Salmo 120: Anhelando la Nueva Jerusalén

Terminamos este 2019 iniciando una nueva serie titulada “Salmos peregrinos”, donde estudiaremos los Salmos comprendidos entre el 120 al 134. A estos 15 Salmos se les denomina peregrinos porque eran cantados por los judíos mientras ascendían a sus tres fiestas anuales: la pascua, la fiesta de los tabernáculos y la fiesta de las semanas. Se llamaban cantos de ascenso porque ir a Jerusalén implicaba subir más de 750 metros sobre el nivel del mar. Los hebreos se reunían en caravanas que se convocaban momentos previos a partir, ahí, los hermanos que habían estado separados por algún tiempo se saludaban, consolaban y animaban antes de comenzar el trayecto. No existían peregrinos solitarios, peregrinar a Jerusalén implicaba, e implica hasta hoy, caminar en comunidad hacia la ciudad del Gran Rey. Cristo también peregrinó por esos senderos cantando estos Salmos, que son  suyos. El libro de Lucas 2:41-42 nos cuenta lo siguiente sobre Jesús: “Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta

Tenemos el privilegio de estudiar los cantos de nuestro Señor mientras peregrinamos hacia la nueva Jerusalén, y en estas porciones de las Escrituras encontraremos herramientas para capacitarnos en nuestro viaje hacia la Ciudad Celestial. No olvidemos que los Salmos nos fueron dados para aprender a amarlos, memorizarlos y orarlos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, y fueron dados especialmente para que sean parte de nuestra adoración y lenguaje cotidiano: “antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Ef. 5:18b – 19).

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16)

Si deseamos memorizar y recordar cosas valiosas, una de las mejores metodologías es cantarlas, y en este caso, el Señor desea que oremos, cantemos y aprendamos de estos Salmos que son Palabra inspirada por el E. S. Esta serie de 15 cánticos dan lugar a cinco series de tres, y a grandes rasgos, los elementos claves de estas triadas son de aflicción en la primera, poder en la segunda y seguridad en la tercera. El Salmo 120, con el cual iniciamos esta serie, es una pequeña isla comparada al continente que le antecede que es el Salmo 119, pero esta pequeña porción de siete versículos nos da el puntapié inicial a nuestra peregrinación. Sorprendentemente, este Salmo nos habla de los peligros de la lengua engañosa, y las aflicciones que ésta trae al peregrino. Si pudieras escoger un Salmo desde el 120 al 134 ¿Con cuál iniciarías tu peregrinaje?  Muchos escogerían el Salmo 122: (v.1) Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”. Pero no es el Salmo que el Señor escogió para iniciar el recorrido, Él quiso, en su soberanía, que los peregrinos comenzarán cantando de sus aflicciones en este mundo, causadas por la lengua mentirosa; el Salmista nos está mostrando que todos aquellos que deseen romper lazos con su ciudad terrenal, con Babilonia, con este mundo, tienen asegurada la angustia de experimentar la crítica y la mentira de aquellos que aborrecen la paz, es decir, estos peregrinos siguen los pasos de aflicción de aquel peregrino que subió al monte Carmelo y sufrió el calvario, perseguimos las huellas de aquel que fue acusado con mentiras y calumnias por proclamar la verdad, la gracia y la paz; Jesús no fue condenado a muerte por sus milagros, por agrupar multitudes o alimentar a los pobres,  sino que fue a la Cruz por declarar la verdad sobre su identidad (Rey/Mesías/Dios) y predicar su bendito Evangelio. Nosotros seguimos sus pisadas de dolor, seguimos a un crucificado mientras ascendemos a la Nueva Jerusalén.

 

  1. La angustia de estar lejos de casa (v.1-2)

A Jehová clamé estando en angustia, y él me respondió (v.1)

El peregrino inicia su viaje clamando al Señor, quien es su único socorro (Salmo 121), en medio de las aflicciones los hombres claman a sus falsos dioses, pero los peregrinos claman a su Padre. Mientras nos dirigimos a la ciudad Santa, Dios ha prometido escuchar a su pueblo en medio de sus sufrimientos. Algo llamativo de esta oración es que la angustia que experimenta el Salmista y los peregrinos que transitaban a Jerusalén no era motivada por una enfermedad o una necesidad material, sino que este dolor extremo y profundo que provocaba que sus corazones agonizaran, era producto de estar lejos de casa, cohabitando con la lengua mentirosa y fraudulenta; sufrían por vivir rodeados de un mundo de mentiras y engaño, les era imposible vivir cómodos entre los cardos y espinos de este mundo caído, Babilonia no era su verdadero hogar. ¿Cuándo fue la última vez que confesaste en oración tu dolor por vivir en un mundo que rechaza la verdad? ¿cuándo fue la última vez que clamaste en angustia por estar lejos de tus hermanos? ¿cuándo fue la última vez que ayunaste por estar lejos de Jesús? Si estos deseos no están en tu cotidianeidad, es porque vives demasiado cómodo en este mundo, aún hay amores que avivan el fuego de tu corazón más que tu amor por Cristo y su Iglesia; te sabe dulce habitar entre cardos y espinos. Pregúntate esto ¿A quién te pareces más: a Lot o Abraham? Lot anhelaba las cómodas tierras de Sodoma y Gomorra, en cambio Abraham, el padre de la Fe, vivía en este mundo como un peregrino y extranjero, esperando la ciudad que tiene fundamentos.

No olvidemos esto: Este mundo no es nuestro hogar, estamos de paso; nuestro Señor murió, resucitó y ascendió para prepararnos una morada fija y eterna. No olvidemos que uno de los grandes beneficios de clamar en angustia, es que ese profundo dolor nos recuerda que aún no hemos llegado a casa, he ahí la importancia de clamar en angustia, el dolor nos recuerda que esta tierra no es el cielo, la angustia nos recuerda que aún no experimentamos la gloria consumada de cielos nuevos y tierra nueva, pues sólo ahí ya no habrá más tristeza ni dolor; mientras tanto, peregrinamos, sabiendo que este mundo sólo ofrece aflicciones: “...En el mundo tendréis aflicción..." (Jn.16.33), sólo en la Patria celestial hallaremos verdadero descanso y reposo. ¡Cuán urgentemente necesitamos orar y meditar en estos Salmos! Deben ser parte de nuestras oraciones, de nuestra vida cotidiana; cuando oramos las Escrituras nuestros deseos vienen a ser los deseos del Padre, nuestras peticiones se transforman en los anhelos del Señor, su voluntad la hacemos nuestra voluntad.

El texto nos muestra que en el pasado el peregrino había clamado al Señor, y Él benevolentemente escuchó y respondió. Basado en la seguridad de ser nuevamente atendido, es que vuelve a clamar al buen Señor, pero no olvidemos que detrás de cada oración contestada y en cada “NO” como respuesta, se esconde la misma hermosa Providencia de Dios, la cual hace que todas las cosas nos ayuden a bien.  Jamás invocamos el nombre de Dios en vano, y cuando el Señor diga “NO” a tus peticiones, recuerda esto: Él te ha mostrado claramente en su encarnación, en sus sufrimientos  y en su resurrección, lo que está dispuesto a hacer por ti. Eso es más que suficiente, nuestro mayor problema fue resuelto en aquella Cruz, y mientras tanto, seguiremos clamando, buscando la misericordia en nuestro buen Dios. El Salmista vuelve a exponer la misma petición contestada en el pasado: Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, Y de la lengua fraudulenta (v.2). Cada vez que el peregrino subía a la ciudad de paz, él volvía a entonar este mismo canto/oración, vez tras vez, es decir, ese peregrinaje y ese canto unánime junto a otros peregrinos, era el medio que Dios utilizaba para contestar su petición. Jehová libraba a sus ovejas de la lengua mentirosa al reunirlas al son de las lenguas de paz, y ese viaje se transformaba en la antesala perfecta hacia Jerusalén; anunciaban cánticos de paz, mientras se acercaban a la ciudad de paz, alejándose de las ciudades de guerra llenas de lenguas fraudulentas. La comunión que tenemos entre los Santos en el día del Señor es la experiencia más cercana al viaje de estos peregrinos; es en medio de nuestros hermanos y su compañía  donde nos alejamos de la guerra de palabras que experimenta este mundo, y vivimos un adelanto de la perfecta comunión que tendremos en Gloria. Al acercarnos los unos a los otros, se reúne la Iglesia de Cristo, que es columna y baluarte de la verdad, la paz del cielo se hace presente en nuestras vidas, y nuestras almas son alimentadas por las palabras de Gracia que brotan de los labios de nuestros hermanos. La comunión de los santos nos libra del lenguaje bestial de este mundo caído.

En el A. P. los judíos experimentaban este privilegio 3 veces al año; nosotros, en el N. P., tenemos la inmensa bendición de reunirnos como mínimo 52 veces al año, tenemos una fiesta continua por el triunfo de Cristo en la Cruz.  ¿Qué elementos brotan en tu corazón mientras te acercas cada día del Señor a la comunión con los Santos? ¿Gozo, paz, amor, afán, ansiedad? ¿Qué te angustia más? ¿Venir a la comunión de los santos o alejarte de tus hermanos? Lo pregunto de una forma más sencilla, ¿Qué horas son para ti las más alegres? ¿Cuándo te acercas a la comunidad de los Santos o cuando te alejas de ellos? ¿Sientes más gozo y alivio cuando te alejas de tu hogar temporal o cuando vuelves a él? Las respuestas a estas preguntas te dirán dónde está tu corazón, si en la ciudad de paz o en este mundo de guerra. Pero si anhelas pasar la eternidad con el Salvador, debes pasar tu vida terrenal amando incondicionalmente a la novia del Salvador, que es su Iglesia.

Los peregrinos no suplicaban para que sus lenguas fueran libradas de otras lenguas, no pedían por un control mecánico sobre sus labios, tampoco tenían una teología escapista donde suplicaran por salir de este mundo, ni menos por la exterminación de los impíos; mientras peregrinaban rogaban por aquello que controlaba sus emociones y sus labios, suplicaban por sus almas. El problema de los labios mentirosos no es un problema de vocabulario, de educación o de moralidad, es un problema del corazón, como todos nuestros problemas. La palabra del Señor nos dice: “...de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12.34); las ciudades de nuestro mundo están atestadas de labios mentirosos pues los hombres han cambiado la verdad de Dios por la mentira (Rom.1.25); por el fruto de sus labios no es preciso realizar pruebas de ADN para determinar de quien son hijos, su padre es el diablo, el padre de mentira, y los deseos de su padre quieren hacer (Jn. 8.44); han hecho de la mentira su patrimonio, producen palabras idólatras, porque sus dichos sirven al ídolo que los esclaviza. Las palabras muestran claramente lo que amamos, reflejan lo que es más importante, evidencian los ídolos de nuestro corazón.

Las Escrituras hacen una precisa radiografía de la lengua, la definen como: malvada, engañosa, perversa, inmunda, corrupta, aduladora, difamante, chismosa, blasfema, insensata, jactanciosa, amargada, maldiciente, contenciosa, sensual y vil. La lengua, según Edward Reyner: “es un trozo de carne pequeño en cantidad, pero poderoso en calidad; es blando, pero resbaladizo; se mueve ligero, pero cae pesado; su toque es blando, pero hiere profundo; hiere muy adentro, y por tanto no cura con facilidad; tiene fácilmente libertad de salir, pero no halla medios fáciles para regresar”.  ¿Cómo define a la lengua la epístola de Santiago? Es “...un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Stg. 3.6). La Biblia no exagera, el mayor desastre cósmico fue causado por la lengua mentirosa de Satanás en el huerto del Edén, allí se dio inicio a un incendio de proporciones universales, avivado por los vientos tempestuosos de nuestros engañosos corazones; es un desastre que aún no se logra apagar y contamina todo a su paso.

El Salmo 120 nos muestra que nuestros problemas con la lengua no pueden ser resueltos por métodos humanos, podemos cambiar de residencia, recibir educación, entrenamiento o aprender un nuevo idioma, pero son todos cambios superficiales que no atacan la raíz del problema: el corazón engañoso. Probémonos a nosotros mismos, ¿Tus conversaciones son completamente humildes y gentiles en todo lugar? ¿Cuándo fue la última ocasión en donde experimentaste una comunicación absolutamente libre de todo enojo y malicia? Esto es imposible en nuestras fuerzas; Santiago 3:8 dice que la lengua “...es un mal que no puede ser refrenado...,por eso es que los peregrinos claman a Dios para ser librados de la lengua mentirosa, reconocían que necesitaban poder divino, poder de lo alto para ser salvados del instrumento de muerte que es la lengua engañosa. Necesitamos una nueva lengua, fruto del nuevo nacimiento; necesitamos primeramente un nuevo corazón, para que nuestros labios sean dominados por la justicia de Cristo.

En el principio no existía la guerra de las palabras, todo lo que se decía en el paraíso del Edén reflejaba la Gloria de Dios. No había discusiones, mentiras, gritos ni maldiciones, sólo había verdad en amor, hasta que Satanás, usando la lengua bífida de la serpiente introdujo en el mundo la guerra de las palabras; la humanidad hizo alianza con el padre de mentira, desde aquellos tiempos el hombre se ha esmerado por detener la verdad de Dios con injusticia (Rom.1:18). Atestados de contiendas, engaños y murmuraciones, nos hemos sometido voluntariamente al reino del labio mentiroso. Por tanto, la guerra de las palabras desatada en este planeta, es una batalla por la soberanía de Dios en nuestras vidas; la voluntad de Dios es que nuestro hablar sea para la alabanza de su Gloria, los momentos que vivimos en esta vida son de nuestro Señor, no debemos reclamarlos como nuestros; cada palabra que brote de nuestros labios debe reconocer el control soberano del Señor, pues finalmente “las palabras” no nos pertenecen a nosotros sino a Él, al Creador de todas las cosas; nos las ha prestado para que podamos conocerle y ser útiles en su reino. Nuestro propósito en esta vida no es obtener lo que nos satisface, ni hablar lo que se nos da la gana; nuestro propósito es someternos al perfecto gobierno de Dios, hacer y hablar de su voluntad, es decir, nuestros labios tienen la misión de deleitar al Rey. Pero al hacer su voluntad nosotros también nos deleitamos, estar bajo la soberanía de Dios es estar bajo un Reino de sumo gozo y podremos experimentar lo que enuncian los Salmos: El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón (Sal. 40.8); “Mi lengua hablará también de tu justicia todo el día... (Sal. 71.24 a); Hablará mi lengua tus dichos, Porque todos tus mandamientos son justicia” (Sal. 119.172). Al humillarnos bajo la mano poderosa de Dios se hará realidad lo que cantábamos hace un momento en el himno 410: “que mis labios, al hablar, hablen sólo de tu amor”. Que, al hablar de política, de sexualidad, de educación, de salud, de cualquier temática, nuestros labios reflejen el señorío y poder de Cristo en nuestras vidas.

Nuestras palabras deben ser una evidencia clara de un corazón gobernado por Dios. Santiago nos dice: “Sométanse a Dios...” (Stg. 4.7); debemos renunciar a los ídolos que han reemplazado al Dios verdadero, y el cambio debe iniciar en el corazón, en nuestros pensamientos y motivaciones, y ser secundado por un cambio genuino en nuestro lenguaje; debemos cambiar, tanto  el contenido como  la forma de nuestro hablar, así, como aquello que controla nuestros corazones. La oración del peregrino “Libra mi alma de la lengua mentirosa”, es un clamor por la manifestación del Reino de Dios, ¡”Venga tu Reino” oh Dios a mi vida! que se haga tu voluntad en el cielo, en mi corazón y en mis labios, es el deseo para que el lenguaje del cielo sea nuestro idioma; que nuestra forma de dialogar en casa, en el trabajo, en el supermercado, de discutir con nuestro cónyuge, de criar a nuestros hijos reflejen que el reino de Dios reposa sobre nuestros corazones. Continuemos firmes batallando en la guerra de las palabras, pero conoce esto, un día esta guerra terminará, los labios mentirosos serán encerrados en el infierno, y ya no será necesario cantar más este Salmo, porque estaremos en presencia de la Palabra encarnada y seremos como Él, hablando por siempre sólo como Él lo ha diseñado; ya no habrá más angustia por vivir en la ciudad del labio mentiroso, estaremos en la ciudad de paz, donde escucharemos eternamente las palabras de aquel que está sentado en su trono, y sus palabras son fieles y verdaderas (Ap. 21:5)

  1. La paga de la lengua mentirosa (v. 3-4)

¿Qué te dará, o qué te aprovechará, Oh lengua engañosa? Agudas saetas de valiente, Con brasas de enebro

¿Cuál es la paga del labio mentiroso? Para responder a esta pregunta debemos recordar cual es la paga del pecado: muerte eterna (Rom.6:23). La lengua mentirosa no paga bien, no tiene ningún provecho; los intentos vanos de los calumniadores no tienen frutos permanentes, todos sus intentos son ineficaces. En esta vida temporal muchos han construido sus vidas a base de las más descaradas mentiras, han ascendido social y económicamente usando brutales farsas, chismes y calumnias, pero recibirán su justa retribución en el día del juicio; pero la paga de la lengua mentirosa va más allá de esos ejemplos. Quizás te evalúas a ti mismo como una persona veraz, que no ha construido su vida al filo de la lengua engañosa y no te consideras un mentiroso, pero esa no es la evaluación correcta que debes realizar, la pregunta es: ¿Si has cimentado tu vida sobre la lengua de verdad y virtud de nuestro Señor Jesucristo o sobre tu propia opinión? La lengua engañosa tiene muchas formas, y una de esas es creer que, viviendo una vida moralmente correcta, ayudando al prójimo, contribuyendo a la sociedad, se puede alcanzar el paraíso. El autoengaño es creer que puedo alcanzar el cielo sin Dios, sin Jesús, sin su Cruz y sin sus preciosas palabras, sin la verdad, siguiendo mi propia lengua engañosa.

Nadie es inocente de este pecado, el Salmo 58:3 dice “todos se descarriaron hablando mentira desde que nacieron”, el Salmo 62:9 enuncia que la raza humana es una mentira “...vanidad son los hijos de los hombres, mentira los hijos de varón...”; todos hemos nacido bajo la condenación de la lengua mentirosa y daremos cuenta por el mal uso de nuestras palabras, Mateo 12:36 dice: “...de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”. Cada pecado de la lengua mentirosa tendrá su justo pago, todas nuestras palabras serán pesadas en justa balanza, cada flecha untada con el ponzoñoso veneno ardiente de la lengua engañosa lanzada para herir los corazones será expuesta en el gran trono blanco. Todos los dardos silenciosos, letales e invisibles que buscaron destruir serán apagados; todas las bocas que hablan mentiras serán cerradas (Sal. 63:11). El Salmo 120 dice en su versículo 4 que la paga del labio mentiroso son “saetas de valiente”, en el día final se levantará un gigante, un hombre de guerra: ese es Jehová (Is. 42:13). Nuestro Señor es descrito en los Salmos como “el fuerte y valiente”, como “el poderoso en batalla” (Sal. 24:8), Él con su justo arco de justicia consumirá a los inicuos. Spurgeon decía: “los dardos de la mentira errarán el blanco, pero no las flechas de juicio de Dios, las brasas de la malicia se enfriarán, pero no el fuego de la justicia”.

Las flechas de Dios, como dice el versículo 4, contienen brasas de enebro, el cual era un tipo de madera muy apreciada en la antigüedad. Era usado como combustible pues produce carbones y brasas de muy buena calidad, generando un tipo de calor intenso y duradero, similar al efecto del veneno tóxico de la lengua mentirosa, que es duradero pero no eterno, sólo las flechas del juicio del Señor son eternas (Is. 33:14). El fuego del averno extinguirá el fuego de la lengua engañosa acabando con su mundo de maldad. Esta parte del Salmo tenía mucho significado para los peregrinos, pues algunos caminarían días para llegar a Jerusalén, harían fogatas para resguardarse del intenso frío nocturno del desierto, y para esto usarían madera, y entre los muchos tipos de madera que encontrarían en su trayecto uno de ellos sería el enebro. Cuando vieran arder aquellas brasas recordarían el final de los mentirosos, sabían cual era el final de los malos y eso debía llenarlos de aliento, seguridad y confianza. Todos aquellos que han de subir a la Nueva Jerusalén experimentarán la prueba del fuego de la calumnia, la mentira y la amargura emitidas por el labio engañoso, pero ese es un fuego purificador pasajero, permitido por el buen Dios para santificar a sus peregrino. Sin embargo, en el gran día del Señor, en el gran día escatológico, todas las palabras pronunciadas serán concluyentes y definitivas, los soberbios, los malos y los mentirosos serán lanzados a un horno de fuego ardiente por toda la eternidad, transformándose en carbones de la ira de Dios, y ni una raíz ni rama quedará de ellos; los cardos y espinos de la humanidad arderán eternamente. El Señor ha permitido en su gran misericordia que el trigo y la cizaña crezcan juntos en este mundo, que el labio mentiroso y el labio de paz convivan; pero, querido peregrino, un día ya no habrá más vástagos de maldad, estaremos en la Nueva Jerusalén y allí no habrá más pecado, ni labios de iniquidad, estaremos para siempre enraizados en la vid verdadera.

Si todos los pecados de la lengua tienen su justa retribución, ¿Cómo podemos transitar con integridad y seguridad hacia la Nueva Jerusalén sabiendo que hemos pecado con nuestros labios? Y, por otro lado, ¿Cómo podemos cumplir las altas exigencias para entrar en la Ciudad Santa? El Salmo 24 nos muestra las demandas para entrar en la ciudad de paz:¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño (Sal. 24:3-4).

Podemos entrar a la ciudad de paz, a la Nueva Jerusalén, gracias al bendito Evangelio de Cristo, por los méritos de su perfecta vida de obediencia, Él venció los pecados de la lengua: “...no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1 Pe. 2:22); su lengua era un reflejo de su corazón puro y santo. Siendo justo recibió los castigos por nuestra lengua engañosa, fue herido, molido, castigado, angustiado, afligido y quebrantado por nuestra paz, siendo Él la verdad “...no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca (Is. 53:7). Cristo, quien es la verdad encarnada, murió por hombres mentirosos, en la Cruz su bendita lengua se pegó a su paladar (Sal. 22:15), para que nosotros recibiéramos la sublime justicia de sus labios. En Cristo se cumple la profecía de Sofonías 3:9 En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento. En Cristo no recibimos la paga por la lengua mentirosa, ya no somos objetivos para sus flechas ardientes, ya no estamos más bajo su ira, sino que somos abrazados y atraídos por sus hermosas cuerdas de amor y revestidos de su preciosa justicia. Si aún eres cizaña, si aún tu lengua no ha sido reformada, ven a Cristo en arrepentimiento y fe, Él puede quitar la ligadura de maldad de tu lengua, Él siempre está dispuesto a salvar un tizón más del incendio de la condenación.

  1. La paz del peregrino (v.5-7)

El salmista expresa una genuina, pero dolorosa queja delante del Señor: ¡Ay de mí, que moro en Mesec, Y habito entre las tiendas de Cedar! (v.5). Su anhelo es morar permanentemente en Jerusalén, es más, el texto dice que lejos de la ciudad santa no ha construido casas, mansiones, ni palacios, simplemente habita en sencillas tiendas siempre dispuesto para ascender a Jerusalén. Su más alto deseo es hacer de Sión su residencia eterna, pero su hogar, por ahora, aún se encuentra fuera de aquellos preciosos muros. Mesec era una región del Cáucaso, en el norte de Asia menor (Ez. 38:2, 15), entre el Mar Negro y el Caspio (Gén. 10:2); sus moradores eran guerreros famosos por vivir en medio de la violencia y brutalidad; Cedar era una tribu nómade que habitaba los desiertos de Siria y Arabia (Gén. 25:13). El autor del Salmo no está diciendo necesariamente que habitó literalmente a lo largo y ancho de esas provincias, lo que está expresando es el verdadero sentimiento de muchos judíos a lo largo de su historia, la añoranza de estar lejos de casa.

El verdadero peregrino puede estar lejos de Jerusalén, aún morar por mucho tiempo fuera de ella, como lo expresa el verso 6, pero su ciudadanía sigue siendo “la ciudadanía” de la ciudad de paz, no ha habido cambios en su código de vida, vive como un judío estando lejos de Judá, no vive en Jerusalén, pero la paz de Jerusalén vive en él. La paz del peregrino, que es la paz del cristiano, no tiene que ver con sus circunstancias, con su lugar de residencia, con su status social o nivel económico, la paz que sobrepasa todo entendimiento y que abunda en nuestros corazones reside en las manos de un Dios sabio y todopoderoso. Nuestra paz no depende de nuestro desempeño, sino del profundo e inalterable amor de Dios, nuestra paz no es pasajera, ni circunstancial, ni superficial como la paz que ofrece el mundo, si las cosas van mal la paz de Dios permanece invariable en nuestro corazones. Paul Tripp define la paz de la siguiente manera: “es un descanso, contentamiento, seguridad y esperanza interna que surge de una confianza activa en la presencia, poder, gobierno y gracia de Cristo. Es el hábito de reposar diariamente en Cristo”.

Cristo prometió dejarnos como herencia “su paz” mientras transitamos a la nueva Jerusalén: “La paz os dejo, mi paz os doy...” (Jn.14:27). ¡Tenemos la paz de Dios! Y Él nunca está intranquilo, no tiene sobresaltos, no vive afanado, está en control de todas las cosas. Él sabe que todos sus planes se llevarán a cabo, por eso Él es perfectamente pacífico, esa es la paz que nos transfiere y desea que experimentemos mientras peregrinamos; lo que Él ha planeado se cumplirá, no tenemos por qué temer de aquellos que aborrecen la paz, nuestro Dios tiene pensamientos de bien y no de mal sobre su pueblo (Jer. 29:11). John Bunyan, en su libro el progreso del peregrino describe la llegada de “Cristiano” a la “sala de paz”, ahí nos cuenta que el peregrino durmió tranquilamente hasta el amanecer y habiendo despertado preguntó: “¿Dónde me encuentro ahora? El amor y cuidado que por sus peregrinos tiene mi Salvador, concede estas moradas a los que ha perdonado, para que ya perciban del cielo el esplendor”. La paz de Jesús que aquí experimentamos es un adelanto de la Nueva Jerusalén.

Jesús es el verdadero pacificador descrito en este Salmo, Él es el “hombre de paz”, vino a este mundo y fue adorado en su nacimiento como el “Príncipe de Paz”, los ángeles cantaron: " ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y buena voluntad para con los hombres!" (Lc.2:14); murió para hacer la paz mediante su sangre, uniendo a judíos y gentiles, resucitó y no les reprochó a sus discípulos su abandono, sino que los consoló y les dijo: “paz a vosotros. Su evangelio es el evangelio de la paz, su E. S. es el Espíritu de paz, y su Iglesia es su embajada de paz. Esa paz ha venido a dominar lo que el hombre nunca había podido domar: su lengua mentirosa y llena de guerra. Cristo  usa y da propósito a lo que parecía inservible, nuestra boca; ahora nuestros labios son usados como instrumentos de justicia. De pura gracia nos ha regalado sus palabras para que podamos hablar como Él lo ha dispuesto (“Yo les he dado tu Palabra...” Jn. 17:14), la guerra de las palabras se ha vuelto una batalla ganable para su pueblo. Nuestra lengua ya no es más una productora del mal, sino un instrumento del bien. Por medio de su Espíritu Santo, Cristo ha dado a la Iglesia un nuevo tipo de lengua de fuego como en Pentecostés, no del tipo de fuego que inflama y que hace arder el mundo, sino un fuego que ilumina y expone los corazones de los hombres a la luz del Evangelio. Ya no nos conformamos con hablar de una paz hipotética o superficial, trabajamos como embajadores de la Nueva Jerusalén, implantando la justicia de Cristo que es el fundamento estable que produce verdadera paz, total y eterna.

¿Quiénes son los que ofrecen pactos de paz (rendición) en medio de una guerra? ¡Los perdedores¡ Pero Cristo es el único Rey victorioso que ofrece paz a aquellos que lo han ofendido, a sus enemigos, a los derrotados, a nosotros, que en otro tiempo estuvimos en el otro bando, en el reino de las tinieblas; no buscábamos la paz, la paz nos encontró a nosotros, y por pura gracia ahora somos embajadores de paz que convivimos con aquellos que aborrecen la paz, pero con la misma misericordia con la cual nos miró nuestro Salvador, proclamamos la paz a aquellos que no la tienen, somos pacificadores y continuamos con la gran comisión imitando al peregrino del Salmo 120: “Yo soy pacífico; Mas ellos, así que hablo, me hacen guerra” (v.7). Literalmente, el peregrino dice: “Yo paz, y cuando hablo, ellos guerra”. Estando lejos de Jerusalén la lengua del peregrino continuaba y continuaba proclamando las buenas nuevas de salvación, sus labios no paraban de anunciar que un día un redentor definitivo vendría de la tribu de Judá, de la casa de David para salvar a los pecadores; sus vecinos al escucharle, le pagaban con guerra, esto no es diferente a nuestra realidad, en ocasiones parecerá que Satanás va ganando la guerra de las palabras, que somos pocos y débiles, que los pecados que nos asedian están triunfando, que somos cuestionados y perseguidos por nuestro credo, pero no olvidemos que Cristo ya venció la lengua de la serpiente, dándole un golpe mortal en la Cruz, haciéndonos más que vencedores. Cobremos ánimo, Él ya venció.

Como embajadores de la paz, somos llamados a vivir en Babilonia  representando el mensaje, la política y el carácter de nuestro Señor; no tenemos libertad para progresar en nuestros propios intereses o en nuestras propias palabras, nuestros labios siempre deben estar llenos de la agenda de nuestra embajada. Jesús dijo que las obras que Él hacía y las palabras que decía no eran suyas, sino que venían del Padre (Jn. 14:5-14). Estaba totalmente comprometido con la voluntad del Padre en las cosas que hacía y decía, se hizo carne para darlo a conocer. De la misma manera nosotros somos llamados a revelar a Cristo. El apóstol Pablo nos recuerda nuestra identidad: somos embajadores en nombre de Cristoclamando al mundo: Reconciliaos con Dios (2 Corintios 5:20); tenemos el ministerio de la reconciliación, y con este ministerio viene otro ¡ay! para el cristiano: ¡...ay de mí si no anunciare el evangelio! (1 Co. 9:16). Mientras caminamos a la Nueva Jerusalén, cantamos el evangelio, oramos el evangelio y predicamos el evangelio, haciendo de su Iglesia una verdadera embajada de paz, un refugio para los pecadores. Sigamos ofreciendo lo que ninguna embajada en el mundo puede ofrecer, verdadera y completa paz en Jesús.

Durante estas semanas de navidad y año nuevo, la gente desea paz y prosperidad, creen que haciendo una pequeña tregua en la guerra de las palabras podrán resolver el problema irresoluble que hay en sus corazones, creen que con un simple choque de manos y un abrazo pueden exorcizar años de guerra, obteniendo una paz tan frágil que se puede romper como un delgado cascarón. Viene año nuevo y con ello muchos buenos deseos, la gente desea paz para este país, paz para sus ciudades, entonan cánticos como “el derecho de vivir en paz”; cuando la paz no es un derecho, no es una idea etérea, no es una quimera, es una persona, es Cristo, quien nos ha reconciliado con Dios, ofreciéndonos una paz vertical con el Padre y una horizontal con los hombres. Roguemos al Señor para que este 2020 peregrinemos juntos en paz a la Nueva Jerusalén, sabiendo que: “...el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies...” (Rom.16:20)