Texto base: Mt. 7:15-20.

Nos encontramos ya en la última sección del Sermón del Monte, en que Jesús está exhortando directamente lo enseñado al corazón de sus oyentes. Esta porción final comenzó en el v. 13, con la confrontadora imagen de la puerta estrecha. Lo que analizaremos hoy, continúa en la misma línea de exhortación, ampliando la explicación sobre lo que significa realmente entrar por la puerta estrecha y evitar la ancha, presentando un mal que cobra gran cantidad de víctimas: los falsos profetas.

En este sentido, i) analizaremos el peligro de los falsos profetas, ii) expondremos el criterio para identificarlos y iii) advertiremos sobre la condena a estos maestros impíos.

.

I.El peligro de los falsos profetas

Jesús consideró necesario hacer una solemne advertencia al final de Su Sermón: sus discípulos deben cuidarse de los falsos profetas. En lo inmediato, se refiere a fariseos y saduceos. No a todo el grupo, sino a aquellos entre ellos que se levantaban como ciegos guías de ciegos. Más allá de eso, sin duda cada generación de creyentes debe enfrentarse a una variedad de falsos profetas, que, aunque prediquen cosas distintas, comparten una misma esencia, que es descrita en este pasaje.

Ahora, al decirnos que hay falsos profetas, Jesús está asumiendo que hay un estándar objetivo por el cual distinguirlos como tales, y que, por tanto, hay también profetas que son verdaderos y fieles.

Podemos comenzar definiendo qué es un profeta: “Un profeta verdadero es portavoz de Dios. Fue comisionado por Dios y lleva el mensaje de Dios a los hombres”.[1] Por eso, la frase típica del profeta es “así dice el Señor”, pues no viene a su propio nombre ni habla sus propias palabras, sino las de Dios, siendo llamado y enviado por Él.

En contraste, la expresión “falso profeta” es usada por Jesús para referirse todos los que con su influencia tienden a extraviar a los hijos de Dios, hablando por su propia cuenta, sin haber sido llamados ni enviados por Dios, pero pretendiendo hablar en Su Nombre.

En este sentido, es importante resaltar que los falsos profetas no son simplemente personas que se dedican a inventar cosas por ocio, curiosidad o diversión, sino que son mensajeros de las tinieblas, de manera que el Apóstol Pablo los llama servidores de satanás (2 Co. 11:15).

Estos falsos maestros eran exclusivos del contexto de Jesús. Ya el Antiguo Testamento advertía de ellos:

Si se levanta en medio de ti un profeta o soñador de sueños, y te anuncia una señal o un prodigio, y la señal o el prodigio se cumple, acerca del cual él te había hablado, diciendo: “Vamos en pos de otros dioses (a los cuales no has conocido) y sirvámoslos”, no darás oído a las palabras de ese profeta o de ese soñador de sueños” (Dt. 13:1-3).

Es interesante que la Ley incluso advierte que estos falsos profetas podían realizar señales milagrosas, lo que nos debe advertir sobre poner los ojos sólo en los milagros, pues podríamos resultar engañados como muchos lo están hoy, siguiendo a supuestos milagreros y asegurando que han presenciado de propia mano un prodigio de parte de sus profetas. El estándar objetivo para evaluar a un profeta, por tanto, no son las señales, sino la Palabra de Dios.

Sin duda, a lo largo del Antiguo Testamento encontramos ejemplos de falsos profetas, siendo Balaam un verdadero ícono de lo que significa ser un réprobo. Encontramos su historia en el libro de Números (caps. 22-24). Es un caso que llama mucho la atención, ya que resalta la sutileza de los falsos maestros. Él no ‘profetizó’ nada contra la verdad, pero no quiso quedarse sin su paga, de manera que encontró la forma de que cayera maldición sobre los israelitas sin que algo falso saliera de su boca: incitó a los madianitas a que sus mujeres sedujeran a los israelitas y los llevaran a pecar con sus ídolos, y así los mismos israelitas se acarrearían la maldición. Como Dios no puede ser burlado, luego sería muerto en la venganza de Israel sobre Madián (Nm. 31:8).

También encontramos los ejemplos de Sedequías y los 400 profetas falsos, que aconsejaron al perverso rey Acab que fuera a la guerra, para su propia perdición (1 R. 22); y el falso profeta Hananías que se opuso a Jeremías y que aseguraba que el rey vencería sobre los babilonios (Jer. 28).

Ya en el Nuevo Testamento, Jesús advirtió contra los falsos profetas no sólo aquí, sino que en diversas ocasiones, como cuando llamó a cuidarse de la levadura de los fariseos (Mt. 16:6), y cuando dijo: “Se levantarán muchos falsos profetas, y a muchos engañarán” (Mt. 24:11), dando a entender que este mal se multiplicaría mientras más se acerca el fin de todas las cosas, haciendo extraviar a muchos.

Los Apóstoles siguen la misma línea, advirtiendo en gran parte de las cartas apostólicas y siendo uno de los temas centrales en algunas de ellas. Son llamados no sólo falsos profetas, sino también falsos maestros, obreros fraudulentos, falsos apóstoles, etc. Una solemne voz de alarma la encontramos en el Apóstol Pablo, en sus últimas palabras a los ancianos de la iglesia en Éfeso:

Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces entre ustedes que no perdonarán el rebaño. 30 También de entre ustedes mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos. 31 Por tanto, estén alerta…” (Hch. 20:29-31a).

Es impresionante la similitud de términos empleada por el Apóstol con los del Señor Jesús. Es tal el peligro de los falsos profetas, que el Apóstol estaba hablando a pastores de una iglesia, y les dice de entre ellos mismos se levantarían algunos, revelando que en realidad eran falsos, y arrastrando a otros con ellos a la perdición. Este llamado a estar alertas debe alcanzarnos también hoy.

Sin duda, las palabras de Jesús y de Su Apóstol se cumplieron, ya que la iglesia en los primeros siglos debió enfrentar el azote de los falsos maestros, que inventaron las más variadas mentiras creando facciones y esparciendo división entre la hermandad.

Eso explica que Jesús los describe como lobos rapaces. Un lobo es sinónimo de ferocidad. Persigue a sus presas hasta dar con ellas y luego las despedaza sin misericordia. Es un animal indomable, que no perdona a un rebaño si tiene la oportunidad de llegar a él. Por tanto, los falsos profetas son depredadores, destructores, implacables, absolutamente lo opuesto de un pastor piadoso, sujeto a Cristo.

Sin embargo, aunque esta es la naturaleza de los falsos profetas, ellos no se presentan como tales, sino que se hacen pasar como ovejas. “Son más que peligrosos: son también engañosos. Los ‘perros’ y los ‘cerdos’ del v. 6 son fáciles de reconocer, debido a sus hábitos inmundos. Pero no los ‘lobos’, ya que ellos se infiltran en el rebaño usando el disfraz de oveja”.[2]

Por eso el Apóstol Pedro también advierte: “Pero se levantaron falsos profetas entre el pueblo, así como habrá también falsos maestros entre ustedes, los cuales encubiertamente introducirán herejías destructoras” (2 P. 2:1). En la misma línea advierte el Apóstol Pablo:

Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. 14 Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz. 15 Por tanto, no es de sorprender que sus servidores también se disfracen como servidores de justicia, cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Co. 11:13-15).

Por tanto, los falsos profetas son maestros del disfraz y el engaño. Son cobardes que obran en el secreto y con artimañas y estrategias engañosas, distorsionando la verdad de Dios y oponiéndose a la verdadera religión en sus corazones, mientras actúan como si fueran piadosos.

Lo peor es que Jesús alerta diciendo: “vienen a ustedes”. No se contentan simplemente con formar una asociación de lobos (¡se devorarían unos a otros, pues no pueden convivir con nadie!), sino que se escabullen entre las ovejas y allí causan el mayor daño posible. Por eso el Señor exhorta diciendo “Cuídense”.

II.Cómo identificar a los falsos profetas

v. 16, Jesús dice: “Por sus frutos los conocerán”. Es inevitable dar fruto, todos lo damos, sea bueno o sea malo. Aunque el fruto habla de nosotros, lo que importa es cómo es el árbol, ya que según sea éste, así será el fruto. Lo que somos en nuestro interior se manifestará externamente; nuestras obras, nuestras palabras, reflejarán lo que realmente somos.

En el pasaje Jesús presenta dos tipos de árbol: árbol bueno y árbol malo, que dan fruto bueno o fruto malo, según sea el árbol. En el v. 17 dice: “Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos”. El criterio es evidente, es objetivo, se cumple. El tema es que un fruto malo puede “parecerse” a uno bueno, pero es de mala calidad, no sirve, sin embargo, aparenta ser un fruto bueno. Esto se refiere tanto a las doctrinas como a las obras de los falsos profetas.

Si se habla de manera general, el fruto de los falsos profetas tiene que ver con revelar la naturaleza de pecado; fomenta la rebelión contra Dios, manifiesta el fruto de pecado, las obras de la carne. En cambio, la oveja verdadera, el verdadero profeta, revela el fruto del espíritu. Esta enseñanza la encontramos en Gál. 5.19-23, donde se advierte con claridad el contraste entre ambos. Los falsos profetas están en el camino amplio y no heredarán el Reino de Dios.

Los hijos de Dios, las ovejas, tienen el Espíritu de Dios. Judas decía que los falsos profetas son “individuos mundanos, que no tienen el Espíritu” (Jud. v. 19). Ciertamente, la diferencia no sólo es intelectual, respecto a ideas o a lo moral, sino que es espiritual; tiene que ver con lo que somos, finalmente. Es la diferencia entre la vida y la muerte, si tenemos o no el Espíritu de Dios. Por tanto, en esto se revela lo que somos: Pertenecemos a Dios o estamos en el mundo bajo el pecado, todavía muertos en nuestros delitos y transgresiones.

Se puede entender más claramente el tema de los dos tipos de frutos haciendo un paralelo entre ellos:

1) Respecto a lo doctrinal, en cuanto a la Palabra de Dios, que es una de las cosas más atacadas por los falsos profetas, vemos que éstos introducen dudas sobre la Palabra, niegan que sea inspirada por Dios, o lo aceptan pero la ocupan de tal forma para sus propios fines, que al final ellos son su propia autoridad, porque dicen qué es verdad y qué es mentira según su criterio.

En cambio, el verdadero profeta se esfuerza por predicar la Palabra fielmente, la reconoce como la única regla de fe y práctica, como la voz de Dios para Sus hijos.

2) Los falsos profetas atacan el Ser de Dios, Sus atributos. No reconocen que Dios es santo como la Biblia lo presenta, y que por Su santidad y justicia Él está airado con el pecado. Los falsos no predican los atributos de Dios, desconocen a Dios como Él es verdaderamente, se crean un ídolo, se hacen una imagen de un dios como a ellos les parece que debiera ser, violando así el segundo mandamiento.

El verdadero profeta, en cambio, declara a Dios como Él se presenta, como Él se ha revelado verdaderamente en Su Palabra. Dios nos ha dicho: “Yo Soy”.

3) Los falsos profetas también atacan la Persona de Cristo, hablan herejías de Él, negando o distorsionando Su divinidad, Su humanidad, o la relación que hay entre estas dos naturalezas de Cristo.

Sin embargo, el verdadero profeta dirá lo que habla Cristo respecto de quien Él es, como es presentado en Su Palabra, y así va a creer en Cristo y lo va a seguir.

4) Los falsos profetas distorsionan el pecado, desconociendo que estamos corrompidos por él como dice la Biblia, argumentan que no somos tan pecadores. Destacan supuestas bondades, inflando el orgullo, en vez de mostrar el pecado a las personas, para que se arrepientan. Por el contrario, les hablan cosas agradables que las motivan.

El verdadero profeta presenta la realidad y la miseria del pecado del hombre, para llevar a las personas a los pies de Cristo en arrepentimiento y fe, a ser salvos y restaurados.

5) Los falsos profetas atacan el corazón del Evangelio, agregándole obras, como sacramentos, supuestas nuevas revelaciones para complementar, que hacen ver como que Cristo no es todo, no es suficiente. También distorsionan la gracia de Dios y la vuelven en libertinaje; no hay un llamado a vivir santamente, como que no existiera realmente el pecado.

6) Los falsos profetas niegan la puerta estrecha, no predican de ella, no hablan del cristianismo como esa fe única, como el camino de salvación. En sus vidas se preocupan primeramente de agradar a los hombres. En Gá. 1 el Apóstol Pablo decía que quien hace eso deja de ser siervo de Cristo. Es lo uno o lo otro.

El verdadero profeta en cambio, se esfuerza por agradar a Dios, siendo esto el foco principal de su vida cristiana.

7) Los falsos profetas del A. T. hablaban de paz, pero no había paz. Engañaban anunciando victorias en guerras, cuando realmente les esperaba destrucción.

El verdadero profeta predica la Palabra de Dios, se esfuerza en ser fiel al mensaje que Dios entregó.

8) El falso profeta obra encubiertamente, infiltrado, con sutilezas y engaños. El verdadero profeta en cambio, es de limpia conciencia; Pablo decía, “como una carta abierta”, transparente, no actuando con hipocresía.

9) Los falsos profetas se ven piadosos, por eso engañan, pero por dentro están podridos. De esta forma ellos causan división; Judas los relaciona con Caín, que fue un homicida.

El profeta verdadero busca la unidad de la Iglesia, en la verdad.

10) El falso profeta tiene carisma, es encantador y atrae la atención sobre él, actuando con egocentrismo y autoritarismo.

En contraste, el profeta verdadero reconoce que sólo Dios es Cabeza de la Iglesia, por tanto, atrae la atención en Jesús y sólo Él debe ser exaltado.

11) El falso profeta es irreverente, rebelde, no se somete a nadie. Se le compara con Coré, que no quiso someterse al liderazgo que Dios puso en Moisés y Aaron. Finalmente, se lo tragó la tierra, como juicio de Dios.

Los falsos profetas del A. T. nos dan luces sobre aquello a lo que debemos estar atentos. Estos falsos se reconocen por sus malos frutos, los que se reflejan tanto en sus doctrinas como en sus obras. El Señor nos advierte: “Por sus frutos los conocerán”, estén atentos y alertas. Por tanto, este es un llamado a estar vigilantes y también a juzgar, pero sabiamente, a evaluar, pero sin convertirnos en “caza herejes” ni en hipercríticos, siendo mesurados, porque la verdad sí importa, y nuestro deber como cristianos es cuidar la Iglesia de Dios. Como enseña Pablo en Gál. 1. 9, si alguno viene con otro evangelio, sea maldito.

La Palabra de Dios no se transa, nosotros podemos ser engañados y burlados, pero como dice en Gál 6, “Dios no puede ser burlado”.

.

III.La condena a los falsos profetas y sus seguidores

Primeramente hay un llamado a evaluar nuestra vida espiritual:¿Qué fruto estás dando? ¿Es el fruto bueno de la justicia del Reino de Dios? ¿Es el fruto malo de la rebelión contra Dios?

En el v. 19 hay una condena: “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego”. Por consiguiente, hay una certeza del juicio de Dios, los falsos profetas recibirán el castigo que merecen en su perversión. Sin embargo, esto no es algo inmediato, ellos alcanzan a hacer su obra de maldad, su labor de impiedad como lobos rapaces. Pero serán condenados.

Esto nos recuerda: “...estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida…” (Mt. 7.14). El falso profeta se ubica en la entrada de la puerta estrecha, afuera, y ahí trata de convencer al más débil, haciéndolo dudar y alejarse cuando estaba a punto de confirmar su presencia en la Iglesia.

Por otro lado, vemos la realidad del infierno, hay una referencia al juicio final, como ha sido en el término de cada subsección del Sermón del monte. En el v. 19 dice: “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego”. Entonces, aquel que da mal fruto será echado en el fuego. Eso se aprecia desde el A. T.; Balaam decía en su impiedad: “muera yo la muerte de los justos”, pero no quería la vida de un justo, porque vivía como un impío. Es así como se aprecia en Núm. 31:8 que Balaam murió traspasado por el filo de una espada, por orden de Dios como venganza por sus hechos. Otro caso es Coré, que quería ser visible, tener liderazgo, brillar, y murió tragado por la tierra. Sedequías es otro caso de falso profeta, que nos señala que todos tienen su fin en el infierno.

Todos esos falsos profetas nos anuncian un falso profeta final o definitivo. Según la interpretación de la Escuela que hoy domina al respecto, actualmente esto se ve como una realidad lejana, sin embargo, los hermanos que estaban recibiendo la carta de Apocalipsis, ya lo estaban viviendo. Apoc. 13 se refiere a la bestia y el falso profeta, y habla de cómo satanás opera en el mundo a través de dos brazos: Uno es el poder del gobierno que se impone sobre la gente, y el otro brazo es el poder del engaño. Ambos brazos trabajan juntos, son una unidad haciendo la obra del maligno en este mundo. El trabajo del falso profeta es llevar a la gente a adorar a la bestia, engañar, mentir, sembrar doctrinas que llevan a las personas a creer que la bestia es como un dios digno de adoración.

¿Cuál es su fin y el de todos los falsos profetas? Lo encontramos en Apoc. 14.9-12, finalmente “...beberá del vino del furor de Dios…” (v. 10). Por otro lado, Apoc. 19.20-21 nos señala que la bestia fue apresada junto con el falso profeta. Esta es una escena del fin del mundo, del juicio final, presentada como una batalla entre Dios y sus enemigos. Lo que debemos seguir con atención es que también los seguidores del falso profeta y de la bestia terminarán condenados en el lago de fuego, no hay excusa. Por tanto, debemos tener cuidado de seguir a los engañadores.

Respecto a esto, el Apóstol Pedro en su segunda carta habla de destrucción repentina, que no se tarda por su rebelión contra Dios, porque el falso profeta va de la mano con la falsa oveja. En 2 Ti. 4 dice que se amontonarán maestros conforme a sus malos deseos, porque estas falsas ovejas tienen el corazón entenebrecido como los falsos profetas, y se ofrecen para que se les predique según sus necesidades. Sin duda, debemos sentir compasión y orar por estas personas, pero están ahí por su pecado, y son muchos los que van por el camino amplio, repletando iglesias.

El engaño hoy en día es decir “soy sincero en mi fe”, porque esto no basta. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…” (Jn. 14.6). Seguir a Jesús es seguir la verdad; rechazar la verdad es rechazar a Cristo.

El Señor dice “cuídense”, porque los falsos profetas se infiltran en la Iglesia sutilmente, por tanto, debemos estar siempre atentos. El problema está en quienes “aparentan ser” maestros piadosos. ¡Cuidado!

¿Cómo evitar el error? Prov. 4.23 nos da la respuesta: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida”. El cristiano verdadero debe examinar su corazón con sinceridad, preguntarse si realmente ha entrado por la puerta estrecha, si ha reconocido a Cristo como Señor de su vida y quiere seguirle. Como pecadores, ¿Cristo es tu única esperanza? ¿Cristo es tu única salvación posible? ¿Es ese el anhelo de tu corazón?

Si existen dudas al respecto, es necesario ir a los pies de Cristo y clamar a Él de inmediato; pedirle en oración que nos libre de ir por el camino ancho y que nos haga ser una de Sus ovejas.

Para cuidar el corazón se debe mantener el altar de la oración y la comunión con Dios, tanto personal como congregacional. Porque cuando nos enfriamos y nos alejamos, nos convertimos en presa fácil de los lobos rapaces. Por consiguiente, también debemos ser diligentes en la lectura y estudio de la Palabra, para empaparnos de ella. Hoy en día se dispone de muchos recursos para esto: Biblia impresa, libros cristianos, comentarios, prédicas, estudios bíblicos, medios tecnológicos para acceder a distintas versiones de la Biblia, etc.., además de la capacitación que se imparte semanalmente en la Iglesia local. No hay excusa para no estudiar ni profundizar en la Palabra. No hacerlo es ser un perezoso espiritualmente.

¿Cómo se reconoce la falsa doctrina? Conociendo profundamente la verdadera. De esta forma el corazón estará preparado para discernir si algo es auténtico o es falso. Por tanto, es el deber del cristiano ser diligente en conocer la Palabra de Dios y crecer constantemente en ello.

Ciertamente, también es recomendable conocer la historia de la Iglesia, ya que todas las mentiras y errores que se puedan escuchar hoy respecto a la Palabra de Dios y a Su Ser, alguien ya los ha dicho antes. Las herejías y errores vuelven a aparecer, tal vez con otros nombres o con otros rostros, pero se reciclan de igual forma.

El problema de esta generación es que ha malentendido el concepto de “Sola Escritura”, creyendo que significa “solo yo con la Biblia”, como si no existiera el pasado, como si nadie hubiese escrito algo antes. Pero eso se llama “Biblicismo”; es un vicio que consiste en creer que puede interpretar la Biblia solo, apartado de la iglesia en la historia, como si la Escritura hubiese llegado únicamente a nosotros. Ciertamente, se debe conocer la vida de los hermanos en la fe en el pasado, incluyendo las herejías que ellos enfrentaron.

El cristiano perezoso se constituye en presa fácil de los falsos profetas. Si no se esfuerza en estudiar y escudriñar la Palabra de Dios, es como que se está ofreciendo a un lobo rapaz, como una oveja que está fuera del rebaño lista para ser devorada.

Claramente, ante todo debemos escuchar al Verdadero Profeta, al Único, al Gran Profeta de profetas, que es Jesucristo. En Dt. 18.15-18, Dios está hablando a Moisés y le anuncia que vendrá un profeta que es el Gran Profeta que Él va a levantar de en medio de Su pueblo. Luego, en el N. T., en Hch.3.22, Pedro aplica este pasaje a Jesucristo, Él es el Gran Profeta que había de venir. Dios dijo: “Este es mi Hijo amado, a Él oíd”. Jesús es este Gran Profeta, a Él debemos oír, y nuestro corazón debe estar dispuesto a escucharlo. Sólo así seremos libres de ser presa de lobos rapaces.

Sólo en Cristo daremos buen fruto, y sólo permaneciendo en Él. Jesús dijo: “...el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto…” (Jn. 15.5). El buen fruto no nace de nosotros mismos, sino que es algo que Cristo obra en nosotros, estando unidos a Él, así como la rama está unida a la vid.

Sólo en Cristo podemos conocer la verdad que nos hará libres. Si no lo escuchamos a Él, a alguien más oiremos, algún profeta falso puede cautivar nuestra atención, por tanto, debemos escuchar a Cristo. Sólo así estaremos lejos de los falsos profetas.

Dios nos ayude a estar vigilantes, alertas, recordando Su advertencia: ¡Cuídense de los falsos profetas!

Gracias a Dios por Cristo, el Profeta de profetas, y Su Palabra está con nosotros.

.

.

  1. Hendriksen, Comentario a Mateo, 389.

  2. Stott, Sermon on the Mount, 199–200.