Domingo 4 de diciembre de 2016

Texto base: Juan 8:37-47.

En los mensajes anteriores hemos estado revisando la aparición pública de Jesús en la fiesta de los tabernáculos.

Allí Él se reveló ante todos como el agua que puede dar vida, invitando a todo aquél que tenga sed, a venir a Él y beber. Esto quiere decir que Cristo es la verdadera satisfacción para todas las necesidades del hombre, y que no hay otra fuente en la que podamos ser saciados.

También se reveló como la luz del mundo, manifestando así que Él es Dios, ya que sólo el Señor es luz eterna. Con esto también nos hace ver que el mundo está en tinieblas de muerte por efecto del pecado, y que sólo Él puede redimirla de esa condición.

Que los que están en Cristo tienen la luz de la vida. Vimos que esto significa que reciben luz, pues ya no andan en su ignorancia pasada, andan en la luz, pues ya no viven en las tinieblas de su pecado, y también son luz, ya que reflejan la luz que han recibido de Cristo.

Vimos también la reacción de los judíos ante estos mensajes de Jesús. Ellos respondieron a estas palabras de vida con una trágica incredulidad, que les impidió ver que ante ellos tenían a su única esperanza y salvación, el único camino para llegar de regreso al Padre. La luz vino al mundo, pero ellos amaron más las tinieblas que la luz. Sin embargo, todos conoceremos que Cristo es el Señor, la pregunta es si creeremos esto a tiempo o cuando ya sea demasiado tarde.

En la predicación pasada, vimos que nuestra real condición es de esclavos del pecado, que es la madre de toda otra esclavitud, y la más terrible de todas. Nadie puede escapar de esta esclavitud, la única vía de escape ha sido provista por Dios, y es Cristo y su Palabra. Sólo quien conoce la verdad es libre, sólo quien ha sido liberado por el Hijo es verdaderamente libre. Por eso, no podemos pretender ser libres sin tener a Cristo, ni es posible ser libre sin conocer y creer la Palabra de Dios.

Hoy seguimos revisando esta conversación entre Jesús y los judíos. Él ya les ha dejado claro que, aunque son descendientes sanguíneos de Abraham, son esclavos del pecado, y que sólo quienes creen en Él pueden ser libres. En este pasaje, continuará explicándoles su verdadera condición, esta vez se refiere a cuál es su verdadera naturaleza, a qué familia espiritual pertenecen.

 I.   ¿Hijos de quién?

Como decíamos, en el pasaje anterior, Jesús explicó a los judíos su condición espiritual describiéndolos como esclavos o como libres, dependiendo de si ellos permanecen en su Palabra o no. Quienes rechazan su mensaje, revelan con eso que son esclavos del pecado, pero quienes permanecen en su Palabra, conocen la verdad, y esa verdad los libera.

En esta ocasión, Jesús les hace ver su verdadera condición, pero explicando ahora quién es su padre, a qué familia pertenecen espiritualmente.

Y es que un padre es una figura fundamental, determina muchas cosas en un hijo. En el mundo se dice “de tal palo, tal astilla”, para afirmar que un hijo sacará la forma de ser de su padre, ya sea para bien o para mal. También se usa una frase extraída de una película: “yo soy tu padre”, con eso se quiere expresar superioridad sobre la otra persona, cuando alguien dice esa frase está queriendo decir que el otro aprendió de él, que lo tuvo como referente, como autoridad y modelo a seguir.

Esto podemos verlo desde la creación. “El día que Dios creó al hombre, a semejanza de Dios lo hizo... Cuando Adán había vivido 130 años, engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y le puso por nombre Set” (Gn. 5:1,3). Adán fue hecho a imagen y semejanza de Dios, y los hijos de Adán tuvieron la imagen y la semejanza de Adán. De hecho, todos nosotros, al ser hijos de Adán recibimos su herencia de pecado y corrupción. Sólo por el hecho de ser Adán nuestro padre, somos transgresores y pecadores.

Todos nosotros, en un sentido inmediato, estamos hechos a imagen y semejanza de nuestros padres. En el campo, hay un dicho que reza: “hijo que se parece a su padre, honra a su madre”. Cuando sabemos que alguien ha tenido un hijo, buscamos inmediatamente en la cara del pequeño su parecido de familia. Esto es una pequeña muestra de que, en muchos sentidos, estamos determinados y limitados por lo que son nuestros padres.

Y aunque ahora se lucha contra la idea de las dinastías y el linaje, en la historia de la humanidad se ha determinado la dignidad y la nobleza de una persona dependiendo de la familia de la cual desciende, dependiendo de quiénes son sus padres, su ascendencia.

Y es esta idea la que los judíos estaban sacando en cara a Jesús. “Linaje de Abraham somos”. Ellos querían decir que llevaban en sus venas la sangre de su gran ancestro, Abraham, el amigo de Dios, el escogido de entre los paganos para salir de Ur de los caldeos, para ser beneficiado con el pacto de Dios, convirtiéndose en un padre exaltado, que bendeciría a todas las naciones de la tierra.

Ellos no eran como un “perro gentil”. No eran como los cananeos, ni como los egipcios, ni como los inmundos griegos. Ellos eran de una raza pura, de un linaje con prestigio, del pueblo con mayor pedigree en toda la tierra, ya que eran el pueblo escogido por Dios por causa de Abraham. Ellos pensaban que eran libres por ser hijos de Abraham, por eso ahora Jesús se dedica a derribar esa falsa convicción.

Cristo les dice algo que pulverizó todo este orgullo nacional: reconoció que ellos eran descendientes sanguíneos de Abraham, pero les hizo ver que esta forma de ser hijo de Abraham era la menos importante de todas. Había un cortocircuito en el discurso de ellos, algo que no cuadraba, una distancia entre la realidad y la percepción que estos judíos tenían de sí mismos.

Pasaba que ellos clamaban ser hijos de Abraham, pero su creencia y sus obras no tenían nada que ver con las de Abraham. No había ningún “parecido de familia” espiritual, ya que ellos querían matar a Cristo, algo que Abraham nunca hubiese hecho.

Y aquí de nada servía lo sanguíneo. Vemos en el caso de Ismael, quien era hijo de Abraham con una esclava, que no basta ser hijo sanguíneo de Abraham para ser realmente su hijo en todo sentido, ya que Ismael fue expulsado de la casa de su padre y no recibió su herencia junto con Isaac, quien sí fue considerado en todo sentido hijo de Abraham.

Los judíos clamaban ser hijos de Abraham como si eso cubriera todas sus mortales falencias espirituales, pero llevar en sus venas la sangre de Abraham era inútil, a menos que compartieran la gracia que recibió Abraham. Los hijos de Abraham no serían salvos por llevar su sangre, sino por tener su misma fe. De nada servían los genes y la sangre, si ellos no estaban unidos a Cristo por una fe viviente.

Jesús les dijo que su Palabra no encontraba cabida en ellos, no era recibida, sino rechazada y menospreciada. Esto a pesar de que Jesús les estaba diciendo lo que había oído directamente del Padre, Él entregó un testimonio único que nadie más podría entregar, pues Él estaba en el principio con Dios, y Él era Dios, es la misma Palabra de Dios hecha hombre. Pero ellos, lejos de recibir este testimonio invaluable, lo rechazaban. Eso descartaba completamente que pudieran ser hijos de Abraham, porque lo que Abraham hizo fue creer de corazón y obedecer la voz de Dios. Eso fue lo que hizo que Abraham fuera Abraham.

Su padre no era Abraham, eso estaba claro. Entonces, su padre debía ser otro, uno al que ellos sí se parecían y representaban fielmente.

Pero ante la insistencia de Jesús, ellos insistieron aún más en que su padre es Abraham. Seguían creyendo que daban el ancho sus hijos, que ellos eran la viva imagen y semejanza del patriarca. Pero era imposible que fueran sus hijos, si fuera así, ellos harían las obras de Abraham. Ahora Jesús va a las evidencias: El Señor, hablando a Isaac, dijo: “porque Abraham Me obedeció, y guardó Mi ordenanza, Mis mandamientos, Mis estatutos y Mis leyes” (Gn. 26:5). Abraham escuchó a Dios y creyó en Él, pero los judíos ni siquiera tenían sensibilidad ante la voz de Dios, no podían siquiera distinguirla.

¿Cuáles eran las obras de Abraham? Él creyó a Dios cuando lo llamó a abandonar su ciudad natal y lanzarse al camino, sin nada más que una promesa del Señor. Dejó todo, se despojó de toda certeza, de toda seguridad humana, y creyó en la Palabra de Dios. Luego creyó cuando Dios le prometió un hijo, aunque eso era humanamente imposible. También reconoció al que probablemente era Cristo preencarnado, acompañado de ángeles, y los recibió con hospitalidad en su tienda. Y siguió confiando completamente en el Señor, aun cuando le pidió que sacrificara a su propio hijo Isaac.

Abraham no se caracterizó por su valentía a toda prueba, por su fuerza, o por su inteligencia deslumbrante; sino por su fe en el Señor, que lo llevó a confiar una y otra vez en su Palabra, y a morir esperando el cumplimiento de la promesa, sin ver la obra completa del Señor, pero confiando en que Él llevaría a cabo lo que prometió.

Y esa fe le permitió reconocer al Señor cuando pasó por fuera de su tienda, lo que contrastaba completamente con los judíos, quienes no podían reconocer al Cristo, al cumplimiento de la promesa, que estaba allí ante sus ojos y hablando con ellos, enseñándoles Palabras de vida.

Estos judíos querían matar a Jesús, quien les decía la verdad. Y en el fondo, su intención homicida se estaba dirigiendo contra Dios mismo. Rechazaban no sólo la Palabra de verdad, sino a quien era la verdad misma hecha hombre, que estaba allí ante ellos.

Cuando ya no podían seguir defendiendo el ser hijos de Abraham, ahora cambian el discurso, y dicen ser hijos de Dios, y además parecen insinuar de forma insolente que es dudosa la ascendencia de Cristo, ya que dicen que ellos no son hijos de fornicación (con lo que sugieren que Cristo sí podría serlo).

Pero Jesús les aclara que, si alguien es hijo de Dios, sí o sí recibirá las palabras de Cristo, y lo amará, como veremos más adelante.

Pero, si estos judíos no eran hijos de Abraham ni de Dios, ¿Entonces quién era su padre?

II.    El padre diablo

Había algo que caracterizaba a los judíos. Su mente estaba embotada, entumecida, atrofiada, era inservible para entender el lenguaje de Cristo. Aquí recordamos las palabras de la Escritura cuando dice: “El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente” (1 Co. 2:14).

No podían oír, entender ni obedecer el mensaje de Cristo, la Palabra de Dios no encontraba cabida en sus corazones, y eso se explica porque ellos son hijos de otro padre. Y Jesús se los dice claramente: su padre es el diablo (vv. 44-45).

Cualquiera se estremecería si viene alguien y lo llama “hijo del diablo”. Además de ser algo que hiere el orgullo, es una afirmación que llena de espanto de sólo pensarlo, porque ser hijo del diablo implica llevar las marcas, la imagen y la semejanza de ese ser siniestro y abominable.

Ahora, consideremos que ellos se creían hijos de Abraham, y eso es lo que orgullosamente afirmaban ser. Pero ahora viene Jesús, y les dice que en realidad son hijos del diablo. Eso es pasar literalmente del cielo al infierno en sólo unos instantes. ¿Por qué Jesús diría algo así? Es posible pensar que estos judíos incluso pudieron haber tenido miedo, porque la reacción más obvia es que hubieran saltado encima de Jesús y lo hubiesen estrangulado con sus manos hasta matarlo.

Pero Jesús no sólo hace esa afirmación tan fuerte, sino que además entrega las evidencias: son hijos del diablo, porque quieren hacer los deseos del diablo, llevan la imagen y semejanza de satanás, quien es homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad, sino que es padre de mentira.

El diablo es homicida desde el principio, pues arrastró con su engaño a la tercera parte de los ángeles del Cielo, guiándolos hacia la condenación eterna y segura. Lo mismo hizo con Eva y luego Adán, engañándolos para que se rebelaran contra Dios, lo que les trajo maldición y muerte como consecuencia.

Y Satanás siempre ha querido eliminar a los descendientes de Eva que quieren ser fieles al Señor. Bajo la influencia de satanás, Caín mató a Abel, cuyo sacrificio había agradado a Dios. Faraón esclavizó y quiso matar a los israelitas, Saúl quiso matar a David, los judíos mataron a los profetas enviados por el Señor y Herodes mandó a asesinar a todos los niños nacidos en los días próximos al nacimiento de Cristo. Satanás siempre ha intentado frustrar los propósitos de Dios que se desarrollan a través de la su Iglesia, su pueblo.

Y el propósito último de esto es matar a Dios mismo, ese es el deseo de satanás, eliminar al Señor y usurpar su Trono. Por eso, su odio es primeramente con Cristo, y eso lo podemos ver claramente en Apocalipsis 12, donde aparece en forma de dragón, queriendo devorar al hijo de la mujer apenas salga del vientre. Pero como le es imposible matar al Señor, se dirige con furia contra su pueblo. Debes saber, hermano amado, que desde el momento en que naciste de nuevo en Cristo, cuentas con un enemigo histórico, que te odia y desea tu destrucción, porque odia a tu Padre Celestial, y que ronda como león rugiente buscando a quien devorar.

El arma homicida con la que cuenta este dragón, como se puede ver, es la mentira. A través del engaño, él mata, pero lo hace consiguiendo que su víctima tome el puñal de la mentira y se lo clave a sí misma.

Satanás es mentiroso, y padre de mentira. Tal como Jesús habla verdad siempre, y es la verdad hecha hombre, el diablo es el originador de la mentira, cuando habla mentira, de suyo habla, es decir, lo que sale naturalmente de él es engaño. Cuando llega a decir algo cierto, es sólo una verdad a medias, y una verdad a medias es una mentira completa. Cuando tomas una verdad y la partes en dos, tienes dos mentiras. Cuando cita la Escritura, lo hace fuera de contexto y engañosamente. Todo lo que hace es engañar y mentir, y a través de eso, cobra muchas víctimas como un león sanguinario y brutal.

El diablo fue quien engañó a Eva y a Adán en el huerto, él fue quien quería hacer que el justo Job blasfemara y abandonara su fe, él fue quien tentó a Cristo y constantemente quiso obstaculizar su ministerio, él fue quien entró en Judas para que entregara a Cristo, él fue quien engañó a Ananías y Zafira para que tentaran al Espíritu Santo, él es quien crea doctrinas de demonios para desviar de la fe a muchos, él es quien atrapa con su lazo a los pastores que se envanecen y traen vergüenza al Evangelio, él es quien echa a nuestros hermanos en la cárcel e irrita al mundo entero contra la Iglesia, él es quien ciega el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la verdad, él es quien peleará hasta el final con Cristo y sus redimidos, aunque sabemos que será derrotado de forma aplastante. Pero esta es, muy resumida, su obra de engaño universal.

Pero, ¿Por qué Jesús dice que estos judíos son hijos del diablo? Porque no hay terreno neutral, y eso debe quedarnos muy grabado: como ellos no recibieron la verdad, eso evidencia que abrazan y aman la mentira. No hay punto medio, no hay un lugar donde uno puede ser “moderado” o “neutral”. Esto es grave, debe ser tomado con la mayor seriedad. Quien no recibe la verdad, quien no ama a Jesús, es hijo del diablo, y esto según las Palabras del mismo Jesús.

Todo aquél que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios. Todo aquél que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él” (1 Jn. 5:1). Entonces, los nacidos de Dios, aquellos que han recibido la obra del Espíritu Santo, se reconocen porque aman a Jesús. Todo el que no ame a Jesús, es hijo del diablo. El mismo Apóstol Juan, un poco más adelante en su carta dice: “el mundo entero está bajo el control del maligno” (1 Jn. 5:19).

III.    Hijos de Abraham, hijos de Dios

Pero la historia no termina aquí. Estos judíos clamaban ser hijos de Abraham sin serlo realmente, pero hay quienes sí son hijos de Abraham. Dice la Escritura: “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham… Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gá. 3:6-7,28-29).

Y esto es consecuente con lo que también dice al inicio del Evangelio de Juan: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. 13 Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios” (Jn. 1:12-13).

Los hijos de Abraham, que también son los hijos de Dios, son aquellos que creen en el glorioso Evangelio de Jesucristo, aquellos que, tal como Abraham, reconocieron la voz de Dios, creyeron en su Palabra y la obedecieron de corazón, entregando toda su vida a ella.

Estos hijos no surgen por medios naturales o humanos. Nadie es hecho un verdadero hijo de Abraham simplemente por descender de él físicamente. Nadie es hijo de Abraham por ser de un pueblo o una nación determinada. Nadie es hijo de Abraham ni de Dios por pertenecer a una casta determinada de personas, como por ejemplo, ser de una tribu, o una orden especial, como ser sacerdote o funcionario de un templo. Nadie es hecho hijo de Dios o de Abraham por su condición social, o por su sexo.

Lo distintivo aquí es la gracia de Dios, la misma gracia que escogió a Abraham para salir de su tierra natal, cuando era uno más de todos aquellos paganos que habitaban esa región. Esa gracia es la que transformó su ser, y que lo hizo beneficiario del pacto que Dios selló en su favor por su pura buena voluntad. Por esa gracia, Abraham creyó, y su fe lo hizo justo delante de Dios, eso es lo que quiere decir cuando afirma que “le fue contada por justicia”.

Para saber si eres hijo de Abraham, entonces, lo importante no es la sangre que corre por tus venas, sino la fe que domina tu corazón, tu reacción ante la Palabra de Dios, tu actitud ante Cristo y el testimonio que Él vino a entregar, y que oyó del Padre.

Si quieres saber si alguien es hijo de Dios o hijo del diablo, no tienes más que hablar de la verdad de Dios en Jesucristo, y ver si esa persona reacciona con alegría llamándote ‘hermano’, o si se altera, confunde, o perturba con tus palabras, y prefiere no oírte hablar más del asunto.

Así como los que son del diablo tienen sus deseos y placeres, también los que son de Cristo, los hijos de Abraham, tienen nuevos deseos porque han recibido un nuevo corazón, están siendo transformados conforme a la imagen de Cristo y han crucificado a la naturaleza de pecado con sus pasiones y deseos, y ahora son dominados por la Palabra de Dios, son llenos de su Espíritu, y llevan el fruto de ese Espíritu.

IV.    Conclusión

Ahora llegamos a la pregunta con la que se titula esta prédica: ¿Quién es tu padre? ¿Cuál es tu código genético espiritual? ¿A qué familia perteneces? La respuesta hay que buscarla en lo más profundo de tu ser, no en tu apariencia ni en tu sangre, sino en aquello que crees, y en tus obras, en tu actitud hacia Cristo y su Iglesia.

Lo curioso es que, si preguntamos a cualquier persona del mundo, cómo se imaginan ellos que es un hijo del diablo, lo más probable es que se imaginen a un engendro feísimo, de aspecto terrible, probablemente con cuernos y patas de cabra, con los ojos rojos y que actúe poseído por el demonio. Pero todo aquel que no haya creído en Cristo, es un hijo del diablo.

Para ser un hijo del diablo no necesitas parecer un poster de “El Exorcista”. Puedes ser un médico, una madre, un Senador, un kioskero, una persona que alimenta a las palomas en una plaza, un futbolista, un profesor, un estudiante, y un largo etc. Estamos hablando de nuestros vecinos, seres queridos, amigos, compañeros de trabajo, en fin, todos aquellos que no estén unidos a Cristo con una fe viva y verdadera.

Nosotros mismos, en otro tiempo, cuando no creíamos en Cristo, estuvimos también en esta condición, como dice la Escritura: “Y Él les dio vida a ustedes, que estaban muertos en (a causa de) sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo según la corriente (la época) de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente (de los pensamientos), y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Ef. 2:1-3).

Una vez más pregunto: ¿Quién es tu padre? Si te gustaría que no existiera Dios, o que existiera un dios distinto que te deje vivir como tú quieres, y así ser tú quien determine lo bueno y lo malo, si te aburren los hermanos de la iglesia y preferirías no tener que dar cuentas a ellos, y así poder vivir la fe como a ti te parece, como tú consideras mejor y más conveniente, entonces tienes en ti el gen homicida de aquel que es homicida desde el principio. Si tú albergas estos pensamientos y este sentir, lo que tú quisieras en realidad es matar a Dios, y matar a la iglesia, y lo que corresponde es que te arrepientas delante del Señor y examines tus caminos, porque este sentir no puede prevalecer en aquel que es hijo de Dios.

O quizá eres dado a la mentira. A lo mejor no te atreves a decir una mentira “grande”, pero te permites ciertas licencias, como mentir a tu jefe, engañarlo haciéndole pensar que estás trabajando, cuando en realidad estás en otra cosa, o quizá falseas formularios para acceder a becas, beneficios o bonos, o para eludir impuestos, o a lo mejor mientes en tus contratos con el banco, o quizá te permites decir medias verdades a tus padres, o a tu cónyuge, para evitar enojos o malos momentos. Puede ser también que mientas a tus hermanos, llevando una doble vida que nadie conoce sino tú y el Señor.

Sé muy bien que la realidad supera a la ficción, y lo más probable es que me quedé muy corto. Examina tu vida, ¿Estás permitiendo la mentira? ¿Estás haciendo una alianza con la falsedad? Ten muy clara una cosa: ninguna mentira nació en Dios. Toda mentira tiene un padre, y ese es satanás. Cada vez que permites una mentira, por pequeña que te parezca, estás haciendo eco de la rebelión del diablo, estás construyendo para su reino, estás actuando como un hijo de satanás.

Basta redefinir las palabras de Dios para ser un hijo del diablo. Los mandamientos ya no son tan mandamientos, las prohibiciones ya no son tan prohibiciones, lo blanco ya no es tan blanco, y lo negro no es tan negro. Quien actúe así y persevere en esta actitud, muestra que en sus genes está impresa la serpiente antigua, en su corazón está grabada la rebelión del diablo.

Y es que seguir a Cristo es adoptar un compromiso vital con la verdad: tu vida estará para siempre enraizada en la verdad, no puedes tolerar la mentira, no puedes permitirte ni la más mínima alianza con la falsedad. Debes desterrar de tu vida todo rastro de tu viejo hombre, que estaba esclavizado al pecado y al engaño, que vivía en la mentira como el pez vive en el agua.

Pero si has creído en Cristo, si te deleitas en su Palabra, si has recibido su testimonio y has creído en el Evangelio, regocíjate, porque la gracia de Dios está en ti. Habiendo sido en otro tiempo un hijo de ira, ahora eres hijo de Dios, compartes con Abraham esa fe bendita que te une a Cristo para siempre.

Si has recibido el derecho de ser un hijo de Dios por la fe en Cristo, no te atrevas a actuar como un hijo de satanás. Deja que la imagen y semejanza de Dios sea restaurada en ti, que Cristo sea formado en tu ser por ese Espíritu que nos fue dado. Que todo nuestro ser ande en la verdad, no importa lo que tengamos que dar, no importa lo que tengamos que dejar, nada vale más que Cristo, nada vale más que vivir por la verdad, porque la verdad es más valiosa que nuestras vidas.

De nada sirve buscar una iglesia en la que se predique la verdad, y exigir que los púlpitos la expongan fielmente, si en nuestras vidas permitimos que la mentira construya fortalezas. Que en nuestros corazones esté impreso Cristo y su verdad. Amén.