite”. No importa que seamos hijos, hermanos sanguíneos, amigos o conocidos de alguien que tenga una vida consagrada a Dios. Ellos no podrán prestarnos de su preparación o su consagración: cada uno debe entregar su vida a Cristo por completo.
El mensaje, entonces es que la preparación es esencial, porque viene el tiempo cuando ya no será posible prepararse; la puerta estará cerrada. A quienes no rindieron sus vidas a Él, les dice: “No os conozco”. No hay que demorar, porque una vez que Él haya venido otra vez, la puerta de la gracia será cerrada irrevocablemente.
Debemos esperarle como lo hacen los niños cuando uno les avisa que haremos con ellos algo que les gusta: no pueden aguantar y pasan todo el tiempo preguntando si ya llegó la hora de salir, están expectantes. Así debemos esperar la venida de Cristo, preparándonos para aquel día.
Sólo tendrán su parte con Cristo aquellos que estén velando y alerta, a quienes el Señor encuentre consagrados, santos, con sus vidas entregadas a Él y listos para su venida. Quien no se dispone hoy a estar listo, tampoco se va a disponer mañana, ya que su corazón ama al mundo y no al Señor.
Quien conoce mucho pero no está velando, sólo prepara más azotes para sí mismo. A quien mucho conoce, mucho se le demandará.
Ante esto, hermanos, la pregunta obvia es: ¿Qué hacemos? Si te has dado cuenta de que has estado autoengañado o te ves en serio peligro de estarlo, ¿Cómo reaccionar?
Es necesario enfatizar que el remedio no es primero “hacer algo”, sino volver al primer amor. Nota la situación de la iglesia en Éfeso, según Jesús la describe en Apocalipsis: era una iglesia con una fe ortodoxa y además con muchas obras de justicia, pero había dejado su primer amor, que se refiere no a un amor de los primeros días luego de ser convertido, sino a “primero” en sentido de prioridad ante todas las cosas. El Señor la confronta diciendo: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete” (Ap. 2:5).
Nada de lo que hagamos puede reemplazar lo esencial: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento” (Mt. 22:37-38).
El pecado de los Efesios era un problema de amor, y la verdad es que todos nuestros pecados siempre son un problema de amor: surgen porque no amamos a Dios sobre todas las cosas, sino que amamos a algo o a alguien en su lugar, y eso viene a ser nuestro ídolo. Como consecuencia de esta ausencia del primer amor, tampoco amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, de lo que concluimos que desobedecemos toda la ley si no amamos al Señor sobre todo, y con todo lo que somos.
Toma cualquier pecado con el que luchas y el problema será el mismo: falta de amor por Dios y Su Palabra. Aquí está la base del autoengaño. Cuando el Señor restauró a Pedro después de que éste lo negó, Él no lo confrontó primero por su cobardía, sino por su falta de amor. Tres veces le preguntó: “¿Me amas?”. Esa era la raíz de su pecado y lo que debía ser atendido.
¿Puedes decir confiadamente que Cristo es tu primer amor? Dejar el primer amor por Cristo es una traición absoluta, pues significa que estamos avivando otros amores, que estamos siendo infieles como el Señor acusó a Su pueblo por medio de Oseas. Perder el primer amor nos quita la vida, el fuego interior que debe ser nuestra motivación y fuerza para todo lo que hagamos.
Creemos que cumpliendo con ciertas actividades importantes podemos llamarnos Iglesia de Cristo. Sin darnos cuenta, tristemente, nos parecemos a un carrusel, que se mueve, pero no avanza. Pero antes que ‘hacer’ debemos ‘ser’.
Nota que Jesús dice que el que sí entra es: “el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos” (v. 21). Los falsos creyentes podrían responder: ¡pero nosotros profetizamos, expulsamos demonios e hicimos muchos milagros, y todo eso en tu Nombre! Pero el hacer la voluntad de Dios no es primero un asunto de acciones, sino de amor: “Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos” (Jn. 14:15).
Considera seriamente la exhortación del Apóstol: “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor, he llegado a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. 3 Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha” (1 Co. 13:1-3).
Se trata, entonces, de amar personalmente a Cristo, sabiendo que Él nos amó primero y se dio a sí mismo por nosotros, para que podamos tener vida. Recibe, entonces, la exhortación de Jesús en este pasaje y ven a Él, dedícate siempre en el HOY a buscarle y amarle sobre todas las cosas.
“el sólido fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: «El Señor conoce a los que son Suyos», y: «Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor»” (2 Ti. 2:19).