Reconstruyendo el Altar
Domingo 23 de marzo de 2014
Contexto histórico
Recordemos que los israelitas anteriormente habían sido hechos esclavos en Egipto. Luego, en su misericordia Él los rescató de su cautiverio, y los llevó a una tierra que prometió darles, comunicándoles que si eran fieles a su Pacto, habitarían confiadamente allí.
En Deuteronomio caps. 29 y 30 el Señor pone delante del pueblo la bendición y la maldición. Si ellos eran fieles a su pacto, recibirían bendición, prosperidad y paz. Por el contrario, si lo desobedecían y se volvían en pos de dioses ajenos, el Señor volvería a entregarlos en cautividad a pueblos extraños.
Lamentablemente, y pese a las reiteradas advertencias del Señor a través de sus profetas, el pueblo de Israel se descarrió, desviándose en idolatría desenfrenada, y adoptando las malas costumbres de las naciones paganas (Jer. 2:19-22). Estas prácticas pecaminosas incluían rebeliones en secreto, edificación de altares a ídolos en todos los lugares de la ciudad, levantamiento de imágenes y monumentos a dioses paganos, adoración idólatra en los altares, imitación de las naciones paganas y asimilación de sus cultos, supersticiones y costumbres, práctica de la adivinación y el ocultismo, y sacrificio de sus hijos a los ídolos (II R. 17:7-23). Sus sacerdotes y profetas se dedicaron a enseñar y profetizar falsedades, olvidándose del Dios que los salvó (Jer. 2:7-13).
Con todas estas abominaciones, provocaron a ira al Señor y violaron su pacto, trayendo sobre ellos la maldición anunciada en la ley de Moisés. Así, el poderoso pueblo de los asirios invadió al reino del Norte (o reino de Israel), saqueándolos y dispersándolos por todo su imperio. Luego, más de un siglo después, el imperio de los babilonios con Nabucodonosor a la cabeza, atacó al reino del Sur (o reino de Judá), saqueando y destruyendo por completo la ciudad, y deportando a sus habitantes a Babilonia. Entre estos deportados estaban los profetas Daniel y Ezequiel.
Con esto, el pueblo rebelde sufría las consecuencias de haber desobedecido al Dios que los rescató de la esclavitud de Egipto. Pero incluso en este contexto de rebelión, Dios no los castigó para siempre, sino que había determinado que esta cautividad duraría 70 años. Aunque el Señor no debía nada a su pueblo rebelde y contumaz, Él permaneció fiel a su Palabra, y al cumplirse el tiempo determinado para la cautividad, obró soberanamente para que su pueblo fuera liberado, terminando así su exilio.
Capítulo 1
Así vemos como en el comienzo del libro de Esdras, se nos deja en claro que lo que viene a continuación es por cumplimiento de la Palabra de Dios entregada a Jeremías: «Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos: Por cuanto no habéis oído mis palabras, 9 he aquí enviaré y tomaré a todas las tribus del norte, dice Jehová, y a Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo, y los traeré contra esta tierra y contra sus moradores, y contra todas estas naciones en derredor; y los destruiré, y los pondré por escarnio y por burla y en desolación perpetua. 10 Y haré que desaparezca de entre ellos la voz de gozo y la voz de alegría, la voz de desposado y la voz de desposada, ruido de molino y luz de lámpara. 11 Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años» (vv. 8-11).
Cumplido este tiempo, el Señor despertó el corazón de Ciro, Rey de Persia, en favor de su pueblo. ¿Puede alguien negar que el Señor controla los hilos de la historia según su voluntad? Nada puede resistir su decreto. Si Él no pudiera controlar un simple corazón, ¿Podría controlar a una nación, a un imperio, o al mundo entero? Dios tiene en sus manos cada detalle, y es por eso que puede gobernar también sobre los grandes eventos y tener en sus manos el destino del mundo. Y lo que es mayor consuelo, es que todo lo arregla para el bien de su pueblo, para manifestar su gloria y su favor a quienes Él ha redimido.
Quizá estemos llenos de temores e incertidumbres por aquello que vemos, pero es en ese momento cuando debemos confiar en lo que no vemos. ¿No es eso la fe? «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (He. 11:1). Su Palabra nos da evidencias claras de que nuestro Señor y Salvador gobierna el mundo, que nada escapa de su control, y que Él es fiel a sus promesas, y que todo lo hace para bien de quienes lo aman (Ro. 8:28). El que persevere hasta el fin, a pesar de todas las adversidades y tribulaciones de este mundo, será salvo.
Fue el Señor, entonces, quien dispuso el retorno de su pueblo desde la cautividad. Para eso obró en el corazón del rey Ciro de Persia, determinándolo a cumplir con su voluntad, la que no solo implicaba el regreso a Israel a su tierra prometida, sino que también la reconstrucción del Templo. Esto comprueba lo dicho sobre los reyes: «Como los repartimientos de las aguas, Así está el corazón del rey en la mano de Jehová; A todo lo que quiere lo inclina» (Pr. 21:1).
El Señor obra incluso en los incrédulos para que hagan su voluntad y bien a su pueblo. El corazón de las autoridades civiles está en sus manos, y no pueden resistir su decreto.
Para llevar a cabo su voluntad, el Señor también despertó el corazón de su pueblo (v. 5). Vemos que Dios puso en los corazones de los jefes de familia, así como en los líderes espirituales de la nación, el hacer su voluntad. No podemos negar que en un período de restauración como el que estamos viviendo, así como en toda restauración, los varones juegan un papel crucial en el liderazgo espiritual de sus familias y de la congregación. No debemos olvidar que cada hombre de familia en la congregación es un líder que a la vez es liderado.
Varón, hombre que estás aquí presente, tú estás llamado por Dios a desempeñar un papel insustituible en este período de restauración. Si no asumes tu responsabilidad no significa que dejes de tenerla delante de Dios, y Dios siempre pide cuenta a quien entrega una responsabilidad. Por el bien de tu alma y de esta congregación, te exhorto por el amor de Cristo que tomes tu lugar y pongas tus manos a la obra, porque el templo del Señor y su amada Jerusalén están en ruinas, y deben ser reconstruidos. Lidera santamente en la fe a tu familia, animando diariamente a tu esposa e hijos a servir a Dios con alegría. La espiritualidad de tu casa es tu responsabilidad, y lo que hagas en este sentido tendrá efectos en toda la congregación, en tu vecindario, en tu trabajo y en la sociedad. Si aún no has asumido esta responsabilidad, si actualmente luchas con la idea de asumirla, o si por cualquier razón has reusado hacerlo, te pido que consideres las palabras del Apóstol Pablo: «portaos varonilmente» (I Co. 16:13). En otras Palabras, te ruego que acojas el llamado a ser un hombre, pero de la manera en que Dios lo define.
Mujer, hermana amada aquí presente, te ruego por el mismo amor de Cristo, que tomes también tu lugar y pongas manos a la obra, acompañando, apoyando y sirviendo bajo la guía de tu marido y de los líderes de esta congregación. Tu papel también fue diseñado por Dios, y es igualmente insustituible. Sirve con diligencia, con ánimo dispuesto, con alegría y con la ternura y delicadeza que solo tú puedes entregar a esta congregación. Conforta a tu marido en la batalla, y bríndale tu amor sincero para que pueda recrearse en él, en medio de lo arduo de la lucha. De hecho, en Romanos 16:13 Pablo dice que la madre de Rufo ha sido como una madre también para él. Ese amor maternal, desde luego, solo puede ser entregado a la congregación por una mujer.
Somos el pueblo de Dios, y todo lo que leemos aquí fue escrito para nuestra enseñanza (Ro. 15:3).
Vemos que a pesar de su rebeldía y desobediencia, Israel siguió recibiendo la misericordia de Dios, y fue bendecido incluso mediante los pueblos paganos de los alrededores (v. 6). El Señor llevó a Ciro incluso a devolver los utensilios del templo (v. 7). Esto solo puede explicarse por la obra soberana de Dios en favor de su pueblo, decidido a hacerles bien a pesar de la rebelión de ellos.
Capítulo 2
Desde un comienzo quedó de manifiesto la intención de ser celosos en obedecer al Señor. Esto porque quienes no pudieron demostrar su linaje no fueron admitidos al sacerdocio (vv. 62-63). Sólo quien está llamado por el Señor y que dispone de las evidencias que el mismo Señor impone para ello, puede asumir el liderazgo espiritual del pueblo de Dios.
Por ello, nuestras decisiones en este período de restauración, ni en ningún otro período, deben basarse en amistades, lealtades o emocionalismos. Solo las instrucciones del Señor son las que han de regir nuestro sí o nuestro no. La única forma de que el arca se mantuviera a flote era que Noé siguiera las instrucciones expresas de Dios en cuanto a materiales y medidas. La única forma de que el tabernáculo fuera agradable al Señor era que el pueblo siguiera las instrucciones expresas de Dios en cuanto a su construcción. Asimismo, la única forma de que una iglesia pueda ser agradable a los ojos de Dios, es que siga con fidelidad las instrucciones que Él nos ha dejado para nuestra estructura, organización, servicio y comunión.
Recordemos que cada redimido del Señor ha recibido al menos un don de parte del Señor, para ponerlo al servicio de los hermanos. Sin embargo, quien no está llamado por Dios a desempeñar un rol determinado, no debería tentar a sus hermanos y al Señor ofreciéndose a servir en aquello para lo cual no ha recibido dones. Por otro lado, la congregación debe ser responsable, y prepararse para reconocer en los hermanos el don que el Señor les entregó, y no simplemente el que se quiera ver.
(vv. 68-70) Además, podemos ver en este capítulo nuevamente la importancia del liderazgo masculino en el pueblo de Dios. Y este liderazgo se manifiesta ineludiblemente en consagración de cada área de nuestra vida. Es fundamental entender que la restauración requiere del compromiso de nuestras fuerzas y de nuestro tiempo, así como también de nuestros recursos. Esta área solemos dejarla de lado apelando a que vemos las cosas desde un punto de vista más ‘espiritual’. Pero el Señor nos deja en su Palabra el ejemplo de estos jefes de familia, quienes pese a las circunstancias totalmente adversas, deciden voluntariamente ofrendar para la obra del Señor. Esto también es profundamente espiritual, e implica nuestro total compromiso.
Capítulo 3
Llegado el tiempo, las Escrituras nos dicen que el pueblo se reunión «como un solo hombre en Jerusalén» (v. 1). Esto significa que la congregación de hijos del Señor se reunió como una sola alma, unánimes, con un solo propósito. De aquí entendemos que la unanimidad es fundamental en la restauración de la Casa de Dios. ¿En qué otro momento la Biblia nos habla de una situación así?
«Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos» Hch. 1:14.
«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos» Hch. 2:1.
«44 Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. 46 Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos» Hch. 2:44-47.
La unanimidad, significa literalmente ser una sola alma, lo que implica tener el mismo parecer y el mismo sentir. La unidad, en tanto, significa estar todos juntos. Estas dos características, el ser una sola alma y el estar todos juntos, deben ser apreciables en el pueblo de Dios en todo tiempo, y con especial énfasis en un período de restauración. Esto es, entonces, lo que nos dice este versículo del libro de Esdras, que el pueblo se reunió «como un solo hombre».
Esto es lo que caracteriza a una iglesia. No es un templo imponente, ni recursos abundantes, ni el ser una institución grandiosa. Recordemos que en otro tiempo los cristianos se han reunido en catacumbas, en cuevas o en la clandestinidad de un sótano húmedo, oscuro y fétido. A veces han sido tan perseguidos y tan mermados que solo ha quedado un puñado en una ciudad, o simplemente han desaparecido de allí. ¿Qué caracteriza, entonces, a una iglesia? El ser una congregación en la que los hermanos se regocijan en la comunión unánimes y todos juntos en torno a la Palabra de Dios, para exaltar a su Rey y Señor Jesucristo, administrando los sacramentos de acuerdo a las Escrituras.
¿Es una comunidad en la que no hay pecado ni problemas? Si hubiéramos estado en la iglesia de los Apóstoles, hubiésemos visto morir en frente de nuestros ojos a Ananías y Safira, por haber intentado engañar al Espíritu Santo. Habríamos visto cómo nuestros hermanos son asesinados a espada o deportados a otras ciudades. Habríamos visto morir a Apóstoles y valiosos creyentes como Esteban. Habríamos visto cómo las distintas herejías y falsas doctrinas se introducían encubiertamente en Jerusalén, Galacia, Corinto, Colosas, Tesalónica, Antioquía, Éfeso y otras cuantas que no están registradas en la Biblia, de tal manera que ninguna congregación se salvó de falsos maestros que quisieron imponer sus ideas humanas en la congregación. Habríamos visto cómo Alejandro, Himeneo y Fileto, y líderes como Diótrefes causaron terribles estragos en sus congregaciones, dañando a los hermanos y provocando el desvío de muchos.
Aquí solo he dado un puñado de ejemplos, y si los sumamos a los del Antiguo Testamento no terminaríamos nunca. Lo cierto es que la iglesia del Señor ha debido lidiar con muerte, persecución, enfermedades, hambre, distintas clases de carencias, divisiones internas, líderes pecaminosos, falsos maestros, herejías destructoras, lobos rapaces y un sinfín de dificultades a lo largo de la historia. Pero lo que ha caracterizado a la iglesia genuina es que ante todas estas adversidades sin número, ha permanecido fiel a la Palabra, amando el Evangelio de Cristo y al Cristo del Evangelio. Lo que caracteriza la iglesia es la perseverancia hasta el fin, levantando el estandarte de la verdad. Es la comunidad que persevera en amor, reunida en torno a la verdad, la Palabra de Dios.
Dicho esto, veamos que Jesúa y Zorobabel –nombres que haremos bien en retener- lideraron la reconstrucción del altar, que precedió a la reconstrucción del templo. Podemos concluir de aquí que en la restauración espiritual no se debe perder el foco: lo central de todo es la reconstrucción del altar (lo mismo que hizo Elías 1 R. 18:30), de la devoción y piedad al Señor.
«Según lo estipulado en la ley de Moisés» es una frase recurrente. Es esencial para la vida de la iglesia, y por supuesto en un tiempo de restauración espiritual, el que todo sea llevado a cabo en estricta observancia de la revelación del Señor. Es la verdad y solo la verdad la que puede guiar al pueblo de Dios en su restauración, y en toda su vida de adoración.
El texto nos dice que a pesar de que tenían miedo de los pueblos vecinos (traducciones distintas a la RVR 1960), se preocuparon primeramente del altar. La ciudad no tenía muros, y ni siquiera estaba construido el templo, pero el altar era prioritario. El énfasis, entonces, hermanos, debe ser la devoción al Señor y la comunión con Él, tanto en lo individual como en lo congregacional. No debemos perder este aspecto central.
(v. 6) A pesar de que sea evidente que la obra está incompleta, debemos obedecer al Señor y mantener los sacrificios tal y como son ordenados en la Palabra de Verdad. Aunque falte por construir todo lo demás, como pueblo de Dios debemos mantener lo central, que es la devoción, la adoración y la comunión con el Señor. Esto debe hacerse también aunque exista temor hacia los pueblos vecinos. Nada debe obstruir nuestra obediencia a la verdad.
(v. 7) Nuevamente, vemos que la reconstrucción demandaba recursos, trabajo y sacrificios individuales.
(v. 10) Una vez echados los cimientos, comenzó la adoración, llena de gratitud. Los cimientos nos dan esperanza, pues evidencian una obra en construcción. Sin embargo, nos recuerdan también un desastre que derribó lo que había anteriormente, y que ahora obliga a la reconstrucción.
(v. 11) El pueblo de Dios ha de recordar mientras es restaurado que Dios es bueno, y que su misericordia es para siempre. Ese debe ser el canto de todo cristiano, y por excelencia, el canto de un cristiano o una iglesia en restauración. La sola posibilidad de restauración es mucha misericordia, ya que Dios podría habernos dejado en nuestra miseria y pecado, abandonados a nuestra oscuridad, pero prefiere tener compasión de sus hijos.
(vv. 12-13) Es posible también que en la restauración sea evidente que el presente no alcanza la gloriosa realidad pasada. En un tiempo de restauración, se entremezcla la tristeza por la caída y la desgracia, con la alegría, la fe y la esperanza de estar siendo sanados por el Señor.
Conclusión
Hemos visto, entonces, en estos primeros capítulos de Esdras, que la restauración:
- Comienza por una decisión y una obra soberana de Dios, quien por su gracia despierta a su pueblo para que vuelva a Él.
- En un tiempo en que todo debe hacerse con orden, lo que implica que cada miembro del Cuerpo de Cristo asuma el rol que Dios lo ha llamado a desempeñar. Aquí es esencial que los hombres asuman su liderazgo sacrificial, y sean diligentes en obedecer al Señor.
- Implica que la congregación debe ser celosa de obedecer al Señor según sus instrucciones expresas, sin salirse de esos márgenes.
- Es una instancia que requiere especialmente consagrar nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestro trabajo, y también nuestros recursos económicos para la obra del Señor.
- Es un momento en que se necesita especialmente la unidad (estar todos juntos) y la unanimidad (ser de un mismo sentir) en torno a la Palabra del Señor.
- Requiere hacer todo de acuerdo a la Palabra de Dios, sin salirse de ese marco.
- Implica concentrarnos en lo esencial: estar juntos y unánimes en la devoción y comunión con Dios, tanto individual como congregacional.
- Nos lleva a recordar que estamos recibiendo la gracia de un Dios fiel y misericordioso.
- Es un tiempo en el que se entremezclan la tristeza y la melancolía, con la alegría, la fe y la esperanza.
Reflexión final
Para finalizar, te pido que intentemos imaginar el escenario en el cual se dio el episodio aquí relatado. El pueblo de Dios llevaba 70 años de cautiverio en Babilonia. Allí habían construido casas, tenían trabajos y engendrado hijos. Varios de ellos eran ya ancianos y otros tantos habían nacido allí. Tal era la paz de la que disfrutaban, que varios judíos decidieron quedarse en Babilonia para no irse más. Sin embargo, quienes fueron despertados por Dios en sus corazones, dejaron la seguridad y estabilidad en Babilonia y se embarcaron en un largo y peligroso viaje de retorno a casa, la Tierra Prometida. Este viaje lo realizaban por caminos pedregosos y sin pavimentar. Llevaban consigo animales, carretas, mujeres embarazadas, niños pequeños y ancianos de avanzada edad. Imagina cuántas noches debieron dormir a la intemperie, y cuántos días caminaron bajo el sol inclemente. Intenta pensar en las dificultades climáticas, en los peligros de los caminos debido a ladrones y salteadores, las enfermedades, incomodidades y contratiempos que debieron enfrentar.
Piensa ahora que ese incómodo y peligrosísimo viaje, no era para llegar a un resort o un hotel. Su destino era muy distinto. ¡Todo esto fue para llegar a una ciudad en ruinas! A su llegada no les esperaba descanso, ni comodidad. ¡Les esperaban más peligros, mucho trabajo y una ciudad entera por reconstruir!
Los más jóvenes, veían por primera vez Jerusalén. Seguramente sus padres y abuelos les hablaron mucho de esta hermosa ciudad. Pero ahora era un montón de escombros, luego de ser asolada por ejércitos invasores y saqueadores. Los más ancianos, habían visto a una Jerusalén gloriosa, pero ahora solo veían los cimientos desnudos de los edificios, y nada más que ruinas donde en otro tiempo estaban sus casas y las de sus vecinos. ¿Y el templo? El imponente templo de Salomón, la gloria y el orgullo de Jerusalén, ahora no era más que escombros cuya única utilidad era servir como motivo de burla para los pueblos vecinos.
¿Estás desanimado? ¡Piensa en esta porción del pueblo de Dios! ¿Cuáles habrían sido sus expectativas? ¡Qué impresión deben haberse llevado al ver la realidad! ¿Acaso su Dios no era poderoso, el Creador y sustentador de todas las cosas? ¿Por qué entonces no les daba un poder sobrenatural sobre los persas, para derrotarlos y conquistar el mundo en una campaña militar memorable? ¿Por qué Dios no enviaba un Rey que venciera a todos los reinos de los paganos e idólatras?
Pero «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zac. 4:6). El Reino de Dios no se construye desde la pompa y la gloria humanas, sino desde la humildad, la debilidad y la imperfección del hombre, ¡Porque allí es donde se perfecciona el poder de Dios, y se manifiesta su gloria con mayor fuerza!
Pensemos: ¿Nació Cristo en el Templo de Herodes, el de Artemisa o en el de Zeus? No, sino en la humildad de un pesebre. ¿Nació en el seno del imperio más grande de la época? No, vino a una nación vil y menospreciada, y dentro de ella, a un pueblucho pequeño y desestimado ¿Anunció su nacimiento a los nobles y reyes de la tierra? No, sino que lo anunció a humildes pastores en los campos. ¿Vino en forma glorificada, para encandilar a todos con su presencia gloriosa? No, sino que vino como hombre, en semejanza de carne, en forma de esclavo. ¿Escogió como discípulos a los más ilustres y nobles de su tiempo? No, escogió a hombres comunes del pueblo, mayormente sin educación. ¿Venció en un carro de oro, con miles de ejércitos celestiales aplastando a sus enemigos? No, su victoria la logró siendo crucificado como un criminal, expulsado de los límites de la ciudad, ejecutado como el más despreciable de los rebeldes.
¿Qué esperas tú, seguidor de Jesús? ¿Quieres una corona de laureles, cuando tu Señor fue coronado de espinas? ¿Quieres un carro de oro mientras que tu Salvador montó un asno? ¿Quieres un templo imponente, mientras tu Maestro no tenía dónde recostar su cabeza? ¿Quieres desfilar por el arco del triunfo, mientras que tu Salvador se hizo despreciable llevando una cruz? ¿Quieres comodidad y confort, mientras que tu Señor se vistió de esclavo y se despojó a sí mismo de su gloria? ¿Quieres realmente seguir a este Jesús? ¿A quién podrías ir? Nadie más tiene Palabras de Vida Eterna. El discípulo no es mayor que el maestro, ni el esclavo mayor que su amo. Si nuestro Señor vivió persecución, necesidades y carencias, nosotros con gusto debemos participar en sus padecimientos ¿Quieres seguir a este Jesús? Entonces calcula el costo, pon tu mano en el arado y sin mirar atrás, toma tu cruz y ve tras Él.